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Notas

1 Aquí se entenderá al ‘agente’ y al ‘paciente’ bajo un esquema aristotélico de categorías, según el cual al primero se lo considera como un sujeto capaz de actuar y decidir por sí mismo, o como moviéndose a la acción por sí mismo, de tal manera que dicha acción tiene su principio en el propio agente. Por el contrario, el ‘paciente’ sería pensado como un ser que es objeto de la acción de otros, o de fuerzas que escapan a su poder, siendo empujado por dichas fuerzas o voluntades a las que no puede resistirse y de las que no es responsable, puesto que el principio de lo que ‘parece’ que hace el paciente realmente no está en él, sino en dichas fuerzas externas. Esta distinción aristotélica, a su vez, se encuentra ligada a las oposiciones establecidas por la filosofía de la acción del siglo XX: ‘actuar’ versus ‘padecer’; un mero ‘cambio’ o ‘movimiento’ versus una ‘acción’ propiamente dicha. Por otra parte, estas categorías filosóficas son completamente ajenas a los términos económicos ‘principal’ y ‘agente’, entendiéndose por el segundo aquel que opera con el fin de obtener beneficios para el primero —v. g., el empleado que produce para el empleador; el directivo que produce para el accionista—. Cf. Aristóteles. Organon-tratados de lógica, L. I. Categorías; Davidson (2001).

2 Rawls (1996, conferencia II, § 1, pp. 69-70).

3 Strawson (1995); Habermas (1994a).

4 Habermas (1990).

5 Nozick (1995, p. 91).

6 Sobre las sospechas que pueden caer sobre esta escisión, ver la crítica que hace I. M. Young a las dicotomías propias de lo que ella, tomando prestada la expresión de Adorno, denomina como una “lógica de la identidad”. Cf. Young (1990, pp. 96-121).

Primera parte
La imbricación entre agencia moral ‘reducida’ y racionalidad maximizadora:
la propuesta de Gauthier

En los siguientes tres capítulos analizaré la propuesta de David Gauthier en su obra Morals by Agreement, con el fin de señalar los aspectos que conformarían lo que, a mi entender, admite ser visto como el revelador retrato de un tipo de agente moral al que me permito llamar ‘reducido’. Este apelativo se debe, en primer lugar, a que creo que el agente así modelado por el autor canadiense se caracteriza por hacer un uso exclusivo de cierta forma de racionalidad práctica a la que, como intentaré mostrar, también podría considerarse como reducida: la racionalidad de la eficiencia de medios a fines o la racionalidad estrictamente técnica-instrumental. En segundo lugar, las razones que dicho agente tendría para actuar conformarían una base motivacional que, así mismo pienso, puede ser descrita como reducida, en tanto se trata de razones que colapsan finalmente en el mero autointerés.

Esta doble reducción explica, a su vez, una tercera, en la que confluyen las otras dos: en el modelo presentado por Gauthier la disposición que tenga el agente para con sus congéneres y, por ende, para guiar su conducta por normas morales que le vinculen con ellos, se origina igualmente en una motivación autointeresada. A esta se remitirían en última instancia las razones que podría válidamente aducir, según nuestro autor, cualquier agente moral que pretenda justificar sus acciones como racionales. Por lo tanto, son este tipo de razones las únicas que legítimamente darían cuenta del uso correcto que, para Gauthier, debe dársele a la expresión “racionalidad práctica”. El filósofo canadiense sostiene que dicha racionalidad solo puede ser entendida como aquella que está orientada a la maximización de la utilidad esperada por parte de agentes racionales; y ‘racionales’ en el estricto sentido de la moderna teoría de la elección racional (rational choice theory).1 Se trata de agentes que con la elección de sus acciones solamente buscan satisfacer sus preferencias u obtener el logro eficiente y eficaz de sus fines, de una manera tal que cada objetivo conseguido por parte de un agente sea pagado por este al menor coste que le sea posible.

El intento de Gauthier se centrará en llevar a cabo lo que él entiende como la única fundamentación propiamente racional de la moral, por la vía del mostrar que son este tipo de razones ancladas en el autointerés y no en otra forma de motivación, v. g., el altruismo o el compromiso con bienes que el agente juzgue como más importantes que su propio beneficio, las que explican el hecho de que individuos definidos como autointeresados tengan motivos —racionalmente justificados— para ser morales. Es decir, para restringirse en algunas ocasiones en la búsqueda de la satisfacción de sus preferencias y, con ello, no perseguir en el corto plazo o de un modo miope sus intereses egoístas. De este modo los agentes estarían dispuestos a aceptar algunos constreñimientos a su comportamiento maximizador, con el fin de beneficiarse en el mediano y largo plazo de los frutos de la cooperación social. Lo cual supone que dicha cooperación y, por lo tanto, la aceptación de los mencionados constreñimientos le resulten tan convenientes a cada individuo como lo serían para aquellos otros agentes con los cuales se relacione. En resumen, la moralidad, en el argot de Gauthier, consiste únicamente en este especial tipo de restricciones al propio egoísmo; la racionalidad práctica no es otra que la racionalidad técnica-instrumental y, finalmente, la motivación para ser morales se reduce a una búsqueda prudente,2 a largo plazo, de la maximización del propio beneficio.

Una de las consecuencias que más me interesa resaltar del modelo reducido de agencia que ejemplifica un discurso como el de Gauthier es que termina por considerarse como imposible e ilegítimo cualquier intento de evaluación propiamente racional de las preferencias de los agentes, en especial de aquellas a las que algunos autores designarían como preferencias “fuertes”,3 esto es, el tipo de preferencias en las que los individuos manifiestan sus compromisos éticos o valorativos más fundamentales. Con este resultado y a la vista de las fisuras encontradas en el mencionado modelo, espero que a partir del cuarto y, sobre todo del quinto capítulo, se pueda apreciar con mayor claridad que resulta posible y deseable pensar las piezas que nos permitirían conformar un modelo alternativo; uno desde el cual se haría plausible la idea de que sí cabe hablar de una evaluación de los mencionados compromisos éticos y valorativos. Con ello aspiro a mostrar de qué modo puede argumentarse en pro de la posibilidad de experiencias morales y modos de ejercer la agencia humana apoyados en un uso menos restringido de la racionalidad práctica; modos más complejos que los permitidos por el modelo que se obtiene de discursos como el de Gauthier. Me refiero a formas de experiencia moral, formas de ejercer la agencia moral y formas de deliberar y decidir, a las que creo que resultaría difícil excluir de nuestra experiencia como agentes humanos; a las que tal vez no quisiéramos renunciar, ni tampoco considerar como meras expresiones de nuestra irracionalidad, o de aquello que preferiríamos no tener que evaluar o justificar ni ante otros agentes, ni ante nosotros mismos.

A continuación, en este primer capítulo dedicado a Gauthier se busca identificar las tesis de fondo, la estrategia argumentativa general y los cimientos de su propuesta. En el segundo capítulo, se expondrá su teoría de la justicia, importante dentro del esquema de Morals by Agreement, dado que con ella se busca dotar a dicho esquema del elemento que muchos de sus críticos echarían en falta: un contenido propiamente moral. Este podría haberse difuminado a causa de la insistencia de nuestro autor en el mercado, al que postula como modelo de todo sistema de interacciones humanas y, en estrecha conexión con ello, en la figura del homo oeconomicus, al que postula como paradigma de agencia moral-racional. Finalmente, en el capítulo tercero se concluye el examen de la propuesta de Gauthier, para lo cual se lleva a cabo un análisis de su intento por hacer del homo oeconomicus un personaje menos amoral, mediante su estrategia de mostrarlo más cercano a los entusiasmos y sensibilidades propias de otro personaje fundamental en el discurso del filósofo canadiense: el individuo liberal.

Notas

1 Ver las definiciones de “teoría de la elección racional” y “teoría de la decisión” en: Resnik (1998), Abell (1991), Baron (1993) y Schmidtz (2006), así como en los clásicos de la rational choice theory: Von Neumann y Morgenstern (1953) y Luce y Raiffa (1958).

2 Aquí utilizo el término ‘prudente’ en un sentido distinto a la phronesis aristotélica. Como bien lo muestra Carlos Thiebaut (2005, pp. 75-111) en su texto sobre la prudencia, esta expresión ha sufrido un cambio semántico en virtud del cual ha terminado por designar, sobre todo en el ámbito anglosajón, la virtud del cálculo de las consecuencias de las propias acciones, lo cual no coincide del todo con lo que se entiende como phronesis en el contexto de la Ética a Nicómaco. Cf. Aristóteles, EN, 1140a25 y ss.

3 Tomo este apelativo de Habermas (1990), quien, a su vez hace eco de la expresión utilizada por Taylor (1994).

Capítulo 1
El nexo entre moral y autointerés:
los supuestos iniciales de La moral por acuerdo

La propuesta de Gauthier tiene como eje su tesis de que existe una conexión esencial que, a la luz de las ya mencionadas reducciones de los conceptos de moralidad y racionalidad, tal vez podría parecerle insólita a un lector desprevenido: la relación que, según el autor, une a la moral con el autointerés, es decir, con la búsqueda que cada quien hace de su propio beneficio. El propósito del filósofo canadiense será incluso más ambicioso: mostrar que las normas morales hacen parte de la teoría contemporánea de la elección racional, esto es, del corpus axiomatizado de los principios que deben guiar las elecciones de agentes interesados en maximizar su utilidad, i. e., no en restringirla ni en contribuir a la utilidad de otros agentes.

Creo que en principio esta conexión entre restricciones morales y conveniencia individual no tendría por qué parecernos extraña —y hasta podría antojársenos como algo bastante sensato— si por ‘conveniencia’ se entendiera aquello que, en un sentido amplio, ‘le conviene a’ o ‘es bueno para’ un agente racional; y si ‘moral’ no significara solamente limitaciones al autointerés. Pero, como ya se ha anunciado, esta ampliación de contenido queda excluida del planteamiento del autor, quien insiste, a lo largo de todo su texto, en los sentidos estrictamente reducidos en que deben entenderse moral y racionalidad, si se quieren evitar compromisos metafísicos o filosóficamente injustificables (1986, pp. 6 y 238). Un importante resultado de esta restricción semántica será, como lo iremos viendo a lo largo de la siguiente exposición, que, una vez asumidos los términos de Gauthier, el intento por demostrar esa relación que une, según él, nuestro ser-racional con nuestro ser-moral se tornará en un ejercicio bastante complicado.

1.1. El contrato, la imparcialidad y el rechazo de la moral ‘de fines’. El tipo de agente que surge de este primer esquema

Estas dificultades con las que se encontrará en su intento por establecer que la moral necesariamente se incluye dentro de la conducta maximizadora, para Gauthier no solo explican en buena parte la relevancia de su propuesta, sino que también constituyen un obstáculo que puede y debe ser solventado, acudiéndose, en primer término, a lo que él considera la clave de esta relación de inclusión —repito, acaso insólita a los ojos de un lector desprevenido— entre la moralidad y una racionalidad que está al servicio del autointerés y de la eficiencia técnica: el modelo contractualista sobre el que ha de fundarse la moral. En este orden, Gauthier continúa la tradición moderna y contemporánea del contrato social, pero, en su caso, el sentido en que se asume la racionalidad es claramente el que propone la teoría de la elección racional. Lo cual marca un significativo contraste con otros discursos que también reeditan la idea del contrato, pero asociándolo a concepciones, en mi opinión más amplias, de racionalidad práctica, v. g., el neocontractualismo de J. Rawls.1 A diferencia de lo afirmado por este último, para el filósofo canadiense las relaciones entre contractualismo y rational choice son las que explican el vínculo entre ser moral y ser un maximizador autointeresado. La razón de este nexo que cree hallar Gauthier está en que el contrato social expresa, según él, la característica imprescindible que debe tener un sistema de normas morales para que se lo pueda considerar como racionalmente justificado: la imparcialidad.

De allí que nuestro autor intente mostrar que los mandatos morales se justifican racionalmente como restricciones al interés egoísta, restricciones que se hacen necesarias precisamente para salvar dicho interés. Pues, según el filósofo canadiense, con la moral se salvan los intereses de todos, pero no de un ‘todos’ entendido como un ‘nosotros’ o un colectivo social, sino como una agregación de individuos a quienes se les trata como tales individuos; nunca como meras partes de un todo. Así, Gauthier cree que en su propuesta los intereses de cada uno de esos individuos son tenidos en cuenta, ya que no se le da prioridad (ni se le resta importancia) a los fines de nadie en particular.2 En breve se examinará con más detalle esta tesis de que la imparcialidad de los principios morales es aquello que permite incluirlos dentro del conjunto de las reglas de elección racional. Si los mandatos morales se justifican porque son racionales, i. e., favorecen el interés de cada uno, esto implica, según el autor, que deben rechazarse las posiciones emotivistas3 que típicamente suelen asociarse (y creo que con toda razón) a la idea de que la racionalidad práctica es razón técnica-instrumental o solamente razón ‘de medios’, no razón ‘de fines’. Para Gauthier, en contra de las tesis que le atribuye al emotivismo, solo si se asume una concepción de la razón como exclusivamente técnica-instrumental, concepción que suscribe fervorosamente el autor de La moral por acuerdo, es como puede mostrarse que las reglas morales son un subconjunto de los principios de elección racional. Por lo tanto, solo desde una posición como la suya puede verse claramente, según él, que el cumplimiento de reglas morales hace parte de una conducta maximizadora, no de un altruismo con el cual un agente pueda comprometerse por motivos que escapen a los estándares de dicho tipo de conducta, o que queden por fuera de una justificación racional, en el sentido de una razón a la que se acude únicamente buscando adecuar los medios a los fines. Incluso Gauthier va más allá: intentará mostrar que la moral se explica por razones no morales, por mor de utilidad, y por ello se justifica, racionalmente hablando, que queramos actuar moralmente. “We claim to generate morality as a set of rational principles of choice. We are committed to show why an individual reasoning from non-moral premises, would accept the constraints of morality on his choices”.4

De allí que, según nuestro autor, su programa de fundamentación racional de la moral sea más exitoso y más radical que los intentos de otros pensadores, como J. Harsanyi, quien ha buscado mostrar que la racionalidad moral hace parte de la racionalidad económica.5 Según el filósofo canadiense, Harsanyi afirma que la elección de actuar bajo el utilitarismo de la regla (rule utilitarianism) se hace, en último término, por mor de moralidad o porque el agente quiere ser altruista. En contraste con ello, Gauthier sostiene que los principios morales vienen exigidos por mor de racionalidad; esto es, se quiere ser moral en aras de una mayor utilidad y, de este modo, se elige no ser egoísta como parte de una estrategia racional que no se explica por motivos altruistas. Si para Harsanyi, de acuerdo con nuestro autor, no existe algo así como un requerimiento racional de ser morales, en su caso, por el contrario, este requerimiento puede ser demostrado si se logra mostrar, y este es el objetivo de Gauthier, que existen unos principios de elección racional que son imparciales y que no son otros que los principios de la moral. Entendiéndose por esta última algo que no necesariamente tiene por qué coincidir con las ideas tradicionales o prefilosóficas que tengamos acerca de la moralidad.6

We claim to demonstrate that there are rational constraints, and that these constraints are impartial. We then identify morality with these demonstrated constraints, but whether their content corresponds to that of conventional moral principles is a further question, which we shall not examine in detail. No doubt there will be differences, perhaps significant, between the impartial and rational constraints supported by our argument, and the morality learned from parents and peers [...] But our concern is to validate the conception of morality as a set of rational impartial constraints on the pursuit of individual interest, no to defend any particular moral code (p. 6).

Como ya se ha dicho, nuestro autor manifiesta insistentemente su compromiso con la idea de que la moral filosófica o correctamente entendida no es otra cosa que el conjunto de restricciones a la conducta egoísta. Este compromiso, según Gauthier, es consistente tanto con su intención de no defender ninguna idea sustantiva de moralidad, como con su fidelidad a una concepción de racionalidad práctica en tanto que racionalidad exclusivamente de medios. Pues, para el autor de La moral por acuerdo, los fines señalan, precisamente, valores sustantivos, apuestas morales concretas propias de los códigos morales típicos de aquello a lo que él se refiere como moral “convencional” o moral “tradicional”. Dicha forma prefilosófica o no filosófica de moral, a los ojos de Gauthier, es claro que no puede proveer los contenidos de una moral fundamentada racionalmente. Por lo tanto, es tarea del filósofo que emprenda tal programa de fundamentación el llevar a cabo una sana ‘purga’ de los mandatos morales para que estos no sean la expresión de compromisos valorativos de carácter sustantivo, los cuales, conforme con nuestro autor, estarían viciados de parcialidad, no pudiendo ser justificados como normas válidas para todo agente racional. Creo que en este punto bien podría uno preguntarse si acaso la confianza de Gauthier en su idea de imparcialidad como la piedra de toque de la moral y como gozne que la une a la racionalidad no sería, a su vez, una apuesta por un valor sustantivo e histórica-culturalmente cargado, que tal vez pueda defenderse exitosamente, pero por otras vías que no son las que utiliza nuestro autor.7 Sin embargo, pocas veces a lo largo de su texto Gauthier hará eco de esta inquietud que bien puede planteársele, sobre todo, como se verá en lo que sigue, en aquellos pasajes en los que el filósofo canadiense intenta mostrar la superioridad moral de la sociedad de mercado. Dejo señalado este asunto, sobre el que volveremos reiteradamente en este capítulo.

1.1.1. El uso de la noción de imparcialidad

En relación con su idea de imparcialidad y el papel tan definitivo que Gauthier parece concederle, creo que también podría uno preguntarse si no sería o bien un tanto ingenuo, o bien artificioso, asignarle a la imparcialidad el peso de ser el vínculo que une a la moral con una racionalidad exclusivamente maximizadora, hasta el punto de explicar la inclusión de la primera dentro de la segunda. Pienso que sería fácil estar de acuerdo en que la imparcialidad es una virtud prima facie de aquellas reglas morales que estamos dispuestos a aceptar sin reticencias. Máxime tratándose de nosotros, en razón del —tal vez doloroso— recorrido histórico que ha marcado la formación de nuestra sensibilidad moral como occidentales modernos, dadas las duras discusiones y los duros aprendizajes que se han vivido en el seno de nuestra cultura y que se ven reflejados en los textos más importantes de nuestros filósofos morales. Nadie que se haga cargo de nuestras intuiciones morales más básicas estaría dispuesto a negar que, para nosotros, la imparcialidad es conditio sine qua non de un código moral mínimamente aceptable o defendible en la esfera pública.8 Creo que también podríamos aprobar sin reticencias (e incluso como una perogrullada) la afirmación de que las reglas de la elección racional son válidas para cualquier agente racional que intente serlo y busque por ello mismo maximizar su utilidad. De allí que dichas reglas valdrían sin distingos de las características o circunstancias personales de quienes puedan hacer uso de ellas. No obstante, pienso que aquí bien puede señalársele a Gauthier el siguiente problema: una vez que un individuo concreto asume de hecho la conducta maximizadora e intenta cumplir con los requerimientos de las reglas de la elección racional, no se ve claro que por ello deba hacer caso omiso de sus circunstancias y, sobre todo, de sus intereses personales, lo cual sería, por lo demás, racionalmente incorrecto, tanto desde el punto de vista paramétrico como estratégico.9

Tal vez puede haber un sentido en el que se podría convenir con Gauthier en que el agente específico que trate de aplicar las reglas de la elección racional estaría intentando que sus elecciones sean racionalmente justificadas y, por lo tanto, ‘universalizables’ o aceptables para ‘cualquier’ individuo que estuviese en su lugar e intentara maximizar su utilidad. Esto es, trataría de elegir como una suerte de agente ‘abstracto’ que asume el punto de vista normativo que tienen los principios de la elección racional para cualquier maximizador. Pero el caso es que no pienso que esta actitud pueda ser vista como la de un agente que busca ser ‘imparcial’ en el sentido específicamente moral del término, tal y como sí lo sería, por ejemplo, un agente kantiano que intentara aplicar en unas circunstancias concretas una máxima que cumpla con los requerimientos normativos del imperativo categórico —universal, imparcial—. Pues estos requerimientos le exigen ante todo —y aquí reside la diferencia propiamente moral que creo que habría frente al agente maximizador de Gauthier— olvidar sus propios intereses, fines, afectos y circunstancias personales, para considerar solo la adecuación de la máxima al principio general-imparcial, i. e., racional en términos kantianos.

Dicho de otro modo, por una parte, pienso que habría que concederle a Gauthier que su agente, al tratar de aplicar las reglas de elección racional, las cuales son normativas para ‘cualquiera’ que intente maximizar su utilidad, en este sentido, compartiría con un agente kantiano el interés por tratar de aplicar un principio que, por definición, constituye una instancia normativa, siendo así válido para ‘cualquiera’. Sin embargo, por otra parte, creo que es obvio que, a diferencia del kantiano, el maximizador de Gauthier actúa como un agente individual concreto, autointeresado y parcializado hacia sí mismo y hacia sus fines e intereses.10 La conclusión a la que quiero llevar al lector es que las reglas de elección racional, incluyendo aquellas que se aplican en juegos de cooperación, serían ‘imparciales’ únicamente en un sentido bastante trivial desde el punto de vista moral; un sentido que no parece ser el mismo —mucho más fuerte o importante— en que llamamos ‘imparciales’ a las normas morales con las que intenta cumplir un agente kantiano. Por ello, pienso que bien puede objetársele a Gauthier que ese nexo que, según él, une a la moralidad con la racionalidad maximizadora, es decir, la imparcialidad, aparece como un concepto bastante difuso que carece, por lo demás, de sustancia moral o que se pierde en un mero juego de palabras. Tal vez la imparcialidad a la que se refiere nuestro autor no daría tanto de sí como para constituirse en la base sobre la cual se construya toda una demostración de que las normas morales son una subclase de aquellas reglas de elección racional que guiarían la conducta maximizadora-autointeresada. En breve se volverá sobre este tema, sobre todo en lo que tiene que ver con el modelo de agente que propone el filósofo canadiense.

1.1.2. El agente “no concernido” y sus razones premorales para actuar moralmente. El mercado como modelo de moralidad

Por lo anterior, creo que se hace claro que la preocupación de Gauthier por la neutralidad valorativa y por tomar una distancia crítica y de desconfianza ante la moral tradicional o histórica-culturalmente transmitida estaría, a su vez, enlazada con el modelo de agente moral que puede extraerse de su discurso. Como se verá, es plausible decir que se trata de un individuo que aparece in abstracto, concebido sin lazos con otros agentes y sin contexto histórico. De él solo sabemos que tiene preferencias y que es racional cuando trata de satisfacerlas, esto es, que elige buscando maximizar su utilidad personal (p. 9). Lo interesante es que, de este agente, el autor destacará un rasgo que a los ojos de alguien ajeno a su discurso creo que puede aparecer, por lo menos en principio, como problemático, sobre todo si se busca fundamentar la moral: el agente modélico de Gauthier es un sujeto que no está interesado en los demás. Mejor aún, los agentes racionales que, según él, se deciden a cooperar entre sí, esto es, que optan por restringir su conducta maximizadora y cumplir con los requerimientos de la moral, lo hacen, afirma nuestro autor, por mero autointerés, no porque estén preocupados por sus congéneres. Son, pues, seres mutuamente “no concernidos” (unconcerned) (p. 17), característica fundamental que obedece a la inspiración básicamente hobbesiana que el filósofo canadiense reconoce repetidamente en su texto, si bien, como veremos, en algunos pasajes intentará tomar distancia frente al autor del Leviatán.

En Gauthier, la reedición de la idea del contrato social se realiza, entonces, en clave hobbesiana y en ello creo que encaja, así mismo, otra de sus definiciones: la de “persona”. Como enseguida puede apreciarse, dicha definición no resulta fácilmente compatible con la conocida noción rawlsiana de “persona”, entendida como un ser “racional y razonable”.11 En consonancia con su herencia hobbesiana, la “persona” de Gauthier es un agente racional, i. e., autointeresado, que arribará al terreno moral “secundariamente” y solo en razón de sus intereses, los cuales son previos al encuentro del agente con otros individuos y, por ende, también son previos al surgimiento de la moral. “A person is conceived as an independent centre of activity, endeavouring to direct his capacities and resources to the fulfilment of his interests. He considers what he can do, but initially draws no distinction between what he may and may not do. How then does he come to acknowledge the distinction? How does a person come to recognize a moral dimension to choice if morality is not initially present?” (p. 9).

En este punto creo que el lector podría preguntarse: ¿cómo es que un maximizador autointeresado y no concernido por otros agentes, un individuo que parte de aquello que nuestro autor supone es el terreno no moral o premoral de sus intereses, puede luego arribar al ámbito moral y hacerlo, paradójicamente, en razón de dichos intereses? La respuesta de Gauthier es que puede mostrarse, y él va a intentar hacerlo, que en ello no hay paradoja alguna, puesto que los principios morales se siguen luego de que se establecen los principios de elección racional. De manera que sin asumir ningún compromiso moral previo, sin que se haya partido de algún presupuesto moral, se llega de modo necesario, según el autor, al compromiso con la moral, y ello por razones de utilidad. Dejo de lado, repito, la objeción que podría planteársele a Gauthier, en el sentido de que un compromiso con la imparcialidad (que, como vimos, es la condición con la cual, según él, deben cumplir los principios de elección racional en contextos de racionalidad estratégica) pueda ser visto como algo distinto a un compromiso moral; o que la imparcialidad no sea, de suyo, un valor moral. Para nuestro autor, claramente este no es el caso, pues, según él, los principios morales surgen, en su modelo contractual, de un acuerdo que se suscribe entre agentes maximizadores; acuerdo que tiene lugar en un contexto previo a la moral misma. De manera que, guiados por una lógica estratégica, los agentes se comprometen a cumplir con las restricciones morales, esto es, llegan a la moral por razones no morales. “[…] [Morality] emerges quite simple from the application of the maximizing conception of rationality to certain structures of interaction. Agreed mutual constraints are the rational response to these structures. Reason overrides the presumption against morality” (p. 9).

De acuerdo con Gauthier, esta situación, tal y como es presentada en algunos de los clásicos del contractualismo, concretamente en Hobbes, va a ganar estabilidad, ya que en ella los agentes son descritos como dispuestos a seguir cooperando luego de que han suscrito el pacto social, dado que se enfrentan al poder del soberano, que es la instancia que fuerza a no traicionar dicho pacto.12 Sin embargo, nuestro autor se separa aquí de Hobbes y dice que mostrará las razones que tienen los agentes para seguir cooperando en ausencia de un soberano, razones que se anclan en la necesidad que los individuos tienen de participar, sin sufrir daños, en una estructura de interacción cuyo modelo no es el Estado de Hobbes, sino el mercado. Como se irá viendo en lo que sigue de estos tres capítulos iniciales, esta tesis de la imbricación entre moral y mercado será fundamental en el relato de Gauthier, si bien la insistencia en ella creo que le acarrea muchos problemas a la plausibilidad de su propuesta. El autor busca demostrar que si la moral se hace innecesaria en un mercado perfectamente competitivo (en un mercado ideal), por el contrario, en aquellas sociedades con mercados reales, en las cuales estos pueden presentar fallos,13 se hacen indispensables las restricciones morales, y es por esto que los agentes se comprometen a seguir tales restricciones, no porque se vean sometidos a la coerción ejercida por un soberano. Así, según Gauthier, mercado y moralidad se implican mutuamente al instaurar estructuras de cooperación en las que se armonizan, sin necesidad de coerción, los diversos intereses individuales. “Market and morals shares the non-coercive reconciliation of individual interest with mutual benefice” (p. 14).

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9789587844016
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