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Читать книгу: «Historia de la República de Chile», страница 29

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LA VISITA PASTORAL

Esta herramienta pastoral, rigurosamente desarrollada en el periodo hispánico, interrumpida desde fines del siglo XVIII, cuando la cumplió el obispo Francisco José Marán entre 1796 y 1798, con intentos de retomarla en el inestable periodo comprendido entre 1810 y 1830, se revitalizó decididamente en el decenio de 1830. El obispo Manuel Vicuña, como se ha indicado antes, realizó la visita de toda la diócesis después de 1832.

Desde 1840 en adelante se reinstaló la práctica de la visita pastoral, con alta frecuencia a través de la sucesión episcopal. En las cuatro diócesis se comprueba que esta acción fue ininterrumpida. La primera tarea de los obispos, una vez que se instalaban y asumían el gobierno de sus diócesis, fue recorrer todas las parroquias, impulsando la reforma y la administración eclesiástica, dando orientaciones para la renovación del culto divino, así como las prescripciones precisas para la conservación de los archivos y la revisión sistemática de los inventarios parroquiales944.

Las visitas realizadas después de 1840 fueron, de norte a sur del país, las de La Serena, cuyo primer obispo, Agustín de La Sierra, la realizó entre 1847 y 1851; Justo Donoso, entre 1854 y 1856945, y Manuel Orrego, entre 1872 y 1874. En Santiago, Rafael Valentín Valdivieso cumplió con la visita entre 1853 y 1858. En Concepción la hicieron Diego Elizondo y Prado entre 1841 y 1843, y José Hipólito Salas entre 1855 y 1864. Por último, en Ancud la realizaron el primer obispo Justo Donoso entre 1850-1851, y Juan Francisco de Paula Solar, entre 1858-1860, y por procurador en 1875.

Las visitas ofrecen una visión del estado de la Iglesia en su plano menor, el de las parroquias. Respecto de ellas los informes destacan algunos aspectos, como su gran extensión, similar al que tenían durante la monarquía. Eran diferentes, sin embargo, los contingentes de población que debían atender. Como se ha indicado en otra parte, el crecimiento demográfico fue sostenido en el siglo XIX, y entre 1835 y 1875 la población se duplicó; por su parte, la estructura parroquial pasó de 133 parroquias en 1845 a 160 en 1880, es decir, crecieron cerca del 20 por ciento. Otra característica digna de tener en cuenta fue que la parroquia mantuvo su tipología rural, a pesar del crecimiento demográfico.

El estilo pastoral se ceñía a la reforma trentina europea del siglo XIX, y por otro lado, como método se conservaba la misión anual de tipo circular, que se remontaba a la monarquía.

Las parroquias contaban con sus respectivos párrocos —con una alta sucesión parroquial—y varias de ellas tenían vicarios cooperadores; pocas eran administradas por congregaciones religiosas.

Labor muy fundamental de las parroquias fue llevar los registros de matrimonios, nacimientos y defunciones, lo que realizaron hasta 1884, cuando se dictaron las leyes laicas. Un aspecto relevante fue la catequesis. En todos los decretos de visita el obispo mandaba que se enseñara el Catecismo Breve del Sínodo de Santiago de 1763, del obispo Alday. Este catecismo tuvo vigencia hasta muy entrado el siglo XX, aun cuando a fines del siglo XIX llegaron nuevos catecismos, a través de las congregaciones religiosas recién establecidas. En este sentido, los obispos de Santiago permitieron el uso y difusión de otros catecismos, sin perjuicio de lo cual en los decretos de edición de ellos mandaban incluir el catecismo sinodal946.

En fin, el perfil del cura párroco y de los vicarios era un retrato del concilio de Trento: residentes, responsables de la administración parroquial en todos sus aspectos, austeros, de alto celo apostólico y de buenos hábitos.

LOS SEMINARIOS

En forma paralela a la práctica de la visita pastoral los obispos fortalecieron y restablecieron los seminarios diocesanos. Muy importante fue la creación de nuevos seminarios diocesanos, los cuales permanecen, con las fluctuaciones propias de los tiempos, como organismos de reclutamiento y formación del clero secular947. En las diócesis nuevas de La Serena se fundó el seminario conciliar San Luis Gonzaga, en 1848, y en la de Ancud se erigió el año 1845. Respecto de los seminarios del periodo hispánico, el de Santiago fue unido al Instituto Nacional en los comienzos del proceso emancipador, medida carente de toda lógica, razón por la cual el obispo Vicuña logró su separación del Instituto Nacional, con administración autónoma en 1835. En la formación de los seminaristas tuvo especial importancia el presbítero argentino Pedro Ignacio Castro Barros, fallecido en 1849. El seminario de Concepción fue restablecido solo en 1855, por el obispo José Hipólito Salas948.

Estos seminarios se caracterizaron por la estructura curricular de la formación. En los aspectos generales el currículo se organizó con las ciencias naturales, la filosofía y los idiomas. Estos últimos eran el latín, el castellano y el francés, materias impartidas durante todos los años de estudios. En cuanto a la formación teológica, se impartían cursos de Derecho Canónico y Sagradas Escrituras, de Historia Eclesiástica y Elocuencia, de Teología Dogmática y de Moral. En lo relativo a los recursos bibliográficos destacaban textos de autores chilenos, como Justo Donoso, con las Instituciones de Derecho Canónico y El Párroco Americano; José Orrego, con Los Fundamentos de la Fe, y, en el último cuarto de siglo, la copiosa producción jurídica, eclesiástica y teológica del presbítero Rafael Fernández Concha. Finalmente, es interesante subrayar la influencia francesa, hecho que se deduce de la abundante bibliografía teológica gala que se conserva en las bibliotecas de estos seminarios. A modo de ejemplo, existen las colecciones de Bossuet, Fénélon, Montalembert, Chateaubriand, la fundamental y extensísima Patrología de Migne (griega y latina), e incluso tuvieron acceso al Acta Sanctorum de los bolandistas, además de contar con un conjunto de textos de orden litúrgico, escritos de predicadores, enciclopedias y diccionarios949.

Un aspecto muy interesante que debe valorarse es que varios seminarios que no pertenecían a la diócesis de Santiago evolucionaron como colegios de enseñanza primaria y secundaria. En el siglo XX la sección seglar de los seminarios fue separada de la eclesiástica, si bien la seglar conservó el nombre de los patronos de esos institutos religiosos. En La Serena derivó hacia un colegio de enseñanza general básica y media, que llevó el mismo nombre del seminario conciliar; en Copiapó tomó el nombre de Colegio Católico Atacama, y en Valparaíso, el de San Rafael. Los obispos de las cuatro jurisdicciones recibieron en 1918, por intermedio del Nuncio Sebastián Nicotra, la instrucción romana de separar a los estudiantes950.

LAS MISIONES

Hubo dos estilos de misiones que se desarrollaron simultáneamente en la iglesia y por primera vez, en el siglo XIX, en América Latina. Por una parte, estaba la misión ad gentes, realizada entre pueblos que no eran cristianos, y que se continuó dando en las diócesis del sur, especialmente en Concepción y Chiloé, donde permanecía una población significativa de comunidades originarias que constituían un desafío pastoral de predicación.

Para estas poblaciones se impulsó una acción directa, apoyada tanto por el gobierno como por la Iglesia, destinada a restablecer las misiones entre los grupos indígenas, que estaban estancadas desde fines del siglo XVIII y con mayor profundidad a partir de 1810, como consecuencia del proceso emancipador. El restablecimiento de las misiones se inició a partir del decenio de 1830, con los esfuerzos realizados ante la Santa Sede para encontrar congregaciones misioneras que optaran por establecerse en Chile. Los resultados positivos se observaron en 1837, al llegar un grupo importante de franciscanos italianos, quienes se instalaron en las diócesis del sur951.

Por otra parte, desde fines del siglo XVIII se desarrollaba en Europa una misión en ciudades y campos, como acción de reforma eclesiástica. En la segunda mitad del siglo XIX los obispos latinoamericanos lograron establecer la misión popular, con trabajos pastorales directos en los sectores urbano y rural. Esta actividad fue puesta en práctica, como iniciativa interna, por el arzobispo Valdivieso, quien impulsó la misión circular a través de la red parroquial. Este servicio fue fortalecido principalmente por las nuevas congregaciones religiosas que se incorporaron en el último tercio del siglo XIX. Mediante ellas se introdujo el estilo de misión popular, tanto en métodos como en contenidos. Fue considerable el efecto producido por las actividades de esas comunidades religiosas misioneras, lo que se manifiesta desde los contenidos de la predicación hasta una nueva arquitectura religiosa. Los tres siglos y algo más que tanto en Chile como en el resto del continente no habían conocido más que cuatro o cinco comunidades religiosas, fueron enriquecidos con nuevas expresiones religiosas.

MISIÓN AD GENTES

En el fondo archivístico del Ministerio del Interior rotulado como Asuntos Eclesiásticos952, se conservan algunos volúmenes que contienen misivas, informes, solicitudes y observaciones sobre las preocupaciones materiales y pastorales de las autoridades civiles y eclesiásticas en materia de misiones.

El territorio de misión ad gentes propiamente tal se encontraba en las diócesis de Concepción y Ancud, y en el nuevo e incipiente Territorio de Magallanes. La zona de Magallanes en el periodo que cubre este capítulo tuvo una presencia mínima y precaria de franciscanos. La presencia misionera considerada como una política pública fue resuelta avanzado el decenio de 1880, al incorporar a los religiosos salesianos, con una tarea exclusiva en la zona.

El estado de la iglesia en la jurisdicción de Concepción era deplorable hacia 1830. José Ignacio Cienfuegos le hacía presente al gobierno ese año que por todas partes había escombros y objetos de desolación, que no había catedral ni seminario ni escuela de primeras letras, que 12 seminaristas asistían al Instituto de la Provincia de Concepción, y que 12 curatos carecían de párrocos953.

Sin embargo, en materia de política de misiones hubo desde antes de 1830 una acentuada preocupación centrada en el sur. Así lo testimonia el oficio de 12 de diciembre de 1821, por el cual se le dieron facultades especiales al fraile Victorino Navarrete, OP., para que pasara a la plaza de Valdivia en calidad de misionero. Entre las facultades se consultaba la concesión de 40 días de indulgencia para los que oyeren la misión; la posibilidad de levantar altar y celebrar misa en oratorios; otorgar en cuaresma las cédulas de comunión y confesión, y dispensar ciertos problemas matrimoniales, como consanguinidad y adulterios954. Otra muestra del interés por las misiones fue la solicitud del prelado de Santiago, de 14 noviembre de 1824, de cuatro misioneros para Valdivia.

Esta preocupación se hizo aún más manifiesta como tarea de política pública, pues en los años 1836 y 1837 el propio gobierno gestionó la contratación de misioneros en Italia para venir a Chile. El fraile franciscano Zenón Badía fue comisionado a Roma para estos trámites. Si bien la historiografía da cuenta de la misión de Badía, la documentación del Archivo Nacional Histórico955 permite establecer con más detalle el ritmo de su trabajo. Badía zarpó de Valparaíso el 3 de diciembre de 1835, y tras siete meses de navegación llegó a Trieste, donde se encontró con José Vernet, franciscano catalán de 35 años. Viajó con este a Ancona, y, tras una cuarentena obligatoria, siguieron a Roma, adonde llegaron el 25 de agosto de 1836.

En la audiencia con el papa, este le informó que la diócesis de Santiago sería elevada a arzobispado, con al menos dos sufragáneas. La curia romana le dio facultades a Badía para buscar misioneros que trabajaran en Chile. En agosto de 1837 desembarcaron 27 misioneros en Valparaíso.

La tarea misionera en Chile fue dirigida, desde 1832, por figuras destacadas de la orden franciscana. Descollaron los frailes franciscanos Manuel Unzurrunzaga, prefecto de misiones, y Diego Chuffa, que lo sucedió en ese cargo. Estos dos prefectos enviaron una numerosa correspondencia al gobierno, exponiendo sus políticas sobre misiones, estado de las iglesias, personal religioso en ellas, obras constructivas y datos estadísticos religiosos de algunos centros misionales, como bautizos y matrimonios. A esta documentación, datada desde 1840 en adelante, se debe sumar la documentación de la obra capuchina, la cual se responsabilizó de las misiones en la zona de Valdivia después de 1850.

Una vez encaminada la actividad misionera en los decenios de 1830 y 1840, el estado adoptó una decisión relevante: desde 1847 las misiones fueron reguladas por un marco legal, lo que le dio a esa actividad una neta orientación de política pública. El referido marco legal se definió mediante tres decretos datados el 20 de mayo de 1847 y que fueron firmados por el presidente Bulnes y su ministro de Culto Salvador Sanfuentes. El primer decreto dispuso que todo religioso ocupado en el servicio de alguna misión de infieles debería elaborar anualmente una memoria de sus trabajos durante el año transcurrido y de los progresos que mediante ellos se hubiera reportado. Estas memorias se elevarían al fin de cada año al prefecto de misiones, quien debía formar con ellas una general, en que se especificara lo relativo a cada misión, “y la trasmitirá al Ministerio de Culto con la prontitud que le permita la colectación de estos datos”. Por el segundo decreto se obligó a los misioneros a conocer el idioma araucano, para lo cual el Estado había publicado la gramática y el diccionario de dicha lengua. El tercer decreto ordenó el incremento de la “dotación mensual de diez pesos que hasta ahora han gozado los maestros de escuelas misionales de Coyanco, Quilaguin y San Juan de la Costa […] a quince pesos […] con la condición precisa de que mensualmente acrediten tener por lo menos 20 alumnos indígenas”.

La norma consultó el mecanismo de acceso a esos recurso: “deberá presentar mes a mes cada maestro una lista nominal de los alumnos indígenas […] será firmada por el misionero, y por el Juez del distrito […] las que serán visadas por el gobernador”956.

Los informes enviados al gobierno por el prefecto de cada comunidad religiosa, así como los elaborados por el encargado de la misión in situ se conservan en buen número después de 1860, y en su mayor parte siguen la regulación de la ley, por lo cual los contenidos son similares y se encuadran en aspectos religiosos, como la estadística sacramental. Se conservan, asimismo, informes con análisis de la política misional.

MISIONES FRANCISCANAS

En 1840 el franciscano Unzurrunzaga envió un valioso informe al gobierno, en el cual se daba antecedentes sobre la situación de Chiloé957. Según el franciscano, dicha provincia comprendía 19 mil 991 habitantes, todos católicos, y 94 capillas en los diferentes departamentos. Ellas eran atendidas por cinco misioneros del Colegio de Castro, que vivían en las cabeceras de departamento. Cada misionero tenía un asistente secular, llamado fiscal, que no recibía estipendio. Los misioneros eran financiados por el Estado, y, además, recibían obvenciones de los blancos. Incluso los ornamentos habían sido costeados por el fisco, encargándose los misioneros de su reposición.

El informe proporciona interesantes datos sobre los indígenas hacia los cuales se dirigía la actividad misionera. Hablaban en su “idioma natal” y eran perezosos en acudir a la instrucción religiosa y en llevar a sus hijos al bautismo. En relación a otros hábitos el informe indicaba que vestían poncho y calzón, no usaban camisa ni sombrero y no consumían comida española. Sembraban “lo justo y necesario”, y tenían poco ganado para el trueque, pues no hacían comercio. Como era lo habitual en estas memorias, se subrayaba la embriaguez, la ociosidad y los vicios de los naturales. Se aludía a la práctica de supersticiones “con reserva”, a la falta de un claro sentido de la propiedad, y a la resistencia de los indígenas al matrimonio legal. Entre las causas del estancamiento de aquellos, para los misioneros era determinante la dispersión en que vivían.

Sobre los araucanos el informe es bastante más severo al recalcar que vivían en “completo estado natural”, lo que era explicable, pues no se fundaban misiones desde 1776. El informe proponía avanzar con dos misiones en Villarrica.

En Concepción se organizaron cuatro misiones destinadas a Arauco, Tucapel, Santa Bárbara e Imperial para atender a alrededor de 10 mil indígenas. El informe hacía presente que nada se había logrado con la guerra, y que el gran medio para incorporar a los naturales eran las misiones, por lo cual era necesario restablecerlas, repoblar algunas zonas, introducir blancos, reorganizar los colegios de misiones, como los de Chillán y Castro, e instalar otros.

Las políticas recomendadas por el informe eran mantener las construcciones de los mapuches, instruirlos en el idioma castellano, convertirlos a la fe cristiana, reducirlos a pueblos en sus mismas tierras, e impulsar el establecimiento de habitantes blancos entre ellos.

Las memorias de las misiones anuales de 1842 y 1849, firmadas por el viceprefecto franciscano Diego Chuffa, destacaban que las misiones de Valdivia tenían templos, y que solo dos carecían de ellos (San José de la Mariquina y Quinchilca), que había nueve misioneros y que los tres curatos eran atendidos por los misioneros (informe de febrero de 1842). En noviembre de 1842 Chuffa informó nuevamente sobre el estado de las misiones en Valdivia, La Unión y Osorno. En otra misiva de noviembre del mismo año, Chuffa expuso que algunas misiones no tenían escuelas de indios, que los caciques las solicitaban, y adjuntaba un presupuesto que comprendía las maderas y el valor del trabajo para la construcción de la escuela Juan Bautista958.

Un informe de 1862, del prefecto general de misiones fray Dionisio Pardini, describió la actividad misionera en toda su complejidad y expuso en forma concisa la historia del decenio de 1850, con juicios evaluativos y observaciones varias959. De aquel se desprende que después de la revolución de 1851 quedó en pie la misión de Nacimiento, con dos misioneros, fray Benigno Banise y fray Estanislao Leonetti. La misión de Mulchen fue incendiada por los indígenas y completamente destruida, y la de Tucapel lo fue en su mayor parte. La misión de Lebu, que se principiaba a edificar, quedó paralizada, y sus útiles fueron dispersados por la mencionada revolución.

En 1862 el gobierno juzgó oportuno fundar una misión en Mulchen, y para ello dictó en junio del mismo año un decreto, encargando al intendente de Arauco que escogiera el lugar más a propósito y cediera los terrenos necesarios. En agosto del mismo año el gobierno dio el exequatur al nombramiento de Dionisio Pardini como prefecto. Este se dirigió a la Araucanía, y de acuerdo con la autoridad provincial dio comienzo a la reedificación de la misión de Mulchen. A petición del intendente de Arauco la prefectura encargó a fray Alejandro Manera la dirección de las obras, quedando desde entonces de primer misionero en dicho punto. Un segundo misionero, fray Leonardo Fomati, se incorporó poco después a Mulchén.

A mediados de noviembre de 1862 la prefectura volvió a poner a fray Buenaventura Ortega en la antigua misión de Tucapel, en la que había sido su primer misionero, con el objeto de reedificarla provisionalmente para que a principio del siguiente invierno pudiera volver a dicho punto el segundo misionero, fray Buenaventura Díaz. De todo lo anterior resultaba que al concluir el año 1862 existían en la Araucanía tres misiones observantes, completamente establecidas en lo relativo a lo material de la construcción.

A fines de noviembre de 1862 el intendente de Arauco, con ocasión de ir con el ejército a poblar la antigua ciudad de Angol, le pidió a la prefectura un sacerdote misionero para aquel lugar, haciendo ver que era indispensable fundar ahí una misión, por ser un punto muy avanzado. Fue este fray Apolinar Moretti, a quien se le construyó una casa y un oratorio provisionales.

La prefectura había cuidado de que las nuevas construcciones contaran con “una pieza grande para reunir a los cholitos en clase, debiéndoseles enseñar a leer y escribir, para enseguida iniciarlos en la gramática castellana, y aritmética enseñándoles al mismo tiempo el rezo y la doctrina cristiana”. Esta parte de la enseñanza correspondía al segundo misionero, lo que explica la razón por la cual la prefectura, con el acuerdo del obispo de Concepción, dispusiera que cada misión tuviera dos sacerdotes.

En 1862 el guardián del Colegio de Chillán, fray Victorino Palavicino, envió un informe analítico y político sobre el estado de la misiones. El texto es importante, porque Palavicino centró su análisis en un periodo de 10 años960.

Con 12 años “de frecuente trato con los indígenas”, con publicaciones en la prensa y con la edición de un opúsculo sobre “la conversión y civilización de los araucanos”, el misionero se sentía autorizado para intervenir “en una cuestión que tantas veces ha sido objeto de largas discusiones”, y para evitar “algunos de tantos desastres” que habían tenido lugar.

Para fray Victorino Palavicino uno de los medios de civilizar a los araucanos, estimado inútil en la prensa del país, eran las misiones “dirigidas a desarrollar las facultades morales del araucano”. Observaba que cuando en la prensa se hablaba de la civilización de los indígenas, se consideraba como los únicos medios de llevarla a cabo la conquista, el comercio, la industria, las artes y la filosofía, pero nunca la religión. Tras hacer una descripción de la labor misional en la segunda mitad del siglo XVIII y de sus positivos resultados, subrayó que con la emancipación “fueron todas las misiones abandonadas, pues los misioneros eran en su máxima parte españoles”.

Hizo notar Palavicino que “en la actualidad en todas partes las artes y la industria han progresado, menos en los araucanos”, y agregó que las misiones, después de su restablecimiento, no pudieron desarrollar su acción civilizadora. Creía que las misiones eran establecimientos precarios, “más bien tolerados que admitidos”, que el sistema seguido no era el adecuado y que, por tanto, nada se había podido avanzar con los indígenas.

A juicio de Palavicino el problema residía en el cambio introducido al sistema de misiones, en especial la creación de un prefecto general con jurisdicción sobre este y nombrado por Roma con carácter vitalicio. Hizo notar que el último prefecto, que ejerció entre 1841 y 1857, era “un italiano, que jamás ha conocido los indios, ni ha residido en las misiones, ni siquiera conoce una palabra del idioma y costumbres”.

Un informe de 1865 desde la misión de Nacimiento, del prefecto apostólico franciscano fray Dionisio Pardini, ofrece un cuadro bastante completo del estado material y del trabajo realizado, y agrega los primeros datos estadísticos sobre la política educacional en las misiones961.

Después de aludir a los esfuerzos hechos para “atender mejor [a] las nuevas poblaciones fronterizas de Mulchén y Angol” con una casa misional y una iglesia, y a los recursos económicos dispuestos por el obispo de Concepción para la nueva misión de Angol, el informe también proporciona antecedentes cuantitativos acerca del estado de las misiones de Tucapel, Nacimiento y Mulchén.

En los informes de 1867 y 1869 del viceprefecto franciscano se registraron datos cuantitativos y cualitativos que ofrecen una visión panorámica del desarrollo de la actividad misionera, incluyendo los asuntos escolares962.

Movimiento de las misiones desde abril de 1866


MisionesBautismos Niños /AdultosMatrimonioEducación
Nacimiento16 /146
Tucapel48 / 14110
Angol7 / 418
Mulchen26/ 305
Totales97/ 22= 119629

El informe de 1869 indicó que los bautismos fueron 120, los matrimonios seis y que 51 niños iban a la escuela, y recomendó establecer escuelas para niñas regentadas por monjas.

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