Читать книгу: «Celebraciones Semana Santa», страница 3

Шрифт:

Empezó a sentir espanto y angustia.

C. Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos:

+ «Sentaos aquí mientras voy a orar».

C. Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice:

+ «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad».

C. Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y decía:

+ «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».

C. Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro:

+ «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora? Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle. Vuelve por tercera vez y les dice:

+ «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».

Prendedlo y conducidlo bien sujeto.

C. Todavía estaba hablando, cuando se presenta Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

S. «Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto».

C. Y en cuanto llegó, acercándosele le dice:

S. «¡Rabbí!».

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras».

C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho envuelto solo en una sábana; y le echaron mano, pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?

C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban falso testimonio contra él diciendo:

S. «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por manos humanas, y en tres días construiré otro no edificado por manos humanas”».

C. Pero ni siquiera en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote, levantándose y poniéndose en el centro, preguntó a Jesús:

S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?».

C. Pero él callaba, sin dar respuesta. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote:

S. «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?».

C. Jesús contestó:

+ «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo».

C. El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice: S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?».

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

S. «Profetiza».

C. Y los criados le daban bofetadas.

No conozco a ese hombre del que habláis.

C. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llega una criada del sumo sacerdote, ve a Pedro calentándose, lo mira fijamente y dice:

S. «También tú estabas con el Nazareno, con Jesús».

C. Él lo negó diciendo:

S. «Ni sé ni entiendo lo que dices».

C. Salió fuera al zaguán y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:

S. «Este es uno de ellos».

C. Pero él de nuevo lo negaba. Al poco rato, también los presentes decían a Pedro:

S. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo».

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

S. «No conozco a ese hombre del que habláis».

C. Y enseguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él respondió:

+ «Tú lo dices».

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan».

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado. Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta. La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre. Pilato les preguntó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?».

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «Crucifícalo».

C. Pilato les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho?».

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «Crucifícalo».

C. Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Le ponen una corona de espinas, que habían trenzado.

C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!».

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.

Conducen a Jesús al Gólgota.

C. Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz. Y conducen a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»),

«Fue contado entre los enemigos».

C. y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.

A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar.

C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».

C. De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose:

S. «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos».

C. También los otros crucificados lo insultaban.

Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

C. Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente:

+ «Eloí Eloí, lemá sabaqtaní?».

C. (Que significa:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, llama a Elías».

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».

C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María la Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de Joset, y Salomé, las cuales, cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

José rodó una piedra a la entrada del sepulcro.

C. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de Joset, observaban dónde lo ponían.

Palabra del Señor.

R. Gloria a ti Señor Jesús.

AÑO B

EVANGELIO (forma breve)

Marcos 15,1-39

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

V. El Señor esté con vosotros.

R. Y con tu espíritu.

V. Pasión de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos.

R. Gloria a ti, Señor.

¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

Cronista: Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él respondió:

+ «Tú lo dices».

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan».

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado. Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta. La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre. Pilato les preguntó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?».

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «Crucifícalo».

C. Pilato les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho?».

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «Crucifícalo».

C. Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Le ponen una corona de espinas, que habían trenzado.

C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!».

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.

Conducen a Jesús al Gólgota.

C. Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz. Y conducen a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»),

«Fue contado entre los enemigos».

C. y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.

A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar.

C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».

C. De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose:

S. «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos».

C. También los otros crucificados lo insultaban.

Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

C. Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente:

+ «Eloí Eloí, lemá sabaqtaní?».

C. (Que significa:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, llama a Elías».

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».

Palabra del Señor.

R. Gloria a ti Señor Jesús.

AÑO C

EVANGELIO (forma larga)

Lucas 22,14–23,56

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

V. El Señor esté con vosotros.

R. Y con tu espíritu.

V. Pasión de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas.

R. Gloria a ti, Señor.

Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer.

Cronista: Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo:

+ «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».

C. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo:

+ «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».

Haced esto en memoria mía.

C. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

+ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

C. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:

+ «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros».

Ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado.

+ «Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!».

C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.

Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

C. Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo:

+ «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».

Tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos.

+ «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».

C. Él le dijo:

S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».

C. Pero él le dijo:

+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».

Es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito.

C. Y les dijo:

+ «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».

C. Dijeron:

S. «Nada».

C. Jesús añadió:

+ «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin».

C. Ellos dijeron:

S. «Señor, aquí hay dos espadas».

C. Él les dijo:

+ «Basta».

En medio de su angustia, oraba con más intensidad.

C. Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:

+ «Orad, para no caer en tentación».

C. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:

+ «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo:

+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo:

+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

C. Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron:

+ «Señor, ¿herimos con la espada?».

C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo:

+ «Dejadlo, basta».

C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:

+ «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente.

C. Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:

S. «También este estaba con él».

C. Pero él lo negó diciendo:

S. «No lo conozco, mujer».

C. Poco después, lo vio otro y le dijo:

S. «Tú también eres uno de ellos».

C. Pero Pedro replicó:

S. «Hombre, no lo soy».

C. Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo:

S. «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo».

C. Pedro dijo:

S. «Hombre, no sé de qué me hablas».

C. Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?

C. Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo:

S. «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?».

C. E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas.

Lo condujeron ante su Sanedrín.

C. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, y le dijeron:

S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo».

C. Él les dijo:

+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios».

C. Dijeron todos:

S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».

C. Él les dijo:

+ «Vosotros lo decís, yo lo soy».

C. Ellos dijeron:

S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

C. Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre.

C. Y se pusieron a acusarlo diciendo:

S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

C. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él le responde:

+ «Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:

S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio.

C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.

Pilato entregó a Jesús a su voluntad.

C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:

S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos vociferaron en masa:

S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:

S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Por tercera vez les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí.

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:

+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.

Este es el rey de los judíos.

C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:

S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:

S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».

Hoy estarás conmigo en el paraíso.

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:

S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».

C. Y decía:

S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

C. Jesús le dijo:

+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

C. Y, dicho esto, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:

S. «Realmente, este hombre era justo».

C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado en la roca.

C. Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.

Palabra del Señor.

R. Gloria a ti Señor Jesús.

AÑO C

EVANGELIO (forma breve)

Lucas 23,1-49

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

V. El Señor esté con vosotros.

R. Y con tu espíritu.

V. Pasión de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas.

R. Gloria a ti, Señor.

Cronista: En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre.

C. Y se pusieron a acusarlo diciendo:

S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

C. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él le responde:

+ «Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:

S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio.

C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.

Pilato entregó a Jesús a su voluntad.

C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:

S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos vociferaron en masa:

S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:

Бесплатный фрагмент закончился.

399
431,50 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
227 стр. 13 иллюстраций
ISBN:
9788428561594
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают