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SEGUNDA MARCA
Teología bíblica

Recuerdo que una vez mientras estaba en un seminario doctrinal hice un comentario acerca de Dios con base en la Biblia. Bill, otro estudiante de la clase, respondió amable pero firmemente que él prefería pensar en Dios de una forma diferente. Él prefería pensar que Dios es sabio, pero no entrometido; compasivo, pero nunca dominante; siempre hábil, pero sin interrumpir. «Así», dijo Bill, «es como me gusta pensar acerca de Dios».

Mi respuesta tal vez fue más cortante de lo que debería haber sido. «Gracias, Bill», dije, «por contarnos tanto acerca de ti, pero estamos interesados en conocer a Dios como realmente es, no simplemente según nuestros propios deseos».

Los asistentes al seminario guardaron silencio por un momento mientras asimilaban mi infracción de los buenos modales, pero también estaban asimilando mi punto. Luego hice algunos sonidos de apreciación hacia Bill, y continuamos nuestra discusión acerca de la naturaleza y el carácter de Dios como se revelan en la Biblia.

¿Cómo crees que es Dios? No cómo quieres que sea Dios, sino ¿cómo puedes conciliar al Dios de la navidad con el Dios del gran juicio final? Para algunos, toda esta discusión tal vez parezca absurda. ¿Por qué gastar energía considerando lo que las personas creen acerca de un ser invisible?

Puedo entender el escepticismo en cuanto a la importancia de la naturaleza de Dios. En muchos sentidos, las creencias religiosas parecen ser irrelevantes en nuestro mundo. En la televisión vemos a católicos romanos adulando al papa al mismo tiempo que ignoran sus enseñanzas acerca de los anticonceptivos y el aborto. Los bautistas del sur, quienes solían ser conocidos por denunciar el sexo ilícito, las drogas y la música rock —para evitar ser tentados al baile, la bebida o a jugar cartas— ahora son vistos como cristianos antinomianos que han hecho la paz con una moralidad que aprueba cualquier cosa.

Esta desatención a las convicciones encaja con la impaciencia ante los detalles característica de nuestra cultura. En la sociedad de hoy, las creencias han sido domesticadas. Ya no debatimos acerca de ellas. A muchos ya ni les importan. Después de todo, pensamos, muchas creencias no son más que modas pasajeras o expresiones momentáneas de deseos individuales. Los estadounidenses fabrican religiones de diseñador y creencias de bufé —«Oh, tomaré un poco de esto del hinduismo, un poco de esto del cristianismo, un poco de esto de mi abuela»— y crean sus propias religiones individuales. Las personas de hoy creen que lo verdadero es simplemente lo que desean que sea verdadero.

Creencias cristianas que han sido proclamadas durante siglos, y abarcan todo desde la naturaleza de Dios hasta la moralidad, han sido reconfiguradas y se han vuelto intrascendentes para muchas personas. Han sido abandonadas con el supuesto objetivo de hacer que el cristianismo sea más relevante, más agradable, más aceptable al oyente de hoy.

¿Cuán relevantes son tus propias creencias para tu vida diaria? La última vez que estuviste en la iglesia, ¿qué tanto consideraste las palabras de las oraciones que escuchaste? ¿Cuánto pensaste en las palabras de las canciones que entonaste? ¿Qué piensas de las palabras que escuchaste de la Escritura? ¿Te importa realmente si lo que dijiste o cantaste en la iglesia es verdad?

Al fin y al cabo, ¿realmente es importante la verdad? Si asisto a la iglesia, y soy amigable, y me siento animado, y si doy de mi tiempo para estar ahí e incluso doy de mi dinero, ¿qué tanto importa si en lo profundo de mi corazón no creo realmente las cosas que la gente a mi alrededor dice, y que tal vez incluso yo digo?

Hasta donde sé, mi único pariente famoso es Samuel F. B. Morse, inventor del código de telégrafo que lleva su nombre. Él fue, según me cuentan, el primo de la madre del padre, de la madre de mi madre. (¡Y no me digas que sus padres no tuvieron hermanos!). En febrero de 1999, después de ser usado por más de noventa años, el código morse dejó de usarse como el medio oficial de comunicación en los barcos, dando lugar a un sistema satelital a bordo. Sin duda, es necesario tener algún tipo de marco de referencia para la navegación de los barcos, ya sea la Estrella Polar o un sistema de posicionamiento global.

Esas referencias son importantes, no solo para los barcos sino también para los individuos y las iglesias. Necesitamos tener lo que los literatos llaman una «metanarrativa» —un significado, un marco de referencia. Hoy en día esos esquemas son ignorados e incluso percibidos con hostilidad. Esta hostilidad no es algo nuevo que ha llegado con el posmodernismo; ha existido durante mucho tiempo. Hace más de cincuenta años, Karl Popper escribió su gran obra La sociedad abierta y sus enemigos28. Él dedicó el último capítulo a negar específicamente la idea de que la historia tiene significado. Popper estaba convencido de que decir que la historia tiene significado es peligroso. Él creía esto porque era un judío austríaco que había huido de la ocupación nazi en Viena. Los nazis, como los marxistas, justificaban sus acciones en términos del propósito que ellos veían en la historia.

Al reflexionar acerca de el libro de Popper y respecto a este tema de la teología bíblica —la teología de toda la Biblia— veo una ironía demoníaca en la afirmación posmoderna de que los significados generales nos oprimen. Los posmodernistas creen que las metanarrativas son «totalitarias». Es decir, que nos oprimen al hacernos ver todo desde su punto de vista. Muchos están calificando todas esas «metanarrativas» como opresivas, pero la «metanarrativa» de Dios no oprime — ¡libera!

En el capítulo anterior consideramos la importancia de la predicación expositiva. Sin embargo, no solo debería preocuparnos cómo somos enseñados, sino —lo más importante— qué se nos enseña específicamente. Deberíamos querer pastores que prediquen la Palabra de Dios, pero también deberíamos escuchar cuidadosamente lo que el pastor dice y determinar si lo que dice está de acuerdo con la Palabra de Dios. No necesitamos predicadores que simplemente afirmen predicar la Palabra; necesitamos pastores que prediquen sermones claramente en línea con lo que la Palabra de Dios realmente enseña. Esto es especialmente importante cuando se trata de enseñanzas acerca de la naturaleza y el carácter de Dios mismo. Una de las principales marcas de una iglesia sana es una comprensión bíblica del carácter de Dios y Su trato con nosotros.

En este capítulo, por tanto, buscaremos descubrir las líneas más importantes de la gran historia de la Biblia —su metanarrativa, si quieres llamarla así. Si entendemos estas líneas principales con más claridad, entonces entenderemos al Dios de la Biblia con más claridad. Estas cinco palabras resumen lo que la Biblia nos enseña acerca de Dios: Él es creador; Él es santo; Él es fiel; Él es amoroso; y Él es soberano.

Considera cada una de estas verdades mientras vemos cómo son presentadas en la Biblia, y trata de imaginar lo diferente que sería todo si cualquiera de estas cosas no fuera verdad.

EL DIOS DE LA BIBLIA ES UN DIOS CREADOR

Desde el comienzo de la Biblia, vemos que Dios es un Dios creador. Aprendemos que Él creó el mundo y un pueblo especial para Él mismo en el mundo.

En ocasiones se habla de la Biblia como si fuera una colección de pensamientos éticos nobles. Pero si has leído realmente la Biblia, sabes que está llena de historia. Gran parte de la Biblia es una larga historia acerca de lo que sucede con Dios y el mundo que Él ha hecho. Sé que mucha gente se desconecta de inmediato apenas escucha la palabra historia, pero la historia de la Biblia es una historia maravillosa. Comienza con nada, y luego nada se convierte en algo. Eso es lo más sorprendente que jamás se haya concebido. Después de que la nada se ha convertido en algo, Dios hace la primera Creación inanimada. Luego crea la vida animada. Y finalmente Dios crea al hombre y a la mujer a Su propia imagen.

Dios nos da la historia del jardín del Edén, y luego la historia de la caída. A partir de ese momento, las cosas continúan cuesta abajo, desde Caín hasta llegar a Noé. Luego leemos acerca del diluvio, y después de Noé hay desintegración otra vez, hasta el momento de la Torre de Babel.

Entonces Dios llama a Abraham. Aquí comienza la historia especial de cómo Dios crea un pueblo particular para Él mismo. Su pueblo experimenta un periodo corto de prosperidad, pero luego Israel cae en esclavitud durante siglos. Moisés lidera el éxodo, cuando Dios libera a Su pueblo de la esclavitud, y después Dios les da la Ley. Finalmente, el pueblo entra en la Tierra Prometida.

De manera que vemos que el Antiguo Testamento no nos da una teología inconexa acerca de Dios, ni una simple lista de ideas filosóficas, sino una revelación muy específica y concreta de Quién es Dios y cómo es Él.

Aunque con discontinuidades importantes, tenemos una historia con todos estos mismos elementos en el Nuevo Testamento. Tenemos un pueblo que existe absolutamente por la gracia de Dios y que depende totalmente de Sus promesas.

Cuando los empleadores anuncian una nueva oferta de trabajo, los currículums de potenciales empleados llegan por montones. Los jefes saben que una cosa es ver una hoja de vida por escrito, y otra muy diferente trabajar con una persona. Por eso los empleadores llaman a contactos de referencia —ellos quieren saber cómo es realmente interactuar con una persona en particular. En el Antiguo Testamento, Dios no nos ha dado solo un currículum con algunas verdades abstractas acerca de Sí mismo. Él ha provisto un relato de lo que realmente es vivir con Dios, lo que es conocerle e interactuar con Él. Cuando leemos esta historia, aprendemos lo que significa ser el pueblo de Dios, y vemos mucho de cómo es Dios.

Necesitamos entender la verdad que la Biblia presenta acerca de Dios y respecto a nosotros. La enseñanza sana en nuestras iglesias debe incluir un compromiso claro con las enseñanzas de la Biblia, aun si estas enseñanzas son desatendidas por muchas iglesias. Para aprender la sana doctrina de la Biblia, debemos estudiar incluso las doctrinas que pueden ser difíciles o potencialmente divisivas, pero que son fundamentales en nuestro entendimiento de Dios. La teología no es simplemente una cuestión abstrusa, abstracta o académica. La teología bíblica es una marca de una iglesia sana.

Algo que queda claro a partir de nuestro breve estudio de Dios como Creador es que Él creó y escogió a una nación particular como Su pueblo especial. Algunos dicen que tal elección de Dios fue en cierto sentido injusta. Sin embargo, «injusto» no es una categoría que deberíamos aplicar a Dios. E incluso si fuera una categoría que pudiéramos aplicar a Dios, ¡nosotros no somos nadie para hacerlo! Nuestro egocentrismo y arrogancia son tan grandes como para pensar que estamos en la posición de determinar si Dios, el Creador del universo, está siendo justo o injusto.

La historia registrada en la Biblia nos muestra explícitamente que Dios es un Dios creador y que Él es un Dios que elige. Aunque no podemos entender por completo estas verdades, la Biblia enseña indiscutiblemente que nuestra salvación en última instancia viene de Dios y no de nosotros mismos, incluso si no podemos comprender en el presente todas las implicaciones de esta verdad.

Debemos reconocer que Dios es el Gran Iniciador, el Gran Dador, el Creador del mundo, el Creador de Su pueblo, el Autor de nuestra fe. Así es Dios. Él es un Dios creador.

EL DIOS DE LA BIBLIA ES UN DIOS SANTO

Si vamos a entender toda la historia de la Biblia, no solo debemos entender que Dios es un Dios creador, también debemos entender que Él no es un Dios moralmente indiferente, como si hubiera fabricado el reloj, lo hubiera puesto a funcionar y luego se hubiera retirado. Dios no se ha desentendido de Su Creación. Al leer las páginas de la Biblia, vemos a un Dios apasionado por la santidad.

Cuando nuestra iglesia celebra la Cena del Señor, escuchamos las palabras que Jesús dijo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros es derramada» (Lucas 22:20). Este lenguaje de pacto viene directamente del Antiguo Testamento. A veces los teólogos dicen que este lenguaje suena frío o seco, pero la idea de pacto no tiene nada de eso. No es solamente una relación legal. En el Antiguo Testamento, encontramos que el lenguaje de pacto es un lenguaje de relación personal. Considera tu propia vida. Los compromisos de pacto que haces son las relaciones más importantes, profundas y delicadas de tu vida. La relación matrimonial, especialmente, es una relación de pacto a la cual entras delante de Dios, prometiendo amar, cuidar y dar. Y cuando leemos en la Biblia acerca de la pasión de Dios por la santidad, la encontramos en el contexto de Su pacto con nosotros.

La pasión de Dios por la santidad, sin embargo, supone un problema cuando Él busca una relación con nosotros. Porque en lugar de ser santos, nosotros los humanos pecamos —y aún así estamos llamados a relacionarnos con un Dios santo. En español tenemos la palabra expiación, que en un sentido transmite la idea de «enmendar». La expiación es necesaria porque necesitamos ser reconciliados con — enmendar nuestra relación con— este Dios santo. Como pecadores nos hemos separado de Dios, y por tanto necesitamos ser reconciliados con Él. Toda persona necesita preguntarse: ¿cómo puedo relacionarme con un Dios santo?

Necesitamos la reconciliación porque el pecado nos separa de Dios (Proverbios 15:29; Isaías 59:2; Habacuc 1:13; Colosenses 1:21; Hebreos 10:27). De acuerdo con la Biblia, todas las personas son pecadoras (1 Reyes 8:46; Salmo 14:3; Proverbios 20:9; Eclesiastés 7:20; Marcos 10:18; Romanos 3:23) y son incapaces de lidiar con el pecado por sí mismas (Romanos 3:20; Gálatas 2:16). El pecado, quebrantar los mandamientos divinos, requiere reparación.

En el Antiguo Testamento, esta idea de expiación está ligada a los sacrificios como la manera que Dios provee para que nosotros hagamos reparación y que nuestra relación con Él sea restaurada. Eso no significa que quienes presentan el sacrificio están tratando penosamente de aplacar un volcán, como pasa en los libros o en las películas. La idea del sacrificio en el Antiguo Testamento no involucra esfuerzos humanos para ganar el favor de Dios. En cambio, es la revelación de Dios a Su pueblo de cómo podemos llegar a conocerlo, de cómo podemos encontrar nuestro camino hacia Él a pesar de nuestro pecado. El Dios vivo ha hablado, proporcionando un camino de reconciliación.

La idea de sacrificio parece ser intrínseca a la Biblia. Caín y Abel ofrecieron sacrificios. El cordero de la pascua (Éxodo 12), que debía ser sin defecto, tenía que ser matado y ofrecido como sacrificio. Su sangre era para marcar las casas que Dios salvaría. La vida del primogénito (quien representaba a toda la familia) sería exigida. Dios dijo: «y veré la sangre…» (Éxodo 12:13). El objetivo de este sacrificio era claramente la satisfacción de Dios.

Encontramos sacrificios nuevamente en el libro de Levítico, enseñando a la gente que el pecado contaminaba; que costaba la vida; que nos separaba de Dios. Un Dios santo debe separarse de un pueblo pecaminoso. Estos sacrificios mostraban al pueblo de Dios que la santidad era necesaria y que, debido a que ellos no eran santos, necesitaban algún tipo de expiación, alguna forma de reconciliación con Dios. Estos sacrificios apuntaban a la restauración de la relación del pueblo con Dios. Todas las ofrendas tenían que ser voluntarias, costosas, propiedad de quien las traía, y debían ser acompañadas por confesión de pecados, de acuerdo con las prescripciones de Dios.

Había una diferencia importante entre los sacrificios bíblicos y otros sacrificios antiguos. Bíblicamente, los sacrificios no eran traídos por los agradecidos sino por los culpables; no eran traídos por los ignorantes sino por los instruidos. La vida de la víctima animal, simbolizada por su sangre, era requerida en intercambio por la vida del ser humano culpable que venía a adorar. Los sacrificios mostraban que el pecado es serio y que cuesta la vida. Quizás Dios estaba implantando simbólicamente en la mente de Su pueblo la idea del inocente dado en lugar del culpable. Estos sacrificios enseñaban que el pecado contamina. Por eso el templo tenía ese diseño, con el acceso al Lugar Santísimo restringido, mostrando cómo el pecado impide el acceso a un Dios santo. Estos sacrificios mostraban que la purificación es necesaria, y que el pecado es tan serio que es necesaria la muerte para hacer expiación por él. La salvación y el perdón son costosos.

Vemos el costo del perdón especialmente en el día de la expiación, el día de ayuno prescrito para todo el pueblo de Israel. El día de la expiación estaba centrado en una ofrenda especial por el pecado de toda la nación. Servía como un recordatorio de que todas las otras ofrendas regulares por el pecado no expiaban completamente el pecado (cf. Levítico 16). El sumo sacerdote, como representante del pueblo, entraba al Lugar Santísimo un solo día del año para acceder a Dios, porque esta expiación tenía que ser hecha en la presencia misma de Dios. El sumo sacerdote cargaba la sangre del cordero, la ofrenda por el pecado (cf. Hebreos 9:7). Primero hacía expiación por sí mismo — porque él mismo debía ser limpiado— luego por el pueblo. Y cuando él traía esa sangre al Lugar Santísimo, ¿quién podía verlo? Solo Dios. El punto de este sacrificio, el punto de la expiación, era la reconciliación de Dios con Su pueblo.

Es particularmente interesante que este sacrificio de expiación se repitiera anualmente. Otras naciones entraban en un frenesí de sacrificios cada vez que pensaban que las cosas les estaban saliendo mal. Pero a Israel se le enseñó desde el comienzo que independientemente de cuán buenas o malas fueran sus circunstancias, ellos tenían que hacer este sacrificio cada año —como para recordarles que estaban continuamente en un estado de pecado, que el pecado separa a las personas de Dios, que ellos nunca podrían ofrecer un sacrificio perfecto, y que es Dios mismo Quien provee el camino de acceso a Él cuando les perdona sus pecados.

¿Qué significa todo esto para nosotros? Creo que de manera muy práctica esto plantea preguntas como: ¿qué clase de personas somos nosotros? ¿Somos tan malos como la gente en el Antiguo Testamento debió haber sido para requerir tan complejo sistema de sacrificios? ¿Las personas son básicamente buenas o malas? Nuestras respuestas determinarán lo que pensamos que necesita hacer una iglesia. Si las personas son básicamente buenas, entonces una iglesia necesita ser un lugar donde las personas van en busca de ánimo o tal vez para mejorar su autoestima. La gente necesita tomar el bien que hay en su interior y edificar sobre ello. Sin embargo, si algo está radicalmente mal con nosotros los humanos, si estamos espiritualmente muertos, somos culpables delante de Dios, y estamos separados de Él, entonces las iglesias tienen que hacer algo diferente. Las iglesias necesitan presentar el evangelio con claridad. Las iglesias necesitan decirle a la gente cómo encontrar perdón para sus pecados y cómo encontrar vida nueva.

Nuestra manera de «hacer iglesia» depende de cómo entendemos a Dios y a nosotros mismos. Para ser bíblicos, debemos saber que Dios es un Dios santo y que nosotros, por naturaleza, estamos muertos en nuestros pecados y transgresiones, y nos encontramos bajo Su justa condenación.

EL DIOS DE LA BIBLIA ES UN DIOS FIEL

Dios es un Dios creador y un Dios santo,y Él también es un Dios fiel. Esto nos trae al enigma del Antiguo Testamento. En Éxodo 34:6–7 (LBLA), el Señor le dice a Moisés algo sorprendente —especialmente dado que Dios es el gran Creador que hizo el mundo y que nuestro pecado causó una ruptura en Su Creación. Considera la pasión de Dios por la santidad y cómo eso encaja con el siguiente pasaje, cuando el Señor se revela a Sí mismo y Su carácter:

El SEÑOR, el SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; el que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación.

¿Cómo pueden las dos últimas frases encajar juntas? El Señor es «abundante en misericordia y fidelidad, que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado», y, sin embargo, «no tendrá por inocente al culpable».

Para entender al Dios de la Biblia, debemos entender este pasaje. Esta es la promesa de esperanza de redención para el pueblo de Dios. La imagen bíblica del Señor no es la de un Dios indiferente que condena con severidad. Dios no es solamente santo y justo en Su compromiso inquebrantable de oponerse al pecado y castigarlo; Él también es fiel a Sus promesas. A través de la historia, Dios planeó y prometió revelar Su gloria a Su pueblo. Y así lo hizo. Pero, ¿cómo pudo el Señor «perdonar la maldad» y aun así «no dejar al culpable sin castigo»?

La respuesta a este misterio no se encontraba en estos israelitas, sino en Dios y Sus promesas —particularmente en la persona que Él había prometido. En el Antiguo Testamento, la esperanza estaba ligada a un sacrificio expiatorio, una propiciación para aplacar la justa ira de Dios. La esperanza requería un sustituto inocente que sufriera y muriera recibiendo el castigo del culpable. Y aparentemente la esperanza requería alguna relación entre quien ofrecía el sacrificio y la víctima.

En la época de Cristo, las personas no estaban preguntándose si un Mesías vendría. Ellos lo daban por sentado. Los primeros capítulos de cada evangelio muestran que las personas estaban buscando un Mesías, el Ungido que el Señor había prometido que vendría. El Señor había dicho a través de Moisés que Él levantaría un profeta (cf. Deuteronomio 18:15–19). Pero cuando este profeta vino, tomó a todos por sorpresa, porque Él —Jesús— cumplió no solo las profecías concernientes al reinado del Mesías (que la mayoría de las personas aceptaban con agrado), sino también las profecías acerca del Mesías sufriente, Quien sería rechazado y sufriría en lugar de Su pueblo.

De hecho, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos enseñan que este Mesías rey sufriente es nuestra única esperanza. Jesús resuelve el enigma de Éxodo 34. Él muestra cómo Dios puede perdonar nuestra maldad y al mismo tiempo castigar al culpable.

Para entender a Jesús es necesario entender lo que Él vino a hacer. Él vino como el Único por medio de Quien tú y yo podemos tener una relación restaurada con Dios. Él es aquel a Quien el pueblo de Dios había esperado tanto tiempo. Mientras que Adán e Israel fallaron y fueron infieles, Jesús sobrevivió a las tentaciones sin pecado. Aquí está el Profeta prometido por Moisés, el Rey prefigurado por David, e incluso el «Hijo de Hombre» divino de Daniel 7. Todos estos vinieron en Jesús de Nazaret. Él es el Verbo de Dios hecho carne. Él es nuestro sustituto prefigurado. Él es el Cordero de Dios, sacrificado por los pecados de Su pueblo.

Jesucristo es el cumplimiento fiel de las promesas de Dios. Nuestro Dios creador y santo también es un Dios increíblemente fiel.

EL DIOS DE LA BIBLIA ES UN DIOS AMOROSO

Estrechamente ligado a la fidelidad de Dios está el hecho de que Él es un Dios de amor, con un amor especial por Su pueblo del pacto. Dios nos hizo para reflejar Su imagen. Dios nos creó para estar en pacto con Él. Entonces ¿cómo podía el Señor «perdonar la maldad» y, aun así, «no dejar al culpable sin castigo»? La respuesta, como vimos antes, se encuentra en Jesús. Él es aquel que, aunque no era culpable, tomó nuestra culpa y fue castigado por ella. Esto es lo que Jesús enseñó a Sus discípulos en Lucas 24:

Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían […] Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (v. 27, 45–47).

«Así está escrito»; esto es lo que el Señor había profetizado —que Él mostraría Su amor a Su pueblo de esta manera particular. Recuerda las famosas profecías de Isaías 53:

Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros (Isaías 53:4–6).

¡Cristo hizo esto por amor! Así como Él enseñó a Sus discípulos: «el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45).

Pablo también describió a Cristo como

el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:6–8).

Al tercer día Cristo resucitó. Y Sus discípulos, llenos del Espíritu Santo, comenzaron a predicar. En el primer sermón cristiano, Pedro dijo:

Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella (Hechos 2:22–24).

Así pues, en el Nuevo Testamento encontramos que Dios cumple todas Sus promesas debido a Su amor de pacto por Su pueblo. Y si somos cristianos hoy, es porque Dios continúa cumpliendo esas promesas.

¿Qué significa llegar a ser parte del pueblo del pacto de Dios, ser cristiano? ¿Qué sucede cuando alguien se convierte en cristiano? ¿Es simplemente cuestión de tomar una decisión? ¿Es cuestión de hacer una oración? ¿Necesitamos arrepentirnos? ¿Necesitamos creer? En caso de que nos arrepintamos y creamos ¿cómo somos capaces de hacerlo —si somos tan malos como la Escritura dice que somos? Si estamos muertos en nuestros pecados y transgresiones, ¿cómo es que de repente nos arrepentimos y creemos?

En última instancia, nuestro arrepentimiento y fe tienen que ver más con Dios que con nosotros. La realidad de nuestra salvación debe mostrarnos algo muy importante acerca de Dios. Como Juan escribió, «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados […] Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:10, 19).

¡El Dios de la Biblia es un Dios de amor asombroso!

EL DIOS DE LA BIBLIA ES UN DIOS SOBERANO

Finalmente, encontramos que Dios es un Dios soberano y que, en Su soberanía, toda la Creación participará de Su amor renovador.

La oración que Jesús enseñó a Sus discípulos arraiga su fe firmemente en el gobierno y reinado de Dios —cuya voluntad debe ser hecha. «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6:10). ¿Te has preguntado qué significa esto?

Algunas personas limitan sus esperanzas de manera consciente al presente, a cosas que ellos pueden prometer y cumplir en su propio poder y fuerza —cosas de las cuales pueden estar seguros. Ellos no quieren fijar sus corazones en otra cosa. Se han quemado muchas veces. Ellos no pondrán su confianza en promesas cuyo cumplimiento no pueden garantizar.

Sin embargo, el cristianismo nunca ha sido así. Los cristianos siempre hemos tenido una esperanza que se extiende por encima de nosotros mismos y excede cualquier cosa que pudiéramos hacer en nuestras propias fuerzas. Pedro escribió: «Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (2 Pedro 3:13). Esto apunta al cumplimiento de esa esperanza que es tanto la última como la primera en la Biblia —la esperanza de que todo el mundo será restaurado, a medida que el plan soberano de Dios se extiende desde Cristo hasta Su pueblo del pacto y hasta la Creación misma.

Encontramos esta esperanza al final de la Biblia. El libro de Apocalipsis continúa la tradición profética del Antiguo Testamento, pero con algunos cambios. Apocalipsis es presentado como la culminación de los planes de Dios de tener un pueblo en una relación correcta con Él. Cuando la Iglesia militante llega a ser la Iglesia triunfante, los cielos y la tierra son creados de nuevo (cf. Apocalipsis 21:1–4; 21:22–22:5). Vemos el clímax del cumplimiento de todas las promesas de Dios a Su pueblo. Finalmente el pueblo de Dios es verdaderamente santo y está con Él. El jardín de Edén está restaurado. La presencia de Dios está nuevamente con Su pueblo. La Ciudad Santa (21:2) tiene la forma de un cubo, como el Lugar Santísimo en el Antiguo Testamento donde estaba la presencia de Dios —solo que ahora incluye a todo el pueblo de Dios, de todas las épocas y lugares. El mundo entero se convierte en el Lugar Santísimo.

Esta es la gran noticia que los cristianos tienen para ofrecer. Esta es nuestra visión del futuro —no porque así lo imaginamos; no porque un comité en algún lugar lo escribió; no porque sea una respuesta a cómo quisiéramos que fuera (como mi amigo Bill) —sino porque esto es lo que Dios ha revelado.

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