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El futuro que vendrá

La mirada retrospectiva que hemos intentado reconstruir de estos últimos cincuenta años de la vida religiosa nos muestra que ante las continuas novedades hubo ciertamente múltiples resistencias y tensiones, pero, en general, se dio apertura y se generó toda una recepción creativa. No olvidemos el contexto, fueron décadas de grandes cambios en todas las instituciones y países, no fue un fenómeno exclusivo de la vida religiosa o de la Iglesia. Era un espíritu común a toda una época que tuvo sus manifestaciones en las artes, la literatura, el teatro, el cine, la cultura, la política (revoluciones sociales), la educación y, por supuesto, también en la vida consagrada.

Lo que en resumidas cuentas vino a suscitar todos estos movimientos fue un nuevo modo de estar en el mundo de la vida religiosa. Una inculturación ya no de grandes equipos en número y recursos, sino de pequeñas fraternidades más dinámicas y coherentes, más evangélicas. Atrás fueron quedando las estadísticas cuyos guarismos hacían sentir a sus miembros cierto orgullo de pertenecer a una gran congregación, poderosa e influyente, presente prácticamente en todos los países del mundo. Valga el ejemplo de los Hermanos Lasallistas quienes en 1965 eran 16.860, en 1980 descendieron a 10.260 y en 2014 la estadística de personal marcaban los 3.750. Las cifras hablan por sí solas. Apareció una vida religiosa que es más signo que número, con todo lo que un signo significa.

La vida consagrada salió purificada y fortalecida de toda esta historia. Ya no será la misma de antes, pero se enrumba vigorosa hacia una nueva etapa de su historia. Cuenta con unos núcleos patrimoniales sólidos, a los cuales no puede renunciar, pues son la herencia preciosa que le legaron los avatares de esta historia cincuentenaria. Entre otros podríamos señalar: una identidad clara de su propia naturaleza y sus fines; un posicionamiento colaborativo frente a la misión; una espiritualidad renovada, más mística y profética; un talante de compromiso con los más pobres y la justicia; un liderazgo de intervención en la realidad sapiencial y sabio; una vida fraterna en comunidad más humana y sencilla; una vivencia de los consejos evangélicos y de los votos más madura y armónica; una apertura y aceptación de la diversidad de sus miembros más caritativa e incluyente. En síntesis, es una vida religiosa más signo significante, grano de mostaza y fermento dentro de la masa, libre y autónoma frente a los poderes temporales, más cercana al ideal evangélico y a los carismas que le dieron vida.

Nos encontramos, pues, transitando por tiempos de balance, de evaluación, de revisión de vida, de memoria sobre la historia transcurrida. Vivimos tiempos serenos, de no radicalidad, por tanto, fecundos y prometedores para la hoja de ruta que estamos llamados a construir para los próximos años. Son tiempos de conversión y de profundización espiritual, para asumir el futuro que viene en espíritu de discernimiento, previa una escucha atenta y disponible ante lo nuevo que Dios va irrumpiendo en el presente de nuestra historia. Como escribió, si la memoria no me falla, Tagore: “Todo nuevo niño que nace en el mundo es la promesa y la esperanza de que Dios sigue confiando en la humanidad a pesar de todo”. Parafraseando su pensamiento podríamos decir: todo joven que ingresa a la vida religiosa es la promesa y la esperanza de que Dios sigue confiando en la vida consagrada a pesar de todo.

Me disponía a cerrar la escritura de este capítulo en este punto, mas tuve que suspender, pues tenía que ir a clase a la Universidad, se me había hecho tarde, allí mis estudiantes son jóvenes formandos de diferentes congregaciones religiosas. Iba raudo por el pasillo próximo al aula, cuando uno de ellos se me acerco y me dijo a quemarropa: “Le tengo una mala noticia”. Tan solo tuve tiempo de decirle: “¿y eso?”, al instante respondió: “¡se retiró Julio César!” (un joven muy apreciado por sus compañeros, iba en su segundo año de formación, era consenso entre los profesores que tenía madera para ser un buen religioso )…, me quedé impresionado por unos segundos. Reaccioné y le respondí: “en la vida religiosa, en últimas, siempre es un misterio por qué alguien ingresa, por qué persevera o por qué se retira”. Entramos al aula…, recordé lo que minutos antes había escrito retomando a Tagore… ya no estaba tan convencido de lo que le acaba de decir a mi alumno…, me quedé en profundo silencio.

Capítulo 3

El itinerario lasallista en la construcción de su identidad

En la tradición espiritual lasallista tiene particular acento la confianza en la providencia de Dios, que guía la historia, “como quien se lanza a la mar en una barca sin velas ni remos”. Durante muchas décadas y siguiendo la teología de su tiempo se entendió de una manera no afortunada, se interpretaba como que había que dejar todo en manos de Dios, diluyéndose así el protagonismo de los demás actores de la historia. La autonomía y la responsabilidad personal eran delegadas en una imagen de Dios providente, quien no iba a descuidar a los que se le consagrasen. Se reforzaba este enfoque con la autoridad del Evangelio: “No anden preocupados por la vida, pensando qué comerán, ni por el cuerpo, discurriendo con qué lo vestirán […] Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, pero el Padre celestial las alimenta. […] Observen los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Les aseguro que ni Salomón, en todo su esplendor, se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, ¿no los vestirá mejor a ustedes, hombres de poca fe?” (Mt 6, 25-30).

Se trataba, entonces, de una espiritualidad en la que hacer la voluntad de Dios, de cierta manera, era negar la libertad de la persona, a la cual no le quedaba otro camino que ejecutar los designios de Dios preconcebidos y delineados desde el principio, como los planos de un arquitecto o el mosaico de un artista. La nueva teología previa al Concilio Vaticano II, que se constituirá en su fermento, va a desarrollar una mirada nueva de la acción providente de Dios en la historia. De ahí en adelante, Dios es concebido como un pedagogo que demanda nuestra participación en libertad. Hacer la voluntad de Dios conlleva el riesgo de ejercer la libertad responsablemente. Se trata, pues, de tomar la construcción de la historia en las propias manos, y con inteligencia, planificación y administración hacer acontecer lo nuevo decidido en el discernimiento comunitario.

La práctica de este tipo de discernimiento, donde se interceptan dos realidades complementarias: la acción del Espíritu, de un lado, y el comportamiento activo y creativo de la persona y el grupo, del otro, va dejando atrás tres comprensiones inadecuadas de la intervención de Dios en la historia. La primera, la total independencia entre la acción del Espíritu y el actuar humano; la segunda, el actuar humano es producto de la acción del Espíritu y, la tercera, la acción del Espíritu está determinada (supeditada) al actuar humano. De esta manera aflora una perspectiva nueva: la acción del Espíritu y el actuar humano son de naturaleza diversa, pero interdependientes, media la libertad de los hijos de Dios. Así desaparece el providencialismo paralizante, dando paso a un empoderamiento de la propia vida y de la historia, creativo e innovador. Se actualiza el antiguo aforismo atribuido a san Agustín “Ora como si todo dependiera de Dios, trabaja como si todo dependiera de ti”, o la versión atribuida a san Ignacio de Loyola “Actuar como si todo dependiera del hombre, confiar como si todo dependiera de Dios”. Que en palabras de san Juan Bautista de La Salle equivaldría a “No hagáis diferencia entre los deberes propios de vuestro estado y el negocio de vuestra salvación y perfección” (CT 16, 1, 4).

Cuando esta renovada aproximación teológica tocó a las puertas de la congregación lasallista se desencadenaron unas fuerzas creativas que antes estaban como ocultas y en ocasiones reprimidas. Se produjo un efecto liberador. Se desataron muchas amarras, los Hermanos comenzaron a dar su propia palabra y las comunidades a empoderarse de su futuro. Contribuyeron grandemente a este propósito, en el Instituto, unos capítulos generales con metodologías participativas, prospectivas con estilo de asamblea democrática de debate abierto y concertación. Y, en las bases, la creación de los capítulos de distrito, herramienta de gran poder transformador, conformados por elección popular, para que en lo local se evaluara, proyectara y se tomaran decisiones de acuerdo con las realidades y necesidades.

Se pasó de un Instituto rígidamente centralizado con distritos, comunidades y Hermanos pasivos a un Instituto con organismos deliberativos, con estructuras y personas proactivas y protagonistas de su propio devenir. Mirando a la distancia podemos afirmar que durante estos años los Hermanos Lasallistas atravesaron aceleradamente, y valga la comparación, por las cuatro actitudes básicas del crecimiento de los seres humanos: de la dependencia del niño se pasó a la contradependencia del adolescente, de esta a la independencia del joven para llegar, finalmente, a la interdependencia del adulto. Explicando un poco tendríamos que: de una vida religiosa infantil lentamente se fue madurando hacia una vida religiosa adulta, con la travesía previa por las necesarias crisis de rebeldía y total independencia de las etapas intermedias de la vida.

En medio de todo el anterior proceso, el cuerpo de la sociedad se fue haciendo cada vez más consciente de que el mundo moderno le estaba interpelando fuertemente, a la vez que le exigía que hiciera una reflexión rigurosa de sí mismo, para replantearse su ser y su naturaleza profundos. Igual que en otras organizaciones e instituciones, a lo largo y ancho del planeta, se comenzó a experimentar la urgente necesidad de examinar la propia razón de ser, la naturaleza misma del existir en un mundo en total mutación. Había un gran desfase entre el rumbo que tomaba la historia y el anquilosamiento de la vida religiosa lasallista. Así es como el Instituto lasallista se embarca en una trascendental búsqueda de puesta al día en fidelidad creativa de su identidad carismática de Hermanos.

Ondas creadoras de nueva identidad

El Vaticano II al zarandear las aguas tranquilas en que se había sumergido la Iglesia comenzó a suscitar una serie de ondas de vida, que se entrechocaron entre sí produciendo poco a poco transformaciones no previstas desde el comienzo. Los decretos: Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, que entiende el ministerio sacerdotal como ministerio apostólico; Perfectae caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, que ve a la persona consagrada como signo de vida futura; Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares, con su teología del laicado, cuya referencia fundamental es el bautismo, en el que cada cristiano es consagrado para ser y vivir en el mundo como sacerdote, profeta y rey; situados y leídos dentro del conjunto de las cuatro constituciones centrales: Lumen gentium, sobre la Iglesia; Dei verbum, sobre la divina revelación; Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia; y Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, van a posicionar entre los sacerdotes, religiosos y laicos la pregunta por el sentido en la necesaria confrontación con el otro.

¿Qué significa ser sacerdote?, ¿quién es un religioso?, ¿cuál es la naturaleza del laico? eran temas que merecían un análisis detenido y riguroso. Las tres identidades se ven interpeladas fuertemente de tal manera que se desencadena una reflexión y búsqueda de impredecibles consecuencias. Cincuenta años después podemos afirmar que la vida religiosa es la que ha logrado una mejor reconfiguración de su teología como vida consagrada, la cual le ha permitido ir dibujando un nuevo rostro. No ha ocurrido de la misma manera con los laicos y los sacerdotes. Si bien hoy constatamos que ambos se comprenden de una manera muy diferente de como se pensaban antes del Concilio y viven sus roles de una forma nueva les falta un largo camino por recorrer en la autodefinición de su naturaleza. Para el caso de los cristianos laicos todavía no es suficiente el número y calidad de teólogos nacidos en su seno que con autonomía y conscientes de su protagonismo en la Iglesia se digan a sí mismos: ¿quiénes son?, ¿cuál es su identidad?, ¿qué espiritualidad necesitan?, ¿para dónde deben ir en la Iglesia? No se puede esperar a que los sacerdotes o los religiosos los remplacen en estas tareas inaplazables. Ello será garantía de su vitalidad y participación proactiva en el futuro de la Iglesia.

Figura 3. Ondas creadoras de nueva identidad


Fuente: elaboración propia.

En cuanto a los sacerdotes todavía quedan muchos temas pendientes por resolver. Tal vez el más debatido, sin que por ello se haya llegado a una solución satisfactoria, ha sido el de si se pueden casar o no. Al lado de este se encuentra el de si las mujeres pueden acceder al sacerdocio o no. Junto a ellos se podrían agregar otros asuntos, tales como: la democracia en la Iglesia, la elección de obispos, el primado del papa, la vigencia de los nuncios, el problema del poder, etc. Cuestiones que la sociedad actual interpela y a las cuales hay que atender y estudiar. ¿Cuáles serían las mejores soluciones para la misión de la Iglesia y la evangelización del mundo? El fondo de la cuestión es que todavía no se ha profundizado lo suficiente en la comprensión del ministerio y la vida de los presbíteros, según el Concilio Vaticano II. También en este punto queda un largo y arduo trayecto por caminar.

No es el centro de este capítulo el ahondar en el itinerario de la identidad sacerdotal o en la de los cristianos laicos, tampoco en la de la vida religiosa en general. El propósito es dar una mirada a qué le ocurrió a los Hermanos en ese proceso de madurez eclesial que desencadenó el Vaticano II, ¿qué sucedió cuando su identidad carismática fue sacudida por las ondas de vida suscitadas por el replanteamiento en simultáneo de la identidad de los sacerdotes y de los laicos? Observar ese momento en que las aguas se agitaron produciendo fuertes ondas que interactuaron entre sí, con una energía tal que provocaron reacciones de parte y parte, que permitieron que cada uno saliera fortalecido en la comprensión de sí mismo.

Hermanos: ayer, hoy y mañana

Los Hermanos Lasallistas hacen parte de la tradición histórica de la vida religiosa, que desde sus orígenes nació laical. Son religiosos hermanos de una congregación laical que tiene un carisma, una espiritualidad y una misión laical. Las distintas generaciones que se han ido sucediendo desde los inicios se han preocupado para que las intenciones carismáticas del Fundador y sus primeros compañeros fueran encarnadas en tiempos y modos diferentes, y la identidad carismática de Hermanos se inculturara y actualizara en formas nuevas según los tiempos lo fueran exigiendo.

La comprensión progresiva de la teología del carisma en la etapa posconciliar permitió diferenciar entre: carisma de fundador, carisma del fundador y carisma fundacional. El carisma de fundador se refiere a la inspiración de fundar y el camino seguido para fundar; indica los dones que el Espíritu hace a uno o más fundadores en vista a la creación de una nueva institución de vida consagrada en la Iglesia para el mundo. El carisma del fundador es esa nueva manera de comprender y vivir el Evangelio, esa experiencia del Espíritu vivida por el fundador, que contiene como en una especie de código genético las intencionalidades y el proyecto de vida fundantes, fruto de la inspiración primigenia. Y el carisma fundacional es esa experiencia personal-comunitaria vivida por el grupo de los orígenes, ese desarrollo compartido del carisma del fundador que se encarna en la vida de los primeros miembros, en su historia. Esta trilogía ayudará a visualizar el carisma del instituto como esa relectura colectiva permanente del carisma del fundador y del carisma fundacional que entran en contacto con las nuevas situaciones históricas.

En resumidas cuentas, lo que aporta la teología del carisma es un emprendimiento novedoso, la fidelidad creativa a la herencia recibida del Fundador y de los primeros Hermanos, ya que toda identidad carismática posee dos dinamismos internos: el primero, en la medida en que se le vive se le comprende mejor, porque el misterio del seguimiento de Jesús, al estilo de un fundador, es insondable e inagotable y, el segundo, el que su interpretación no es un hecho cumplido de una vez y para siempre, ya que cada generación está llamada a hacer progresar su interpretación a partir de las realidades novedosas de su propio momento histórico. Así es como la identidad carismática dejó de ser vista como estática, cual legado inamovible transmitido por el fundador a los primeros discípulos, para entenderse como una herencia destinada a ser revivida y reactualizada por los seguidores de ayer, de hoy y de mañana.

Esta herencia, dentro del lapso que nos ocupa, ha tenido que ser custodiada, profundizada y desarrollada. Custodiada porque no siempre fue comprendida llegando a debilitarse o distorsionarse ante las críticas que se hacían, que se dirigían más que a la identidad en sí misma a ciertas manifestaciones de su vivencia que, ciertamente, eran cuestionables. Profundizada gracias al renovado interés por los estudios y las investigaciones de la vida, la obra y el pensamiento del Fundador y de la historia de la Congregación. Desarrollada por las especificidades de cada región y país, al poner por obra todas las potencialidades presentes en esta como en germen, desde los inicios de la fundación del Instituto.

La primera y principal onda concéntrica que se origina a partir de la comprensión de una identidad carismática de Hermanos no estática, sino dinámica, fue la renovación de la mirada sobre la propia naturaleza y misión. Esta ha quedado excelentemente plasmada en tres documentos que fueron sucediéndose a través de las décadas. El primero, La Declaración sobre el Hermano en el mundo actual, de 1967; el segundo, El Hermano en los Institutos Religiosos Laicales, de 1991, y, el tercero, Se llamarán Hermanos, de 2013. Nada mejor que remitirse directamente a estos por su riqueza doctrinal e inspiración profética para profundizar en la actualización novedosa alcanzada por los Hermanos en su búsqueda de inculturar los elementos constitutivos de su vocación: misión-consagración-comunidad, en una síntesis viva y con una espiritualidad integradora. Allí quedan consignados, como expresión nueva, la perenne e indisoluble unidad entre todas las dimensiones de su vida de Hermanos.

No fue sereno y tranquilo el alcanzar esta autodefinición contemporánea en fidelidad creativa al legado del Fundador y los primeros Hermanos, fue como navegar por aguas agitadas y encrespadas. La segunda onda concéntrica se va a tornar para los Hermanos como en una especie de remolino peligroso para su identidad. El Concilio Vaticano II había dado un espaldarazo a favor de la vida religiosa laical en el atinadísimo numeral 10 del Decreto Perfectae caritatis que dice: “La vida religiosa laical, tanto de hombres como de mujeres, constituye en sí misma un estado completo de profesión de los consejos evangélicos. Por lo tanto, estimándola altamente el sagrado Concilio, por ser tan útil para el oficio de la pastoral de la Iglesia en la educación de la juventud, en el cuidado de los enfermos y otros ministerios, confirma a sus miembros en su vocación y los exhorta a que ajusten su vida a las exigencias actuales”. Con estas líneas venía a ratificar el camino emprendido por los Hermanos desde los años cincuenta, para la clarificación teológica y eclesiológica de su identidad religiosa laical como Instituto.

Sin embargo, el mismo numeral 10 de Perfectae caritatis a renglón seguido va a introducir un planteamiento que se prestó a una saludable controversia, dice así: “El sagrado Concilio declara que nada obsta a que, en los Institutos de Hermanos, permaneciendo firme su carácter laical, por disposición del capítulo general, algunos de sus miembros reciban las sagradas órdenes, a fin de atender a las necesidades del ministerio sacerdotal en sus propias casas”. Entre los Hermanos Lasallistas de los años sesenta la pregunta ¿introducir o no el sacerdocio? se conoció como “la cuestión del sacerdocio”. Recordemos que en aquel tiempo quienes eran ya religiosos adultos habían ingresado a la congregación prácticamente desde niños, algunos de ellos siguieron, pero sin una verdadera vocación de Hermano, por el contrario, se sentían llamados a la vida sacerdotal, mas no daban el paso de cambiar de estado, llevando una vida dicotómica y fragmentada entre lo que eran y lo que deseaban realmente. Llega la coyuntura del Concilio, entonces se desencadena en ellos una especie de anhelo por seguir perteneciendo a la congregación lasallista, pero dentro de una identidad diferente, como presbíteros. Hubo de todo: debates, encuestas, peticiones, confusiones, dudas, salidas. La congregación tomó el camino correcto, estudió el asunto muy seriamente y en el 39º Capítulo General, de 1966-1967, ratificó la identidad como Hermanos y mantuvo el carácter laical del Instituto.

Como cuerpo de la sociedad, los Hermanos habían respondido con un rotundo no a la introducción del sacerdocio en la congregación. Gracias a la perspectiva que proporciona la distancia de los acontecimientos hoy podemos corroborar que sin duda fue una decisión profética y visionaria. Una toma de decisiones contraria habría sido un gravísimo error de comprensión de la identidad carismática de Hermanos. Mas el discurrir de la vida continúa, el tiempo y la historia no se detienen, aparece la tercera onda concéntrica: los efectos del protagonismo de los seglares en la Iglesia promovido por el Concilio. Al igual que la anterior va a agitar fuertemente las aguas de la identidad lasallista. Si al dilema sobre aceptar o no el sacerdocio en el Instituto, la respuesta había sido negativa; a la novedad de compartir la misión y el abrir la asociación para el servicio educativo de los pobres a los cristianos laicos, la respuesta fue positiva.

Así es como, durante las últimas tres décadas, se fue dando una evolución en la forma como los lasallistas (Hermanos y colaboradores seglares) se veían y se situaban, bien lo expresa la Circular 461, de 2010: “El cambio de vocabulario en el Instituto subraya una evolución: Familia Lasallista (Capítulo General de 1986), Misión Compartida (Capítulo General de 1993) y Asociación (Capítulo General de 2000). Esta evolución conduce, aunque con modalidades y ritmos diferentes según la Región y el Distrito, a estructuras organizativas de diálogo, de discernimiento y de toma de decisiones en las que todos los lasallistas, incluidos los Hermanos, participan al mismo nivel”. Tal dinamismo se concretó en el agenciar la misión educativa lasallista de manera colaborativa, cooperativa, compartida.

Ciertamente, tampoco fue fácil encontrar el camino nuevo de colaboración entre Hermanos y seglares. También hubo de todo: Hermanos, comunidades y distritos que acogieron creativamente, como una gran oportunidad, el nuevo rumbo, así como otros que lo rechazaron totalmente; experiencias de capítulos generales, capítulos distritales, consejos de distrito, y casas de formación donde se integraron cristianos laicos y Hermanos, al igual que otros que no lo vieron viable ni pertinente. El caminar fue mostrando que había que crear estructuras nuevas y procesos de formación diferenciados. Entonces aparecieron las Asambleas Internacionales para la Misión Educativa Lasallista (AIMEL) con participación de delegados seglares y Hermanos, con sus correspondientes Asambleas Regionales para la Misión Educativa Lasallista (MEL Regionales) y las Asambleas Distritales para la Misión Educativa Lasallista (MEL Distritales); también surgieron los Consejos MEL (tanto internacional como regionales y distritales) y una serie de procesos de formación cuyos destinatarios principales eran los seglares lasallistas comprometidos con la misión. De esta manera, los capítulos generales y distritales como los otros organismos de la animación propiamente religiosa de la congregación volvieron a ser conformados exclusivamente por Hermanos.

Todo lo anterior llevó a los Hermanos a reflexionar sobre la pregunta: ¿qué es lo que se comparte? La experiencia ha ido mostrando que se da un itinerario de acción en al menos seis frentes que a medida que se cualifiquen y perfeccionen irán configurando un nuevo modo de ser de la identidad carismática lasallista. En este orden de ideas, se comparte: el ser (el carisma, la espiritualidad), el hacer (la misión educativa), el saber (la pedagogía lasallista), el poder (gestión, cuerpos colegiados, trabajo en equipo, toma de decisiones), el tener (los recursos) y el estilo de vida (fraternidades, comunidades de vida). De esta manera, las obras educativas lasallistas serán más lasallista en tanto vayan perfilando las mejores prácticas para ser llevadas “juntos y por asociación” dentro del espíritu de la misión compartida.

Del anterior entrechocar de las tres ondas de vida, como deliberadamente las hemos llamado, podemos concluir que resultó más vida y vida en abundancia. Los Hermanos precisaron su identidad carismática evitando confusión de roles y valorizando la vocación específica de los otros ámbitos. Los seglares han ido haciendo su camino tras la clarificación de su naturaleza y su misión dentro de la Iglesia, del mismo modo que su participación en la familia carismática, en la cual comparten el trabajo y la vida. Los sacerdotes conocen mejor la vida religiosa y respetan los espacios que han ido ganando los cristianos laicos. Sin duda alguna, después de cincuenta años, para todo el pueblo de Dios, se ha ido construyendo una nueva manera de ser Iglesia.

Dentro de este marco ha de considerarse una paradoja, como nunca antes en la historia de la congregación lasallista la identidad carismática de Hermanos ha sido tan diáfana y necesaria; sin embargo, los religiosos veteranos envejecen y las nuevas vocaciones todavía no repuntan en el número anhelado. El futuro de la vitalidad del Instituto se avizora, como un duelo perpetuo entre la vida y la muerte.

Cerremos, pues, estas reflexiones con una nota plena de esperanza. Se encontraba el Hermano José Pablo Basterrechea, antiguo Superior General, ya fallecido, en una visita pastoral a uno de los distritos lasallistas de Asia. Corrían unos años en los que se experimentaba fuertemente en todos los países las salidas numerosas de religiosos hermanos y el aumento de la edad promedio de quienes perseveraban. Se encontraba explicando tal fenómeno y sus proyecciones durante una rueda de prensa, cuando un periodista levantó la mano y preguntó: “¿Superior General, cuándo se acabarán los Hermanos?”, la respuesta de José Pablo fue fulminante: “¡Nunca!”. Pasaron unas fracciones de milésimas de segundo, en las cuales los oyentes experimentan esa tensión típica que produce la expectación ante una respuesta. El Hermano continuó: “Mientras en la humanidad haya niños y jóvenes a quien educar siempre habrá Hermanos. Mientras en el planeta quede un rincón en donde se encuentren niños y jóvenes pobres, deseosos de que alguien les tienda la mano y los libere a través de la educación, la vocación de los Hermanos tendrá sentido y seguirán existiendo”… transcurrieron otras milésimas de segundo… y el Hermano José Pablo le devolvió la pregunta al periodista: “¿Podría decirme usted, cuándo se acabarán en la humanidad los niños y los jóvenes más pobres?”... Hubo sonoros aplausos.

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