Читать книгу: «Súbete al árbol más alto», страница 2

Шрифт:

Nada es lo que parece

Un hombre estaba remando en su bote corriente arriba durante una mañana muy brumosa.

De repente vio que otro bote venía corriente abajo, sin intentar evitarle. Avanzaba directamente hacia él, gritando: ¡Cuidado! ¡Cuidado!

Pero el bote le dio de pleno y casi le hizo naufragar.

El hombre estaba muy enfadado y empezó a gritar a la otra persona para que se enterara de lo que pensaba de ella. Pero cuando observó el bote más de cerca, se dio cuenta de que estaba vacío.

THICH NHAT HANH

Los pensamientos pueden darnos una vida de desdicha o de realización

Nuestra historia personal, nuestro comportamiento, es el resultado de las vivencias, de los propios aprendizajes, de los valores que a lo largo del tiempo hemos ido integrando. Nuestras creencias son lo que pensamos sobre la vida, por ejemplo, las ideas preconcebidas que tenemos de cómo deberían ser las cosas… Y lo que pensamos sobre nosotros: las creencias inconscientes que nos hacen creer que somos o no somos dignos de ser amados, de ser prósperos…

Las creencias son como las ventanas a través de las cuales nos hemos acostumbrado a ver e interpretar el mundo. En función de la calidad de nuestras creencias y valores culturales las ventanas serán más amplias o estrechas, podremos a través de ellas ver y acceder a un mundo de posibilidades o simplemente nos toparemos con los límites de la pared de enfrente. Nuestras creencias sobre la vida en general nos hacen ver e interpretar el mundo de una manera determinada y también condicionan nuestra forma de actuar y reaccionar. Son nuestra «ideología» personal la cual podemos reconocer, entre otras cosas, a través de las palabras que utilizamos, nuestro comportamiento y las experiencias y el tipo de situaciones que vivimos.

A menudo no nos damos cuenta de que tenemos pensamientos que, de modo automático y sin control, nos conectan con viejas heridas del pasado (rabia, frustración…) o nos llevan a imaginar situaciones que no deseamos que ocurran y que nos hacen sentir mal, pero no sabemos cómo evitar pensar en ello. Cuando tenemos pensamientos negativos sintonizamos con una frecuencia de baja vibración, cuyos efectos nos descargan energéticamente.

Esto también nos ocurre cuando pasamos tiempo pensando en «lo que nos va mal» y en «lo que nos falta»… para llegar a ser como creemos que deberíamos ser. Lo mismo ocurre si por sistema ejercemos la crítica gratuita y destructiva. Cuando nos dejamos influenciar por personas o situaciones que nos provocan miedo o preocupación, o nos focalizamos en exceso en encontrar sus aspectos negativos, acabamos con un nivel energético muy bajo. Vivir así de manera sostenida y continuada acaba afectando nuestra salud física y psíquica y, sin quererlo, nos convertimos en imanes de las situaciones que pretendemos evitar.

Por el contrario, si pensamos en positivo, aumentamos nuestro nivel energético. Los pensamientos de belleza, bondad, humildad, amor, reconciliación o agradecimiento nos conectan con emociones positivas de alta vibración. Por tanto, es muy importante aprender a alejar los malos pensamientos y en su lugar cultivar ideas de amor, esperanza, gratitud… En la medida que lo incorporamos a nuestra vida, nuestros problemas disminuyen y las situaciones que vivimos suelen ser más fáciles y fluidas.

A través de la palabra expresamos lo que sentimos, lo que pensamos y creemos del mundo. Con su fuerza tenemos la capacidad de convencer, manipular, enamorar, seducir... y también de crear acontecimientos en nuestra vida. A través de ella podemos comunicar miedo e inseguridad, o transmitir confianza y esperanza...

Si fuéramos conscientes de su poder, elegiríamos las palabras con mucho cariño y mucha atención, como quien elige un buen vino. El Dr. Miguel Ruiz explica que la palabra es como un «hechizo». Somos como magos y con nuestras palabras hechizamos o somos hechizados y podemos liberar y liberarnos. Por ejemplo, sin mala intención y sin saberlo, hechizamos a nuestros hijos e hijas, diciéndoles para lo que están dotados y para qué no. Lo que les decimos probablemente va a marcarles la vida, en positivo o negativo, puesto que nuestras valoraciones van a convertirse en la base de sus creencias sobre sí mismos.

Al pasar de los años, el exterior acaba reflejando el resultado de nuestro hechizo. El exterior muestra nuestro interior, en cuyo seno albergamos las creencias que hemos asimilado y que, al creérnoslas, se acaban manifestando en la realidad. Es tal la fuerza mental que tenemos que atraemos a nuestra vida a personas y situaciones que confirman las creencias que tenemos. Cuanto más pensamos en un asunto, cuanto más nos obsesionamos con un tema, más poder le damos a esa situación, por eso atraemos lo que justamente queremos evitar. Tengamos siempre presente las palabras de Wayne Dyer: «Aquellos pensamientos sobre los que más meditas son los que determinan qué poseerás o no poseerás. Aquello en lo que pienses es aquello en lo que te convertirás».

El diálogo interno que mantienes contigo mismo puede fortalecerte o destruirte, vampirizarte o energizarte. Tus creencias y tu estado emocional pueden darte una vida de paz y realización o una vida de sufrimiento y desdicha. Nuestro proceso personal pasa por hacernos conscientes de cuáles son nuestras creencias, cuáles son las cadenas de pensamiento que conforman nuestro diálogo mental y que de forma automática repetimos constantemente.

Tan importante como esto es tener presente que para nuestro inconsciente todas las creencias son ciertas. Esto quiere decir que yo puedo estar viendo una película o un videojuego de ficción creyendo que solo me estoy entreteniendo, pero mis respuestas fisiológicas (aceleración del corazón, sudor…) van a ser tan reales como si lo estuviera viviendo. Mi cuerpo responde por igual indistintamente de si es verdad o mentira lo que estoy viendo.

Aunque no nos hemos creado de manera consciente las experiencias de dolor y los problemas que tenemos, es a través de la calidad de nuestros pensamientos, de las situaciones que escogemos vivir y del estado emocional como acabamos creando nuestra realidad. Somos los responsables de lo que nos pasa y, en consecuencia, tenemos también el poder de crearnos experiencias más positivas y un futuro mejor. Nuestra ignorancia y falta de control sobre esta capacidad creativa hace que mentalmente vivamos como pobres cuando por nuestro potencial interior somos inmensamente ricos. Por ello, es muy importante que empecemos por fijarnos con qué clase de pensamientos nos hemos identificado, qué tipo de películas, lecturas, preferimos, que tomemos la costumbre de revisar esto, para saber qué estamos transmitiendo y qué puede explicar lo que estamos recibiendo.

Dedicando un tiempo a observar cómo está nuestra vida, viendo las situaciones que más se repiten en ella, empezaremos a identificar nuestras creencias y sabremos cuál es nuestro hechizo. Revisándolas podremos tomar conciencia de si nos limitan o nos expanden, si nos ayudan o nos impiden tener una vida de realización. Tomando conciencia de las creencias con las que nos hemos identificado, podremos superarnos y construir un futuro mejor.

Muchas personas dicen que son realistas porque cuando analizan una situación ven todos los problemas y, además, saben prever los que puedan derivarse en un futuro próximo o lejano. No son conscientes de que se han acostumbrado a asociar realidad con negatividad, es decir, se han especializado en ver solo la parte negativa. Aunque sus argumentos y puntos de vista puedan ser «demostrables», su enfoque les impide considerar el lado positivo y las posibilidades de solución y, aún menos, las oportunidades y enseñanzas que la situación encierra.

No se trata de que ahora nos vayamos al otro extremo obligándonos a verlo todo en positivo, negando los problemas que nos afectan, huyendo de ellos. No se trata de autoengañarnos repitiendo rutinariamente frases y mantras en los que no creemos, eliminando de nuestro vocabulario la palabra problema, sino que abordemos un proceso de trabajo personal profundo para aprender a ser positivos y a acercarnos a los conflictos de manera positiva.

Comprometiéndonos con nosotros mismos, podemos aprender a poner a nuestro favor la capacidad mental que todas y todos tenemos y que por desconocimiento hemos estado utilizando toda la vida intensamente en nuestra contra. De no hacerlo, nuestra fuerza mental continuará activa, pero fuera de nuestro control y seguiremos preguntándonos por qué a nosotros siempre nos pasa lo mismo y por qué el mundo está tan mal.

Somos libres de vivir con optimismo o negatividad

De igual modo que hemos aprendido a funcionar viendo la parte negativa de nuestras experiencias, podemos aprender a generar una actitud apreciativa de lo positivo que hay en la vida. Para ello, podemos empezar por observar cuánto tiempo pasamos hablando de cosas negativas... A la vez nos podemos proponer introducir hábitos sencillos, como, por ejemplo, ante una coyuntura negativa, intentar encontrar lo positivo que pueda tener. Se trata de reaprender a mirar, pero esta vez fijándonos en los aspectos positivos de la situación, evitando la tendencia de quedarnos solo en lo negativo, en los defectos, para ser como nosotros creemos que «debería ser».

Para ver las cosas de manera positiva es necesario poner atención a lo que estamos haciendo, detenernos para ver los pequeños bienes que determinadas situaciones puedan traernos. Se trata de promover un cambio de actitud, aprendiendo a acercarnos a las cosas y personas de una forma nueva, dejando a un lado las expectativas y los prejuicios, es decir, con un enfoque más inocente, como si fuéramos un niño o una niña que mira por primera vez, sin juzgar, con actitud casi de asombro. Al principio esto puede resultar un tanto pueril e incluso falso, pero dejará de serlo en la medida que lo que practiquemos.

El lado positivo tiene que ver con la condición amorosa de la vida que siempre está ahí disponible para que podamos verla, a la espera de que cultivemos en nosotros una actitud más humilde, generosa y apreciativa, y así podamos reconocerla. Para desarrollar una actitud más positiva podemos empezar practicando cosas sencillas como estas. Cuando nos comprometemos y practicamos, con el tiempo convertimos los pequeños gestos en grandes cambios.

Dado que los problemas forman parte de la existencia, resulta fundamental para vivir hacer un trabajo personal para aprender a convertirnos en personas positivas. Cuantos más problemas tengamos más necesitados estaremos de aprender a entrenar nuestra mente a incorporar en nuestra mirada lo positivo que también hay en la vida.

Ocurren constantemente cosas buenas que están ahí para que las apreciemos, bien sea ver un bonito paisaje, oler una fragancia natural, sentir el aire fresco en la cara, contemplar la sonrisa de un niño o escuchar una buena música... En la medida que aprendamos a reconocer y apreciar las partes positivas, estas podrán emerger, simplemente porque las habremos enfocado y les habremos dejado espacio para manifestarse. Con la práctica cada día se nos revelarán aspectos que nos han pasado desapercibidos. Al incorporarlo en nuestra vida diaria, poco a poco nos sentiremos más reconfortados y veremos la vida con más optimismo.

Somos libres de vivir con optimismo o negatividad, de ver la oportunidad donde hay un problema o encallarnos en las dificultades de la vida. Todas y todos poseemos de manera innata uno de los dones más valiosos que nos ha dado el Universo: la libertad de elección y decisión sobre nuestros pensamientos. Nuestra libertad y realización personal empiezan por consiguiente en hacernos conscientes de ese poder, de la enorme fuerza que tenemos, percatándonos de que, en cualquier situación, podemos elegir lo que queremos pensar.

El guion del pasado resuena en el presente

Nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio tirándolo de una vez por la ventana; hay que sacarlo por la escalera, peldaño a peldaño.

MARK TWAIN

De pequeños aprendemos del exterior, captamos los mensajes, las experiencias, los valores, el comportamiento y el ambiente emocional de la familia y entorno (escuela, barrio, televisión...), tanto si nos desarrollamos en familias estructuradas como desestructuradas. Además de captar y aprender de lo que vemos y percibimos, cuando somos niños nos creemos la información que recibimos de nuestros mayores y la hacemos nuestra. En base a estas informaciones y experiencias conformamos nuestras creencias y llegamos a las primeras conclusiones de qué es la vida. A partir de cómo han sido estas experiencias, cuáles sean nuestros valores y creencias, establecemos un guion de funcionamiento. El guion que utilizamos para vivir está basado en una serie de hábitos, pautas o impulsos no conscientes que son el resultado de la influencia de nuestro modelo cultural, educación familiar y vivencias personales.

Al convertimos en adultos creemos que nuestra infancia ha quedado atrás, porque las situaciones y las personas que nos rodean son distintas. Pero si nos observamos nos daremos cuenta de que, aunque la gente y los lugares hayan cambiado, nuestras respuestas al exterior siguen siendo las mismas. Ante circunstancias parecidas reaccionamos automáticamente una y otra vez, siempre del mismo modo, como si de un proceso mecánico se tratase y del que nos resulta difícil salir. Aunque reproducir los mismos movimientos y repetir las mismas emociones de apatía, ira o rabia nos resulte cada vez más agobiante, permanecemos una y otra vez atrapados en la situación, porque es el ambiente emocional que conocemos mejor y su reproducción, aunque nos cree dolor o insatisfacción, en el fondo nos hace sentir más seguros.

Repetir el guion es repetir el ambiente emocional que aprendimos en nuestra infancia, y eso incluye tanto los conflictos y traumas debidos a la falta de cariño, la soledad y la inadecuación con respecto a la vida, como también a las vivencias de felicidad, amor y alegría que pudimos experimentar. En mayor o menor grado, recreamos la atmósfera emocional de nuestro pasado. Por ello nos emparejamos o nos asociamos con personas que, en el fondo, nos recuerdan las experiencias que vivimos con nuestro padre, madre, abuelos u otros cuidadores.

A veces mostramos al mundo nuestro dolor, reproduciendo con mucha fidelidad el guion emocional que aprendimos en la niñez. Otras veces, lo que hacemos es negarlo, reaccionando de manera contraria a nuestro modelo familiar (por ejemplo, padres muy conservadores que tienen hijos antisistema...). Pero una reacción no es más que una respuesta a algo; y en este caso, es hacer lo mismo pero desarrollando el extremo opuesto. Cuando reaccionamos opuestamente a nuestro entorno no quiere decir que estemos haciendo lo que queremos, y menos que seamos libres u originales. Aunque consigamos disimular ante los demás, si profundizamos en nuestro interior, nos daremos cuenta de que las reacciones de rechazo nos mantienen atados y nos hacen dependientes de las situaciones que nos causan dolor. Esta reacción poco tiene que ver con lo que expresaríamos o sentiríamos si estuviéramos libres de dicha influencia.

Cuando reflexionamos descubrimos que hay hechos en nuestra vida que se repiten constantemente, que ya estuvimos en circunstancias parecidas a las que vivimos ahora, y que hemos experimentado sentimientos similares muchas veces. Nuestros conflictos son el problema y también son parte de la solución. Los conflictos de hoy son el producto de lo que vivimos y asimilamos en el pasado. Y hasta que no seamos conscientes de la importancia de sanarlos permaneceremos atados a ellos, atrapados en los viejos esquemas.

Lo que nos ata no es lo que pasó, sino la dependencia emocional que mantenemos con el dolor que experimentamos. Mientras estemos encerrados en nuestro guion, sentiremos la necesidad de reproducirlo, dando la culpa a los demás, escapando de las personas que nos hirieron, intentando cambiar a familiares, socios, amigos... Mientras estemos replicando este esquema no nos daremos cuenta de que no podemos cambiar a nadie; en realidad solo nos podemos cambiar a nosotros. Tampoco existe un lugar en el mundo donde podamos escondernos de las heridas del pasado si estas todavía están abiertas.

Toma conciencia de tus vivencias personales y de los condicionamientos que de ellas puedan derivarse, y podrás conseguir poco a poco relaciones emocionales libres de su influencia. Si eres consciente de tu pasado evitarás repetirlo, del mismo modo que si conoces tus reacciones y tus dependencias emocionales podrás poco a poco cambiarlas. Puedes hacerlo porque las creencias que hoy tienes son producto del contexto cultural y familiar en el que te has criado, es decir, son valores sobrepuestos no esenciales y, por tanto, si tu experiencia personal hubiera sido otra, ahora muy probablemente tendrías otras vivencias y llegarías a conclusiones distintas sobre la existencia.

Si te das cuenta de que tus creencias son el producto de patrones adquiridos en tu niñez, que has aceptado y te has creído, y que, en consecuencia, estas creencias no son verdades absolutas y pueden estar equivocadas o no ser adecuadas para ti, puedes decidir a partir de ahora empezar a deshacer tu «hechizo», cuestionándolas. Puedes elegir entre invertir tus energías en defenderlas, evitando cambiar, o aprender la habilidad de desidentificarte de su influencia.

Empezamos a ser libres cuando integramos esto y nos damos cuenta de que podemos transformar nuestra vida, cambiando nuestra forma de pensar, lo que nos lleva a modificar nuestra forma de sentir. Al llegar a este punto nos percatamos de que la suerte no existe; es nuestra capacidad de aprender a hacer cambios en nuestra forma de pensar, lo que puede conducirnos a un destino mejor.

Cada día son más las personas que, conscientes de las creencias y programaciones negativas que arrastramos, han tomado la decisión de empezar a ejercer la capacidad de autogenerarse cambios positivos en sí mismas. Su ejemplo nos motiva y nos inspira para ver que una de las cosas más importantes que podemos hacer por nosotros mismos es invertir tiempo y energía en aprender a limpiar la mente y en atender nuestras emociones.

Cuando relacionamos las creencias del pasado con las respuestas automáticas con las que reaccionamos en el momento presente, nos percatamos de la capacidad que tenemos de transformar la realidad. Si decides limpiar tu mente de las programaciones que te limitan y sanar tus relaciones del pasado, tu decisión contribuirá a que tengas un presente más feliz y un futuro mejor y, además, las personas que te rodean, familiares, socios, amigos... quedarán libres de esa influencia.

No vemos el mundo tal cual es sino tal cual somos

Al recoger las piedras que me lanzaron, vi que una era una joya.

POEMA JAPONÉS

Nuestra cultura nos ha acostumbrado a pensar que lo que percibimos a través de los sentidos (vista, oído...) es lo real. Como estamos convencidos de ello, pensamos que los demás ven y oyen lo mismo que nosotros. Y cuando ocurre algo que nos hace pensar que el otro no ve ni percibe las cosas igual, nos decepcionamos e incluso nos enfadamos. Mientras pensamos que lo que vemos y vivimos es real, no nos damos cuenta de que es una fantasía mental; una creación nuestra, un mundo paralelo, construido por creencias y vivencias psicológicas de las que no somos conscientes.

El mundo que vemos en el exterior es el resultado de nuestras proyecciones. Nuestra mente funciona como un proyector de cine, a través del cual vemos las imágenes que previamente se han introducido en él. Materializamos en el exterior las creencias positivas y negativas que hemos asimilado a lo largo de la vida; vemos en el exterior la confirmación de lo que pensamos y creemos. Y también lo que tenemos pendiente por resolver.

Mediante la proyección nuestra mente establece un discurso muy claro: nos hace creer que lo que ocurre en nuestra vida sucede y se decide fuera de nosotros y, por lo tanto, somos las víctimas más que los creadores o los responsables de nuestras relaciones y circunstancias. La mente nos hace creer que somos seres incompletos, que estamos solos, separados del resto de la humanidad y, en consecuencia, que es imposible llegar a experimentar la felicidad y una verdadera unión con nuestros semejantes.

La proyección es el mecanismo que nos hace llegar a la conclusión de que los problemas que tenemos son culpa de los demás. Proyectar en el exterior es una de las maneras más recurrentes y poco constructivas de evadir nuestra responsabilidad, de no trabajar nuestros defectos y adjudicarlos al otro. Como popularmente se dice, vemos la brizna en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el propio.

Todos los engaños que nos puedan hacer son incomparables con el autoengaño continuado que nos hacemos a nosotros mismos. Nuestra mente, a través del mecanismo de la proyección, nos lleva a creer que lo que vemos en el exterior no tiene que ver con nosotros puesto que pertenece a otra persona o a una determinada situación. Nos convence de que los problemas que tenemos son culpa de otras personas cuando en realidad, si analizamos nuestra vida en profundidad, veremos que de alguna forma, una parte tiene que ver con nosotros.

Gracias al mecanismo de la proyección, el exterior se convierte en un gran espejo que nos muestra lo que manteníamos escondido y no queríamos ver, sacándolo a la superficie, las veces que sea necesario, a través de situaciones o personas, hasta que podamos verlo. Es decir, nos muestra nuestra sombra, aquella parte de nuestra personalidad donde se hallan los aspectos que repudiamos; las partes de nosotros mismos de las que nos avergonzamos, los asuntos que tenemos por resolver y que alimentamos con el miedo, la negación y el rechazo. Debido a la dificultad de reconocer y aceptar estas partes de las que no somos conscientes, lo que hacemos es proyectarlas en el exterior.

Para conocernos mejor, hemos de aprender a relacionar el exterior con lo que ocurre en nuestro interior, no como algo separado, sino como una continuación de nosotros mismos, como una parte que no sabíamos que era nuestra. Podemos trasladar esta forma de interpretar lo que vivimos en situaciones comunes, dándonos cuenta de los mensajes que encierran las circunstancias que se dan en nuestra vida.

Por ejemplo, si percibimos que algunas personas de nuestro entorno no nos escuchan lo suficiente, o no nos tratan como nos gustaría, podemos simplemente llegar a la conclusión de que la gente va a la suya, que es difícil tener relaciones satisfactorias, o podemos contar hasta diez para ir más a fondo y aprovechar para revisarnos interiormente.

Quizás esta situación nos traiga un mensaje que necesitamos ver. Tal vez nos sirva para tomar conciencia de cómo nosotros nos comportamos con otras personas. Si este ejercicio lo hacemos con sinceridad es posible que descubramos que hacemos lo mismo, que tampoco escuchamos lo suficiente, puesto que siempre estamos deseosos de hablar y decir la última palabra. Al percatarnos de esto, la misma situación nos está señalando que si queremos que nuestras relaciones personales sean mejores, es necesario que nos hagamos conscientes de cómo tratamos al otro. De esta forma, dejamos de juzgar a los demás, de estar pendientes de lo que hacen para pasar a hacer cambios en nosotros, empezando por escuchar y mejorando nuestro trato a los demás.

La misma situación tal vez nos puede ser útil para explorar otra posibilidad: que esa circunstancia sea el reflejo de nuestra autoestima depreciada. Cuando nos tratan mal, deberíamos preguntarnos si lo que nos hacen tiene que ver con lo que nos hacemos a nosotros mismos. Entonces, tomamos conciencia de que esa vivencia desagradable nos invita a recordar que, si queremos que el exterior nos trate mejor, hemos de aprender a aceptarnos y amarnos, lo que también tiene que ver con aprender a poner límites y no permitir que otras personas nos hagan daño.

Ver el exterior como un espejo nos puede servir especialmente en aquellos casos en los que por motivos de trabajo, relación familiar... hemos de relacionarnos con personas que nos ponen nerviosos. En estas circunstancias, nos sería de gran utilidad considerar la posibilidad de que esa persona con la que «tropezamos» nos esté mostrando nuestra sombra.

No se trata de llevar las cosas al límite, sino de ver las conexiones que pueda haber en común y las enseñanzas que acompañan a la situación. Aunque a primera vista parezca que la persona que tenemos delante no guarda ninguna relación con nosotros, si atendemos nuestra respuesta corporal y nos autoescuchamos, comprobaremos que entre los dos hay puntos de contacto, pues cada uno representa un aspecto del conflicto interno.

A modo de ejemplo, nos podríamos preguntar: «¿tengo en común alguna cosa con esa persona?», «¿qué es lo que realmente me molesta, lo que hace o cómo me lo tomo yo?», «por temas distintos o parecidos, ¿reacciono igual que esta persona?», «¿me recuerda a alguien de mi pasado?», «¿lo que siento ante esta persona o su comportamiento es algo que se repite en mi vida?»...

Ver la vida como un espejo se convierte también en un mecanismo especialmente valioso en situaciones en las que hablando con alguien, al mencionar una palabra o sacar un tema de conversación, inexplicablemente me altero; «tomo nota» de ello, de este modo la situación me sirve para revisar mi interior. La respuesta que he dado me ayuda a ver si esa situación es mía o no, el grado en que me afecta, en la medida que se repite en mi vida.

Observando el exterior en clave de crecimiento, tengo en cuenta mis reacciones y puedo ver las cosas que tengo que solucionar; en vez de vivir desconectado de mis propias emociones y creaciones, puedo acometer la sana tarea de atenderlas. Así puedo salir del engaño en el que estaba: «a mí no me pasa nada», «el exterior tiene la culpa de lo que me pasa», «yo no tengo nada que cambiar, ni ninguna responsabilidad que tomar», «quienes tienen que cambiar son los demás».

Este tipo de experiencias son la clave para comprender que lo que debemos modificar es la perspectiva; cambiando el enfoque podremos ver que a través del exterior se nos devuelve una imagen de nosotros más completa y más certera. Si aceptamos nuestras facetas menos agradables y atractivas, con el tiempo dejarán de molestarnos. Si nos resistimos o las negamos, permanecerán ahí. Al respecto de ver la vida como un espejo el Dr. Deepak Chopra nos dice:

La naturaleza esencial del Universo es la coexistencia de valores opuestos. No puedes ser valeroso si no tienes a un cobarde en tu interior; no puedes ser generoso si no tienes a un tacaño; no puedes ser virtuoso si no tienes la capacidad para actuar con maldad [ ... ]. Cuando estamos dispuestos a aceptar los lados luminosos y oscuros de nuestro ser, podemos empezar a curarnos y curar nuestras relaciones. Todos somos multidimensionales, omnidimensionales… Todo lo que existe en algún lugar del mundo también existe en nosotros. Cuando aceptamos esos distintos aspectos de nuestro ser, nuestra conexión con la conciencia universal y expandimos nuestra conciencia personal. 1

Generalmente lo que nos atrae como lo que repudiamos de una determinada persona o situación está en nosotros, de una manera u otra, aunque no queramos ver que lo tenemos, a pesar de que no seamos conscientes de que existe en nuestro interior.

La proyección actúa del mismo modo para las situaciones positivas. Cuando sentimos admiración ante determinadas personas por sus cualidades o valores, o nos emocionamos ante la belleza de una obra de arte o de un paisaje, eso también está en nosotros. La técnica del espejo nos muestra en el exterior los aspectos que muchas veces habíamos pensado que nos gustaría tener, pero que en realidad ya teníamos sin tan siquiera saberlo. En esta ocasión el exterior nos muestra partes positivas con el fin de que podamos reconocerlas e integrarlas como cualidades o virtudes de nuestra personalidad.

Los seres humanos nos sentimos atraídos o repelidos de acuerdo a lo que existe en nuestro interior. La repulsión y la atracción son distintas caras de la misma moneda. El mecanismo del espejo nos ayuda a interpretar la realidad, siempre y cuando lo acompañemos y lo confirmemos con el hábito de percibir, sentir y experimentar nuestras emociones. Esto quiere decir que ante el comportamiento desagradable de una persona, bien sea por su actitud, palabras o gestos, aprovecho la situación para practicar, dejándome sentir si me está mostrando algo que es mío o no lo es.

Tal vez la situación simplemente me hace sentir mal, pero no sepa con certeza qué me está pasando. Por eso esa circunstancia me sirve para autoexplorarme. «Qué está ocurriendo dentro de mí?», «qué estoy sintiendo?». Autoobservando cómo reacciono y sintiendo qué ocurre en mi estómago, cuello, plexo solar, manos, piernas (sudor, temblor...), voy registrando las emociones que me transmite esa situación. De algún modo lo que me molesta del exterior, si «me toca», si me resuena, me ayuda a ver algo que es mío y, de esta manera, puedo a través de esa experiencia aceptar lo que me pasa, conocerme y comprenderme mejor.

La interpretación del espejo dependerá sobre todo del grado de madurez emocional que tengamos. Si somos honestos utilizaremos este mecanismo para hacernos conscientes de todas las facetas de nuestra personalidad, con el sano propósito de limar los cantos duros de nuestro carácter y así convertirnos en mejores personas, en seres más humildes y compasivos.

Pero como todo en la vida también podemos utilizar esta información para fortalecer las defensas de nuestro ego, dándole alimento intelectual y con ello reforzar nuestro autoengaño. En este caso solo nos protegeremos de cualquier cambio, negaremos lo que nos muestra el espejo y evadiremos la parte de nuestra responsabilidad de lo que hemos creado, atacando a los demás diciendo: «esto lo has creado tú, es una proyección tuya».

Бесплатный фрагмент закончился.

812,99 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
170 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788412054958
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают