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Los juegos lógicos, dialécticos, retóricos y lingüístico-discursivos

No quisiera establecer por ahora una discusión de cada definición. Creo que cada teoría hace un aporte y presenta un enfoque que permite ver determinados aspectos, modos y niveles del análisis argumentativo. Sí quisiera, en cambio, presentar argumentos sobre algunos nodos críticos cruciales, cuando se pretende dar cuenta de lo real, de lo multidimensional y dar margen a la indeterminación (sin negar la posibilidad del conocimiento).

La primera precisión que ayuda a situarnos en el campo de la teoría de la argumentación es distinguir diversos aspectos, subdisciplinas o dimensiones básicas de argumentar según yo las entiendo:

• La argumentación como producto; es decir, los argumentos, las razones, los productos de la argumentación como: a) esquemas: silogismos o entimemas (silogismos incompletos, en su sentido moderno); ejemplos; analogías y sus objetos; contradicciones; y b) esquematizaciones de objetos discursivos

• La argumentación como procedimiento; nos encontramos aquí ante las reglas o convenciones que deciden el cómo argumentar, los criterios de validez normativos y las formas de la interacción

• La argumentación como proceso; en este caso nos importa la situación, el momento en que se da, la sucesión de los argumentos, el carácter de los argumentadores y lo que se quiere evocar en el otro

• La argumentación como práctica semiolingüístico-cultural; esta dimensión corresponde a la inteligibilidad, la comprensión de los argumentos y su funcionamiento semiótico discursivo, ideológico, cultural. A lo semiolingüístico se suma el estudio del contexto (pragmática) y de la interpretación (hermenéutica)

Tradicionalmente, los argumentos en tanto productos son estudiados por la lógica; los procesos, por la retórica; y los procedimientos, por la dialéctica.20 Sin embargo, a este cuadro tradicional le falta el estudio arriba señalado de la lengua y los signos en general (analizados por la lingüística, la pragmática, la hermenéutica, la semiótica y el análisis del discurso), así como la consideración de que no hay un aislamiento, una separación real entre los distintos enfoques. Un esquema, por ejemplo, puede desarrollarse en un complicado proceso en el tiempo y ser una elección retórica, debe ser inteligible, se presenta y selecciona en la confrontación dialógica y se interpreta en su contexto.

La argumentación puede ser estudiada en forma analítica, dividida, pero la argumentación real comprende lógica, dialéctica, retórica y discurso; es decir, al argumentar acudimos a la forma del pensamiento en forma válida o inválida, ponemos en juego mecanismos lingüísticos o semióticos, interactuamos en el diálogo, ponemos en escena técnicas de persuasión y acudimos a la emoción y a la imagen de sí del argumentador. Es la teoría la que divide —por fuerza— y debe justificar su recorte.

Ahora, además de considerar esta totalidad de lo argumentativo en las cuatro dimensiones citadas (producto, proceso, procedimiento y práctica semiolingüístico-cultural) es indispensable tomar en cuenta los distintos modos de la argumentación. Al argumentar entran en juego no sólo los argumentos en su modo lógico sino que intervienen elementos de otros modos. Aunque estos modos son expresables en forma lógica, no son reductibles a ella. Pensamos de manera muy especial en las emociones y elementos emocionales. Podemos pensar además en la conveniencia teórico filosófica de separar o no otros elementos, como lo «kisceral» (del término japonés « ki» = /energía/ y que remite a lo intuitivo, la creencia, etcétera) y visceral (lo físico contextual en Gilbert y que nosotros tratamos dentro del estudio del contexto de las condiciones de producción, circulación y recepción del discurso argumentativo).

El modo lógico es sobre todo lineal, normalizado y deductivo: v.gr. «Tu mamá tiene que estar ya en Monterrey, porque se subió al avión». El modo emocional en cambio acude a los sentimientos, emociones y talantes, a las actitudes y los actos expresivos: v.gr. «Siento que no estás apoyando ya nuestra línea de investigación. Es como si no te importara»; nótese que no se trata sólo del lugar de la emoción en lo racional, sino del argumento emocional en sí mismo. El modo visceral tiene que ver con lo físico, la situación y lo social: v.gr. «No me digas que no. Se te nota la tensión. Estás crispado». El modo kisceral, aunque no entra en el terreno de la ciencia, rige sin embargo la argumentación de grandes núcleos de seres humanos, ya que alude a lo intuitivo, lo religioso y lo místico: v.gr. «La jugada nos va a salir, no sé decir por qué, pero estoy seguro».

Ya adentrándonos en cada perspectiva, lógica, dialéctica, retórica o lingüístico-discursiva podemos hacer otras consideraciones críticas globales:

• Las perspectivas semánticas y estructurales permiten ver el lado general y sistémico, pero el sentido cabal, en ciertos aspectos y casos, es determinable sólo en la situación y en el contexto complejo de aparición, en las condiciones de producción, recepción y circulación de los discursos argumentativos y en lo extra-argumentativo.

• Las definiciones del argumentar dentro de la esfera de la justificación lógica deben ser complementadas —para nuestros fines— con la dimensión de la emoción y, también de creencias, intuiciones y otros elementos que, no por no entrar en la definición estrecha de argumentación, dejan de ser usados como argumentos por la mayoría del mundo.

• El orden, la repetición y el énfasis alteran el sentido, por lo tanto, la disposición retórica de los argumentos y de la esquematización de los objetos discursivos son fundamentales para comprender la argumentación tal cual es.

• La investigación se abre hacia la consideración retórica social plena del carácter del personaje que habla (ethos) y de las emociones que se quieren evocar en el auditorio (pathos).

• Es indispensable aclarar que el necesario pensar en lo lógico y explícito planteado en diversas definiciones puede inducirnos a error. Es cierto que explicitar es necesario para poder discutir pero, ni la argumentación natural oral ni la escrita se agotan en lo explícito. Hablar de la argumentación es en realidad considerar las relaciones entre lo explícito, lo implícito y el silencio.

• Remarcar la dimensión de «práctica» y de «acto» de la argumentación es muy importante, pero este postulado tiene que ser consecuente y deben asumirse en el análisis las consecuencias de estas formulaciones, describir la relación entre acciones discursivas y sentido de la argumentación en cada contexto y cultura con respecto a agentes concretos, a sujetos discursivos insertos en determinadas prácticas socioculturales.

Existe un tercer eje problemático junto a los dos ya citados de las subdisciplinas y de los modos y que se refiere a la dimensión del sistema de signos en juego al argumentar. La argumentación debe abrirse a lo oral y lo escrito, tanto como a lo paraverbal y lo no verbal. Estas dimensiones no pueden ser estudiadas desde exactamente la misma idea de forma lógica que la lengua y sin embargo, importan en la argumentación y son susceptibles de describirse en detalle; es decir, la argumentación natural oral se acompaña de gestos, miradas, ademanes, entonación y, en la situación comunicativa, de elementos visuales que enmarcan la escena argumentativa y pueden resultar relevantes, e incluso constituirse en elementos que son interpretados como argumentos en sí. El intérprete de argumentos orales no sólo es un escucha, también es un espectador y contempla la escena en que se desarrolla el argumento.

Es cierto que ninguna teoría de la argumentación puede pensar de manera simultánea todos los datos intuitivos, en el sentido de que la realidad es multideterminada y la teoría parcial. Sin embargo, lo anterior no debe impedir que tratemos de establecer planos de conjunto y busquemos contactos e integraciones. De otra manera, abriríamos la puerta a la inconmensurabilidad del saber, la imposibilidad de juicio de las demás teorías y de avanzar en el conocimiento de una manera válida para alguien más que nosotros mismos o nuestro grupo. Asimismo nos negaríamos a la posibilidad de aprehender la complejidad. De hecho, en caso de estudiar las anteriores formulaciones en términos inmanentes, de sí mismas, sólo podríamos juzgar su coherencia interna y elegancia en función de los propósitos que persiguen.

Ahora bien, además de la necesaria interdisciplinariedad, de la multimodalidad y de la variedad de sistemas de signos en la argumentación, existen otros aspectos que merecen comentarios críticos:

• Govier pone con acierto la acentuación en el hecho de que el monólogo como absoluto no existe, todo es diálogo. Esto nos conduce a considerar que un texto en apariencia monológico puede ser argumentativo, porque el diálogo es constitutivo del lenguaje, como lo es el carácter inevitable de la interdiscursividad —con este término se quiere decir que un discurso remite, por necesidad, a otros discursos que le preceden y con respecto a los cuales se asimila, se incluye, se acerca, se distancia—. Todo discurso es social.

• La argumentación, muchas veces, no está dada de antemano. Al discutir no conocemos necesariamente la verdad ni las razones para sostenerla, éstas aparecen en el proceso dialógico.

• La figura del juez racional ubica de modo automático la argumentación en un enfoque normativo y universalista, el cual es útil pero no puede ser tomado como absoluto; es decir, también es relevante el enfoque descriptivo del argumentar.

• La argumentación no tiene, intrínsecamente, una dimensión polémica, como lo sugiere el término inglés argument, sino que también puede ser cooperativa, como nos lo demuestra la teoría de la argumentación coalescente;21 hay niveles de polemicidad: los argumentos de las partes en una guerra, los argumentos en la asamblea legislativa, los argumentos entre amigos, la indagación en común sobre un problema a dilucidar.

• Exponer un punto de vista supone el punto de vista contrario, como Spinoza pudo ver. Pero esto no quiere decir que haya un desacuerdo en sí al argumentar frente a otro, ya que podemos proporcionar argumentos para esclarecer, para indagar acerca de una conclusión determinada; o sea que no en todo momento es tajante la frontera entre investigar y argumentar. Por algo similar, podemos decir en cuanto a Willard que la incompatibilidad no es constitutiva en forma inmediata. En ocasiones descubrimos o disolvemos la incompatibilidad en el proceso argumentativo. No hay una ruptura completa entre argumentación e indagación-investigación, aclaración, explicación, justificación y juicio de un tercero desde el yo, como bien señala Habermas22 al hablar de las distintas operaciones dentro de lo que nosotros llamamos, junto con Haidar, la macro-operación argumentativa (ver el siguiente apartado). Aunque, claro está, es correcto decir que el discurso argumentativo prototípico se da en la confrontación interactiva y explícita entre proponente y oponente con respecto a las soluciones de un problema.

• La argumentación no debe restringirse a la dimensión proposicional. Las emociones se despliegan más allá de las proposiciones y forman parte de los argumentos23 lo mismo que los elementos no verbales. En consonancia con esto, la aceptabilidad no es un hecho meramente lógico, es emocional y también político, tiene que ver con nuestros deseos, anhelos y posicionamientos. Sólo en algunos casos podemos aceptar algo a partir del mero componente lógico.

Como puede verse a partir de los comentarios críticos, todos los conceptos generales son objeto de confrontación ideológica en su sentido más amplio y las nociones de la teoría científica no son la excepción. En la teoría de la argumentación hay también co-orientaciones y anti-orientaciones, hay diversas justificaciones y esquematizaciones de la argumentación que podríamos analizar a partir de las propias herramientas de las teorías. Por otro lado, pese a las diferencias, las definiciones comparten el mundo de la cuestión y enfocan desde diversas prácticas y posiciones topológicas (de lugar) este objeto. Ese punto de unión y los problemas que generan diversas respuestas a los problemas nucleares del campo me parecen más relevantes que sumar a la colección de precisiones una más.

Es necesario concebir la argumentación como juego de lenguaje y como campo de acción, de práctica social, teórica y política en torno a la problematicidad. Cada uno puede optar por estudiar la argumentación desde la óptica de cualquiera de las definiciones arriba señaladas: su corrección formal, su funcionamiento en la interacción, su mecanismo lingüístico, su relación con los actos que la conforman o sus estrategias para conseguir la adhesión. Por ello proponemos a los lectores una matriz analítica que le permita acercarse a la argumentación desde cualquier teoría o combinación de teorías.24

Cada enfoque nos abre ciertas posibilidades legítimas. Una vez más, reiteramos, estamos ante juegos. Y la práctica tanto concreta como la teórica y analítica va diciendo la última palabra sobre lo relevante y consecuente de las definiciones. Ahora bien, es claro que en el mundo real cada argumento en su contexto natural es como un holograma, lleva en sí la lógica, la dialéctica interactiva, la retórica, la pragmática, la emoción y la dimensión discursiva. Si analizamos o no estos aspectos, es otro cantar.

Enfoques discursivos como el de Oleron25 tratan de comprender tanto el procedimiento racional de la argumentación como el emotivo y socioideológico. Además nos muestran con claridad que debemos hablar no sólo de argumentación sino del proceso de argumentación-refutación. Sin embargo, más que aumentar esclarecimientos, por ahora considero importante ubicar la argumentación en el marco de sus más relevantes campos de juego, comprender sus funciones, entenderla como macro-operación discursiva y captar su núcleo problemático.26 Asimismo, creo indispensable partir de la descripción de sus funcionamientos discursivos (los que sólo mencionaré, ya que son objeto del libro Argumentación y discurso) conforme al análisis del discurso y la semiótica de la cultura en su complejidad, para seguir los pasos de Publio Terencio, de Pascal y de Hegel en la búsqueda de la totalidad de lo humano, sabiendo, sin embargo, que el saber es siempre incompleto y deja margen a la indeterminación y al olvido porque, como decía Goethe:

Gris es toda teoría,

y verde es el árbol de la vida

Las funciones comunicativas y argumentativas

El diagrama típico de la comunicación (emisor-mensajereceptor) que considera a ésta como mero procesamiento de información e intercambio de datos unívocos entre mentes aisladas universales es muy limitado y sirve sólo a fines lógicos estrechos. Sin embargo, es posible pensar la comunicación argumentativa en otra perspectiva: de las funciones y fines que se persiguen al comunicar; de la comprensión del lugar de la interpretación y el malentendido en los intercambios; de la diversidad de códigos del emisor y el receptor concebidos en su complejidad como sujetos que construyen los «datos» desde «lenguaculturas» y formaciones discursivas específicas; de la complicación del enfoque para comprender cómo intercambiamos también emociones emergentes en la interacción; de la concepción compleja de sujetos dialógicos. El esquema comunicativo resultante27 es entonces de importancia para el estudio de los argumentos y los procesos del argumentar cotidiano. Así, desde una perspectiva compleja es relevante considerar las funciones que cumple la argumentación derivadas del esquema comunicativo de Roman Jakobson (basado a su vez en autores como Bülher, Shannon y Weaver) modificado por el análisis del discurso y la teoría de sistemas dinámicos. Algunas funciones (que además constituyen criterios tipológicos, según predominen en un discurso) pueden no tener un centro argumentativo intrínseco, pero entran de forma necesaria en el juego del argumentar ordinario:

• La función referencial o informativa (a qué se refiere lo dicho), lógica y dialéctica. Cumple una tarea justificativo-explicativa de lo real, lo simbólico o incluso lo imaginario. La argumentación referencial es la típica de la explicación causal: «tiene que haber una puerta o una ventana abierta, porque las velas no se apagan solas». Cabe anotar que las emociones pueden remitir a una referencia subjetiva.

• La función expresiva del emisor (quién y cómo habla) que resulta vital en la presentación retórica del orador. Esta función vincula el argumento, la emoción y el sujeto, como en muchos de los textos de los grandes líderes religiosos: «Yo soy la verdad y la vida, y quien crea en mí vivirá».

• La función apelativa que alude al receptor (a quién le hablo) y puede ser clave en la dialéctica y en la retórica: «el país está en manos de extranjeros, únete al movimiento nacional para liberarlo». Toda argumentación busca movilizar al otro en un cierto sentido, pero en algunos casos esta función es el centro.

• La función metalingüística que atañe a la dialéctica (la aclaración del código usado para argumentar y por tanto clave para interpretar): «cuando yo argumento que México debe dejar paso a la democracia, no estoy pensando sólo en las elecciones, porque democracia es “el poder del pueblo”». Es una función clave en la disolución de malentendidos y en el argumento por la definición.

• La función poética (uso de tropos, de figuras, de repeticiones) que trabaja sobre el discurso y que es vital para el establecimiento de la validez (relativa) de una opinión en la retórica. Cuando una argumentación acentúa el trabajo sobre el mensaje, destaca su función poética, como en los argumentos del I Ching: «Sobre la madera está el agua: la imagen del pozo. Así el noble alienta al pueblo durante el trabajo y lo exhorta a ayudarse mutuamente». En realidad, la dimensión poética del argumentar aparece con más fuerza en ciertos discursos, como el literario, pero es ineludible en la argumentación natural y es constitutiva del empleo del lenguaje ordinario, como Humboldt, Nietzsche y Wittgenstein han demostrado.

• Y la función fática (es decir, relativa al canal de comunicación, que puede ser visual, auditivo, táctil, olfativo, etcétera) que mantiene el canal operando, evita la ruptura de la comunicación y deja abierta la posibilidad de contacto, sin el cual no se da la posibilidad de argumentar. La función fática resulta crucial, por ejemplo, cuando existe una comisión negociadora que permite llegar a acuerdos entre partes beligerantes o evitar al menos el conflicto; aunque no en todo momento se sienten los contrincantes a negociar, resulta crucial que el canal esté abierto.

Ligado a lo anterior, la argumentación en sí misma nos lleva a diferentes funciones específicas. Julieta Haidar,28 que se basa en la propuesta funcional, así como en diversos autores de habla francesa y en especial en los teóricos de la lógica natural, considera varias divisiones de la función argumentativa. Aquí retomo y modifico estas funciones, que yo considero imbricadas con las previas pero vistas según la perspectiva de la operación argumentativa (en oposición a la descriptiva, la narrativa y la demostrativa):29

• Función justificadora esquematizante; está relacionada con los objetos discursivo-semióticos, que son iluminados a la luz de cómo se anclan y conciben en una cultura determinada; así por ejemplo, la palabra «líder» implica peculiares evocaciones y posibilidades, originadas en la lengua y cultura inglesa, mientras que la palabra «macho» adquiere matices singulares en el mundo latinoamericano. Los objetos se esquematizan mediante las determinaciones de lo que decimos de ellos en un discurso y que conllevan en sí una argumentación respecto a la cual nos involucramos de cierta manera.

• Función justificadora de esquemas de inferencia; está vinculada a los esquemas de razonamiento. Éste ha sido el objeto de estudio tradicional en la argumentación: los silogismos; los procesos de deducción de lo general a lo particular, de inducción de lo particular a lo general; de abducción que introduce nuevos conocimientos; y de analogía que establece similitudes.

• Función organizadora; mediante ella se ordenan tanto las esquematizaciones ideológico-culturales como los esquemas justificadores, se disponen a lo largo del discurso.

• Función valorativa; la argumentación está asociada a valores. Al argumentar, necesariamente lo hacemos desde una subjetividad que toma partido, se acerca o se distancia de lo dicho, acepta o rechaza lo planteado por otros en función de una axiología. En esta última tienen un papel crucial los modos argumentativos de la emoción y la creencia.

Podemos hablar también de una función de refutación, pero en realidad esta función tiene un estatuto diferente, ya que es uña y carne con la operación argumentativa en sí, como un todo. Afirmar es negar otras visiones y argumentar es refutar otros argumentos.

La comprensión de las funciones comunicativas (referencial, expresiva, apelativa, metalingüística, poética y fática) y del carácter esquematizante, justificativo, organizador y valorativo de la operación de argumentación-refutación ayuda a comprender de manera más cabal su funcionamiento.

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9786079465568
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