Читать книгу: «Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica», страница 4

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Guerra al francés

Cuando se celebra en Antequera la proclamación de Fernando VII, el monarca y su real familia ya llevaban secuestrados varias semanas en Bayona, adonde incautamente habían acudido tras los embaucadores engaños de Napoleón. La ausencia del rey había dejado el gobierno de España en manos del mariscal Joachim Murat –gran duque de Berg y cuñado del emperador– con el título de lugarteniente general del Reino, quien merece la etiqueta de auténtico salvaje por su desmedida respuesta contra la población civil durante las revueltas callejeras del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Incluso Napoleón llegará a decir de él: «c´est une bête»[9] .

Aunque nada consta en los archivos locales, las noticias no tardan en llegar a Antequera y al cabo de pocos días, nadie desconoce la grave situación de los Borbones en Bayona y la sangrienta matanza de cientos de madrileños –hombres, mujeres y niños– por las tropas de Murat. Entonces, la indignación crece entre los antequeranos en la misma proporción que el patriotismo.

La sociedad local abrigaba ya inconfundibles sentimientos antinapoleónicos cuando a las cinco de la madrugada del domingo 29 de mayo de 1808 se presenta en casa del corregidor Bernad, situada en la calle Maderuelo, un propio enviado por las autoridades de Archidona con dos oficios de la superioridad política de Sevilla, que había dejado a su paso un comisionado en carrera hacia Granada[10] . Uno de los oficios notifica la creación de una Junta gubernativa en la capital hispalense, con el carácter de Suprema de España; y el otro incluye una orden para que se anuncie por bando al vecindario la declaración de guerra a los franceses:

«... en nombre de Nuestro Rey Fernando el VII, y de toda la Nación Española, declaramos la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleón Iº, y a la Francia, mientras esté baxo su dominación y yugo tirano, y mandamos a todos los españoles obren con aquellos hostilmente, y les hagan todo el daño posible, según las leyes de la guerra»[11] .

Una explosión de patriotismo recorre la ciudad de punta a punta y los antequeranos de todas las clases sociales, deseosos de significar su adhesión a la causa, adornan sus sombreros y monteras con escarapelas nacionales. Un mar de divisas rojas y gualdas inunda todos los rincones y la gente, sacudida por exacerbados sentimientos españolistas, se acorrilla en calles y plazas en respuesta unánime contra Napoleón. Los latidos del entusiasmo popular se sienten por todas partes y especialmente ante las casas capitulares, en el Coso de San Francisco:

«... la conmoción en que generalmente se halla el vecindario, reunido mucha parte de él en las puertas de estas casas y calles inmediatas, inflamado en el más ardiente celo patriótico»[12] .

Toda la ciudad de Antequera es una pira antinapoleónica. Nadie permanece ajeno al ardor patriótico y ni siquiera los niños son insensibles a las enfebrecidas circunstancias porque, empapados del ánimo de sus mayores, juegan a la guerra con más pasión que nunca. Divididos en bandos, patuleas de chiquillos se enzarzan en batallas campales a pedrada limpia entre buenos y malos, es decir, entre patriotas y napoleónicos:

«... en el sitio de la Puerta de Granada y sus inmediaciones concurren los más días [...] multitud de muchachos de corta edad, y aun jóvenes, y formando entre sí partidos de oposición, unos con el nombre de españoles y otros con el de franceses, se disparan piedras de parte a parte»[13] .

Semejantes juegos superan todo carácter lúdico porque hay que interpretarlos como una manifestación, a escala infantil, de los sentimientos antibonapartistas que subyacen en Antequera y aun en toda la España patriótica.

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Conforme a instrucciones superiores, el gobierno local antequerano transmuta su hermética estructura de cabildo para transformarse en un órgano más abierto y participativo, mediante la incorporación a las funciones ejecutivas de individuos representativos de los estamentos sociales, con el título de Junta gubernativa de Antequera.

Dicho órgano se constituye la tarde del 31 de mayo de 1808 en el domicilio del corregidor Bernad, donde habían sido convocadas las personas convenientes, y aparte de los miembros de la municipalidad participan como vocales: el prepósito de la Colegiata Gaspar Carrasco y Alcoba, los canónigos Gabriel de Medina y Acedo, Pedro Muñoz Arroyo, Francisco Mansilla y Cristóbal Morón, y el vicario eclesiástico Matías José Pérez de Hita, por el clero secular; el provincial de la orden tercera de San Francisco fray Mateo de Sepúlveda, por el clero regular; Jerónimo de Rojas y Arrese, marqués de la Peña de los Enamorados, Vicente Pareja Obregón y Gálvez, conde de la Camorra, y Fernando Mansilla y Tamayo, conde del Castillo del Tajo, por la nobleza titulada; Manuel Solana Casasola y Antonio de Gálvez, por la hidalguía; Juan Caballero, por el gremio de comerciantes; Juan María Sánchez y Alonso Alarcón, por el ramo de labradores; el capitán y comandante de armas José Soler; y el administrador de Rentas Reales Francisco Blanco[14] .

En la misma fecha del 31 de mayo de 1808, como se había anunciado la tarde anterior, se tiran bandos y edictos que llaman al alistamiento de mozos para la guerra en las cajas de recluta instaladas en sendos edificios municipales del Coso de San Francisco y de la Plaza de San Sebastián, tarea en la que colaboran varios eclesiásticos –entre ellos el vicario Pérez de Hita– con encendidas arengas como instrumentos de una oratoria de la seducción[15] . Esta llamada al alistamiento general y la apertura de una suscripción económica para sufragar los gastos de la guerra[16] , son las primeras actuaciones de la recién constituida Junta gubernativa de Antequera.

La clase pudiente responde con generosos donativos y parece como si existiera cierta competencia entre sus miembros por destacar en grado de patriotismo con la mayor cantidad donada. En este sentido, los antequeranos más patriotas son el marqués de la Peña de los Enamorados, que ofrece la cantidad de mil reales mensuales; y Diego Vicente Casasola y Manuel Solana, que individualmente costean seis plazas de soldados durante tres meses a razón de cinco reales diarios cada una de ellas[17] .

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Largas filas de eufóricos vecinos comparecen ante las autoridades con el propósito de sentar plaza en las unidades militares que van a formarse para reforzar los ejércitos españoles y el espectáculo generado por la muchedumbre, envuelto en una escenografía casi teatral, no debe diferir demasiado de la situación –no exenta de tintes cómicos– que García Blanco ve en Osuna:

«Los frailes, los clérigos y los varones todos (hasta José Guerrero, el tonto de entonces), todos se pusieron V de voluntario en las monteras, en los sombreros, en las capillas; todos se alistaron voluntariamente en defensa de la Religión y de Fernando VII»[18] .

Más de cuatrocientos antequeranos habían respondido a las llamadas de alistamiento y están a disposición de las autoridades cuando el corregidor Bernad recibe un oficio de la Junta Suprema de Granada, fechado el 30 de junio de 1808, con la orden de remitirlos a Alcaudete, localidad del Reino de Jaén, donde han de incorporarse al Ejército de Granada[19] . Después de enconados debates y discusiones sobre la autoridad local encargada de la conducción de los voluntarios, el contingente parte de Antequera el 10 de julio bajo la responsabilidad del regidor Francisco Delgado Palacios[20] .

Los voluntarios antequeranos llegan a Alcaudete en cuestión de pocos días y allí son entregados al teniente coronel Francisco Enríquez García, un experimentado militar –nacido en Alicante el año 1775– que poseía una dilatada carrera castrense porque había ingresado como cadete en el Regimiento Provincial de Ronda, cuando era un niño de doce años de edad, y tenía la experiencia bélica de haber participado en el bloqueo de Gibraltar, en la defensa de Ceuta y en la guerra de la Convención[21] .

Desde Alcaudete las tropas de Granada se dirigen a Porcuna, donde se unen a las de Sevilla para constituir el llamado Ejército de Andalucía que va a mandar el teniente general Francisco Javier Castaños. Allí los voluntarios antequeranos pasan la primera revista de comisario y conforman una unidad orgánica de infantería ligera con el título de Batallón de Cazadores de Antequera, que consta de cuatrocientos treinta y dos hombres en cuatro compañías encabezadas por los capitanes Rafael Almansa y Salvador Linares, y los tenientes Nicolás Rodríguez y Esteban Lloret. Al frente del cuerpo se sitúa una plana mayor integrada por el teniente coronel Francisco Enríquez, el sargento mayor Luis María Losada, y los ayudantes José Mancha y Francisco Mancha[22] .

El Batallón de Cazadores de Antequera es adscrito a la 1ª División del Ejército de Andalucía, mandada por el general Teodoro Reding de Biberegg, y encuadrado en sus filas interviene durante el mes de julio de 1808 en diversas acciones frente a las tropas napoleónicas desplegadas por tierras de Jaén[23] . El día 19, la unidad antequerana participa con trescientos cuarenta y tres hombres en la batalla más relevante de todas cuantas se libran en España durante el año 1808, la sonada batalla de Bailén[24] , y aunque no tiene un destacado protagonismo en los combates, presenta un balance final de dos muertos, tres heridos y cincuenta y nueve extraviados[25] . No obstante, el general Castaños elogia su papel en el parte correspondiente: «Los regimientos de infantería de la Reyna, Irlanda, Jaén de línea, Barbastro, Tercios de Texas y Cazadores de Antequera, han mantenido la reputación que siempre han merecido»[26] .

De los delirios patrióticos a las reacciones galofóbicas. El Semanario de Antequera

El II Corps d´observation de la Gironde, mandado por el general Pierre Dupont de l´Étang, había caído estrepitosamente en los campos de Bailén y los ecos de su derrota, que es victoria española, corre por Andalucía –y aun por España entera– como la pólvora inflamada. En Antequera se conoce el triunfal desenlace de aquella batalla la tarde del 21 de julio de 1808 –dos días después de haberse consumado– gracias a un oficio remitido por el corregidor de Lucena, Antonio de la Escalera:

«... el aviso dirigido con fecha de ayer por el corregidor de Lucena en que se expresa la favorable y plausible noticia de habérsele hecho al ejército de los franceses una general derrota, apresando al general Dupont, matando a su segundo y rindiendo prisioneros, los que habían quedado vivos, y entregando todos sus carros de municiones, armas y alhajas robadas»[27] .

La noticia produce una deflagración de júbilo general, máxime cuando se adivinaba una intervención celestial en la victoria española como respuesta a las rogativas públicas celebradas durante los días previos en las iglesias locales para el «exterminio de los execrables y pérfidos franceses, que nos han ocasionado las notables ruinas y vejaciones que hemos sufrido en estas Andalucías»[28] .

El triunfo de las armas españolas en Bailén es un hecho extraordinario, inesperado por todos ante el poderío militar napoleónico, que merece señaladas celebraciones. Aún no ha amanecido el viernes 22 de julio de 1808 cuando se canta un tedeum en la Colegiata de San Sebastián y se improvisa una procesión de la custodia en manos del preste por las calles aledañas con el acompañamiento de autoridades, prelados de las comunidades religiosas y algunos notables de la sociedad antequerana, portando hachas encendidas[29] . A esta manifestación, un tanto espontánea, sigue la celebración oficial en la tarde del día siguiente con una solemne misa en acción de gracias y grandilocuente sermón de Pedro Muñoz Arroyo, canónigo magistral y vocal de la Junta gubernativa antequerana[30] .

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El vecindario se explaya en regocijos y a ello contribuye el periódico fundado por tales fechas con el título de Semanario de Antequera, que encaja en la línea de la prensa patriótica y política eclosionada tras la declaración de guerra a Napoleón. Acaso el periódico antequerano siga el modelo editorial del Diario de Granada, órgano difusor de la Junta Superior del Reino homónimo, que se publica en la capital granadina desde principios de junio de 1808 bajo las siguientes formalidades:

«... el objeto de este Diario será: primero, manifestar de oficio las órdenes y providencias de la Junta Superior de Gobierno, [...]; segundo, dar noticia de algunos sucesos del Reyno, y aun de otros países, según lo permiten la falta de comunicación y otros impedimentos; y tercero, finalmente, insertar algunos discursos análogos a las circunstancias presentes»[31] .

Con toda certeza, el Semanario de Antequera se tira en la imprenta de la viuda e hijos de Juan Antonio de Gálvez, único establecimiento tipográfico existente en la ciudad, que ocupa una casa de la calle Lucena[32] . Nada se sabe acerca de la identidad de su redactor, aunque no resultaría extraño que tras el enigma se hallara el canónigo magistral Pedro Muñoz Arroyo, un intelectual de ágil pluma muy vinculado a Granada porque se había formado en el Colegio del Sacromonte, donde fue vicerrector y se hizo famoso «por su buen talento y brillante disposición para la oración sagrada»[33] .

Actualmente no se conservan ejemplares del Semanario de Antequera y lo único que se conoce sobre el contenido de sus páginas es un texto satírico alusivo a la batalla de Bailén, que «convertía a los franceses en toros lidiados por los garrocheros andaluces»[34] . Esta pista ha bastado para averiguar que se trata del texto publicado anónimamente poco después de acaecida dicha batalla y estampado en la imprenta de la calle madrileña de la Espada, gracias a un ejemplar que se ha localizado en la Biblioteca Nacional. Siendo este relato el único vestigio que mantiene viva la memoria del Semanario de Antequera, se cree interesante darlo a conocer:

«Noticia de la función de toros, executada en los campos de Bailén.

Aviso al público

Con el correspondiente y superior permiso de nuestro Augusto Soberano el Señor Don Fernando VII (que Dios guarde) se executará en los campos de Bailén una plausible y deseada función de toros franceses el día 19 de julio de 1808 (si Dios lo permite), siendo diputados de dicha función los Excelentísimos Señores Don Francisco Saavedra, de Sevilla, y Don Tomás Morla, de Xerez de la Frontera. Mandará y presidirá el campo Don Francisco Xavier Castaños. Los 18 toros serán 12 de la vacada del señor Dupont, general en gefe del exército de observación de la Gironda, con divisa negra; 5 de la del señor Vedel, grande aguilucho, con divisa amarilla (vacadas que en Austerlitz, Marengo y Jena han dexado bien acreditada su fama); y el que queda restante es de la casta famosa de Córcega, nuevo en esta plaza, que se halla en Madrid, el que será embolado, para que los aficionados se diviertan (si llegan a tiempo).

Los 17 toros de mañana y tarde serán lidiados por las cuadrillas de a pie al cuidado del famoso Coupigni, y Don Narciso de Pedro, que los estoquearán, ayudándoles el medio espada Don Juan de la Cruz Morgeon, que matará el último de la tarde. Picarán los 6 toros por la mañana Don Manuel de la Peña, con la famosa quadrilla de lanceros de Xerez, y por la tarde lo executarán Don Teodoro Reding con la esforzada caballería española.

Notas del Gobierno

Se manda de orden superior que persona alguna se esté en los tendidos, ni menos baxe a la plaza; se colocarán entre barreras para lo que ocurra, y sólo estarán en la plaza los operarios para la servidumbre de la función; igualmente se prohíbe el arrojar a la plaza qualquier cosa con que sean bombas, granadas, balas, &., con apercibimiento de que será tenido por traidor o cobarde el que así no lo hiciese.

Otro. Habrá prevención de fusiles, espadas y pólvora para si el público lo pide, a disposición del Magistrado. Unos días antes de la función estará el ganado en los parages siguientes: los de Dupont en Andújar, y los de Vedel en Despeñaperros, para si los manchegos gustan echar algún capeo; la noche antes de la función se hará el encierro, guiados por cabestros cojos y mancos; se dará principio a las tres de la mañana. Se hace saber al público que el famoso toro de la vacada de Córcega, que estaba en Madrid para correrse embolado, se ha escapado, pues a pesar de ser tuerto, bien veía lo que le había de suceder; pero ya van en su seguimiento, luego que esté encerrado se dará aviso por nuevos carteles para que el pueblo no pierda un rato tan divertido»[35] .

Este sarcástico relato, protagonizado por los principales actores de la batalla de Bailén, es un paradigmático exponente de la literatura de acción política empeñada en la guerra de pluma porque su objetivo no pretende suscitar la sonrisa de los lectores antequeranos, aunque lo haga, sino mantener los niveles de efervescencia patriótica y avivar los sentimientos de aversión a los franceses.

*****

El alborozo subsiguiente a la victoria de Bailén exacerba el patriotismo, y las manifestaciones antinapoleónicas degeneran en sentimientos galofóbicos hasta el odio más irrefrenable. En Antequera se vive una exaltación de alto voltaje, cuya desmedida intensidad electriza el ambiente y deriva en reacciones violentas contra las huellas francesas en la ciudad, huellas que entonces están encarnadas por el colectivo de emigrantes de dicha nacionalidad establecidos en el vecindario desde finales del siglo XVIII.

Sin embargo, las represalias no pasan de las meras amenazas porque la Junta gubernativa local había tomado precauciones para evitar males mayores. Seguramente habría corrido la sangre por las calles antequeranas sin la prudente medida, adoptada varias semanas antes, de proteger tras las rejas de la cárcel a los diecisiete vecinos de naturaleza francesa residentes en la ciudad[36] . En el caso contrario, algunos de ellos quizá no se hubieran librado de la venganza popular, aunque llevaran domiciliados en Antequera tanto tiempo como, por ejemplo, el hornero de origen saboyano Pedro Barta, con más de cuarenta años de residencia; el sastre Antonio Ayllon, con treinta y tantos; el también hornero Bernardo Morea, con treinta; y el criado gascón Juan Comas, con veintiocho[37] .

Pero la frustración de esta venganza fallida no disipa la euforia patriótica de los antequeranos, ya que perseveran en la satanización de los franceses y conservan intactas sus ansias de revanchismo. En la ciudad no se renuncia a los anhelos de represalias y la ocasión de materializarlos se presenta el 25 de agosto de 1808, más de un mes después de la batalla de Bailén, cuando se dispone a transitar por Antequera, camino de Málaga, una columna de prisioneros napoleónicos bajo escolta española[38] .

Advertido del tránsito de los franceses, el vecindario sale en masa a las puertas de la ciudad en estado de exaltación, sin que las autoridades locales –encabezadas por el corregidor Bernad y el alcalde mayor Vidal– pudieran disuadir a la gente de sus intenciones. Las actitudes beligerantes se acentúan por momentos y ante las primeras muestras de hostilidad, los prisioneros corren hacia un altozano inmediato al camino –acaso el cerro de la Veracruz– para escapar del avispero y salvarse de la carnicería. Algunos caen en el intento porque el ataque había roto con la velocidad del rayo. El coronel Joseph Vigier, jefe del Estado Mayor de la División Lefranc y uno de los prisioneros de la columna, refiere así el dramático episodio:

«Là, le peuple en fureur, se précipitant sur notre passage, nous ferme l´entrée de la ville, malgré les soins, au moins démonstratifs, de l´autorité, et nous sommes obligés de prendre position sur un mamelon situé au nort de la ville; plusieurs soldats éloignés de la colonne sont assassinés, les bagages pillés en grande partie»[39] .

Aunque el vecindario antequerano abrigaba sentimientos antinapoleónicos desde meses atrás, hay motivos para sospechar que este estallido hostil en las puertas de Antequera no correspondía a una manifestación espontánea, sino que necesariamente estuvo orquestada por alguien que conocía de antemano el tránsito de los prisioneros, cosa reservada a muy pocos. Sin pruebas resulta imposible acusaciones concretas, aunque el teniente Eugène Alexandre Husson, un oficial de veintidós años de edad –había nacido el 17 de marzo de 1786 en Reims– que escapó milagrosamente de aquel avispero, no se corta en señalar a los inductores espirituales de la revuelta vecinal:

«Le pillage fut général. Et qui l´ordonna? Des prêtres de cette religion catholique, mais intolérante, qui se portaient à de tels excès qu´eux, particulièrement, conduisaient les habitans, nous jettaient des pierres et nous injuriaient. Moi-même j´en reçus une qui me fut lancée par un franciscain»[40] .

El liderazgo del clero en la turbulencia popular contra los cautivos de Bailén no está probado y la denuncia del teniente Husson solo es una opinión, aunque no puede negarse la presencia de eclesiásticos exaltados –no carentes de poder de convocatoria– en Antequera que pudieran hacerlo. Tal es el caso de fray Manuel de la Virgen del Rosario, antiguo definidor general de los trinitarios descalzos, a juzgar por las palabras –palabras cargadas del más reaccionario fanatismo– que pronuncia el 6 de septiembre de 1808 en la Colegiata de San Sebastián para satanizar a los franceses:

«Nosotros hubiéramos visto incendiados nuestros pueblos, arruinadas nuestras casas, saqueadas nuestras riquezas, destrozados nuestros más preciosos muebles y un enemigo feroz, arrogante y orgulloso, insultar nuestras calamidades y reírse en nuestras desgracias. [...]. Todo esto hubieran hecho estos malvados herejes, estos pérfidos judíos, estos infames apóstatas, estos impíos ateos, estos insolentes libertinos, estas furias infernales con semejanza de hombres»[41] .

¿Qué reacción podía esperarse de un vecindario, predispuesto a la violencia, cuando oyera palabras tan envenenadas?

399
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9788416848690
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