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Querida prima:

Fuimos a una amueblada en el auto del padre de Norberto, no necesitamos hacer la calesita para esperar que se apagara la luz roja, podíamos dar las vueltas que se nos diera la gana. Durante el viaje él prendió la radio, Leonardo Favio cantaba Fuiste mía un verano, era para enloquecer ahí mismo. Cuando Norberto soltaba la palanca de cambio, metía la mano bien arriba. Yo me había comprado un soutien Peter Pan junior y una bombacha haciendo juego, casi esperaba que lo hiciera, sino era plata tirada a la basura. Ramona me prestó unos aritos que combinaban con el color del vestido. Antes de salir me hice un baño de inmersión con las sales de la tía, me pinté las uñas de los pies y de las manos y le robé unas gotas de Chanel número cinco. La amueblada estaba lejos del centro, tardamos bastante en llegar porque los viernes a la noche hay mucho tránsito en Buenos Aires. Intenté memorizar los nombres de las calles por si el auto se rompía y teníamos que volver en taxi.

Al llegar, el portón subió en forma automática y estacionamos en la cochera. Norberto bajó y me abrió la otra puerta. Bajé mientras miraba hacia un lado y al otro, siempre puede aparecer un conocido, por suerte no cruzamos a ninguno. Un ascensor nos llevó al primer piso donde un mozo nos indicó la habitación. No lo vas a poder creer, Raquelita, nos tocó la 7, mi número de la suerte. Esperaba que tuviera la cabeza de un dragón pero esta era muchísimo mejor, un departamento completo, con sillones, mesa ratona y alfombrado de pared a pared. Espejos por todos lados, un ventilador de paletas en el techo. La cama estaba cubierta con un acolchado de raso bordó. Los veladores tenían pantallas del mismo color y sobre la cabecera un panel con botoncitos para manejar el televisor, la música y subir y bajar las luces. Norberto se sacó la ropa en un abrir y cerrar de ojos, ni se dio cuenta de que yo estaba de estreno ni del Chanel número cinco. Desnudo era mucho mejor que vestido. El preservativo era Velo Rosado, no ese del gallo.

Cuando terminamos nos metimos al jacuzzi, dos baños en el mismo día. Me traje todo, los jaboncitos, el peine.

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P.D.: Rompé esta carta ni bien la leas, no sea que ande dando vueltas y caiga en manos de la tía.

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Querida Valentina:

La cara que habrá puesto mi prima cuando llegó mi carta, no puedo imaginarla, por algo durante un tiempo no tuve más noticias. Justo pensaba en escribirte cuando el cartero trajo la tuya. Lamento mucho que te pelearas con tu novio. Pero él no te dijo ninguna mentira, todo lo que escuchaste fueron comentarios de las vecinas, con excepción de lo principal, el revolcón que se dio con tu amiga. Esas mujeres son lo peor del mundo, en el barrio había una que llevaba y traía todos los chismes. Yo pienso que a tu novio se le va a pasar el entusiasmo con la otra o que de a poco se van a dejar de ver. Estoy segura de que él se va a dar cuenta de que perdió a la mejor novia del mundo y va a volver. No sé, me parece. Ojalá, pobre, que lo piense bien. Y si no le importa, que se quede nomás con la otra. Es como en Pasaron las grullas, esa sí es una verdadera historia de amor. Ella lo espera hasta el final de la guerra, aunque en el medio se cansa y se casa con el primo. Pero sigue enamorada de su primer novio, y con el tuyo va a pasar lo mismo, estoy segura.

Me preguntás si yo estuve enamorada antes de conocer a Norberto. Sí, el chico se llama José y vivía a la vuelta de mi casa, creo que ya te hablé de él. Por ese entonces teníamos doce años. Por más que pasa el tiempo, no lo puedo olvidar. A veces sueño que estoy con él en Boca del Tigre, unas fuentes de agua escondidas en el Parque Urquiza. Un lugar precioso, rodeado de helechos y enredaderas que caen por la barranca. Nos tiramos en el pasto, escuchamos el canto de los pájaros. Él encuentra un trébol de cuatro hojas, me lo regala. Nos paramos y seguimos hasta una fuente con forma de corazón, pero eso ocurrió hace mucho tiempo, ya ni me acuerdo bien, tengo que concentrarme para ver su cara, si hoy me lo cruzara en la calle no lo reconocería. Eso me pasa muchas veces, trato de imaginar a alguien que conocí en la calle Diamante y me quedo en blanco. Nunca supe nada más de su vida ni de su familia. No puedo con el genio, me hablás del verdadero amor y yo me voy por las ramas. También me enteré de que me sentara al lado de Norberto en la fiesta del Festival de la Paz no fue casualidad, era un plan de la tía Sara para que nos conociéramos. La noticia me desilusionó, yo pensé que lo había flechado de entrada.

Le escribí a mi tía Dora para que me ayudara a convencer a mis padres de que por ahora no voy a volver. Sé que me he portado mal con ellos, no se merecían algo así. Escuché por una conversación que la tía Sara tuvo con papá que mamá casi provoca otro incendio al dejar otra pava encima de la hornalla. Tuvieron que volver los bomberos, todo el barrio miraba el desastre y una vecina comentó: La culpa es de la hija, que no terminó el secundario. La verdad es que extraño un poco a mi papá. Por un momento dudé, no sabía qué hacer, estuve descompuesta todo un día. Pero justo cuando estaba a punto de aflojar llegó una carta de mamá, fue la primera señal de vida que dio desde que estoy acá. Copio un párrafo para que veas la clase de madre que tengo: Hoy fui a la carnicería, casi no podía caminar y mucho menos al regreso, con el peso de la bolsa. Ni bien llegué a casa tuve que tirarme en la cama. Pensá, Ana, antes de que sea demasiado tarde, el dolor que les estás causando a tus padres y si ese es el pago que nos merecemos quienes se sacrificaron para que seas alguien en la vida. Si querés ir matándome de a poco, seguí con ese capricho de tu tía. ¿A vos te parece, escribir eso? Más bien me dan ganas de irme lo más lejos posible, hasta el fin del mundo. Pensé en mi bobe (mi abuela, le decíamos así), ella dejó a su familia en Rusia, sus padres, sus hermanos y se vino a la Argentina sin saber una palabra de castellano. Si ella no miró para atrás, ¿por qué habría yo de preocuparme? Cuba es un país lejano. Es verdad que en nuestro tiempo casi no existen las distancias, pero para eso hay que tener plata. Además, tendría que cambiar el gobierno porque el presidente no puede ni ver a los cubanos. Norberto dice que no es tiempo para lamentarse, peor la pasan los pobres, que se enferman de tuberculosis, sífilis y blenorragia. Pero si tengo oportunidad, me gustaría ir a visitarte.

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P.D.: Voy a ver si consigo el jean que me pedís.

P.D.: Me anoté en un taller literario.

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Querida tía Dora:

Me aceptaron en un taller literario porque soy la sobrina del abogado del Partido, no te ilusiones que es por otra cosa. La noche antes del primer encuentro me costó dormir, nunca había visto un ESCRITOR de verdad, salvo cuando una profesora nos llevó a conocer a aquel viejito del que te hablé alguna vez, en la barranca. Sí había leído a muchos, pero me preguntaba cómo serían de carne y hueso, si eran como todos los mortales. Por algunas charlas con amigos de Norberto me parecía que todo el mundo iba a un taller, yo era la única que no había asistido a ninguno. Me enteré de que a una chica que ganó un concurso un jurado la invitó a asistir al suyo, pero al mismo tiempo le aconsejó que no fuera a otro.

El tío me acompañó hasta la puerta de un edificio en la calle Boulogne sur Mer. Esperó por si había que decir algo para entrar (eso es muy común en el Partido). Cuando sonó el portero me dijo: buena suerte, y me dejó solita mi alma. Mientras subía las escaleras el corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Mi cuerpo quería moverse pero mi cabeza lo detenía. Toqué el timbre. Al entrar me temblaban las piernas. El departamento era de dos ambientes, con un contrafrente que daba a un pulmón de manzana. Había ropa tendida en el balcón. Las paredes llenas de libros, del techo al piso. Dos sillones viejos y varias sillas. LOS ESCRITORES ya habían llegado, eran todos hombres. Fumaban como murciélagos. Arranqué mal, confundí el nombre del taller con el del profesor, el verdadero se llamaba Juan Luis Vallejos. Tenía anteojos, bigote recortado y era el único con una luz decente en toda la sala. Me presentó uno a uno a los asistentes, ni me miraron. Memoricé los nombres para anotarlos en el cuaderno, algunos, me parece, son muy conocidos. Vallejos dijo que era la sobrina del abogado del Partido. Silencio de radio. Me senté en la única silla vacía. Mi lápiz rodó por el piso, se detuvo en el borde del zócalo. Me acordé de la esposa de un dirigente que publicó una novela, la criticaron por atreverse a escribir, como si las mujeres no tuviéramos ese derecho, nos quieren metidas en la cocina. Yo me sentía cada vez peor, tenía ganas de salir corriendo. Todos hablaban fuerte, había cada vozarrón... Vallejos prendió una pipa. Aspiró. Más humo. Cuando terminó la charla señaló a un ESCRITOR con el dedo índice y este leyó un cuento. Al finalizar los demás lo criticaron (a mí me pareció que estaba bien), él disimulaba pero me di cuenta de que no le gustó mucho. Asentía a cada devolución moviendo la cabeza, pero, si hubiera podido, les rompía la cara a todos. Vallejos señaló a otro, se levantó y fue a comer algo porque volvió con unas migas en el pullover. Los demás siguieron escuchando. Algunos traían poemas manuscritos, otros cuentos pasados a máquina. Ni bien terminaban de leer prendían otro cigarrillo. Más humo, por qué no abren el ventanal, será para que no se vea la ropa tendida. No podía ni respirar, entre los nervios y el humo. Tenía ganas de hacer pis, pero no me animaba a preguntar dónde estaba el baño. Hasta que uno de los ESCRITORES se paró, la puerta daba adonde estábamos reunidos. Escuché cuando tiró la cadena, el agua que bajó al inodoro. Salió y se acomodó el pantalón. Me moría de ganas pero ni muerta hacía lo mismo. Siguieron con las lecturas. La boca seca, como si estuviera cruzando el desierto. Un vaso de agua, por favor. Se me acalambró una pierna y no me animaba a moverla, tenía miedo de rozar el pantalón de mi vecino. El último en hablar era Vallejos, que anotaba lo que los otros decían para tener más que opinar, por si no se le ocurría otra cosa. Al final no pude leer porque aparecieron dos cuentos largos y todos miraban sus relojes.

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P.D.: El próximo ESCRITOR invitado es Haroldo Conti.

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Buenos Aires, 11 de agosto de 1967

Querida tía Dora:

Ni loca vuelvo a ese taller, no quiero ver a un escritor más en mi vida. Ni bien entré al departamento de Caballito encontré un papelito con la letra de la tía: Está internada en el Roballos. Me di cuenta de que se refería a mamá. Llamé a papá para decirle que volvía, ni esperé la noche para consultar a los tíos. Ya había comprado el pasaje en Retiro cuando al regresar me encuentro con tu carta donde me contabas que fue un susto nada más, la llevaron ahí porque en el Ferroviario no había camas. Papá debe estar destrozado, para colmo nadie le explicó por qué la ambulancia tomó hacia la ruta y cuando se quiso dar cuenta estaban en la puerta del loquero. Pobre, ahora está solo para enfrentar todo, me vuelvo ni bien pueda. Pero es un lío cambiar el pasaje y me salió carísimo, tengo que ir a Retiro para hacerlo. Seguro que si les explico a los tíos ellos entenderán, pero no quiero ocasionarles el disgusto ni que piensen que soy una desagradecida por irme sin avisarles.

No sé si te conté, pero a la tía Sara se le han metido entre ceja y ceja los derechos de la mujer, tema que el Partido ve con buenos ojos. Hablan un montón sobre el divorcio. Qué raro el matrimonio, mis padres llevan casados mucho tiempo pero nunca parecían estar bien, uno por un lado y el otro por otro. A lo mejor si se hubieran divorciado serían más felices. Antes soñaba con casarme, pero ahora lo voy a pensar un poco, hay cosas que con seguridad no me gustarían, como estar pegoteada con el otro todo el santo día. Debe ser muy aburrido saber todo del otro, verlo desde que se despierta hasta cuando se acuesta. Y pensar que en algún momento había decidido irme de la calle Diamante si me quedaba soltera. Pero una cosa es vestir santos en un pueblo y otra hacerlo en Buenos Aires.

Un viernes, la tía Sara me invitó a salir. Me emperifollé, creí que volvíamos a repetir la visita a Harrod’s. Pero el chofer tomó por avenida Rivadavia. La casa tenía un cartel: Unión de Mujeres Argentinas. El chofer volvió a arrancar y nos dejó a dos cuadras porque no había donde estacionar. Subimos una escalera de mármol larga. Arriba había un montón de mujeres, hablaban al mismo tiempo (la tía, de lejos, era la mejor vestida). Las otras estaban medio de entrecasa. Y fumaban como en el taller de Vallejos, solo que Virginia Slims mentolados. ¿Viste alguna vez la propaganda con Claudia Sánchez? Esa modelo tan linda, el tío levanta la vista de La Nación cuando aparece la propaganda de L&M en la pantalla. En la reunión se habló de los derechos de las mujeres, además del divorcio está la patria potestad compartida (¿podría un hijo elegir a uno?). Los mentolados largaban más humo que los cigarrillos del taller literario, pero ya me estaba acostumbrando. La primera en hablar fue la tía Sara. Estaba enojada porque a una amiga suya, Fina Warschaver, el Partido le había destrozado su novela. Leyó una nota firmada años atrás por Elías Castelnuovo: Si se tiene en cuenta que La casa Modesa ha sido escrita por una mujer, muy buena. Sabe usted escribir, sabe pensar y también construir. Su fuerte, no obstante, es a mi juicio su punto vulnerable. Para frecuentar los así llamados territorios nocturnos del alma se requiere una franqueza difícil en el hombre, casi insalvable en una mujer. No debemos olvidar esa injusticia, concluyó la tía. Todas se pusieron como locas, algunas golpeaban los pies contra el piso, otras estrujaban papeles como si estuvieran agarrando al crítico del cogote. Y seguro que la pobre se había quemado las pestañas para escribir esa historia. ¡Qué difícil es para nosotras ese bendito Partido! Anoté el nombre de la novela en el cuaderno. Sentía curiosidad por leerla, según me contó la tía el personaje era un ama de casa que intentaba pensar en algo más que fregar los pisos o zurcir las medias de los hijos. Nos recomendaron otras lecturas, si te interesan, te las paso.

Cuando terminó la reunión, Norberto Grossman me esperaba en la esquina. Fuimos a tomar un café a un bar en la avenida Rivadavia. Le conté todo lo que había escuchado sobre la pobre Fina pero él no me prestaba atención, miraba hacia la calle. Le pregunté si le interesaba lo que le estaba diciendo o pasaba la carroza. Disculpame, dijo, estaba distraído. De pronto confundí su cara con la del tío, una revelación, se me corrió la venda de los ojos, como si una gitana me adivinara el futuro. Me vi casada con él y haciendo de secretaria en su estudio. La verdad es que desde que me enteré de que nuestro encuentro fue arreglado, ya no tenía tantas ganas de verlo como al principio. Una cosa es que alguien se vuelva loco por una y otra que te den todo servido. El mozo nos trajo el café. Lo tomamos en silencio. Ahora me imaginaba cómo hacer para escribir una novela mientras fregaba el piso, batía claras a nieve o lavaba la ropa de los chicos. Tengo que decidir qué voy a hacer con mi vida. Pero es que me lo tomo todo a la tremenda. Lo cierto es que es raro que ahora no piense en casarme mientras que antes era lo que más deseaba en el mundo. Cuando terminamos el café salimos y caminamos unas cuadras. Volví a insistir en lo mal que estuvo el Partido con Fina. Norberto prendió un cigarrillo y aspiró el humo.

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P.D.: Qué alivio que mamá ya esté en casa.

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Querida Valentina:

¿Te quedó bien el jean? Qué lástima que no pueda ver si te va justo al cuerpo. Siento tanto lo que pasó con tu novio. Encima, el Che era un churro bárbaro, lo que habrás sufrido. Vi una foto en el diario La Nación, si era tan lindo muerto me imagino cómo habrá sido vivo. Había otra de Fidel con la hijita en los brazos mientras lo despedían, me partió el corazón. Pero me hablabas de tu novio. Te quiero contar lo que pasó con el mío. Dejame pensar un momentito. Yo entraba en una confitería y a él, ni bien me veía se le iluminaban los ojos, sin pronunciar una palabra me estaba diciendo que era el amor de su vida y la única persona que él esperaba ver entrar a la confitería. La mirada de alguien que olvidó todo lo que hay en el mundo porque está viendo a alguien especial, que es lo mejor que le pasó en la vida. Dejemos de lado que los tíos arreglaron todo, eso pasa en las mejores familias. Pero que Norberto Grossman quiera manejar mi vida es algo que no puedo permitir.

No sé, ahora me parece que la que se olvidaba de todo cuando lo miraba era yo, tenía una venda en los ojos, no me daba cuenta de cómo era él en realidad. Él me hacía sentir que cuando aparecía se terminaban los problemas, pero la verdad es que empezaban los míos. No veo otra salida que cortar este noviazgo. Espero no sentirme demasiado sola. Espero que vos tampoco te sientas demasiado sola, tu novio no valía un pepino. Si tu amiga lo buscó, si le dejó un papelito diciendo que tenía un atraso, es lo de menos. Algunas mujeres no tienen arreglo, siempre hacen lo mismo para enganchar a un hombre, cómo lamento no poder llamarte por teléfono, hasta que esta carta te llegue pasará un montón de tiempo.

Me di cuenta de todo hace poco, cuando le comenté otra vez a Norberto que el Partido le había destrozado una novela a la amiga de la tía. Aunque él era chico por ese entonces, algo debió escuchar de esa historia, estuvo en boca de todo el mundo. Él, como si oyera llover. Prendió un cigarrillo, largó el humo. Después me tuve que aguantar una perorata sobre el lugar de la mujer, que pueden hacer una cosa, hacer otra, pero al final siempre terminamos en la cocina. Hasta te encargan una misión secreta: cómo llevar documentos en el forro del tapado (la tía tiene un nombre de guerra para hacer de correo, lo descubrí el otro día), pero a la noche los ravioles tienen que estar servidos en la mesa. Yo me daba cuenta de que mi futuro estaba en juego, vi mi vida como en una película. A medida que hablaba me sentía cada vez peor. Sé que estás pasando un momento horrible con tu novio, encima lo del Che, tantas pérdidas juntas, disculpame, pero yo no estoy mucho mejor, tampoco me la llevo tan de arriba.

¿Cómo va mi novela? Tengo el escritorio a mi disposición y la tía Sara me pagó un curso en la Pitman. Cada vez escribo a máquina más rápido, ni se me ven los dedos. Antes no le había tomado el gusto, tenía que mirar todas las teclas, vivía equivocándome y tachaba un montón. Pero ahora lo hago de corrido. Cuando me canso tomo el papel y corrijo con un lápiz y una goma. Hay borradores por toda la habitación, las shikses me mueven algo de lugar y me pongo como loca. A veces odio lo que escribo y rompo la hoja, pero después me arrepiento y más de una vez junté los pedacitos y los pegué con cinta scotch. Me encantaría escribir algo que no rompa después. Tu lectura es la única que me importa, la tía es otra candidata pero uno de los que conocí en el taller dijo que nunca hay que darle a leer algo no terminado a la familia y estoy segura de que ella querría saber si aparece en la historia. Ahora estoy pasando el manuscrito a máquina. A veces la tía se asoma al escritorio, abre la puerta y la cierra despacio. Escucha detrás de la puerta. Parece que me estuviera espiando. La literatura pasa de los tíos a los sobrinos, escuché en el taller que alguien citó a Ricardo Piglia, a lo mejor la tía conoce a ese escritor porque ya te conté cómo es de metida. Ni bien termino, encarpeto todo y lo escondo en el colchón, debajo del póster de la Tereshkova. A veces me parece que es una genialidad y otras, tengo ganas de tirarlo a la basura. La tía dice que si quiero hacerme conocida debo conseguir un agente literario.

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P.D.: Mandame las bases del concurso Casa de las Américas. Si llego a ganar mejor que se publique lejos, así nadie la lee en la familia.

P.D.: Si el jean no te prende, acostate y hundí la panza.

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399
573,60 ₽
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0+
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123 стр. 6 иллюстраций
ISBN:
9789874789952
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