Читать книгу: «Huésped», страница 2

Шрифт:

CAPÍTULO 5

—Disculpad, no me he presentado. Soy Alma —añadió aquella mujer que rondaba los sesenta años, aunque lucía bastante bien físicamente, se notaba que cuidaba mucho su cuerpo.

—Encantada. Yo soy Catalina.

—Yo Aarón.

—Pero, entonces, tenemos que preparar nosotros la comida, ¿no?

Porque yo no veo a nadie del hotel que vaya a encargarse de hacerlo… —comentó Catalina.

—Efectivamente —corroboró Alma—. Deberíamos avisar a los demás huéspedes.

—¿Hay más gente en el hotel? —se sorprendió Catalina.

—Claro. Al menos tres o cuatro huéspedes más me ha parecido ver.

—Vaya… yo todavía no me había topado con nadie… —dijo por lo bajini Catalina.

—Siendo así, vamos a tocar las habitaciones del hotel para informar a todos los demás —propuso Aarón.

—Sí. Yo tengo que hacer una cosa urgente, pero nos vemos luego en la cocina para preparar la comida —pronunció Catalina.

—Vaya, darle de mamar a su hijo es lo primero —comentó Alma con astucia.

—¿Cómo sabes que tengo un hijo…? —se quedó petrificada Catalina ante aquellas palabras.

—La vi al llegar cargando un bebé desde la ventana de mi habitación. Y

por la hora que es, supongo que ya le tocará comer a la criatura —explicó Alma con tranquilidad, lo cual intrigó bastante a Catalina.

—Desde luego que eres una mujer muy suspicaz —esclareció Catalina.

—Mi trabajo me ha enseñado a serlo —ante las caras de duda de Aarón y Catalina, decidió confesar a qué se dedicaba—. Soy periodista. Y si algo he aprendido en estos años… es que si quieres hacer un buen reportaje y tener la exclusiva, no debes pasar por alto ningún detalle —se hizo la interesante, y lo logró.

—En fin, nos vemos luego en la cocina —Catalina decidió dar por finalizada aquella conversación y se marchó.

—Hola —saludó la pequeña Leonor a los que se encontraban en la cocina.

—Hola —enunció Catalina prácticamente al mismo tiempo que su hija, quien iba cogida de su mano.

—Hola, hermosa —le correspondió Alma, que estaba preparando la comida junto con la ayuda de otra mujer.

—Buenas —respondió la otra mujer secamente.

—Yo me llamo Leonor, ¿y vosotras? —preguntó la pequeña inocentemente.

—Yo soy Alma —contestó con una sonrisa, tratando de ser gentil con la pequeña.

—¿Y tú? —interrogó a la otra mujer, quien no le había contestado y no le quitaba el ojo a la comida que estaba preparando, como si se le fuera la vida en ello.

—Abigail —le dijo finalmente porque se sintió obligada.

—¿Puedo probar un…? —se atrevió a demandar Leonor mientras extendía su brazo en dirección a la comida que Abigail preparaba.

—¡Ni se te ocurra! —le gritó Abigail fuertemente a la niña, que se sobresaltó—. Es de muy mala educación toquetear la comida. La cocina no es un lugar para niños —continuó con desprecio y en tono de reclamo.

Catalina hizo el ademán de contestarle para ponerla en su sitio por hablarle así a su hija; sin embargo, Alma, que se dio cuenta de la reacción que iba a tener Catalina, se adelantó:

—Leonor, ven y te enseño unas fotos súper bonitas de algunos reportajes que he hecho —quiso entusiasmar a la niña para llevársela y evitar un conflicto entre Catalina y Abigail.

—¡Sí! —aceptó Leonor con mucha emoción.

Catalina le lanzó una mirada a Alma en señal de agradecimiento por el gesto que había tenido de llevarse a la niña, a lo cual Alma le respondió con una sonrisa.

—No tienes por qué hablarle así a mi hija —le soltó Catalina a Abigail una vez que Leonor y Alma ya se habían marchado.

—Solo he dicho lo que es. Si no te gusta escuchar las verdades, tápate los oídos —fue dura y seca.

Catalina tuvo la intención de acercarse a aquella mujer, que tendría más o menos la misma edad que Alma, para rebatirle aquellas palabras tan fuertes e hirientes; pero justo entonces un hombre entró a la cocina y se tropezó con Catalina, pues iba un poco acelerado.

—¡Perdón! Disculpa, no te vi —quiso dispensarse aquel hombre moreno, de ojos verdes, alto y sumamente guapo y seductor.

—No te preocupes, no pasa nada —Catalina aceptó sus disculpas de buena gana mientras Abigail observaba la escena por la mirilla de sus pupilas y sin abandonar su aspecto rudo.

—Me han dicho que teníamos que prepararnos nosotros la comida porque el personal del hotel no vendrá a trabajar por la cuarentena —

explicó el hombre.

—Sí, pero ya estoy yo cocinando para todos —le aclaró Abigail ásperamente.

—Puedo ayudarte —se ofreció el hombre.

—¡No! —se apresuró a contestarle Abigail a la vez que puso su cuerpo de intermediario entre la comida que preparaba y él, para evitar que el hombre se acercase.

—Como quieras… —dijo él con cierto desconcierto.

Catalina salió de la cocina, pues aquella mujer la estaba sacando de quicio. Él, al ver que Catalina se iba, decidió seguirla.

—Me llamo León, no te lo había dicho —entabló la conversación aquel hombre, que no había pasado desapercibido ante los ojos de Catalina, pues su atractivo y pronta edad, que sería un poco menos que la de Catalina, lo hacían irresistible.

—Encantada, León. Yo soy Catalina —se presentó con una sonrisa.

—Catalina… un nombre muy bonito… pero Caty suena mejor. Es más juvenil. ¿Te importa si te llamo así? —le propuso con una voz muy melódica y masculina, sin dejar de sonreír.

—Precisamente así me llaman todos los que me conocen: Caty —le informó Catalina, que se ruborizó con su presencia.

—Entonces, es un placer, Caty —agregó León clavando su mirada en los ojos de ella, que brillaban cual adolescente cuando se enamora por primera vez.

CAPÍTULO 6

—Lo mismo digo, Lion —bromeó Catalina traduciendo el nombre de aquel hombre al inglés y con una pronunciación perfecta.

—¿ Lion? —Repitió en medio de la risa que aquello le había provocado, también con un gran acento inglés—. Nunca nadie me había llamado así —continuó cuando la risa cesó y, en su lugar, quedó una amplia sonrisa.

—Siempre hay una primera vez… —rebatió Catalina, ruborizándolo.

—Incluso después de las primeras veces… vuelven a haber otras primeras —enunció sin dejar de sonreír y mirándola fijamente con unos ojos que brillaban cual diamante.

—Nunca lo había pensado… pero sí. Tienes toda la razón —le dijo alegremente.

—Y… ¿a qué te dedicas? —quiso saber más de ella.

—Soy perfumista.

—¿De verdad? ¿Elaboras perfumes? —lo dejó con la boca abierta.

—De verdad —le corroboró sin dejar de sonreír.

—Suena muy interesante.

—Lo es. Además, elaborar un perfume no se trata solamente de mezclar aromas. También se tiene que analizar la personalidad de aquellos que lo vayan a usar —le comentó con mucha pasión por su oficio.

—O sea, ¿me estás diciendo que eres capaz de descifrar la personalidad de alguien simplemente por el perfume que usa?

—Tanto como descifrar tal vez no, pero un perfume dice mucho de la persona que lo utiliza.

—Y de mí, ¿qué dirías? —le preguntó con mucha curiosidad.

León estiró su cuello y lo acercó a ella para que Catalina pudiera olerlo bien, pero ella ni siquiera se inmutó. No necesitaba aproximarse a él para saber qué perfume utilizaba, su olfato lo había detectado desde el primer instante. Por ello es que simplemente se limitó a bajar la mirada y rio tímidamente ante la ignorancia de León, que no sabía lo bien desa rrollado que tenía Catalina ese sentido.

—¿Qué? —murmuró él sin entender muy bien lo que estaba sucediendo.

Chopard Oud Malaki, una fragancia inconfundible. Una mezcla de toronja, abrótano, lavanda, cuero, tabaco, especias, madera de oud, ámbar gris y madera oscura. Ah, por cierto, no era necesario que te acercaras, una buena perfumista es capaz de reconocer cualquier perfume a distancia.

—Vaya… has acertado por completo. Y… ¿qué te dice de mi personalidad?

—Un hombre elegante, fino y delicado. Joven, pero con seguridad. Lleno de retos y metas, con muchas ganas de vivir. ¿He acertado esta vez?

—Yo no me hubiera descrito mejor… —verdaderamente estaba asombrado.

—Y tú, ¿a qué te dedicas? —indagó.

—Soy médico forense. Terminé la especialidad hace apenas un par de años.

—Ojalá no necesitemos de tus servicios —bromeó.

—Espero que no —sonrió.

Un hombre de unos cuarenta años los sorprendió.

—Hola, ¿vosotros también os estáis hospedando en este hotel? —les preguntó, sacándolos del ensimismamiento en el que León y Catalina estaban, pues se habían quedado mirándose fijamente con timidez y frenesí.

—Sí —contestó Catalina rápidamente, apartando su mirada de la de León para conocer al tercero—. Soy Catalina.

—Yo León.

—Yo soy Guille. Encantado. ¿Sabéis dónde puedo ordenar la comida? He ido a recepción, pero no he encontrado a nadie.

—Lo que pasa es que no hay personal del hotel. Debido a la cuarentena nadie ha venido a trabajar, pero una de las hospedadas ya está preparando la comida —explicó Catalina.

—Qué desastre… —dijo por lo bajini Guille con desprecio y aires de grandeza, lo cual también se reflejaba en sus gestos y su forma de vestir, extremadamente pija y arrogante.

—Yo creo que podríamos ir poniendo la mesa. Así comemos en cuanto la comida esté lista —propuso León.

—Claro —se unió Catalina.

—Id vosotros si queréis. Avisadme cuando esté lista la comida —ordenó Guille.

—¿No piensas ayudarnos a poner la mesa? —León no podía creer la prepotencia de aquel hombre.

—Si comparto la mesa con vosotros y los demás que estén en este hotel… ya haré bastante —replicó Guille con altivez.

Seguidamente, Guille dio media vuelta y se marchó. Catalina y León se quedaron anonadados ante aquella actitud.

—¿Quién se cree? —León no lograba salir del asombro.

—Déjalo, mejor vamos a poner la mesa —intentó apaciguar el ambiente Catalina.

León y Catalina iban a poner la mesa, pero su sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que alguien se les había adelantado: todos los cubiertos estaban colocados, así como los platos, servilletas, vasos… inclusive una decoración discreta, pero un tanto… macabra. Con unos muñecos en el centro de la mesa. Tan solo faltaba que Abigail terminase la comida.

—Parece que alguien más tuvo la iniciativa —parafraseó León.

—Sí… eso parece… —susurró Catalina en voz baja para sí misma, pues aquello no le dio buena espina; y menos todavía lo que vio en el centro de la mesa...

—La comida ya está lista —se oyó la voz forzada de Abigail, que a causa de su edad ya no podía gritar tanto como quisiera.

Y efectivamente, Catalina hacía bien en desconfiar. No era para menos después de ver aquellos muñequitos en la mesa…

Nadie podía imaginar lo que les esperaba vivir entre las paredes del

«Conde Duque». O, mejor dicho, nadie podía imaginar que allí serían sus últimos días de vida…

CAPÍTULO 7

—Este guiso está muy bueno —comentó León, rompiendo el hielo que había en medio de aquella comida llena de desconocidos—. Eres una gran cocinera, Abigail —la felicitó.

—Gracias —le respondió Abigail secamente—. Probablemente sea porque a eso me dedico: a cocinar.

—¿Eres cocinera? —quiso saber Aarón.

—Sí. De hecho si vine a este hotel fue porque me ofrecieron trabajar de cocinera.

—Pues si te encargas tú de cocinar todo durante los días que tengamos que estar aquí… luego puedes reclamarle tus honorarios al dueño del hotel por tus servicios —sugirió Guille, pensando siempre en sacar algún beneficio.

—No todos somos igual de interesados, como tú… comprenderás —le respondió con repulsión Abigail.

—Tan solo te estaba dando una sugerencia… —replicó Guille.

Abigail intentó rebatirle, pero León, que comprendió que el asunto estaba tenso, se apresuró a decir:

—¿Y vosotros? ¿Cómo os llamáis? —se refirió a las cuatro personas que todavía no habían hablado, pero también estaban hospedados en el hotel y, por lo tanto, comiendo con ellos.

—Yo soy Isabela —tuvo prisa en presentarse aquella mujer que apenas sería unos años mayor que Catalina, aunque era muy sensual y atractiva.

—¿Y qué te trae por aquí, Isabela? —se incorporó Eduardo a la conversación.

—Vine a… bueno… —no supo si confesar la verdad, al fin y al cabo, aquellos eran unos desconocidos; no obstante, pensó que tampoco importaba lo que fueran a pensar, no los volvería a ver tras aquellos días—. Me iba a reunir aquí con un hombre, pero él todavía no ha llegado.

—Y no creo que pueda hacerlo. Este pueblo está confinado. No lo dejarán pasar —le hizo ver otro de los huéspedes que todavía no se había presentado, llamando la atención de todos los allí presentes, inclusive de la pequeña Leonor—. Mi nombre es Roberto. Un placer compartir la mesa con… —no siguió para que siguieran presentándose.

—Ezequiel. Me llamo Ezequiel —dijo el hombre que tendría unos cincuenta años, como Roberto.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas? —preguntó Leonor con mucha inocencia al único que todavía no había pronunciado palabra.

—Yo me llamo Jacobo —habló por primera vez aquel anciano de unos ochenta y tantos años, cuya postura era encorvada debido a la edad.

—Qué muñequitos tan curiosos los que hay en el centro de la mesa —enunció Alma con una sonrisa en el rostro, muy risueña—. No me había percatado de que estaban ahí.

—Diez negritos de porcelana, qué gracioso —añadió Aarón extendiendo su mano para coger uno de ellos y contemplarlo más de cerca.

Catalina no pudo evitarlo, su rostro se poseyó de miedo.

—¿Te pasa algo, cariño? —le preguntó Eduardo a Catalina, sin que nadie se percatase, al ver su reacción.

—Esas figuritas… —susurró con dificultad, pues el corazón se le aceleró—. ¿Nadie ha leído el libro « Diez negritos» de Agatha Christie?

El silencio reinó, por lo que Catalina entendió aquello como una negativa, así que agregó:

—El libro narra la historia de diez personas que son reunidas en una mansión a través de cartas firmadas por un desconocido. Todos tienen un pasado… y un asesino los va matando. Hasta que ya no queda ninguno —resumió.

—¿Y qué tienen que ver los negritos de porcelana? —preguntó Ezequiel con ignorancia.

—Cuando se reúnen para comer encuentran esas diez figuritas en la mesa, como nos ha pasado a nosotros. Y cada vez que uno es asesinado… una de las figuritas se rompe —explicó con una voz que se le atragantaba entre los dientes.

—Ficción… ¡cuánta tontería! —comentó Guille, al que parecía no afectarle el relato ni la similitud.

—Lo bueno es que aquí hay diez figuritas, pero no somos diez personas —intentó verle el lado amable a la situación Eduardo.

—Es cierto. Somos once adultos y una niña —añadió Ezequiel.

—Y un bebé también —enunció sonriente Eduardo, a quien se le llenaba la boca al hablar de su hijo.

—¿Tienes un bebé? —curioseó Isabela sonriente.

—Tenemos un bebé —remarcó Eduardo la primera palabra, tomando la mano de Catalina para mostrar que ella era su pareja—. Se llama Santi. Bueno, Santiago.

Catalina emitió una sonrisa falsa para corresponder a la muestra de afecto por parte de Eduardo, aunque la realidad era que no se sentía para nada a gusto en aquel lugar, y menos después de divisar aquellas figuritas.

A León, por su lado, le tomó por sorpresa la noticia de que Catalina y Eduardo eran pareja y que tenían un bebé. Sí que se había dado cuenta de que Leonor era hija de Catalina, pero jamás pensó que la perfumista fuera a tener pareja y un bebé… efectivamente: se desilusionó.

—Ya tenéis a la parejita, entonces. Primero una niña y ahora niño —

siguió con la conversación Roberto.

—No. Eduardo no es mi papá —se apresuró a aclarar Leonor con ingenuidad—. Yo tengo otro papá, pero ya no está con mi mami.

—Lamento el comentario —intentó disculparse Roberto, apenado.

—No te preocupes —le restó importancia Eduardo.

—¡No me digas que te quedaste viuda y luego te volviste a casar! —fisgoneó Isabela.

—No, no. Ni una cosa ni la otra —aclaró Catalina.

—¿Cómo es eso? —la apremió Aarón.

—Me divorcié del papá de Leonor, no soy viuda —dijo con cierto tono de incomodidad, pues no le gustaba andar publicando su vida privada—. Y Eduardo y yo no nos hemos casado.

—Por ahora. Pero nos casaremos —las palabras de Eduardo sonaron a propuesta de matrimonio.

—¿Os vais a casar? —preguntó Leonor con un hilo de tristeza atrapada en el pecho.

—No, mi vida. Eduardo está bromeando —le respondió a su hija sin pensar que estaba hiriendo los sentimientos de su pareja.

Eduardo intentó disimular, pero su desconcierto y decepción debido a las palabras que pronunció Catalina le afectaron bastante. Todos los demás allí presentes se dieron cuenta de ello, por lo que no se atrevieron a mencionar palabra y optaron por seguir comiendo con una expresión facial neutral. Excepto León, que no pudo contener una sonrisa al ver la sinceridad y naturalidad con la que Catalina había hablado. Y ella, al darse cuenta de que los perfectamente alineados dientes de León habían salido a la luz por su comentario, tampoco pudo contener una extraña sensación de hormigueo en el vientre, la misma que sintió cuando lo vio la primera vez. No obstante, contuvo sus emociones. Prefirió ser prudente.

Aunque la prudencia pronto dejaría de invadir aquel hotel… porque lo que les deparaba no podía combinarse con esta… o, ¿acaso la muerte y el acecho de morir puede ser prudente?

CAPÍTULO 8

—Es raro que no haya lavavajillas en un hotel, ¿no? —entabló el tema de conversación León, que, junto con la ayuda de Catalina, se disponía a fregar todos los cubiertos que habían utilizado.

—Este hotel es muy pequeño, no creo que haya más de quince habitaciones. Así que no resulta tan raro. Se nota que es un hotel familiar —contestó Catalina.

—O un hotel de paso —se apresuró a decir Aarón, quien guardaba toda la cubertería lavada, al ver que Isabela entraba a la cocina para guardar el servilletero, con la intención de que la mujer lo escuchara.

—¿Es una indirecta? —le preguntó Isabela.

—No, para nada —se burló Aarón—. Era una… opinión —pese al tono irónico que Aarón utilizó, Isabela prefirió no responder, pues estaba muy ocupada buscando el lugar en el que se guardaban los servilleteros en aquella cocina.

—Pues que opiniones tan… calenturientas tienes —soltó Isabela finalmente tras haber encontrado el sitio en el que iban los servilleteros.

Isabela se fue rápidamente después de haber pronunciado aquello, como si fuera una niña pequeña que desaparece antes de que puedan replicarle. Entonces entró Abigail cargada con más platos, vasos y cubiertos. La mujer iba tan cargada que León, al verla, decidió ayudarla.

—¿Los demás no piensan ayudar? —dijo indignado y con reproche León, pues ver a Abigail, una mujer ya con una cierta edad, teniendo que hacer aquellos esfuerzos después de haber cocinado para todos no le parecía bien.

—Deberían. Ellos también han comido —Catalina lo apoyó.

—Entiendo que el señor mayor, el que se llamaba… —empezó a enunciar León.

—Jacobo —lo ayudó Aarón.

—Ese. Entiendo que Jacobo no esté ayudándonos porque a simple vista se ve que su cuerpo está muy machacado. Y Eduardo porque ha ido a cambiar a Santi —agregó León por temor a que Catalina se molestase—. Pero los demás… aparte de nosotros tres, las únicas que nos están ayudando son Abigail y Alma.

—Bueno, e Isabela que acaba de hacer su gran obra del día al traer el servilletero… —emitió con tono burlón Aarón, quien no recibió ninguna réplica.

Catalina, por su lado, seguía dándole vueltas a aquello de los muñequitos… todo lo que tenía que ver con el hotel era un misterio.

Un misterio que no le daba buena espina… ¿quién habría puesto esas figuritas ahí? Y lo más importante: ¿por qué o para qué?

—¿Quién ha puesto la mesa? —no pudo resistirse Catalina, pues la incertidumbre estaba acabando con ella.

León ni siquiera se tomó la molestia de contestar, pues Catalina sabía perfectamente que él no había sido.

—No lo sé, ¿por? —fue la respuesta de Aarón.

—Porque León y yo íbamos a hacerlo, pero nos encontramos con la sorpresa que ya estaba puesta.

—Bueno, alguien más lo habrá hecho —razonó Aarón.

—Abigail no pudo haber sido, ella estaba cocinando. Y Alma estaba con Leonor, así que tampoco. Eduardo estaba en la habitación… —recapituló Catalina—. Así que solo nos queda Roberto, Isabela, Ezequiel, Guille, Jacobo o tú, Aarón —lo miró como si estuviera acusándolo, aunque Aarón ni se percató de ello, o lo disimuló muy bien, pues seguía guardando cada utensilio en su lugar—. Jacobo es imposible que lo hiciera, está tan mayor que le cuesta hasta caminar…

Isabela y Guille lo dudo, son demasiado dignos como para poner una mesa —prosiguió con ironía—. Así que, o fue Roberto, o Ezequiel… o tú.

—Si esperas que te diga que fui yo, lo siento pero te voy a decepcionar. Yo no lo hice —le respondió con mucha seguridad.

—Pero, ¿por qué tanto interés en saber quién fue, Catalina? —le preguntó León a la mujer, quien no dejaba de mirar a Aarón con ojos inquisidores mientras él continuaba acomodando todo.

—Porque la persona que lo hizo fue quien puso allí a los muñequitos esos —contestó Catalina dirigiendo su vista hacia León.

—Quizá sean decoración del hotel —pensó León en voz alta.

—Lo dudo —rezongó Catalina.

—No le des tanta importancia —le aconsejó León.

—Sí. Te estás calentando la cabeza en algo que no va a ningún lado —se unió Aarón.

—Tal vez tengáis razón —quiso creer Catalina, aunque en realidad no lo pensaba así—. Por cierto, Aarón, ¿a qué te dedicas? —empezó a indagar.

—Soy mecánico. Trabajo en un taller en mi pueblo —le contestó sabiendo perfectamente que estaba desconfiando de él.

—Ya… —le replicó Catalina para que él supiera que lo había escuchado—. Y… ¿Qué haría por aquí un mecánico?

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? —se quejó Aarón.

—No —hizo el ademán de disculparse—. Es… simple curiosidad.

—Los dos sabemos perfectamente que no es curiosidad —dijo después de girarse hacia Catalina, mirándola ofendido—. Pero, para tu información, estoy aquí de vacaciones. Lástima que haya tenido que coincidir con la cuarentena. De haberlo sabido, jamás hubiera planeado esta escapadita… que más bien está convirtiéndose en una pesadilla —añadió con indignación y enojo para después irse como señal de protesta.

León y Catalina se quedaron solos en la cocina. Ambos se quedaron petrificados ante la reacción de Aarón. Catalina reconocía que puede que se le hubiera ido un poco la mano… en ningún momento pretendía molestarlo. León, por su lado, se quedó tan sorprendido que ni siquiera sabía bien qué fue lo que pasó por su mente en ese momento.

Lo que sí era cierto es que Aarón había tenido mucha razón en sus palabras… la llegada al hotel se convertiría en una pesadilla antes de lo que pudieran imaginarse…

399
624,75 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
270 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788418848537
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают