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Una noche más sin dormir para John Müller. En realidad, dormía poco, era animal nocturno en acecho de su presa, real o imaginaria. Pero, bajo esta presión que le ocasionaba su «enemigo» China, dormía menos. Se frotaba sus robustas y cuidadas manos, por la manicura que acostumbraba hacerse cada ocho días entrelazaba sus dedos y de vez en cuando los tronaba entre sí, producto de la ansiedad que le producían los acontecimientos actuales y los que podrían suscitarse de acuerdo a la decisión que tomaría en poco tiempo. Su cabello, que en otros momentos lucía muy bien peinado gracias a su equipo de imagen, que, a diario desde muy temprana hora, invertían al menos una hora para que su egocéntrico empleador quedara satisfecho para mostrarse a sus fans, ahora se encontraba descuidado y desteñido. Su respiración se percibía acelerada y en ocasiones entrecortada, su conocido mal humor ahora era insoportable. Tomaba café espresso todo el día que le traía consigo molestas úlceras, aunado al consumo de comida rápida con alto contenido calórico y conservadores que no le aportaban los nutrientes que su organismo necesitaba para la carga de trabajo que tenía a cuestas desde que asumió su responsabilidad de mandatario. Al aceptar el cargo de jefe de Estado, supuso que todo sería fácil, como manejar sus negocios donde siempre se salía con la suya. Sabía cómo presionar a sus socios, y a los que no lo eran, se iba en contra de ellos para destruirlos dependiendo de la capacidad de respuesta de sus presas, esa era la estrategia que usaba. Era un depredador en los negocios y estas mismas maneras las quería aplicar en la política. Ese estilo muy personal en el ámbito empresarial lo llevó a la cima económica y a conseguir lo que se proponía siempre. Medía a su enemigo, lo arrinconaba y… ¡pum!, daba el zarpazo como pantera. Así se hizo de muchas propiedades, entre muchos otros negocios más. Igualmente, se convirtió en el rey del transporte, con acciones en las más grandes compañías de carga de Estados Unidos, pero en política era otra cosa, y más si se enfrentaba a enemigos del mismo medio que podrían ser socios o amigos de líderes de países muy fuertes, al igual que el suyo. Tenía noticias provenientes de Asia, donde sus fuentes le informaban del gravísimo problema de salud pública que estaba por salirse de control en China y posiblemente propagarse a otros países de todo el orbe. Esto estaría por comprobarse, pero para él representaría una oportunidad de oro para usar esta situación de pantalla y desorientar a su enemigo asiático. Le vendría como anillo al dedo, como en el futuro cercano lo expresaría su colega del sur, con las trágicas consecuencias que ello implicaría con el pésimo manejo de esa pandemia que estaba en curso, pero esa sería otra historia que aprovecharía para implementar su perverso plan. Sería cosa de meses de espera para que los científicos a su servicio terminaran el dispositivo electrónico que cumpliría con su terrible misión. Su perturbada mente fantaseaba y disfrutaba por las consecuencias que sufriría el país del dragón y su población, contra quien de manera unilateral y sin previo aviso le declararía una guerra velada y generada por el odio que sentía en lo más profundo de su corazón, y a quien le cobraría las facturas por el debilitamiento y fragilidad al que se encaminaba el suyo, en lo económico principalmente. John Müller sabía que al tener de su lado las mentes más brillantes del orbe, al doctor Yi, Wolfang Meyer y Mark Travis, lograría su cometido en poco tiempo. En su rostro se dibujaba una maligna sonrisa cuando pensaba en la idea de que el primer ministro chino le pediría piedad para su país y firmara la rendición en el gran salón oval de la Casa Blanca al verse derrotado. Algo similar a la escena de la Segunda Guerra Mundial, cuando el emperador japonés Hirohito firmó la rendición de su país contra estados unidos ante el general Douglas MacArthur, a bordo del portaviones USS Missouri, después de los bombazos en Hiroshima y Nagasaki que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial. La visualización de ese hecho lo hacía alucinar, se veía a sí mismo en los periódicos, las portadas de las revistas más prestigiadas del mundo y la TV como el gran estadista que pasaría a la historia para siempre. Erguía el pecho, su cabeza, elevaba su cara y su mirada proyectando soberbia y maldad al sentir, desde su óptica, que se convertiría en el mejor presidente de la historia de su país. En su fantasía momentánea veía a las multitudes ovacionándolo a su paso en la limusina descubierta transitando por las principales avenidas de Nueva York, San Francisco y Washington. Se frotaba el rostro de la emoción y la adrenalina que su sistema endocrino vertía a su torrente sanguíneo por la emoción desbordada que le producía verse convertido en el gran guía y salvador de esa gran nación y así cumplir la misión para lo que, según él y la ideología de la los arios divinos, sería su destino aquí en la tierra.

VI

TRABAJO DE INTELIGENCIA

Al otro lado del océano, Wong Yi recorría las calles de Wuhan pletóricas de ciudadanos, cuya cifra ascendía a diez millones de habitantes en toda la zona metropolitana. Esto lo ayudaría a pasar desapercibido, o al menos así lo creía el agente. Moderna y milenaria, tradicional y actual, así es Wuhan. Excelente para hacer negocios de tecnología y farmacéutica, ahí estaba la oportunidad para hacerse rico rápidamente. Eso quedaba de manifiesto al observar en sus anchas avenidas inundadas de innumerables autos de lujo, principalmente de origen alemán. Los bares y restaurantes muy exclusivos también eran un atractivo para los turistas de toda China y del mundo. Este hecho lo aprovechó Wong Yi, quien, a su llegada a esta ciudad, argumentó que su visita se debía a buscar oportunidades de inversión en el ramo tecnológico y de la salud. Ahí mismo estaba el gran mercado para los chefs, que buscaban los ingredientes para los más exigentes y exóticos paladares. Era en ese gran centro de distribución de cárnicos de Kowloon, donde se podía encontrar todo tipo de especies animales para degustarlos vivos, si así fuese el gusto de los innumerables comensales que, de acuerdo a la cultura del país, la mayoría así los preferían, hacia allá se dirigía Wong Yi para recorrer los entornos del mercado y hacer trabajo de inteligencia, recabando datos: horas de mayor concurrencia, edades promedio de los visitantes y algo que llamó la atención sobremanera a Wong Yi: la orden que le dieron de observar el tipo de tecnología que usaban los asistentes a ese mercado para comunicarse. Esto no le cuadró al agente, y lo dejó con muchas interrogantes: ¿qué planearía su jefe máximo? ¿Esto era solo un ejercicio para futuras misiones? ¿O sería efectivamente una intervención directa y próxima, muy próxima? El enviado de Estados Unidos sabía que la orden para cualquier operación se la darían pocas horas antes, para evitar filtraciones y el fracaso de la misma, en la cual intervendría. Según su percepción, esto se trataba de algo grande, muy grande. El hermetismo con el que se estaba manejando esta misión lo tenía intrigado. Le llamaba poderosamente la atención el hecho de la supervisión directa de la autoridad máxima de su país, ya que regularmente esto se manejaba a través de su agencia, Homeland Security y la CIA. Como fuese, él estaría listo para servir a su patria, para eso lo habían preparado, pero, sobre todo, para eso lo habían entrenado y adoctrinado en sus años de reclutamiento en el centro de entrenamiento, en Virginia. Igualmente, se le había hecho la encomienda de detectar grandes lugares para llevar a cabo mega expos que reunieran a miles y miles de asistentes.

VII

GOLDEN GATE FURNITURES

La brisa húmeda se sentía en el ambiente en aquel día nublado en el puerto de San Francisco y Wolfang Meyer, como siempre antes de llegar a trabajar a su laboratorio en su importantísimo proyecto, a unas cuadras del MOMA (Museo de Arte Moderno por sus siglas en inglés), se desvió de su trayecto para comprar su acostumbrado café hecho al momento con granos mezclados, tostados y molidos del mejor producido en el mundo procedente de México y Colombia. No faltarían sus rosquillas preferidas de Rolling Pin, para él, la mejor bebida y las mejores donas de la bahía y quizá del mundo. Los incontables homeless de la Mission Avenue se protegían del crudo frío calentándose con fogatas hechas en tambos de metal, que alguna vez almacenaron petróleo proveniente de Texas y México, para soportar esa situación y su incómoda situación de calle. Algunos de ellos hacían fila para recibir comida caliente de una food truck, patrocinada por una empresa de tecnología muy cercano a Silicon Valley que hacía obras de caridad y apoyaba a grupos de arte, cultura y a algunas ONG que trabajaban en obras benéficas para ayudar a los más pobres de la ciudad. Aunque no todo era lo que parecía, entre esas decenas de homeless había varios agentes del FBI (buró federal de investigaciones) custodiando el laboratorio disfrazado de mueblería donde Wolfang Meyer realizaba sus experimentos y su futura creación. Luego de adquirir su café muy caliente, como a él le gustaba, y sus alimentos, entre los que incluyó un sándwich de jamón de pavo con queso y jugo de naranja mezclado con zarzamora, el científico caminaba absorto en sus pensamientos y en el proyecto que estaba desarrollando. Disfrutaba por anticipado de su próximo logro. Sabía que estaba cerca de cambiar la historia de varios países y quizá del mundo, y no necesariamente para bien. Esto le provocaba una sonrisa un tanto perversa en la que denotaba su personalidad narcisista y malévola. Dio un sorbo a su aromática bebida y una mordida a su suave dona mientras caminaba sobre una alcantarilla de la que emanaba vapor, por el contrastante frío del exterior cubierta con grumos de azúcar glas mezclada con canela molida y rellena de crema pastelera con frambuesa. La combinación perfecta, según su opinión. De dos mordidas tragó la dona y acto seguido se recogió su cabello pelirrojo, que el viento típico de la bahía lo había movido de su lugar. Dio otro trago a su delicioso café sintiendo como sus papilas gustativas le agradecían el gran regalo que les acababa de dar con la bebida. Volteó a ver su Audemars Piguet que marcaba el tiempo exacto para llegar a su destino: Golden Gate Furnitures. Aunque nadie lo supervisaba, pues era su propio jefe, era muy puntual, ya que como cabeza del laboratorio y, sobre todo, del proyecto, debía imponer la disciplina basado en el ejemplo a su equipo. Por lo tanto, era muy formal.

La disciplina que lo caracterizaba la adquirió en las filas de las Juventudes Nazis a las que perteneció y con las que mantenía una relación y contacto a la distancia. Este grupo sobrevivió al fin de la Segunda Guerra Mundial y a la desaparición de Hitler, ya que los mantenía vivos la ilusión y la esperanza del resurgimiento de un nuevo líder que recobraría de nuevo la grandeza aria, cuya ideología se mantenía activa y más viva que nunca hasta estos días. Ideología que profesaba y mantenía en la más grande secrecía por razones obvias. Llegó a la «mueblería» que servía de pantalla al laboratorio y caminó por un largo pasillo hasta el fondo donde se encontraba una gran puerta. Pasó su mano en el lector de huellas dactilares, luego habló para desactivar la alarma con el registro de su voz y la pesada puerta reforzada con cuatro capas de aleación de acero y titanio cedió en segundos a su paso. De inmediato, se cerró a su ingreso y el científico se colocó su bata, unos guantes y sus lentes de protección para ingresar de nueva cuenta a otro espacio de trabajo construido exclusivamente para él en total secreto, ya que se trataba de un laboratorio de desarrollo en nanotecnología y genética en el que trabajaba para el proyecto CHTD00 que simultáneamente estaban desarrollando el doctor Yi y Mark Travis con su contribución en el Bronx, Nueva York.

VIII

JOHN MÜLLER

En el este del país, exactamente en Washington D. C., John Müller convocó a su secretario de defensa y a los directores del HLS (Homeland Security) y CIA para explicarles su plan. Esto solo era un mero formalismo, ya que finalmente, como todos lo sabían, él haría su voluntad, pues su distorsionado ego no le permitiría que una decisión suya fuera en base a opiniones de sus subalternos. De ninguna manera, él estaba acostumbrado a que su palabra fuese la primera y la última y eso sería exactamente lo que se haría, desoyendo las consecuencias que una mala decisión traería para él y para la reputación de su país. Reputación que, por cierto, desde que él asumió su cargo, estaba por los suelos, pues lo suyo no era la diplomacia, lo de él era arrebatar, vociferar y dejar a un lado los modales que exigían los protocolos en las diferentes reuniones internacionales de altísimo nivel. Lo suyo era romper acuerdos previos a los que se habían comprometidos sus antecesores a respetar. Por eso, en las reuniones de la OPMRO (Organización de Países Más Ricos del Orbe) en la que participaban los países con el más alto ingreso per cápita, así como en los de la OIDIC (Organización Internacional de Intercambio Científico) era el hazmerreír, pues lo consideraban torpe, ignorante y maleducado. El presidente de los Estados Unidos quería llevar el comercio mundial hacia sus intereses político económicos que lo favorecieran a él, a sus aliados y patrocinadores de su campaña. Por eso rompió acuerdos que beneficiarían principalmente al planeta, perjudicando su economía y a la de sus promotores. En sus egoístas intereses, proponía el uso de la gasolina en los autos por treinta años más, cuando en la mayoría de los países, en cinco, ya sería historia el uso de ese combustible fósil. De no firmar una orden ejecutiva para continuar con el uso de la gasolina por tres décadas más, se afectaría a los negocios del presidente, pues se sabía que acababa de invertir una gran fortuna en explotación petrolera. Igualmente estaba en contra de la educación pública, pues aquí era donde se impartían «ideologías» contrarias a las suyas, dando por resultado el rechazo a las políticas públicas que él impulsaba. Él también rechazaba a las energías limpias y renovables, pues estas competían contra las que él impulsaba y promovía junto a sus socios.

IX

¿ABORTAR EL PLAN?

Anochecía en Wuhan, y Wong Yi regresaba a su muy confortable y moderno hotel con información muy valiosa, pero, sobre todo, con la zozobra de no saber en qué consistiría la misión que le tendrían asignada. Se abrió la puerta de su cuarto al colocar el iris de su ojo en el escáner, para acto seguido escuchar una grabación con una dulce voz femenina que le daba la bienvenida. Ya adentro, presionó en la pantalla del frigorífico el número 6 para abrir en automático una sección del mismo, donde apareció una cerveza lager Tsingtao cuyo envase se mostraba empañado por la temperatura en la que estaba reposando para su fresco contenido. La cogió con la mano derecha, y de dos sorbos, la bebió hasta el fondo. A pesar de ser todo un atleta fue débil ante esta deliciosa bebida que tomó con moderación, pues solo fue una, y es que el cansancio que experimentaba lo merecía.

Se sentó en la cama, se quitó los zapatos apoyando y empujando un talón contra otro para después dejarse caer sobre esta en las frescas y suaves sábanas de seda. Ya relajado, al cabo de unos minutos comenzó a inquietarse al sentirse observado, su instinto se lo decía: estas siendo víctima de espionaje. Su vista la clavó en el techo, después en los muros uno a uno, ¿por dónde empezar? ¿dónde sería el lugar menos obvio para instalar una diminuta cámara?, se cuestionó. Él sabía que el Gobierno del país asiático le seguía los pasos a todo extranjero de origen chino que llegaba a su territorio, pues los hacía sospechosos por ser de esa ascendencia y haber nacido en un país que consideraba hostil.

Sin mover su cabeza, pero sí sus ojos, hacía movimientos laterales que analizaban los posibles lugares donde podría estar la o las cámaras que lo estaban espiando. ¿Cuál sería el probable lugar donde se encontraría el artefacto? Hizo otro movimiento de ojos de arriba abajo, sin perder su posición horizontal que tenía tumbado en la cama, y su mirada se detuvo en el pequeño frigorífico que sospechosamente está montado sobre una plataforma en la diminuta cocina integral que tenía su suite. Contra la costumbre, el electrodoméstico no reposaba en el piso. Esto le llamó poderosamente la atención. Se incorporó y caminó hacia el mini frezeer del cual minutos antes había dispuesto de una fría y deliciosa cerveza de elaboración local. Buscó en el frente en la pequeña pantalla electrónica desde donde se manipulaba el aparato digitalmente. Había varias pequeñas luces que servían de guía para su uso: on/off, open/close, beberages, ice, etcétera. Ninguna le pareció sospechosa. Pero hubo algo que robó su atención, y esto fue la marca Pingüino. Wong Yi, por vivir en un país y sobre todo en una ciudad cosmopolita, tenía amigos desde su infancia que hablaban español y recordó que la mascota de uno de ellos de origen mexicano se llamaba así, Pingüino. Hasta aquí, todo estaba bien, pero ¿por qué un frigorífico de fabricación china tendría un nombre en español? Fijó su atención en la diéresis de la letra U de la palabra «pingüino», y tal como lo sospechó, uno de los puntos era distinto al otro. Es decir, uno era con recubrimiento plástico color plata, mientras que el otro se veía de color negro en un tono diferente al resto de la marca. Al acercar su ojo lo más posible, notó que este era de vidrio, a diferencia del resto de las letras del nombre comercial, que eran de plástico. El agente sacó desde su bota derecha una pequeña navaja que siempre llevaba consigo por si las dudas y presionó con una hoja de esta a ese punto negro de la diéresis y… ¡pum! Ahí estaba el pequeño ojo que lo espiaba. Lo jaló con su mano derecha y se desprendió este con un trozo de cable que lo conectaba a una microcámara. «¡Lo sabía!», expresó intrigado acompañado de una sonrisa que no pudo evitar. «El sabor de la victoria no tiene comparación», pensó Yi. Tendría que hacer maletas lo antes posible y llegar de improviso a otro hotel en el que sus perseguidores no tuvieran la ventaja de saber que ahí se hospedaría. Lo más rápido que pudo empacó sus pertenencias en dos maletas para salir lo antes posible del lugar. Bajó al vestíbulo y sin dar mayores explicaciones pidió la cuenta y salió apresuradamente para tomar un taxi que ya lo esperaba a la salida del hotel. El chofer manejaba rápidamente por atajos, evitando avenidas principales para evadir a sus posibles perseguidores e impedir que supieran a dónde se dirigía. El hábil conductor no era tal, tampoco el taxi, en realidad era un miembro encubierto del equipo de apoyo de Wong Yi que le proporcionaron las agencias para las cuales trabajaba, al igual que el auto. Y su misión en ese momento consistía precisamente en evitar que le siguieran los pasos a su colega para evitar riesgos al ser perseguido y en el peor de los casos atrapado. Para lograr el objetivo, tomó una calle en la que pasaría por un túnel, mismo que usaría Wong Yi para cambiar de auto, según le informó su colega, y así engañar a sus cazadores y huir de ellos, ya que los perseguirían por cielo y tierra.

Ya instalado en el nuevo hotel al otro lado de la ciudad, Yi esa noche no dormiría por estar alerta ante un posible operativo de sus enemigos para atraparlo, porque seguramente le llevarían la ventaja, pues estaba en terreno de ellos. Conocían la ciudad, contaban con cámaras de vigilancia por toda las vías y tenían personal suficiente para inmovilizarlo en poco tiempo y capturarlo si descubriesen el nuevo lugar en el que se hospedó; aun así, sin descansar suficiente durante la noche, como siempre, se levantó temprano al día siguiente para realizar su sesión de taichí, además de ejecutar su rutina de flexo elasticidad acompañado de una breve sesión de pateo al aire, tal como lo aprendió en sus clases de taekwondo, ya que habría que estar en forma siempre por aquello de las dudas. Terminó con su actividad física y preparo el té, se lo sirvió en una pequeña taza de porcelana que llevó al tocador del baño para beberlo mientras rasuraba su escasa barba y bigote, característica de los de su raza. Disfrutaba mucho el aroma que despedía el selecto té que se preparó mientras terminaba de arreglar su cara. Luego de esto, entró a la ducha para bañarse con agua fría, como era su costumbre. Este hecho lo trasladó mentalmente a los campos de entrenamientos de Virginia, en donde como parte de su preparación sometían a los futuros agentes a largos periodos de entrenamiento en los ríos de aguas heladas provenientes de las montañas de aquel lugar. Ya que debían aprender a controlar la sensación de congelamiento a través de ejercicios respiratorios y concentración mental, con técnicas adquiridas del milenario yoga. Igualmente, en ese lugar se preparaban en técnicas de lucha cuerpo a cuerpo en las diferentes modalidades de combate de Oriente. En las grandes instalaciones del complejo había construcciones urbanas en las que los futuros miembros de la CIA aprendían múltiples habilidades para saber escapar en caso necesario de una habitación o edificio, como podría ser en este caso, haciendo rapel con ayuda de las sábanas de la cama de su habitación.

X

EL DESARROLLO DEL DISPOSITIVO

Wolfang Meyer sabía que al desarrollar el virus bio cibernético que incrustaría en el nanochip, su contribución tal y como lo había concebido en su mente, el golpe para China sería devastador. El país asiático tardaría décadas en recuperar su poderío como actualmente lo tenía, pero ya sería demasiado tarde, pues su país de adopción, Estados Unidos, tendría una ventaja tecnológica difícilmente alcanzable por el país del dragón. Por su parte, el doctor Yi, en el laboratorio del Bronx, avanzaba también en lo suyo. Desarrollando la carcasa para el dispositivo con un diseño poco común, pero muy atractivo y moderno, que rebasaba lo existente hasta en ese momento. Las grandes marcas dominantes del mercado, tanto gringas como chinas, no competirían con este nuevo dispositivo y menos aún con la invasión a todos los mercados del mundo que pretendían hacer, especialmente comenzando con el Oriente, esto les daría la ventaja a los norteamericanos, y más concretamente al Gobierno de John Müller, de lograr su objetivo. El modelo de dispositivo para el mercado chino, en apariencia, sería el mismo que para el resto del mundo. Excepto por una pequeña pero gran diferencia. En estos dispositivos se insertarían nanochips invisibles al ojo humano, donde a su vez contendría el virus que haría el trabajo sucio contra el país asiático y sus habitantes. El atractivo de este dispositivo consistía en que se construiría de metales desconocidos, que además serían flexibles como si fuera silicón, fabricados en el laboratorio de Nueva York bajo la dirección de los científicos Mark Travis y el doctor Yi. Su fabricación sería muy accesible para toda la población por su bajo costo, con altísima tecnología y excelente diseño, lo cual era parte del objetivo, ya que, según cálculos de los científicos, el 90% de la población en China sería afectada en meses. Eso sería devastador. Por su parte, en su perversa psicología, Wolfang Meyer disfrutaba imaginándose el daño que su «obra maestra» causaría en ese país y con la raza que, de acuerdo a su enferma visión y a la del presidente de Estados Unidos que compartían, deberían desaparecer de la faz de la Tierra. Lo mismo que hicieron contra los judíos los nazis, a los que consideraban inferiores. Con la ideología que ciegamente aceptaba el científico adoctrinado en el nazismo asesino del pasado y en su caso del presente.

XI

TERRIBLES NOTICIAS

Las noticias que llegaban a Washington eran aterradoras para el presidente John Müller, recibió un mensaje cifrado en su correo donde leyó: Nuestro símbolo más refrescante fuera de circulación. Mismo que tradujo de inmediato en su poderosa PC, que se habilitó especialmente para él para poder descifrar los diferentes mensajes que le llegaban de su país y del mundo entero por parte de todas las agencias de inteligencia, así como de todas las embajadas norteamericanas, y cuya interpretación fue: Coca-Cola Company se declaró en quiebra. Estupefacto e inmóvil, con sus abundantes, alborotadas y arqueadas cejas y sus ojos muy abiertos, no daba crédito a lo que estaba leyendo. Carraspeó repetidamente y luego trago saliva, permaneció quieto, casi congelado por algunos segundos más. La quiebra de ese símbolo se podría interpretar como el desmoronamiento del poderío empresarial de los Estados Unidos, aunado a los miles de empleos que se perderían por la desaparición de este emporio representante de las grandes transnacionales de su país; no lo podía creer ni aceptar. Esto representaría un duro golpe en lo emocional y causaría una merma moral en el ciudadano común, el empresariado y provocaría una mala imagen global de los Estados Unidos, de su país, aunado al posible efecto domino que traería consigo esta noticia a las demás grandes empresas norteamericanas. Barajó mentalmente todas las opciones para salvar a esa gran compañía al tiempo que imaginó las implicaciones económicas que esto traería de inmediato en la bolsa de valores y el desplome en el valor de las acciones que podrían contagiar a todas las empresas yanquis, e incluso se imaginó lo inimaginable para su nación: una casi segura mega devaluación del dólar, con todas las repercusiones que esto traería para su país y para el mundo.

De inmediato, contra su costumbre, el presidente llamó con urgencia a su gabinete económico para darles la noticia. Al enterarlos de la situación, les pidió que hicieran lo propio para buscar una solución a este grave problema que estaban enfrentando como país. En pocos minutos, decidieron, en primer lugar, guardar absoluto silencio, y en segundo, ver la necesidad de rescatar de la quiebra a la marca de las gaseosas más famosa en todo el mundo con apoyo gubernamental, ya que consideraron que debían proteger a uno de sus iconos más importantes e influyentes de su país en todo el orbe. Esto podría ser la ruptura del primer eslabón de una enorme cadena de acontecimientos que seguramente afectaría a las demás empresas transnacionales de los estados unidos que, de ser así, esto sí sería un gran problema que podría representar la caída del imperio comercial de Norteamérica. John Müller sintió calosfríos en todo su cuerpo obeso tan solo de pensar en esa posibilidad. Pero su gran ego, por otra parte, se resistía a aceptar lo que sus pensamientos imaginaban. «¡No, no, no! —se repitió mentalmente—. Esto no sucederá mientras yo sea presidente. Sacaré a mi país adelante, siempre lo he hecho, por las buenas o por las malas lo haré», prometió para sí.

Por eso, urgió a sus subalternos a tomar acciones para intervenir en China, a la que culpaba de la debacle económica de su país y, además, les ordenaba cambiar el curso de la historia actual, que era muy desfavorable para el país de las barras y las estrellas respecto a China.

La reunión del mandatario con su gabinete económico avanzaba para, después de un par de horas, llegar a las siguientes conclusiones: apuntalar económicamente a las empresas más representativas del país en sus diferentes sectores: tecnología, aviación, bancaría, alimentaría, transporte terrestre y militar. Rescataría a todas las marcas conocidas mundialmente iniciando una mega campaña a nivel global a través de los medios de comunicación con su poderosa influencia que tenían en todo el orbe al mostrar en películas, noticieros y series de TV las «bondades» del sistema capitalista que su Gobierno representaba y, además, convencer de su poderío militar a través de los mismos medios impulsándolos con gran presupuesto. Usarían también a la prensa: periódicos, revistas y redes sociales; además, alentarían la realización de grandes producciones, documentales y miniseries. Estos últimos, haciendo la labor de adoctrinamiento para vender a los espectadores su american way of life, que no existía más, pero que insistiría su Gobierno en convencer a las audiencias a mantener viva la esperanza de sus ciudadanos y a los habitantes del resto del mundo en este «generoso» modo de vida, que representa a los países en desarrollo como el suyo. Tenían que insistir en ello, por así convenir a su proyecto de nación. Y además propiciar el deseo de los ciudadanos del mundo en adoptar precisamente ese estilo de vida, que consistía en el logro de objetivos materiales para su «bienestar y felicidad» mediante la adquisición de autos, motocicletas, productos de electrónica, ropa, consumo de alimentos en cadenas de restaurantes y empresas obviamente norteamericanas para engrosar las cuentas de las mismas y fortalecerlas, y a su vez contribuir con su país con el pago de impuestos, con el que obviamente un gran porcentaje de los ingresos se emplearía para gasto militar y otros asuntos no muy claros que convenían al presidente. Su preocupación de recaudar dólares era una urgencia para John Müller, ya que al declarar la guerra comercial al país asiático e imponerles altos aranceles a sus productos otrora muy competitivos, fortalecería la tendencia a consumir lo nacional y así atender y robustecer a la industria doméstica y evitar un efecto bumerán para su país. Adicionalmente, la preocupación del mandatario del «imperio del Norte», consistía en el avance de los chinos en la tecnología de la red 5G. Esto era un gran dolor de cabeza para las compañías estadounidenses, que comenzaban a rezagarse en esa carrera tecnológica. El plan TDCH00 le daría la vuelta a esa tendencia y dejaría rezagados con mucho a los asiáticos.

A la ofensiva de los norteamericanos, el país del dragón respondería de igual manera con el incremento de aranceles a uno de los productos líderes de Estados Unidos como lo es Apple en la fabricación de teléfonos inteligentes, tabletas y equipos de escritorios fabricados en aquel país.

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9788411144551
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