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Algunos elementos de la problemática

El recorrido que venimos haciendo nos conduce a cuatro observaciones:

El lapsus obedece a las leyes de la lengua y del discurso

En primer lugar, los mecanismos inventariados por la tradición lingüística no difieren fundamentalmente de algunos de los que están a la cabeza de la evolución fonética de las lenguas (cf. formaticum, fourme y fromage [queso]), o de aquellos que dependen de la fonética combinatoria: asimilación, disimilación, etcétera. De hecho, tanto en la evolución fonética de las lenguas como en la producción de los lapsus, de lo que se trata es de “conmutaciones emergentes y abortadas”, es decir, no pertinentes: en ambos casos, el componente lexical y semántico resiste (más o menos) a la conmutación en curso.

Todos los estudios convergen en un punto: los lapsus respetan los grandes principios de construcción de sílabas de cada lengua, obedecen a los esquemas rítmicos y entonativos, y constituyen manifestaciones directas de fenómenos propios del flujo normal de la palabra. Podríamos concluir de todo ello –versión pesimista– que el descubrimiento de los mecanismos fonéticos específicos del lapsus está decididamente fuera de todo alcance; o por el contrario –versión optimista– que los mecanismos del lapsus participan de un funcionamiento más general del lenguaje, funcionamiento eminentemente creador y cohesivo: creador, porque asegura globalmente la renovación y la adaptación de las formas lingüísticas a nuevos usos y a nuevas exigencias socioculturales; cohesivo, porque asegura y recuerda a cada momento la solidaridad entre los diversos elementos de la cadena del discurso.

El lapsus depende de la praxis enunciativa

Ese funcionamiento general es el de la praxis enunciativa, en cuyo seno las diversas enunciaciones de un mismo universo cultural y/o lingüístico cooperan o se combaten entre sí; donde son conducidos, acompañados y atestiguados los diversos movimientos de la vida de las lenguas y de los discursos; donde, finalmente, adquieren forma las operaciones productoras de los discursos concretos. Si el lapsus depende de la praxis enunciativa, queda claro que su análisis no puede reducirse únicamente a la descripción de los mecanismos fonéticos que intervienen en su producción, y que si, como ocurrencia puntual, está estrictamente localizado, compromete no obstante operaciones de más largo alcance14.

Así planteado el problema, el lapsus nos enseña en cierto modo uno de los modos de funcionamiento de la praxis enunciativa; prueba en particular, por accidente, que trabaja por medio de reacomodaciones permanentes de las expresiones, de los esquemas y de las estructuras que convoca. En ese sentido, el lapsus se equipararía, en su dimensión semántico-discursiva, a las figuras del discurso, y participaría de una suerte de retórica tensiva, encargada de conducir el acceso de esas figuras a la manifestación en discurso.

Por el hecho de que el lapsus pertenece a las figuras no planificadas y no codificadas, constituye un “evento” en el hilo del discurso15; evento en un doble sentido: de una parte, en la medida en que, estrictamente localizado y por expresar la fuerza de una presión perturbadora que no ha podido ser contenida, se manifiesta como pura intensidad, estallido efímero, pero que afecta a los participantes de la interlocución, y, de otra parte, en cuanto creación e invención de arreglos fonéticos, lexicales o sintácticos imprevisibles.

Conflicto de presiones

En cada uno de los ejemplos analizados hemos descubierto la acción de una “presión”, comparable a la que ejerce la gestalt en la psicología de la forma. Desde el punto de vista psicológico, dicha presión tiene su origen en el sujeto, y conduce a la aparición de una forma de sustitución; desde el punto de vista semiolingüístico, la presión puede ser comprendida como la atracción que ejerce la forma de sustitución, cuya selección tiene que ser explicada de un modo distinto al del mecanismo fonético. Podríamos remitirnos aquí a la definición propuesta por Bl.-N. y R. Grunig:

… el haz FC* de esas presiones es el que presiona al LOC [locutor] a hablar, y no solamente lo presiona a hacerlo, sino que le hace hacer esa producción, la provoca16.

Volveremos sobre la naturaleza y la definición de esas presiones, pero podemos notar desde ahora que nos obligan a tomar en cuenta aquello que ocurre en el momento de la producción del discurso, y que nos prohíben quedarnos satisfechos con una descripción a posteriori. Desde el punto de vista de una descripción a posteriori del enunciado, el lapsus no es más que un error, una “escoria” sin devenir; desde el punto de vista del discurso en acto, el lapsus es un fenómeno que emerge de las determinaciones complejas del proceso en curso.

Además, haciendo eco a las propuestas de Bl.-N. Grunig relativas al conflicto entre presiones, podemos señalar que la tipología de los lapsus ganaría en valor operativo si se apoyase en los equilibrios y desequilibrios que se producen entre dos fuerzas: aquella que sostiene el desarrollo del discurso (Fd) y la que sostiene la expresión accidental (Fa). Habría que precisar de inmediato cuál es el objetivo de esas fuerzas: se trata siempre de ocupar un lugar en la manifestación discursiva, de imponerse a otra posición o de desplazarla. En el caso de la amalgama (cf. ébouristouffant) dos expresiones entran en competencia para ocupar una misma posición y se asocian allí por compromiso; en la sustitución, una de las dos fuerzas se impone a la otra por completo; en las inserciones y omisiones, un lugar aparece o desaparece; y en todas las demás formas, las expresiones intercambian sus posiciones respectivas.

Tendríamos así cinco grandes figuras, según que predomine Fd o Fa, o que ambas se equilibren:


[Fd = 1, Fa = 0] : el lapsus no tiene lugar.
[Fd > Fa] : el lapsus es un simple deterioro de la palabra (cf. “Coma”).
[Fd = Fa] : el conflicto equilibrado da lugar a una palabra-puente, a una contaminación recíproca (cf. Accomffenser).
[Fd < Fa] : el lapsus entraña una sustitución completa, en la cual la palabra desaparecida sigue siendo reconocible (cf. décolonisation).
[fd = 0, Fa = 1] : el lapsus produce una expresión que nada tiene que ver con la expresión sustituida (cf. Toulouse en vez de Limoges).

Con lapsus o sin lapsus, el mecanismo discursivo subyacente es siempre el mismo y la diferencia tiene que ver con una variación en el equilibrio de las “fuerzas” en presencia.

El lapsus se inscribe en el tiempo de la operación enunciativa y en la profundidad del discurso

El lapsus solo puede ser considerado como significante si se supone que el tiempo del discurso no es lineal, que no se reduce al desarrollo de la línea del habla. Esa propiedad es evidente para un psicoanalista:

El tiempo psíquico no es lineal y sucesivo, sino arremolinado y, en el mejor de los casos, en forma de bucle17.

El mismo autor distingue además dos tiempos: el tiempo del desarrollo del discurso propiamente dicho y el tiempo del lapsus:

[Los lapsus] se desarrollan en un tiempo que pudiéramos llamar operativo, el que requiere la construcción para hacerse, y jamás de una sola vez18.

Pareciera que estamos leyendo a G. Guillaume (al cual, sin embargo, el autor no hace referencia). Ese “tiempo psíquico” (operativo) ¿puede ser tomado en cuenta desde un punto de vista semiolingüístico? Sí, pero a condición (1) de renunciar a una franca separación entre sincronía y diacronía, porque el tiempo del lapsus pertenece a la sincronía, y (2) de distinguir una macrodiacronía (aquella de la que ordinariamente se habla) y una microdiacronía (operativa) la de los eventos enunciativos del discurso en acto, aquella en la que las presiones y los impulsos que emanan del cuerpo enunciante tienen derecho de ciudadanía.

Asociar una microdiacronía, un tiempo operativo de la praxis enunciativa, al tiempo del desarrollo del discurso, es lo mismo que asociar, en una proyección espacial, una profundidad del significado (arremolinada, estratificada, no-lineal) a la línea aparente del significante. Esa profundidad tiene por correlato cognitivo la estratificación de los diferentes módulos de la producción del habla, que volveremos a encontrar en unos momentos.

Después de estas diversas observaciones, ya sabemos que el lapsus tiene que ser abordado (i) a nivel del discurso completo, y no a nivel de la palabra, ni del sintagma, ni de la frase, (ii) al mismo tiempo en el plano de la expresión y en el plano del contenido, (iii) en la perspectiva de la praxis enunciativa, es decir, (iv) dentro de la microdiacronía de la enunciación en acto, y finalmente, (v) en el marco de una teoría dinámica del discurso y de la enunciación, en nombre de la cual el lapsus presupone ante todo una competición entre expresiones y entre figuras, antes de presentarse como una sustitución.

APROXIMACIONES PSICOANALÍTICAS
Interpretación y cadena causal

En Psicopatología de la vida cotidiana, Freud estudia un gran número de ejemplos, que se han convertido en clásicos, regularmente repetidos en los trabajos de los psicoanalistas y de los lingüistas. Sin embargo, la lectura del capítulo que Freud consagra a esas muestras teratológicas del discurso cotidiano (y literario) es finalmente más bien frustrante, puesto que el análisis no desemboca en un modelo de explicación específico del lapsus: cada análisis y cada explicación particular aparece como una explicación ad hoc, en forma de un ascenso progresivo de una cadena causal o de varias cadenas causales convergentes. Las explicaciones son ciertamente seductoras, con frecuencia convincentes, pero no son propiamente falsables, por falta de un modelo de referencia explícito y, al mismo tiempo, por ausencia de una confrontación con otras explicaciones posibles.

La explicación está siempre teleológicamente guiada hacia tal o cual hecho escondido en el inconsciente: la duplicidad (o la multiplicidad) del discurso se resuelve siempre mediante una formación de compromiso, en una interpretación única y como si procediera de un búsqueda del origen del sentido. Ahora bien, el lapsus hace vacilar la interpretación, podría incluso, como lo señala Ricoeur a propósito de algunas metáforas, hacerla interminable: como apertura de una indeterminación provisional, se adapta mal a explicaciones exclusivas.

No obstante, se encuentran en Freud los elementos para una teorización del lapsus, que puede ser expuesta a grandes rasgos. No aparecen solamente dichos elementos a propósito del lapsus, conciernen también al olvido de los nombres; sin embargo, la propuesta es generalizable.

… el obstáculo que opone a la reproducción deseada del nombre un encadenamiento de ideas extrañas a ese nombre es inconsciente. Entre el nombre perturbado y el complejo perturbador, puede existir o una relación preexistente o una relación que se establece, por vías aparentemente artificiales, mediante asociaciones superficiales (exteriores)19.

En el caso del lapsus, las dos palabras o expresiones en competencia pueden pertenecer a dos “complejos” en conflicto o hallarse en conflicto en el seno del mismo complejo perturbador. Pero, para simplificar, se puede decir que si en el olvido el complejo perturbador impide la pronunciación de la palabra perturbada, en el lapsus, impone otra, parcialmente o completamente. Puede advertirse también que esta definición del “complejo perturbador” pone en escena no un conflicto entre términos, sino un conflicto entre operaciones: la “reproducción deseada” por un lado, y el “encadenamiento de ideas extrañas”, por otro.

Dos nuevas nociones vienen a completar esa propuesta central: la condensación, tomada de las reflexiones sobre el sueño, que da cuenta del conjunto de mecanismos de modificación lingüística del lapsus, y el desplazamiento, que no es invocado en la Psicopatología de la vida cotidiana pero que opera junto a la primera en La interpretación de los sueños.

La modificación de los componentes del lapsus (la condensación) es con toda evidencia una operación que actúa sobre el arreglo y sobre el número de los componentes: una modificación del número de partes y de sus relaciones hace irreconocible la primera expresión a través de la segunda. Por otra parte, el desplazamiento concierne, sin duda, al “acento psíquico”, según Freud, y nosotros ya hemos encontrado una versión puramente enunciativa y discursiva en forma de debilitamiento y de desplazamiento de la fuerza de asunción. Condensación mereológica y desplazamiento de la fuerza de asunción serían las dos dimensiones enunciativas de la producción del lapsus.

Hay que añadir a eso la noción de tendencia, que proporciona un anclaje parcial a los complejos perturbadores:

… se puede decir que en algunos casos, las ideas perturbadoras provienen de las tendencias. Egoísmo, celos, hostilidad, todos los sentimientos y todos los impulsos reprimidos por la educación moral utilizan con frecuencia en el hombre el camino que conduce al acto fallido…20.

Globalmente, la cadena causal e interpretativa preferida por Freud tiene una forma estable: del lapsus sube a una condensación que es preciso deshacer y tomarla en dirección contraria; luego, arriba a un complejo perturbador que hay que reconstruir, para terminar en una o varias tendencias originales. El lapsus tiene, pues, un origen, y desde ese origen se puede comprender el lapsus: los principios básicos de una intencionalidad subyacente quedan así salvados.

No es menos cierto, sin embargo, que apuntando a la interpretación de un sentido implícito, la aproximación psicoanalítica considera ese sentido como un “origen”. Pero para un lingüista o para un semiótico, el sentido no es el origen del habla, sino su materia misma y su horizonte: buscando el “origen” semántico de los lapsus, no se logrará construir un teoría semiótica, sino, por el contrario, examinando cómo esa “materia” del sentido es estructurada en el acto de enunciación para llegar al lapsus.

Intención y atención

Esta última observación invita a hacer un rodeo: dos nociones vuelven sin cesar en las discusiones sobre el lapsus: la intención y la atención. Grosso modo, se trata de saber si el debilitamiento de la atención compromete o no el valor intencional del habla.

Para Freud, parece claro que el relajamiento de la acción inhibidora de la atención, invocada por Wundt21, no compromete la intención:

El libre desarrollo de las asociaciones se produce precisamente a continuación del relajamiento de la acción inhibidora de la atención o, para expresarnos con más exactitud, gracias a ese relajamiento22.

El “gracias a” subrayado por Freud presupone una suerte de intención concurrente, la del desarrollo de las asociaciones. Análisis confirmado más adelante:

… esas condiciones son utilizadas de buen grado por la intención de la idea reprimida a fin de adquirir una expresión consciente23.

La expresión “intención de la idea reprimida” solo puede comprenderse si se supone la existencia de otra instancia de discurso (otra instancia actancial), disimulada en profundidad detrás de la instancia que produce el discurso manifiesto, dotada de una fuerza y de una meta: adquirir una expresión consciente. Una fuerza que tiene por meta la manifestación discursiva: tal podría ser la definición de la presión de la que hablábamos más arriba, siguiendo a Bl.-N. Grunig.

Por esa razón, partiendo de los trabajos de los lingüistas y psicólogos de su época, Freud comienza por evocar una perturbación de la atención en las cien primeras páginas de la obra, para terminar, en conclusión, por plantear una perturbación de la intención.

En efecto, la concepción que se apoya en la perturbación de la atención supone solamente que toda suerte de presiones indeterminadas y más o menos caóticas asaltan u ocupan el campo de conciencia del sujeto del habla, y que, si el hilo del discurso puede abrirse un camino en ese desorden es gracias a la acción inhibidora de la atención, esa suerte de dique que protege el camino del habla de las olas caóticas que la amenazan: en ese caso, existiría una sola “mira” intencional, canalizable, la cual ha de ser protegida del caos circundante.

En cambio, la hipótesis según la cual se trataría de una perturbación de la intención supone además que, en ese desorden que amenaza, existen ya otros caminos potenciales organizados, y que el conflicto no tiene lugar entre una intención discursiva, de una parte, y un caos no discursivo, de otra, sino más bien entre dos o varias intenciones (dos o varias “miras” intencionales), características de dos o varias instancias, acerca de las cuales hay que preguntarse si todas merecen el estatuto de intenciones y de instancias discursivas.

Freud toma claramente partido por la segunda solución:

El lapsus resulta de la interferencia de dos intenciones diferentes, una de las cuales puede ser calificada como perturbada y la otra como perturbadora24.

Para precisar lo que lingüísticamente está en juego en esa alternativa, es preciso hacer un breve rodeo por los modelos de producción del habla. En efecto, el debate entre los dos grandes modelos cognitivos concurrentes de la producción del habla es particularmente revelador a este respecto.

El modelo “simbólico” propuesto por Levelt (W. J. M. Levelt, 1994) se compone de una serie de módulos encapsulados, y especialmente de un estrato conceptual y lexical y de un estrato fonológico, que no puede retroactuar sobre el primero. La intención léxico-semántica se forma cuando el estrato fonético no es activado, y cuando, en el momento de la planificación fonética, la intención léxico-semántica no es accesible.

El modelo “conexionista” de Dell (G. S. Dell y P. G. O’Seaghdha, 1991) está constituido por tres estratos (un estrato semántico, un estrato lexical y un estrato fonético), enlazados por una red de conexiones bilaterales. Cada información es accesible desde todas las posiciones de la red (está “distribuida”) y todas las interacciones y retroacciones son posibles (los estratos “dialogan” instantáneamente unos con otros).

Levelt reprocha al modelo de Dell ser un modelo de producción de lapsus y no del habla en general: en una red de conexiones bilaterales, en efecto, se explica por qué se producen lapsus, pero no por qué se puede hablar sin producir lapsus. Además, el modelo conexionista parece típico de una concepción del discurso donde la intención léxico-semántica (el vector de la producción del discurso) tendría que defenderse de un “caos no discursivo”. Si se acepta la idea de una retroacción generalizada del estrato fonético sobre los estratos lexicales y conceptuales, hay que aceptar también que la intención léxico-semántica pueda ser modificada o perturbada a cada momento por las activaciones distribuidas a partir del estrato fonético.

En cambio, si suponemos que existe un corte franco que aísla el estrato léxico-semántico, hay que imaginar que las perturbaciones fonéticas, cuando tienen un efecto semántico, van acompañadas y son filtradas, dirigidas por intenciones léxico-semánticas paralelas y concurrentes. En tal sentido, el modelo de Levelt sería compatible con una concepción del discurso (y del lapsus) pluriintencional.

En efecto, toda activación fonológica pasa primero por una activación silábica, rítmica y entonativa, que presenta de manera genérica un tipo silábico y entonativo. De ello resulta que toda expresión lexical correspondiente es potencialmente activada. La intención paralela (o perturbadora), más o menos potente, logra o no logra conducir esa activación hasta la pronunciación de otra expresión lexical distinta de la que corresponde a la intención perturbada. Habría que suponer entonces que el modelo cognitivo comportaría un estrato “textual” (isotopías, roles actanciales, recorridos figurativos y temáticos) que serviría de fuente para las intenciones perturbadas y perturbadoras, y de filtro para las activaciones silábicas y entonativas de carácter genérico. El modelo “simbólico”, en ese caso, parece mejor adaptado a una concepción discursiva plurintencional que el modelo “conexionista”.

399
477,84 ₽
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530 стр. 35 иллюстраций
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9789972453717
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