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Читать книгу: «Luke, examina tus sentimientos», страница 2

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No solo debemos mirar el corazón del hogar, sino que hay que mirar de corazón el mundo y el corazón del mundo. El mundo aparece de otra manera cuando se logra mirar desde el corazón. No es fácil, porque a veces no se deja querer. Hay demasiada violencia y fealdad, imágenes brutales y suciedad. Pero hay que aprender a mirar al mundo de cara.

Aprender con los hijos a mirar las cosas de corazón comienza por hacernos las preguntas correctas. Con enorme paciencia asistimos a los múltiples debates políticos en los que las recriminaciones entre unos ciudadanos y otros no se dejan de multiplicar. A veces es un territorio o una ciudad contra otra, los de una religión contra los laicos u otra confesión, los de una ideología contra otra, o quienes discuten a un lado y otro de asuntos tan diversos como el aborto, la tauromaquia, la ayuda a refugiados o si la jefatura del Estado debe ser monárquica o republicana.

Independientemente del debate intelectual y moral alrededor de cada cuestión, en general se suele poner máscaras a los contrarios. No se ve su rostro real, con sus experiencias y sentimientos, sino que es más fácil encerrar su complejidad tras una máscara caricaturesca de la que poder hablar fácilmente o incluso insultar.

¿Y si no ponemos máscaras a los contrarios? ¿Y si les miramos de corazón? Posiblemente no signifique estar de acuerdo con ellos o perder el propio criterio, pero sí que va a hacer que comprendamos y razonemos mucho mejor.

Las familias a veces se convierten también en campos con trincheras. Cuando se acumulan los agravios o simplemente tomamos manía a algún pariente, es muy fácil que todos nos pongamos las máscaras. Reducimos al otro a una caricatura, empequeñecemos lo positivo que hay en él y ponemos lentes de aumento a sus defectos. Mirar de corazón es mirar a su corazón. Entonces las máscaras caen.

Los relatos de Star Wars dicen que en el organismo existen unas criaturas llamadas midiclorianos en las que reside o se capta la Fuerza. Nadie ha podido hallar rastro de ellos y en ninguna convención de fans se ha encontrado la mínima evidencia de la famosa Fuerza.

Lo que sí es evidente es que la capacidad de discernimiento es una de las mayores fuerzas que puede tener una familia. Le hace capaz de preguntarse juntos, de examinar sus sentimientos en profundidad, de reconocerse cara a cara sin hacer caricaturas, de buscar juntos la raíz de los problemas y encontrar los motores más positivos que hay que encender para superarlos.

Anakin se encontró ante su miedo y fue incapaz de preguntarse más. Muchas veces el miedo o el enfado también nos paraliza y nos impide preguntarnos más. Es una pena que no dejemos que nuestra inteligencia y bondad pueda más que nuestro enfado. En esos momentos date un buen consejo: no dejes que tu enfado tape tu inteligencia ni tu bondad.

Pero Anakin quedó paralizado por la angustia y el remordimiento: si profundizaba más podía irle peor, pensaría. Así que se quedó a medias, preso tras la máscara del miedo, que pronto se acabaría convirtiendo en una máscara de miedo para todos los demás, la de Darth Vader. Eso no habría pasado si hubiera hecho caso a quienes bien le querían y aconsejaban; si hubiera hecho caso a su propio consejo: examina tus sentimientos, sabes que es verdad.

Preguntas para pensar y compartir

• ¿Cuáles son los sentimientos que más te cuesta reconocer en la vida con tu pareja y tu familia?

• ¿Logramos identificar cuáles son los sentimientos de fondo en el otro cuando en casa hay un desencuentro o un problema?

• Los enfados, ¿tapan con frecuencia nuestra capacidad de discernimiento?

c) Guión del itinerario que se va a seguir en el libro para aprender a discernir en familia

La primera parte nos propone entrenar una serie de capacidades:

• Aprendamos a preguntar mejor.

• Escuchemos lo que ocurre en el mundo.

• Crezcamos en libertad.

• No ocultemos lo que pasa.

• Pacifiquemos las tensiones.

• Perdamos la vergüenza que nos atenaza.

• Comuniquemos corazón a corazón.

• Sepamos renunciar y decir no.

• Hagamos nuestra vida más sencilla.

• Elijamos dándonos tiempo, no reaccionemos de manera espontánea.

• Adónde vamos y con qué objetivos.

• Desenredar y desanudar los líos.

La segunda parte traza un método para elegir sobre las cuestiones en las que la familia se juega su proyecto. Sigue la propuesta de Ignacio de Loyola. Consiste en los siguientes pasos:

1. En el primer tiempo:

a) Plantead el dilema esencial sobre el que hay que decidir.

b) Examinad los sentimientos de fondo en vuestro corazón. Son de dos tipos: alegría y desolación.

c) Haced balance o examen sobre la cuestión.

d) Imaginad alternativas.

e) No dejéis tiempos muertos: decidid con y a tiempo.

f) ¿Ya lo veis todo claro? Aseguraos de que no os engañáis y celebradlo.

2. En el segundo tiempo, decidir: dadle una segunda vuelta a la decisión buscando encuentros, consultas y experiencias alrededor del dilema.

3. En un tercer tiempo:

a) Si aún no lo veis claro, revisad a ver si es el dilema auténtico o hay que replantearlo.

b) Examinad las disposiciones básicas: ¿estáis decidiendo con humildad solo por amor?

c) ¿Sois indiferentes a lo que se decida con tal de que se haga lo mejor?

d) ¿Estamos salvando lo mejor de lo que aporta cada uno?

3.1. Un primer modo para decidir en este tercer tiempo los pros y los contras.

3.2. El segundo modo para decidir en este tercer tiempo: preguntas mayores para ir a la raíz:

a) Al más bueno.

b) Al más sabio.

c) Al que más os ame.

d) Aplicad criterios de elección: lo más urgente, multiplicador y decisivo; en lo que es vuestra competencia y estáis ya comprometidos; y donde no esté nadie o haya menos apoyo.

3.3 Tres falsos caminos (binarios):

a) Evitad decidir, pero no poner los medios para realizarlo.

b) Evitad engañaros a vosotros mismos eligiendo en realidad según el interés del beneficio propio.

c) Evitad elegir solo lo bueno pudiendo escoger lo mejor.

En todo caso, dejad lugar al misterio, evaluad y celebrad.

2

PASIÓN POR PREGUNTAR

En el programa de Radio Nacional de España El ojo crítico tienen un lema: «Pasión por preguntar». Hagamos nuestra esa pasión, porque es clave en el aprendizaje de discernir. Parece fácil preguntar, porque no tienes que saber la respuesta; pero, por el contrario, saber preguntar es difícil y hay que entrenar para hacerlo bien. Discernir es pensar bien las preguntas correctas que hay que hacer.

En un vídeo viral que alcanzó visitas multitudinarias en Internet se planteaba un experimento navideño a un grupo de jóvenes. En noviembre de 2016, la Fundación Generación 2015 llevó a 27 jóvenes a un estudio en Madrid sin saber qué se les iba a preguntar. Primero se les preguntaba: «¿Quién es la persona más importante en tu vida?». Los jóvenes señalaban a sus familiares y amigos... Luego iba una segunda pregunta: «¿Qué le vas a regalar en Navidad?». La gente contestaba: libros, drones, videojuegos, teléfonos móviles, bombones, discos, etc. Entonces se les planteó: «Y si te tocara la lotería, ¿qué le regalarías?». Como los jóvenes contarían con una fortuna pensaban en un coche, una moto, una casa, un viaje alrededor del mundo, una bici, un caballo...

Y entonces les hacen una pregunta que les deja a todos descolocados: «¿Y si fueran sus últimas Navidades?». Cuando los entrevistados afrontaban la posibilidad de que esa persona estuviera al final de su vida, se emocionaban. Los regalos navideños cambiaban totalmente: «No le regalaría nada. Mi presencia, creo», dijo uno. «Le pediría perdón por muchas cosas, por las veces que hemos discutido en serio. Trataría de esforzarme más en tener un mejor trabajo y en demostrarle que merezco la pena como hijo», contestó otro joven. «Me lo llevaría al pueblo de sus abuelos, a los que no ve nunca», dijo una chica. «Mi tiempo, a mí», concluyó otra. «La llevaría al pueblo, porque nunca la lleva nadie», y se refería a su abuela. «Ser más sinceros, decirnos las cosas que no nos hemos dicho: él por cómo es y yo por haberme vuelto más cómoda», reconoció una chica respecto a su pareja. «Intentaría reunir a la familia entera, ese sería mi regalo para ella, todos juntos otra vez», se propuso un joven. «Me lo traería a casa porque está en una residencia, y pasaría todos los días con él», dijo una joven sobre su abuelo, y añadió: «Pasear, jugar al mus, al dominó, llevarle a que me viera jugar al fútbol, cosas sencillas...». Una chica concluye: «Ponemos el corazón en lo que nos dicen que tenemos que ponerlo. Si nos paráramos a pensar, no lo pondríamos en las cosas» (se puede ver el vídeo en www.g2015.org).

Nada como una buena pregunta para alcanzar la claridad. Si la realidad no nos dice nada o solo arroja sombras, es porque no hemos hecho la pregunta correcta. En este capítulo vamos a revisar de forma sencilla nuestro arte de preguntar y proponer algunas pistas útiles fáciles que pueden ayudarnos a mejorar.

1. Preguntar es querer

Generalmente damos muchísimas respuestas, somos rapidísimos e ingeniosos para las contestaciones. En el discernimiento se trata de encontrar más preguntas que respuestas. Cuando la familia discierne, tiene que formularse muchas preguntas para poder hallar cada respuesta que necesita. Solo las preguntas nos hacen encontrarnos con la realidad.

Las interrogaciones no son signos de puntuación, sino llaves. No es casual el parecido físico que hay entre una llave y un signo de interrogación: ambos abren puertas. Las preguntas abren muchas puertas: la puerta para que salga nuestro interés, la puerta para que entren respuestas en nuestro interior, la puerta de los otros para saber por su voz.

Las preguntas indican qué buscamos, dónde buscamos y a qué nivel de profundidad. El tipo de preguntas que hacemos dice mucho del tipo de persona que somos. No obstante, nuestros interrogantes no prueban lo que sabemos, sino lo que buscamos saber.

Conocí a una mujer muy insatisfecha con su matrimonio. Me contaba que además se sentía culpable, porque parecía que no tuviera razón alguna para quejarse. Quería a su marido y le admiraba. Él –como ella– era una persona muy entregada a su profesión, cariñoso con su esposa y buen padre. Igual que era bueno en su trabajo era muy bueno en las actividades comunes del hogar y muy querido en la familia extensa. Ella se lo pasaba bien con él, pero había algo que le irritaba. ¿Qué pasaba entonces? Ella sentía que a él no le interesaba lo que ella hacía tanto como a ella le interesaba el trabajo de él. Mientras que ella conocía bien la actividad profesional de su marido, sentía que él minusvaloraba lo que ella hacía o, al menos, que no le prestaba atención. «Nunca me pregunta nada», me decía. Esa era su queja: él no le pregunta nunca nada. La relación era buena, y en un determinado momento ella se lo dijo: «Nunca me preguntas nada sobre lo que yo hago», le reprochó. Él se mostró sorprendido y se defendió: «Escucho lo que dices. Y si tienes algo que decirme, ya me lo cuentas». Pero, para ella, eso no era suficiente. Ella quería preguntas de él, que explorara, quería saber que él buscaba en ella, que tenía curiosidad y estaba pendiente, que ella estaba en sus preguntas.

Preguntar es querer: pone de manifiesto tu interés, dónde están tus inquietudes y atenciones. Las preguntas nos mantienen creativos y en crecimiento. Las personas que se preguntan mutuamente crecen juntas.

El caso contrario lo constituye una de mis queridas cuñadas: no se le pasa una. Tiene en la cabeza –y en el corazón– cómo va la vida de cada uno de sus familiares. Vive considerando que mis parientes son en gran parte también parientes suyos. Con más personas como ella, el ecosistema social sería mucho más vivible y fraternal. Si mi abuela ha estado mal, a ella no se le olvida y, cuando te ve, te pregunta por ella. Puede que incluso yo me olvide ya de que mi abuela estaba mal, porque estoy distraído en mil historias. Ella no. No pocas veces me ha pasado que es ella la que me hace darme cuenta de nuevo de algo importante que me está pasando y a lo que no presto atención. Por ejemplo, mi hermana está en un proceso importante de selección laboral. Lo comenté un día con la familia. En el siguiente encuentro familiar, no dudéis de que mi cuñada se va a acordar de lo que conté. Me pregunta por ello para saber cómo ha ido el tema y yo quizá ni siquiera he llamado para preguntar, no tengo información. A veces me quedo apurado porque me doy cuenta de que yo mismo no pregunté. Pero me conmueve que viva tan pendiente, que muestre tanto interés y que nos lleve a tanta gente en su corazón. Para ella, preguntar es una de sus formas de querer. Es fácil hacerlo: para eso no hay que ser ingenioso, sino tener un corazón tan grande como el suyo.

Nota clave

¿Cuánto preguntas cada día a los miembros de tu familia? A tu pareja, a tus hijos, a tus parientes ¿Y sobre qué les preguntas? ¿Estás atento a las cosas importantes que viven y les preguntas por ello? Preguntar es una de las formas más fáciles y expresivas de cariño y solidaridad.

Parece fácil preguntar, pero no lo es. Pareciera que uno no tiene que saber nada para preguntar. Parece que el que tiene que saber es aquel que tiene que dar respuestas y que para preguntar no haya que saber. Pero una pregunta no es un conjunto vacío: hay que saber hallar cuál es la cuestión. En el tiro al arco la pregunta es el arco y la respuesta, la flecha. Dependiendo de la dirección de la cuestión, la respuesta es mejor o peor. Muchas veces damos demasiadas vueltas a las cosas porque no acertamos a formular la pregunta adecuada.

A preguntar se aprende. Cuando se interroga sobre algo, uno ha hecho una exploración mental del asunto. Como el minero explora el interior de la tierra abriendo galerías que lleven a la veta del mineral que busca, así se busca la pregunta capaz de llevarnos al centro de la diana.

Quizá a algunas familias les sea incómodo sentar a todos sus miembros en el salón y decirles: «Vamos a discernir». A menos que uno tenga costumbre de dedicar tiempo a deliberar juntos, lo normal es que se busquen soluciones o caminos aprovechando distintos momentos casuales. Por ejemplo, en las comidas, en los viajes juntos o en charlas con los otros en que aprovechamos para sacar el tema en cuestión.

No es fácil comenzar a desnudar nuestros sentimientos incluso entre aquellos con quienes compartimos toda la intimidad. Sin embargo, es mucho más fácil comenzar a hacer preguntas. Puede parecer que hacer preguntas nos implica menos, nos compromete menos con la respuesta, resulta más sencillo; pero no es así.

A preguntar se aprende preguntando. Hay que ir formulando preguntas cada vez más profundas que vayan a la raíz de la cuestión. Es algo que se puede entrenar en situaciones que no nos impliquen emocionalmente, sino que son más externas.

Preguntas sobre Star Wars

Proponemos un ejercicio para realizar con los hijos cuando se vea Star Wars:

• ¿Qué preguntas tenía que haberle hecho Luke a su padre Darth Vader?

• Si tú hubieras sido Yoda en el Consejo Jedi, ¿qué le habrías preguntado al joven Anakin?

• ¿Qué crees que quiere preguntarle la princesa Leia a su hijo Ben Solo (Kylo Ren)?

Las preguntas nos permiten enfocar nuestra mirada. Cambian nuestra visión sobre la realidad porque el objetivo de nuestra «cámara» se dirige a una u otra parte de la realidad, se fija en un detalle o nos da el encuadre en que se sitúa. La calidad de nuestro discernimiento reside en la profundidad y precisión de nuestras preguntas.

Las preguntas reflejan cómo miramos y sentimos, en qué nos fijamos y qué es importante para nosotros. Alguien que siempre se pregunta por quién sufre más en una determinada situación o quién queda más vulnerable ante determinada decisión manifiesta que ha hecho una opción por sentir con los pobres. Cuando la vida de una persona no nos suscita preguntas, esa relación está muy apagada.

Preguntar no es un ejercicio individual, sino que unas preguntas llevan a otras o suscitan otras. Pensar juntos los interrogantes es mucho más rico que hacerlo cada uno por su cuenta. Preguntar es una forma pacífica e indirecta de decirnos cosas que a veces no es cómodo plantearnos a bocajarro. Es indicar al otro una verdad dejándole un área de respeto y libertad.

Los consejos apenas ayudan si el otro no lo busca, no los ha pedido con una pregunta. Cuando uno está con otra persona a quien quiere ayudar, lo mejor es que se lleve un buen interrogante. Los consejos son como lluvia que cae a menos que el otro se haya hecho una pregunta que los busque. Por eso, para ayudar al discernimiento de otra persona, lo que más ayuda es hacer las mejores preguntas. Los mejores consejos siempre tienen forma de pregunta.

2. Un ejercicio práctico: ¿qué necesitamos que nos pregunten?

Comenzamos por la primera parte del ejercicio. Toma un papel y lápiz o escribe en la aplicación de notas de tu móvil. Escribe los nombres de quienes viven contigo. Piensa en un día cualquiera y escribe cuáles son las preguntas que sueles hacerles. Por ejemplo, tal día como hoy, normalmente, ¿qué les sueles preguntar? Tras el nombre de cada uno formula aproximadamente cómo sueles hacerle la pregunta.

Por ejemplo:

• Mi mujer: «¿Qué tal hoy en el trabajo? ¿Qué tal los compañeros? ¿Qué tal la familia (sus padres y hermanos)?».

• Mi hijo: «¿Qué tal en el colegio hoy? ¿Alguna novedad?».

• Mi hija: «¿Tienes exámenes? ¿Tienes alguna nota?».

Piensa ahora sobre el tipo de pregunta que haces.

• ¿Son siempre las mismas o varías los focos de interés?

• Al preguntar a tu hija por exámenes, ¿no estás creando una perspectiva demasiado suspicaz o vigilante? ¿No sería mejor poner el foco de atención sobre otros valores o procesos?

• ¿Qué es lo más importante sobre lo que se deberías preguntar cada día?

• Quizá la conclusión es que no hay una pauta fija para preguntar. ¿Es porque cada día preguntas cosas distintas o porque no preguntas por nada?

Ahora viene la segunda parte del ejercicio. Pon de nuevo los nombres de los miembros de tu hogar. ¿Qué es lo que cada uno suele preguntarte cada día? Quizá no recuerdes que te pregunten nada, así que vamos a ampliar el foco: escribe qué tipo de preguntas te suelen hacer cada semana o alguna vez. A veces nos resultará decepcionante darnos cuenta de que nos preguntan muy pocas cosas.

Para eso está la tercera parte del ejercicio, que se hace individualmente, en pareja y con el resto de la familia. Las preguntas clave son: ¿sobre qué te gustaría normalmente que te preguntaran? ¿Sobre qué te gustaría que te preguntaran alguna vez? ¿Sobre qué no te preguntan nunca?

Escríbelo en un papel. Luego mira de frente a cada uno de los miembros de la familia y hazte personalizadamente la siguiente pregunta: ¿sobre qué cuestión no suelo preguntar y creo que para el otro es importante que yo le pregunte? ¿Y sobre qué cuestión no me suele preguntar esa persona y es importante que me pregunte?

Es muy interesante ahora leer juntos lo que hemos escrito. Este ejercicio es muy útil si no lo hacemos con actitud de reproche, sino con ese espíritu de las preguntas. Nos ayuda mucho a conocer por dónde crecer juntos. Y es muy fácil de incorporar a la vida cotidiana.

3. El arte de preguntar

Preguntar tiene mucho de arte: uno hace una primera formulación, pero luego tiene que ir afinándola. ¿Son los conceptos claros? ¿Puede ser ambigua? ¿Va al fondo de la cuestión? Poco a poco, como quien tiene un trozo de barro en las manos, va dándole forma hasta que se convierte en un buen tiro al centro de la diana.

Las preguntas son un modo más amable de decir las cosas, pero hay cuestiones que pueden hacer daño y convertirse en un interrogatorio. Hay que tener también prudencia y compasión con las preguntas que hacemos, porque ponemos al otro en cuestión. Y hay formas de preguntar que son retóricas porque en realidad llevan la respuesta consigo, no buscan saber, sino afirmar. Y hay preguntas que violan la intimidad.

De ahí que haya que ser delicado para saber cuándo y sobre qué ayuda preguntar. Hay preguntas que hieren. A veces nuestras preguntas son la mejor forma de hacerlo, pero qué pena que no encontremos otras formas que no hieran al otro.

Parte sustancial del discernimiento consiste no solo en hallar la pregunta más radical, sino encontrar la forma de formularla que sea más amable y cuidadosa con los otros. Por eso, cuando busquemos preguntas junto con los hijos, es vital proponerles que busquen la forma que sea más cariñosa y prudente de hacerlo.

Esa búsqueda de un formato más amoroso es un aprendizaje importante, porque pone en juego la inteligencia al servicio de las lógicas del corazón. A veces la pregunta no va dirigida a alguien, sino al conjunto de la familia, pero también en esos casos debemos ser cuidadosos para que las preguntas no susciten acidez, reacción o minusvaloración de lo que somos como grupo. Las preguntas deben ser compasivas. Las preguntas que no son compasivas corren el riesgo de tener no forma de llave, sino de arma blanca.

Mejorar las preguntas para hacerlas más aceptables pone a prueba nuestra sensibilidad y nos abre al otro. Las preguntas deben ser humildes. No son espadas, sino campos en los que siembras interrogantes y esperas a cosechar contestaciones. Hay que tener paciencia y buscar el mejor grano (o pregunta).

Nota clave

Quizá la pregunta es buena, pero plantéale a los hijos buscar una formulación de la pregunta que sea lo más cuidadosa y cariñosa posible. Así pondrán en juego la inteligencia del corazón.

Las preguntas buscan comprender, no demostrar. Es importante trabajar la motivación que nos lleva a preguntar: ¿qué buscamos para el otro? ¿Buscamos su mayor bien? ¿Estamos comprometidos con él y somos cariñosos? Hay preguntas que suenan amenazantes, condescendientes o son un castigo. Lo vivimos muchas veces en el hogar cuando preguntamos ante un error del otro: «¿No te lo había dicho?».

Antes de preguntar hay que pensar bien. Es mejor callarse que formular mal una pregunta. No hay por qué darse prisa, tenemos tiempo. Nuestra recomendación es que, si quieres hacer una pregunta importante a alguien en la familia, la escribas y la «dejes dormir». Mírala al día siguiente y cuestiónate si es la mejor que podrías hacer.

Imagínate que tu hija adolescente ha suspendido un examen importante a comienzo de curso. Nuestra reacción es echarle en cara sus distracciones; le repetiremos la importancia de los estudios y nuestros consejos y mandatos. Ella bajará la cabeza y esperará a que pase el chaparrón. El momento es emocionalmente tan intenso que ni la hija tiene la paz para asimilar contenidos ni los padres encuentran suficiente paz para decir las cosas que quieren que ella entienda. Incluso cuando estás tranquilo y no quieres echar ninguna bronca, el momento es tan tenso que ella no está en el momento de escuchar. Solo trata de pasar descalza sobre las brasas del suspenso y al llegar al otro lado ya se lo planteará.

En esas y otras situaciones, las preguntas tienen una enorme fuerza. Quizá sea mejor hacer silencio y que baje algo la inflamación emocional que el suspenso causa en el hogar. Piensa cuál es la pregunta que ella se debe hacer. Si ella no se hace la pregunta adecuada, es muy difícil que cambie. Se ajustará a nuestras exigencias, pero lo que nosotros buscamos es que realmente ella se haga responsable, que madure, que se haga cargo de su deber, que se comprometa personal, moral y pasionalmente con el estudio.

Eso no lo vamos a lograr con pura presión. Busca la mejor pregunta y que se la haga. Incluso dásela por escrito y pídele que en un par de días escriba una respuesta. Eso va a llegar más hondo que cualquier disgusto, castigo material o sanción emocional. Las preguntas nos hacen aprender. Yo puedo hacer mías tus preguntas, pero no tus respuestas; tus respuestas son tuyas, pero en las preguntas cabemos todos.

Hay varios tipos de preguntas que deberíamos tener en cuenta en cualquier búsqueda –un discernimiento es una búsqueda–. Hay preguntas conceptuales. Parten de una idea inicial. Por ejemplo: «Papá, yo lo que quiero es más libertad y ser feliz». En relación con ello, las preguntas conceptuales investigan las categorías básicas que se emplean. En relación con esa afirmación preguntaríamos: «¿Qué es para ti libertad? ¿Y qué crees que es libertad en una familia? ¿Qué es felicidad? ¿Qué es lo que te hace realmente feliz?».

Esta idea me gusta

Las respuestas las da cada cual, pero en las preguntas cabemos todos.

Con frecuencia, las preguntas conceptuales nos llevan a otros conceptos que sustituyen a los anteriores. Por ejemplo, quizá cuando el hijo dice «libertad» quiere decir «confianza en mí». No quiere más libertad, sino que se confíe en sus decisiones y comportamientos. No hay que agobiar con las preguntas conceptuales, porque podría parecer que ponemos en cuestión que el otro sepa lo que está diciendo. Pero sí es bueno que hagamos cuestiones del tipo: «Para ti, ¿qué es...?», o «¿qué significa para ti...?». Muestran interés por lo que el otro piensa y transmiten seguridad y confianza.

Otro tipo de preguntas son aclaratorias. Tampoco hay que abusar, porque el otro puede pensar que estamos tratando de socavarle. Las intenciones al pedir aclaraciones hay que depurarlas especialmente. Corremos el riesgo de sentir que es un interrogatorio, y por eso el otro debe apreciar que estamos genuinamente interesados en lo que piensa y siente. La lógica no es la de «no te explicas», sino la de «todavía no lo entiendo».

El problema para aclarar no está en que el otro no se explica, sino en que «necesito entenderlo bien y que me ayudes a hacerlo». Con las preguntas aclaratorias pedimos con sinceridad ayuda al otro. No es un examen, sino un favor que nos hace. Las preguntas aclaratorias buscan saber los cuándos, dóndes, el qué y el cómo; buscan que no haya ambigüedad y que se pregunte por una cosa y no por otra.

En este tipo de preguntas es bueno hacer algo que Ignacio de Loyola nos pide: en todo momento «salvar la proposición del prójimo», buscar salvar la pregunta que nos ha hecho. Por ejemplo, es bueno preguntar pausadamente, buscando un ritmo lento que permita paz y poder pensar. El otro no puede ver que disparamos preguntas como una metralleta, porque va a sentirlo como un reproche que trata de desmantelar la propuesta o pregunta.

Es muy útil lanzarnos preguntas que poder responder dentro de unos días. Parte del problema de preguntar se ocasiona en la inmediatez. Cuando hay que responder al momento, reaccionamos más que respondemos. Darnos tiempo quita presión y tensión emocional a las cosas. En esos días da tiempo a procesar. Lo hacemos poco: muchas veces nos obligamos a responder instantáneamente las cosas. Y, cuando nos forzamos a tener las cosas claras a la primera, nos equivocamos. No pasa nada por aplazar las respuestas o proponer darle una segunda vuelta. Es fácil «darnos un par de días para pensarlo». Y además es muy elegante.

Además de preguntas conceptuales y aclaratorias hay preguntas de perspectiva. Hay preguntas que uno hace desde una sola perspectiva, y es importante que se adopten otras perspectivas. La perspectiva puede ser que solo se ve la cuestión desde los intereses personales o porque se ve todo con un ánimo determinado.

Es posible que, cuando estamos cuestionando algo, haya uno que todo lo ve de forma negativa. Con tranquilidad se le puede pedir, como si fuese un juego, que se ponga en la perspectiva de otro. Por ejemplo, al estar en la cena hablando de algo en lo que un hermano reprocha al otro, se le puede decir: «Te propongo algo muy interesante, ponte en el lugar de tu hermano, ¿cuál sería tu pregunta?». O se le puede cambiar de marcha en la bicicleta: «Ponte ahora en una posición más optimista, ¿qué es lo que preguntarías?».

Hay perspectivas negativas y positivas, otras que buscan soluciones creativamente, otras que son prudentes y piensan en los impedimentos. Si ayuda, cambiar los papeles es muy útil para desencallar las cosas o tratar de que no nos enconemos en solo una forma de verlas.

Hay un tipo de pregunta que es muy reveladora y relacionada con la anterior. Se trata de descentrar al sujeto de la pregunta para vernos desde una perspectiva mayor que nos trascienda. Es una pregunta trascendente. Por ejemplo, ante una situación complicada es bueno preguntarnos cómo lo vería algún familiar a quien todos respetemos mucho por su cariño y sabiduría. Otro ejemplo: una pareja está preocupada por el comportamiento de su hijo y no sabe bien qué hacer. Supongamos que ambos tienen un enorme aprecio por el padre de ella, ya que era un hombre ponderado y un gran educador, muy solícito con los hijos. En cierto momento les ayudará preguntarse: ¿cómo habría enfocado esto tu padre o mi padre? En el discernimiento cristiano es crucial la pregunta: «¿qué habría hecho Jesús? ¿Qué querrá Dios que hagamos? ¿A qué nos impulsa el buen Espíritu?».

Cuando nuestra referencia de creencias sea una gran personalidad que admiramos, la pregunta también es muy útil. Imaginemos que estamos en un conflicto familiar. Podemos preguntarnos: «¿Qué habrían hecho Marie Curie o Gandhi?». Quizá nos venga muy grande, porque nosotros no tenemos su grandeza, pero será iluminador.

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