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Se inicia la carrera diplomática fuera del país

Su primera destinación le aportó a Harald una buena posición: agregado en la Embajada de Suecia en Italia. Esperaba allí a los flamantes esposos Edelstam una intensa vida social derivada, en gran parte, de las ya mencionadas relaciones de Louise. En esos meses Italia aún no sufría directamente los impactos de la guerra, aunque ya en 1936 Mussolini se había lanzado en su proyecto de restablecer el imperio romano invadiendo Abisinia. Además, sus tropas y fuerza aérea habían participado del lado de los fascistas en España, ayudando a Franco a derrotar al Gobierno republicano.

Son momentos difíciles. Suecia, habiendo disminuido su capacidad militar al finalizar la Primera Guerra Mundial, se siente indefensa y se plantea la posibilidad de permanecer neutral frente al nuevo conflicto pero teme una invasión y considera seriamente la opción de apoyar a Hitler. Ante las nuevas condiciones, el Gobierno de la época busca la manera de reequipar a las fuerzas armadas. Alemania y Estados Unidos le habían negado la venta de armamento. Empero, Italia se sentía perfectamente preparada para hacerlo. Mussolini todavía esperaba ver a un triunfador en el conflicto, que pronto adquiriría dimensiones mundiales. Un primer –y probablemente único– resultado de esas tratativas fue la venta a Suecia de cuatro destructores y otros materiales bélicos entre 1939 y 1941, los primeros años de la guerra. Una vez realizada la compra, Inglaterra confiscó las nuevas naves suecas a su paso por las Islas Faroe, provocando serias dificultades diplomáticas entre ambos países. El impasse hace pensar a algunos que esto podría haber orientado a Suecia hacia la participación en la guerra del lado equivocado y se trata de uno de los más serios problemas que el novel diplomático deberá enfrentar en su primera misión internacional.

De acuerdo al texto Un héroe sueco, podemos deducir que Harald, durante su primer período, debió trabajar justamente asesorando a la delegación de la Marina sueca encargada de la compra de los mencionados buques y otros materiales de guerra. Su ya nombrado biógrafo, Mats Fors, postula incluso que Harald habría sido enviado a Roma como refuerzo ante esas dificultades.

Frente a los antecedentes que indican que las relaciones entre Inglaterra y Suecia fueron muy tensas durante ese período, descubrimos que el joven diplomático Edelstam también se vio afectado por las sospechas de los servicios de inteligencia de su país, debido a sus contactos personales, aparentemente no autorizados, con personeros de la delegación británica, razón por la cual se registraban sus conversaciones telefónicas con ellos y las invitaciones a su residencia.

1 H. Edelstam según cita en M. Fors, El clavel negro, 2009.

En la Italia de Mussolini

A partir de la gran marcha a Roma en 1922, Italia estuvo en manos de los fascistas. Y al decir fascista se entiende Mussolini. Este sería el primero de la larga lista de dictadores con que Harald se encontraría en su carrera diplomática. Allí recibió su bautizo de fuego con solo 26 años de edad2.

Desde su toma del poder, especialmente con el sangriento ataque a Abisinia, hasta la llegada del matrimonio Edelstam a Roma, la Italia de Mussolini estaba sumida en sus intentos por llegar a ser un fuerte país imperial y aún no definía su inclinación hacia la Alemania de Hitler. La joven pareja diplomática fue recibida con los brazos abiertos en un ambiente festivo, triunfalista, de elegantes recepciones, rodeándose de lo más granado de la sociedad y el poder, gracias a los innumerables conocidos de Louise y su dominio del idioma italiano. Su padre había estado asignado allí como ministro plenipotenciario, título asignado a los embajadores entonces. Las visitas de oficiales de las Fuerzas Armadas italianas a la joven pareja se repetían con regularidad.

Los esfuerzos de Mussolini por imponerse como poderoso jefe de Estado lo habían llevado a jugar un dudoso papel en la crisis de 1938, en la que Hitler se apoderó del sudeste checo gracias a que Inglaterra se había desdicho de sus compromisos en defensa de ese país con la esperanza de constituir un frente europeo en contra de la Unión Soviética. Anteriormente, y a escasos meses de la llegada del nuevo agregado sueco, Italia había invadido Albania en plena Semana Santa del año 1939.

De ahí en adelante, los hechos se precipitaron. Alemania atacó a Polonia, estallando así la Segunda Guerra Mundial. Acto seguido, las tropas de Hitler invadieron Francia. Es entonces que Italia se incorpora definitivamente a la alianza construida por el dictador nazi, constituyéndose la fuerza llamada Eje. Mussolini abandona la neutralidad y se aprovecha de la embestida nazi, apoderándose de territorios franceses, además de intentar una invasión a Grecia, donde fracasa en manos del ejército británico.

Es en ese ambiente confuso respecto de las definiciones de la neutralidad sueca y de éxitos militares del Eje, amén de las derrotas de Italia en Abisinia y Grecia, que Harald inicia su aprendizaje práctico en terreno. De seguro, Harald saca de esas experiencias sus primeras conclusiones acerca del fascismo. Se mueve en el ambiente relativamente hostil de sus superiores en la Embajada, a pesar del declarado antifascismo del jefe de la misión. Las relaciones con sus jefes inmediatos entran constantemente en contradicción, tanto por lo tradicional de las jerarquías, como por la orientación del trabajo.

En Roma le toca presenciar los primeros bombardeos sobre la capital italiana. Entre los apuntes de Edelstam aportados por su hijo, encontramos memorias de ese período que nos indican la capacidad del joven diplomático para constatar las reacciones y los hechos con cierto pragmatismo, buen humor y no poca ironía:

La guerra no había comenzado del todo en 1941. Francia estaba prácticamente vencida cuando Italia se sumó a los ataques del Eje. Uno que otro avión de reconocimiento volaba de noche sobre Roma. Mussolini vivía preferentemente en el palacio Villa Torlonia, que estaba rodeado de un gran parque, cercano a mi residencia. Como protección contra los ataques aéreos habían colocado muchas piezas de artillería en el parque. Cuando se observaba un avión volando sobre la zona del palacio, las baterías antiaéreas comenzaban intensos tiroteos, pero los aviones volaban a alturas inalcanzables, mientras que el palacio recibía los restos de las balas disparadas. Y caían también sobre la avenida Antonio Bosio. [Se relata que en esas ocasiones Harald se entretenía recolectando los cartuchos vacíos en una carretilla y los llevaba al palacio, presentando la correspondiente queja por el ruido y la molestia que provocaban los disparos en su jardín y la calle]. Roma era oscurecida y la escasez de gasolina hacía que prácticamente no hubiera tráfico de vehículos. La ciudad, con sus bellas ruinas, parecía una urbe medieval. Cuando Mussolini anunció que Italia había entrado en la guerra al lado del Eje desde el balcón del Palacio Venecia, miles de jóvenes fascistas vitorearon, mientras la gente callaba y se veía preocupada. Comenzó la cacería de los pocos ingleses y franceses que quedaban en la ciudad y tuve la satisfacción de salvar a algunos de las garras de los jóvenes fascistas, que eran los más entusiastas”3.

Comenzaba así la carrera salvadora –de protección– que caracterizara la vida diplomática de Harald Edelstam. Estos escuetos recuerdos de la estadía en Roma muestran también un rasgo poco conocido y menos comentado sobre él, la modestia: “…tuve la satisfacción de salvar a algunos…”. Para él, se trataba de un deber que había que cumplir, no parecía comportar un esfuerzo especial, solo “satisfacción”.

Parco en sus escritos, sin mayores definiciones ideológicas o políticas, la postura de Harald entonces es principalmente –y constante a lo largo de su carrera– la de salvar vidas. Al parecer, un primer impacto para su conciencia fue el fanatismo de esos “jóvenes fascistas” que irracionalmente las emprendían contra toda persona que les pareciera enemiga.

Es necesario entender también que la época en que le tocó actuar a partir de sus inicios como diplomático –que terminó por quedar caracterizada por la unidad de las fuerzas democráticas en la lucha mundial contra el fascismo, la posterior Guerra Fría y la lucha de los pueblos oprimidos contra el imperialismo– no le ofrece más que oportunidades para actuar en defensa de los perseguidos de ese entonces: los demócratas, los izquierdistas y los comunistas, además de los miembros de ciertas etnias, especialmente judíos y gitanos, condenados por esos regímenes a desaparecer.

Como veremos más adelante, tal orientación lo va llevando a definiciones más bien de izquierda, pero que solo expresa oralmente en conversaciones privadas. De todos modos, a pesar de su cuidadosa actitud de ceñirse estrictamente al principio de proteger al perseguido, tendrá que sufrir, a lo largo de su carrera, acusaciones de partidismo izquierdista e incluso medidas administrativas que, según testimonios familiares, adquirirán carácter de castigo.

Su gestión en Italia le aporta en todo caso certificados positivos respecto a sus cualidades profesionales, las que son evaluadas como excelentes. De seguro fueron esas apreciaciones las que le permitieron mantener su carrera y llegar al nivel que alcanzó. Más adelante veremos ejemplos de ese balance entre las obligaciones impuestas por su ministerio y la espontaneidad que lo caracterizó en su obra salvadora.

Como avezado diplomático, no escatimó simpatía ni presencia de ánimo para encontrarse en Italia con los representantes de Hitler que llegaban de visita. Ni tuvo expresiones inoportunas acerca de la evolución seguida por el dictador italiano.

Las primeras definiciones políticas

En su cerebro, la definición antifascista y la comprensión de lo que estaba sucediendo ya eran irrefutables a esa altura. No permitiría, a partir de su experiencia y sus observaciones, renuncia alguna ni confusiones, ni que lo cooptaran para otra causa. Lo demuestra la siguiente cita con ocasión de la invasión alemana a Dinamarca y Noruega en 1940:

La noche del 8 de abril de 1940 Louise y yo fuimos invitados a cenar por el agregado militar alemán Von Richthofen. Se hicieron brindis por Suecia. La mesa estaba decorada con pájaros de porcelana de la fábrica alemana Rosenthal. Al final de la cena se le obsequió a mi esposa una de las porcelanas. Al día siguiente nos encontramos con la horrible noticia de que Alemania había invadido Dinamarca y que unidades de su flota se dirigían al fiordo de Oslo. Obviamente, todas las legaciones escandinavas habían sido invitadas por diferentes representantes diplomáticos del Eje, justamente esa noche del 8 de abril. Es probable que se tratara de una orden emanada de Berlín sin que nuestros anfitriones supieran que Dinamarca y Noruega serían invadidas esa misma noche. El pajarito de porcelana fue enviado de vuelta a su antiguo dueño sin comentarios”4.

No estaba dispuesta la pareja Edelstam a recibir ese tipo de halagos ante la tragedia desatada por las huestes fascistas en el Báltico.

Al lado de esos encuentros sociales y su apoyo a las relaciones comerciales, el trabajo de Harald en la Embajada era de segundo orden, principalmente burocrático, descifrando mensajes y atendiendo delegaciones suecas, en las que causó buena impresión, como ya lo mencionáramos. Más allá de aquel indefinido “tuve la satisfacción de salvar a algunos”, no ha quedado mayor constancia de su obra en Italia. Empero, no lo acompañó la salud allí. Durante el verano de 1941 se le constató una hepatitis que lo llevaría de vuelta a Estocolmo para tomar vacaciones, atravesando el continente en llamas. Al final del período de recuperación se le destinó al Ministerio de Relaciones Exteriores, dejando oficialmente su puesto de Roma en agosto de ese año.

Aún no había cumplido 30 años.

2 J. Sandquist, Un héroe sueco.

3 H. Edelstam, según cita en Un héroe sueco.

4 H. Edelstam, según cita en Un héroe sueco.

Festejos a la sombra de la guerra

De vuelta en Estocolmo, la pareja Edelstam fue recibida con festejos, especialmente por sus familiares. Pese a la guerra, también se seguía haciendo vida social en Suecia, tal como se acostumbraba en los medios sociales de los Edelstam. Entre el necesario cuidado de su salud y esas recepciones, Harald debía asumir sus nuevas tareas.

Al día siguiente de su arribo, Harald se presentó ante el jefe del personal, Fallenius, del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ahí supo que su próximo trabajo sería en el departamento jurídico. Sus conocimientos sobre la materia estaban todavía frescos y los problemas de derechos humanos eran algo que no carecía de importancia para un diplomático multifacético. Tema sobre el cual tendría bastante que pensar 33 años después durante su misión en Chile5.

En todo caso, el relativamente corto período en Estocolmo fue problemático debido a la enfermedad de Harald. Su débil salud lo acompañó durante toda su vida, pero no disminuyó su capacidad de trabajo ni lo acobardó. Incluso podría haber sido una ventaja, si es que lo hubiese obligado a morigerar en alguna medida la osadía que siempre lo caracterizó.

Ese período fue también de mucho nerviosismo en Suecia. Las tropas alemanas ya tenían bajo su yugo a Dinamarca y a Noruega. Suecia se debatía en la incertidumbre acerca de su destino. Se temía una invasión y el Ejército estaba mal preparado. Mientras tanto, se insistía en la neutralidad. De por medio estaban los intereses del régimen nazi en el acero y otros recursos suecos y los de Suecia en su venta. Al día siguiente de la firma del acuerdo de respetar la neutralidad, el 15 de abril de 1941, Alemania desembarcaba más tropas en diversos puntos de Noruega –llegaron a ser 350.000 uniformados. Por la frontera habían comenzado a llegar soldados noruegos derrotados, acompañados de civiles que escapaban de la represión de los invasores.

Ante la porfiada resistencia de los noruegos, Alemania solicitaba autorización para el paso de refuerzos por territorio sueco y también para llevarlos a través de Finlandia al frente soviético en preparación, lo que le fue negado en un principio. Así, la situación se tornaba cada vez más delicada y tensa.

Los alemanes contaban en cierta medida con la anuencia de las esferas de poder suecas, toda vez que en la cúpula de los ministerios había una buena cantidad de funcionarios proclives a la ideología nazi, que manejaba información acerca de lo que estaba sucediendo y lo que se pensaba en esos círculos.

Por entonces, Harald estaba aún en su puesto del Ministerio de Relaciones Exteriores. Podía hacerse una idea de lo que ocurría a través de sus colegas y el desarrollo de los acontecimientos. En cierta medida, preocuparse en el entorno sueco de cómo evolucionaba la guerra era muy necesario para él, toda vez que le quedaba poco tiempo para su traslado a Berlín. Allí tendría que trabajar bajo las amenazas nazis de recurrir a las armas si Suecia no permitía el paso de sus tropas hacia una Noruega ya prácticamente sojuzgada, aunque resistiendo heroicamente a través de su bien organizado frente de liberación.

A mediados de 1941, mientras Harald cubría el turno de noche, llegó la noticia del ataque alemán a la Unión Soviética. Se temió entonces que vinieran nuevas exigencias para el paso de tropas por el territorio neutral. Como era de esperar, así ocurrió. Por esos mismos días llegó a Estocolmo un enviado nazi con imperiosos pedidos de apoyo para el transporte de sus divisiones destinadas al nuevo frente, además de armas, combustible y municiones.

El matrimonio Edelstam pasó la mayor parte del verano de ese año en Estocolmo, mientras se seguía con ansiedad la incursión nazi en el frente oriental. El 22 de agosto nacía su primer hijo. Harald ya tenía en su poder su nominación oficial para sumarse a la representación sueca en Berlín. Cuatro días después del nacimiento del primogénito debió abordar el tren para viajar a la capital alemana. Iba decepcionado. Para él, su país había traicionado sus principios al permitir el paso de las tropas fascistas y sus armamentos por su territorio, además de aviones por su espacio aéreo y de barcos mercantes por sus aguas. Suecia no solo permitía el paso de estos, sino que interceptaba correspondencia, permitía la instalación de depósitos militares en el norte y encerraba en campos de concentración a los militantes comunistas y dirigentes sindicales.

Harald no lo aceptaba. Le irritaba esa condescendencia con el poder de las armas. Un sentimiento que lo acompañaría el resto de su vida. Y ahora iba él en camino a la cueva del lobo. Al elegante diplomático, con ascendencia inglesa y de apenas 27 años de edad, le esperaba un período excepcional6.

Durante el tiempo que debió permanecer en Suecia debido a su salud y al cargo que ejercía en el Ministerio, Edelstam comienza a desarrollar la costumbre de actuar desafiando las órdenes y la disciplina en su trabajo. Durante toda la Segunda Guerra Mundial, las legaciones aliadas permanecieron bajo vigilancia de los servicios de inteligencia suecos, probablemente como medida para asegurar su posición neutral en el conflicto. Empero, dadas las dificultades habidas con la requisición de las naves de guerra recién compradas a Italia, las oficinas consulares y la sede diplomática británicas, además de las residencias de sus representantes, parecen haber recibido especial atención de parte de la policía de seguridad (Säpo)7. Es entonces que aparecen los primeros informes de ese organismo sobre los contactos informales y amistosos entre representantes ingleses y nuestro héroe. Su biógrafo Mats Fors, sin embargo, no logró encontrar antecedentes sobre las consecuencias que tuvieron esos informes para Harald en forma directa, pero postula que el entonces jefe de la Säpo endosaba regularmente este tipo de documentación a los servicios nazis de seguridad. Esa vigilancia marca, a nuestro juicio, el comienzo de las dificultades que Harald enfrentará durante toda su carrera con el Ministerio de Relaciones Exteriores que lo enviaba a sus misiones.

Berlín

Pese a sus objeciones y posición respecto de la Alemania nazi, para el joven diplomático la Embajada en Berlín no dejaba de ser interesante. Se trataba de uno de los puestos más excitantes del momento. Ejercería la diplomacia en el país que intentaba dominar al mundo y, a la sazón, no había fuerza que lo detuviera. Iba imbuido ya de sus convicciones humanistas, las que se reforzarían, seguramente, al verse obligado a pasar la prueba de los formularios nazis acerca de sus orígenes raciales y vida privada para ser aceptado por el Gobierno de Hitler como representante de su país; incluso su esposa Louise debió experimentar tal denigrante indagación.

Lo esperaba una capital triunfalista. En todos los frentes las tropas alemanas avanzaban. En ese ambiente, la vida continuaba allí como siempre. A nivel diplomático se sucedían las fiestas y encuentros sociales, como reemplazo, tal vez, de los cabarets, los bailes públicos y las demás entretenciones que Hitler había prohibido. No obstante, y aunque había una apreciable afluencia de productos desde los países ocupados, la guerra había impuesto racionamiento a casi todos los alimentos y florecía el mercado negro. Pero, como es de esperar, esta situación no afectaba a las elites alemanas y al cuerpo diplomático, de manera que sus celebraciones y encuentros sociales mantenían un alto nivel.

Era el momento en que Alemania se encontraba prácticamente en la cúspide de su transitorio poderío. Casi toda Europa estaba siendo dominada por sus huestes, pero Hitler soñaba con más espacio vital. El tema del momento eran los avances territoriales y los triunfos del ejército teutón sobre las tropas y la resistencia soviéticas. Sin embargo, Harald parece haber captado correctamente, y a tiempo, la contradicción que existía entre el optimismo de la cúpula gobernante y algunos de sus generales y gente común, que presentía que Alemania había saltado al vacío. La experiencia de la Primera Guerra Mundial, apenas una veintena de años atrás, estaba fresca en muchos alemanes y se iba desarrollando una resistencia clandestina incluso al interior de los sectores militares.

La Embajada sueca, entonces al igual que ahora, estaba ubicada en el centro mismo del poder alemán, cerca del cuartel general de las Fuerzas Armadas, el Palacio de Gobierno, el Ministerio de Relaciones Exteriores y otras embajadas. El personal era numeroso, dada la magnitud de las relaciones sueco-alemanas. Tampoco escasearon las confrontaciones entre Harald y sus jefes allí, lo que era especialmente molesto para él cuando ciudadanos suecos tenían problemas con las autoridades locales. Según su hijo Erik, fue en esos casos en que aprendió lo que no debía hacer –aunque para hacerlo, según nosotros. No nos consta que haya seguido ese aprendizaje en sus cargos diplomáticos posteriores, tampoco en Berlín.

Al comienzo de su estadía, Harald y su amigo y colega Rutger von Essen, ambos con sus familias a buen resguardo en Suecia, entraron rápidamente en los ambientes sociales berlineses, lo que les proporcionó la oportunidad de conocer a opositores al régimen. Como es de esperar, se veían obligados a actuar muy discretamente, a pesar de que la posición de los dos jóvenes diplomáticos permitía abrir confianzas. Harald las fue aprovechando, tanto para su actuación como para sacar conclusiones. Y también para lograr la libertad, no sabemos con qué artificios, de amigos o parientes de los opositores que habían sido arrestados. Aquello vino a ser un verdadero entrenamiento de grado superior a lo ya experimentado en Roma y que pronto sería perfeccionado en la Noruega cautiva.

Es en ese entorno que Harald despliega sus dotes de gran señor. De buena apariencia, vestido elegantemente, discretamente comunicativo y gentil, a la vez que reservado, daba la impresión de ser un noble señor inglés. Era aceptado en todos los medios, en salones y reuniones. Estas características lo hacían también muy atractivo para las damas, atributo que no escatimó para conseguir sus propósitos. Se le atribuyen algunas historias sentimentales durante ese período, incluso su biógrafo Fors publica en su libro una foto de Harald en 1942, sonriente, del brazo de la princesa Agati Ratibur, dama que habría despertado las sospechas de Louise.

No cabe duda de que Harald no desperdició sus éxitos con el sexo opuesto a lo largo de su carrera, como veremos más adelante. Sin embargo, como ocurre en los casos de hombres de su posición, tales historias deben ir acompañadas por el beneficio de la duda, toda vez que la discreción usada en esos casos no permite confirmación y muchas veces sus detalles suelen ser usados en detrimento de la personalidad y valoración del o la personaje.

Con frecuencia, y a contrapelo de lo que pensaban sus superiores, Harald y su esposa, ya establecida esta en Berlín, se encontraban en eventos o recepciones con personas y grupos de conocida oposición al nazismo. Lo hacían al más alto nivel además. Esa intensa vida social, amparados en su inmunidad diplomática, les permitía, por otra parte, relacionarse también con la cúpula política y militar. Y por su relación con una variada gama de personas, las convicciones antifascistas del joven diplomático parecen haberse reforzado. Pensamos que la orientación de su profesión quedó definida en gran medida en Berlín, pues todas esas experiencias le permitieron captar en su verdadera dimensión el odio del nazismo contra demócratas y judíos.

Es así como una noche de otoño del año 1941, cuando todavía se encontraba solo en Berlín, Harald observa desde la ventana de su departamento que los esbirros nazis cercan la calle y van allanando casas previamente marcadas. Se trataba de familias que habían sido denunciadas. Al ver que la gente arrancaba sin dirección, bajó hasta la puerta de su edificio en bata y les fue indicando a todos los que pudo que se escondieran en su departamento. Tal acción, al parecer, fue repetida en varias oportunidades. Sin embargo, en esos casos lo frustra el no tener condiciones para proteger más allá a los perseguidos, viéndose obligado a dejarlos ir al amanecer.

En estas circunstancias, el estilo Edelstam va adquiriendo sus rasgos definitivos, especialmente en lo que se refiere a su fuerte posición en contra de la represión política. Experiencias similares e igualmente frustrantes tendrá en Indonesia años después. En Alemania lo conducen a proponer a sus superiores de la Embajada hacer algo para proteger a los perseguidos judíos, pero recibe un rotundo no: prevalecía el temor de irritar a las autoridades alemanas de entonces.

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