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[14] Mario Ranalletti: «La construcción del relato...», op. cit., p. 7. Entre los dsv citados por Ranalletti, podemos citar No habrá más penas ni olvidos (1983), La historia oficial (1985), La República perdida II (1986) y La noche de los lápices (1986).

[15] Dos de los grandes teóricos a los que todo el mundo cita, y a los que nosotros también reconocemos su magisterio, aunque discrepemos parcialmente de algunas de sus tesis centrales, tal y como se puede comprobar en estas páginas, son R. Rosenstone y M. Ferro. El primero establece tres formas de plasmar la historia en el cine: el film histórico como drama, una especie de ventana abierta al pasado; el film histórico como documento, en el que las imágenes sirven para ilustrar el discurso; el film histórico como experimentación, en la medida que cuestiona nuestras propias ideas sobre la historia. Ferro, por su parte, habla de: películas de reconstrucción histórica, que pueden convertirse en documentos para la historia; películas de ficción histórica, que utilizan el pasado exclusivamente como marco en el que se desarrolla la acción; películas de reconstitución histórica, que se centran en un hecho o un proceso histórico con voluntad reinterpretadora.

[16] R.A. Rosenstone: El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la Historia, Madrid, Ariel, 1997, p. 43.

[17] Con el concepto de «Historia oficial», u otras expresiones similares que en todo caso contienen la adjetivación de «oficial», se hace referencia a un tipo de historia, si no orquestada desde el poder, sí en estrecha sintonía con el discurso de aquel, a cuyos intereses parece servir, en una clara función legitimadora de su hegemonía.

[18] Joan Alcàzar: «Las nuevas fuentes documentales en el estudio de la historia presente de América Latina», en M.P. Díaz Barrado (coord.): Historia del tiempo presente. Teoría y metodología, Cáceres, ICE/Universidad de Extremadura, 1998, pp. 183-188.

[19] R.A. Rosenstone: El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la Historia, Madrid, Ariel, 1997, p. 122.

[20] Recientemente se insiste de forma continua en la necesidad de acrecentar la interdisciplinariedad de la historiografía, pero de una manera equilibrada, y ello tanto hacia adentro —reforzando la unidad disciplinar y científica de la Historia— como hacia fuera, intercambiando métodos, técnicas y enfoques ya con las humanidades —Literatura y Filosofía— como con las ciencias de la naturaleza, sin olvidar las disciplinar emergentes. Esta idea aparece reflejada, entre otros textos, en el ya aludido «Manifiesto de Historia a debate», op. cit., p. 37.

[21] Jorge Nóvoa: <http://www.oolhodahistoria/apologiacine-historia.htm>.

[22] Isabel Burdiel y Justo Serna: Literatura e historia cultural o Por qué los historiadores deberíamos leer novelas, Valencia, Ediciones Episteme, vol. 130, 1996.

[23] Hayden White: El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992.

[24] Con esta idea entronca, a su modo, el deseo expresado por numerosos profesionales de la Historia en el «Manifiesto de Historia a debate», al que ya nos hemos referido, en el que señalan que: «Ha llegado la hora de que la Historia ponga al día su concepto de ciencia, abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo del siglo XIX, sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente posmoderna a finales del siglo XX». Ver «Manifiesto de Historia a debate», op. cit., p. 36.

[25] Pilar Amador: «El cine como documento social: una propuesta de análisis», en Ayer, n.º 24, 1996, p.115.

[26] Lucien Febvre: Combats per la Història, Barcelona, Planeta, 1976, p. 29.

[27] Pilar Amador: «El cine como documento social: una propuesta de análisis», en Ayer, n.º 24, 1996, p. 115.

[28] Russel B. Nye: «History and Literature: Branches of the same tree», op. cit., p. 139.

[29] Isabel Burdiel y M.ª Cruz Romeo: «Historia y lenguaje: la vuelta al relato dos décadas después», Hispania, LVI/I, n.º 192, 1996, p. 334.

[30] La Universitat de Barcelona ha sido pionera en la utilización docente del cine, en buena medida gracias al empeño y buen hacer de un conjunto de profesores dirigidos por J.M. Caparrós. En la asignatura Historia contemporánea y cine, los estudiantes deben realizar un análisis contextual sobre una película de ficción no proyectada en clase. El guión que los estudiantes han de seguir presenta siete apartados: Ficha técnico-artística; Sinopsis argumental; Autor (director, guionista, productor); Contexto de realización de la película (político, social, cultural, económico y cinematográfico); Cronología y hechos históricos de la época tratada en la película; Valoración crítica del film desde la perspectiva histórica; y, finalmente, Bibliografía y hemerografía utilizada. Vid. J.M. Caparrós Lera: La guerra de Vietnam, entre la historia y el cine, Barcelona, Ariel, 1998, pp. 128-145.

[31] Pilar Amador: «El cine como documento social: una propuesta de análisis», en Ayer, n.º 24, 1996, p. 118.

[32] Transcripción del audio de la secuencia de la película O que é isso, companhero, de Bruno Barreto, 1997. La secuencia está disponible en línea en <http://www.youtube.com/ watch?v=9iD9skE6l-o>.

[33] Transcripción del audio de la secuencia del documental Salvador Allende, de Patricio Guzmán, 2004. La secuencia está disponible en línea en <http://www.youtube. com/watch?v=OfoBabTT zlU>.

CAPÍTULO 2

LA REVOLUCIÓN CUBANA, EN CLAV E DE ESPERANZA. ACERCA DE LA LIBERTAD, LA POBREZA Y LA IGNORANCIA EN CUBA. POR UNA CONTEXTUALI ZACIÓN DEL CINE DE TOMÁS GUTIÉRREZ ALEA

Hay un genuino regocijo en el dichoso don del entendimiento, incluso cuando aquello que entendemos es el indeseado mensaje del capellán del diablo. Es como si el capellán hubiese madurado y ofrecido la segunda mitad de su sermón. Sí, dice el capellán maduro, el proceso histórico que es causa de nuestra existencia es derrochador, cruel y vil. Pero regocijaros por vuestra existencia, porque el proceso mismo ha tropezado, sin quererlo, con su propia negación. Se trata sólo, por cierto, de una negación pequeña y local, sólo de una especie, únicamente de una minoría entre sus miembros, pero hay esperanza.

Richard Dawkins: El capellán del diablo. Reflexiones sobre la esperanza, la mentira, la ciencia y el amor.

A la vista de cualquier lector interesado en los orígenes de ese fenómeno histórico conocido como Revolución cubana, aparecen unos datos que pueden resultar sorprendentes. Y lo son porque la imagen que el régimen de Fidel Castro ha proyectado de sus logros en materia social y cultural parecían arrancar de niveles ínfimos. Cuba era, antes de la Revolución, según la propaganda del régimen, un burdel norteamericano en el que la miseria y el lujo convivían de forma escandalosa hasta que la victoria de los hombres de la Sierra Maestra puso fin a tan terrible situación del pueblo cubano. La realidad es menos épica y bastante más prosaica. Cuba era un país terriblemente desigual, un país del Caribe, latinoamericano, injusto, pero no más que otros países de la región con respecto a la mayor parte de los cuales los indicadores cubanos no tenían nada que envidiar.

Vayamos con esos datos. En la década de los años cincuenta del siglo XX, Cuba era uno de los países más prósperos de América Latina. En efecto, en la antesala del resultado revolucionario del primero de enero de 1959, Cuba era un país agrícola, pero con un sector industrial relativamente moderno que ofrecía a los cubanos un nivel de vida nada despreciable en los estándares latinoamericanos. Abel F. Losada, lo ha constatado[34]. El ingreso per cápita (374 dólares) en Cuba, era del mismo orden que el de Italia y el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Sólo aventajado en el entorno latinoamericano por Uruguay (390 dólares) y Venezuela (857 dólares). Esta última fuera de la competencia, pues estaba inmersa en el boom petrolero de la época.

Otros indicadores de desarrollo a tener en cuenta son los relativos a la educación y a la atención médica en Cuba. En el año 1953, el 74,3% de los cubanos mayores de 10 años sabía leer y escribir; mientras la matrícula escolar en Cuba ascendía al 60,9%. El sistema de atención médica administrado y financiado por el Estado cubano, estaba a cargo del Ministerio de Salubridad y Asistencia Social. Hospitales generales en las principales ciudades, hospitales especializados concentrados en La Habana y dispensarios a través de todo el país, constituían sus prestaciones gratuitas. Añadamos, que en el año 1953 la proporción de camas por cada mil habitantes era de 2,51; la cual ascendió a 2,92 en el año 1958. En esta misma fecha, la proporción de habitante por médico ascendía a 4232 personas. Junto a ello, la asistencia médica privada ocupaba un rol importante en Cuba. Datos de aquellos años, le otorgan una proporción de 961 habitantes por médico y 4,65 camas por cada mil habitantes. Ello incluía, por cierto, las sociedades mutualistas, que comprendían en 1958 el 40% de la población cubana. Sin duda, un papel fundamental en el nivel de vida de los cubanos lo jugaban sus mecanismos redistributivos, en especial las políticas de asistencia social y la ayuda al desempleo. Con todas sus limitaciones, en el año 1958 el 62,6% de la población activa estaba cubierta por algún plan de seguridad social.

Convendremos en que observando lo anterior no es nada extraño que en cuanto a la esperanza de vida, la tasa bruta de reproducción, la mortalidad en general y la mortalidad infantil, Cuba se colocara también entre los países punta de América Latina. Cuando en los Estados Unidos de América la esperanza de vida alcanzaba los 69 años y en Canadá los 68 años, 67 años en Australia, casi 66 en Italia, 62 en España y en Japón: Cuba alcanzaba poco más de los 60 años. Mientras, la tasa bruta de reproducción estaba en torno a 1,75. Y téngase en cuenta que los estudios sobre crecimiento económico, situaban el umbral del desarrollo a nivel demográfico en una esperanza de vida entre 50 y 55 años; así como una tasa bruta de reproducción entre 2 y 1,75. La tasa de mortalidad de 6,4 por mil y una mortalidad infantil de 37,6 por mil, reforzaban la presencia de los cubanos a la cabeza de América Latina. Antonio Santamaría se recrea en los indicadores de desarrollo en Cuba[35]. A finales de los años cincuenta, sólo argentinos y uruguayos tenían una esperanza de vida más alta. Estos, junto a chilenos y costarricenses, puntuaban mejor en alfabetización. Uruguay, Argentina, Venezuela y Panamá tenían más coches por personas. Pero, únicamente los dos primeros disponían de más teléfonos por habitante. En absentismo escolar, sólo Uruguay, Chile y Argentina presentaban índices más bajos. Y sólo en estos países, había más frigoríficos, aparatos de televisión y radio receptores por persona que en Cuba. Llama la atención que en cantidad de automóviles, televisores, radios receptores y teléfonos, Cuba estaba por encima incluso de países como Italia, España, Portugal y Grecia.

Las cifras, sin embargo, no deben engañarnos. La verdadera dificultad estribaba en la desproporción de estos servicios, entre el medio urbano y el medio rural. En el año 1950, un maestro por cada 18 niños en edad escolar estaba registrado en las ciudades; cuando en el campo, correspondían 159 niños por cada maestro. La tasa de analfabetismo variaba del 43% en el área rural al 12% en el área urbana. Entre los años 1937 y 1957, el salario real creció un 83% en las ciudades, un 54% en la industria azucarera y un 15% en la agricultura cañera. En el campo, las viviendas dotadas de iluminación eran el 9%; de agua corriente, el 2%; de lavabo, el 3% y de nevera, el 2%. En cambio, en las ciudades alcanzaban el 87%, el 55%, el 43% y el 27% respectivamente. En cuanto a la tasa de atención médica, era aún peor. La Habana, que en el año 1899 doblaba a la media nacional, en 1953 la triplicaba. Queda muy atrás, pero nos referimos a la capital de la isla que acumulaba el 60% de los médicos y el 80% de las camas de hospital. El 50% del total de la industria y el nivel más bajo de analfabetismo. El 60% de los graduados de estudios secundarios, el 50% de los egresados de las escuelas de oficios y el 70% de los universitarios. A esto se suma un problema endémico en toda América Latina. Excepto en Uruguay y Costa Rica, en cualquier país de la región el 20% de la población con mayores ingresos disponía al menos del 60% de la renta nacional. En cualquier caso, a esta asimetría en la distribución de la riqueza deben añadirse dos factores que acompañarían ese «llamado a las armas» de Richard Dawkins frente al sombrío sermón del capellán del diablo que advertimos al comienzo[36]. La deformación estructural de la economía cubana en la producción de azúcar y su destino en el mercado estadounidense, es el uno. El otro, es el golpe de estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952.

La realidad era que Cuba había logrado esos altos (aunque explosivamente asimétricos) estándares de vida para sus habitantes dependiendo del azúcar, centro de sus ingresos fundamentales provenientes de las exportaciones hacia los Estados Unidos de América. La caña representaba más del 50% de los terrenos cultivables; y el sector azucarero, la mitad del total de la producción agrícola y un tercio de la industrial. Según Marifeli Pérez-Stable, además, el azúcar le daba empleo al 23% de la fuerza laboral y generaba el 28% del Producto Nacional Bruto[37]. En el año 1956, el Banco Nacional de Cuba presentó un informe crítico acerca de las consecuencias que tendría sobre el nivel de vida de la población cubana tanta dependencia en el azúcar. Un año antes, Cuba hubiera necesitado una zafra azucarera de más de siete millones de toneladas para mantener el nivel de vida de 1947. Pero la zafra de 1955 no alcanzó los cinco millones de toneladas. Dicho de otro modo, mientras en la década del veinte Cuba produjo alrededor de una tonelada de azúcar por persona, en los cincuenta la proporción era de 0,86 toneladas. De aquí que la renta per cápita anual reflejara entonces las oscilaciones del azúcar: caída del 2,5% durante los años treinta, aumento aproximado del 2,6% durante los cuarenta y estancamiento en la década de los cincuenta.

Si escudriñamos un poco, hay más. Aún cuando el capital cubano controlara el 71% de las fábricas y el 56% de toda la producción, no debe olvidarse que el azúcar constituía alrededor del 80% de las exportaciones. Y su mercado natural radicaba en los Estados Unidos de América[38]. Se veía venir. Hacia 1958, las reservas monetarias cubanas se redujeron a 100 millones de dólares, de los 571 millones que había en 1952[39]. La desfavorable situación de la balanza de pagos agravaba el asunto. Cuba había acumulado un déficit de 400 millones de dólares con los Estados Unidos. Y el superávit de mil cuatrocientos millones de dólares acumu- lado mediante esta relación durante los años cuarenta, se había reducido a 367 millones en el año 1958. Existe una tendencia a explicarlo así. Cuba, que hasta la tercera década del siglo XX presumía de país receptor de emigrantes, dos décadas más tarde se había convertido en emisor. De cerca de tres mil al año entre 1950 y 1954, hasta 12 000 entre 1955-1958 dirigidos hacia los Estados Unidos[40].

Justo en medio de esta Cuba a la baja es cuando ocurre el golpe de estado de Fulgencio Batista. Como una crisis nerviosa tras varios años de enfermedad crónica; así ha calificado Hugh Thomas el 10 de marzo de 1952. El historiador británico se refería a los deteriorados vínculos de confianza entre los ciudadanos cubanos, que debían haber configurado la cohesión de una sociedad plural sometida regularmente a las alternativas del poder, desde la fundación de la República de Cuba el 20 de mayo de 1902. A eso y a la derogación de la libertad como el derecho de hacer lo que las leyes permiten, que aparece en el meollo del constitucionalismo. La necesaria Constitución, en que el poder tenga el freno de otro poder, que liquidó el golpe de estado del 10 de marzo de 1952[41]. Esto es, el fin de la Constitución de 1940 y la implantación de un «código constitucional» por Fulgencio Batista. La suspensión del Congreso y la creación de un «consejo consultivo» por parte de su grupo político. El punto final al Estado de derecho, el sistema representativo y la independencia de los medios de comunicación tal y como se reconoce en el mundo occidental, tras el 10 de marzo de 1952 en Cuba. A aquella portada de la revista Time, en que una cabeza de Fulgencio Batista emergía de un fondo formado por la bandera cubana con este rótulo: «Batista, de Cuba: ha burlado a los centinelas de la Democracia»[42].

La aventura le duró más de seis años. Quien había sido un referente en el cambio social en Cuba durante casi tres décadas, huyó del país el 31 de diciembre de 1958. Un joven abogado de 32 años llamado Fidel Castro, al frente de una guerrilla rural en la Sierra Maestra con alrededor de tres mil personas, lo obligó a desaparecer del mapa político cubano. Su reto lo decía todo: ¡libertad o muerte! Por fin, la Revolución cubana vivida y hecha por el revolucionario moderno. Ese de fuerte motivación ideológica, que prefería el proceso a la consolidación. Ese que, según Ferenc Fehér, consideraba que la vida real de los seres humanos debía someterse a los imperativos de la doctrina[43]. La «revolución inconclusa» de la que hablaban desde el final de la guerra anticolonial en 1898 todos los inconformes cubanos, resuelta en el año 1959. Sin saber a ciencia cierta de que se trataba, pero con la convicción de que habían llegado a algo parecido a lo que se propusieron los patriotas cubanos el 10 de octubre de 1868. Así lo expresó Fidel Castro:

Teníamos un sentimiento patriótico fuerte, un gran deseo de cambio para acabar con todas las injusticias en nuestro país, un gran deseo de hacer la Revolución, aunque no sabíamos a ciencia cierta qué era la Revolución no obstante llevar muchos años hablando de la Revolución, desde que el ilustre hijo de Bayamo, nacido precisamente en esta casa, Carlos Manuel de Céspedes, se lanzó a hacer la primera Revolución en nuestra patria[44].

La definición temporal de una nueva identidad, que debe resolver la preocupación de los orígenes en cualquier historia nacional según enfatiza François Furet[45]. La fecha de nacimiento de un mundo nuevo fundado en la esperanza. Desesperanza del 10 de marzo de 1952, podría haber advertido André Comte-Sponville. Pero desesperanza tonificadora, pues todo poder es opresivo pero no absoluto. Y a cada uno corresponde delimitar la opresión que soporta. Desesperanza del 10 de marzo de 1952 y esperanza del 1 de enero de 1959, podría añadir entonces[46].

1959-1976. DE HISTORIAS DE LA REVOLUCIÓN A MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

La historia no puede entenderse como un libro de recetas de cocina, donde aparecen desde los ingredientes para la elaboración hasta los minutos al fuego. Así y todo, podemos aproximarnos a esa «franja móvil del tiempo colectivo» que defiende Maurice Halbwachs[47]. Conservando y eligiendo los tiempos, pues como nos recuerda Tzvetan Todorov conservar sin elegir no es tarea de la memoria[48]. Más allá de algunas hojarascas que entorpecen el camino del historiador, las huellas son suficientes. Fidel Castro se propuso reconstruir la identidad nacional y el equilibrio social, rompiendo con los principios de pluralidad y conflicto del liberalismo. Debe insistirse: no solucionando las injusticias sobre la igualdad de oportunidades formal y corrigiendo las desventajas sociales y culturales en Cuba. Sino anulando los efectos de estas diferencias sobre la propiedad y sobre la vida de los cubanos[49]. En otras palabras, rompiendo el pacto de no agresión de cada cual con todos los demás y la obligación de obedecer las decisiones colectivas basadas en las reglas del juego preestablecidas en Cuba. El resolver los conflictos recurriendo a la violencia recíproca, que Norberto Bobbio aparta del centro de una sociedad democrática[50]. Ateniéndonos a sus palabras, proteger al cubano a través del fortalecimiento de la nación. De ¡libertad o muerte! a ¡patria o muerte! Una especie de actualización del rechazo de la política iniciado por Fulgencio Batista, para establecer la primacía de la comunidad nacional que venía a ser la negación de la política en Cuba. El cómo lo logra, intentaremos rastrearlo.

Tratando de zafarse de la influencia de uno y otro bando en el acomodo del juego de «suma cero» en el enfrentamiento Este-Oeste[51], Fidel Castro descubrió que el precio de la permanencia de su grupo político en el poder, a pesar de los Estados Unidos de América, era la pertenencia al bando contrario. El 4 de marzo de 1960, el líder revolucionario pronunció por primera vez un discurso de ruptura con los Estados Unidos de América. El 4 de marzo de 1961, amenazó a los Estados Unidos de América con conseguir «montañas de armas comunistas» para defender a Cuba. A medio camino entre el 4 de marzo de 1960 y el 4 de marzo de 1961, dos fechas importantes: el 7 de mayo y el 2 de septiembre de 1960. Se trata de la reanudación de las relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la primera; y la liquidación pública del tratado cubano-norteamericano de ayuda mutua, en la llamada Declaración de La Habana, la segunda.

Quien quiera entender lo que ocurrió después del 4 de marzo de 1961 debe observar el 19 de abril de 1961. La derrota de unos 1500 exiliados cubanos en Bahía de Cochinos, o Playa Girón, financiados y preparados por el Gobierno de los Estados Unidos de América. En el imaginario revolucionario latinoamericano, lo que se dijo el 2 de septiembre de 1960 en La Habana se ratificó el 16 de abril de 1961 en Bahía de Cochinos: Cuba era el primer territorio libre de las Américas. Para otros, la solución del 28 de octubre de 1962 a la llamada «crisis de los misiles», demostró que en la partida entre John F. Kennedy y Nikita Kruschev, Fidel Castro era sólo un peón de las superpotencias que se disputaban la hegemonía del mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Un simple tramoyista, en el escenario político de la guerra fría[52].

Sea como fuere, el 2 de diciembre de 1961 Fidel Castro había proclamado ante la perplejidad de sus conciudadanos su credo marxista-leninista. Puede parecer poco, pero con ello Fidel Castro añadía a su proyecto sentido universal de la historia. «Cada régimen social ha sido superior al precedente» explicaba el líder cubano al periodista Gianni Miná. «No es una tesis mía, es la tesis de Marx, de Engels, de Lenin», añadía en esa entrevista famosa concedida en el año 1988[53]. Cuba, en el camino del progreso. Como en todos los arquetipos narrativos bien definidos, el socialismo primero y el comunismo después. Lo más parecido que se pudiera, a la historia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Rumania, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, Yugoslavia, Albania, China, Vietnam y Corea del Norte. El ideal social posible, convertido en perceptible. Cuba, en la etapa de tránsito del socialismo al comunismo. «El futuro está en marcha», según la frase repetitiva que ha recogido en la euforia de aquellos años Carlos Monsivais[54]. Su manera de aclarar la violencia con el carácter racional, que dicen que distingue a los hombres de los animales.

Del 2 de diciembre de 1961 al 3 de octubre de 1965, un paso. Del 3 de octubre de 1965 al 23 de agosto de 1968, otro. Del 23 de agosto de 1968 al 22 de diciembre de 1975, un paso más. En el primero, la conversión de los revolucionarios anti-batistianos en comunistas, a través de la fundación del Partido Comunista de Cuba. La pequeña nación del Caribe que defendía a toda costa su independencia de los Estados Unidos de América aprobando la intervención militar en Checoslovaquia de las tropas soviéticas, es el segundo. Lo que Ralf Dahrendorf explica, de acuerdo a su experiencia, cuando invita a recordar a los «revolucionarios» occidentales la revolución cultural en China y la Primavera de Praga, con la misma intensidad que el ruido de 1968 en Berkeley, Berlín y Nanterre[55].

El tercero de los pasos es el primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. Con un Fidel Castro desconocido para sus veteranos seguidores de la Sierra Maestra, tocado con una gorra de plato y un rosario de medallas recogidas en pequeños paneles al estilo de los mariscales del Kremlin. Los picos de sierra de la alianza con el bloque comunista alcanzan su mayor magnitud con la Constitución socialista de la República de Cuba el 15 de febrero de 1976. Aprobada en referéndum por el 95% de todos los cubanos mayores de 16 años, la nueva carta magna colocaba a Cuba en la órbita del llamado socialismo real. ¿Cuáles fueron sus conceptos ideológicos centrales en la organización del Estado cubano? La referencia a la hegemonía soviética y a la doctrina marxista-leninista, al ateísmo y a la lucha de clases. En el centro del centro, el Partido Comunista de Cuba como vanguardia de la clase obrera. Y Fidel Castro, como comandante en jefe, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente del Consejo de Estado y de Ministros. Un Fidel Castro reinventado que dejó boquiabiertos a quienes habían seguido mínimamente sus datos biográficos.

¿Por qué a pesar de distorsionar 1959 con 1976, Fidel Castro no había perdido el control en Cuba? Digamos que por ese tipo de operación preformativa, que constituye la cadena equivalente del populismo. Como el proceso de condensación de los sueños, en la analogía de Ernesto Laclau[56]. Fidel Castro como momento decisivo, en el establecimiento de la unidad nacional. El nombre convertido en el fundamento de la cosa. De hecho, por el juego a tres bandas del grupo político de Fidel Castro: la compaginación de una política subterránea de subvención soviética, de redistribución de la riqueza y de encuadramiento ideológico de la población cubana. No debemos olvidar que entre los meses de julio y octubre de 1960 se habían nacionalizado todas las refinerías de petróleo, los ingenios azucareros, los bancos, las empresas de teléfonos, de electricidad y de transportes.

También Carmelo Mesa-Lago recuerda que en este momento histórico el comercio, la construcción, la industria y una tercera parte de la agricultura también estaban ya en manos del gobierno[57]. El 25% del comercio minorista, del 2 al 5% de la industria y el transporte que aún quedaron en manos privadas, serán confiscados en el mes de marzo del año 1968 bajo la llamada «ofensiva revolucionaria»; cuando prácticamente todos los ingresos de los habitantes en Cuba eran fijados y pagados por el Estado cubano. Fuera de Cuba, los más viejos lo recuerdan todavía: antes de que se hubieran dado cuenta la mayoría de los cubanos normales y corrientes, la propiedad en Cuba había cambiado de manos y (sus frutos) de destino.

Para quienes no lo vivieron impresiona también que cada tonelada de azúcar y de petróleo negada por los estadounidenses, fuera tan bien recibida por los soviéticos. A principios del año 1960, los cubanos les otorgaron trato preferencial sobre el azúcar en un acuerdo comercial de cinco años. En correspondencia, los soviéticos abrieron una línea de crédito por valor de mil millones de dólares. Un nuevo compromiso alargado hasta el año 1970, los comprometía a importar 24 millones de toneladas de azúcar cubano al doble del precio del mercado mundial. Y otorgaba ayuda técnica a Cuba, por valor de 138 millones de dólares. En cuanto al petróleo, a fines del año 1960 los soviéticos ya habían sustituido a los estadounidenses en el suministro de casi todo el que se recibía en Cuba. Desde el año 1971, a precios considerablemente menores. Y con un añadido insólito: les pagaban a los cubanos todo el petróleo ahorrado respecto al abastecimiento acordado. Y ello sin que disminuyera el apoyo, por el incumplimiento cubano de su parte del convenio.

Integrada Cuba en el Consejo de Ayuda Económica, se había establecido el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, tal y como funcionaba en todos los países del llamado socialismo real. «¡Sabremos cuánta azúcar enviaremos a la Unión Soviética!», puede leerse en documentos de la época. Eran momentos en los que, a pesar del embargo estadounidense decretado desde el 7 de febrero de 1962, Fidel Castro hablaba de competir en desarrollo con los Estados Unidos de América:

Nosotros hemos desarrollado las relaciones económicas con los países socialistas, hemos establecido una especie de nuevo orden económico internacional en nuestras relaciones con ellos, y no somos víctimas de la ley del intercambio desigual ni del proteccionismo, ni de la sobretasa de interés, ni de la sobrevaloración del rublo, ni de medidas proteccionistas, ni de dumping por parte de los países socialistas. Y en consecuencia nosotros hemos alcanzado una base sólida para el desarrollo económico y social del país, que está garantizado. Ya nosotros sabemos lo que vamos a hacer en los próximos 15 años, en todos los campos del desarrollo económico y social, el programa industrial, agrícola, habitacional, educacional, cultural, deportivo, médico, etcétera, y a pesar de ese bloqueo, en algunas áreas como salud y educación, nosotros ya estamos muy próximos y pensamos en estar en un futuro no lejano por delante de los Estados Unidos[58].

Las políticas redistributivas de la riqueza durante estos años incluyeron incremento de los salarios generales, del salario mínimo en la agricultura y de las pensiones mínimas. Las rentas del sector más pobre fueron aumentadas reduciendo los precios de la electricidad y de los alquileres. Las rentas también ascendieron con la expansión de la educación y la atención médica gratuitas; así como con la vivienda subvencionada. Especial atención se tuvo en la disminución de las diferencias extremas de los ingresos y la concentración de los servicios sociales en el campo, lo cual contribuyó a reducir la diferencia en el nivel de vida con las zonas urbanas.

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