Читать книгу: «La muerte con silueta de mujer», страница 2

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—Bueno, que ha tenido peleas y discusiones con nosotros por querer alarmar a la tropa, como dice él.

—¡Ah, ya! Han discutido mucho, ¿y a quién más se ha enfrentado, o sea quién más te acompaña a ti?

—Era yo y la compañera del turno noche que asaltaron, ahora quedé yo solo para seguir insistiendo.

—Qué pena, entonces, ¿también discutía y se llevaba mal con la muchacha fallecida?

—¡Sí, y le digo una cosa, ella era la que más alegaba por nosotros, incluso más que yo!

—Entonces, si no está ella, va a ser más difícil la cosa ahora al parecer —inquiere el inspector.

—Yo creo que sí, porque no hay más compañeros que quieran ingresar al sindicato, y se requiere mínimo ocho integrantes —responde Juan.

—¿Y con uno menos no se podría entonces iniciar un sindicato?

—Correcto, el mínimo es ocho integrantes, ahora somos siete.

—Qué extraño, qué sorprendente este caso, Pacheco —se dirige a su compañero el inspector.

—Sí, esta parte no la hubiera sospechado, jefe.

—¿Será posible que su muerte tenga que ver con la creación de un sindicato?

—¿Y quién sería el más interesado que no se creara? —hace la pregunta al aire Pacheco.

—El dueño del restaurante —responde Víctor observando el lugar.

Preguntan al administrador por el jefe o dueño del restaurante, a lo que el empleado duda un instante y comenta que el dueño viene solo a ciertas horas al lugar, por eso lo tiene a él, para que esté a cargo del recinto culinario.

—¿Me podría dar la dirección del domicilio particular del jefe o dueño de este restaurante?

—Es el señor Alejandro Zañartu, vive en la calle Almirante Simpson 0343, centro de la ciudad —informa el administrador, que se nota un poco cansado. Los policías se despiden y emprenden la salida hacia la puerta y al vehículo que los espera afuera.

—Se veía cansado, como que le faltaba el aire —comenta Pacheco.

—Sí, pero parece que era más ansiedad, estaba ansioso —apunta el inspector Gutiérrez.

—En resumen, estaba extraño un poco nervioso se veía —termina su apreciación Pacheco, en el momento que suben a su vehículo para dirigirse al centro de la ciudad porteña.

Una vez en dicha calle buscan la numeración, resultando ser un edificio de departamentos e ingresan al ascensor hasta el piso noveno, que es donde vive el empresario. En el lugar, los recibe una dama que se sorprende de la visita de los policías.

—Buenos días, soy el inspector Víctor Gutiérrez y él, es el detective Pacheco.

—No sabía nada de lo ocurrido en ese restaurante de mi esposo —comenta la mujer después de oír una pequeña reseña de lo acontecido.

—Así es, una empleada del restaurante fue muerta a la salida del turno —responde el inspector.

La mujer los condujo a una pieza del departamento que era el escritorio y oficina de trabajo al parecer de su esposo, los policías ingresan y son saludados por el hombre que se encuentra en el interior, ofreciéndoles asiento.

—¿Buenos días, asiento, en que puedo ayudarles? —saluda el hombre, un señor de unos 60 años, canoso, de arrugas marcadas en su rostro, el que viste una bata de levantar encima de su ropa de diario. Pacheco fue el primero en sentarse. Víctor se presenta nuevamente, para iniciar una conversación con el hombre.

—¡Teresa, trae café por favor! —dice el hombre a su esposa.

—No se moleste por nosotros —se apresura en responder el inspector.

—El motivo que nos trae por aquí señor…

—Alejandro Zañartu es mi nombre.

—Una empleada suya ha sido encontrada muerta a un par de metros de su restaurante, a la salida de su turno, ¿usted sabía del acontecimiento?

—Para serle sincero, lo supe un par de días después, ¡qué terrible con la delincuencia, adónde iremos a parar! —dice el hombre con un aspecto enojadísimo.

—¿Usted conoce a sus empleados, o al menos tiene una noción de quiénes son?

—Noo, nada, tengo muy poco contacto, para ello tengo un administrador que se encarga.

—Ah, está bien, pero supongo que el administrador le mantiene informado de los acontecimientos del restaurante, ¿verdad?

—Pues sí, por eso me informó del asalto a esa chica, pero como no era algo del restaurante, no me lo dijo de inmediato, fue un par de días después, cuando se tuvo que finiquitar su desvinculación del trabajo —comento Alejandro Zañartu.

—Si no la hubieran finiquitado no se habría enterado —dice Pacheco.

—Pues sí, lo que hagan o no hagan en su vida privada no le importa a nadie, menos a mí —responde el empresario.

—Está bien, pero hay una situación que se ha agregado al crimen, señor —dice Víctor.

—Qué sería, no sé de qué me habla —responde don Alejandro, el empresario.

—En su restaurante se estaba creando un sindicato y era organizado, principalmente, por la persona fallecida, eso le agrega otro móvil al crimen —termina el inspector.

—¡Obviamente usted ya lo sabía, su hombre de confianza lo mantiene informado! —comentó el detective Pacheco.

—¡Eso que dice no le encuentro afinidad, quién querría matarla por algo así! —responde el empresario sorprendido con la información recibida.

—Como digo podría ser otro móvil, debemos investigarlo con el entorno del restaurante —comenta Víctor—, hacer nuevos interrogatorios.

—¡No sé, yo creería que es solo coincidencia! —dice don Alejandro Zañartu.

—No se preocupe, es nuestro trabajo —dice el inspector, despidiéndose del hombre y saliendo con Pacheco hacia la calle, donde los esperaba González en la patrulla.

Una vez en el automóvil los policías descansan un momento y sacan conclusiones de lo conversado con el empresario.

—¿Quién sería el más interesado que una futura dirigente sindical pasara a mejor vida?

—El empresariado debería ser, mirado de ese punto de vista —comenta González.

—Claro, mirado desde dentro del negocio, pero por fuera, en la vida privada sería un galán despechado, como Roberto, por ejemplo —dice Pacheco.

—Nooo, Roberto no es ya sospechoso, aquí hay algo más turbio —dice Víctor Gutiérrez.

—¿Cómo que podría ser un asesinato por encargo? —inquiere Pacheco.

—Podría ser, por de pronto vamos a instalarnos fuera del restaurante —dice el inspector.

—¿Quedarnos de punto fijo?, bueno allá vamos —dice González y emprende la marcha del vehículo policial, en dirección del lugar donde fue asesinada la muchacha.

El vehículo se instala frente al restaurante, aproximadamente a unos 50 metros, justo a la sombra de uno de los varios árboles que están a lo largo de esa avenida.

—¿Quién va a comprar algo? —dice Víctor, el inspector.

—¡Yo voy, yo soy el más atlético! —dice Pacheco y sale del vehículo a una tienda de comida rápida al frente de ellos, regresando unos minutos más tarde con papas fritas y bebidas.

Los policías están toda la tarde de punto fijo, a una cierta distancia del restaurante «El Gallo canta hasta morir», no observando nada sospechoso, solamente toca mover el carro cada vez que el sol va avanzando y el árbol no alcanza a taparlo y darles sombra.

—El nombre del restaurante ahora ya no me produce gracia —dice González pensativo.

—¿Porque nombra a la muerte justo ahora que investigamos un asesinato? —le contra pregunta Pacheco.

—Así es, ya no causa gracia —responde González.

En ese momento, ven salir al administrador del restaurante, y bajar trotando las escalas de la tienda y se dirige a un automóvil, aparcado a cierta distancia.

—Pacheco, quédate aquí, cualquier novedad nos avisas —ordena el inspector.

—A su orden, jefe —responde el aludido y baja rápidamente del automóvil.

—Nosotros sigamos al administrador, que no me inspira mucha confianza. Vamos González —dice Víctor y ambos, en el carro policial, siguen al vehículo del administrador que ya va en marcha por uno de los tantos pasajes que comunican con la calle principal.

El vehículo del administrador después de conducir por varios minutos se detiene y éste se baja, camina unos pasos, se detiene y camina nuevamente, así de esta forma hasta que llega otro vehículo que se detiene junto a él y el administrador sube.

—¿Logras ver algo, González? —dice el inspector a su compañero.

—Tome inspector —dice González y le pasa unos binoculares negros a su jefe, el que los recibe y no puede evitar una sonrisa, mientras trata de buscar un mejor ángulo para observar.

—Buena, González, igual que en las películas con estos «anteojos larga vista» —dice el inspector.

—Yo siempre listo jefe, ¿y cómo se ve? —dice González, orgulloso de sus aciertos.

—Se ve tan bien que veo más de lo quería ver compañero —responde Víctor.

—¿Cómo qué, jefe?

—Como que estoy viendo al señor Alejandro Zañartu dentro de ese automóvil junto al administrador del restaurante, compañero —dice nuevamente el inspector.

—¡Qué extraño! ¿Qué cree, inspector, que hagan ahí?

—Nada bueno, como para esconderse tanto para hablar, ¿no crees tú, compañero?

—Obvio que sí jefe, esto me huele a peligro —responde González.

—Y se ven agitados, compañero, esto me huele a que algo se les fue de sus manos.

—¿Quién está más agitado?

—El dueño, o sea don Alejandro Zañartu.

Unos minutos más tarde, sale el administrador del auto de su jefe y se dirige al suyo aparcado unos metros más arriba, inmediatamente don Alejandro emprende la retirada, raudo por la avenida Blanco Encalada en dirección al oriente.

—¿A quién seguimos, jefe?

—No, dejémoslo así, que todo caiga por su propio peso —responde Víctor Gutiérrez.

—Entonces, nos devolvemos a buscar a Pacheco.

El automóvil policial, que de policial no tenía nada ya que carecía de distintivos, por razones obvias, se dirigió a las afueras del restaurante «El gallo canta hasta morir», para recoger a Pacheco y saber alguna novedad de éste. Al llegar, se encontraron con su colega entumido de frío por el viento porteño, que a esa hora de la tarde empezaba a salir y causar estragos en los transeúntes.

—Alguna novedad, Pacheco —pregunta el inspector.

—Nadie sospechoso jefe —responde el aludido.

—Jefe, me tinca que el administrador tiene mucho que contar en este libro —dice González.

—Tengo un plan, vamos a entrevistarlo nuevamente y si se siente perseguido, su semblante lo delatará y quizás haga después algo incorrecto —dice Víctor Gutiérrez, el inspector.

—¿Incorrecto, cómo qué? —pregunta Pacheco.

—Como huir a la primera —responde Víctor.

Los policías se apersonan al restaurante, preguntando inmediatamente por el administrador, los demás garzones le indican su oficina y se dirigen a ella, pero no lo encuentran, presumiblemente aún no ha llegado de su cita con el dueño, don Alejandro Zañartu.

—¡Amigo Juan, si lo ve llegar dígale que la policía lo anda buscando! —dice Víctor al garzón que los atendió la vez anterior y que recordaba bien su nombre.

—¿Tienen algún sospechoso inspector? —pregunta el garzón tímidamente.

—Sí, lo tenemos y es el que menos se pensaba —contesta Víctor retirándose con sus compañeros.

—¡Estamos así de agarrarlo! —dice Pacheco, haciendo un gesto con su mano, juntando el dedo índice con el pulgar, al momento de salir rápidamente al vehículo policial.

La estrategia de Víctor cambio de improviso, no obstante, era casi la misma que tenía en principio la de sorprender al administrador. En este caso, cambió al quedarse un momento más a las afueras del restorán nuevamente camuflados, y pudieron verlo entrar y salir como se esperaba.

Afortunadamente, por el momento, lo pensado se hizo realidad, ya que los policías pudieron observar como el administrador ingresaba al restaurante, y de improviso antes de que transcurrieran 20 minutos, sale rápidamente y se sube a su automóvil para marcharse en dirección desconocida. Los policías lo siguen a una distancia prudente para no llamar la atención del hombre, el que maneja a una velocidad cercana a la no permitida en el área urbana.

Casi a la media hora de conducción, el administrador para su vehículo e ingresa a una casa de segundo piso en una villa de clase media alta, los policías se estacionan a un par de metros y esperan.

Al rato, se ve salir al hombre rápidamente de la casa con una gran maleta y un bolso, se veía agitado y observaba para ambos lados al momento de subir a su automóvil, una de esas miradas la dirige al auto de los policías, pero por el reflejo de las luces al parecer no puede apreciar su interior.

—¡Nos vio, jefe, parece! —dice González.

—Ojalá no sea paranoico el hombre, aunque a esta distancia no se distingue si hay personas en el interior, no creo que se haya fijado con la rapidez que se fue —responde Víctor.

El auto policial ahora sigue con ímpetu al auto sospechoso más todavía cuando se dirige a las afueras de la ciudad, internándose en la ciudad vecina, Viña del Mar, produciéndose una persecución propiamente tal, pero extrañamente el conductor del vehículo sospechoso aún no se daba cuenta.

En minutos, logra llegar a un sector denominado Torquemada, donde el sospechoso ingresa por un zigzagueante camino hasta llegar a unas instalaciones, tipo hangares donde no se alcanza a ver a ninguna persona, al parecer es un lugar abandonado. Los policías llegan unos minutos después al lugar dejando estacionado su vehículo y avanzan a pie hasta lograr tener contacto visual con el administrador, que se encuentra en ese momento con otra persona, la que en ese instante le señala un aeroplano pequeño estacionado en una desértica pista, obviamente ese lugar es una especie de aeropuerto ubicado en medio de la nada. Los policías esperan que el sospechoso avance unos metros en dirección del aeroplano y comienza la carrera.

—¡Alto, policía, deténgase! —grita Víctor corriendo.

—¡Alto, en nombre de la ley! —grita también Pacheco y para sus adentros piensa que siempre quiso decir esa frase, rescatada de los programas policiales que veía en la tv cuando niño.

El hombre corre a la puerta del pequeño avión, pero el piloto al ver la presencia policial no arranca, solo se queda mirando confundido, el otro hombre que estaba en tierra y al parecer el director de ese lugar, también se extraña y se limita a retroceder lentamente y levantar sus manos instintivamente.

—¡Alto policía!

El administrador del restaurante suelta las maletas y se queda parado con sus brazos caídos a lo largo de su cuerpo a un lado de la avioneta.

—Señor, ¿cuál es su participación en el crimen de Sandra Rojas? —dice Víctor al llegar a su lado.

—¡No fue idea mía, se lo aseguro! —responde el administrador y con esa frase ya se condena, porque está dando la razón a las sospechas de los policías. Solo tienen que hacerle creer al hombre que tienen pruebas suficientes para incriminarlo.

—¡Cuando usted se reunió con Alejandro Zañartu esta tarde lo seguimos, y Alejandro cantó como un canario! —dice Víctor Gutiérrez.

—¡Maldito viejo, él lo ideó todo! —dice con un hilo de voz el administrador.

—¡Está detenido por la implicancia en el asesinato de Sandra Rojas! —dice Víctor Gutiérrez.

—¡Acompáñenos! —dice González tomándolo de un brazo.

Se llevan al hombre a la estación en el auto policial, mientras los sigue Pacheco conduciendo el auto del administrador. Una vez en el cuartel se procede con el interrogatorio del hombre para aclarar el crimen de la muchacha.

—¿Por qué se involucró en el asesinato de Sandra, su empleada? —pregunta el inspector.

—Era la que estaba organizando ese famoso sindicato en el restaurante y la que le estaba lavando el cerebro a sus compañeros con sus ideas revolucionarias —responde el administrador que ahora sabemos que se llama Vicente González, administrador y chef hace diez años del restaurante.

—¿Y eso a usted le afectaba muchísimo?

—Algo, pero habría podido aceptarlo —responde Vicente, el administrador.

—Entonces, que pasó, cuéntenos —interroga el inspector Gutiérrez.

—Cómo debía tener informado de las novedades al señor Zañartu, hace un tiempo que era la única novedad que se repetía y mi jefe cada vez se enojaba más.

—Y él ordeno el asesinato —inquiere el inspector Gutiérrez.

—Prácticamente, me convenció que sería simple, ¡además, no encontraron ninguna huella! —responde Vicente el administrador, acongojado, ya entregado a su suerte.

—Y eligió esa noche para cometer el crimen —acota el inspector Gutiérrez.

—Sí, esa noche ella había pedido permiso para salir más temprano, así que no se fue acompañada de ningún compañero, por eso fue fácil salir al callejón y esconderme mientras ella se cambiaba ropa en su casillero. Al salir, yo la intercepté y con mi fuerza física la reduje fácilmente y la golpeé varias veces en su rostro y cabeza —termina diciendo Vicente González, el administrador del restaurante «El gallo canta hasta morir».

—Todo fue ideado y planeado por Alejandro Zañartu y cometido por usted —dictamina Gutiérrez.

—¡Todo fue idea de él y me obligó a hacerlo! —dice entre lamentos el administrador.

Los policías solo observan como llora el hombre, pero es tarde para arrepentimientos, su deleznable acción ya está consumada.

De esta forma, el crimen de la muchacha estaba aclarado, solo faltaba concurrir al domicilio de Alejandro Zañartu para su detención por ser el autor intelectual. También informar a la familia de Sandra Rojas, a su madre, que aún llora desconsolada su tan temprana pérdida, pero ahora tendrá un poco de conformismo al saber que los autores de su asesinato estarán tras las rejas, que el crimen no quedó impune y por lo mismo tendrá algo de consuelo.

Un caso resuelto por la patrulla comandada por el inspector Víctor Gutiérrez y sus detectives ayudantes Pacheco y González, un crimen cometido en las frías, oscuras y bohemias calles de la ciudad de Valparaíso.


Un crimen doble

Una noche, al comenzar el turno, la patrulla de Víctor Gutiérrez se encuentra con un grupo de personas en la vereda formando un círculo sobre un bulto en el suelo. Al verlos, la gente los llama haciendo gestos con sus manos para que se acerquen. El vehículo policial se detiene y sus ocupantes se bajan a ver y preguntar qué sucede.

Al acercarse, pueden comprobar que es una mujer la que esta tendida en el suelo, sobre un charco de sangre y rodeada de trozos de vidrios, a simple vista se ve que ya está fallecida, los policías observan a su alrededor y comienzan a hacer preguntas a los mirones que estaban ahí.

—¿Alguien vio algo? —pregunta el inspector Gutiérrez.

—No, nada, cuando llegué ya estaba ahí —dicen y es casi la misma respuesta de todos los curiosos que se encontraban en el lugar.

Al frente de la calle había un mendigo envuelto en harapos y preparándose para dormir, es cuando Pacheco giró para observar la vereda del frente que lo vio y el mendigo le guiñó un ojo. El detective cruzó la calle y lo saludó, a lo que el mendigo solo se limitó a mirar hacia lo alto e hizo un sonido con su boca como el sonido de un avión al aterrizar.

—¿Verdad que cayó del cielo? —pregunta Pacheco.

—Sí, hace ya una hora más menos —responde el mendigo envolviéndose con su especie de manta preparándose para una larga noche.

—¿Pero no vio a nadie más? —pregunta Pacheco en vano, pues el mendigo ya se encuentra tapado hasta su cabeza y no está para nadie.

El detective cruza esta vez en sentido contrario al lugar donde se encuentran sus compañeros con la muerta, los que ya han llamado al carro de Instituto Médico Legal.

—A esta mujer la lanzaron desde la altura —dice Pacheco.

—¿Tú crees, eso explica los vidrios a su alrededor —pregunta González a un lado del inspector que mira hacia las alturas preguntándose lo mismo.

—Sí, lo creo y porque un testigo así lo dice —responde Pacheco.

—¿Cuál testigo?, ¿el mendigo del frente? —pregunta el inspector que lo había visto cruzar la calle.

—Sí, fue lo único que me dijo antes de dormirse —responde Pacheco.

En ese momento llega la camioneta del Instituto Médico Legal a retirar el cadáver, ya se conocían los funcionarios entre sí, después de los saludos correspondientes se preparan para llevarse el cuerpo de la mujer muerta.

La mujer se encontraba con un vestido negro de una pieza y una chaqueta de cuero del mismo color, botines de tacones altos y medias negras, en resumen, era la mujer de negro, lo extraño era que no llevaba identificación alguna, ni cartera ni nada. Por lo mismo se podía pensar que estaba en su casa o departamento cuando cayó desde cierta altura si lo dicho por el testigo era cierto, además lo atestiguaban los múltiples pedazos de vidrios encontrados a su alrededor.

Los policías observan el edificio y se disponen a subir a investigar. Según los cálculos, sería del sexto piso que había caído. Desde abajo, Víctor, con lo que quedaba de luz, pudo notar la ventana que no tenía vidrios o al menos le faltaba gran cantidad de ellos.

Arriba, la puerta estaba cerrada, seguramente habría un conserje así que lo ubicaron para que les facilitara las llaves del departamento, donde se presumía que vivía la infortunada.

Una vez dentro, procedieron a registrarlo para encontrar alguna identificación y pista de por qué de lo sucedido.

—Aquí está su documentación, jefe —dice González.

—A ver, Jéssica Ramos, 25 años, hay que investigar en qué trabajaba —dice el inspector.

—Hay rastros de que lo pasaba bien esta muchacha —dice Pacheco, mostrando pipas para fumar cocaína y demás utensilios para aspirarla.

—¡Además el refrigerador tiene más cervezas que el mío! —dice González irónicamente, manteniéndolo abierto un momento observando su interior.

—Hay que seguir buscando, algo aquí no cuadra —dice Víctor Gutiérrez a sus ayudantes.

Los policías están por más de una hora en el departamento, es más, hasta se sientan un par de minutos en el living, al reanudar la inspección encuentran una colección de carteras por decirlo de algún modo, ya que eran bastantes para ser de una sola persona.

—¡Jefe, aquí hay bastantes carteras y no están vacías! —dice Pacheco.

—Regístralas una por una y con paciencia —ordena el inspector.

—Aquí hay fotografías de la muchacha, sola y acompañada —dice Pacheco revisando una cartera.

—Esa me interesa, hay que ver esas fotos, nos servirán —responde el inspector.

—¿Ubica a estos hombres, jefe? —dice Pacheco mostrándole algunas fotos al inspector.

—¿Por qué lo dices, a ver? —Víctor recibe las fotos y las empieza a observar detenidamente, hasta que una le llama poderosamente su atención, al momento que mira a Pacheco.

—Esta cara me parece conocida Pacheco, ¿a ti no? —pregunta a su ayudante.

—Sí, algo y parecen muy enamorados —dice Pacheco, como siempre comentando lo que primero le sale de su cabeza, lo que lo hace muy llamativo para sus compañeros.

—No te hablo de la pareja, te hablo de él —dice Víctor.

—¿González te resulta familiar este rostro? —vuelve a preguntar Víctor, el inspector.

—Sí, pero no creo que sea la misma persona, jefe —responde González.

—¿Por qué, te recuerda a alguien? —ahora Víctor Gutiérrez y Pacheco lo miran atentamente.

—Pues sí, en la reunión de bienvenida que nos dieron en la estación, estaba ahí, entonces es un colega de nosotros, jefe —responde González.

—Es verdad, ahora que lo mencionas —responde el inspector rascándose su mentón.

—¡Ahora recuerdo también, pero que amigas tenía este coleguita! —dice Pacheco.

—Llevemos toda la documentación encontrada a la estación, pero antes hay que dejar cerrado este lugar —dice el inspector.

Posteriormente se cierra el lugar con una cinta amarilla, y se deja a un policía de uniforme en la puerta como punto fijo, para evitar que alguien intente entrar y cambiar el sitio del suceso.

En la estación aprovecharon de tomar café, para disipar las ideas y archivar los datos del procedimiento de este nuevo caso para, posteriormente, salir de nuevo a la población a patrullar.

Al día siguiente, Víctor espera al comisario de la estación, Cristian Chandía para dar cuenta de lo sucedido en el turno noche, sobre todo la muerte de la muchacha y las fotos en las que sale con un colega policía, para efectuar la investigación incluyendo las consultas respectivas al colega.

—¡Obviamente, va en contra de todas las reglas de comportamiento de un funcionario! —comento el comisario, al conocer el reporte del inspector Gutiérrez.

—Esperaré a que llegue para hacer las consultas —dice Gutiérrez.

—¡Cuando llegue que venga a mi oficina con usted, Víctor! —ordena el comisario Chandía.

Antes de las ocho de la mañana el inspector Roberto Garrido, ingresa a la estación de policía e, inmediatamente, Víctor le hace una seña para que se acerque.

—¿Qué sucede, Víctor? —saluda el aludido.

—¡El comisario quiere verte en su oficina, vamos! —dice Víctor Gutiérrez y se dirigen a la oficina del señor Cristian Chandía, quien ya está fumando a esa hora.

—Anoche se efectuó una muerte, no sabemos si fue asesinato o suicidio, se trata de esta mujer —dice el comisario Chandía, lanzando unas fotos al escritorio.

—La encontramos mi patrulla y yo, en la vereda, al parecer cayó desde cierta altura, mejor dicho, desde su departamento —dice Víctor Gutiérrez.

El inspector Garrido observa las fotos arqueando sus cejas, de todas formas, no se veía muy bien porque fueron tomadas en el sitio del hallazgo del cadáver, o sea en la vereda de la calle.

—Revisamos su departamento y era una drogadicta, tenía restos de cocaína en toda la pieza, pero eso no sería nada extraordinario, tratándose de la persona que parecía ser —dice Víctor.

—¿Y qué sería lo extraño entonces? —consulta Garrido.

Entonces, el comisario lanza la última foto donde la mujer sale abrazada con el inspector Garrido, a lo que el inspector en primera instancia parece sorprenderse, pero luego se repone.

—Ah, bueno, sí la conozco era mi informante, señor comisario —dice Garrido.

—¿Tu informante, en qué casos cooperó? —pregunta el comisario.

—En los casos de «Operación trueno» y de «Los italianos», comisario —responde el inspector Garrido.

—¿Y esta foto qué significa, una convivencia, un cumpleaños?

—Nooo, de ninguna manera, solo era para hacerlas más cercanas, para que no se sintieran solo usadas como instrumento, y tuvieran más confianza y más información —dice Garrido.

—¿Hablas en plural, o sea tenías más informantes mujeres?

—Pues, sí señor comisario, en estos casos de drogas, es más fácil que los narcos les den más información a mujeres que a hombres.

—¿A tú crees eso realmente?, tonterías, un buen informante da lo mismo que sea hombre o mujer, si sabe hacer bien su trabajo —dice el comisario, con un tono más bien molesto.

—¿Qué le molesta, señor comisario, que sea mujer mi informante?

—¡Nooo, que en esta foto parece que estás más involucrado de lo que dices!

—Usted lo ha dicho comisario, parece, parece, pero no es así —responde el inspector.

—¿Amigo, no te has involucrado sentimentalmente con la informante? —pregunta Víctor Gutiérrez.

—¡No, de ninguna manera, sé que sería una falta, de ninguna manera! —responde Garrido.

—¡Inspector Gutiérrez, retírese a descansar unas horas! —dice el comisario Chandía, mientras continúa en su oficina con el inspector Garrido, tratando de entender lo ocurrido con esta relación muy extraña de su subalterno con una informante, que a la vez parecía ser una consumada drogadicta y amiga de los narcos del sector alto de Valparaíso.

Al salir Gutiérrez en dirección a su hogar, primero miró a todos lados en la estación, por si veía a sus ayudantes, pero estos brillaban por su ausencia, en otras palabras, ya habían cumplido la orden de retirarse a sus departamentos donde pernoctaban.

Víctor Gutiérrez, por su traslado a Valparaíso, había dejado su departamento en Santiago al cuidado de Cinthia, su novia que era su vecina de edificio, y esta, todas las tardes pasaba al regreso de su trabajo a echarle una mirada. Por su parte, Pacheco y González habían hecho lo mismo, también estaban ambos en un departamento en el barrio puerto.

A las tres de la tarde, Víctor despierta con el sonido del teléfono. Era el comisario Chandía quien lo llamaba, también se fijó que tenía varias llamadas marcadas con anterioridad en el teléfono.

—¡Víctor te necesito urgente en la estación, hay novedades!

—¡A su orden comisario, voy de inmediato! —responde Víctor y se levanta en un dos por tres.

En cuarenta minutos ya estaba en la estación de policía, en el trayecto se había contactado con los detectives Pacheco y González, los que también se encontraban por llegar a la estación.

—Buenas tardes, comisario, de qué se trata —consulta y saluda Víctor a su llegada a la oficina del comisario Cristian Chandía, quien fuma de pie observando por la ventana.

—Hola, Víctor, hay novedades en el caso de la informante muerta —dice.

—¿Qué hay? —pregunta el inspector.

—Según los análisis del Instituto Médico Legal efectuados por el forense Esteban Morales, la mujer se encontraba con ocho semanas de embarazo.

—O sea, ¿encontró un feto? —pregunta, incrédulo, el inspector.

—Así es Víctor, está fea la cosa.

—¿Hay más huellas que demuestren la participación de terceros? —consulta Víctor.

—Sí, averigua quiénes son sus dueños, Víctor.

—Okey, iré a la base de datos, lo mantendré informado comisario —el inspector, luego de esto sale de la oficina de su jefe para juntarse con sus ayudantes, que ya se encontraban en la estación listos para efectuar esas diligencias.

—Vamos a dar una vuelta, compañeros —les dice Víctor a Pacheco y a González.

El vehículo policial se traslada al lugar del suceso de la noche anterior, con la finalidad de encontrar algo que los pueda ayudar en este caso. En el departamento que está cerrado con las cintas amarillas y con un policía de uniforme de punto fijo, ingresan para reconstruir la escena que podía haber sucedido minutos antes del crimen o suicidio.

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