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Creciente voluntad de hacer daño

La última transformación crítica es la creciente voluntad de hacerle daño a la otra parte, que claramente involucra la reducción de las inhibiciones morales que la mayoría de personas sentimos en contra de causar dolor y sufrimiento a otras personas. La reducción de esa inhibición puede ser alimentada por tres de las otras cuatro transformaciones: la inclusión de otros conflictos, la asignación de mayor importancia a los conflictos en proceso de escalamiento, y la inclusión de otras partes en el conflicto. Una mayor voluntad de hacer daño a la otra parte a su vez puede alimentar la transformación de “ligero a pesado”.

Puede argumentarse que una mayor voluntad de hacer daño a la otra parte es la más seria de todas, por sus efectos en las partes. Retomaremos esta idea en el capítulo 5, en el que exploraremos la tendencia del escalamiento a volverse irreversible.

Tabla 4.2Resumen de las transformaciones que ocurren durante el escalamiento


Formulación tradicional9 Propuesta en este libro
Ligero a pesado Ligero a pesado
Pequeño a grande Inclusión de otros conflictosCreciente importancia y más recursos
Específico a general Específico a general
Pocos a muchos Pocos a muchos
Estar bien-competir-hacer daño Creciente voluntad de hacer daño

Modelos de escalamiento

El escalamiento puede seguir tres patrones o modelos básicos: escalamiento unilateral, espiral autoreversante o espiral con cambios estructurales. En cualquier punto de la evolución de un conflicto, los modelos son mutuamente excluyentes, pues es virtualmente imposible que se den dos de ellos al mismo tiempo. A través del tiempo, sin embargo, el escalamiento de un determinado conflicto puede cambiar de un modelo a otro, algo que en efecto sucede con cierta frecuencia.

Escalamiento unilateral

Como lo sugiere el término, este modelo describe una situación en la que solo una (o algunas) de las partes experimentan las condiciones sicológicas y las transformaciones que caracterizan el proceso de escalamiento. Refiriéndonos una vez más a su propia experiencia, puede que recuerde una o más ocasiones en las que participó en, u observó un conflicto en el que una de las partes se iba poniendo cada vez más furiosa, dura y agresiva, escalando unilateralmente; mientras la otra parte permanecía tan tranquila como había estado antes de que surja el conflicto. La llave para considerar “unilateral” al escalamiento es el hecho que dicha parte no escala: sus emociones, sus actitudes y su comportamiento permanecen en un nivel constante, mientras que las de la otra parte sí escalan.

Espirales

La manera más simple de clarificar la idea del escalamiento unilateral es por medio de contrastarlo con uno en espiral, que Rubin, Pruitt y Kim describen como sigue:

Las tácticas contenciosas de la Parte A estimulan una reacción contenciosa por parte de la Parte B, que provoca más comportamiento contencioso en la Parte A, completando el círculo e iniciando su siguiente iteración. (…) Las tácticas pesadas que utiliza la Parte A producen estados sicológicos en la Parte B que estimulan una reacción de dureza de su parte, que producen estados sicológicos en la Parte A, y así, sucesivamente, una y otra vez.10

Las espirales pueden a su vez evolucionar de dos maneras muy distintas que exploraremos en las secciones siguientes: espirales autoreversantes y espirales con tendencia a que el escalamiento se vuelva irreversible.

Espirales autoreversantes

La esencia de una espiral autoreversante es que involucra estados sicológicos de baja intensidad y corta duración, que bajo la mayoría de circunstancias muestran una tendencia a evanecerse por su cuenta, y con relativa rapidez. El ejemplo clásico de una espiral autoreversante es una pelea entre enamorados: las partes pueden llegar a estar muy enojadas y a comportarse con altos niveles de hostilidad mutua, pero como con una tormenta de verano, el mal momento dura poco. Una vez que se pasa, las cosas regresan a su estado “normal” previo, caracterizado por sentimientos dulces y afecto mutuo.

En la mayoría de casos, no es aplicado todo el rango de posibles tácticas contenciosas mientras dura la espiral del escalamiento, y las transformaciones que tienen lugar generalmente se limitan a un grado moderado de “ligero a pesado”, la inclusión de otros conflictos y la asignación de mayor importancia. Por el contrario, generalmente son evitadas las tácticas contenciosas más pesadas y las transformaciones de “específico a general”,“‘pocos a muchos” y “mayor voluntad de hacer daño”. Una espiral temporal y autoreversante es representada en el diagrama de la evolución de un conflicto como sigue:


Los niveles de intensidad del escalamiento temporal de un conflicto pueden a su vez ser más o menos severos:


Espirales con tendencia a que el escalamiento se vuelva irreversible

No es siempre el caso que el escalamiento de un conflicto sea de baja intensidad y duración, y autoreversante. En algunas ocasiones, una variedad de fenómenos adicionales interviene en el proceso y resultan en que el escalamiento adquiera una creciente tendencia a volverse irreversible, que es representada en el diagrama de la evolución de un conflicto como sigue:


Los niveles de intensidad de un escalamiento acompañado de cambios semipermanentes o estructurales también pueden ser más o menos severos:


La compleja y fascinante dinámica de este modelo de escalamiento es el tema del siguiente capítulo.

CAPÍTULO 5
LA TENDENCIA A QUE EL ESCALAMIENTO SE VUELVA IRREVERSIBLE

Como se mencionó en el capítulo anterior, hay escalamientos en los que se da una serie de cambios críticos en las mentes de las partes que hacen más intenso y típicamente más duradero ese escalamiento. En este capítulo exploraremos la dinámica de ese proceso.

El desafortunado término ‘perpetuación’

Existen conflictos cuyo escalamiento parecería haberse vuelto “perpetuo”, que literalmente significa ‘eterno’: el conflicto intergrupal altamente escalado de más larga duración que conocemos en el mundo contemporáneo es aquel entre los pueblos Hutu y Tutsi, en África Central, que ya ha durado más de 600 años. Otros conflictos altamente escalados y que han durado largo tiempo fueron el de Irlanda del Norte, que duró casi 400 años; el conflicto ruso-checheno que tiene unos 300, y aquel entre Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas o Falkland que tiene más de 200 años. Dada esta realidad, hace algunos años se hizo común el uso del término ‘perpetuación’ para caracterizar este tipo de escalamiento de muy larga duración.

Pero por comprensible que resulta, describir a esos conflictos como ‘perpetuos’ es desafortunado porque puede llevarnos a descartar cualquier posibilidad de o esfuerzo por desescalarlos e intentar resolverlos. Aunque pueden parecer perpetuos si uno mira hacia atrás en el tiempo, debemos cuidarnos de que esa percepción se convierta en una predicción de que esa condición es permanente e inevitable.

Existen otras maneras apropiadas de describir la condición que se pretende expresar con el término ‘perpetuación’. Entre éstas, la que parece más apropiada y se utilizará en todo el resto de este libro es “la tendencia de un escalamiento a volverse irreversible”.

La tendencia de un escalamiento a volverse irreversible

Esta tendencia se da a causa de la generación de imágenes negativas de la otra parte y de actitudes negativas hacia ella en las mentes de las partes.

En el lenguaje común, el término ‘imagen’ es sinónimo de nuestra aprehensión visual de una persona, es decir, lo que puede ser visto, dibujado o pintado para representarla. En la sicología, “imagen” tiene un sentido distinto: no se limita a solo lo que puede ser visto con los ojos, sino que describe la concepción y valoración total de una persona o de un grupo, formulada en términos de múltiples atributos. Nos formamos imágenes de otros en relación con su fuerza, belleza, inteligencia, agilidad, talentos, simpatía, generosidad, etc., etc.

Un escalamiento tiende a volverse irreversible cuando se vuelven negativas las imágenes mutuas de las partes en general, pero muy especialmente cuando se deterioran sus imágenes mutuas en relación con tres atributos esenciales: la individualidad de la otra parte, su humanidad y su bondad.

Individualidad y desindividuación

Cuando usted piensa en su familia o en sus mejores amigos, lo más probable es que les recuerde como individuos —su papá, su mamá, su hermano, su hermana, María, Eduardo, Jaime—. Por otro lado, si usted piensa en nazis, el pueblo afgano, estibadores, monjes budistas o cualquier otro grupo entre cuyos miembros usted no conoce a nadie, es menos probable, sino imposible que piense en individuos específicos: lo más probable es que piense en una clase o un tipo de personas al que caracteriza de acuerdo con una o más generalizaciones estereotípicas. En el caso de su familia o de sus amigos, estaría manteniendo a plenitud el sentido de la individualidad de cada persona, mientras que en los otros casos se perdería ese sentido de individualidad personal. Ese proceso de pérdida de sentido de la individualidad de las personas se describe en teoría social como desindividuación. Si la Parte B es un individuo (no un grupo), su desindividuación por la Parte A significa que ya no considera a la Parte B como un individuo y más bien le considera como miembro de un grupo indiferenciado. Si la Parte B es un grupo (por ejemplo, el Talibán en Afganistán), entonces la Parte A tiende a pensar en esa Parte B en términos impersonales y grupales que carecen del reconocimiento de que ese grupo está conformado por individuos específicos.

Humanidad y deshumanización

La máxima expresión del deterioro de la imagen de una persona o de un grupo respecto de su humanidad es considerarle inhumano o deshumanizarle, que puede entenderse en el sentido biológico de no reconocer su pertenencia a la especie humana o en un sentido moral, de que no comparte las mejores cualidades de la especie incluidas el afecto, la gentileza, el respeto, la razonabilidad, etc.

Bondad y satanización

La máxima expresión de una imagen negativa en relación con la bondad de una persona o un grupo es considerarles esencialmente malos o satanizarles.

Debe explicarse el uso del término ‘esencialmente’ en la anterior oración. Existe una diferencia fundamental entre pensar que una persona “ha hecho algo malo” y pensar que “es mala”. En el primer caso, es la acción específica la que se condena, pero queda abierta la posibilidad de que la persona que la cometió siga siendo considerada una buena persona, en general, o que pueda ser redimida. Cuando considera que la persona es mala en su esencia y como condición permanente, se excluye la posibilidad de que puedan esperarse buenas acciones de esa persona, y que ella pueda ser redimida.

La satanización se expresa con frecuencia de manera muy explícita: el régimen teocrático que se estableció en Irán luego de la caída del Shah en 1979 se refería de manera rutinaria a Estados Unidos como “el gran Satanás”; el presidente Ronald Reagan describió a la Unión Soviética como “el imperio del mal”, y el presidente George

W. Bush describió a la organización Al Quaeda y a los países que le brindan apoyo como “el eje del mal”.

La satanización de la otra parte en conflicto está estrechamente conectada con la profunda necesidad humana, ya mencionada en el capítulo 3, de mantener una buena autoimagen en términos morales: cuánto más escala un conflicto, y en consecuencia más pesadas se vuelven las tácticas contenciosas que se están aplicando, más cómodo puede resultar justificar la propia dureza y violencia sobre la base de la maldad esencial de la otra parte, que “merece” ser castigada. Si uno ataca y hace daño a “otros” que son considerados “buenos” o “inocentes”, uno está expuesto a severas condenas morales; pero si uno hace lo mismo con personas o grupos que están satanizados, uno puede ser considerado hasta merecedor de alabanzas.

Reforzamiento mutuo

Las imágenes negativas en relación con un atributo con frecuencia refuerzan las relacionadas a otros atributos. La deshumanización de otra persona típicamente hará más fácil que luego sea satanizada. La desindividuación tiende a reforzar las tendencias tanto a la deshumanización como a la satanización de la otra parte.

Representación gráfica

El deterioro de la imagen de la otra parte en relación con esos tres atributos críticos es representado de manera gráfica en la Figura 5.1.

Figura 5.1Representación gráfica del deterioro de la imagen del otro


Actitudes negativas

Casi inevitablemente, el deterioro de la imagen de la otra parte es acompañado por el desarrollo de actitudes mutuamente negativas. Zimbardo y Leippe describen una actitud como sigue:

En esencia, una actitud es una disposición evaluativa hacia algún objeto. Es una evaluación de algo en algún punto sobre un continuum que va de “me agrada” a “no me agrada” o de favorable a desfavorable. Las actitudes reflejan aquello que nos gusta o nos disgusta, nuestras afinidades y nuestras aversiones, la manera en que evaluamos nuestras relaciones con todo lo que nos rodea. Una actitud es una disposición en el sentido que es una tendencia aprendida a pensar de una manera particular acerca de algún objeto, alguna persona o algún tema.1

La “manera particular” en que las partes piensan una de la otra en un conflicto cuyo escalamiento ha generado imágenes negativas incluye el desagrado, la aversión, la hostilidad y la suspicacia. En estas condiciones, cuando las partes entran en contacto, éste típicamente involucra comportamientos fríos y hostiles.

Los términos ‘cambios estructurales’ y ‘cambios semipermanentes’

Los deterioros de las imágenes y actitudes mutuas han sido descritos como “estructurales” por algunos estudiosos del escalamiento, porque se vuelven partes relativamente permanentes de las estructuras mentales y las realidades sicológicas de las partes en conflicto.

Sin embargo, describir a esos cambios como “estructurales” tiende a generar confusión porque el término no está claramente asociado a la duración o permanencia en el tiempo, que es lo que se pretende describir con él. En consecuencia, en este libro no los describimos como “cambios estructurales” sino más bien como “cambios semipermanentes”.

Los efectos

Bajo los efectos de la desinidividuación, cada parte mostrará una menor voluntad y capacidad para comprender la perspectiva y los sentimientos de la otra y, en consecuencia, a manifestar empatía y compasión, que son fenómenos esencialmente individuales. Cuando tenemos noticias de la muerte de cientos de personas en una inundación o un accidente de aviación, es posible que experimentemos un sentimiento de pena, pero es cuando pensamos en una persona individual involucrada que podemos imaginarnos con mayor claridad, y relacionarnos mejor, con el dolor o el temor que pudiera haber experimentado quien murió en alguno de esos eventos, o la que pudieran estar experimentando sus deudos. La principal consecuencia de la desindividuación es la anulación de la capacidad que tenemos la mayoría de nosotros para sentir empatía, relacionarnos con el dolor ajeno, comprenderlo y sentir compasión ante él.

La deshumanización brinda aprobación moral a que se le imponga cualquier nivel de daño o dolor al “Otro” deshumanizado, porque en el mundo occidental y bajo la tradición común judeo-cristiana, sentimos que nos está permitido enjaular, torturar, matar y hasta comernos a cualquier otro ser viviente. El discurso y la literatura del racismo están, asimismo, llenos de ejemplos de deshumanización. El argumento esencial es que los miembros del grupo estigmatizado —sean estos judíos en los ojos de los nazis, afroamericanos en los ojos del Ku Klux Klan, kosovares en los ojos de los defensores serbios de la “limpieza étnica”— simplemente no forman parte de la especie humana.

Graves como son las que acabamos de explorar, las consecuencias más profundas de las imágenes y actitudes negativas resultan de la satanización. Cuando se llega a pensar que la otra parte es esencialmente mala, se va más allá de una mera voluntad, y se considera que es nuestra obligación moral castigarle, hacerle daño y hasta matarle. La otra parte se vuelve objeto de la exclusión moral, que, en esencia, significa ser colocado afuera del contrato moral general e implícito entre todos los seres humanos, que nos obliga a brindarnos mutuo respeto, apoyo y protección. La otra parte también se vuelve objeto de profunda desconfianza, cuyas consecuencias veremos más adelante.

Fenómenos reforzantes y confirmatorios

Los deterioros de la imagen de la otra parte están a su vez sujetos a la influencia de una serie de fenómenos sociosicológicos que tienden a reforzarlos y a confirmarlos. Los más prominentes entre estos incluyen la hostilidad autística, la percepción selectiva, el juicio selectivo y la predicción autorealizante.

Hostilidad autística

Un resultado muy común del escalamiento de un conflicto, aun en niveles relativamente bajos de intensidad, es la falta de voluntad de las partes de verse o de tener cualquier tipo de contacto entre ellas que se describe como una aversión —el opuesto exacto de una atracción—.

La expresión más extrema de una aversión mutua de este tipo es el fenómeno sicológico llamado hostilidad autística. La palabra ‘hostilidad’ no requiere de mayor explicación. La naturaleza “autística” de esa hostilidad se refiere a una forma profunda de perturbación mental que lleva a las personas que sufren de ella a interrumpir prácticamente toda comunicación con otros. La hostilidad autística es, en consecuencia, aquella condición en la cual las partes en un conflicto altamente escalado cortan toda comunicación entre ellas, mientras mantienen altos niveles de hostilidad mutua.

¿Por qué tendería esto a reforzar las imágenes y las actitudes negativas? El principal motivo es que evita toda posibilidad de que las partes experimenten cualquier tipo de evidencia directa e interactiva que pudiese de alguna manera contradecir las imágenes negativas mutuas y, al contradecirlas, suavizar las correspondientes actitudes negativas. Un caso interesante y muy bien documentado de hostilidad autística mutua se dio entre los ciudadanos de Estados Unidos y la Unión Soviética durante los más de cuarenta años de la Guerra Fría. Durante casi todo ese tiempo, las comunicaciones entre los dos pueblos se cortaron por completo y, en consecuencia, se hizo posible que cada lado construya imágenes crecientemente negativas, deshumanizadas y satánicas del otro lado, que a veces alcanzaron niveles de ficción altamente imaginativa. Cuando a fines de la década de los 60 y principios de los 70 fue aflojando gradualmente la hostilidad autística entre los pueblos soviético y norteamericano, comenzaron a viajar del un país al otro primero académicos distinguidos y otras personas notables y, luego, más y más ciudadanos comunes. Muchos relatos de esos viajes ponen de manifiesto el asombro que sintieron ciudadanos de uno y otro país cuando descubrieron que los “otros” son iguales a “nosotros” –humanos, cálidos, conflictivos, padres y madres amantes, abuelos chochos, interesados en los deportes y la música, dedicados a divertirse, a enamorarse, a estudiar, a esquiar, a pelear, a tomar vacaciones a orillas del mar, a ver películas, a comer y a beber.

1 113,02 ₽
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482 стр. 71 иллюстрация
ISBN:
9789978681664
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