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Читать книгу: «Pablo VI, ese gran desconocido», страница 2

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2. Niñez y juventud

Se pelea con un amigo por defender a un gato

La familia repartía sus vacaciones de verano entre la casa solariega de Concesio, de donde procedía su padre, Giorgio, y la de Verolavecchia, a treinta kilómetros de Brescia, de donde procedía la familia de su madre. En uno y otro pueblo hizo sus correrías de niño tímido que fue Battista Montini. Un amigo de aquellos años contó que en una ocasión hubo de separar a su amigo Battista, que se peleó con un compañero, Luis Bolognini, que se divertía «martirizando» a un gato atándole una cacerola a la cola. Fue la única vez que le vimos enfadado.

Le encanta subirse a los árboles a coger fruta

Alessandro Bertolini contó que durante las vacaciones se escapaban por la finca, donde abundaban los árboles frutales: manzanos, higueras, perales, cerezos, nísperos. Como les encantaba coger la fruta de los árboles, Battista, que tenía un estómago un poco más débil que sus amigos, le preguntaba a su madre Giuditta cuántas piezas podía comer y de qué clase para no ponerse malo del... estómago. A veces, a la vuelta, confesaba a su madre: «Sabes, mamá, he comido un melocotón o una pera de menos, por miedo a equivocarme».

De niño siempre tuvo poca salud

En la edad del crecimiento Montini sufrió una serie de crisis en su salud. La asistencia a clase sufrió interrupciones. Durante meses no pudo frecuentar la institución docente Cesare Arici, que no quedaba lejos de la casa paterna, perdiendo repetidas veces los exámenes de dicho instituto. Por aquellos años su hermano Lodovico guardaba un vivo recuerdo del hecho de que quiso subir con su bicicleta una pendiente suave; pero hubo de desistir a medio camino, se sentó en la cuneta pálido como un cadáver y apretó con las manos sobre el corazón. El diagnóstico fue un grave trastorno compensatorio, al que una y otra vez se sumaban dolores del cuello y pesados trastornos digestivos. A lo largo de toda su vida fue un hombre enfermizo, a la vez que con capacidad de resistencia. En sus viajes, siendo ya papa, los periodistas que lo acompañaban se preguntaban a menudo, viendo los penosos esfuerzos a los que se sometía, cómo podía soportarlos. Su médico de cabecera, el profesor Fontana, nos manifestaba al regreso de Bombay: «Parece débil y quebradizo, pero tiene una naturaleza muy resistente».

La guardería de las Siervas de la Caridad de Brescia

El pequeño Juan Bautista iba a la guardería de las Siervas de la Caridad fundadas por la bresciana Paola di Rosa. «Era un diablejo», decía su maestra, sor Maria Zaira... «Es posible que alguno de estos niños llegue a ser un hombre importante», decía la directora para consolarla. Su primera maestra, sor Maria Zaira, vivía aún cuando «el diablejo» se convirtió en Pablo VI.

En la escuela elemental de Brescia

También se mantuvo siempre unido a su primer maestro de la escuela elemental de Brescia, Ezequiel Malizia. Cuando ya Montini había alcanzado los escalones más altos de la jerarquía eclesiástica, le enviaba regularmente sus saludos y poco antes de su elección como papa, visitó en la clínica al anciano maestro que había tenido que someterse a una operación: «Todavía me acuerdo muy bien de los temibles y maliciosos tirones de orejas», aseguraba en aquella ocasión el cardenal Montini, según refería más tarde con embarazo orgulloso el viejo Malizia.

El maestro Ezequiel Malizia no reconoció que le tiró de las orejas

En una ocasión, siendo cardenal de Milán, fue a ver a su antiguo maestro Malizia al hospital:

—Me acuerdo de los tirones de orejas...

Su viejo maestro, como había gente, se sintió un poco avergonzado y quiso disimular:

—Con usted, eminencia, nunca fue necesario, era muy bueno.

Pero le tiró de las orejas como era habitual en aquellos tiempos.

Su maestro Malizia contaba en una entrevista: «Sí, hace sesenta años me tocó el privilegio de enseñarle a leer y de poner la primera pluma en su mano para enseñarle a escribir. Era un niño algo pálido, delicado de salud, con unos ojos muy vivarachos. Aunque no debería decirlo, alguna vez tuve que tirarle de las orejas».

Las clases de don Arístides di Viarigi

Como no podía asistir a las clases con regularidad, por su delicada salud, los padres le pusieron un profesor para que le explicara las lecciones en casa. Y este profesor se llamaba Arístides di Viarigi. Tanto admiraba a su alumno, que guardó entre las cosas de familia cuadernos, redacciones, dibujos, convencido de que Juan Bautista sería, pasado el tiempo, «alguien» importante.

Colegial de los jesuitas de Brescia

A los seis años se matriculó en el colegio de los jesuitas «Cesare Arici» como alumno externo. El colegio Arici era una creación de Tovini, que fue el presidente de la Acción Católica de Brescia, y el que llevó a su padre, Giorgio Montini, a la dirección del periódico Il Cittadino di Brescia. A este colegio iban los hijos de las familias católicas de Brescia. «Nuestros hijos, si tienen la fe, nunca serán pobres; si les falta la fe nunca serán ricos».

En la actualidad ya no están los jesuitas, son los curas diocesanos los que dirigen el colegio. Uno de los profesores de J. B. Montini, el padre Pérsico, lo describe como: «Un chico delgado, con ojos hundidos, el mejor discípulo que tuve en el colegio. Pensé cultivar su vocación de periodista, porque escribía muy bien y hubiera continuado dignamente la tarea de su padre. Yo era profesor de Física y Filosofía, pero Montini me traía a corregir sus cuartillas para nuestro periódico escolar. Escribía hechos, cosas, ideas, sin retórica, secamente. Hasta que un día me confió que deseaba ser sacerdote, y le dije que esta era la más alta vocación...».

La formación escolar fue de tipo clásico y humanista, mientras que la instrucción religiosa impartida por los jesuitas era la tradicional y en el marco de una congregación mariana, en la que muy pronto Juan Bautista ocupó el cargo de prefecto de la misma.

En las aulas del Cesare Arici conoció a sus mejores amigos

En las aulas del Cesare Arici se forjaron las amistades duraderas de Battista Montini, que durarían toda su vida. En concreto tres de sus amigos: Giuseppe Cottinelli, Ottorino Marcolini y Carlino Manziana. Los tres se hicieron religiosos oratorianos de San Felipe Neri. Cottinelli se dedicó a la pastoral juvenil. Marcolini desarrolló una destacada labor pastoral entre los marginados, promocionando viviendas sociales para la gente más desfavorecida de Brescia. A este amigo sacerdote, que era ingeniero, le conocían como el «sacerdote de las casas» por la cantidad de barrios que construyó para la gente humilde. A Carlino Manziana, el más amigo de los tres por coincidir en tener muchas cosas en común y por la amistad entre sus familias, lo nombró, cuando fue papa, obispo de Cremona.

La Primera Comunión de Juan Bautista Montini

La hizo el 6 de junio de 1907 en la capilla de las hermanas de María Niña, en la vía Martinengo da Barco de Brescia. Tenía diez años. Le acompañaban sus padres y hermanos. La abuela le había prometido un regalo, pero a condición de que siguiera siendo buen chico. Su madre le había dicho en tono confidencial: «Hijo, es un gran día para todos nosotros; pero tú cuéntale a Jesús tus cosas». El 21 de junio, de manos del obispo, monseñor Giacinto Corna Pellegrini, Battista recibía la Confirmación, que en Italia se la llama Cresima.

Entonces quiso su madre doña Giuditta encomendar a los oratorianos el cuidado espiritual de su hijo. Y acertó. El oratorio pasaba en Brescia una época vigorosa, con algunos padres de renombre nacional, Bevilacqua y Caresana. Y la casa del oratorio era conocida por «La Paz». Afirmaban la vida religiosa de los chicos por medio de una dirección espiritual; los capacitaban para iniciativas sociales y apostólicas; y los divertían. A los dieciséis años Juan Bautista era uno más de «La Paz».

Su abuela les ponía el ejemplo, a sus nietos, del mártir san Pancracio

Su abuela Francesca, con ocasión de recibir los primeros sacramentos, animaba el corazón de sus nietos leyendo historias de los mártires. Una de las lecturas preferidas de la abuela era la novela del cardenal Wiseman (1802-1865), la popular Fabiola o la Iglesia en las catacumbas.

Al pequeño Juan Bautista le entusiasmaba el relato de Pancracio, el hijo del mártir que murió en el anfiteatro despedazado por una pantera.

«Abuela, me acuerdo de una carta que nos dirigiste el día de la Primera Comunión, tú nos recordaste la historia del niño mártir que sacó la fuerza de confesar su fe de la ampolla que, colgada del cuello, contenía algunas gotas de la sangre de su padre, también martirizado».

El oratorio Santa Maria della Pace

De importancia decisiva y duradera fueron en todo caso sus encuentros y conversaciones en el oratorio de Santa Maria della Pace, inspirado en el espíritu de san Felipe Neri y que estaba sostenido por una apertura religiosa sorprendente para aquel tiempo, y que hasta disponía de instalaciones deportivas «modernas». La influencia recibida por Battista estaba personificada en la acción de dos sacerdotes: Giulio Bevilacqua y Paolo Caresana.

Le gustaba contemplar el cuadro de la Natividad que está en el santuario de Nuestra Señora de las Gracias.

A Montini le gustaba el lugar, cerca de su casa, y allí se refugiaba para estar cerca de la Virgen y rezar. Se trata de un cuadro neogótico, obra de Vincenzo Foppa, que representa el nacimiento de Jesús. En la escena puede verse cómo la Madre, suavemente inclinada, con las manos juntas, adora al Hijo, que yace graciosamente en un repliegue o prolongación de su propio manto. Mientras tanto, san José contempla, pensativo y un poco distante, la escena de la Natividad. Pero hay que fijarse en la mirada del buey: es la de un animal curioso; el pintor lo ha dibujado como si tuviera inteligencia humana. Y luego están los ángeles y los pastores al fondo del cuadro, como esperando su turno para ir a adorar al Niño-Dios.

El domingo 8 de septiembre de 1974, fiesta del nacimiento de María, Pablo comentaba a los fieles en el Ángelus en la Plaza de San Pedro: «Recordamos la Iglesia de Santa María de las Gracias, a dos pasos de nuestro domicilio doméstico»...

Las convivencias de Montini con el padre Caresana junto al mar

En el verano solían hacerse unas connivencias juveniles los chavales del Oratorio de Brescia, unas veces con el padre Luigi Carli y otras con el padre Caresana. El lugar donde iban se llamaba Viareggio, en la Toscana, en la provincia de Luca, que entonces era famosa por ser una de las estaciones balnearias más importantes del norte de Italia. Allí iban todos esos personajes –burgueses– que tan bien describiera Thomas Mann en sus novelas.

Por la mañana se bañaban y por la tarde daban largos paseos junto al mar. «Tengo la piel quemada y el rostro bronceado. Como con apetito y la mesa es abundante». En una ocasión los compañeros le gastaron una broma: le cortaron el pelo. Pero se lo dejaron tan mal, que optó por cortarlo al cero. Su cabeza parecía una bombilla.

Tampoco el papa Benedicto XV pudo parar la guerra

Durante los años de la I Guerra mundial (1914-1918) Montini tenía 17 años, y se sintió muy nacionalista. Sufrió cada derrota de las tropas italianas experimentándola como una especie de desgracia nacional y, justamente por ello, como una llamada a «llevar la cruz de Cristo». La «Gran Guerra» es precisamente, según el actual recuerdo transfigurado de los veteranos del norte de Italia, la que explica los sentimientos del joven Montini.

Poco antes de estallar la I Guerra mundial su padre se lo llevó por primera vez a Roma. Y allí vio por vez primera a un papa: el entonces Benedicto XV, que intentaba por todos los medios a su alcance terminar con aquella «inútil matanza». Recurrió a la diplomacia (el presidente Wilson de EE.UU. envió al Vaticano un delegado personal), a los llamamientos a todos los jefes beligerantes, y sobre todo a la oración; personalmente redactó una que empezaba así: «Sacudidos por el horror de una guerra, que aniquila pueblos y naciones...».

El amigo de su juventud: Andrea Trebeschi

Su amigo y coetáneo Andrea Trebeschi tuvo la idea de fundar una revista estudiantil. Y Juan Bautista siguió gustoso los pasos periodísticos de su progenitor. El 15 de junio de 1918 apareció el número primero de La Fionda (La honda).

El editor vivía en Via Battaglie (calle de las Batallas), en Brescia, y combatió valientemente. «Tiró con honda» ayudado de Montini hasta noviembre de 1926 y se comprometió como abogado –en el ínterin había superado el examen de Estado en Derecho–, lleno de vigor y temperamento, en los enfrentamientos sociales y políticos de la época: Mussolini ya había realizado su marcha sobre Roma.

La última colaboración

Su última colaboración para La Fionda la entregó en junio de 1922, bajo el título «Para el 29 de junio: Petro salutem». Con una salutación al papa Benedicto XV, en cuyos funerales había participado Montini el 26 de enero de 1922. Sus impresiones personales se las refería así a su familia en una carta: «... Todo tras las puertas cerradas de San Pedro, con una solemnidad regia, pero sin apenas el calor de las lágrimas y las oraciones. Esta es la piedad del momento y el mundo de los que están lejos, mal representado con la dispersa curiosidad de los mirones. Realmente permanece inolvidable para todos el instante en que callaron las invocaciones polifónicas del coro de la Capilla Sixtina, cuando rechinaron las cadenas que depositaban el sarcófago allí donde Pedro descansa como semilla de la resurrección futura».

Firma sus colaboraciones con el nombre de G. B. M.

En noviembre de 1926 La Fionda hubo de interrumpir su aparición, pues las tropas de choque fascistas arrasaron la redacción prendiéndole fuego. Trebeschi continuó luchando en la clandestinidad contra la dictadura fascista. Fue detenido el día de la Epifanía de 1944 junto con algunos compañeros de lucha, deportado al campo de concentración de Dachau, luego trasladado a Mauthausen y finalmente al campo de exterminio de Gusen, donde murió el 24 de enero de 1945. Su hijo Cesare, hoy alcalde de Brescia, editó en 1978 las Cartas a un joven amigo de Montini y, al año siguiente, los artículos que había escrito para La Fionda, unos cincuenta en total. Montini los firmaba g. b. m. y también G.

Otro gran amigo de Montini, Lionello Nardini

La I Guerra mundial separó a los compañeros y a los amigos de estudio, y uno de ellos fue Lionello Nardini. Ya se sabe que cuando llega una guerra los primeros a los que movilizan es a los jóvenes, y no queda otra que prestar el servicio a la patria.

Su amigo Nardini sirvió como subteniente de artillería. Se fue al seminario de Brescia, antes que Montini, y era muy amigo de Montini, pero no llegaría a ser cura, porque murió en un hospital al acabar la guerra. Lo sintió y lo lloró con intensidad. Fue, junto a Andrea Trebeschi, el amigo con el que compartía inquietudes cristianas y proyectos de vida. Para él fueron sus «amici del cuore». Con el tiempo le diría al padre de Lionello que el ejemplo de su hijo le había ayudado mucho a la hora de decidirse a entrar en el seminario.

Un adolescente preclaro

Lo cuenta Carlo Cremona en su biografía sobre Pablo VI. Juan Bautista ya no es un niño: es a la vez reflexivo y diligente en el estudio, está pendiente de no malograr las enseñanzas y las expectativas de sus padres, es capaz de escoger amistades valiosas y competentes, como las mantenidas con los padres oratorianos de La Pace, y de hacerse merecedor de su consideración y afecto. Ya no es un niño.

Ahora es un adolescente que madura con rapidez hacia una juventud responsable; y camina al paso del nuevo siglo, que empezó cuando él tenía tres años y tres meses: se verá en el centro de los acontecimientos más trágicos de su época, y será capaz de iluminarla y sostenerla con la fuerza de su fe. Por el momento, respecto a su configuración mental, hay que decir que Juan Bautista Montini estaba dotado de un intelecto, por así decir, anticipado, que elaboraba silenciosamente los análisis de las situaciones, y revelaba su síntesis con exactitud y rapidez. Era uno de esos hombres –¡tan pocos hay!– con la deslumbrante capacidad de asumir y comprender las cosas cinco minutos antes que la mayoría. Su hermano mayor, Lodovico, nos asegura que, desde joven, Bautista representaba el modelo de la familia, el punto de referencia y de contraste en los juicios sobre los diversos problemas cotidianos, incluso para el padre y la madre.

Estudios en el instituto estatal de Chiari

Debido a su precaria salud tiene que recibir las lecciones en su casa con profesores particulares, pero se examina en junio de 1913, en el instituto estatal de Chiari, pero no el instituto de Brescia que dirigían los jesuitas, y eran muy severos con los alumnos que no asistían a clase. Los veranos los pasaba en Verolavechia, la casa de sus abuelos maternos, donde se reponía de su salud maltrecha y seguía recibiendo clases particulares para estar al día en sus estudios.

A los 18 años deja el Liceo Adorni de Brescia

Luego se le presentó una ocasión de recuperarse: por iniciativa de otro oratoriano, llamado Luigi Carli, emprendió con un pequeño grupo de jóvenes un viaje de tres semanas a Viareggio, un balneario en el mar Tirreno de moda entre los turistas por aquellas fechas. Allí realizó una serie de caminatas por la playa de hasta 5 km (como escribía orgulloso a sus padres), intentó nadar en el mar y volvió a dejarlo, tomó un poco el sol y se cortó el pelo al cero después de que sus compañeros lo hubiesen trasquilado a su manera. Pero las bromas juveniles no pudieron ocultar su «unión en amor, gratitud, simpatía y oración», ni su dolor «inmenso y profundo» por la pérdida de algunos de sus jóvenes amigos en las trincheras de la I Guerra mundial, llevándole al conocimiento de que «el sacrificio es el sentido de la vida, mientras que el más allá es el sentido de la muerte».

Sus antiguos compañeros de colegio le aprecian como amigo

En junio de 1916 acabó el bachillerato en el Instituto Arnaldo de Brescia. Algunos de sus compañeros le recordarían como el que mejor hacía las cosas en el aula. Pero sobre todo como el que demostraba su valía en ser buen amigo y en su espíritu de servicio. No era competitivo. En estos años comulgaba a diario. Por esta época le regalaron una bicicleta, una Bianchi, que era la bicicleta más moderna de la época. La estrenó con entusiasmo e hizo 60 kilómetros hasta el pueblo de Bagolino. Montini, durante toda su vida, sería muy aficionado al ciclismo.

Confianza de Montini en la Providencia

En 1914 aprueba el examen de Estado en el Liceo Adorni de Brescia, y en aquel verano estalla la I Guerra mundial y muere Pío X. Italia tardará un año en incorporarse el conflicto, pero las autoridades ordenan la movilización para estar preparados para cualquier eventualidad. Pero Juan Bautista Montini es rechazado por falta de salud.

En este verano pasaba unos días con sus hermanos en Verolavecchia. Una tarde un grupo de amigos de Juan Bautista merienda en casa de Luis Benassi, cuya madre trabajaba como sirvienta para los Alghisi. Hablan de todo. Mientras va y viene con las bandejas, la madre de Luis participa en la conversación:

—Pues este quería hacerse sacerdote, pero nosotros no podemos...

Juan Bautista replica enseguida:

—Abuela Margarita, siempre hay que contar con la Providencia.

Ayuda a Luis Benassi a ir al Seminario de Brescia

Luis y Juan Bautista hablaron luego, a solas: «No te preocupes, prepara tus cosas para marchar a Brescia, ya hablaré yo con mis padres. Y guárdame un secreto: también yo quiero estudiar para sacerdote, pro no lo digas a nadie porque todavía no lo saben en mi casa».

El padre de Juan Bautista consiguió una beca para Luis Benassi, que luego sería arcipreste de Farsengo: «Ya ve usted, supe antes que nadie la vocación del futuro papa. Hace unos años le vi un día que de cardenal visitaba el santuario de la Virgen de las Gracias. Montini estaba en la sacristía rodeado de personas importantes. Yo no me atrevía a acercarme, pero él me vio: “Don Benassi, ¿cómo sigue la abuela Margarita?”. Me quedé sorprendido y todos me miraban. El cardenal dijo: “Ya comprendo, se fue a esperarnos en el cielo”. Luego se apartó de los demás, me preguntó por mis tareas, recordamos viejos tiempos».

El sacerdote del Oratorio de la Paz que siempre influyó en Montini

Giulio Bevilacqua (1881-1965) se ordenó sacerdote a los 27 años. Antes se había doctorado en la Universidad de Lovaina con una tesis sobre la legislación laboral italiana; entró después en el «Oratorio de la paz» de Brescia, atraído por la libertad de espíritu en él dominante. Fue un sacerdote a la altura de su tiempo, y desplegó un apostolado en gran parte anticonformista con una exposición abiertamente radical del Evangelio, siendo un adelantado de la renovación litúrgica. Ejerció sobre Montini una influencia intelectual y espiritual muy fuerte. Más tarde –y según fórmula de Jean Guitton– se derivó de la misma «una relación difícil de describir y extraña en su género: la de una paternidad recíproca». Personalmente Pablo VI calificaba al oratoriano como «maestro incomparable y amigo único». Elegido papa, Montini elevó a la dignidad de cardenal al amigo que había sido su educador en los años mozos y que había sido su consejero durante décadas; eso ocurrió en el consistorio del 22 de febrero de 1965. Y le concedió el privilegio –único hasta la fecha en la historia de la Iglesia– de seguir siendo un párroco sencillo y afable de la parroquia de San Antonio en el extrarradio de Brescia. Y allí murió el párroco-cardenal el 6 de mayo de 1965, a los 85 años de edad. Poco después de la muerte de Juan XXIII, y con vistas al cónclave inminente, Bevilacqua fue interrogado por un periodista acerca de sus impresiones y juicios personales sobre el cardenal Montini. Y el sacerdote le contestó: «Si le hacen papa, sufrirá mucho». Y, una vez elegido papa, el amigo le dio este consejo: «Hablar poco y hacer mucho; escuchar a los demás, pero más aún a ti mismo».

El padre Caresana, otro oratoriano, fue su director espiritual

Paolo Caresana (1882-1973) procedía de la región de Pavía. Siendo un joven vicario conoció la amarga situación de los temporeros en los campos de arroz de la llanura del Po, cuidó de la salud de sus cuerpos y sus almas y provocó la cólera de los padroni, que un día lo arrojaron al lodazal con el viático para un moribundo y con su desvencijada bicicleta.

El joven Montini, poco antes de cumplir los 16 años, participó en unos ejercicios espirituales dirigidos por el padre Caresana, en Sant’Antonio, la casa de los oratorianos en las afueras de Brescia. En una postal, de fecha de 11 de septiembre de 1913, le escribía su padre: «Mi querido Battista... creo que deberías aprovechar esta buena oportunidad y sincerarte con el padre Caresana exponiéndole tus planes de futuro. Ciertamente puede darte un buen consejo, y en cosas de tanta importancia los consejos de hombres sensatos y santos nunca resultan inútiles. Pero te dejo en completa libertad para que actúes como mejor te parezca. Que el Señor te inspire, vele sobre ti y te bendiga». De ese modo el padre Caresana se convirtió en el director espiritual y en el confesor del joven Montini.

Piensa en su posible vocación de religioso

Juan Bautista adolescente madura su vocación religiosa, gracias al padre Caresana, con algunos retiros en Chiari, con los benedictinos y en el eremitorio de San Ginés, en Lecco, con los camaldulenses, en la región del lago Como. Durante toda su vida pensó en la posibilidad de retirarse a un monasterio de vida contemplativa. En una tarjeta postal Montini describía a su madre el régimen de vida monástica que llevaba a la vez que agradecía que sus padres hubiesen hecho posible aquella «estancia maravillosa» en San Ginés.

Trato con los benedictinos

Y aquí entran, finalmente, las repetidas visitas –la primera la hizo siendo todavía estudiante en 1919– que Montini realizó a la cuna de la orden benedictina, Montecassino.

Siendo ya papa, a dicha abadía se dirigió el 24 de octubre de 1964, durante el concilio Vaticano II, para consagrar la basílica reconstruida y para proclamar a san Benito patrón de Europa.

Lecturas del joven Montini en sus años de estudiante

También leyó por entonces el Manifiesto a los soldados y trabajadores de Tolstoi, el Libro de la nación polaca y de sus peregrinaciones de Mickiewicz, Poesía y verdad de Goethe, y advirtió a este respecto que las buenas personas encuentran lo noble y lo superior precisamente en la tensión entre realidad y anhelos ideales. Aunque toda su vida se fijó en los escritos de Blas Pascal y, por supuesto, Georges Bernanos, cuya novela La impostura citará en varias alocuciones hablando de la hipocresía, que no puede camuflarse bajo capa religiosa.

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