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Lo que nos trajo el Covid-19

Mª Gema González Jaraíz

ISBN: 978-84-18766-98-5

1ª edición, junio de 2020.

Editorial Autografía

Carrer d’Aragó, 472, 5º – 08013 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Sumário

AGRADECIMIENTOS

PROLOGO

Bloque 1

1  LOS PELOS DE PUNTA

2  YA ESTA AQUÍ, NO HAY VUELTA ATRÁS

3  SOBREVIVIR EN URGENCIAS…TODO UN RETO

4  UN DÍA EN LA UCI

5  Una iniciativa solidaria

6  El alta

7  Un día más

8  Un mundo en dos días

9  Otro día igual pero distinto

10  Algo ha cambiado Bloque 2

11  Cartas a enfermos del Covid-19

12  Cartas al personal sanitario

13  Cartas a los trabajadores

14  Cartas de los más jóvenes Bloque 3

15  ¿Quién iba a pensarlo?

16  Carta a la esperanza

17  Al otro lado

18  Sentimientos

19  ¡Y lo que más temíamos llegó y se expandió!

20  Penitenciaría de Zaragoza

21  Desescalada

22  Desde china

23  Las noticias

24  Lo que sucedió con la agricultura

25  Pensamientos de un bombero

26  Cartas de pacientes

Dedicatoria

Este libro está dedicado a todas esas personas que están luchando o han luchado contra este virus.

AGRADECIMIENTOS

A mis hijos, por la implicación de una manera u otra en las cartas, y en la creación de este libro. MUCHAS GRACIAS CHICOS

A dos compañeras del ambulatorio del Jaime Vera de Coslada que han estado al pie del cañón, imprimiéndome cartas y contestándolas una a una e incluso acercándome las cartas al hospital, MUCHAS GRACIAS

A mis compañeras que las pobres se contagiaron del covid-19 y a pesar de encontrarse fatal estuvieron clasificándome las cartas, contestándolas, mandándomelas al correo para que me fuera más fácil imprimirlas. MUCHAS GRACIAS

Al hospital por dejarnos imprimir las cartas allí, que eso nos facilitaba mucho la tarea. MUCHAS GRACIAS

A todas y cada una de los compañeros tanto de mi unidad como del resto del hospital que han colaborado en esta iniciativa tan bonita, ya sea repartiendo cartas, leyéndoselas, localizándome a aquellos pacientes para hacerles llegar una foto, un dibujo, o un mensajito de su familia. MUCHAS GRACIAS

Al ayuntamiento de Coslada por toda la ayuda recibida. MUCHAS GRACIAS.

A esas voluntarias anónimas que nos hicieron mascarillas, gorros, con los que estamos la mar de guapos, MUCHAS GRACIAS.

A mis primas, que nos mandaron unas batitas muy chulas desde Alonso de Ojeda y a todas las personas que participaron en la creación de estas MUCHAS GRACIAS

A mis compañeras de planta, de uci, de urgencias, y mis amigas por la colaboración en este libro.

A toda la gente que ha participado de una manera o de otra en este proyecto tan bonito de cartas al paciente covid-19, que han emocionado tanto a los pacientes como a nosotras. MUCHAS, MUCHAS GRACIAS.

PROLOGO

La idea de hacer un libro, realmente no apareció hasta días después de comenzar con la iniciativa de las cartas para pacientes covid-19. Ya que no sabíamos ni siquiera si iba a salir adelante, la verdad que quedamos muy sorprendidos tanto mi hija como yo, ya que al día siguiente teníamos más de 130 cartas para imprimir, como mis compañeras de la planta, cosa que nos hizo mucha ilusión a todos. A día de hoy hemos recibido más de 3500 cartas, y no solo nuestro hospital, ya que en todos los hospitales se está llevando a cabo.

Recuerdo que esa misma noche (que yo trabaje en el hospital), repartimos todas las que llevaba y nos emocionamos muchísimo, pero no solo nosotras también los pacientes, algunos de ellos se emocionaron tanto que no podían ni acabar de leerlas, y se la terminábamos nosotras. Una pena pues acabábamos todos llorando, pero nos sentíamos genial.

Y casi al final de la noche, me dije estaría bien hacer un libro de todo esto, y aquí estamos. Este libro no solo habla de todas esas cartas o los dibujos que nos han mandado los niños, ya que hice otra para que los niños también pudieran participar. Y que han participado y mucho, incluso colegios.

Si no de sentimientos, frustraciones, de cómo se vive desde el campo de batalla la lucha contra este virus, sin armas y desprotegidos en las distintas áreas del hospital: hospitaliza ción, uci, urgencias. En las residencias o desde sus hogares todas las personas, que también han puesto su granito de arena, escribiendo y felicitando.

Nos trae cosas buenas ya sea en forma de cartas, aplausos, donaciones … Pero también encontramos el otro lado que este virus provoca, miedo, no solo para uno mismo, si no de contagiar a otros, esto hace que puedas llegar a comportarte de una manera irracional, de tantas formas como hemos podido ver en las redes sociales, televisión, en nuestros portales, …

Este libro sirve de desahogo, para contar la historia desde diferentes puntos de vista, porque si algo es capaz de quitarte mucho peso de encima es escribir lo que sientes, lo difícil es empezar….


Bloque 1

Capítulo 1

LOS PELOS DE PUNTA

Un día como cualquier otro, vemos en las noticias, qué un virus está acabando con muchas vidas en una ciudad de otro país, un virus que hasta ese día ni siquiera había oído hablar de él.

Comienzas a prestarle atención, y piensas: “MADRE MÍA, ESPERO QUE NO LLEGUE AQUÍ”.

Pero ese pensamiento según va pasando el tiempo, se va cada vez haciendo más real, en otro pueblo, en otro país.

Cada vez lo ves más cerca y no lo puedes creer.

Como sanitario que eres, comienzas a darle vueltas en la cabeza, y observas en cierta manera de forma distinta al resto del mundo.

¿Cómo se contagia?, ¿Será real ese número de muertos?, ¿Protocolos?, ¿Medidas de aislamiento?, ¿EPIs?

Un sinfín de preguntas empiezan a estallar en tu cabeza, y sí antes veías las noticias de vez en cuando o las esquivabas, ahora no te desprendes de ellas, porque sabes que como venga a tu país, a tu zona de confort, van a cambiar muchas cosas, el miedo y la incertidumbre de cómo se llevará a cabo todo, empieza hacer mella en ti.

Llegas al trabajo y los comentarios son comunes a todos, “esperemos que no llegue aquí o no sé qué va ser de nosotros”.

Cada día que pasa lo vemos más cerca, nuestros temores se van haciendo cada vez más reales.

Todos y cada uno de mis compañeros hablamos de lo mismo, las protecciones son como las del Ébola, observamos las medidas de los otros países, ya veremos aquí cuando llegue.

Y en tu mente te preguntas:

¿Será capaz de seguir la gente ese tipo de confinamiento?, cuando aquí en España, sale un día el sol y nos lanzamos todos a la calle.

Y llega el día, tu peor pesadilla se ha cumplido, los primeros casos, aunque todavía en la mente de la gente sigue estando muy lejos.

Las noticias de los otros países comienzan a ponernos los pelos de punta a más de uno, y comentas con unos y otros y la respuesta es la misma.

Prestas mucha atención a todas esas muertes, las características de contagio, intentas prepararte mentalmente para algo, que de ninguna manera estas preparado, no aparece en ningún libro, jamás te has visto con una situación así y esa incertidumbre va mellando.

Tus pensamientos se van a otras epidemias, las altas esferas y los expertos, tus superiores te van dando información que al final dista mucho de ser la realidad. Lo que en un principio parece ser un simple catarro un poco más fuerte, que no llega a ser una gripe, se ha transformado en una gran pesadilla.

La gente empieza a ser consciente de lo que nos ha llegado, y comienza a sentir el miedo en su cuerpo, la búsqueda de información, de materiales para protegerse, el pánico se palpa en el ambiente.

Tú en medio de esa inseguridad, intentando dar un poco de tranquilidad, cuando tu llevas mucho tiempo con un nudo en el estómago difícil de deshacer.

Mantienes la calma ya que en cierta manera tienes un tipo de información más directa, llegas al trabajo y aunque el miedo se palpa en el ambiente, las altas esferas te mandan mensajes de tranquilidad, con esto podemos, nuestra sanidad es la mejor del mundo.

La información de cómo se va a realizar todo llega a cuentagotas, el nerviosismo y las dudas te asaltan, nos dan los primeros EPIs, y tú piensas para ti: tranquila está todo controlado.

Y descubres a los cinco minutos de tu primer caso, que de controlado nada, no has terminado de vestirte junto a tu compañera y ya se te han empañado las gafas, comienzas a sudar, oyes tu respiración y te das cuenta de que estas atacada.

Coges aire, miras a tu compañera y dices: vamos con esto podemos.

Al salir de la habitación de tu primer paciente y después de quitarte el traje que te está matando, no porque te apriete ni nada de eso, sino por el agobio de sentirte dentro de un traje espacial (pienso entre risas). La verdad no sé cómo se sentirán los astronautas con su traje, pero debe ser algo parecido.

Llegas a tu zona segura y te das cuenta que estas como un pollo, ni que hubieras hecho la maratón, te lavas hasta la saciedad, te miras y ves la cara con esas marcas y piensas: me he pasado apretándome las gafas, tengo que hacer algo para que no se me empañen.

Vuelves a respirar, tus compañeras te preguntan: ¿qué tal ha ido?, a lo que respondes, muy agobiante, pero de momento bien. Como solo llevas ese paciente el tiempo que no estás con él lo dedicas a ayudar a tus compañeros en lo que necesiten, ya que no puedes coger más pacientes.

Solo faltaba que por tu culpa se contagie alguno más.

Lo peor cuando llegas a casa y te das cuenta que eres un peligro para los tuyos ¿y si lo cojo y soy asintomática?

Tu mente empieza a trabajar a lo bestia, te duchas, te enjabonas varias veces y te restriegas bien, hasta que consideras que ya no debes tener ni un solo sitio en tu cuerpo donde se haya podido esconder ese bicho, y que sea un peligro para los tuyos.

Sales del baño y piensas: bueno, primer día superado. Pero tus pelos van por libre y si los de la cabeza se pudieran erizar, yo parecería Espinete.

Vuelves a respirar y te dices a ti misma, bueno todo está controlado.

Capítulo 2

YA ESTA AQUÍ, NO HAY VUELTA ATRÁS

Segundo día, sales de casa pensando cómo estará la cosa, llegas al hospital, te cambias y sorpresa, ya tienes la mitad de la planta aislada.

Si venia medio tranquila, se acabó. El corazón a mil.

¿Novedades? Todas.

Los pacientes han aumentado.

Tu cabeza comienza a dar vueltas, empiezas a tener las primeras dificultades, las cabezas pensantes han colocado las cosas de cierta manera que no son útiles, uff... Bueno, ya veremos cómo lo solucionamos.

Preparamos todo el material que vamos a necesitar, junto con tu compañera y te dispones a entrar. No has empezado a vestirte y tu corazón comienza a acelerarse, comprobamos que estamos listas y entramos.

Llegas a la habitación y te encuentras a un paciente con mucho miedo, muy nervioso, sabes que su cabeza no ha parado de pensar “que será de su vida, de su familia, podré volver a verlos, de pronto se les viene el mundo encima”.

Tu intentas que se relaje, le hablas e intentas sacarle una sonrisa, sueltas la primera tontería que se te ocurre, para intentar cambiar la tensión del momento, pero notas que no lo consigues.

Sales de la habitación y con mucho cuidado comienzas a desvestirte bajo la vigilancia de tu compañero, entre cada parte del traje que te quitas te lavas con el esterilium (desinfectante), cuando acabas sales medio atontada, no sabes si por la tensión del momento, o por el colocón de esterilium.

Con el corazón encogido en un puño por lo que acabas de pasar con el paciente, te vuelves a vestir porque pasamos al siguiente. Entras y la situación no ha cambiado, vuelves a notar en los ojos del paciente: el miedo y la preocupación.

Con un poco de suerte no se derrumban delante tuyo, pero cuando pasa, solo te puedes quedar ahí, intentando animarlos un poquito, aunque no te salen ni las palabras.

Con el paso de los días la situación va empeorando, la tensión por parte de todo el personal va aumentado, el quipo a pesar de todo, está más unido que nunca. Vamos solventando todas las dificultades como podemos.

De pronto llegas un día y comienza a faltarte el material, y el ingenio aparece, la imaginación se apodera de nosotros. ¡NO HAY EPIs!

Nuestra seguridad está en riesgo, la lluvia de ideas aparece, bolsas de basura, esparadrapo, chubasqueros……

LA FRUSTRACIÓN ESTÁ A TOPE

No me lo pudo creer, ¿cómo creen estos insensatos que nos vamos a proteger? ¿Cómo vamos a poder ayudar, si nosotros no estamos protegidos?, ¿Y si nosotros caemos, quien ayudará? Si no teníamos bastante tensión, ahora encima sin protección o con batas de aislamientos normales y delantales de plástico, que según ellos son suficientes, claro desde los despachos, seguro que sí.

Y las mascarillas cuídalas, que tiene que durarte varios días, o como poco un turno entero… Y suena un timbre, tu paciente está peor, no se encuentra bien, pero, corre vístete deprisa.

Llegas y resulta que está tan mal, que no se puede hacer nada. A pesar que ya sabes cuál va a ser el final, haces de tripa corazón e intentas reconfortarle y con el corazón en un puño le colocas con cuidado para que esté lo mejor posible.

La impotencia tanto tuya como la de tus compañeros se palpa en el ambiente, y en silencio, continuas con el trabajo intentando superar la situación que acabas de vivir.

Pasan los días y esto no mejora, termina tu tuno y todavía sigues con la imagen de ese pobre hombre o mujer que sabes que está fatal y que lo más seguro es que no vea la luz del día. Y lo peor que él lo sabe, te mira y te pregunta ¿de esta no voy a salir verdad? Y tú como puedes intentas animarlo, aunque él se da cuenta que realmente no le estás contestando.

Y te vas para casa y vuelves casi a esterilizarte, por el miedo que te da contagiar a los tuyos.

Los casos van en aumento y lo peor está por llegar, el estado de salud de los pacientes empeora rápidamente y tenemos que trasladarlos a uci.

Los pasillos están llenos de pacientes en sillones porque no caben, la urgencia desbordada, en las plantas las cosas no mejoran, se aíslan y doblan casi todas las habitaciones. El hospital finalmente solo trata a los pacientes de Covid-19.

Además de la frustración, el cansancio físico y sobre todo mental, le tenemos que añadir la inseguridad producida por la falta de material de protección, que nos hace trabajar con más nivel de tensión.

En medio de todo esto están los pacientes, que además de asustados están muy preocupados por sus familias, por el cómo lo estarán llevando.

Los familiares sin poder estar con ellos, a espera de noticias telefónicas, debido al aislamiento que esta enfermedad requiere y el confinamiento por parte del estado, del resto de la población.

Porque sí, señores nos tenemos que quedar en casa, porque nuestra vida depende de ello. O como dicen los niños, si nos escondemos el bichito no nos encuentra.


Capítulo 3

SOBREVIVIR EN URGENCIAS…TODO UN RETO

Son las 6 de la mañana, un día más suena el despertador. Pero desde hace ya varias semanas, no es un día cualquiera. La noche ha sido horrible, llegué de trabajar a las 23h, a una casa que no era la mía. Decían que cerrarían Madrid, que lo aislarían para evitar más contagios, que se prohibirían las entradas y salidas.

Un rumor más, o un intento de control imposible… Llevo 7 años yendo y viniendo desde Guadalajara a Madrid, bien por estudios o por trabajo. Ahora, soy enfermera, y no sé qué hacer, los rumores dicen que cerrarán Madrid, las voces más críticas dicen que debería estar ya cerrado, en el móvil cientos de Whatsapp opinan libremente sobre lo que está bien y lo que está mal.

Pero nadie se para a pensar: ¿qué hacemos los sanitarios que no vivimos en Madrid? No es suficiente el agobio generado al pensar si estás haciendo bien o mal en volver a casa todos los días, si a alguno de los pacientes que hace algunos días vino por una patología diferente y hoy regresa con síntomas de coronavirus se lo has contagiado tú, con sentir como la gente en la fila del supermercado da un paso hacia delante cuando se entera de que trabajas en un hospital.

Ahora nos tenemos que plantear cómo ir a trabajar. A pesar de todo, me siento afortunada. Hay gente que valora nuestro trabajo, nuestro fuerzo, y por ello me despierto, en una casa que no es la mía, pero que desde el minuto uno de esta locura decidió que, si cerraban Madrid, allí me podría quedar.

Lo dan todo día tras día para que al volver de trabajar pueda desconectar, sentirme en casa y coger fuerzas para el día siguiente. Aunque no es fácil dormir... llevamos más de un mes así. Las pesadillas son continúas, recurrentes, sueño con que mis allegados se contagian, con que en el hospital no llego a todos los pacientes, los monitores no paran de pitar, un paciente desaturado, el otro pide agua con una mascarilla de BIPAP, el del box 16 no aguanta la pronación y está agitado, los de sillones quieren cenar y la comida no llega.

De repente aparece una UVI con otra paciente, con reservorio y saturando al 80%, ¡no hay boxes, no hay camas en la UCI, no hay tubos! Mi cabeza va a estallar y el maldito despertador no para de sonar.

He decidido no desayunar ni poner la televisión, he decidido intentar aprovechar media hora más y desconectar. Cojo el móvil y más de trescientos mensajes lo inundan, ahora hay tres grupos nuevos de trabajo: sólo enfermeras, Técnicos de enfermería y enfermeras y el anterior con las supervisoras. Cinco protocolos nuevos en menos de una noche: se cambia la sala de espera, se anula la pediatría, zona de limpios (pacientes con patología no respiratoria) y respiratorios, la obstetricia se deriva a La Paz, se triará en dos zonas.

Nadie nos ha preguntado, una vez más nadie ha preguntado a los que estamos en primera línea, a esos que llevan días y días viendo a pacientes que vienen por dolor abdominal y resulta que es una neumonía de lóbulo inferior, posible COVID. Esos que saben que es imposible diferenciar zona de limpios y de respiratorios por la gran cantidad de pacientes que llegan sin síntomas claros.

Se hace imposible desconectar, y la frustración se apodera de mí. Treinta minutos en coche, con la música a todo volumen y sin poder dejar de pensar en lo que me encontraré. Cuarenta pacientes en sillas y sillones desde hace dos y tres días pendientes de un ingreso que no llega, personas mayores en camillas… Y en ese momento, me doy cuenta de que muchas de estas cosas ya las hemos vivido antes, en cada epidemia de gripe cada invierno, que nos estaba avisando que así no podíamos seguir.

Que las urgencias se estaban usando mal, que un dolor de mano de hace tres semanas no es una urgencia, que en el centro de salud no te den cita para mañana tampoco es una urgencia, que tu hijo tenga mocos no es una urgencia, que un largo etcétera de situaciones, no son una urgencia. Situaciones que han hecho que, ante una pandemia, no tengamos recursos suficientes.

Que defendamos más un equipo de fútbol que un equipo de sanitarios, que sigamos pensando que el personal de un hospital está para servirnos cuando y como queramos, que no anulemos citas a las que no vamos a ir, que vayamos a urgencias a pedir paracetamol por no comprarlo en la farmacia, que no haya una educación sanitaria en los colegios que nos ayude a diferenciar lo que es una urgencia y lo que no, a prevenir conductas de riesgo con la obesidad, el tabaco. Todo esto ha ayudado a que hoy nos encontremos en esta situación, que no es culpa de un gobierno u otro. Hay que hacer autocrítica y pensar en qué hacemos mal a nivel individual, ningún gobierno habría hecho nada, porque ninguno sabe qué hacer.

¿Cómo van a saber qué hacer personas que hablan de algo que no han visto ni sentido?, ¿cómo nos van a decir a los sanitarios, que llevamos desde el 17 de febrero tratando con positivos y sin medios, cómo trabajar?, ¿cómo nos van a decir cómo protegernos, si no nos dan los medios?, ¿cómo van a crear un protocolo de actuación si ni siquiera han ido a un solo hospital a ver con qué medios contamos?

Pero a pesar de todo, ellos siguen hablando sin parar, y cobrando también, por supuesto. Con la de EPIs que se podrían comprar simplemente con la parte de sus sueldos que corresponde a dietas que no deberían estar cobrando al no estar trabajando.

Pero solo se les ve criticar conductas inadecuadas del otro cuando luego, en la comunidad que tienen a su cargo, hacen exactamente lo mismo. Pero, por desgracia, esto no es la primera vez que pasa. Ante una situación de crisis siempre hacen lo mismo. Nosotros como sociedad, criticamos en las redes, en casa, en el bar, pero nos quedamos ahí.

Como venía diciendo, todos los años, en invierno, hemos tenido un preludio de esto debido a los recortes de la última crisis y la privatización del sector sanitario, y la sociedad prefería seguir viendo el partido del domingo, comentar el último programa de Gran Hermano o cualquier otro evento, antes que luchar por una educación y una sanidad pública a la que hoy todos rogamos y suplicamos que nos salve.

Al llegar al aparcamiento encuentro sitio a la primera, se nota que la gente tiene miedo y sólo viene a la urgencia cuando realmente es una emergencia médica. El parte, un día más, es agobiante. Hoy han llegado a los sesenta pacientes pendientes de ingreso, pacientes que en su mayoría han pasado la noche en sillas y sillones.

Por suerte, el servicio de cocina está subiendo bocadillos para que todos puedan cenar. Un servicio que al igual que limpieza o mantenimiento, siempre está bajo mínimos, y ahora apenas han reforzado, si es que lo han hecho, que en muchos casos no ha sido así. Aun así, todos y cada uno de ellos da el 200% de su capacidad para que este equipo funcione y podamos dar una atención lo mejor posible.

Me dispongo a empezar. Comienza mi turno en el triaje y, mientras espero pacientes nuevos, refuerzo a mis compañeros, que están desbordados.

Me avisan que hay familiares que vienen a traer ropa a los pacientes. Me indigna que la gente no sea consciente de la situación que vivimos cuando ya llevamos un mes con ella. Que la ropa no es algo imprescindible, que ellos al ir al hospital están poniendo en riesgo a mucha gente porque han estado en contacto con su familiar que es positivo.

Entiendo la preocupación, comprendo la ansiedad que puede producir no saber de un ser querido, por eso salimos, recibimos la ropa y les damos toda la información posible, pero sigue siendo abrumador tener que explicar que eso no es algo imprescindible, al igual que no lo es un neceser.

Para salir a recoger esos artículos alguien del personal sanitario se tiene que quitar el equipo de protección, dejar de atender a los pacientes que están dentro, volver a entrar, vestirse, y ahora mismo estamos desbordados. Aun así, y cada quince minutos, los compañeros de admisión me vuelven a llamar para recoger alguna pertenencia.

Ellos también están cansados de explicarlo, y agotados por todo lo que tienen que atender cada día sin ser escuchados. Todos coincidimos en lo mismo:“el cansancio no es físico, es mental, no podemos más, pero hay que seguir”.

A los pacientes les ingresan a cuenta gotas, siendo más los que llegan nuevos a triaje que los que suben a planta. Seguimos intentando sonreír, los pacientes no tienen la culpa y sabemos que la actitud es lo primero, pero no podemos más.

De repente, un protocolo nuevo. Nos quedamos sin los pocos EPIs que teníamos, habrá que reutilizarlos, nos dicen que nos tenemos que poner un delantal encima y con eso será suficiente. Nos echamos las manos a la cabeza, pero eso ya lo estábamos haciendo antes. Seguimos atendiendo una persona a los pacientes, con el equipo de protección más completo posible y otra encargándose dentro de preparar medicación, material e ingresos, siempre y cuando se pudiese mantener el trabajo así, que no siempre es posible por el volumen.

En el box 6 un paciente no tolera la pronación, está agitado, le miro y pienso: “¿cómo lo va a tolerar?, lleva muchísimas horas boca abajo y con la mascarilla de reservorio sin poder moverse, yo tampoco lo toleraría”. Gracias a una compañera el paciente está en una cama y no en una camilla. No sé de dónde habrá sacado la cama, pero agradezco que, a pesar de todo lo que estamos viviendo, a ella se le haya ocurrido buscar hasta debajo de las piedras para conseguirla. En estos momentos te das cuenta, lo mejor son las personas.

En el box 3 tenemos un matrimonio al que decidimos poner juntos. A la vez que ahorrábamos espacio, les teníamos unidos y tranquilos. Su cara de agradecimiento no tiene precio, nos ven desbordados y entre ellos se ayudan para no tener que pedirnos más que lo imprescindible.

En el box 8 un chico de 40 años espera que la UCI consiga un tubo para él. Nosotros vivimos con angustia el no saber si podrá aguantar. Cada paso que damos lo hacemos con un ojo pendiente de su monitor. Viendo que la saturación no baje. Tras el reservorio, con una respiración agónica, nos pide que llamemos a su familia y le digamos que es fuerte, que va a aguantar. Intentamos que sea él el que hable con ellos, y mientras, por dentro algo de cada uno de nosotros se encoje.

Poco tiempo después, al fin, la UCI tiene un hueco para él. Se le sube a toda prisa, y entre nosotros se ven las miradas de alivio e incertidumbre al mismo tiempo. Por lo menos él va a tener una oportunidad.

De nuevo suena el busca de triaje. Viene una UVI, paciente de 44 años, con mascarilla reservorio, saturación de oxígeno del 77% consciente y orientada, agarrada a la mano de su hermano. Viene rodeada de sanitarios de la UVI con sus EPIS completos tipo buzo, calzas, mascarilla, gafas y capucha, igualito a los nuestros.

Aunque no es momento de pensar en eso, tengamos lo que tengamos, ¡vamos a correr! La paciente tiene síndrome de Down, en cualquier otro momento eso daría igual, ahora es un antecedente más y como tal se tiene muy en cuenta. En estos momentos me alivia no ser médico, no tener que decidir. ¿Quién narices somos nosotros para decidir? Que conste que siempre he estado a favor de la eutanasia, de la muerte digna, pero cuando ya no se puede hacer más, cuando el paciente lo decide libremente. Pero, ¿cómo puede ser que, en un país como España, en pleno siglo XXI, tengamos que decidir quién puede y quién no puede luchar por su vida sólo porque no tenemos medios?

En un país que se ha gastado millones en aeropuertos a los que no llegan aviones, en rotondas que no van a ninguna parte, en puestos de políticos y asesores que no se conoce cuál es su función, y no en respiradores, en personal, en hospitales, en investigación, cosas que ahora salvarían vidas.

¡No puede ser, no puede ser y no poder ser! La UCI desestima a esta paciente, no hay camas, no hay respiradores y hay que priorizar. Estamos en una guerra y, cuando no hay medios, hay que elegir quién tiene más posibilidades. ¡No me lo creo!, ¡no puede ser que esté viviendo este momento!

Se acaba el turno, subo al coche y no puedo parar de llorar, es mi rincón, el mío y el de tantas y tantas personas que, día tras día estamos viviendo esta situación frustrados, desbordados y angustiados. Al fin y al cabo, somos personas, personas que sienten, que sufren, que tienen que volver a su casa, a su garaje, a la de otros que les han acogido, o incluso a un hotel, y lo hacemos pensando en lo que hemos vivido y llevamos viviendo durante todo este tiempo.

Pidiendo que, por favor, se escuche nuestra opinión, que se nos den los medios para protegernos y no tener que sumar a toda esta carga el peso de no saber si estamos contagiando a los pacientes o a nuestros familiares, si somos realmente un foco de contagio, porque a nosotros siguen sin hacernos los test. Si tenemos síntomas leves nos siguen diciendo que vayamos a trabajar, que se necesitan manos.

Mientras me desahogo en el coche, los kilómetros y la música van pasando sin enterarme, no soy consciente ni por donde voy, mi cuerpo autómata sigue el mismo camino de siempre mientras mi cabeza explota.

Hoy siquiera hemos podido salir a escuchar los aplausos de las 20 horas, esos aplausos que nos animan a seguir un día más, esos aplausos que esperamos que cuando acabe todo esto salgan a la calle con nosotros a pedir que se nos valore, que no se nos hagan contratos basura de semanas, incluso horas. Contratos durante los cuales no nos da tiempo a conocer el servicio para el que trabajamos, poniendo en riesgo al paciente. Que salgan para que se nos escuche a la hora de crear protocolos, para que se implemente la labor del personal sanitario en las escuelas para prevenir, para que se dote de medios a los hospitales, para que no se tenga que tener a los pacientes en los halls de algunos hospitales, para que no se privatice, para que no tengamos plantas enteras de hospitales cerradas.

Sólo porque la concesionaria a la que pertenece el hospital pide un precio elevadísimo por abrirla, todo por ese invento de crear hospitales concertados o público privados que se sacaron hace unos años de la manga. Queremos que el aplauso no sea una excusa para tener algo que hacer a las 20h., que siga vivo cuando esto termine, que nunca más un sanitario tenga que oír de un paciente: “para eso te pago” o “es que llevo dos horas esperando” cuando estamos desbordados.

382,08 ₽
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155 стр. 43 иллюстрации
ISBN:
9788418337314
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