Читать книгу: «El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López (1542-1596)», страница 3

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En Apoc. 11-13 se pone más atención al tema del martirio en el contexto del testimonio y la muerte de los dos testigos, cuyos cuerpos quedan tres días sin ser sepultados. Ese final parece pesimista, pero a continuación se le indica al lector que los esfuerzos de los dos testigos no han sido en vano porque rendirán buenos frutos. En el fragmento 12:11 se dice que los cristianos vencieron al diablo con la sangre del Cordero. Gregorio López hace el siguiente comentario: “Bendito sea Dios, que fue vencido el diablo acusador de nuestros hermanos los buenos, los cuales le vencieron por la gracia de Dios dada a ellos por la sangre de su hijo, y por la fe pusieron sus vidas”.[70] Lo dicho implica que el martirio es la iniciación mística por la cual los cristianos se hacen partícipes del triunfo del Cordero, que había asestado un formidable golpe a Satanás con su crucifixión voluntaria.

Para concluir, conviene mencionar que al interpretar el Apocalipsis se debe tomar en cuenta la realidad histórica del autor y sus primeros lectores; veremos, por tanto, la interpretación del contexto histórico del Apocalipsis según la interpretación de Gregorio López. De manera que el tema central del libro es la reflexión sobre el sufrimiento de los justos y la revancha de la justicia, que se manifiesta en castigar a los malhechores. La descripción de plagas, desastres y catástrofes prevalece en la narrativa del Apocalipsis, sin embargo, el punto focal del libro es la visión del Trono de Dios en Apoc. 4-5, donde surge el tema transcendental de la soberanía de Dios y su Cordero, se afirma el carácter inconvertible del diseño de Dios en torno a la historia mundial. En la perspectiva extratemporal el triunfo de Cristo en su cruz es incontrovertible y absoluto. La narrativa del Apocalipsis a partir del capítulo 6 hasta el final muestra cómo la soberanía de Jesucristo se actualiza a lo largo de la historia. Según la contextualización cronológica propuesta por Gregorio López se trata del periodo que empieza con el reinado del emperador Trajano y acaba con la cesación de las persecuciones, cuando el emperador Constantino primero legaliza el cristianismo y después convoca al Primer Concilio Ecuménico y el papa Silvestre, en representación de san Miguel Arcángel, ata a Satanás por mil años. El vector narrativo se orienta hacia la aparición de la ciudad celeste de la Nueva Jerusalén que manifiesta la revelación del Reino de Dios en toda su plenitud. Gregorio López, alejándose del optimismo escatológico excesivo expresado por algunos evangelizadores franciscanos, no propugnaba el milenarismo, según Álvaro Huerga, sino un temporalismo inmediato,[71] por eso presentó el Apocalipsis como libro de exhortación y esperanza que habrá de inspirar a aquellos que desfallecen en su lucha constante contra las fuerzas del mal. Al mismo tiempo, el libro del Apocalipsis pide a los desesperados que están a punto de perder su fe al ver invencibles las fuerzas del mal, que tengan paciencia y no pierdan la esperanza.

[1] <https://tass.com/world/1111989>.

[2] Con excepción de los casos que se mencionan, se usa la traducción de Reina-Valera.

[3] Para más referencias véase Irena Backus, “The Church Fathers and the Canonicity of Apocalypse in the Sixteenth Century”, en The Sixteenth Century Journal, 1998, vol. 29, núm. 3, pp. 651-666.

[4] El recuento detallado de la historia de la tradición comentarista del Apocalipsis se contiene en Ernest-Bernard Allo, L’Apocalypse, París, J. Gabalda, 1921, pp. ccxvi-ccxxxviii.

[5] The main idea of the Apocalypse could be roughly formulated as follows: the sovereignty of God and Christ in redeeming and judging brings them glory, which is intended to motivate saints to worship God and reflect his glorious attributes through obedience to his world. Gregory Beale, The Book of Revelation: A Commentary on the Greek Text, Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing Company, 2013, p. 174.

[6] Gregorio López, Tratado del Apocalipsi de san Juan, traducido del latín al castellano, con su explicación interlineal, por el venerable Gregorio López, Ministerio Apostólico, natural de esta Corte, Madrid, en la imprenta de D. Benito Cano, 1789, p. xxvi (para las siguientes referencias: Tratado…).

[7] Antonio Rubial García, La santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerables no canonizados de Nueva España, México, fce, 1999, p. 96.

[8] Idem.

[9] Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (reproducción facsimilar de la primera edición, Madrid, 1632), México, Porrúa, 1977, p. 244.

[10] Alfonso Toro, op. cit., p. 177.

[11] Artemio de Valle-Arizpe, Gregorio López, hijo de Felipe II: su vida y muerte en México, México, Compañía General de Ediciones, 1957.

[12] Fernando Ocaranza, Gregorio López: el hombre celestial, México, Ediciones Xóchitl, 1944, p. 23.

[13] Para conocer más argumentos, véase Ibid., pp. 23-42.

[14] Jesús Paniagua Pérez, “Gregorio López: hagiografía de un iluminista del siglo xvi en la Nueva España”, en Alessandro Musco, Giovanna Parrino (eds.), Santi, Santuari, Pellegrinaggi: Atti del seminario internazionale di studio, San Giuseppe Jato-San Cipirello, 31 agosto-4 settembre 2011, Palermo, Officina di Studi Medievali, 2014, pp. 145-146.

[15] Josep Ignasi Saranyana, Ana de Zaballa, Joaquín de Fiore y América, Pamplona, Ediciones Eunate, 1995, p. 99.

[16] Alfonso Toro, La familia Carvajal: estudio histórico sobre los judíos y la inquisición de la Nueva España en el siglo xvi, basado en documentos originales y en su mayor parte inéditos, que se conservan en el Archivo General de la Nación de la ciudad de México, vols. 1-2, México, Patria, 1944, p. 177.

[17] Ibid., p. 189.

[18] Para más referencias remitimos a nuestro trabajo: Ivan Kopylov, “¿Fue Gregorio López un cripto-judío?: intento de precisar algunos puntos controvertidos de la biografía de un ermitaño novohispano”, en Silvia Hamui Sutton (coord.), Criptojudíos, siglos xvi-xviii, México, Centro de Documentación e Investigación Judía de México, 2019, pp. 77-118.

[19] Citamos conforme a Josep Ignasi Saranyana, Ana de Zaballa, Joaquín de Fiore y América, Pamplona, Ediciones Eunate, 1995, pp. 101-102.

[20] Ibid., pp. 102-103.

[21] Sobre Gregorio López como prequietista habla José Almoina. Véase José Almoina, Rumbos heterodoxos en México, Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1947, p. 70.

[22] Citamos conforme a Josep Ignasi Saranyana, Ana de Zaballa, op. cit., p. 104.

[23] Alicia Mayer, Lutero en el Paraíso. La Nueva España en el espejo del reformador alemán, México, fce/Instituto de Investigaciones Históricas, unam, 2012, p. 202.

[24] Josep Ignasi Saranyana, Ana de Zaballa, op. cit., pp. 108-109.

[25] Para más referencias teóricas remitimos al lector al trabajo de Ana de Zaballa Beascoechea, “La discusión conceptual sobre el milenarismo en Latinoamérica”, en Anuario de historia de la Iglesia, 2001, núm. 10, pp. 353-362.

[26] Josep Ignasi Saranyana, Ana de Zaballa, op. cit., p. 104. La opinión de Álvaro Huerga en torno al no milenarismo de López se caracteriza así: “En definitiva, Huerga atribuye un temporalismo religioso, más que un milenarismo, al ermitaño Gregorio, y le exculpa de toda opinión heterodoxa, aun cuando le acusa de imprudencia por sus relaciones con los alumbrados mexicanos”. Idem.

[27] Francisco Losa, Vida del siervo de Dios Gregorio López escrita por el Padre Losa, Cura de Almas, que fue de la Iglesia de México, que fue de la Iglesia Mayor de México, y su Compañero en la Soledad; a que se añaden los Escritos del Apocalypsi, y Tesoro de Medicina, del mismo Siervo de Dios Gregorio López, que antes andaban separados de sus Vidas y se dedican Al Supremo Real Consejo de las Indias, quarta impresión, Madrid, en la Imprenta de Juan de Aritzia, 1727.

[28] Antonio Rubial García, op. cit., p. 98.

[29] Guido Stucco, God´s Eternal Gift: A History of the Catholic Doctrine of Predestination from Augustine to the Renaissance, Bloomington, Xlibris Corporation, 2009, p. 96.

[30] El análisis histórico-biográfico de la Vida de san Fulgencio, escrita por Ferrando el diácono de la Iglesia cartaginiense, en el siguiente artículo Susan T. Stevens, “The Circle of Bishop Fulgentius”, en Traditio, 1982, vol. 38, pp. 327-341.

[31] Antonio Rubial García, op. cit., p. 97.

[32] Francisco Losa, op. cit., p. 13.

[33] Antonio Rubial García, op. cit., p. 97.

[34] Ibid., p. 100.

[35] Alfonso Toro, op. cit., p. 180.

[36] Jesús Paniagua Pérez, op. cit., 146.

[37] Fernando Ocaranza, op. cit., pp. 47-48.

[38] Es significativa la observación del cura Losa sobre la amistad entre Gregorio López y los indios chichimecas y sobre los conflictos entre él y los guerreros españoles (Losa Francisco, op. cit., pp. 9, 15, 18). Todo eso podría indicar de cierto modo que Gregorio trataba de aplicar algunas estrategias de predicar entre los indígenas tratándolos como iguales con sus propios derechos naturales, como lo insistía Vasco de Quiroga (Véase José A. G. Moreira, “El pensamiento teológico de don Vasco de Quiroga”, en Pablo Richard (ed.), Raíces de la teología latinoamericana: nuevos materiales para la historia de la teología, 2a. ed., San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1987, pp. 44-47.

[39] Francisco Losa extrae un episodio interesante: una vez “el padre fray Juan de Santiago, de la orden de san Francisco, íntimo querido suyo, le preguntó si era cierto que sabía la Escritura de memoria: confesóle Gregorio, que sabía todo lo Historial de los libros de los Reyes y Macabeos de memoria; y lo restante del Testamento Viejo y Nuevo, ya que no sabía, de manera que pudiesse dezirlo consecutivamente, como los libros dichos, sabía y tenía muy en prompto todas quantas cosas están en la Sagrada Escritura, y en qué libro, capítulo y número. De esta verdad ay a pocos capítulos exuberantes pruebas” (Francisco Losa, op. cit., p. 25).

[40] Fernando Ocaranza, op. cit., p. 18.

[41] Francisco Losa, op. cit., p. 25.

[42] Artemio de Valle-Arizpe, op. cit., p. 49.

[43] Tratado…, p. 136.

[44] Usus vivendi eidem hic fuit: primum, si facultas esset, id est si non cum uxore cubuisset, matutinis horis in larario suo, in quo et divos principes sed optimos electos et animas sanctiores, in quis Apollonium et, quantum scriptor suorum temporum dicit, Christum, Abraham et Orpheum et huiuscemodi ceteros habebat ac maiorum effigies, rem divinam faciebat. Elio Lampridio, Vita Alexandri Severi, II, pp. 29, 65-67 [en línea], disponible en <http://penelope.uchicago.edu/Thayer/L/Roman/Texts/Historia_Augusta/Severus_Alexander/2*.html>.

[45] Fernando Ocaranza, op. cit., pp.124-128; Antonio Rubial García, op. cit., p. 118

[46] Antonio Rubial García, op. cit., p. 98.

[47] Ibid., p. 101.

[48] Alfonso Toro, op. cit., p. 178.

[49] Ibid., p. 179.

[50] Josep Ignasi Saranyana, A. de Zaballa, Joaquín de Fiore y América, Pamplona, Ediciones Eunate, 1995, pp. 107-108.

[51] Ibid., p. 107.

[52] Tratado…, p. 262.

[53] Josep Ignasi Saranyana, Ana de Zaballa, “La discusión sobre el joaquinismo novohispano en el siglo xvi en la historiografía reciente”, en Quinto centenario, 1990, núm, 16, pp. 173-190.

[54] Elsa Cecilia Frost, “El milenarismo franciscano en México y el profeta Daniel”, en Historia Mexicana, 1976, vol. 26, núm. 1, pp. 20-21.

[55] Wilhelm Bousset, Die Offenbarung Johannis, Gotinga, Vandenhoede und Ruprecht, 1906, p. 91.

[56] Véanse las características detalladas de ese enfoque en Sam Hamstra, “An Idealist View of Revelation”, en Kenneth L. Gentry, S. Hamstra, C. Marvin Pate, Robert L. Thomas, Four Views on the Book of Revelation, Grand Rapids, Zondervan, 1998, pp. 93-132.

[57] Tratado…, p. xxi.

[58] Ibid., pp. 1-2.

[59] Wilhelm Bousset, op. cit., p. 92.

[60] Richard Bauckham, The Theology of the Book of Revelation, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, pp. 12-17.

[61] Ernest-Bernard Allo, op. cit., pp. ccxxxii-ccxxxiii; Wilhelm Bousset, op. cit., p. 83. Phillip Krey hizo la traducción inglesa de la parte del tratado de Nicolás, Postillae perpetuae in Vetus et Novum Testamentum, que se refiere al Apocalipsis. Nicholas of Lyra’s Apocalypse Сommentary, Kalamazoo, Medieval Institute Publications, 1997.

[62] Tratado…, pp. 284-287.

[63] El problema de la representación simbólica de la realidad social, política y religiosa en el Apocalipsis que afectaba a los miembros de las comunidades cristianas (sobre todo en torno al culto imperial) fue objeto de la investigación de Colin Hemer, quien dedicó su tesis doctoral a la definición del contexto local de las epístolas a las siete iglesias de Asia Menor. Véase Colin J. Hemer, The Letters to the Seven Churches of Asia in Their Local Setting, Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing Company, 2001.

[64] Tal posición es propia para J. Christian Wilson, “The Problem of the Domitianic Date of Revelation”, en New Testament Studies, 1993, vol. 39, núm. 4, pp. 587-605.

[65] John Paul Heil, “The Fifth Seal (Rev. 6:9-11) as a Key to the Book of Revelation”, en Biblica, 1993, vol. 74, núm. 2, pp. 220-243.

[66] Tratado…, pp. 224-238.

[67] Ibid., pp. 272-273.

[68] Ibid., pp. 30-31.

[69] Gregory K. Beale, op. cit., p. 567.

[70] Tratado…, p. 147.

[71] Véase Josep Ignasi Saranyana (ed.), Evangelización y teología en América (siglo Xvi), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 1990, p. 608 (participación en el coloquio).

I

Autor, fecha y estructura del libro

del Apocalipsis: el paradigma profético

y la realidad histórica

Como hemos adelantado en la introducción, Gregorio López fue uno de los primeros autores quienes han usado el libro del Apocalipsis para polemizar contra los protestantes, aunque esos debates no hayan sido tan “visibles”. Gregorio López trata de ubicar el Apocalipsis en su propio contexto histórico, diciendo implícitamente que las imágenes tremendas de la Revelación –sobre todo de la Bestia y de la gran ramera de Babilonia– no se refieren a la Iglesia católica romana de sus tiempos, sino tienen sus explicaciones en las condiciones históricas de cuando apareció la obra en cuestión. Los primeros comentaristas de la Contrarreforma abrieron la polémica con sus reflexiones en torno al contexto histórico del libro del Apocalipsis con lo que les ha parecido un producto de una arbitrariedad hermenéutica. Wilhelm Busset creyó ya en los principios del siglo xx, cuando floreció la tradición europea del criticismo textual bíblico, que con los comentaristas de la época de la Contrarreforma inició la tradición académica del estudio del Apocalipsis.[1]

Podemos asegurar que Gregorio López atribuye el valor histórico al libro del Apocalipsis ya en las primeras páginas de su Tratado. Definiendo tal obra como género, el ermitaño la caracteriza como la historia profética disfrazada en figuras.[2] Es decir, la califica como una obra que pertenece al género de la historia y como una narración con símbolos de significado y contexto histórico fijos. López precisa que en esa historia Jesucristo, el Redentor, dejó a su Iglesia como un mensaje importante, y “particularmente a siete iglesias de Asia”; asegura además sobre “las persecuciones y trabajos, que ella había de padecer, desde el tiempo del emperador Trajano hasta el día del juicio”.[3] Eso quiere decir que el mensaje simbólico disfrazado en figuras fue dirigido a los representantes de las siete iglesias (o comunidades) de Asia cuyos feligreses debían de haber comprendido todo el contenido simbólico de aquel mensaje sin dejar lugar a dudas. El autor del libro del Apocalipsis está situado en un momento concreto de la historia, del que hablamos más adelante, pero ya a partir de la época del emperador Trajano, según Gregorio López, ya deberá de comenzar el cumplimiento de las profecías dadas por Jesucristo; se enfatiza en el mismo libro del Apocalipsis que su objetivo principal se centra en la tentativa de describir “lo que va a suceder pronto” (Ap. 1:1); mientras tanto, Gregorio López añade que todo eso ya “comenzó a efectuarse”;[4] en otras palabras, la dimensión escatológica se encontró en la situación de la interacción estrecha con la dimensión histórica sin destruir ni derrotar la historia como tal, porque el proceso histórico sigue y cada acontecimiento histórico, ubicado en su propio contexto y explicado por el comentarista novohispano, ya está marcado por su significado apocalíptico y metahistórico, representado en figuras.

Con todo eso podemos decir que Gregorio López se preocupó por muchas cosas relacionadas con el contexto histórico del Apocalipsis, lo que en lo sucesivo llegó a ser objeto de estudios múltiples por parte de los investigadores del tiempo moderno quienes se han dedicado a la crítica textual del Apocalipsis. Entre otras cosas, para nosotros son importantes las cuestiones que se refieren al problema del autor y la fecha de tal obra, a las circunstancias históricas que determinaron la aparición de este libro, porque en gran parte esas cuestiones “técnicas” nos ayudan a entender de qué manera Gregorio López valoró el contexto cronológico del libro de la Revelación y en qué medida el contexto histórico podría haber servido como una suerte de prólogo para que se desarrollara el drama escatológico en su contexto metahistórico. Además, así quedará claro cómo Gregorio López mismo dialoga con la tradición anterior, prefigurando los métodos de la tradición académica posterior.

I.I. Gregorio López en su diálogo con la tradición: autor y fecha del libro del Apocalipsis

Los primeros capítulos del Tratado de Gregorio López están marcados por el extremo laconismo de los comentarios. El texto original del libro de la Revelación está entretejido por los comentarios escasos por parte de López con el objetivo de explicar o de precisar algunos detalles para que el lector obtuviera una visión más clara de las imágenes y figuras propuestas por el autor del Apocalipsis, visionario y profeta, quien, según la definición de Gregorio López, trató de expresar sus profecías en forma de una narración histórica, en la cual cada detalle deberá de haber tenido, según el ermitaño novohispano, una referencia concreta para ubicar cada profecía en su supuesto contexto histórico.

En el primer capítulo de su Tratado Gregorio López asegura que el santo apóstol Juan, autor del cuarto Evangelio y el discípulo más amado de Jesucristo, es también autor del libro del Apocalipsis.

Apocalipsi (que quiere decir, Revelación de Jesu-Christo), el qual le dio Dios; porque la Divinidad lo reveló a la Humanidad de nuestro Redentor, para manifestar a sus siervos, los Christianos, lo que conviene al servicio de nuestro Dios, y provecho de ellos, que se haga presto, porque luego comenzó a efectuarse, y lo significó hablando, por significaciones y figuras, enviando por su ángel siervo Juan, el Evangelista, el qual dio testimonio del Verbo de Dios, en quanto a la Divinidad y testimonio de Jesu-Christo, en quanto e la Humanidad, y de todo lo que vio.[5]

Gregorio López, además, precisa el esquema de la transmisión de la Revelación divina cono una cadena continua, cuyos eslabones son: Dios [Padre]  La Divinidad de Jesucristo  La Humanidad de Jesucristo que abraza a todos los cristianos  El autor del libro, es decir san Juan el Evangelista  los destinatarios de san Juan quienes son los representantes de las comunidades cristianas de Asia Menor (de Laodicea, Esmirna, Sardis etc.). La propia palabra “apocalipsis” o “revelación” (ἀποκάλυψις en griego) nos remite a un género especial de la literatura apocalíptica propio tanto para los judíos como los cristianos de los primeros siglos d. C., aunque, como dice Baukham, no podemos afirmar con certeza si el autor del libro de la Revelación ya ha sido consciente sobre el carácter técnico de esa palabra;[6] al mismo tiempo podemos decir que en el Tratado de Gregorio López tampoco podemos encontrar alguna reflexión sobre el carácter técnico de la palabra Apocalipsis ni tampoco hay referencias a otras obras literarias, judías o cristianas; creemos que en la tradición comentarista del Renacimiento y de la Contrarreforma todavía no se veía el libro del Apocalipsis como ejemplo de un género ya establecido. Este último libro del canon neotestamentario se ha considerado como único en su género, tanto por los protestantes que trataban de repugnar su carácter canónico, como por los comentaristas católicos, cuya tarea principal era reconsiderar y subrayar la particular importancia de este Libro en la historia literaria del cristianismo.

Gregorio López, afirmando la autoría de san Juan el Teólogo, se solidariza con la tradición cristiana que se remonta a san Ireneo de Lyon, pero al mismo tiempo ignora a buena parte de los autores patrísticos que dudaban de san Juan como autor del Apocalipsis. Dionisio de Alejandría cuestionó la autoría de san Juan el Teólogo, lo que indica que dentro la misma tradición patrística hubo cierta discrepancia en torno al tema. Por su parte, Gregorio López eligió la posición más adecuada (según su propio razonamiento) para justificar su punto de vista y para destacar la figura de san Juan el Teólogo en el contexto de su concepción histórico-profética. Dirijámonos a los testimonios que se encuentran en el propio libro del Apocalipsis en torno a su autor.

El autor del libro del Apocalipsis se llama Juan a sí mismo; entonces, la obra no es anónima (cómo la mayoría de las escrituras del género apocalíptico) ni se atribuye a algún personaje mítico o histórico (como son, por ejemplo, los Apocalipsis de Baruch o de Esdras). Lo primero que conocemos de la personalidad del autor es su nombre, Juan, que se asume como “siervo de Dios”.[7] Dirigiéndose a los cristianos de Asia Menor, él se presenta como su hermano y también dice que es “participante en la tribulación, pero también en el Reyno de Dios, y en la paciencia de Jesu-Christo, fui desterrado en la isla de Pathmos por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesu-Christo”.[8] Juan presenta su libro no como una historia (ἱστορία) sino como una epístola (ἐπιστολή) destinada a las comunidades cristianas de Asia Menor, es decir, de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tyatira, Sardis, Filadelfia (en el texto de Gregorio López: Filadelpho) y Laodicea.[9] Como se indica en el texto de las epístolas a las siete iglesias,[10] el autor del Apocalipsis se muestra consciente de los asuntos, problemas y preocupaciones de cada comunidad, de sus necesidades y de los detalles de su vida interna. Eso era posible sólo a condición de que el autor haya permanecido muchos años en Asia Menor, enterándose en la vida de las comunidades con las cuales había interactuado. Eso es casi todo que podemos saber sobre la personalidad del autor basándonos en el propio texto del Apocalipsis.

Algo pueden aportar la estructura lingüística y algunas indicaciones indirectas que lleva el libro del Apocalipsis para conocer más sobre su autor. Por ejemplo, ciertas peculiaridades gramaticales y sintácticas de la obra como los calcos gramáticos propios para el idioma hebreo que prevalecen en la conciencia del autor, que mientras escribe en griego piensa en hebreo, o más bien, introduce de una manera deliberada muchas construcciones semíticas que eran características para las traducciones griegas del Vetero Testamento (sobre todo para Septuaginta), inventando de esa manera un lenguaje griego-hebraico para crear una suerte de “estilo sagrado” parecido al lenguaje del Vetero Testamento.[11] Parece oportuno suponer también que ese estilo parecido a los libros proféticos fue elegido por Juan para impactar fuertemente en la conciencia de los lectores y adquirir así más poder de persuasión al crear en la conciencia del lector asociaciones entre el texto leído y la tradición profética veterotestamentaria, con lo que el texto creado adquiere máxima autoridad y credibilidad en aquellos que lo leen. Como quiera que sea, la presencia de las construcciones semíticas en el libro son solamente indicios de la procedencia de su autor, que podría haber sido un palestino emigrante en Asia Menor y que pudo ganar mucho prestigio entre las comunidades cristianas de esa zona; de la misma manera pudo también haber sido originario de Asia Menor, quien llegó a ser un líder reconocido entre los cristianos microasiáticos. Así, la estructura lingüística de la obra en cuestión, más allá de aportar datos sobre el origen étnico del autor, nos indican una habilidad oratoria y conciencia retórica.

Se tiene que subrayar que el autor del Apocalipsis ha sido una persona destacada, distinguida y reconocida; todos lo conocían como “Juan” y sólo al mencionar su nombre se han dado cuenta de que se trataba de una persona concreta que gozó de mucho prestigio entre sus correligionarios. El mismo autor era consciente de su notoriedad: él siempre se ha llamado Juan (Ἰωάννης) sin aclaración alguna: Ἐγὼ Ἰωάννης (Apoc. 1:9); Κἁγὼ Ἰωάννης ὁ ἀκούων καὶ βλέπων ταῦτα (Apoc. 22:8). La importancia que adquirió el autor del libro podría haberse basado en su posición jerárquica y de autoridad, así como de su posición alta y su dignidad apostólica. Por eso parece evidente por qué Gregorio López no dudaba en la autoría del libro que comentaba: para él el autor del libro del Apocalipsis y san Juan el Teólogo eran la misma persona.

Sin embargo, la posibilidad de elegir esa versión como la verdad indudable presuponía el rechazo de una parte considerable de la tradición patrística cuyos representantes pensaban de otra manera en torno a la autoría del libro del Apocalipsis. Examinemos uno de los ejemplos más elocuentes, conservado en la “Histórica eclesiástica” de Eusebio de Cesarea, que, sin duda, pertenece a uno de los libros más consultados y citados por Gregorio López en su Tratado.

Uno de los autores más importantes quien cuestionó de manera argumentada la autoría de san Juan fue el obispo egipcio Dionisio, quien desempeñó el cargo de patriarca de Alejandría entre los años 248 y 264. Los argumentos de Dionisio fueron expuestos por Eusebio, así que no cabe duda de que Gregorio López los habría conocido. Como comenta Eusebio, Dionisio compuso dos libros intitulados “Sobre las promesas [de Dios]”, en donde polemizó contra un tal Nepote, un obispo egipcio quien creía que para los santos habrá de llegar el milenio de placeres carnales. Además de eso, Dionisio, según relata Eusebio, expone sus consideraciones en torno al libro del Apocalipsis y su autor. En primer lugar, él repugna los razonamientos de aquellos que veían el libro de la Revelación como herético y apócrifo, perteneciente a cierto hereje llamado Cerinto, conocido también por sus esperanzas milenaristas. Así dice Eusebio, citando la obra de Dionisio:

Hubo gente que repugnaba ese libro de una manera consciente; lo declaraban apócrifo por muchos detalles incomprensibles y por su carácter incoherente y confuso. Decían que ese libro no pertenece a san Juan y que bajo muchas capas de ignorancia no se encuentra allá ninguna revelación divina; que el autor de ese libro no fue apóstol ni siquiera pertenecía a los santos ni a los miembros de la Iglesia en total. Fue un tal Cerinto quien quiso atribuir su libro a Juan para hacerlo más noble y más digno de confianza. Aquel Cerinto fue fundador de una herejía que lleva su nombre. Según sus enseñanzas, el Reino de Cristo ha de ser terrenal y allá ha de haber todo lo que había añorado él siendo hombre muy sensual y muy carnal; él cree que el vientre y las pasiones carnales serán saciados por el exceso de la comida, la bebida y las uniones matrimoniales y también por los rituales y sacrificios que habrán de hacer más nobles todas esas pasiones.[12]

En torno a la posición del propio Dionisio, vemos que, según Eusebio, él estima mucho el libro del Apocalipsis, confesando que cada uno de sus símbolos tienen un sentido muy profundo y maravilloso.[13] También afirma que el autor del libro de verdad se llama Juan (entonces, no es un libro pseudoepígrafo) y es hombre santo e inspirado por Dios, aunque apenas podría haber sido aquel apóstol san Juan, el autor del Cuarto Evangelio y de la Epístola Conciliar, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. A esa conclusión llegó Dionisio después de haber investigado el carácter mismo de la narrativa y de la composición literaria de todas las obras atribuidas a san Juan.[14] Para fundamentar su posición, Dionisio expone los siguientes argumentos: el Cuatro Evangelio y la Epístola Conciliar tienen mucho en común no sólo en su estilo, sino también en torno a los conceptos teológicos que llevan. En ambas obras se dice sobre la Verdad, la Gracia de Dios, la Luz divina que ahuyenta las tinieblas, la alegría en Dios, el Cuerpo y la Sangre del Señor, el juicio divino y la absolución de los pecados, etcétera. Además, Dionisio subraya que ambas obras vienen marcadas de un estilo muy fino y de un lenguaje impecable que posee su autor; la composición de ambas obras está bien fundamentada y su argumentación teológica es fidedigna. Mientras tanto, en el texto del Apocalipsis se encuentran algunos errores de estilo y de gramática; además, hay palabras y construcciones léxicas de origen extranjero que afectan la calidad filológica del texto; sin embargo, Dionisio no niega el don profético del autor del libro ni pone en duda sus saberes y su calidad moral.[15] Resumiendo sus argumentaciones, Dionisio concluye que todo eso lo tiene dicho no para burlarse, sino sólo para demostrar la diferencia entre las obras atribuidas a san Juan el Evangelista.[16]

Se nota que Eusebio al citar los argumentos de Dionisio, no hace nada para polemizar con él o cuestionar sus razonamientos sino, al contrario, parece que está de acuerdo con él, aunque no lo muestra abiertamente. De todos modos, eso era de esperarse, porque a los representantes de la escuela teológica de Antioquía les fue propio el escepticismo en torno a la autoría de san Juan.[17] Los intentos de ponerla en duda también han tenido lugar en la época más temprana de la historia de la Iglesia cristiana. En primer lugar, hay que mencionar a Gayo, un escritor romano quien vivió en los siglos ii y iii y era uno de los primeros que trató de atribuir los escritos juaninos al hereje Cerinto.[18] Otro autor digno de mención es el obispo Papías de Hierápolis, según el cual el autor verdadero del Apocalipsis no fue san Juan, sino un tal “presbítero Juan”.[19] Todas las argumentaciones de aquellos escritores fueron transmitidas por Eusebio de Cesarea; mientras tanto, Gregorio López las pasa por alto, dado que para él la tarea principal es mostrar que no hay objeción posible sobre la autoría de san Juan en torno al libro del Apocalipsis. La obra en cuestión tiene la autoridad apostólica y con ésta se establece su carácter de un libro sagrado, en donde cada palabra es la Verdad santificada por el Espíritu Santo. En esa afirmación tan categórica podemos ver una polémica disimulada con Erasmo, según el cual el Apocalipsis se caracteriza por una falta de la apostolica gravitas, aunque Gregorio López se pone de acuerdo con Erasmo diciendo que el Apocalipsis es la historia profética disfrazada en figuras; la diferencia consiste en que para Gregorio López el autor del libro del Apocalipsis aparece como heredero de los profetas del antiguo Israel;[20] mientras que para Erasmo la frase quasi nihil haberet apostolicae gravitatis, sed vulgatam tantum rerum historiam figurarum involucris adumbratam (casi no tiene ninguna gravedad apostólica sino aparece como un ensayo de la historia mundial complementada con las figuras)[21] caracterizaría el bajo nivel de la argumentación teológica como tal, en donde la “alta teología” se sustituye por el caleidoscopio de las visiones incoherentes. El intento de atribuir el libro del Apocalipsis al hereje Cerinto, aunque cuestionado por Dionisio de Alejandría, no resultó ajeno para Erasmo, quien tuvo tal inclinación, aunque bien disimulada.[22] Al fin y al cabo Erasmo reconoció el valor canónico del libro del Apocalipsis, haciéndolo sobre todo por el consensus ecclesiae en torno de su atribución y el valor histórico de las visiones descritas y expuestas en el libro, aunque Erasmo insistió en el carácter no apostólico de su texto.[23]

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682 стр. 4 иллюстрации
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9786079946883
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