Читать книгу: «Mitología China»

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I.S.B.N: 978-84-18211-21-8

Dedicado a Ainhoa, Miguel,

Niobe, Enzo y Juno,

el alma de mi existencia,

sin dejar de dar las gracias

a Wang Dai y a Insik Yoon

por su exquisita colaboración.

Prefacio: El alma del mundo

Todo tiene alma,

la piedra, el insecto, el animal,

el hombre y sus pensamientos,

todo vibra, todo se emociona,

todo tiene sentimientos.

Si hay una mitología con una gran carga espiritual, sin que por ello falte el sentido del humor, la superstición, el romanticismo, la imaginación, el heroísmo, el ingenio y el simbolismo que esconde mensajes dentro de los textos más curiosos, esa es la mitología china.

Por tanto, no es nada raro que la cultura china sea el alma del mundo, el espíritu que se eleva y que trasciende, el conocimiento arcaico que da luz al pensamiento occidental y que, sin embargo, es una gran desconocida.

Quinientos mil años de historia legendaria, grandes civilizaciones perdidas que han dado paso a civilizaciones menos desarrolladas, hogar de los dioses que fue legado a la humanidad más como una prueba o como una venganza que como un regalo, donde la raza humana deberá encontrar el verdadero camino que la libere de la prisión ilusoria y llena de tentaciones a donde se le ha remitido para que purgue sus errores.

Cuando se habla de la China Milenaria, se está hablando de prácticamente todo el Oriente, de Asia y Eurasia, de Rusia, Mongolia, India, Indostán, Indochina, Filipinas y algo del más antiguo Japón, por citar unas cuantas de las muchas influencias mutuas que conforman la mitología china.

Hay algunos puntos en común con otras mitologías, pero la intención, la esencia y la concepción de las leyendas chinas son muy diferentes a las de las leyendas de Occidente, por más que el pensamiento occidental haya querido asimilarlas y traducirlas a su unificadora forma de pensamiento.

Esto se debe, entre otras cosas, a que la Iglesia católica, en particular, y el pensamiento judeocristiano, en general, no han tenido éxito, a pesar de que el islam lo sigue intentando y tiene una amplia presencia en el Oriente actual exceptuando, por supuesto, a China.

Los elementos de la mitología china van desde lo más popular hasta lo más refinado y espiritual, con toques de superstición, astrología, Feng Shui, I Ching, taoísmo, confucianismo, artes marciales, influencias dinásticas, mongolas, budismo, Zen y Budismo Zen, además del secular animismo y algo del sintoísmo japonés.

Buena parte del manga y los dibujos animados japoneses están basados en la más tradicional y antigua mitología china, así como muchos de los filmes y películas de artes marciales, desde las más refinadas hasta las más burdas, que se producen tanto en Oriente como en la industria fílmica occidental.

Actualmente, y de una manera inconsciente, los mitos y leyendas orientales están presentes en la vida diaria de niños y adultos occidentales gracias a la difusión fílmica y televisiva como fenómeno reciente de las últimas décadas, con lo que un gran desconocido hasta el siglo XIII, gracias a Marco Polo, y algo más develado a partir de los siglos XVI y XVII por la expansión colonialista de Occidente, hoy en día forma parte de nuestra cotidianidad.

El Tigre y el Dragón, el Rey Mono y la Rata Sabia, la Tortuga Milenaria y la Grulla Dorada son ahora parte de nuestro pensamiento mítico y mágico, sin que el sincretismo religioso los haya disfrazado de santos católicos.

Utilizamos palabras del chino mandarín sin saber su significado, pero las utilizamos. Incluso las pronunciamos mal, gracias a la pronunciación inglesa que no tiene nada que ver con la hispana.

Oriente nos fascina, la mitología china nos impregna aunque no comprendamos del todo su significado y su influencia, aspectos que en este libro intentaremos subsanar dando algunas claves de su contenido, desde el más popular hasta el espiritual, para descubrir así el alma del mundo que se contiene en los mitos y leyendas de la mitología china.

Introducción: 500 mil años de historia

Cuando te preguntes

de dónde viene algo,

no lo dudes,

viene en la Nao de la China.

Hasta hace poco tiempo, en Occidente, la historia de China se consideraba más mítica y legendaria que real, ya que de China se conocían varios tópicos y uno que otro cuento, sus productos de dudosa calidad pero muy baratos, la comida china, nacida en San Francisco (USA) y no en China; la Gran Muralla, el libro rojo de Mao, la celebración del año nuevo alrededor de febrero, las artes marciales, especialmente el Kung Fu, los viajes de Marco Polo y la Ruta de la Seda, algo sobre dragones, la expansión de Gengis Kan, las sublimes pagodas, algo sobre Buda y su culto en China, y poco más.

Pero la historia de China es mucho más que eso, e incluso secreta y prohibida en muchos aspectos para los occidentales, que jamás han podido conquistar y comprender este territorio del todo.

Quinientos mil años de historia suena a exageración o, dentro de los campos del humor, a cosa de chinos, mientras que para la mitología china la cifra se queda corta porque sus mitos, si esconden algo de realidad entre sus símbolos y metáforas, nos llevan a un mundo demasiado lejano para el común y occidental entendimiento.

¿Hace cuánto tiempo los dragones volaban por el cielo? ¿Por cuántos años los dragones compartieron su existencia con nosotros?

Los dragones son muy antiguos y, según las leyendas, nos acompañaron por lo menos desde hace cientos de miles de años hasta la Edad Media, y estuvieron muy presentes en todo el mundo hace tres o cuatro mil años. Algunos de ellos fueron divinos y de buena fortuna, celestiales y buenos consejeros; pero otros fueron aviesos y malvados, destructivos e infernales, traían la desgracia consigo y empujaban hacia el mal a los seres humanos. ¿Eran nueve dragones, o nueve tipos de dragones?

Como todo ente divino o sobrenatural, los nueve dragones nos abandonaron un día y nos dejaron a nuestra suerte, pero dejaron en China al primer estado del mundo, la sabiduría y el conocimiento, la paz interior y la trascendencia, la inmortalidad del alma y el ascenso del espíritu.

Observado desde cierta perspectiva, se puede decir que todo lo que conocemos en Occidente —y que a menudo consideramos producción propia— proviene originalmente de la China más antigua y milenaria.

En la mitología china se mezclan los dioses con los héroes y sus pasiones, como en muchas otras mitologías, pero, a diferencia de las demás, ofrece leyendas de un alto sentido espiritual, como las antiguas leyendas del Zen puro y clásico, cuyo lenguaje hay que conocer para comprenderlas, unas leyendas que se extienden hasta la llegada del budismo y encuentran en el Tao su mayor expresión.

China, actualmente tan cercana a través de sus productos (en cada hogar del mundo hay por lo menos un producto chino), es y fue una gran desconocida para Occidente hasta hace unos pocos años.

Las grandiosas pirámides chinas fueron descubiertas apenas en el pasado siglo XX, lo mismo que los grandes entierros de los emperadores y sus guerreros de terracota. Y, si bien es cierto que las pirámides tan laureadas en todo el mundo son relativamente fáciles de construir, la monumentalidad de las pirámides chinas no tiene parangón, pues eran verdaderas montañas artificiales que unificaban las ciencias con las creencias, los conocimientos con las leyendas, y más como un conocimiento humano, aunque imperial, que como una ofrenda a los dioses.

Hay que tener en cuenta que cada dinastía tuvo su propia cosmovisión, sus propios dioses y sus propias creencias, muchas de las cuales fueron apartadas o ensombrecidas por una religión social y humanista que poco o nada tenía que ver con los dioses y las supersticiones: el confucianismo.

No hay un San Confucio, y practicar las normas que propone no libera el alma ni lleva al cielo al espíritu. Sin embargo, se ha convertido en todo un mito referencial de lo que se supone que son la personalidad y el carácter orientales, donde el trabajo físico es espiritual, y el amor un legado de los dioses que los humanos debemos desarrollar con responsabilidad y raciocinio.

La China Milenaria

Antes de que surgieran las dinastías Xia, Shang y Zhou, y con ellas la historia oficial de China a las orillas del Yang Tse, o Río Amarillo, varios pueblos hollaron los valles y montañas del extremo Oriente, destacando a los mongoles y a los siberianos, que bajaban al sur en el invierno en busca de alimento. Muchos de ellos emigraron a lo que hoy es América hace treinta mil años, cruzando el helado estrecho de Bering.

Ya en esta proto-América recorrieron todo el continente y se fueron asentando en diferentes terrenos, arrastrando su lengua original y mezclándose con otros grupos humanos cuya procedencia se desconoce, pero que han dejado rastro en las diferentes formas raciales de los pueblos precolombinos.

No hay muchos datos sobre los que se quedaron en Asia, a pesar de la constancia de su presencia desde entonces hasta hoy, porque la historia china no empieza hasta que se inicia el ciclo dinástico, o registro escrito de las diferentes dinastías de la China formal, estatal y civilizada, unos mil años antes de nuestra era. Antes de esa forma oficial de asentar los nombres de reyes y gobernantes con una cronología precisa, los primeros grandes señores de China pertenecen más a la mitología que a la realidad propiamente dicha.

El famoso Emperador amarillo, Huangdi, carece de datos históricos reales, aunque ya aparece en algunos textos chinos de hace tres o cuatro mil años, dependiendo de la fuente, que lo sitúan como el gran iniciador de la cultura china, hace seis mil años más o menos.

Antes del Emperador amarillo los pueblos asiáticos eran salvajes, nómadas, sin una cultura propia unificada o simplemente carentes de registros escritos, más parecidos a los mongoles de hoy que a los refinados chinos del pasado.

La mitología china nos habla de pueblos orientales hace más de quinientos mil años caminando sobre la Tierra, en los que la magia, la inmortalidad y los diversos seres humanos se mezclan en todo tipo de leyendas, pasando de generación en generación a través de la tradición oral, e incluso en escrituras rudimentarias de trigramas y hexagramas que darán más tarde lugar a la escritura china, de la cual se derivan prácticamente todas las lenguas y escrituras de Oriente.

Pictogramas y barras que han ido formando conceptos, oraciones, frases, números, palabras completas, nombres y, por supuesto, la historia escrita de China, porque sin escritura, dice la academia, no hay historia posible.

Los restos del hombre de Pekín u homo sapiens pekinensis, que desaparecieron misteriosamente de China durante la Segunda Guerra Mundial, contradecían la teoría de una humanidad nacida exclusivamente en África para dispersarse después por el mundo, pero no hay que ir muy lejos para observar que las razas orientales —exceptuando a la australiana— poco tienen de cromañones o neandertales, e incluso la maorí, o australiana, presenta diferencias óseas con los referentes occidentales, por no hablar de los basculantes cráneos javaneses, que solo se encuentran en Java y en la Isla de Pascua, a pesar del pensamiento único occidental que todo lo quiere reducir a sus teorías.

No es que China quiera manifestarse diferente, es que lo es, tanto en su cultura como en sus orígenes y en sus leyendas, y no solo se trata de que los seres humanos seamos diferentes por fuera sino que además lo somos por dentro, no por un prejuicio racial sino en las conformaciones genética, sanguínea y ósea, con la capacidad de procrear unos con otros, pero diferentes.

Según la tradición china, antes del Emperador amarillo estuvo Fu Xi, creador de esa primera escritura compuesta por trigramas, con los ocho primeros conceptos que abrían las puertas, o baguas, del conocimiento a través de los símbolos escritos.

Chen Nong o Shandong, que se puede traducir de varias maneras, desde Dragón de Madera hasta Señor Campesino o Divino Granjero, se encuentra entre Fu Xi y Huangdi, con cinco mil años de antigüedad según las tradiciones, y al que se le adjudica, obviamente, la creación de las técnicas agrícolas chinas que se siguen practicando hoy en día por su particular eficiencia.


Fu Xi y su esposa Nüwa.

En esta China Milenaria, anterior a la historia oficial y escrita, nacen el té y el papel, la tinta y la escritura, las artes y las ciencias, la agricultura y la ganadería, el orden social y las leyes, el estudio de las estrellas y las cuentas, porque sus gobernantes eran más dioses que humanos, como en el caso de Fu Xi, que estaba casado con su hermana, la diosa Nüwa, como veremos más adelante cuando se exponga la leyenda de los Tres Augustos y los Cinco Emperadores.

Huangdi, o Wang Tse, es quien finalmente funda lo que será esa China que pervive hasta nuestros días, y por la cual han pasado Buda y Confucio, Mochi y Lao Tse, que han terminado de moldear su carácter; así como la dinastía Khan, que puede volver por sus fueros en este siglo XXI y reconquistar el mundo.

China histórica

Reducir la historia de China en una introducción sobre mitología china es una tarea que se antoja imposible, ya que si bien tres dinastías de los últimos tres mil años han apostado por la mítica legendaria, el resto se ha situado del lado opuesto, es decir, ha intentado desmitificar su cultura y hacer de ella algo serio, racional, hierático y práctico, ajena a dioses y supersticiones, y seguidora de una ética y una moral familiares y jerárquicas dedicadas al Estado y con un bienestar social básico para el pueblo.

Por gracia o por desgracia los seres humanos somos animales creyentes y emocionales, chinos incluidos, y ni los emperadores ni los Estados chinos han podido desterrar los mitos y las leyendas de su cultura.

Las dinastías de la era antigua y de la época imperial —desde el siglo XXI antes de nuestra era hasta el siglo XX de nuestra era— están perfectamente documentadas y datadas más allá de las exageraciones épicas, por lo que se podría decir que los chinos inventaron, además, la historia formal como ciencia y no como mítica.

La primera dinastía, la Xia, con más de cinco siglos gobernando el área del Río Amarillo, es la más cercana a los reinados míticos anteriores, donde los dioses y los humanos convivían y le daban forma al mundo y a la sociedad, y por eso aún se pueden encontrar elementos mitológicos en los relatos de sus diecisiete reyes. Estos desaparecerán casi del todo en la dinastía Shang, que duró siete siglos, y en la dinastía Zhou, con ocho siglos de permanencia y la emergencia de Confucio, cuyo pensamiento y formalidad van a durar hasta nuestros días.

Es precisamente con Confucio, en el siglo VIII antes de nuestra era, que China entrará en un periodo llamado de las Primaveras y los otoños, para dar lugar al carácter y comportamiento del pueblo chino como lo conocemos ahora, muy diferente al de las etapas anteriores.

Los cambios sociales

Antes de que Confucio escribiera, o inspirara, los Anales de primavera y otoño, el comportamiento social de los pueblos orientales era del todo tribal, jerárquico, mítico, supersticioso y desordenado, con lo que los conflictos entre clanes eran continuos, mientras los grandes señores, cuatro en la época de Confucio, explotaban al campesinado sin la menor conmiseración e intentaban conquistar el terreno de sus vecinos con ardides, guerras y traiciones, utilizando los matrimonios entre grupos más como punta de lanza para adentrarse en territorio ajeno que como verdaderas alianzas.

El pueblo chino tenía fama de sucio, cobarde, vicioso e ignorante, incapaz de tomar decisiones y a expensas de todo tipo de robos, abusos y vejaciones, tanto por parte de los grandes señores como por cualquier horda de bandoleros que pasaran por allí.

No había respeto para nada ni para nadie, y quienes carecían de poder y fuerza bélica estaban condenados a ser presa fácil de cualquiera. Las hambrunas eran terribles, no se tenía en consideración a los ancianos, la maternidad no estaba ponderada, sobre todo si el producto de la misma era femenino, y lo que no se perdía en las malas cosechas se perdía en el juego y el alcoholismo. Los matrimonios, por supuesto, eran de conveniencia, y el amor y los enamoramientos eran trágicos e imposibles incluso para las élites.

No había respeto para la autoridad, aunque sí miedo y hasta terror, y la corrupción, los engaños, las traiciones y las trampas estaban a la orden del día en todos los estratos sociales (como sucede hoy en día en buena parte del mundo), y la inmoralidad y la falta de ética campaban a sus anchas.


Confucio, el orden social sin dioses.

El confucianismo vino a poner orden, y se convirtió en la religión oficial sin supersticiones ni dioses de la China Imperial, e incluso de la China popular y comunista que conocemos hoy en día. Sin embargo, y a pesar de que la ética, la moral, el respeto a la autoridad, el esfuerzo, el cuidado de los ancianos y la organización estatal se convirtieron en el emblema chino que les dio grandes victorias y avances en todos los terrenos, la mala fama de los chinos no mejoró demasiado con el paso del tiempo.

El orden estatal, por férreo que sea, a menudo no puede hacer nada contra el comportamiento popular que, si bien obedece a las jerarquías para evitar castigos, da rienda suelta a sus pulsiones más tradicionales y rituales en cuanto puede, y así los mitos y las leyendas, las emociones y las creencias vuelven a ocupar su lugar.

La llegada de Buda

Dos siglos después de los Anales de primavera y otoño, cuando China gozaba de orden y progreso, laicismo y buen hacer en prácticamente todos los terrenos, aparece Buda arrastrando multitudes con un discurso laico, es decir, sin dioses pero sí con la promesa de trascendencia, de la posibilidad de ascender a un paraíso, el Nirvana, si se hacen los méritos suficientes en esta vida.

Esta válvula de escape, que en un principio no fue bien recibida por las autoridades chinas, resultó ser muy funcional porque absorbió a otra forma religiosa laica, pero extraña y rebelde, el Zen.


Representación del Bodhi Darma, Buda.

El Zen anterior al budismo se burlaba de todos y de todo, exceptuando a Lao Tse, pero contaba con una serie de conocimientos y hasta un lenguaje propio sobre astronomía, astrología, orden de las construcciones, ciclos de cultivo y cosecha, y comportamiento de las personas, que se transmitían de boca a oreja, de maestros a discípulos, y que no se vendía ni al poder ni a los poderosos. Y, si bien no era muy activo físicamente, sí lo era intelectualmente y despreciaba las normas, las ideas del bien y el mal, desconfiaba del progreso y no participaba en las enseñanzas de Confucio, al que consideraba un esbirro de las jerarquías.

El budismo en China pronto fue Budismo Zen, introduciendo valores de amor universal, obediencia, buen comportamiento, caridad, fe, esperanza y trascendencia en el más allá por más que se sufriera en este valle de lágrimas, desalentando así cualquier tipo de ambición personal, de riqueza material y de poder, que también repudiaba el zen desde la rebeldía y no desde la sumisión, desde el pensamiento y no desde la creencia, desde la no acción y no desde la colaboración y la fraternidad que pregonaba el budismo.

Lao Tse, el todo y la nada

En medio de Confucio y Buda se erige la figura de Lao Tse, el gran pensador independiente, más cercano al Zen clásico y tradicional que a lo que sería el blando Budismo Zen, y sin el cual la suma sociológica que compone al carácter chino sería incomprensible.

Sima Qian, el gran historiador chino, que repasa toda la historia china desde sus inicios hasta el siglo I antes de nuestra era, recoge las enseñanzas del taoísmo —y por lo tanto de Lao Tse— y lo coloca por encima de cualquier otro pensador oriental, tanto por sus conocimientos como por la influencia que tuvo en su tiempo y a lo largo de los siglos.


Lao Tse, el padre del taoísmo.

En una sociedad tan diametralmente opuesta como la china, donde las élites se alejan de las bases populares sin dejar lugar a una clase media, parecería imposible que surgieran figuras pensantes, gente que cuestionara todo y buscara algo más.

En el Mediterráneo, con los griegos y babilonios, Mesoamérica, con los mayas y preincas, e India, con los jainistas y tibetanos, surgen grandes pensadores y visionarios en fechas similares, observadores de su entorno y de las estrellas, de los fenómenos naturales y de los seres humanos, dejando de lado a los dioses, superando los mitos y las leyendas, y utilizando el raciocinio individual por encima de las emociones y las supersticiones de la masa.

El ser y la nada, el ser y su ser interior, el amor al conocimiento y el desprecio por la ignorancia, la fuerza de la razón introspectiva en contra de las emociones externas desordenadas, el hieratismo oriental en una palabra.

A pesar de la diferencia de pensamientos, es gracias a las propuestas de alfabetización de Confucio que las enseñanzas de Lao Tse se popularizan en todo oriente. Cuatrocientos años hicieron falta para que el confucianismo fuera del todo instaurado, y fueron tantas las guerras y los levantamientos en contra del nuevo orden, que a esta etapa se le llama periodo de los Reinos combatientes, hasta que se impuso un solo reino imperial, el de la dinastía Qin, que empezó muy bien y terminó muy mal, porque el emperador recuperó ciertos mitos, se endiosó y se volvió el más cruel tirano que se hubiera conocido en China.

China Imperial

Confucio había renegado la legitimación de gobernar dada por los dioses, ya fuera por linaje o iluminación, porque los gobiernos eran cosa de hombres y para los hombres, pero los emperadores del 200 antes de nuestra era hasta principios del siglo XX, con la llegada de la República China, no le hicieron caso, y quien más y quien menos se consideraba a sí mismo Emperador Divino, o Emperatriz Divina en algunos casos, tan alejados de las miserias humanas que raras veces tuvieron en cuenta las necesidades más elementales de sus pueblos.

-Dinastía Qin, sin un referente exacto de su comienzo, alrededor del 400 antes de nuestra era, pero sí de su final, 209 antes de nuestra era. En sus doscientos años de duración unificó los estados chinos, terminó la construcción de la Gran Muralla, creó la Ciudad Prohibida, impuso el chino mandarín como lengua única, así como el confucianismo como religión obligatoria y oficial, quemó textos antiguos que pudieran contradecir el nuevo orden y rescató mitos y leyendas que favorecían la figura del emperador: Qin Shi Huang, fundador de esta dinastía, quien se hizo enterrar con toda su corte viva y con los Guerreros de terracota, ante la imposibilidad de matar a todo su ejército para que emprendiera el vuelo celestial junto con él.

Durante un par de milenios se creyó que dicho entierro era un mito, una leyenda fruto de la imaginación popular china, hasta que una excavación a mediados del siglo XX descubrió la tumba de Qin Shi Huang y dio una gran sorpresa al mundo entero, que tuvo que reescribir muchos textos de historia sobre China ante la evidencia que demostraba que la mitología china se había convertido en realidad.

-Dinastía Han, que nace tras la muerte de Qin Shi Huang y que fue prácticamente un golpe de estado, hizo de China una potencia comercial, cultural, científica y social. En este periodo, por ejemplo, se inventa el papel como lo conocemos hoy en día, se abre la Ruta de la Seda, Sima Qian escribe las extensas Memorias históricas, se recuperan textos y manuscritos antiguos, se desarrolla la educación a nivel popular más allá de la simple alfabetización, se crean escuelas de artes y oficios, se logran avances en agricultura, ganadería y minería, se inventa el sismógrafo, se desarrolla una conciencia ambiental de respeto a la naturaleza y se crea un ejército disciplinado y eficiente, así como cuerpos de seguridad para vigilar a la población y prevenir los ataques de los hunos. El Estado chino creció mucho, tanto, que la burocracia se convirtió en un verdadero dolor de cabeza y fuente de corrupción tanto para el pueblo como para las autoridades y, en su afán de controlarlo absolutamente todo, como aconsejara Confucio, ese mismo Estado fue perdiendo adeptos, entró en diversos conflictos y tuvo que sofocar todo tipo de revoluciones y levantamientos. Finalmente, en el año 184 de nuestra era la Revolución de los Turbantes Amarillos acaba con la dinastía Han.

-El Período de los Tres Reinos, que se disputaban la legitimidad divina de la herencia Han, duró cerca de cincuenta años con China dividida en tres imperios, hasta que uno de ellos cae definitivamente y la alianza de los dos restantes, en el 256 de nuestra era, dio lugar a la Dinastía Jin.

-Dinastía Jin, logra la reunificación del Imperio aunque queda divido en dos, tanto por disputas de poder como por cuestiones administrativas, pero no logra mantenerse más de cincuenta años y deviene en nuevas y más profundas divisiones a partir del siglo IV de nuestra era.

-Dieciséis Reinos, o Siglo de Oscuridad, con guerras constantes y hambrunas continuas, fronteras debilitadas y la consecuente incursión de hunos, mongoles, lapaos y demás etnias orientales.

-Dinastías Meridionales y Septentrionales, se fueron desarrollando poco a poco a partir del siglo V de nuestra era, recuperando territorio y formando alianzas centradas en la identidad china, reduciendo el Estado chino en dos imperios que, en realidad eran cuatro: Norte, Sur, Este y Oeste, con sus respectivas dinastías, que no dejaban de seguir los lineamientos de Confucio pero que no se ponían de acuerdo entre ellas para unificar del todo al imperio, y se hacían la guerra unos a otros de manera soterrada o abierta, hasta que el Emperador del Norte, el general Yang Yian, de la dinastía Zhou, emprendió la guerra total en contra de los otros tres y dio paso a una nueva dinastía única y central.

-Dinastía Sui, fundada en el 581 de nuestra era, dura tan solo 40 años, en los cuales amplía la Gran Muralla, hace el Gran Canal del Río Amarillo, impone medidas sociales en favor del pueblo y del campesinado, reunifica a las provincias chinas en un solo estado y rechaza, no sin problemas y grandes pérdidas, a las naciones enemigas. En esta breve época se recuperan mitos y leyendas, se abre paso al budismo y su moral bondadosa, se rescata al taoísmo y al zen, y se promueve una paz social para el pueblo llano, algo que no gustó nada al propio hijo del emperador, que lo que deseaba era riqueza y poder, por lo que promueve el asesinato de su padre y convierte al general Li Yuan en Emperador Divino, fundando una nueva dinastía en el siglo VII de nuestra era, la célebre dinastía Tang.

-Dinastía Tang, reconocida por sus historias y leyendas palaciegas de intrigas, sexo, traiciones y asesinatos:

Los emperadores quieren ser eternos y recurren a todo tipo de magias, pócimas y ungüentos para lograrlo, pero caen asesinados uno tras otros por sus herederos, esposas, concubinas y consejeros, todo ello maquinado por la única emperatriz oficial de la era imperial, la famosa Emperatriz Divina Wu, que se consideraba a sí misma aquella diosa milenaria que ya había gobernado la China Milenaria al lado de su esposo Zhou, y que, por lo tanto, merecía tener su propia dinastía.

Cuentan las leyendas que muchos emperadores chinos, a pesar de su poder, hacían lo que sus madres, esposas o concubinas querían, y no lo que ellos pensaban ni lo que el pueblo o la corte necesitaba, con lo que emperatrices no oficiales hubo muchas, pero oficial solo una, la Divina Emperatriz Wu.


Wu, la Divina Emperatriz.

Mientras fue relativamente joven, bella y fuerte, Wu, tras derrocar a su hijo del trono, se enfrentó a la corte, derogó algunos de los lineamientos de Confucio —como el que prohibía que una mujer asumiera el mando del Estado—, abrazó el budismo, abrió las puertas al Feng Shui, la astrología, la magia y otras tantas supercherías que el pueblo llano aplaudió y la corte abominaba.

Wu contaba con todo un séquito que se dedicaba única y exclusivamente a mantenerla joven y bella, pero a los ochenta años ya no pudo mantener su frescura y su hijo, al que ella misma había derrocado, recuperó el poder y frustró sus sueños de inmortalidad y grandeza.

Hasta el siglo X de nuestra era se mantuvo la dinastía Tang sin menoscabo de sus veleidades palaciegas y sus luchas por el poder, manteniendo la unidad de China y teniendo al pueblo contento con educación, bonanza económica y cierta libertad de acción y pensamiento con respecto sus creencias, a pesar de que el confucianismo continuó siendo la norma y la religión oficial del imperio.

La Dinastía Tang resistió enemigos internos y externos, invasores e intentos de golpe de estado, levantamientos y revoluciones, como el terrible levantamiento de An Lushan, que dejó miles de muertos en el 775 de nuestra era.

Se cuenta que durante esta dinastía el comercio marítimo floreció como nunca antes, y que las naves chinas recorrieron el mundo entero, llegando a América mil quinientos años antes que Colón, dejando como prueba de ello las grandes anclas de piedra con forma de dona que utilizaban por aquel entonces.

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9788418211218
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