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Para finalizar, debes tener presente que el trabajo sobre la identidad grupal debe reservarse para los equipos base, no para los esporádicos que se forman para actividades concretas. Un grupo con un sentido desarrollado de pertenencia en torno a una identidad definida se convierte en un referente fundamental para el alumno, lo que facilita su integración en la clase al tiempo que le ofrece un sistema de apoyo y ayuda muy potente. Y esto no es lo que pretendemos al organizar un agrupamiento que no se va a alargar más allá de una tarea determinada.

El sentido de pertenencia

Todas las tareas que has realizado hasta ahora para trabajar la cohesión o la creación de una identidad colectiva generan en los niños un sentimiento de pertenencia a su grupo cooperativo.

Pero aún hay más. En los siguientes capítulos vamos a completar las estrategias que necesitas para organizar en tu aula una red de aprendizaje:

• Por ejemplo, veremos que el sentido de pertenencia a un grupo genera interdependencia positiva, un elemento clave dentro de las dinámicas de cooperación. Para que nos entendamos —aunque profundizaremos en ello más adelante—, esto significa que el grupo se compromete con unas metas comunes, tanto individuales como grupales, y es consciente de que todos sus miembros son imprescindibles para alcanzarlas.

En la medida en que se construye adecuadamente la identidad colectiva en cada uno de los grupos, crecen el sentido de pertenencia y la interdependencia, y ambos redundan positivamente en el trabajo en equipo.

• Otro ejemplo: los roles —funciones complementarias e interdependientes que asumen los miembros de un grupo para organizar su trabajo— establecen un marco de relación en el que todos los alumnos son necesarios y pueden realizar su aportación al equipo. Este concepto influye positivamente en la cohesión grupal y en el establecimiento de relaciones positivas.

• Pero también podríamos añadir el hecho de compartir unas normas que los alumnos han consensuado y asumido como necesarias; o de celebrar juntos los éxitos o analizar juntos lo que ha salido mal para pensar cómo podemos mejorarlo; o la seguridad que genera el hecho de contar con los compañeros cuando surge algún problema.

Así que te invitamos a que sigas leyendo, esto no ha hecho más que empezar. Y te lo vamos a explicar todo en los siguientes capítulos. Pronto vas a conseguir transformar tu aula en una auténtica red de aprendizaje cooperativo.

Capítulo dos


No basta con agrupar a los alumnos, disponerlos en el aula y darles una identidad compartida: para que nuestra red de aprendizaje funcione, debemos organizar el contexto en el que se relacionan y trabajan juntos, procurando que esta interacción contribuya a mejorar la experiencia escolar de todos los estudiantes. Y dos de los elementos clave para conseguirlo serán las normas y los roles cooperativos. Nos ocuparemos de ambos en el segundo capítulo de este libro.

Organiza un contexto cooperativo

Estás comprobando que este libro no pretende ser una obra teórica sobre el aprendizaje cooperativo en la etapa de Educación Infantil, sino que, por el contrario, aspiramos a que pueda convertirse en una herramienta práctica que te allane el camino a la hora de enfrentarte a la compleja —y, por supuesto, emocionante— tarea de convertir tu clase en una red de aprendizaje, en la que los niños y las niñas quieran, puedan y sepan aprender cooperando.

Como seguramente te estás imaginando, establecer un contexto en el que sea posible la cooperación exige algo más que agrupar a los alumnos. “Pero, entonces, ¿cómo lo hago?”, estarás pensando. No desesperes, incorporar la cooperación a la dinámica habitual de tus clases exige paciencia. Debes ir desarrollando toda una serie de acciones que no solo se van construyendo cada una sobre la anterior, sino que preparan el camino para la siguiente. En este sentido, una vez que hayas agrupado al alumnado, debes procurar organizar un contexto en el que la interacción cooperativa fluya de manera adecuada. No olvides que ese contexto no solo va a condicionar las dinámicas de trabajo en el aula, sino también la propia conducta de los estudiantes.

Imagina que tienes un alumno en clase que, en mitad de una tarea con su pareja, se impacienta, coge el lápiz de su compañero y comienza a hacer el trabajo por él o puede que incluso le dé la respuesta. Seguro que, si alguna vez has puesto a tus alumnos a trabajar juntos, has vivido situaciones como esta. ¿O te ha ocurrido tal vez que un niño te diga que no quiere hacer una actividad con el compañero que le ha tocado? Es más, puede suceder que uno no deje participar al otro y, en ocasiones, verás hasta que los miembros de un equipo no permiten a alguno de los integrantes del grupo desempeñar el rol que tiene asignado. Habrá también, por otro lado, momentos en los que afortunadamente todos estén por la labor de trabajar cooperativamente, pero el nivel de ruido sea excesivamente elevado.

Si has vivido alguna de estas situaciones, has de saber que no es algo raro: ¡A todos nos han pasado cosas como estas! Como hemos dicho, para promover dinámicas cooperativas adecuadas se necesita algo más que juntar a los estudiantes en equipos heterogéneos y sentarlos en la misma mesa: es necesario que nos aseguremos de que esa interacción contribuye al aprendizaje de los alumnos. Es decir, (y subraya con un color llamativo la siguiente afirmación, porque te será de ayuda a lo largo de tu experiencia en esto de la cooperación):

No se trata de que hagan cosas juntos, sino de que, trabajando juntos, aprendan a hacer las cosas solos.

En consecuencia, se trata de que desarrolles las acciones necesarias para que las dinámicas cooperativas conduzcan a la mejora del desempeño individual del alumnado, lo que, en principio, puede parecerte una empresa muy compleja. Y no te vamos a mentir: fácil, no es. Ahora bien, poco a poco, a medida que vayas avanzando por los distintos capítulos que componen esta obra, irás conociendo e interiorizando toda una serie de herramientas que te permitirán asumir dicha empresa con unas ciertas garantías de éxito.

La interacción promotora

A lo que íbamos, ¿cuál es tu principal tarea llegados a este punto? El aprendizaje cooperativo pasa, indefectiblemente, por una situación en la que la interacción social contribuye a potenciar el aprendizaje de los estudiantes. En este sentido, una de las condiciones básicas del aprendizaje cooperativo es justamente esta interacción promotora, que convierte el trabajo conjunto en una maravillosa oportunidad de aprendizaje para todos los estudiantes, independientemente de sus características, intereses y necesidades.

Pero ¿en qué se traduce esa interacción promotora? Seguro que los siguientes ejemplos te ayudan a clarificar el término:

¿Has observado alguna vez que tus alumnos se animan entre ellos al llevar a cabo una tarea o se estimulan continuamente durante el desarrollo de una actividad?: “Venga, que ya te queda poco”, “¡Lo estás haciendo muy bien!”. Si es así, ¡enhorabuena! Ya estás un paso más cerca de encontrar la interacción promotora en tu aula. Al igual que si, por ejemplo, a la hora de ponerse los abrigos para ir al patio, escuchas: “Empieza por este lado, es más fácil, yo lo hago así”. Esa forma de observar que el otro no hace las cosas de la misma manera e intentar corregirlo para ayudarle a mejorar, genera también interacción promotora.

Pero podrías, además, ver que tus alumnos recurren a sus compañeros en busca de ayuda antes que a ti y, es más, que estos se la prestan de inmediato. Y en ese instante observas que se dan pistas en lugar de decirse directamente la respuesta para acabar antes: “Se escribe con la o de Olga”. A esto, más de uno lo ha llamado #EseMágicoMomentoEnElQueAmbosAprendenALaVez.

Te encontrarás muchas veces con situaciones en el aula en las que se generan formas distintas de pensar y de hacer las tareas, derivadas del intercambio de opiniones, recursos o estrategias. Esto se traduce en escuchar algo como: “¿Tú qué opinas?, ¿y tú?, ¿estamos todos de acuerdo?”. Estas preguntas pueden surgir con toda seguridad a la hora de elegir un rincón de actividad o de decidir a qué jugar.

No debes olvidar que, a la hora de potenciar la interacción promotora de tu clase, resultan claves la cohesión grupal y la confianza, es decir, conseguir generar un ambiente de trabajo en el que los alumnos se sientan a gusto y no tengan reparo en pedir ayuda si la necesitan. De esta forma, las relaciones serán más fluidas y el clima de la clase, más agradable.


Después de haber leído estos ejemplos, ¿por qué no haces una lista propia de algunas situaciones indeseables que pueden ocurrir (o que ya has vivido) en el aula y que no favorecen esa interacción de la que tanto hablamos? Piensa que no solo las habrás experimentado como profe sino probablemente, también como estudiante en tu infancia.


Y ahora cambiémonos las gafas de ver lo negativo por las de ver lo positivo. Ha llegado la hora de rastrear la IP (interacción promotora) de tu clase. ¿Cómo se manifiesta entre tus alumnos? Realiza este control de calidad pensando en la dinámica de tu aula. ¿Qué ves?

Control de calidad de mi grupo-clase


1. ¿Tus alumnos tratan de animar a sus compañeros cuando trabajan juntos? no
2. Cuando un alumno tiene un problema, ¿acude a los compañeros antes que al profesor? no
3. Si un alumno pide ayuda, ¿su compañero deja lo que está haciendo para ayudarlo? no
4. ¿Ayudan sin decir la respuesta o hacerle el trabajo al otro? no
5. Cuando tienen que tomar decisiones conjuntas, ¿dialogan para llegar a acuerdos? no
6. ¿Las dinámicas grupales los llevan a dialogar sobre la tarea que se está realizando? no
7. ¿Permanecen con su equipo y son capaces de avanzar junto a sus compañeros? no
8. Cuando trabajan juntos, ¿miran al compañero que habla en cada momento? no
9. ¿Respetan el turno de palabra? no
10. ¿Celebran los éxitos de su equipo? no

¿Cómo ha resultado el control de calidad? ¿Tienes una clase en la que la interacción entre los niños y las niñas promueve su aprendizaje o una situación en la que, por el contrario, lo obstaculiza? En este punto debes tener algo claro: no lograrás cooperación si no trabajas de manera explícita en la generación de una dinámica en la que la interacción social se ponga al servicio del aprendizaje de todos los estudiantes. Esto te va a exigir necesariamente que reflexiones sobre el contexto en el que trabajan tus estudiantes y, a partir de este análisis, que procures potenciar todo aquello que lleve a la interacción promotora y trates de cambiar todo lo que la dificulte. No lo olvides nunca que solo cosecharás cooperación en un contexto cooperativo. Cooperar en contextos individualistas, en los que no se fomenta la interacción, o, lo que es peor, en contextos competitivos, en los que se fomenta una interacción de oposición, suele ser una tarea condenada al fracaso.

Partiendo de todo el análisis anterior, debes empezar a desarrollar las acciones pertinentes para generalizar una dinámica cooperativa, en la que el trabajo conjunto de los estudiantes conduce a la promoción y mejora del desempeño individual de cada uno de los estudiantes. En otras palabras, como ya hemos dicho, que juntos aprendan a hacer las cosas solos.

Es entonces cuando tienes que preguntarte: ¿Cómo puedo potenciar esa interacción promotora? Es decir, ¿qué tendría que ver y no veo? Podríamos darte toda una batería de respuestas a esta pregunta, pero es necesario que seas tú quien las construya partiendo de la base de que cada clase es única y presenta unas características y necesidades concretas. No todo funciona igual para todos.


Se nos ocurre que es un buen momento para que hagas un alto en el camino. ¿Te parece tomarte un café y compartir una buena charla con un colega que tenga tus mismas inquietudes? Juntos podéis pensar ideas para potenciar la interacción promotora en un aula de Infantil. Es más, te animamos a que no retomes el capítulo hasta que las tengas.


Si después de este paréntesis, el análisis que habéis hecho no ha sido del todo positivo, no te preocupes. Los niños no llegan al aula sabiendo cooperar y, durante mucho tiempo, la escuela no ha sido particularmente un espacio para la cooperación. Así que coge aire y respira hondo, la interacción promotora es algo que tienes que conquistar con tu trabajo diario. Con las siguientes pautas, vamos a ayudarte a potenciarla en tu aula de Infantil:

• Cuidar los agrupamientos y la disposición del espacio. Con alumnos de Infantil es muy interesante comenzar a trabajar en parejas y, a medida que vayan adquiriendo ciertas destrezas cooperativas, aumentar el tamaño del grupo. Pero hacer emparejamientos que realmente funcionen no es tarea fácil, por ello te aconsejamos tomarte tu tiempo para reflexionar. Además, existen otros factores que potenciarán la interacción promotora en tu aula en función de cómo los gestiones como, por ejemplo, el tamaño de los equipos, el tiempo que permanecerán juntos, que en todos los grupos haya un alumno que sea capaz de pedir ayuda o, incluso, algo que a veces pasamos por alto: que la disposición de la clase no solo facilite el diálogo y el trabajo conjunto, sino que además permita a todos los alumnos verte cuando requieres su atención.

• Crear interdependencia positiva. Es fundamental que generemos situaciones en las que necesiten al otro. Por ejemplo, si cuando terminan una tarea pedimos al azar a uno de los alumnos que diga la respuesta del equipo, conseguiremos que se necesiten, que todos estén involucrados en la actividad y, además, evitaremos que siempre sea el mismo alumno el que explique lo que ha hecho el equipo.

• Enseñar destrezas cooperativas. ¡No se puede cooperar bien sin destrezas cooperativas! Enseñarlos a ayudar, a respetar el turno de palabra, a ejercer un rol determinado o, lo que a veces resulta más complejo, a respetar al compañero cuando ejerce el suyo son algunos de los pilares sobre los que se sustenta la interacción promotora.

• Reforzar las interacciones promotoras. Si en un grupo se prestan ayuda, podemos reconocerlo en público (un aplauso, unas palabras bonitas); incluso podemos “premiarlos” con algo significativo para ellos (elegir una canción, el cuento que se va a contar), siempre y cuando esas recompensas más extrínsecas se vayan canalizando hacia otros refuerzos más intrínsecos como la satisfacción de estar haciendo las cosas bien.

• Potenciar las celebraciones grupales. ¿Hay algo más enriquecedor que el trabajo bien hecho? Sería estupendo que celebrasen con su pareja o con el equipo aquello que les ha salido genial, ya sea con un grito de equipo, un baile o un choque de manos. Pero seguro que a ti se te ocurren formas más divertidas y originales que proponerles.

• Establecer normas que promuevan la cooperación. Las normas van a delimitar el contexto en el que se van a mover tus alumnos y, por tanto, si quieres que tus pequeños aprendices cooperen, tendrás que establecer unas normas que los lleven a ello. Si, por ejemplo, establecemos que se pide ayuda a los compañeros antes que al profe, ya estamos favoreciendo entre ellos la interacción promotora.

• Asignar al alumnado roles útiles y eficaces que favorezcan la interdependencia dentro del equipo. Cuando cada miembro del equipo tiene una responsabilidad que solo él puede llevar a cabo y que el grupo necesita para sacar adelante la tarea, ya hemos conseguido que sean interdependientes —que se necesiten unos a otros— y, con ello, estamos favoreciendo una interacción que promueve la participación de todos en las dinámicas de aprendizaje.

Estos dos últimos puntos tienen especial relevancia a la hora de crear un contexto que apunte a la cooperación, ya que constituyen dos elementos clave a la hora de organizar una dinámica de trabajo basada en la interacción promotora. En primer lugar, estableciendo un marco normativo que no solo facilite la cooperación, sino que además la promueva. Y, a continuación, con la implantación de unos roles que sirvan para crear sentido de interdependencia entre los miembros de un equipo y, además, promuevan la autorregulación del trabajo grupal. Su objetivo es generar situaciones de cooperación que faciliten el trabajo en equipo y que resulten eficaces.

Por tanto, vamos a ocuparnos con un poco más de detalle de ambas cuestiones. Así, cuando termines este capítulo, contarás con dos herramientas muy interesantes a la hora de organizar un contexto en el que pueda florecer la cooperación.

Las normas

Ponte en situación:

Una niña no consigue terminar su tarea porque la ha dejado a un lado para ayudar a un compañero que no logra avanzar en su trabajo. Por el contrario, otro niño del grupo ha terminado ya y, además, ha sido el primero de la clase en hacerlo.

De a quién reconozcas tú depende la interacción promotora y la cultura de la cooperación de la clase. Si tú reconoces al niño que terminó porque ha terminado, estás promoviendo un alumnado individualista; si, además, lo reconoces por haber terminado antes que nadie, lo que estarás promoviendo es un alumnado competitivo, al que no le basta con hacer las cosas, sino que además quiere hacerlas “antes” o “mejor” que sus compañeros. Ahora bien, si tú reconoces a la niña que se detuvo para ayudar a su compañero, estás promoviendo alumnos cooperativos.

¿Qué tipo de alumnos quieres en tu aula? Obviamente, si quieres que los niños presten ayuda, tendrás que establecer como norma que “Si te piden ayuda, dejas lo que estás haciendo y atiendes a tu compañero”, igual que la niña del ejemplo anterior. Ten en cuenta, que la normativa que interioricen tus alumnos va a depender en gran medida de lo que tú valores.


Piensa un poco en todas esas “costumbres” que tenemos en el aula y que promueven la competición por encima de la cooperación: premios al que termina antes, murales con estrellas al que mejor hace determinadas cosas, etc. Te proponemos que enumeres alguno de estos “actos competitivos” que todos hemos planteado, con la mejor intención, alguna vez en nuestra clase.


Otro ejemplo:

Si un niño se niega a ayudar a un compañero que así se lo ha pedido, se genera una situación en la que la interacción no promueve el aprendizaje. ¿Por qué? Es muy sencillo: cuando uno enseña a otro, tiene la oportunidad de profundizar en lo aprendido a través de las pistas o explicaciones que da a su compañero, pero, además, el otro está aprendiendo a resolver su tarea de forma eficaz, de mano de un igual.

Aunque puede ocurrir algo menos deseable que lo anterior: que le ofrezca directamente la respuesta, sin necesidad siquiera de intentar llevar a cabo el trabajo por sí mismo. Esto no reporta beneficios para ninguno, al menos a medio y largo plazo, si bien es cierto que en ese mismo instante ambos “se quitan el problema de en medio”.

Ejemplos como los anteriores ponen sobre la mesa la necesidad de una regulación básica del marco de cooperación, que nos garantice que la interacción contribuirá a promover el aprendizaje de todos los estudiantes. En este sentido, podríamos establecer una norma que intente eliminar la opción de dar las respuestas. Podría ser así: “Ayudamos sin hacerle el trabajo al compañero: damos pistas”. De este modo, antes de empezar a trabajar, ya estamos aumentando las posibilidades de que la interacción cooperativa contribuya a generar procesos de mejora y aprendizaje para el alumnado.

Como te estarás dando cuenta, las normas establecen cuáles son las conductas deseables en una situación o un contexto determinado. En este sentido, constituyen un elemento clave a la hora de organizar un contexto de cooperación, porque permitirán que los estudiantes vayan identificando —y, con el tiempo, cuando desarrollen las destrezas necesarias, interiorizando— las conductas precisas para desenvolverse dentro de un contexto de cooperación. Por tanto, si queremos fomentar una interacción que promueva el aprendizaje de todos los miembros del equipo, es necesario que establezcamos un conjunto de normas básicas que configuren el marco de relación adecuado y que trabajemos de manera explícita y sistemática para que los estudiantes desarrollen las competencias necesarias para poder cumplirlas.

A través de las normas se puede gestionar el trabajo de los grupos y organizar su funcionamiento, de forma que la interacción promueva realmente el aprendizaje y resulte eficaz. Pero no te desesperes si, al principio, tus alumnos no las cumplen fielmente como te gustaría; recuerda que son conductas que exigen habilidades que el alumnado “no trae de fábrica”, sino que debe ir interiorizando progresivamente. Por ello, es indispensable que no partas de planteamientos ingenuos y asumas que la construcción de ese marco normativo que promueve la cooperación ha de cimentarse a través de, al menos, cuatro pasos: selección, diseño, gestión y, por supuesto, evaluación.

Pasemos a ocuparnos brevemente de cada uno de ellos en los siguientes apartados.

Selecciona las normas

Las normas han de ser una herramienta viva, lo que implica que tienen que evaluarse y actualizarse de manera sistemática, de cara a ajustarse a las necesidades que presente tu clase en cada momento. Por tanto, debes prestar una atención especial a aquello que tus alumnos deberían ser capaces de hacer para cooperar de manera eficaz y, a partir de ahí, identificar aquellas conductas que resulta necesario trabajar en tu clase. Estas “cosas que deberían hacer y no hacen” serán justamente la base sobre la que redactarás tu normativa.

Visto de este modo, hay dos cuestiones que resultan evidentes: en primer lugar, que toda normativa ha de partir del análisis y evaluación del grupo clase para el que se formulan; en segundo término, y, en consecuencia, que la normativa que utilicemos para regular la cooperación variará no solo en función del grupo-clase con el que estemos trabajando, sino que, además, las normas que utilicemos en una misma clase pueden ir variando a lo largo del curso escolar. Si lo piensas con calma, ¿crees que necesitarás las mismas normas al principio de curso cuando acabáis de conoceros que después de dos años trabajando juntos? Seguramente tu respuesta es no, porque eso significaría que no han aprendido a hacer las cosas.

Aunque profundizaremos en las destrezas cooperativas en los capítulos destinados a la evaluación e implantación del aprendizaje cooperativo, queremos darte un consejo desde el principio: a la hora de establecer un marco normativo de manera eficaz, “menos es más”. Es fundamental que trabajes con pocas normas cada vez, ya que, como seguramente ya estás intuyendo, cada una de ellas lleva aparejado un trabajo específico para conseguir desarrollar en los estudiantes las destrezas necesarias para desenvolverse dentro de los cánones que establece dicha regla. Si trabajas con muchas normas cada vez, este trabajo resultará mucho más complejo y puede que los límites no se establezcan de manera adecuada, lo que podría resultar un poco frustrante para los alumnos y para ti. Selecciona las que realmente creas que son fundamentales para conseguir una buena interacción entre los estudiantes y pasa a secuenciarlas, poco a poco.

Aunque profundizaremos en las destrezas cooperativas en los capítulos destinados a la evaluación e implantación del aprendizaje cooperativo, para ayudarte a realizar esta tarea, te ofrecemos el listado de aquellas destrezas que, desde nuestra experiencia, percibimos como más necesarias para cooperar de manera eficaz. Pueden servirte como guía a la hora de observar a tu grupo-clase y valorar no solo el nivel de cooperación que ostenta, sino también los ámbitos sobre los que resulta conveniente que trabajes.

Algunas destrezas cooperativas básicas

Mis alumnos son capaces de…


… pedir ayuda cuando la necesitan. no
… pedir ayuda a los compañeros antes que al profesor. no
… prestar ayuda cuando se les requiere. no
… prestarme atención cuando se lo solicito. no
… mantener el nivel de ruido adecuado cuando trabajan con sus compañeros. no
… participar en las tareas que realizan con su pareja o con su equipo. no
… ayudar sin dar la respuesta o hacerle el trabajo al compañero: ofrecer pistas. no
… saber esperar y respetar el turno de palabra o de participación. no
… trabajar de manera individual, aunque estén sentados en grupo, cuando se lo pido. no
… llegar a acuerdos y decisiones compartidas. no
… aceptar y cumplir con las tareas o funciones del rol que se les ha asignado. no
… respetar a los compañeros cuando realizan las tareas o roles que tienen asignados. no

Ahora bien, no seamos ingenuos, aunque hayas hecho una gran selección, no basta con tener claros los aspectos que queremos trabajar, sino que es indispensable que prestemos una atención especial al diseño de la normativa.

Diseña las normas

Llegados a este punto, deja la lectura a un lado por un momento y dale una vuelta a esto: ¿Qué errores crees que pueden cometerse a la hora de redactar las normas dentro del aula?

Te damos una pista para empezar: “Respeta a tus compañeros”. Seguro que más de una vez la has utilizado. Cuando tú estableces esa consigna como norma, ¿qué esperas que haga un alumno de Infantil?, ¿en qué se concreta eso?, ¿cómo lo llevan a la práctica? Si lo piensas, estás estableciendo una norma que no solo no es revisable, sino que resulta complicado que el niño cumpla, ya que es demasiado abstracta: no establece claramente qué es lo que se espera que haga el estudiante.


Coge un lápiz y un papel y anota otros posibles errores que se te ocurran a ti o que en algún momento hayas podido cometer (no te culpes por ello, todos nos hemos equivocado, lo importante es que convirtamos el error en una oportunidad para aprender).


Saber diseñar y redactar una norma es fundamental para conseguir un marco de cooperación bien regulado y organizado. Si no lo haces adecuadamente, puedes estar comprometiendo la manera en que tus alumnos la asumen y las llevan a cabo.

Aquí te ofrecemos una serie de pautas para que tus normas sean eficaces en la práctica real del aula:

• En primer lugar, y como decíamos anteriormente, debes trabajar con pocas normas en cada momento, para poder asumir el trabajo de gestión y monitorización que de cada una de ellas se deriva. Por eso, evita las normativas largas y farragosas y limita la propuesta a unas pocas normas. Desde nuestro punto de vista, entre tres y cinco normas podría ser una opción bastante razonable.

• Aunque no basta con que sean pocas. Si los alumnos no son capaces de comprenderlas tendrán poco sentido, por tanto, es indispensable que trabajes con normas justas y comprensibles para todos. Por ejemplo, no es lo mismo decirles “Mantenemos un nivel de ruido adecuado” que “Hablamos bajito”.

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9788413921440
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