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La familia seguía ejerciendo un hegemonía sobre nosotros. La preparación empezó a crecer con la economía abierta. Empezaron a llegar productos de otros países que no nos imaginábamos, la Iglesia perdió fuerza y la televisión y los medios brincaron un escaño dejando atrás al medio ambiente.

En los noventa, quienes más influían eran la familia, la escuela, los medios, el medio ambiente y la Iglesia.

La familia, como siempre, al frente; la escuela seguía en pie por una mejor educación, los medios cada vez ganaban más adeptos, a lo que se sumaron los medios digitales y el medio ambiente desplazó a la Iglesia hasta el final.

En la década del 2000 y en la actualidad sigue influyendo la familia, los medios masivos, la escuela, el medio ambiente y la Iglesia.

La familia sigue influyendo, sólo que cuando la familia es disfuncional también influye. En los setenta, si la familia no funcionaba, nos apoyábamos en la Iglesia, en los ochenta y noventa en la escuela, y en la actualidad nuestros hijos se apoyan en los medios masivos (Internet, Twiter, el Facebook desplazó a la televisión televisión, televisión).

Si nuestros hijos tienen una buena influencia en el mismo, qué bien, pero si no, estamos en problemas y así, no sabemos quién ejerce un liderazgo en la familia cuando tenemos problemas en casa.

Los padres, juntos o separados, siempre tienen que tener una excelente comunicación con sus hijos y ejercer el liderazgo al que se comprometieron cuando trajeron a la vida a los seres que tanto aman, sin importar su edad, sexo o preferencias.

No dejemos que otros influyan sobre nuestros hijos de manera negativa; la comunicación es el mejor antídoto para este mal.

Nunca habíamos tenido tanta comunicación ni experimentado, a la vez, una gran soledad en el alma.

Error de comunicación

La comunicación se ha definido como “el intercambio de sentimientos, opiniones, o cualquier otro tipo de información mediante el habla, la escritura u otro tipo de señales”.

Dicen que para comunicarnos debe existir un emisor, un receptor y un mensaje. El emisor manda un mensaje al receptor, que entiende el mensaje, y si bien nos va existirá una retroalimentación; es decir, el emisor repetirá el mensaje para corroborar que lo que se le dijo fue lo que él entendió y en ese momento todos nos sentimos contentos porque nos podemos comunicar con nuestros hijos y es ahí donde empiezan los verdaderos problemas.

Los padres no queremos entender que la comunicación es más que un simple juego de palabras. En la comunicación están mezclados sentimientos, pensamientos, percepciones, palabras, emociones y muchísimo más. Es por eso que cuando herimos a nuestros hijos, no entendemos que no fueron las palabras, sino todo lo que estaba implícito en lo que dijimos.

Una palabra dicha en un momento no adecuado puede dejar marcados a nuestros hijos por el resto de sus vidas. Por eso es importante que antes de encerrarnos en nuestro mundo justificando “yo sólo dije esto” entendamos qué percibió nuestro hijo cuando le dijimos esa palabra.

Es primordial que cuando nos comuniquemos no lo hagamos en los siguientes momentos:

· Cuando estamos muy ocupados

· Cuando tenemos prisa

· Cuando estamos enojados o muy contentos

· Cuando estamos preocupados

Recuerden que más vale una palabra a tiempo, que mil a destiempo.

Hace tiempo, un señor confundido abrazaba a un joven adolescente que se encontraba herido de gravedad por un balazo.

––¿Cómo es posible que te hayas involucrado en un delito si te di todo? ––gritaba, sollozando.

––¿Acaso no lo recuerdas? ––le dijo una voz que brotaba desde lo más profundo de su ser. Así, dentro de él mismo, se estableció un soliloquio, donde platicaba con su alma, con su conciencia.

––¿Cómo voy a saber por qué se involucró en este asalto, si le di todo lo que necesitaba?

––Le diste todo lo económico, que es otra cosa ––volvió a responder aquella voz interior y continuó––: Precisamente ayer, tu hijo te dijo que tenía problemas y ¿qué fue lo que respondiste? “Vete, no tengo tiempo de escuchar boberías”. Él se inclinó y se fue triste, sin decir una palabra más. ¿Recuerdas aquel Día del Padre que te dijo que te amaba? En lugar de que le dieras un abrazo le contestaste: “Eso déjaselo a las mujeres, no es para hombres”. En dos semanas no fue al colegio y te enteraste de tal falta hasta que les llamaron para reportarlo. Cuando le preguntaste: “¿Cómo te va en el colegio?”; “¿quiénes son tus amigos?”; ¿cómo te tratan tus maestros?”. ¿Qué comunicación había con él? Te importaban más tus negocios que tu familia; te importaban más tus amigos que entablar una amistad con tu hijo; te importaban más los juegos y las parrandas que una hora de tu tiempo dedicada a tu hijo. Dime, en lo sucesivo, ¿quién disfrutará tus triunfos, tus logros, tus sacrificios?

El señor, tratando de justificarse, dijo:

––Alguien tenía que trabajar, llevar dinero a la casa, no podía permitir que viviera en la miseria.

––¿Qué es la miseria? ––preguntó la voz––. ¿La pobreza económica o la pobreza espiritual que tienes? Observa a tu hijo, lo tienes en tus piernas, está muriendo. Escucha cuáles son sus palabras: abuela, tía, hermano, amigo, perdóname... Jamás ha mencionado a sus padres. Hace mucho tiempo no sabe nada de ustedes ¿Te acuerdas cuando decía que tú eras su mejor amigo? Pero fuiste muriendo poco a poco para él, convirtiéndote en un ser mezquino y avaro que sin duda alguna es la peor de las miserias.

––Tienes razón, yo maté a mi hijo.

El joven despertó y le dijo a su padre:

––Perdóname, papá, te defraudé, quise escoger el camino fácil y me equivoqué. Ayer te fui a pedir dinero para la colegiatura porque me la gasté. Traté de comentártelo y disculparme contigo pero me dijiste: “Vete no tengo tiempo para boberías”. Enojado por tu respuesta y temeroso de que me regañaras, se me hizo fácil robar la tienda y no molestarte, pero ya vez, fallé en mis intenciones. Te amo papá.

En ese momento cerró los ojos y murió.

El padre entendió que nunca hay una segunda vez para amar y comunicarse con los hijos después de la muerte.

Cuando nos comunicamos con nuestros hijos, cincuenta y cinco por ciento de la comunicación es corporal, treinta y ocho por ciento tiene que ver con el tono de voz y siete por ciento son las palabras.

Quiere decir que los hijos se van a fijar más en la manera en que expresamos las cosas que cómo se las decimos. Tal vez por eso dicen que una imagen dice más que mil palabras.

En cuántas ocasiones hemos observado a personas que dicen una cosa y demuestran con su imagen otra; nuestros hijos observan esto constantemente. No les podemos decir sonriendo que hicieron mal esto o aquello, porque a la vez se los estamos permitiendo.

Cuántos padres se sonríen cuando su hijo dice una grosería y, supuestamente educándolo, le dicen no lo hagas mientras una gran carcajada se escucha en el ambiente. Es obvio que el niño entiende que está haciendo bien. Lo mismo sucede cuando le estamos llamando la atención por algo que hizo mal, pero nuestro rostro refleja tranquilidad, como si no hubiera pasado nada.

Estimados padres: debemos entender que tiene que haber congruencia entre lo que decimos y lo que expresamos corporalmente a nuestros hijos. De otra forma no estaremos comunicándonos correctamente con ellos.

En la pareja estos errores son muy frecuentes. Mientras uno de los padres demuestra su enojo y descontento, el otro está tranquilo y comenta que no le importa lo que su pareja le está diciendo a su hijo. Ambos deben estar en la misma sintonía para que sus hijos sepan que en realidad hicieron mal.

El treinta y ocho por ciento de la comunicación se da a través del tono de voz. El tono de voz es fundamental para que se interprete lo dicho. Un actor profesional tiene que manejar dieciocho matices diferentes en la interpretación de un personaje y encontrar la más adecuada para que pueda trascender.

Quiere decir que cuando le decimos a una persona “qué inteligente eres” la podemos ofender, alabar, ridiculizar, hacer sentir bien o hacer sentir mal.

“Qué inteligente eres”, le dice la maestra al niño burlándose de una calificación, y cuando los padres le reclaman ella dice: “No, yo sólo dije ‘qué inteligente eres’, pero no llevaba mala intención.

Al final las palabras reflejan percepciones y el ser humano es un ser de percepciones. Hay personas que al escuchar la palabra víbora se ponen chinitas, no por la palabra, sino por un problema que este reptil pudo haberles ocasionado a ellos o a alguien a quién querían mucho. Como padres debemos de tener muy en cuenta el tono en el que decimos las cosas, porque éste puede ser el origen de muchos conflictos, no sólo con nuestros hijos, sino con amigos, compañeros, vecinos o cualquier familiar. Malcolm Fordes señala: “La modulación de la voz puede ser más elocuente que nuestras palabras”.

Hay quien dice: “Fulanito es grosero, pero es tan gracioso que no se lo tomas a mal”. Precisamente por la manera en que interpretas lo que quiso decir.

Los padres, cuando estamos enojados, herimos a nuestros hijos no sólo con nuestro lenguaje corporal sino a través de nuestro tono de voz. En ocasiones, podemos dejar un trauma en un minuto en nuestros hijos que les puede durar toda una vida.

Un minuto de furia puede echar a perder toda una vida. Existe un pensamiento chino que señala: “Nunca tomes una decisión cuando estés demasiado enojado ni cuando estés demasiado contento, porque cuando estás demasiado enojado vas a decir lo que no sientes y cuando estás demasiado contento vas a dar lo que no tienes”. El problema es que casi siempre tomamos decisiones en uno de estos dos momentos.

Cuando escuchamos la radio tratamos de sintonizar la estación que nos gusta. Si no está bien sintonizada, lo más probable es que se escuchen ruidos que no vamos a soportar. Lo mismo sucede en la comunicación. Debemos estar bien sintonizados con nuestros hijos para que nos puedan escuchar. De otra forma no va a haber comunicación.

Gran parte de los padres quieren darles lecciones a sus hijos después de que hicieron algo mal y es el peor momento para educarlos porque nuestro lenguaje corporal y nuestro tono de voz no van a hacer los adecuados. Estamos enojados y por lo tanto no tenemos la sintonía para comunicarnos con nuestros hijos. Lo mejor es dejarlo para otro día o salir a caminar y ya serenos poder platicar.

Cuántos padres quieren enseñar a sus hijos X o Y materias. Empiezan con calma y después de un rato ya no soportan a su educando y le empiezan a gritar (por supuesto que no se trata de usted amigo lector, hablo de otros padres). En el momento en que empiezan los gritos, lo mejor es ya no enseñar a su hijo, pues perdieron sintonía.

Relata un cuento chino que un día un maestro preguntó a sus alumnos lo siguiente:

––¿Por qué las personas se gritan cuando están enojadas? Los hombres pensaron unos momentos:

––Porque perdemos la calma ––dijo uno––, por eso gritamos.

––Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? ––preguntó el Maestro.

––¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas dejó satisfecho al Maestro. Finalmente, él explicó:

––Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego el Maestro preguntó:

––¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? No se gritan, sino que se hablan suavemente. ¿Por qué? Porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.

El Maestro continuó:

––Cuando se enamoran aún más, ¿qué sucede? No hablan, solo susurran y se acercan más en su amor. Finalmente, no necesitan ni siquiera susurrar. Sólo se miran y eso es todo. Así es, ¡¡¡cuán cerca están dos personas cuando se aman!!!

Luego el maestro dijo:

––Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen. No digan palabras que los distancien más. Llegará un día que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.

Debemos recordar que la cólera ante la calma muere como las olas en la playa y en cuanto estemos enojados con nuestros hijos debemos interrumpir toda actividad que tengamos con ellos porque los vamos a lastimar.

El siete por ciento restante de la comunicación es sólo palabras y eso desafortunadamente es lo que creen muchos que la comunicación son palabras, cuando van aparejados sentimientos. Esos sentimientos son los que diferencian al ser humano de los demás animales o de las computadoras. Un perico puede repetir palabras, una computadora puede decir palabras, pero nunca podrán expresar sentimientos. Esos sentimientos son la principal arma para educar a nuestros hijos. Por eso Beecher decía: “El corazón de los padres es la escuela del niño”.

Algo que debemos entender en la comunicación es que debemos ser asertivos y acertivos. Asertivos es ser positivos. Nuestras palabras siempre deben tener esa tendencia. Las personas que triunfan en la vida, de cada diez palabras que emplean, nueve son positivas; en cambio, las personas que fracasan invierten esta cifra: de cada diez palabras que emplean nueve son negativas. Es por eso que vemos que cuando se le presenta un problema a alguien la persona positiva siempre buscará soluciones, en cambio, la persona negativa buscará como justificarse ante la derrota. Recuerda que cuando tienes un problema en la vida estarás en lo correcto ya sea que pienses bien o que pienses mal porque tu mente dirigirá sus esfuerzos hacia la elección que hayas pensado.

Enseña a tus hijos a pensar adecuadamente y retirarás muchas piedras de su camino.

Acertivo, con c, es ser certero en lo que tenemos que decir. No podemos enseñar a nuestros hijos a ser pusilánimes a la hora de decir las cosas; se tienen que expresar aunque le duelan a la otra persona, siempre y cuando no seamos ofensivos cuando lo digamos. Muchas personas, escudándose en el origen de la ciudad donde nacieron, hieren a los demás con sus palabras, eso es ser grosero. Sin embargo, sí podemos decir las palabras sin herir a los demás. El secreto de ser certero es no herir a los demás con lo que les decimos; hasta para llamar la atención hay que saber expresarse. Recuerdo que en una ocasión una señorita le dijo a otra: “Mi jefe me acaba de regañar, pero regaña tan bonito que hasta creo que ya me gusta”.

Si a esto le agregamos que la neurolingüística nos señala que las personas pueden ser auditivas, kinéticas o visuales complicamos más la comunicación.

Sucede que los seres humanos procesamos las ideas a través de nuestros sentidos. Los cinco sentidos son la vista, el olfato, el oído, el tacto y el gusto. Tres de los sentidos señalados son primarios y los otros dos son secundarios.

Primarios: Vista, olfato y tacto.

Secundarios: Gusto y tacto.

Es muy fácil de comprobar esta hipótesis.

Cuando ves algo que no te gusta lo pruebas, lo tocas; seguramente la respuesta es no.

Cuando hueles algo echado a perder, lo pruebas, lo tocas; seguramente la respuesta es no.

Cuando escuchas que algo sabe o está horrible, lo pruebas, lo tocas; seguramente la respuesta es no.

Cómo pueden observar el gusto y el tacto dependen de los otros tres, por lo tanto, los individuos según la neurolingüística son:

Visuales. El órgano principal con el que procesan la información es la vista. Esta clase de niños y adultos tienen que ver las cosas para entender mejor; los materiales audiovisuales son importantísimos para que procesen la información.

Las personas visuales distinguen fácilmente rostros y la manera en que visten los demás. Son demasiado observadores, algunos tienen memoria fotográfica por lo desarrollada que tienen la vista.

Los visuales utilizan palabras como: ves, observas, vislumbras, etcétera.

Si un padre tiene un hijo visual y no hace que observe lo que le está comunicando, lo más probable es que no entre en sintonía con su hijo y cada quien está entendiendo lo que quiere.

Auditivo. El órgano con el que procesan la información es el oído. Esta clase de niños y adultos tienden a escuchar para procesar mejor la información.

Las personas auditivas escuchan de tal manera en que la forma en que expresen las palabras los demás es lo que van a entender; el audio es su principal instrumento, la música les fascina y los tonos con que se expresen los demás van a mover sus sentimientos.

Los auditivos utilizan palabras como: escuchas, oyes, percibes, entiendes, etcétera.

Esta clase de niños les gustan a la mayoría de los maestros, porque entienden; sin embargo, los visuales y los kinéticos se aíslan de ellas o ellos.

Si un padre tiene un hijo auditivo y no hace que escuche lo que está comunicando, lo más probable es que no haya sintonía con su hijo y cada quien entenderá lo que quiere.

Kinético. Los sentidos con los que procesan la información son el olfato, el gusto y el tacto. Esta clase de niños y adultos tienden a sentir, oler o gustar para procesar la información.

Las personas kinéticas tienen a ser muy sensitivas, a percibir olores donde otros no huelen nada; a tener un gusto muy refinado saboreando lo que otros no distinguen. A veces pueden llegar a parecer chocantes cuando hay un olor que les desagrada.

Los kinéticos utilizan palabras como: sientes, gustas, hueles, tocas, etcétera. Tienden a tocar los hombros o los brazos de las otras personas cuando se expresan.

Si un padre tiene un hijo kinético y no hace que sienta lo que está comunicando, lo más probable es que no haya sintonía con su hijo y cada quien entenderá lo que quiere.

Es muy importante saber con qué órgano procesamos la información cada uno de los miembros de la familia para que nos podamos entender, de otra forma cada quien va a entender o percibir lo que quiere.

Imagine que tres hombres están caminando por un bosque inmenso. ¿Qué estará procesando o pensando cada uno de ellos?

El visual seguramente estará observando el bosque, los árboles, el hermoso paisaje que se presenta ante sus ojos, los animales corriendo por el mismo, los diferentes matices que le brinda la naturaleza, los colores de las flores y la hermosura de sus insectos.

El auditivo escuchará el cántico de las aves, el correr de un arroyuelo cercano, los gritos de los paseantes, los movimientos de los animales y los diferentes sonidos que emiten en su hábitat. Disfrutará incluso el silencio que le brinda la naturaleza.

El kinético sentirá los árboles, olerá la gama de aromas que le brinda el bosque y se extasiará con ellos; disfrutará los sabores de los frutos que le regala la naturaleza y sentirá armonía en toda su plenitud.

Lo importante aquí es que cada uno procesará algo diferente y eso es muy importante en la comunicación. Ahora imaginen que esas personas son usted, su pareja y sus hijos. Uno es visual, otro es auditivo, y uno más kinético.

La pregunta es: ¿a qué tipo pertenece usted? Juegue con sus hijos, invente preguntas como: ¿qué me gusta hacer más ver televisión, escuchar música o ir a comer a un buen restaurante? El primero es visual, el segundo es auditivo, el tercero es kinético. Invente quince preguntas y verá cual es su tendencia. No le extrañe que tengan más de un sentido desarrollado y tampoco que a partir de que haga estos ejercicios y se ponga en el papel del otro, mejore la comunicación en su hogar.

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9786074571592
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