promo_banner

Реклама

Читать книгу: «Breve historia de España para entender la historia de España», страница 3

Шрифт:

la alta edad media (SIGLOS viii — xi). cristianos contra musulmanes.

Tras los acontecimientos ocurridos aquel 19 de julio del año 711, en lo que se conoce desde entonces como batalla de Guadalete, Tariq avanzó audazmente hasta Toledo, que conquistó con la ayuda de los judíos de la ciudad el día de San Martín (11 de noviembre) de ese mismo año: la pérdida de España se había consumado. Los nobles godos habían huido de la ciudad con sus tesoros (uno de ellos se encontraría siglos más tarde en Guarrazar, Toledo) buscando refugio en las montañas cántabras. Tariq los persiguió hasta Astorga, pero regresó a Toledo cuando su jefe, Muza, celoso de las victorias de su subordinado, cruzó el Estrecho con un contingente entre diez y dieciocho mil hombres más. Muza marcharía hasta el Ebro, donde un noble godo, el conde Casius, se le rindió sin oposición, se convirtió al islam y sus descendientes, los Banu—Qasi, jugarán un papel importante en la historia de los musulmanes españoles. Los vascones tampoco ofrecerían mucha oposición y los invasores islámicos cruzaron los Pirineos y se extendieron por el sur de Francia hasta que el rey de los francos, Carlos Martel, los derrotó en el año 732 en la batalla de Poitiers, librando del dominio musulmán a la parte continental europea. Una batalla fundamental para la historia de Europa. Los musulmanes se harían con el casi total de la península en siete años (los romanos tardaron dos siglos) y la opinión más extendida es que esa rapidez fue debido a la desunión de la clase política goda, a la división entre la aristocracia y la plebe visigodas y a la colaboración de los judíos con los invasores. Para la población más desfavorecida, los nuevos amos traían una liberación fiscal: si se convertían a su religión, no pagaban impuestos; si se mantenían siendo cristianos, de todas formas pagarían menos.

Entre los nobles que buscaron refugio en las montañas de Asturias se encontraba un espatario (militar, miembro de la guardia de palacio de los reyes godos) llamado Pelayo. La zona asturiana bajo dominio musulmán estaba gobernada desde su capital Gijón por Munuza. La nobleza goda se había asentado en el valle de Cangas, pero nadie intentaba restaurar la monarquía visigoda; poco a poco Pelayo es reconocido con cierta autoridad sobre el resto de los nobles. Una tradición cuenta que Munuza quiso conseguir a la hermana de Pelayo, para lo cual había enviado a este a Córdoba —la capital de los musulmanes— como rehén; pero Pelayo logró fugarse y retornó a las montañas. Las crónicas árabes le tratan a partir de entonces como asno o bandolero salvaje.

En el año 722, una expedición al mando de un tal Alqama se montó para reducir el foco de resistencia asturiano; le acompañaba el obispo Oppas, para intentar convencerles. El resultado fue una batalla en la zona de Covadonga: era el 28 de mayo del año 722, los godos al mando de Pelayo infringen una derrota a la expedición árabe. Las fuentes no se ponen de acuerdo si ese encuentro guerrero fue una batalla menor, un simple encuentro accidental o una batalla minuciosamente preparada por Pelayo. Pero la tradición española la señala como el inicio de una nueva etapa en la historia de España.

Los musulmanes son los seguidores de las doctrina de Mahoma (570—632) predicada desde el 620 en la región de Arabia y desde donde a partir del año 632 se extiende por Siria, Persia y la costa africana del Mediterráneo, convirtiendo al islam a todos los pueblos por donde se extendieron; entre ellos, a los bereberes del norte de África, un pueblo belicoso y reacio a cualquier sumisión. La capital del imperio musulmán estuvo al principio en Meca y después en Damasco y Bagdad. Desde el principio, las autoridades políticas y religiosas se muestran muy divididas, lo que da lugar a divisiones religiosas (chiismo, sunismo) y, con la expansión territorial, a la división del imperio en varios territorios semiautónomos políticamente aunque dependientes de una única autoridad religiosa (califa). Los bereberes del norte de África resistieron ferozmente el dominio musulmán pero cuando se convirtieron al islam fueron uno de los pueblos más radicales en sus nuevas creencias religiosas. Esas divisiones se mostraron también en España y ya en el año 739 la facción bereber que formaba parte de las huestes musulmanas invasoras se rebela contra el contingente sirio al considerar que estos se vieron favorecidos en la repartición de las tierras que los noble godos habían abandonado; la división y las querellas habrían de ser una constante en el mundo musulmán hispano.


Córdoba llegó a ser la ciudad occidental más grande de su momento y donde la ciencia y la cultura florecieron como en ningún lugar del occidente del siglo X.

En el año 750, la dinastía omeya que regía los destinos del mundo musulmán en Damasco fue derrotada por una rebelión de la familia abasí. Uno de los miembros de los omeyas, Abderramán, marchó a España donde funda el emirato independiente de Córdoba en el año 756 que habría de durar hasta el año 929. Políticamente el emirato era independiente pero todavía se reconocía la autoridad religiosa del califa de Damasco. Abderramán debe continuar haciendo frente a motines de bereberes y árabes, pero también a conflictos con mozárabes (cristianos que viven en territorio musulmán), muladíes (cristianos convertidos al islam) y judíos, a pesar de la cierta tolerancia religiosa del nuevo emir. A la inestabilidad interna se une la presión cada vez más creciente de los reinos cristianos que estaban surgiendo en el norte de España. En el año 929, Abderramán se proclama califa (líder religioso de los musulmanes) y crea el califato independiente de Córdoba; habría de durar un siglo, durante el cual al-Ándalus (nombre que se da al territorio en manos de los musulmanes) alcanzó su cenit político, económico y cultural. En la agricultura, los musulmanes españoles usaron procedimientos muy eficaces de regadíos, intensifican el cultivo del olivo, introducen nuevos frutales (agrios, arroz, caña de azúcar y algodón) y hay una importante producción textil (sedas y brocados), de curtidos e incluso de vidrio y papel. En el aspecto cultural, los estudios de jurisprudencia, filosofía y medicina (en Córdoba se crea la primera escuela de medicina de Europa) así como de astronomía y matemáticas florecen como en ningún lugar cristiano de Europa. La mezquita de Córdoba, iniciada por Abderramán I (822—852) se completa durante varios siglos y es la obra maestra de la arquitectura islámica en España. Durante los últimos años del siglo X, la pujanza del califato cordobés se ve reforzado por la habilidad militar de Almanzor, verdadero líder del califato durante tiempos de Hixam II (961—1009), que en sus expediciones militares llega hasta Barcelona (985), León (988) y Santiago. Quizás la más famosa es la que llevó contra la ciudad compostelana, en el año 997; el sepulcro del Apóstol ya era una atracción para la cristiandad y el saqueo de su tumba fue una afrenta para toda ella. Almanzor hizo transportar las campanas de la basílica hasta Córdoba a hombros de cautivos y allí quedaron como trofeos y lámparas para la mezquita hasta que tres siglos después Fernando III conquistaba Córdoba y las devolvió a Santiago de Compostela, a hombros de cautivos musulmanes. La tradición contaba que Almanzor murió en la batalla de Calatañazor (de ahí el dicho de «Almanzor, en Calatañazor perdió su tambor»), pero, en realidad, murió en Medinaceli el 10 o 11 de agosto de 1002.

A pesar del esfuerzo de Almanzor, de la renovación cultural y administrativa y de los éxitos militares frente a cristianos y fatimíes (Egipto), las tendencias disgregadoras de los musulmanes peninsulares persistieron, reforzadas por los conflictos étnicos y sociales provocados por el ascenso social de los mercenarios y de las tropas reclutadas por Almanzor. Tras la muerte de este, el poder real pasó a su hijo, llamado Sanchuelo, pero los legitimistas se levantaron en armas y lo asesinaron. La situación degeneró en anarquía y guerras civiles; el único poder efectivo queda en manos de los jefes de las tropas bereberes. El último califa cordobés nominal fue definitivamente derrocado por el pueblo y la nobleza en el año 1031; se llamaba Hisham III y buscó refugio en un reino cristiano, donde murió en exilio dorado. La España musulmana quedó fragmentada en una serie de reinos independientes (taifas) dirigidos por jeques pertenecientes a la aristocracia árabe o muladí, por antiguos oficiales de la corte o de tropas eslavas o por aristócratas de origen norteafricano o hispano—bereber. Es lo que la historiografía denomina periodo de los reinos de taifas que se extendería desde 1009 hasta el año 1031.

El dominio musulmán sobre la península nunca fue total. Los astures, cántabros y vascones occidentales mantuvieron siempre una cierta independencia, aunque, a veces, tasados con ciertos tributos. Más al este, navarros, aragoneses y catalanes —apoyados por los reyes francos de Carlomagno— fueron creando a partir del año 800 condados que desafiaban la autoridad musulmana. Tradicionalmente se ha denominado Reconquista a este afán de los cristianos por recuperar el reino godo de Rodrigo. Hoy el concepto de reconquista está en discusión, pero aquí los seguiremos usando para facilitar la explicación de los siguientes capítulos, suficientemente complejos para añadir ahora discusiones académicas.


Ya hemos visto el primer movimiento de la Reconquista en la victoria de Pelayo en Covadonga hacia el año 722. Fue el primer paso hacia la creación del reino de León que tiene a los descendientes de Pelayo como principales impulsores. Los primeros sucesores inician una lucha para conseguir primero el dominio de la franja costera, para poco a poco traspasar los Picos de Europa y asentarse sobre León. La corte pasa con los años de Oviedo a León, cuya conquista definitiva se produce a mediados del siglo IX. El primer monarca que adoptó el título de rey de León fue García I (910—914), hijo de Alfonso III de Asturias. Los forcejeos con los musulmanes son fluctuantes; unas veces, el impulso viene de los cristianos; otras veces son los islamistas los que detienen el avance de los cristianos hacia el Sur. A veces, hay relaciones de buena vecindad o de entendimiento materializado en el pago de tributos (parias), como el que algunos autores achacan al rey Mauregato, obligado a pagar cien doncellas anuales a los califas de Córdoba como muestra de sumisión. El primer objetivo estratégico de los reyes leoneses es asegurar sus fronteras sobre la línea del río Duero; con la conquista de Zamora en el año 901 parece asegurarse esa línea defensiva. Cuando los musulmanes son fuertes, la expansión cristiana se detiene o retrocede, como pasó poco después de lo de Zamora con las ofensivas de Almanzor a finales del siglo X.

En el este de la península surgen otros núcleos de resistencia en la actual Navarra y en los valles pirenaicos catalanes, ambos con la ayuda de los francos carolingios quienes, después de haber parado la expansión musulmana hacia Europa, prosiguieron su esfuerzo hasta la línea del Ebro. Hacia el año 800, los valles de Aragón dependen del condado carolingio de Toulouse, la Jacetania obedece a otro conde franco, lo mismo que Pamplona, regida por un conde de Carlomagno. A partir de la segunda mitad del siglo IX, estos condados empiezan a actuar de manera independiente contra los ataques musulmanes y a mostrar cierta autonomía respecto a la política del otro lado de los Pirineos. Con el tiempo, surgirán allí los reinos de Navarra (con el impulso de los condes Arista) y Aragón (impulsado por Aznar Galindo). A partir de entonces, unas veces luchará cada uno por su cuenta contra los musulmanes; otras veces se alían entre ellos para esa tarea común; en otras muchas, luchan entre ellos, a veces con aliados islámicos. Esta será la realidad, complicada, de los reinos cristianos peninsulares hasta el siglo XV.

Parecido proceso sucedía en el extremo oriental de los Pirineos. Los textos del siglo IX utilizan la expresión «marca hispánica» para designar a una región fronteriza militarizada (marca) bajo la autoridad de los reyes francos (que habían conquistado Barcelona en el año 801) que mantenían dominio sobre los valles pirenaicos de la vertiente sur (hispánica) al mismo tiempo que sobre las regiones de Toulouse y de la actual Narbona. A veces la denominación de «Marca Hispánica» se cambiaba por Regnum Hispaniae y designaba, más que una organización política, una zona geográfica dividida, a su vez, en condados no vinculados entre sí; cuando una misma persona se halla al frente de varios condados recibe el título de duque o conde, pero estos condados pueden ser divididos a su vez a voluntad del monarca: los condes son solo delegados suyos, no hereditarios, en las circunscripciones para las que han sido nombrados. Los avatares del Imperio carolingio y las guerras civiles, con el consecuente decaimiento del Imperio carolingio, producen la tendencia al heredamiento de los cargos condales y, poco a poco, un distanciamiento político de esos condes respecto a los soberanos francos al mismo tiempo que un agrupamiento de condados favorecidos por matrimonios y herencias. A finales del siglo IX, el monarca carolingio Carlos el Calvo designó a Wifredo el Velloso —un noble descendiente de una familia del Conflent— conde de Cerdaña y Urgel (870) y conde de Barcelona y Gerona (878), lo cual suponía la reunión bajo su mando de buena parte del territorio de la Marca Hispánica. Wifredo fue el primer conde en transmitir el gobierno de sus territorios directamente a sus descendientes, debido a la crisis en que estaba sumido el imperio carolingio y al consiguiente aumento de poder de los gobernantes locales en sus territorios fronterizos. Aunque a su muerte Wifredo repartió sus condados entre sus hijos, se mantuvo la unidad entre Barcelona, Gerona y Osona, excepto durante un breve periodo. Se atribuye a la política de Wifredo la repoblación de Osona, así como la fundación de los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas y la restauración de la sede episcopal de Vich. Durante el siglo X, los condados se convirtieron en verdaderos territorios independientes del poder carolingio, un hecho que el conde Borrell II oficializó en el 987 al no prestar juramento al primer monarca de la dinastía de los Capetos, después de que fuera desoída por Hugo Capeto una petición de ayuda con ocasión del ataque de Almanzor a Barcelona en 985. La independencia de los condados catalanes —que no estaban unidos entre ellos políticamente, aunque el conde de Barcelona irá consiguiendo cierta primacía— no fue reconocida por el derecho y los reyes de Francia siguieron ostentando sus títulos catalanes hasta bastantes siglos después. En estos años de formación de los condados se desarrollaron los primeros pasos de repoblación del territorio tras la invasión musulmana, trayendo grandes contingentes de población de los territorios dentro del imperio carolingio, principalmente con población del sur de Francia. Así, durante los siglos IX y X se creó una sociedad donde predominaban pequeños propietarios libres, enmarcados en una sociedad agraria donde cada familia producía lo que consumía, generando muy pocos excedentes, creando una sociedad feudal típica de la Edad Media. Las diferencias entre las poblaciones del sur de Francia y la del norte de Cataluña se profundizarán con ocasión de la guerra contra los cátaros en el siglo XIII, cuando la población del sur de Francia fue expulsada y la zona repoblada con nuevos inmigrantes venidos del norte de Francia.


Real Alcázar de Sevilla. Sevilla fue una ciudad importante durante el dominio musulmán de la península. Actualmente es una muestra de arte musulmán, mudéjar y gótico. Foto del autor.

La incorporación de la península al mundo musulmán permite recobrar la vocación mediterránea que había desaparecido con los godos. Se reinstauran antiguos mercados y rutas comerciales. El zoco y la mezquita, son el corazón de las grandes ciudades (Córdoba, cien mil habitantes) donde se amontonan artesanos y tenderos; en contrate con las cristianos, amigos de la aldea y el terruño. Las técnicas árabes mejorarán notablemente la productividad del suelo español; entre las grandes producciones están el arroz, los granados, la caña de azúcar, el algodón y las naranjas, El campesino andaluz reparte las cosechas entre propietarios y labriegos, a diferencia del norte cristiano, con mayor servidumbre de los trabajadores del campo. Mejoran la cabaña equina y ovina; también mejoran la minería romana, que les permite desarrollar industrias de orfebrería y metalurgia; otras producciones notables fueron el vidrio, la alfarería, el cuero y las sedas.

La libertad de pensamiento, con diversos vaivenes, da alas a la creatividad, desbordada en la ciencia y la filosofía. A finales del siglo IX llega desde la India el sistema numeral actual, que en la centuria siguiente se dará a conocer a los reinos cristianos. A pesar de las restricciones que impone la religión, la corte musulmana enseñó a paladear la belleza de escritores y poetas; la poesía popular modela composiciones (zéjel, muasaja) en las se prefiguran las primeras huellas romances. A lo largo del siglo X, los califas de Córdoba levantan, como escaparate de su magnificencia, el palacio de Medina Al-Zahra y la mezquita.

Una doble frontera, política y cultural, ahonda la península; frente a la grandiosidad de Córdoba, los territorios del norte se ruralizan, alicaídos en los valles pirenaicos y cántabros, y forjan en ellos una conciencia militarizada. La creciente población en esos pequeños territorios anima a asaltar las tierras fronterizas (Duero, Cataluña Vieja, la Rioja) entre los dos mundos; la puesta en cultivo de esas regiones consagra a la aldea como célula fundamental. Las concesiones regias a monasterios, iglesias y familias nobiliarias pronto darán a grandes patrimonios latifundistas.


la baja edad media (siglos xii — xv)

En el siglo XI el mundo musulmán se desintegra tanto en Oriente como en Occidente. En España, tras una guerra civil, se produce en 1031 la disolución del califato de Córdoba cuyo territorio se divide en varios reinos (taifas) que, como los cristianos, unas veces se alían para luchar contras los reinos cristianos y las más luchan entre ellos. Muchas taifas, para evitar su desaparición, aceptaron el pago de tributos a las monarquías cristianas. La caída de Toledo en 1085 en manos cristianas fue un golpe durísimo para todos los musulmanes; los monarcas de las taifas de Badajoz, Sevilla y Granada pidieron ayuda, una vez más, a sus correligionarios en la fe del otro lado del Estrecho de Gibraltar. El norte de África estaba entonces en poder de una dinastía bereber muy radical en sus creencias musulmanas: los almorávides. Los almorávides surgieron como un movimiento religioso rigorista en el que se integraban tribus bereberes del Sáhara occidental, y crearon un imperio que se extendía por el norte de África y, luego, por al—Ándalus cuando fue solicitada ayuda por parte de reyes de taifas tras la ocupación de Toledo (1085) por el monarca castellano Alfonso VI. En el año 1086, Yusuf ibn Tasfin derrota a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas y, a partir de entonces, se extienden por el sur y centro de la península hasta Zaragoza, teniendo como capital a Granada en este lado del Estrecho y a Marraquech en el norte de África. Los almohades volvieron a obtener una gran victoria en la batalla de Uclés (1108), pero poco después fueron vencidos por el rey aragonés Alfonso I el Batallador en Zaragoza (1118). Tras esta derrota empieza su declive y sus posesiones en España se dividieron en numerosos reinos de taifas.

Llamados por sus hermanos en la fe, una nueva oleada de fanáticos musulmanes, los almohades, desembarcaron en Algeciras y en pocos años se hicieron con todos los territorios musulmanes de la península. Los almohades habían nacido entre las tribus bereberes del Atlas marroquí como una secta musulmana caracterizada por su purismo y radicalismo ortodoxo cuyo líder se arrogaba el título de mahdi; rápidamente se extendieron por todo el norte de Marruecos y saltaron a España en tiempos del líder llamado Abd al-Mu´min (1130—1163); rápidamente se hicieron con las taifas de Sevilla (1147), Córdoba (1149), Granada (1154) y otras. Los almohades, que habían establecido su capital en Rabat, eligieron Sevilla como centro de poder en al-Ándalus. Bajo la dirección de Abu Yusuf Ya´qub (1184—1199) derrotaron a los cristianos en Alarcos (1195) hasta que son derrotados en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), cuando inician su declive y dejan tras de sí un montón de nuevos reinos de taifas. Su fanatismo religioso no impidió que figuras como Maimónides y Averroes brillaran durante su dominio en España. Desde el punto de vista artístico, las obras más importantes fueron la Giralda y la Torre de Oro, ambas en Sevilla.

Tras la victoria de las Navas de Tolosa los reinos musulmanes ya no se repondrían nunca más y nunca más se unificarían de nuevo. Sin embargo, la Reconquista no finalizó en ese momento, lo que se explica, entre otras causas, por la división entre los reinos cristianos, por la falta de población para continuar la colonización de nuevas tierras y también porque los monarcas cristianos preferían cobrar parias (impuestos) a los emires de los reinos musulmanes antes que conquistarlos militarmente. Los reinos cristianos que desde el principio de la Reconquista se habían formado en el norte de España (reinos de León, Aragón, Navarra y los condados catalanes) continuaban la expansión hacia el sur, a costa de los reinos musulmanes que encontraban a su paso. Pero estaban lejos de unirse; la Alta Edad Media es una sucesión de reinos, batallas, uniones, desuniones y eventos que hace muy difícil resumir la historia de los mismos desde el siglo XI al XV. Siempre hubo un cierto espíritu de unión peninsular, a veces facilitado por el matrimonio de los herederos de dos dinastías, pero al final la división prevaleció. Las fronteras no siempre fueron las mismas y todos los reinos cambiaron con el tiempo sus fronteras, unas veces a costa de los musulmanes y otras a costa de otro reino cristiano.

A mediados del siglo X surgió un nuevo reino: el de Castilla. Castilla, cuyo núcleo inicial estaba en la zona de la actual provincia de Burgos, era una marca (zona militar) dependiente del reino de León y que tradicionalmente estaba dirigido por un conde. Como pasó con los condados catalanes de la Marca Hispánica, esos condes tendieron a ser hereditarios hasta que en el año 960 el condado de Castilla se independizó de facto del reino de León con el conde Fernán González, aprovechando la decadencia del reino leonés provocada por los embistes de Almanzor. A partir de entonces, Castilla será un bastión ofensivo contra los reinos musulmanes, pero su historia se mezclará con la de Navarra, la de León e incluso con la de los condados catalanes, hasta que en 1230, con Fernando III se puede hablar de unidad política de los reinos de León y el de Castilla; pero no de fusión o identificación de leoneses y castellanos, que mantendrán sus Cortes separadas por un siglo más. Pero con el tiempo, Castilla prevalecerá sobre León.

El reino de Galicia se conforma en el año 910 cuando el rey Alfonso III de León asignó a cada uno de sus hijos los territorios de su reino y correspondió a Orduño lo que hoy es la región de Galicia, aunque García, el mayor de los hermanos, y fundador de la dinastía leonesa, conservaba la soberanía sobre la totalidad de los territorios de su padre. Galicia había adquirido importancia tras el descubrimiento de los restos del apóstol Santiago en el año 813 en Iria Flavia, una parroquia de Padrón; este descubrimiento supuso para la región el inicio de las peregrinaciones a través del Camino de Santiago. A finales del siglo XI, el reino de Galicia es dividido administrativamente en dos condados, tomando como referencia al río Miño, estableciendo el condado de Galicia en el norte y el condado de Portugal en el sur. En 1230, Fernando III de Castilla reúne definitivamente Galicia al reino de Castilla y León. La denominación de reino de Galicia fue conservada durante el Antiguo Régimen, hasta ser sustituida oficialmente con la reforma administrativa española de 1833, aunque siguió siendo empleada con fines honoríficos y protocolarios. Algunos sectores políticos han propuesto su recuperación como denominación oficial de la Comunidad Autónoma de Galicia.


Las uniones, separaciones, alianzas y enfrentamientos de la historia de al-Ándalus y de los reinos cristianos occidentales tienen su semejanza en la zona oriental de la península. El reino de Navarra se había formado alrededor de la ciudad de Pamplona sometido a la presión de los francos por el norte y de los musulmanes por el sur. En el año 788, los vascones que habitaban en la parte pirenaica de Navarra sorprenden en las proximidades de Roncesvalles a las tropas de Carlomagno que regresaban a Francia después de haber acudido en auxilio de los Banu Qasi de Zaragoza. La primera dinastía regidora de la zona comenzó en el siglo IX con Iñigo de Arista que mantiene un equilibrio entre la presión islamista y la dependencia de la monarquía carolingia. Una nueva dinastía (dinastía Jimena) se hace con el poder en el siglo X, la cual extiende sus dominios por la Rioja; el matrimonio de García Sánchez (905—925) con la heredera del condado de Aragón se tradujo en la unión del condado y del reino de Pamplona que se mantuvo hasta el siglo XI. Tras los ataques de Almanzor, el rey Sancho III (1000—1035), denominado el Mayor, convierte al reino de Pamplona en el mayor de la España cristiana incorporando tierras aragonesas y casándose con la heredera del condado de Castilla. Pero a su muerte dividió sus territorios entre sus hijos. Poco tiempo después, el reino navarro se incorpora al de Aragón hasta que en 1134 recuperan la independencia proclamando rey a García Ramírez, con dominios disminuidos respecto a los de sus antepasados y ahora rodeados por los emergentes reinos de Aragón y el de Castilla. Poco tiempo después, Navarra pierde los territorios de Guipúzcoa y una parte de Álava en beneficio de Castilla. Con el paso del tiempo, Navarra pasará a manos de la dinastía francesa de Champaña, lo que explica que durante toda la Alta Edad Media Navarra estará inclinada a los intereses franceses, teniendo sus territorios divididos a una y otra parte de los Pirineos, hasta el punto de que en algún momento la corona francesa de los Capetos reinará también a este lado pirenaico. Las dinastías francesas estuvieron también presentes hasta el siglo XIV; con Juan II de Aragón, el reino de Navarra pasará a la órbita de la corona de Aragón y tras nuevas desuniones, será bajo Fernando el Católico cuando Navarra quedó incorporada a la corona de Castilla (1512).

Alfonso I (1162—1196) fue el primer monarca efectivo de la llamada corona de Aragón al heredar los dominios de su madre (Petronila, reina de Aragón) y de su padre (Ramón Berenguer IV, conde Barcelona, cuyo título se había consolidado como cabeza de los diversos condados de la Cataluña Vieja) aunque cada territorio mantuvo su personalidad jurídica, administrativa y cultural. Es necesario señalar que el concepto de «corona de Aragón» fue elaborado en el siglo XVI (aunque el término fue utilizado en algunos textos medievales) y abarca al conjunto de reinos, condados, señoríos, etc. que a raíz del matrimonio mencionado se encontraban bajo una misma dinastía, pero con instituciones separadas. Tanto Aragón como Cataluña llevan a cabo una importante penetración política en el sur de Francia durante el siglo XII (territorios que se perderían poco después, tras la derrota que Pedro II sufrió en Muret —1213— frente al francés Simón de Monfort) al mismo tiempo que se extienden por tierras musulmanas del sur de Aragón y el campo de Tarragona (la Cataluña Nueva). Aragoneses y catalanes ocuparon el reino (musulmán) valenciano y los catalanes llevaron su expansión hasta las islas Baleares y Valencia, incorporadas a la confederación aragonesa en tiempos de Jaime I (1213—1276) y que pronto se convirtieron ellas mismos en reinos. La ocupación de Mallorca fue obra de colonizadores catalanes y el nuevo reino estará unido a Cataluña, incluso cuando tenga rey privativo. Cuando Jaime I murió (1276), dejó en su testamento que el reino de Aragón fuera para su hijo Pedro y el nuevo reino de Mallorca para su otro hijo, Jaime II; el reino de Mallorca comprendía además de las islas Baleares una serie de territorios del sureste de Francia. En 1349, el reino de Mallorca se incorpora definitivamente al reino de Aragón. El reino de Valencia fue ocupado conjuntamente por catalanes y aragoneses que intentaron, por separado, imponer sus costumbres y leyes, lo que obligó al monarca a crear un reino independiente y distinto del de Aragón, el reino de Valencia, unido a los anteriores por la corona. Tras las anteriores anexiones, el reino de Aragón inicia una expansión estratégica hacia el Mediterráneo central. Pedro III (1276—1285) incorpora Sicilia en 1282, defendiendo la herencia de su esposa Constanza de Suabia, en oposición al bando liderado por el francés Carlos de Anjou tras una revuelta en la isla contra la presencia francesa (Vísperas Sicilianas, 1282). Jaime II (1291—1327) iniciaba la conquista de Cerdeña y en 1380, bajo el reinado de Pedro IV (1336—1387), se añadirían los ducados de Atenas y Neopatría, aunque se perdieron poco tiempo después. Aquí se inició la orientación de la política aragonesa, y luego española, hacia Italia (que tanto influirá en la política española en los siguientes siglos) al mismo tiempo que se desentiende de los intereses sobre el norte de África y Marruecos. El dominio aragonés del Mediterráneo fue tan decisivo que por entonces se decía que hasta los peces debían llevar las barras aragonesas para poder nadar por el dicho mar. Estas guerras crearon en la corona de Aragón una gran cantidad de soldados mercenarios (llamados almogávares) que agrupados en compañías actuaban a menudo por su cuenta en busca de botín. Estuvieron presente en la conquista de Sicilia y, cuando se quedaron sin faena en favor de los aragoneses, llegaron a un acuerdo con el emperador de Bizancio Andrónico para apoyarle en su lucha contra los turcos, pero tras lograr bastante éxito en el campo de batalla las buenas relaciones pronto se deterioraron y para deshacerse de ellos el emperador invitó a la flor y nata de almogávares y cuando estaban en el banquete los hizo asesinar. Cuando el resto de mercenarios se enteraron, arrasaron con pueblos y personal: ese hecho se conoce como «la venganza catalana» y por aquellos lugares todavía se acuerdan de ello. Libres de alianza con los bizantinos, los almogávares crearían un pequeño imperio en Grecia (los ducados de Atenas y Neopatría) que pusieron bajo la soberanía de los reyes aragoneses los pocos años que duraron. Aquí se hicieron famosos los caudillos Roger de Flor y Roger de Lauria, que todavía resuenan en la actualidad.

Возрастное ограничение:
0+
Объем:
415 стр. 43 иллюстрации
ISBN:
9788411141741
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают