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3. El fin del mundo, nuestro centro del mundo

El fin del mundo para otros, el extremo sur del continente americano, que hace pensar a los habitantes de otras latitudes en inmensas soledades, desolación y fuerza natural, es el centro del mundo para quienes nos dedicamos a descifrar la realidad política y social argentina. La decisión de poner la expresión fin del mundo parece responder a un prejuicio eurocéntrico que terminó siendo internalizado por la autora de estas líneas, que no está exenta del colonialismo cultural que también afectó a la Generación de 1837. Pero también tiene una motivación más poética: tratar de mirar el mundo como lo miraban los personajes que pueblan estas páginas. No sé por qué, pero cada vez que pienso en los modos en que Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, por sólo citar a los miembros de la generación de 1837 más mencionados en los capítulos que siguen, leyeron a Alexis de Tocqueville viene a mi mente el faro del fin del mundo tal y como lo describió en su libro homónimo el escritor francés Julio Verne (1828-1905). Se trata de un claro anacronismo, ya que este relato fue publicado en el siglo XX, luego de la muerte del autor, cuando ninguno de los protagonistas de este libro vivía. Quizás hubiese sido más históricamente fidedigno imaginar el fin del mundo tal y como lo describió Charles Darwin en sus diarios que se redactaron contemporáneamente a La Democracia en América. Pero, sinceramente, el fin del mundo que represento cuando recreo en el encuentro entre Alexis de Tocqueville y la Generación de 1837 es ese faro. Y la primera vez que lo vi fue cuando, una tarde de sábado de mi niñez, vi en la televisión la versión cinematográfica de Disney de Los hijos del capitán Grant. Poco tiempo después leí el libro del mismo título, también de Verne, que me compró mi mamá, y muchos años después El faro del fin del mundo. Los laberintos del pensamiento y el recuerdo son son así: puede encontrarse el camino de salida con astucia o ayuda externa del hilo de Ariadna pero no siempre se puede identificar un patrón racional en la forma en que fueron diseñados. No pretendo que me crean pero me gustaría que quienes lean este libro se atrevan a jugar con esta imagen mental y relean su propio mundo político, descentrando lo que se nos ha enseñado a poner en el centro de la escena.

En un contexto donde estamos repensando cómo el patriarcado afecta no solamente al campo del poder sino también al campo del saber, parece extemporáneo dedicar un libro solamente a teóricos políticos varones. Y, ciertamente, lo es. Sin embargo, sin que suene a disculpa, estos hombres son la excusa para que esta mujer, la autora, que es politóloga hace décadas, que estudió sociología de la cultura y filosofía en su formación de posgrado, se atreva por primera vez a escribir un libro sola y firmarlo exclusivamente con su nombre. Puede parecer un pequeño hecho para otras más audaces, pero para alguien que siempre encontró más cómodo expresarse a través de las palabras de otros y otras que inventar conceptos propios es un paso subjetivamente importante.

El libro está compuesto, además de la introducción, y un epílogo, de cinco capítulos, tres de los cuales tienen una estructura análoga de cinco partes cada uno y una similar cantidad de páginas. El primero aborda la sociabilidad de la Generación de 1837 desde una perspectiva que combina la historia política, la sociología de los campos y el análisis conceptual. Los capítulos segundo y tercero están dedicados a relacionar la biografía y política conceptual de Alexis de Tocqueville con la sociología política de Domingo Faustino Sarmiento y el institucionalismo de Juan Bautista Alberdi, respectivamente. Si bien he dedicado investigaciones previas a estos tres pensadores políticos plasmadas en artículos o algunos de los capítulos de mi tesis doctoral, es la primera vez que me propongo recorrer algunas de sus respectivas producciones a partir del impacto que tiene la concepción de la democracia como estado social en los fundamentos epistemológicos de sus análisis sociopolíticos. El capítulo cuatro es coral, porque ya no se trata de ver el impacto de la Ciencia Política tocquevilliana en una figura representativa de la Generación de 1837 sino en cuatro: Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías y Juan María Gutiérrez. El propósito del mismo es poner a dialogar a los estudios políticos con la historiografía, la teología política y la historia intelectual. Finalmente, en el último capítulo, a partir de la comparación de Esteban Echeverría con Alexis de Tocqueville, se propone un índice imaginario para un libro nunca escrito, La Democracia en el Plata para concluir con una reflexión acerca del legado de la Generación de 1837 para la Ciencia Política Argentina por venir. ¿Por qué he priorizado estos siete personajes entre los más de cincuenta que forman parte de esta sociabilidad generacional? Como espero demostrar a partir del segundo capítulo, cada uno de ellos –Sarmiento, Alberdi, Mitre, V. F. López, Frías, Gutiérrez y Echeverría– representan modos aún vigentes de hacer Ciencia Política. Mientras Sarmiento articula con su mirada, no exenta de apasionamiento hiperbólico, la estructura social con la cultura política para comprender por qué la democracia no funciona del mismo modo aquí o allá, Alberdi nos recuerda que las instituciones importan, y que no se reducen a meras formas traducibles en constructos legales sino que están arraigadas en las costumbres. Mitre y López ponen a la historia política en el centro de una indagación que no deja de ser politológica, en un caso porque encuentra en el devenir de la revolución de la democracia el motor del cambio y, en el otro, porque pretende modificar el fallido presidencialismo argentino de fines del siglo XIX a partir de las lecciones de los antepasados. Al introducir el problema teológico político, Frías instala una cuestión que interpela los fundamentos ontológicos de la política hasta nuestros días. Y Gutiérrez, con su curiosidad y habilidad para entrelazar personas, discursos y experiencias institucionales muy diferentes en una interpretación lógica, conceptual e históricamente coherente adelanta algunos de los rasgos distintivos de la hermenéutica como enfoque epistemológico. Echeverría, aun con menos sofisticación teórica y analítica que el resto, es el responsable de haber propuesto un sueño a su generación, que también es el nuestro, de quienes dos siglos después seguimos fascinados por el enigma de la política: comprender los cómo y porqués de la democracia en el fin del mundo.

Capítulo 1
¿Quién es quién en la Generación de 1837?
Formación, consolidación y crisis de una sociabilidad intelectual

“Voy a ocuparme pronto de una mirada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año ’30 en adelante. Precisamos inventariar lo hecho para saber dónde estamos y quiénes han sido los operarios. No creo que haya otros nombres que los de nuestra gente. Veremos qué dirá la otra. Se quedará con la boca abierta.”

Esteban Echeverría, Carta a Juan María Gutiérrez, fechada en Montevideo el 24 de diciembre de 1844 (Echeverría, 1940: 366)

El 23 de junio de 1837, probablemente un viernes, tres jóvenes, Juan Bautista Alberdi de veintiséis años, Marcos Sastre y Juan María Gutiérrez, ambos de veintiocho años de edad, se preparaban para enunciar los discursos inaugurales del Salón Literario. Esta asociación iba a tener como lugar de reunión la librería del propio Sastre, situada en el centro de la ciudad de Buenos Aires. El objetivo de la misma era someter a discusión las novedades artísticas y literarias de la época e incitar en la joven generación, que había nacido cerca de la revolución de mayo de 1810, el espíritu reflexivo necesario para que la sociedad democrática que había irrumpido tras el fin del orden colonial dejara de ser tan ingobernable. No estaban presentes ese día ni Esteban Echeverría (1805-1851), el poeta admirado por sus contemporáneos, ni Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), un sanjuanino provocador que no pondría sus pies en Buenos Aires hasta febrero de 1852. Sin embargo, estuvieron dos amigos personales de Sarmiento, también oriundos de San Juan: Antonino Aberastain (1810-1861) y Manuel Quiroga Rosas, nacido en 1810, quien llevó las novedades asociativas porteñas a su ciudad natal. El cordobés Mariano Fragueiro (1795-1872) sí fue de la partida, lo mismo que Dalmacio Vélez Sarsfield (1800-1875), igualmente oriundo de la provincia mediterránea y que había viajado por muchos lugares de la entonces Confederación Argentina6 acompañando al caudillo federal Juan Facundo Quiroga (1793-1835). Marco Avellaneda (1813-1841), nacido en Tucumán, donde volvió a residir en 1834, fue parte de la audiencia que escuchó la alocución pronunciada por su coterráneo, Alberdi. Pero el íntimo amigo de este último, Miguel Cané padre (1812-1852), con quien compartió libros y cuya abuela, Bernabela Farías de Andrade, lo adoptó como un nieto más,7 leyó las intervenciones impresas días más tarde, porque ya se encontraba exiliado en Montevideo. Además de Santiago Cazaldilla (1806-1896) y Vicente Fidel López (1815-1903), que escribieron en sus años de vejez memorias donde contaron este acontecimiento junto con otras aventuras de juventud, asistieron al acto de apertura de esta sociedad filosófico literaria María Sánchez (1786-1868), viuda de Martín Thompson desde 1819 y ya separada de Washington de Mendeville, en cuya casa de interpretó por primera vez, en 1813, el Himno Nacional Argentino, y Vicente López y Planes (1814-1856). Este último, de 52 años, autor de la letra de la ya mencionada canción patria y político experimentado, cerró la velada con unas palabras que auguraban a la sociedad y sus jóvenes miembros un futuro promisorio. Juan Thompson (1809-1873), hijo de Mariquita, charlaba con su amigo Félix Frías (1816-1881) y se manifestaban algo recelosos del anti-hispanismo del discurso de Gutiérrez. Como buenos católicos practicantes no compartían el rechazo a la religión y culturas heredadas de la madre patria. Y sentado en un rincón, quizás cerca de Rafael Corvalán (1809-1860), hijo del edecán del gobernador Juan Manuel de Rosas (1793-18), el napolitano Pedro de Angelis (1784-1859) escuchaba atento para redactar una detallada crónica en los periódicos oficiales. No muy lejos, se encontraba José Mármol (1817-1871), futuro autor de Amalia, que charlaba acaloradamente en sus contertulios. Algo más desapercibido pasaba Juan Bautista Cuneo, que se había escapado de la península itálica por las persecuciones sufridas por los partidarios de Giuseppe Mazzini. Él fue quien seguramente relató, años después, a su amigo Bartolomé Mitre, ausente del encuentro, lo que dijeron Alberdi, Sastre y Gutiérrez.

Meses después del acto inaugural, Sastre le escribe a Esteban Echeverría para que organice un plan de lecturas para debatir en el Salón Literario. Luego de algunas dilaciones, el escritor acepta. Más tarde, se cree que el poeta asumió la presidencia de la asociación. Sin embargo, el 10 de enero de 1838, con un escenario político convulsionado, dentro y fuera de la Confederación, el Salón Literario cierra sus puertas y Sastre remata los libros que le quedaban en el stock del gabinete de lectura. Quizás este hecho haya sido el incentivo para que Echeverría pusiera en marcha un proyecto político cultural que tuvo su impronta: la Asociación de Mayo, fundada el 8 de julio de 1838. Esta sociedad, que en su origen se denominó Joven Argentina, bajo el influjo de los conspiradores de la Joven Italia, tuvo filiales en otras ciudades, además de Buenos Aires, y sus miembros se juramentaron un código que expresaba sus expectativas respecto del porvenir político y social de la futura nación Argentina. Ese fue el manifiesto liminar de la Generación de 1837 que la posteridad conoció con el nombre de Dogma Socialista.8

Lo relatado hasta aquí está documentado, aunque los testimonios no coinciden en las fechas exactas en que estos eventos sucedieron. Quienes han narrado los primeros momentos de la Generación de 1837, contemporáneos o no, han tendido a mitificar estos hitos institucionales con la intención de que los orígenes de esta sociabilidad estén a la altura de las expectativas que tiene todo aquel que evoca a estas figuras fundacionales de la política y la cultura argentinas.

En este capítulo se cuenta la historia colectiva de la Generación de 1837 como grupo cultural y político. A diferencia de los capítulos siguientes, el foco no está puesto en personas singulares ni en sus roles de autores de textos emblemáticos de una embrionaria ciencia política argentina sino en la sociabilidad generacional que les da unidad como un colectivo. Y lo que resulta más llamativo es que esa identidad colectiva sigue operando cuando amistades o relaciones cercanas se deterioran a partir de 1852, tras la caída del régimen político encabezado por Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.9 Entonces, varias figuras representativas de la Generación de 1837 asumen posicionamientos políticos que los distancian entre sí.

Hemos utilizado el término sociabilidad aplicado a la Generación de 1837 sin explicar su sentido. Desde un punto de vista técnico, es decir, como categoría de la historia política, según Pilar González Bernaldo de Quirós (2004: 434), “la sociabilidad remite a prácticas sociales que ponen en relación un grupo de individuos que efectivamente participan de ellas y apunta a analizar el papel que pueden jugar esos vínculos”. Pero también la sociabilidad es un vocablo nativo que utilizan algunos miembros de la Generación de 1837 para referirse a un conjunto de reglas o valores compartidos que caracterizan a un determinado momento del proceso civilizatorio occidental moderno en un contexto temporal y geográfico determinados. Es un sinónimo de civilidad, tal vez un término más preciso desde un punto filosófico político, aunque esta categoría es más usada por los analistas de la Generación de 1837 que por quienes se identificaban como parte de ese colectivo (González Bernaldo de Quirós, 2004: 423-424, 427, 430-431; Villavicencio y Rodríguez, 2011). A su vez, es factible referirse a una sociabilidad conceptual común que remite la concepción tocquevilliana de la Ciencia Política y permite articular los usos de democracia, nación, república, gobierno representativo, ciudadanía observables en diferentes intervenciones de referentes de la Generación de 1837 en distintos momentos de sus trayectorias (Betria y Rodríguez Rial, 2018).

Un estudio historiográfico de la Generación de 1837 como una sociabilidad político-cultural implica, en un plano epistemológico, que se deben tener en cuenta prácticas e instituciones y analizar cualitativamente elementos estructurales (capitales sociales o culturales, posiciones, relaciones) que pueden cuantificarse. Para poder abordar esta última dimensión, identificamos un conjunto de agentes sociales compuesto por más de cincuenta individuos, todos hombres con excepción de una mujer, María Sánchez, y un conjunto de indicadores que remiten a propiedades posicionales o relacionales.10 En lo que sigue de este capítulo, luego de dar cuenta de espacios, más o menos formalizados, donde se vincularon y explicar por qué creemos que la denominación Generación de 1837 es la más adecuada para referirse a la identidad compartida por esta elite político intelectual, se describirán las etapas de este colectivo político generacional y se analizará esa sociabilidad desde un punto de vista estructural a partir de una metodología que combina la sociología de los campos y habiti de Pierre Bourdieu (1998) con el análisis de redes.

1. Aulas, bibliotecas, librerías, empresas periodísticas y sociedades públicas o casi secretas: los espacios de sociabilidad de la Generación de 1837

Comenzamos la introducción de este capítulo refiriéndonos al Salón Literario y al juramento de la Joven Argentina, que constituyen hitos institucionales tan míticos como reales de la sociabilidad de la Generación de 1837. Para comprender las características y el impacto de los mismos en la configuración de una identidad generacional es necesario distinguir tres tipos de espacios de sociabilidad presentes en los distintos momentos de la trayectoria de este colectivo intelectual.

Un primer tipo corresponde a los espacios de encuentros fuertemente institucionalizados por las asociaciones o sociedades que cuentan con al menos una nómina relativamente explícita de miembros. La Joven Argentina contó con al menos treinta y cinco miembros (Gutiérrez, 1940: 42) y sus filiales, por ejemplo la de San Juan organizada a instancias de Manuel Quiroga Rosas y Sarmiento (2001:133) y de la que participaron Indalecio Cortínez, Aberastain, Guillermo Rawson (1821-1890) y Benjamín Villafañe, o la de Córdoba, organizada por Vicente Fidel López, constituyen un claro ejemplo de sociedades políticas (Echeverría, 1940: 105-107). Estas últimas, sin dejar de lado el debate cultural, tenían como objetivo proponer un modelo de hacer política, protagonizada por los miembros de la joven generación, que superara las deficiencias que, a su juicio, tenían tanto los federales como los unitarios, hasta entonces los partidos o facciones políticas predominantes.11 El carácter claramente político de estas asociaciones se vio reflejado no solamente por la decisión de sus miembros de juramentar una creencia que expresaba valores compartidos sino en la reacción que produjeron en sus contemporáneos. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien había sido bastante condescendiente con el Salón Literario y algunas publicaciones escritas por referentes de la Generación de 1837 en años previos, y sus aliados en otras provincias como Belisario Benavídez (San Juan), Felipe Heredia (Santiago del Estero) o Pascual Echagüe (Entre Ríos), vieron la red de asociaciones que compartían el ideario de la Joven Argentina como un desafío a su poder político. De hecho, a fines de 1838 y a principios de 1839 las persecuciones van a ser mayores y varios asociados se exilian fuera del territorio de la confederación.12

Dentro de este primer tipo de sociabilidad también se puede mencionar a la Asociación de Estudios Históricos y Sociales o Sociedad de Estímulo, que funcionó en 1833 en la casa de los hermanos Jacinto y Demetrio Rodríguez Peña (1817-1867), sita en Venezuela entre Perú y Bolívar, a pocas cuadras del colegio de Ciencias Morales y de la sede de Universidad de Buenos Aires en ese momento. Esta asociación puede haber tenido como antecedente o desarrollarse contemporáneamente a otra que tuvo un nombre similar y se derivaba de un grupo de estudio previo. La misma habría tenido lugar en la casa de la familia materna de Cané (Weinberg, 1958: 31). Estas sociedades eran mayormente prolongaciones de grupos de estudio formados por estudiantes de la universidad o del colegio de Ciencias Morales, ya que estos últimos compartían clases con quienes asistían a los cursos preparatorios para la universidad (ver segundo tipo de sociabilidad).

El Salón Literario, que surgió como complemento de las actividades de la librería, y el gabinete literario de Marcos Sastre (1808-1887), inaugurados entre 1833 y 1835, tuvieron un alto grado de institucionalización, dado que quienes eran miembros regulares pagaban una suscripción anual que les permitía hacer uso de la biblioteca, participar de las reuniones literarias y recibían de forma gratuita las impresiones que hacía el establecimiento de los trabajos literarios (Weinberg, 1958: 55). Su impacto excedió la comunidad de sus asociados regulares, si se tiene en cuenta la conservación de los discursos enunciados el día de su fundación y el hecho de que ha podido reconstruirse la nómina de quienes asistieron al acto inaugural en junio de 1837. Echeverría se hizo cargo de la organización de un plan de lecturas a pedido del dueño de la librería; los socios eligieron autoridades, presidente, vice y secretarios. Sin embargo, su escasa durabilidad en el tiempo –poco más de seis meses– puede ser un factor que ponga en duda el grado de institucionalidad de este espacio de sociabilidad que asoció a la generación con un año específico.

Si bien las instituciones escolares no pueden ser consideradas espacios de sociabilidad en sentido estricto porque la pertenencia a los mismos no se debe a la voluntad de formar una comunidad asociativa sino al deseo de adquirir capitales culturales, académicos y ligados, no pocas veces, al prestigio intelectual, también son ámbitos donde se forjan vínculos que quienes allí estudian pueden capitalizar socialmente en otros momentos de su trayectoria vital (Bourdieu, 1970: 169-206; Bourdieu, 1998: 61-96). Las instancias de educación formal fueron lugares donde varios miembros del grupo se conocieron y empezaron a desarrollar relaciones que se mantuvieron durante casi toda su vida. Hubo quienes se frecuentaban desde la infancia o la pubertad como quienes asistieron al colegio de la familia Cabezón, Vicente Fidel López y Cazaldilla, o al Ateneo, dirigido por Pedro De Angelis (Cutolo, 1968: 152-3, 573-81). Tal era el caso de Félix Frías y José Tomás Guido. Algunos se conocieron en sus provincias natales cuando se preparaban para asistir al Colegio de Ciencias Morales, como Antonino Aberastain y Sarmiento, aunque este último finalmente no viajó a Buenos Aires porque no fue seleccionado por el sorteo. Los beneficiados por la suerte fueron Aberastain y Cortínez, que estudió medicina el la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se recibió con una tesis sobre el tiempo en que deben apuntarse los miembros en caso de infección. Otros establecieron conocimiento personal en los claustros del colegio, que los alumnos del secundario compartían con quienes preparaban el ingreso a la UBA. Estos pasillos y aulas fueron un ámbito propicio para comentar gustos y lecturas que no siempre se limitaban a Virgilio u Horacio. En tal sentido, a pesar de la críticas que van a hacer a posteriori al tipo de enseñanza universitaria impartida en la década de 1830 (Gutiérrez, 1998: 259-451; Alberdi, 1900: 280), la UBA permitió que la gran mayoría de los miembros de la Generación de 1837 conociera a sus coetáneos o que, gracias a su contacto con alguien que había cursado allí sus estudios, pudiera relacionarse con esta red político intelectual.

Un segundo tipo de espacios de sociabilidad es más difuso, ya que está basada en intereses culturales comunes que se expresan como una grupalidad no formalizada en asociaciones propiamente dichas pero que, en el caso de la Generación de 1837, comienza a desarrollarse en instituciones escolares. También se formaron afinidades en torno de lecturas compartidas. Rousseau, Las Ruinas de Palmira de Volney, Victor Hugo, Leroux, Lerminier, Fernimore Cooper, Constant, Guizot, Jouffroy, Byron, Shakespeare, Larra o Jovellanos fueron lecturas tempranas a las que se sumó, en la década de 1840, La Democracia en América. La biblioteca de los Cané, o mejor dicho de los Andrade, la familia materna de Miguel, atrajo a muchos colegas de estudios del nieto que solían llevar sus libros para leer en clase porque le resultaban más entretenidos que las lecciones de los profesores. De hecho, Alberdi entabla amistad con Cané, cuando aburrido durante la clase de latín del profesor Guerra descubre a su compañero leyendo de manera absolutamente apasionada La Nueva Eloísa de Jean Jacques Rousseau (Alberdi, 1900: 278-279). Otra biblioteca frecuentada fue la de Santiago Viola, que contaba con mucho dinero por ser el administrador rural de los bienes de su abuelo. Si bien ninguno de estos espacios llegó a conformar un gabinete de lectura con reglas formalizadas como el de Marco Sastre, fueron espacios de intercambio de libros e ideas que sirvieron de antecedentes del Salón Literario. En 1834 José Tomás Guido y Alfredo Bellemare, profesores de Derecho Penal y Criminal en la UBA, tradujeron el Curso de Historia de la Filosofía de Víctor Cousin,13 cuya primera lección se publicó el 19 de mayo (Myers, 2004: 169). El resto de las lecciones traducidas no se publicaron por falta de financiamiento. Dalmacio Vélez Sarsfield, ayudado por Vicente Fidel López, editó las Instituciones de Derecho Canónico del austríaco Gmeiner. Así pues, la edición y traducción de obras jurídicas, filosóficas y literarias fue no sólo una tarea formativa sino que favoreció la sociabilidad. A pesar de este gusto por las novedades literarias que no formaban parte de los programas de estudios de los cursos universitarios, también surgieron grupos cuyo origen fue preparar juntos alguna asignatura como “Derecho Comercial” donde, por falta de ejemplares, varias camadas debieron compartir el libro de Pardessus. Incluso los apuntes del “Curso de Filosofía de Diego Alcorta” llegaron a comercializarse en manuscrito (Weinberg, 1958: 12, 30). En los tiempos del exilio, el uso de los libros como intermediarios de las relaciones interpersonales se va a observar en intercambios epistolares, cuyo tema central era en muchas ocasiones el comentario de alguna publicación de algún colega de la Generación de 1837 o una novedad literaria o filosófica europea o estadounidense.

Otro ejemplo de este tipo de sociabilidad son los grupos de estudios que se organizan durante la etapa universitaria en torno de las cátedras o departamentos. Quienes asistieron a los cursos de Filosofía que Alcorta dictaba para el Departamento de Estudios preparatorios armaron un grupo muy sólido de admiradores del profesor que enseñaba la doctrina de Destutt de Tracy, como relata José Mármol (2011: 31-32, 35-37) en Amalia.14 También hicieron lo propio quienes asistían a las clases de “Derecho Constitucional”, la de “Derecho Comercial” o “Penal” en el Departamento de Ciencias Jurídicas. El Instituto Topográfico en el Departamento de Ciencias Exactas, donde se formó Juan María Gutiérrez con Félix Orma como agrimensor, fue uno de los pocos espacios donde primaba una concepción moderna y práctica de la ciencia que los miembros de la Generación de 1837 juzgaban más útil para la sociabilidad democrática moderna que la teología o el derecho canónico.15 Quienes estudiaban en el departamento de Medicina sentían devoción por Cosme Argerich, Juan Antonio Fernández, Juan José Montes de Oca u Octavio Mosotti, que fueron cesanteados de sus puestos docentes cuando Rosas asume por segunda vez la gobernación de Buenos Aires en 1835.

El tercer tipo espacio de sociabilidad es el que se produce gracias a la prensa, en este caso entendida como empresa periodística. Ser parte de un mismo proyecto editorial, por ejemplo de un periódico o un diario fundado por un grupo de amigos, o ejercer como editores o redactores, un medio de prensa establecido por otros miembros de la Generación de 1837, son modos de entrar en contacto entre sí durante y después de sus respectivos exilios. El Museo americano (Buenos Aires, 1835), El Recopilador (Buenos Aires, 1836), El seminario de Buenos Aires en 1837, La Moda (Buenos Aires, 1837-1838), El Zonda (San Juan, 1839), El Iniciador (Montevideo, 1838-1839), El heraldo argentino (Chile, 1841), El Mercurio de Valparaíso y El progreso en Chile entre 1841 y 1851, El Comercio del Plata y El Talismán en la década de 1840 en Montevideo entre 1845 y 1850, El Nacional Argentino (1860), La Nación (1870), El Censor (1885-1892), entre otras publicaciones, auspiciaron de lugares de encuentro de varias de las plumas más prolíficas que se identificaron en algún momento o a lo largo de su trayecto vital con las ideas del Código o declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina o Creencia social que se juramentó en 1838.

Algunas de estas publicaciones resultaron más conocidas que otras por el impacto que tuvieron como legado de la Generación de 1837 para la posteridad y no necesariamente por su popularidad, medida en términos de lectores/suscriptores, que tuvieron entre sus contemporáneos. Tal es el caso de La Moda o El Zonda, que publicaron pocos números, pero que son recordados por lo que luego significaron para Alberdi y Sarmiento. Sin embargo, cabe mencionar que en La Moda, además del estilo satírico y la ironía fina inspirada en Mariano José Larra, ya se encuentran algunos de los tópicos alberdianos como la preocupación por la democracia como un estado social más que como un régimen político16 y el poco eco que producen sus ideas en el contexto sociocultural en que son enunciadas. Esto afirma el joven tucumano enmascarado como su alter ego, Figarillo, en el número 17 del 10 de marzo de 1838, en la sección Boletín Cómico, cuando titula su intervención “Predicar en el Desierto”:

¡Y qué pocas son las ocasiones que no se predica de este modo en estos tiempos! (...) Escribir en La Moda es predicar en desiertos porque nadie la lee (...). Escribir ideas filosóficas, generalidades de cualquier género, mirar de un punto de vista poco individual es predicar en desiertos. (Alberdi, 2011: 118)

El caso de El Zonda es un ejemplo típico de cómo circulaban las novedades literarias entre los miembros de la Generación de 1837, aunque se encontraran en regiones muy distantes entre sí del entonces territorio de la Confederación Argentina. De hecho, en varios números aparecen aludidos, y más bien plagiados que citados, pasajes de artículos de la Revista Enciclopédica firmados por Pierre Leroux, Carnot y Reynaud. Como son muy similares a varias referencias que aparecen en La Moda, llegamos a pensar que esta publicación había operado como una especie de intermediaria. Sin embargo, al ser Quiroga Rosas el propietario de uno de los ejemplares de la revista francesa de donde se inspiraron los articulistas de ambos semanarios, es también factible que los colaboradores de la publicación que fue editada en San Juan en 1839 hayan tenido acceso de primera mano a la revista francesa.

399
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9788418929175
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