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2. Metodología

Como analizamos en la sección anterior, las razones detrás de la decisión de realizar una investigación exploratoria fueron varias. En primer lugar, el concepto de capital social aún está en construcción y no existen acuerdos amplios sobre su definición y formas de medirlo. De ahí que lo que se intenta es una aproximación a su medición, que servirá para depurar indicadores y métodos. En segundo lugar, a pesar de que existen estudios parciales sobre capital social en Lima, normalmente limitados a sectores específicos de la ciudad, no se cuenta con un estudio a escala metropolitana, lo cual implica, entre otros factores, un análisis macrosocial.3 No se contaba, entonces, con experiencias previas que hubieran permitido una selección más rigurosa de variables e indicadores, al igual que mayor precisión en la formulación de hipótesis. En tercer lugar, y derivado de lo anterior, el interés era mostrar la pertinencia de cierta forma de examinar la realidad (estructural) y su relación con otros tipos de lecturas (histórica, legal, cultural, institucional). El interés en esta etapa era identificar las características más saltantes de los vínculos sociales a los que recurrimos los limeños y limeñas para diversos aspectos de nuestro quehacer económico, político y social.

Para esta identificación, se consideró pertinente utilizar dos principales fuentes de información:

• En primer lugar, las abundantes fuentes secundarias —estudios, investigaciones, sondeos— que han abordado los temas de confianza, capital social, institucionalidad, respeto a las normas, corrupción, redes sociales, percepción de igualdad, ejercicio de derechos, entre otros. Esta información permitió observar tendencias en la relación de los actores sociales con el medio institucional político, económico y social, a la vez que permitieron inferir las posiciones y actitudes asumidas con respecto a la formalidad. Asimismo, ofreció un marco comparativo para los resultados obtenidos en la encuesta aplicada en el marco de esta investigación. Durante el desarrollo del presente documento se hará mención y analizará este rico bagaje.

• En segundo lugar, se diseñó y aplicó una encuesta a una muestra representativa de la población adulta limeña para precisar diversos aspectos de nuestra sociabilidad. La encuesta estaba dirigida a captar la situación del capital social, principalmente en las tres dimensiones escogidas: la confianza, la efectividad de las normas y la densidad de las redes sociales. Por su carácter representativo, además, permitió comparar orientaciones y actitudes entre los diferentes niveles socioeconómicos.4

Para el desarrollo del cuestionario de la encuesta, se consultaron y revisaron múltiples experiencias de medición de capital social, las cuales describo brevemente en orden de importancia.

Cuestionario integrado para la medición del capital social (Banco Mundial, 2002). Confeccionado por expertos del Banco Mundial, la propuesta de cuestionario se nutre de varias experiencias de encuestas aplicadas a escala mundial. En realidad son dos cuestionarios. El primero es para medir exclusivamente el capital social y consta de más de ochenta preguntas. El segundo es un cuestionario breve, diseñado para anexarlo a las llamadas “encuestas a hogares”.

Barómetro de capital social en Colombia, encuesta realizada en 1997 a más de tres mil personas en todo el país. Con cerca de ochenta preguntas orientadas fundamentalmente a medir el grado de asociatividad y la participación.

Informe de Desarrollo Humano en Chile del 2000 (PNUD, 2001), elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el cual incluye una sección sobre capital social. En el estudio se realiza un inventario de las asociaciones u organizaciones y una batería de preguntas acerca de la confianza, asociatividad y reciprocidad.

Encuesta a Hogares en Gran Bretaña del 2000 (Coulthart et al., 2002), que incluyó una sección sobre capital social y su relación con la salud. Las preguntas tienden a estar orientadas a las redes sociales, el sentido de pertenencia e identidad con la comunidad y la evaluación del presente y el futuro.

World Values Survey (Los Estudios de Valores), que analiza, en términos comparativos, los valores compartidos en sociedades nacionales de cerca de setenta países. En 1997, 2001 y 2006 el Perú estuvo incluido en la muestra y los resultados pueden examinarse en <http://www.worldvaluessurvey.org/>.

Encuestas de capital social en: a) Uganda y b) Tanzania, estudios patrocinados por el Banco Mundial en 1996-1997.

Al elaborar el cuestionario también interesaba formular las preguntas de tal manera que pudieran ser comparadas con los resultados de los estudios mencionados, especialmente los de carácter internacional (por ejemplo, estudios de los valores) y los netamente nacionales. Preocupados, además, con el efecto que pudiera causar el tedio y aburrimiento de un cuestionario largo y complejo, lo limitamos a cuarenta preguntas (véase el anexo).

3. Organización del libro

El libro está organizado en cinco capítulos. El capítulo 1 se inicia con una breve presentación de las dificultades que existen en la sociedad peruana para respetar las normas denominadas “formales”, a pesar de que la mayoría de las personas consideran que son importantes y que el país sería mejor si los ciudadanos y ciudadanas cumplieran con ellas. A continuación examinamos cómo estas dificultades han sido abordadas por las ciencias sociales y explicamos por qué es importante una aproximación estructural al estudio de esta problemática. Con el término estructural, nos referimos a las formas como tienden a construirse y ordenarse las relaciones sociales, principalmente en el proceso mismo de la interacción social.

En el capítulo 2, se da paso a una revisión del concepto de capital social y cómo es aplicado en la investigación. Para ello, primero revisamos brevemente el término y los principales debates al respecto. Esto nos permite ir depurando la definición para arribar, paulatinamente, a la que ha guiado el presente estudio. Al tomar posición con respecto a la teoría, las hipótesis y las principales variables, iremos respondiendo a algunas críticas, especialmente acerca de las fuentes y los efectos del capital social. Al finalizar el capítulo presentamos nuestra perspectiva y explicamos las principales fuentes de capital social: confianza, legitimidad de la norma y densidad de redes. El análisis de estas fuentes constituye los temas de los capítulos que siguen.

En el capítulo 3 iniciamos el análisis de los hallazgos y explicamos la confianza como fuente del capital social y las características que asume en la sociedad limeña. En un primer momento estudiamos el concepto en sí, buscando establecer los parámetros utilizados en la investigación. Luego examinamos los resultados de la encuesta y otras fuentes de datos, los cuales, como hemos adelantado, tienden a enfatizar el carácter “familista” de nuestra confianza. Finalizamos el capítulo con una discusión de las implicancias de este carácter, analizando el posible impacto que tiene sobre las formas como priorizamos nuestra acción y orientamos nuestra conducta y actitudes.

El capítulo 4 está dedicado a analizar la legitimidad de la norma y su grado de efectividad. Evidentemente, haremos esto desde el punto de vista de los actores sociales, enfatizando en sus opiniones acerca de los niveles de cumplimiento, las razones detrás de ello y cómo explican la debilidad de la norma formal. Antes de analizar los resultados de nuestra encuesta y de otros estudios, discutimos los procesos y las condiciones básicas detrás del proceso de interiorización y acatamiento de la norma. Sobre la base de los estudios realizados y nuestra encuesta inferimos la difícil relación que se construye entre los actores y los diversos contextos por los cuales transitan en su vida cotidiana. Trabajamos con una hipótesis principal: existe poca integración entre estos contextos, lo cual lleva a la conducta a una gran diversidad de orientaciones. Esto nos ayuda a entender por qué las instituciones son débiles y por qué no llegan a los diversos contextos. El énfasis del análisis está puesto en la oposición particularista-universalista y como la debilidad de las instituciones ha llevado a la personalización de los criterios en el cumplimiento de las obligaciones mutuas. Para algunos autores, como Vallaeys (2002), esto alimenta la “cultura del arreglo”.

El análisis de la densidad de redes es el tema del capítulo 5. Para ello, contaremos principalmente con información secundaria, ya que la encuesta que aplicamos solo tenía algunos referentes indirectos al tema. La discusión comienza con una revisión de la perspectiva de redes en las concepciones sobre el capital social. Luego describimos de manera sucinta las formas de participación más comunes en la sociedad limeña y continuamos con el análisis de redes realizado por diversas investigaciones. Enfocaremos nuestra atención en la ausencia o debilidad de redes transversales, es decir aquellas que permiten vincular a peruanos de diferentes posiciones sociales, y el probable efecto que tiene en nuestra estructura social. Este carácter insular de las redes encaja perfectamente con lo observado en términos de confianza (familista) y de la efectividad de las normas (particularismo).

Cierra el libro el acápite titulado “Reflexiones finales”, dedicado a elaborar las principales ideas y aportes de la investigación. Nos interesa indicar con claridad cuál es la agenda de investigación para el futuro y cómo podría contribuir a profundizar nuestro conocimiento de la difícil relación con la norma, cómo esto contribuye a la exclusión y los retos que plantea para la construcción de una sociedad democrática.

Durante el proceso de investigación conté con el análisis crítico de mis colegas de los cursos de Introducción a las Ciencias Sociales y de Problemática Nacional, agradezo a todos y especialmente a Liuba Kogan. Raquel Northcote fue —como siempre— entusiasta apoyando y acompañando todo lo que es importante en mi vida.

Finalmente, dedico el libro a Kai y Miguel, hijos fabulosos que cada uno —a su manera— evocan el verso sencillo de José Martí:

Oigo un suspiro, a través

De las tierras y la mar,

Y no es un suspiro, —es

Que mi hijo va a despertar.

Capítulo 1
Los espacios de nuestro entendimiento

En el fondo, la alternativa es comer o ser comido. Abusar o ser abusado. La conchudez, la forma criolla del cinismo, se justifica como una suerte de “guerra preventiva”, como la única actitud realista que permite lograr la sobrevivencia. La idea es que no me queda más que adelantarme a hacer lo que no se debe, pues de otra manera otros lo harán y sería yo el perjudicado. Es claro que el problema es social y cultural antes que personal.

Gonzalo Portocarrero

ROSTROS CRIOLLOS DEL MAL

En el presente capítulo realizaremos un recorrido bastante singular, ya que transitaremos entre expresiones sociales —algunas cotidianas— de los mecanismos que utilizamos para generar “orden” y los intentos intelectuales (que también son expresiones) de explicarlos. Como veremos, hay una difícil correspondencia entre lo que sucede en la realidad y lo que los analistas consideran pertinente o importante.1 Esto se evidencia cuando se estudia la relación entre las normas “formales” y el papel que deberían jugar en el ordenamiento de comportamientos y sociedades.

Empezamos este capítulo con una descripción de cómo en el Perú construimos órdenes fragmentados y parciales, en los cuales tiende a dominar la informalidad, el personalismo y el contexto específico. La norma formal moderna con su pretendida “universalidad” está presente fantasmagóricamente en estos procesos variados de construcción, pero su efectiva incidencia en los patrones de conducta de los participantes no es algo que está sobreentendido, sino que es parte de las negociaciones entre los actores. En otras palabras, la normatividad conocida de forma pública no es necesariamente “reconocida” y aplicada, sino que pasa por un proceso de apreciación del contexto; de ahí la pertinencia de su acatamiento. Concluimos con la hipótesis de que lo informal —siempre entendido como una institucionalidad parcial basada en lo particular— es lo que domina la determinación de nuestra conducta, en la línea de lo que Buarque de Holanda (1994) llama la “exaltación de la personalidad” sobre cualquier otra voluntad social o colectiva.

Después pasamos a una constatación singular, por no decir paradojal: hasta hace poco, las ciencias sociales nacionales prestaban poca atención al papel de las normas formales en el orden social. Se analiza cómo estas disciplinas surgen con cierta fobia a la norma por considerarla “sospechosa”, “injusta” o “discriminatoria”, mientras que la informalidad representaba lo contrario. A partir de los años noventa, sin embargo, hay una paulatina reincorporación de lo normativo-formal en los análisis socioculturales debido a muchos factores, pero especialmente a la importancia que revisten los derechos humanos en las nuevas teorías de desarrollo y en las agendas de cambio social. Terminamos esta sección examinando brevemente algunas de las contribuciones recientes e importantes al campo de estudio del lugar de las normas, los valores y la ética en la conformación de una sociedad.

En la sección siguiente, se desarrolla lo que consideramos el aporte singular de esta investigación, que consiste en tratar de explicar por qué son tan poco efectivas nuestras normas formales desde una perspectiva estructural y, específicamente, desde el análisis del capital social. El primer paso al respecto es explicar qué significa una perspectiva o aproximación estructural y cómo el término capital social ayuda en este sentido. Luego, analizamos las implicancias de una aproximación estructural con respecto a otros referentes de la conducta humana, como son la cultura y las interacciones sociales (acción). Insistimos en que darle prioridad a lo estructural dentro de nuestro análisis, no significa una negación de la importancia del bagaje cultural y de la orientación interaccionista. Veremos cómo diversos teóricos han encontrado interesantes puntos de encuentro entre cultura-sociedad-actor social.

1. Nuestro orden fragmentado y particular

El documental Entre vivos y plebeyos presenta a tres personajes de la Lima actual, un microbusero, un hombre de negocios y una estudiante universitaria.2 Narra cómo, a pesar de las diferencias socioeconómicas y de situaciones de vida, los tres justifican y actúan bajo el dictado de la cultura de la “viveza”. El microbusero recoge y deja a los pasajeros en cualquier lugar de la vía pública y soborna a un policía porque no tiene licencia de conducir profesional. El empresario no utiliza los materiales e insumos requeridos y comprometidos para cumplir adecuadamente con la licitación que ha ganado para parchar una vía pública, aumentando su margen de ganancia, pero también los huecos y baches de nuestra ciudad. La estudiante prepara un “comprimido” para copiarse en un examen, porque no tuvo tiempo de leer los textos y libros que entraban en la prueba, a pesar de que había comprado versiones “piratas” de ellos. El mensaje al final del documental es que la viveza y la criollada hacen que los limeños se asemejen en estas conductas egoístas e individualistas que no contribuyen a un proceso de desarrollo nacional y no sientan las bases sobre las cuales se debería edificar la identidad nacional.

Al presentar este documental a un grupo de alumnos del curso Problemática Nacional, algunos manifestaron que era exagerado. Argüían que son muchas las personas que son honestas y respetuosas de las normas sociales y legales. En esencia, pensaban que solo proyectaba una imagen negativa de la ciudad de Lima y del Perú. Esto llevó a un interesante debate sobre cómo los limeños y limeñas interactúan y se relacionan entre sí. Sin duda, casi todos opinaron que los hechos presentados en el documental eran verdaderos y cotidianos, pero sí presentaron resistencias a imaginarse que la sociedad estuviera solo caracterizada por estas conductas.3 Mencionaron, por ejemplo, cómo miles de limeños cada día se organizan en torno a la producción de bienes y servicios públicos, en comités del Vaso de Leche o en comedores populares. Asimismo, conversaron acerca del trabajo voluntario o los altos niveles de convivencia pacífica y respeto mutuo que existían en sus propios barrios, clubes y otros espacios.

Esta doble visión de la sociedad limeña capta quizás, por lo menos en términos intuitivos, lo esencial de nuestra sociabilidad. La percepción es que los espacios públicos y formales son una “tierra de nadie”, donde las normas se relajan y transgreden, las sanciones se debilitan y cada cual debe imponerse sobre los demás o protegerse de ellos. Es el imperio de la viveza, y los quedados —aquellos que siguen las reglas— tienen todo que perder. A pesar de que este entorno genera agresividad y resentimiento, rara vez se traduce en violencia física porque también existe la tácita aceptación de que si alguien saca ventaja es porque otro dejó que así sea.4 Algunos analistas sociales consideran que estas formas de comportamiento son expresiones de una sociedad anómica, a la que comúnmente se denomina “cultura combi” (Neira 2006; Amat y León 2006).

La cultura combi tiene especial significado para los peruanos urbanos porque ofrece una imagen nítida de cómo visualizan e interpretan la sociedad contemporánea. A principios de los noventa, durante el primer gobierno de Fujimori, se liberalizó el transporte público, lo cual llevó al ingreso masivo de operadores privados, muchos de ellos con unidades de transporte que se denominaron “combis”, con una capacidad promedio de diez pasajeros.5 Según Baldoceda (1998) el nombre viene del término ‘Kombi’, un modelo de camioneta de pasajeros de la marca alemana Volkswagen, que fueron las primeras camionetas utilizadas para el transporte interurbano. En poco tiempo, Lima contaba con más de sesenta mil unidades (buses, micros, combis), aunque solo requería la mitad de ellas para satisfacer la demanda. Esto produjo una competencia salvaje entre las propias unidades y sus conductores. Debido a su tamaño, maniobrabilidad y velocidad destacaron por sus acciones temerarias en las vías públicas: invadiendo carriles, deteniéndose en cualquier lugar para recoger o dejar pasajeros, cruzando violentamente a otros vehículos, etcétera. Como resultado, se popularizó el apelativo de “combis asesinas” al convertirse en las principales responsables de los accidentes y las víctimas del tránsito urbano. Carlos Amat y León (2006), por ejemplo, incluye el modelo de comportamiento combi en su apreciación acerca de cómo los peruanos y peruanas se adecuan a la realidad, y describe su estrategia como: “[...] lograr ambiciones sin escrúpulos, satisfacer los apetitos sin límites” (p. 93).

En los espacios más íntimos o cercanos —la familia, los amigos, los paisanos, los grupos del mismo estatus— la conducta de las personas que cometen imprudencias o son prepotentes varía, evidenciándose un mayor respeto y observancia de las normas. Se podría decir que es así porque opera lo que Coleman (1994) define como closure o encierro, en el sentido de que la efectividad de las normas se sustenta en redes cerradas y las relaciones sociales forman una urdimbre densa que promueve la reciprocidad y el cumplimiento. El incumplimiento de normas en estos espacios tiene un costo muy alto, ya que representaría una ruptura con los intercambios sociales que son importantes para la vida del individuo.

Considero que no es correcto, sin embargo, asumir que esta doble visión —dividida entre lo público y lo próximo— conduzca hacia una dualidad en la conducta social, como si los individuos optaran por ciertos patrones en un espacio y por patrones diferentes en otro. Por el contrario, lo que tiende a existir es una continuidad. Aparentemente, lo que opera en la determinación del comportamiento de un buen número de limeños y limeñas son criterios particularistas que nacen de sus relaciones más cercanas: linaje, estirpe, comunidad, estatus. Esto, como hemos analizado en otra investigación (Díaz-Albertini et al. 2004),6 es común en las sociedades tradicionales o premodernas, previas a la construcción de un sentido universal de derechos y de la ciudadanía. Si mi compromiso hacia los demás está limitado por criterios particularistas, entonces solo reconoceré y respetaré aquellos con los cuales me identifico y así se restringe mi capacidad de empatía únicamente hacia mis similares o, en todo caso, hacia los que considero como iguales.

Esto significa que en los espacios públicos como zona de encuentro entre diferentes y desiguales —en los cuales deberían primar los criterios universalistas, de lo que Putnam (1994) llama reciprocidad generalizada—, la tendencia sería a “medir” a los demás de acuerdo a códigos personales, y así determinar el trato que merecen. Santos Anaya (1999) señala que en el Perú resulta difícil pensar y tratar a los demás en espacios públicos como individuos anónimos, es decir como ciudadanos sujetos de derechos universales. Por el contrario, este autor analiza cómo el mecanismo o lenguaje jerarquizador de “¿sabes con quién estás hablando?” cumple diversos propósitos en el proceso de medir y determinar el trato, los derechos y privilegios otorgados al “otro” u “otra”. De acuerdo con este mecanismo, una parte esencial de nuestras interacciones sociales en el mundo público consiste en ubicar y situar al otro u otra según criterios particularistas de posicionamiento social. Es decir, según las nociones que manejamos con respecto a clase, etnia, raza, linaje, procedencia, entre otros.

Lo que existe, entonces, es un arraigado sentido de lo particular, lo cual lleva a personalizar nuestra aproximación hacia otros, sean estos actores individuales o institucionales. Evidentemente, esto conduce a lo que Vallaeys describe como la “cultura del arreglo”:

[...] cuando a uno le conviene, se prefiere obviar la regla moral o jurídica conocida por su carácter público, universal, obligatorio, anónimo y abstracto, para desviar hacia el “arreglo”, concebido esta vez como privado (¡es entre nos!), particular (no se quiere que los demás hagan lo mismo), excepcional (¡por esta vez!), bien personalizado (¡porque somos amigos!), y concreto (en este caso). Una vez instalada la “cultura del arreglo”, cualquier nueva regla, ley o prohibición puede servir de instrumento para nuevos arreglos. De ahí el famoso y desesperante dicho “hecha la ley, hecha la trampa” (2002: 74).

Aunque se podría argumentar que estos mecanismos de diferenciación son comunes en cualquier sociedad y que han sido temática central en las diversas teorías de estratificación en la sociología, hay algunas especificidades que resultan altamente perniciosas para la sociedad peruana:

• En primer lugar, con frecuencia la diferenciación y exclusión no son reconocidas como problemas públicos. Como bien indicara Callirgos (1993) al analizar el racismo peruano, existe un “doble discurso” con respecto a la exclusión. El discurso público que insiste en la igualdad —en el caso del racismo que somos un país “mestizo”— y niega distinciones en la sociedad peruana. El discurso privado, por el contrario, está fuertemente informado por nociones y prácticas de exclusión, entre las cuales destaca el “ninguneo”.7 Al no reconocer el problema, este desaparece del debate público y, curiosamente, se convierte en una suerte de tema “tabú”. Las pocas veces que salta a la luz pública, rápidamente es acallado bajo el pretexto de que dicha discusión genera divisiones entre los peruanos.8 Según Gonzalo Portocarrero (2007), lo que opera en este caso es una “discriminación individualizada” debido a que en el país existe el racismo al mismo tiempo que el mestizaje. Esto implica que no existen comunidades raciales claras, sobre las cuales se ejercería una discriminación pública o colectiva. Cada individuo negocia y construye su identidad racial de acuerdo al momento y entorno en el que se encuentra, siendo posible pasar de discriminador a ser discriminado con suma facilidad.

• En segundo lugar, la debilidad de nuestras instituciones, especialmente las responsables de impulsar la defensa y el respeto de los derechos, no permite una actuación eficaz en la disminución de las desigualdades. La inoperancia, la corrupción, la incapacidad sancionadora y la lentitud de las instituciones estatales son prácticas que encajan perfectamente con el patrimonialismo o la apropiación privada de las funciones públicas.9 Al decir de Crabtree (2006) el “peso de la historia” juega un papel central en este sentido, ya que los cambios institucionales deben responder al contexto cultural más profundo. Portocarrero ubica este peso en la conformación, durante la Colonia, del sujeto criollo, “[...] minusvalorado, desconocido y despreciado [...]” por el discurso de la metrópoli, pero el cual —ante la débil legitimidad de la autoridad colonial— “[...] lo convoca a transgredir, a no tomar tan en serio las leyes que lo legislan” (2004: 14). Como bien señala este autor, toda transgresión, a su vez, debe tener víctimas, y la laxitud en el cumplimiento de normas ha significado en nuestra historia la injusticia y exclusión de los “otros”: indígenas, mestizos, negros. El criollo despreciado por la autoridad, sin embargo, no logra reivindicarse vía la “permitida” transgresión, sino que su práctica lo hace más despreciable, ya que lo aleja simultáneamente, por un lado, de las fuentes cercanas y afirmativas de su identidad (lo pluricultural, el mestizaje) y, por el otro, de las sociedades ordenadas que admira (la metrópoli, lo moderno, lo desarrollado).

• En tercer lugar, la exclusión socioeconómica se refleja en la persistente pobreza y desigualdad. Esto es de manera parcial producto de la falta de efectividad de las normas, especialmente las consagradas en la modernidad, siendo la equidad de oportunidades uno de sus principales baluartes. De ahí que nuestras instituciones y normas no solo son débiles, sino también ilegítimas porque, ante los ojos de la mayoría, no son operativas. Esto abre las puertas al fomento de otro tipo de transgresión: la de los débiles. Hace dos décadas, Scott (1985) estudió cómo los débiles reaccionaban ante las autoridades que consideraban injustas y explotadoras. Rara vez expresaban su malestar abiertamente porque reconocían que acarreaba diversos riesgos físicos, económicos y de supervivencia. Por el contrario, desarrollaban estrategias de resistencia a la autoridad basadas en transgresiones pequeñas y cotidianas, como podrían ser la burla, el arrastrar los pies, los pequeños hurtos, los errores intencionales, entre otros. Scott denomina este patrón de conducta como las “armas de los débiles” (weapons of the weak), las cuales no llevan a cambios significativos en la situación vivida, pero sí a una resistencia cotidiana y a una afirmación de las personas. Portocarrero (2004) utiliza el término “la astucia de los débiles”, pero añade que en el caso peruano esta se desarrolla en complicidad con el poder corrupto que se hace de la “vista gorda” ante una serie de actividades que se encuentran al margen de la ley, pero que permiten la supervivencia y el desarrollo de actividades económicas de amplios sectores empobrecidos. La piratería, la venta de productos de contrabando, el no respetar los reglamentos de seguridad para el transporte público (mototaxis), el no acatamiento de normas de higiene y calidad en la producción de alimentos, la venta de medicinas adulteradas, entre otros, son justificados en aras de la supervivencia de las personas porque no tienen trabajo.10

¿Cuán efectivas son las normas? Si definimos efectividad como su capacidad de incidir en la conducta de los miembros de una sociedad principalmente por medio del cumplimiento de obligaciones mutuas, entonces nos encontramos ante una situación compleja y relativa. Es así porque depende de qué normas, en qué contextos y con quiénes nos encontramos. La debilidad de las instituciones no permite atenuar esta relatividad al no establecer mecanismos imparciales y universales de acatamiento y sanciones.

238,50 ₽
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9789972453809
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