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GIOCONDA BELLI
Nota introductoria de
lLEANA RODRÍGUEZ
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
MÉXICO, 2020
Contenido
NOTA INTRODUCTORIA ALFARERA DE SÍ: NUTRIDA DE TIEMPO Ileana Rodríguez
DISCURSO DE LA PIEL Y DIOS ME HIZO MUJER
NO ME ARREPIENTO DE NADA
MUJER EN ESTACIÓN
CONSEJOS PARA LA MUJER FUERTE
MUJER IRREDENTA
”INFIERNO DE CIELO”
ABRIL MÁS CRUEL QUE EL INVIERNO
LA AGONÍA DE LA MARIPOSA
LAS ASESINADAS
CONTRA TODA ESPERANZA
OCHO DE MARZO
LOS CASADOS
LA MADRE DE MIS HIJAS
LA MUCHACHITA
DESAPEGO DE LA HIJA
NICARAGUA
ERNESTO CARDENAL R.I.P
SOBRE LA TUMBA DE MI MADRE
RELOJ DE ARENA
AMÉRICA EN EL IDIOMA DE LA MEMORIA
AVISO LEGAL
NOTA INTRODUCTORIA
ALFARERA DE SÍ: NUTRIDA DE TIEMPO
Una mañana lluviosa, en el más completo ocio, las flores de mi jardín en pleno brote, me dispuse desmadejadamente a leer esta antología para escribir el prólogo. Como mujer, divagaba sobre el cómo leerían hombres y mujeres estos poemas, mientras me detenía a gozar esa rutilante osadía intimista de Gioconda Belli que no abjura de nada. De pronto, el poema “Infierno de Cielo” me para en seco. Reconozco en él la tradición culterana lado a lado con la irreverente experimentación. Me dejo llevar por entero; cabalgo a rienda suelta el estilo. Pero de pronto, en el poema más dariano de la antología, dariano por oros y centauros, por ese orientalismo tan celebrado por ese otro poeta nicaragüense, Rubén Darío, me sorprenden los siguientes versos: “El anverso extenso del pie/ Pies de centauro. Feos tus pies, excitantes. Como los cascos/ del unicornio removiendo arbustos con su cuerno de infinitas espirales”. Sonrío complacida: el adjetivo feo no calza; los cascos de unicornio, de seguro no se observan, se sienten. Se siente donde “Saltan los omóplatos; los fémures se hacen trizas/ La rigidez del esqueleto se abandona a la carne trémula”. Vagabundeo suelta en ese ardor visceral al que luego, incrédula de sí, esa misma yo poeta inquiere: “Quién sos criatura desencajada que así me despojás/de mi decencia de sacerdotisa? ... “ Y de ahí en adelante sigo la caída vertiginosa en lo animal: “Chasquea tu boca sobre la mía ... “ y cuando ya estamos a ras del suelo, el poema alza el vuelo lírico: “Sobre el aceite de la noche/velámenes ardientes lamen el lago quieto/del espejo incandescente”. ¡Qué lamen quiénes, dónde, en esa deliciosa oscurana erótica! Sola, en silencio, corno toda lectora, conjuro el lago quieto lamido de ese espejo en llamas, pegadita a la poeta que nos lleva de la mano impúdica a experimentar el placer que la agita. La espiarnos en el acto pero leernos el poema corno reflexión posterior al goce de la que habla. Porque es en el acto reflexivo post que puede observar ese “pie allá”, “una uña roja”, “una pierna íngrirna»; después, sí, de tener «Las pieles sumergidas en lavas ígneas/resollando borboteando vaporizándose. El fuego/ viene y va con el sonido del mar sobre los arrecifes”. El final del poema me arrebata por anticlirnático: “Me sacudo el cabello. Me levanto, ave Fénix de las cenizas./Soy un infierno de cielo”.
Empiezo con esta lectura detallada este prólogo poniéndome en el lugar del lector para decirlo todo de un solo golpe en esta antología de poemas donde abunda la imagen corporal, pelo, boca, curvas pero sobre todo, pliegues, hondonadas, hormonas que irrigan los nervios y los hacen recorrer toda esa geografía de sueños e instintos, forjada de soplidos y taladros de amor, en una mujer orgullosa de su sexo que celebra día a día. Sinuosidades, reverberaciones, miembros descuadernados, barrunto de señas identitarias: habla la alfarera de sí, sexo acezante, embalaje horadado por afectos familiares genuflectos que desembocan en la amplia geografía pulsional de un país, de un continente -historias varias, diferendos amorosos, eróticos, filiales, maternales, etapas del ser mujer. Antología ésta intimista, identitaria, de poemas siempre frescos, atrevidos, sagaces, donde el yo desaloja sentires, sensaciones, recriminaciones que fermentan primero a ras de piel y hurgan a garfio las profundidades de un cuerpo que comparte sus sentidos todos con decires de mundo que al paso de los años configuran ontología e imaginario de mujer. El léxico entero indica esa búsqueda inenarrable y tenaz, misma que leernos pudorosas con la hipocresía del voyeur, relamiendo humedades, olfateando sudores, olores y hedores recónditos de frutas y de flores, sabores ácidos del vino que duerme rancio en la boca asomado a los besos.
Fuera quedan las mujeres otras, otras fuertes y débiles que no son ella, mujeres hacendosas, de primor, dechado de virtudes que la amenazan desde fuera; mujeres que se niegan, mujeres vigilia, carcelarias, decentes e irreprochables, a quienes la poeta muerde y desahucia con destreza y parvedad de su cuerpo a trompicones. Ella, la transgresora, “mujer de pechos en pecho/y caderas anchas/que [... ]/me gusta ser”. Mujer fuerte que se protege de la débil porque hablar de vientres y humedades, evitar conocer cuánta delicia esconden los cuerpos otoñales si sos fuerte y otra, “Te hurgan el alma; meten el barreno de sus miradas o sus llantos/hasta lo más profundo del magma de tu esencia”. Si se es fuerte hay que aprender a estar sola, a dormir sin miedo, a no celebrar los misterios del cuerpo, a callar la lujuria, no “cuánta humedad, cuánto humus/cuánto fulgor de oro oculta el follaje del bosque/donde la tierra fértil/se ha nutrido de tiempo”.
En eso, lo inesperado: la antología empieza a dar la vuelta, una vuelta hacia un ser que por mujer es madre e hija a la vez. La antología reúne varios poemas sobre esas relaciones conflictivas y conflictuadas, relaciones sobre esos apéndices de una misma que suscitan ya no la definición desafiante y gozosa sino laconfesión. Mujer entre mujeres, ser que no alcanza a realizarse pero advierte las miradas resentidas, los silencios y las distancias de las hijas. En “La madre de mis hijas”, confiesa que, preocupada por ser feliz, ensimismada en sus cosas, huyendo de ellas, cargando la censura, el reclamo en los ojos, hija de sus hijas, la poeta rebelde las contempla: a una esquiva, garbo de garza, mirada en lejanía; en otra ve la sólida nobleza, y en la tercera, una perseverancia a toda prueba. En cambio, en “Reloj de arena”, es la madre de su padre de quien “Muy pronto/no me quedará [ ... ]/más que las fotos fantasmales de la infancia. Hoy, viejo y titubeante, íngrimo como un náufrago/en la cascarita de nuez de tu cuerpo/tu voz ya sin aire en la garganta/ te deshacés frente a mí. Cuidado, papá, hay una grada”.
Empezamos a bajar el diapasón, la mujer enfoca la geografía de su Nicaragua natal, cuyo amor es a galope sin rienda, como si le corrieran caballos en el pecho. Nicaragua es esa sensación de desaforo, pasión inflamada y suave ternura de árbol “derramando sus flores como cáscaras de seda en las aceras/ el rostro del chavala con el trapo/su sonrisa que cruza y trasciende la pobreza/viene el atardecer sobre el perfil puntiagudo del volcán a lo lejos/las nubes derramando pintura roja y púrpura sobre el cielo/el hablar deslenguado rápido juguetón de la gente”. Nicaragua es una atmósfera. Nicaragua es lo erótico sublime, no los huesos que traquean, las pezuñas que se entierran en la carne, el mal aliento del vino, el pie feo, sino suspiro. Luego vendrá la dulzura del entorno poético, el poeta Ernesto muerto, los meses cargados de terrores de esta mujer que siendo furiosamente piel lo ve “Frágil como un papiro antiguo/Quedaste prendido en mi memoria/Oigo tu voz cuando paso las páginas/ Los largos versos que leo para retenerte/ La media noche a la que arribará pronto/ Ese día que ya no viste”. Rodeada de poetas, Darlo, Martínez Rivas, Cardenal, el último poema de esta antología invoca la memoria de Neruda. El poema de Belli titulado “América”, es al continente donde la alfarera de sí y su palabra oye la lengua de sus antepasados “en sueños/en habitaciones confusas que sólo puedo describir/ con la lengua del despojo”.
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