Читать книгу: «Colombia. El terror nunca fue romántico», страница 6

Шрифт:

LO QUE HAY DETRÁS DE LA FRASE «APAGAR LA ECONOMÍA»

6 de abril de 2020

«APAGAR LA ECONOMÍA» COLOMBIANA PARA HACERLE frente a la pandemia de Wuhan. Esa es la receta salvadora que acaba de descubrir, después de muchas meditaciones, la alcaldesa de Bogotá.

Claudia López da la impresión de estar más interesada en confeccionarse un discurso político personal, para redorar su blasón, que trabajar duro, junto con el gobierno nacional y el sector médico-científico del país y de los países más avanzados, para saber qué es lo que está ocurriendo en el mundo con el Covid-19 y cuáles son las medidas más acertadas para proteger a las poblaciones.

En lugar de sumarse de manera responsable y modesta al frente que heroicamente lucha a diario contra la epidemia en Colombia, Claudia López optó por una línea doble: soplar el frío y el calor, acatar un día las políticas del gobierno nacional para enseguida abrirle bajas querellas a Iván Duque y confeccionar, en un rincón de su oficina del Palacio Liévano, el seductor (pero falso) dilema de «salud o riqueza».

Ella aprovecha la coyuntura para aterrorizar a la ciudadanía declarando cosas absurdas, como eso de que «ninguno de nosotros va a sobrevivir literalmente» a esta epidemia si no se hace lo que ella propone, y advirtiendo, en un tono de lucha de clases, que las medidas (imaginarias) que toman algunos (léase el gobierno y «los más acomodados») corresponden a una «visión tacaña, calculadora, egoísta», que «nos hunde a todos».

La solución es, pues, según ella, dejar de trabajar: «apagar la economía» y «encender la generosidad». Tal es el artilugio retórico fascinante que ella lanzó, como la gran síntesis, en su entrevista con Yamid Amad sin que éste se alarmara. Al veterano periodista le sonó bien eso de «apagar la economía» y no quiso ver qué había detrás de esa fórmula.

Claudia López quiere «apagar la economía» de Bogotá durante tres meses sin medir las consecuencias. Ella ve la «riqueza» como algo que va y viene fácilmente: «Así como la ganamos antes la volveremos a ganar después», dijo desde la Alcaldía, envuelta en una casulla gris. ¿Ella habla de «apagar la economía» en todo Colombia?

Bogotá representa el 31% del PIB nacional. El distrito capital es el principal motor de la economía colombiana, es la mayor plataforma empresarial y el principal mercado laboral del país. ¿Eso es lo que ella quiere «apagar» durante tres meses?

No es una coincidencia que Claudia López, dirigente de un partido verde, lance esa receta, la otra forma de plantear el programa verde más extremista: el crecimiento cero. La idea del crecimiento cero, o del decrecimiento, fue vendida a las «vanguardias» políticas y a los «progresistas» de los años 1980, como una panacea, como el futuro luminoso e inevitable de la humanidad. «Crecimiento cero: la opción para un mundo sostenible».

Claudia López trata de aplicar esos axiomas en Colombia ahora que está al frente de Bogotá y que tiene ante sí una grave emergencia sanitaria. Su solución es simple: apagar la actividad productiva y derrochar lo que no tiene: «dar, sentir, soltar y sonreír».

El socialista y pacifista Kenneth E. Boulding decía lo mismo. «Quien piensa que siempre es posible el crecimiento exponencial en un mundo finito está loco o es economista». Otros iluminados, como Sicco Mansholt y Paul Ehrlich abundaron en ese sentido. Este último, ecologista de Stanford, defendió la idea de que debemos frenar el crecimiento, tanto de la población como del consumo. Sus amigos dibujaban cuadros sin base matemática para demostrar que la curva de alimentos y de recursos naturales estaba cayendo, mientras que la de la población subía. La respuesta lógica era la reducción de nacimientos y de la producción. Algunos activistas partidarios del decrecimiento llegaron a proponer decretar impuestos a los nacimientos de niños y ofrecer, al mismo tiempo, dinero en forma de «créditos carbono» a quienes acepten esterilizarse.

El austriaco Ivan Illich (1926-2002), crítico de la sociedad capitalista y conocido militante de una «sociedad sin escuela», decía que el desarrollo industrial, el aumento de la producción manufacturera y la explotación de los recursos naturales, son los causantes de las anomalías del clima. El escribió: «La organización de la economía que busca el bienestar es un obstáculo al mejor ser».

El problema es que la reconfiguración del coronavirus en Wuhan fue el resultado de la pobreza, no del avance industrial, sobre todo del atraso cultural en materia alimentaria. Fue el resultado de la falta de higiene de los mercados para los más pobres de ese país. No fue el resultado del crecimiento económico, ni del desarrollo industrial. Los verdes anunciaban la inminencia de una catástrofe ecológica causada por el desarrollo y no vieron venir la catástrofe sanitaria producida por el atraso.

En Francia la ecología política también tiene dogmas delirantes. Yves Cochet, exparlamentario, decretó: «hemos vivido como príncipes pero la fiesta terminó y el decrecimiento es nuestro único horizonte». Hervé Kempf pidió, por su parte, mirar al sur y buscar en África el nuevo modelo. ‘Ese continente’, —decía—, puede enseñarle a Occidente como «adaptarse a la frugalidad». El economista Serge Latouche, otro papa del crecimiento cero, dice que la mayor parte de nuestros contemporáneos son degenerados y que por eso «no pueden fabricar niños sanos y normales».

Desde la otra barrera, la de quienes denuncian esas estupideces, está Pascal Perri, un geógrafo y economista francés que fustiga, en un libro reciente(17), la peligrosa deriva de los verdes y recomienda leer los textos de ellos donde aparecen cosas pavorosas. El explica que «los militantes y los responsables ecologistas detestan las actividades humanas mercantiles y practican una forma de idolatría de la naturaleza». La naturaleza para ellos es el «centro absoluto», un «zenit insuperable». Los verdes «odian la arrogancia humana, sueñan con un mundo indolente, desintoxicado de huellas humanas». Y concluye: «Empujada a sus últimas creencias, la ecología desemboca en una forma de nihilismo».

La temática que devela Pascal Perri no debe ser soslayada. Él resume así el sentido profundo del nihilismo ecologista: «El hombre es el cáncer de la tierra y el capitalismo es una forma vil de ese estado canceroso. Es un virus terrible al cual hay que aplicar una quimioterapia masiva».

Es evidente que el miedo generado en todo el mundo por la pandemia del Covid-19 está exacerbando las tendencias más regresivas. La frase de Claudia López sobre «apagar la economía» y repartir durante meses y meses lo que quede, pues «la riqueza» volverá fácilmente, hace parte de esa tendencia. «Este no es un desafío a la economía, es a la vida», insiste Claudia López. No ve ella que el desafío actual es a la vida y a la economía, pues no puede haber vida sin economía, como lo recordaron muy bien José Félix Lafaurie y Rafael Nieto Loaiza quienes reiteraron que economía y salud van de la mano.

La expansión internacional del virus de Wuhan resultó no de un exceso de civilización sino de un fracaso de la civilización: la dictadura comunista es eso, un sistema político atroz y caduco. Ese régimen miente y oculta su miseria social aun a costa de la salud del pueblo chino y de la salud de millones de personas en el mundo. Ese sistema de partido único permitió que miles de personas infectadas viajaran a decenas de países y ahora inunda con material defectuoso a los países que les compran equipos médicos para vencer la pandemia.

La alcaldesa López intenta absolutizar la estrategia del confinamiento, darle un alcance mayor en el tiempo del que debe tener. Hace eso sin esperar a que haya, en Colombia y otros países, un balance objetivo de la experiencia entre confinamiento/desconfinamiento. Para ella lo esencial es «apagar la economía» y volver a un estado social de «vida sencilla», creyendo que los niveles de bienestar anterior volverán en unos meses. Europa, sin embargo, teme que salir del bajón económico tomará tres años, por lo menos. Claudia López estima que eso «no es el problema» y que «la riqueza» en Bogotá, «así como la ganamos antes la volveremos a ganar después». Por arte de magia.

COLOMBIA: LA SUBVERSIÓN LLAMA A ABANDONAR LA LUCHA CONTRA EL COVID-19

13 de abril de 2020

LA IZQUIERDA NO LOGRA ELEVARSE POR encima de su miseria espiritual ni siquiera en esta época de emergencia sanitaria que golpea violentamente a Colombia y a tantos otros países.

Después de las invitaciones a «apagar la economía durante tres meses» de una líder verde, alcalde recién instalada de Bogotá, y de los motines instigados por las Farc y el Eln en varias cárceles del país el 21 de marzo pasado, que dejaron 23 personas muertas, ahora emergen las invitaciones demoniacas de la prensa comunista al personal hospitalario a que huya del campo de la lucha contra la pandemia del Covid-19.

El 13 de abril, en efecto, el portal web del Partido Comunista de Colombia publicó esta orden: «Trabajadores de la salud: digan NO al ejercicio inseguro de su profesión»(18). Firmado por un tal Dairo Gutiérrez Cuello, quien se define como «médico ginecólogo-abogado, especialista y magíster en Derecho Médico», ese texto propone una teoría que haría que Hipócrates se revolcara en su tumba. El doctor Gutiérrez pretende que «el médico no ejercerá los procedimientos por el encargo de su profesión cuando las condiciones de seguridad para él y su paciente no son las adecuadas».

Falso. El bello texto hipocrático que tradicionalmente juran respetar los médicos en Occidente antes de comenzar a ejercer su profesión, tiene 364 palabras y fue redactado probablemente en el siglo IV antes de Cristo. Allí hay dos frases que definen, en particular, la ética y la determinación humanitaria del médico: «Es con pureza y piedad que pasaré mi vida y ejerceré mi arte» y «En todas las casas a las que tendré que entrar, ingresaré para beneficiar a los enfermos». Ese juramento no dice que el médico puede invocar pretextos para no ayudar a su paciente, como eso de abstenerse si no tiene «condiciones de seguridad adecuadas» para él. Lo que lanza el doctor Gutiérrez, perdón por decirlo francamente, es una mezquina impostura, un insulto a todos los médicos colombianos y del mundo, sobre todo a aquellos que libran, en este momento, en tantos países, un combate peligroso y sin condiciones contra el virus de Wuhan.

Ese horrible grito del órgano comunista explota vilmente la lamentable muerte de Joaquín Satizabal, un conductor de ambulancia de Ginebra, Valle, ocurrida el domingo pasado. Ese deceso que todo el país deplora es utilizado para apoyar la maligna teoría de que el personal hospitalario debe abandonar a sus pacientes porque el gobierno de Iván Duque es, según los mamertos, «negligente». Los dos artículos citados, que rápidamente fueron retomados por la prensa de la dictadura venezolana, insisten en que los trabajadores de la salud de Colombia —médicos, enfermeras, choferes de ambulancias y demás personal técnico—, deben cesar su actividad profesional en la lucha contra el virus en razón de que «el Gobierno Nacional, en cabeza del presidente Iván Duque Márquez, sigue negando la entrega de equipos de bioseguridad al personal que labora en las Clínicas y Hospitales del país»(19).

Tal mentira —que agravará sin duda la situación de miles de personas atacadas por el Covid-19—, es el resultado de las declaraciones absurdas de otro personaje, Sergio Isaza Villa, el inamovible presidente de la Asociación Médica Colombiana (AMC), quien fue el primero en lanzar la consigna de que la política del gobierno de Iván Duque contra la crisis sanitaria «no es coherente con la realidad».

Sin pudor alguno, Sergio Isaza acaparó los micrófonos para gesticular, tras las muertes del médico urgentista Carlos Nieto Rojas y del anestesiólogo William Gutiérrez Lombana, quienes habían sido infectados por el Covid-19. Isaza declaró que tenía «mucha rabia y dolor», pues la muerte del doctor Nieto «era prevenible». Sin ser especialista en virología, Sergio Isaza fue incapaz de explicar cómo esa muerte habría podido ser impedida y se contentó con insultar al gobierno quien, según él, «se ha referido al fallecimiento [de Carlos Nieto] con desdén e hipocresía».

Con no menos virulencia, el líder de la AMC la emprendió también contra Fernando Ruiz Gómez, el ministro de Salud, a quien trató de endilgarle un crimen: que él «no entrega los elementos necesarios para que los profesionales de la salud trabajen protegidos ante esta pandemia».

El atrevido pediatra da a entender que el ministro Ruiz es algo así como un doctor Mengele que tiene elementos guardados en alguna parte y que se los niega a los profesionales de la salud para perjudicarlos. Después vinieron dos otros embustes, basados en declaraciones anónimas: que el gobierno está «amenazando a los médicos» y que está «ocultando información» para que estos no puedan luchar contra el Covid-19(20). Tales embuchados fueron lanzados en Caracas por Colarebo, un portal web de propaganda patrocinado por Russia Today (RT) y Telesur, la televisión de Nicolás Maduro que tiene la obligación de despotricar contra Iván Duque y Colombia todos los días.

Esa fue, obviamente, la señal que esperaban algunos para lanzar todo tipo de chifladuras sostenidas únicamente por activistas políticos y burócratas de la AMC y para desembocar en el llamado criminal a abandonar a los pacientes de Covid-19 por no haber en los hospitales «condiciones adecuadas» de seguridad.

La campaña de Sergio Isaza, expresa, en realidad, los puntos de vista de una organización que nada tiene que ver con la ciencia ni con la medicina: la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia (CUT), la cual vió que la cuarentena y la emergencia generada por el virus chino abría para ellos una ventana para sembrar la cizaña y confundir a la opinión.

No hay, pues, en la gritería histérica de Sergio Isaza y de la prensa comunista, un acto de buena fe que intenta ayudar a corregir las deficiencias del dispositivo de emergencia actual sino una serie de pasos deliberados hacia la destrucción y el caos, en medio de la emergencia sanitaria nacional.

La campaña busca desacreditar la ley 100 de 1993. Ella presiona para hacer que todo el sistema de salud en Colombia sea nacionalizado (para adoptar el modelo fracasado de Cuba y Venezuela). Los impulsores de la ola de violentos disturbios callejeros contra el gobierno hace unos meses, gesticulan ahora que el sistema de salud debe ser «revertido». Así dicen dos jefes de la CUT en la carta que ese sindicato le envió, este 11 de abril, a los ministros de Trabajo y Salud.

Esa cruzada no es de ahora. El 6 de febrero de 2018, durante la contienda electoral, el portal web del partido comunista entrevistó al doctor Isaza para que lanzara su idea de «transformar el actual sistema de carácter mercantil en un sistema que se base en el Derecho a la Salud»(21). El 28 de julio siguiente, Telesur le publicó a Isaza un artículo, que fue retomado por la prensa del PCC, bajo el simpático título de «Más para las EPS y menos para la gente»(22). Sergio Isaza es el único médico que, desde hace años, tiene los favores del periódico comunista Voz, y del citado portal web.

Esta semana, la CUT llegó a decir que la actual emergencia sanitaria por el Covid-19 «se debe al modelo de salud adoptado en Colombia con la Ley 100 de 1993, mediante la cual se privatizó la prestación de los servicios de la salud y se adoptó un enfoque de negocio». ¡Qué estupidez!

Esos activistas saben que todos los países golpeados por el Covid-19, incluso los mil veces más ricos que Colombia, como Estados Unidos, Italia, España, Francia, Alemania, tienen todos, en estos momentos, dificultades para eliminar el virus chino. Saben que todos los países fueron tomados por sorpresa por esa pandemia. Saben que la OMS se plegó a los dictados de China y minimizó la gravedad del contagio, razón por la cual Europa y Estados Unidos superaron a China, en pocos días, en número de contagios y muertes. Saben que todos los países, sin excepción, sufren o sufrieron de penuria de material médico adecuado, que muchos carecen, incluso al momento de escribir esta nota, de cantidades suficientes de test para detectar el virus rápidamente. Saben que a muchos países desarrollados les faltaron respiradores artificiales, que en todas partes hubo penuria de solución hidro-alcohólica, y de máscaras para el personal hospitalario, para los médicos del sector privado, para los servidores públicos y para la población en general.

No obstante, Isaza y sus comparsas presentan las dificultades obvias del operativo colombiano contra el Covid-19 como si fuera algo particular y único, como si fuera el resultado de la maldad del gobierno y, peor, como si esas dificultades no existirían si el sistema de salud en Colombia hubiera sido nacionalizado en 1993. Isaza no quiere reconocer que Colombia es uno de los países latinoamericanos que mejor ha encarado la pandemia. No quiere admitir algo que es evidente: que Iván Duque y sus ministros no han sido negligentes y que, pese a los inevitables errores, ha tomado, por el contrario, decisiones prontas e inteligentes contra la pandemia y en favor de los sectores menos favorecidos. La mayoría de colombianos, dicen los sondeos de opinión, reconoce el carácter positivo de esa acción de gobierno.

En España, Francia e Italia, muchos operadores hospitalarios y médicos luchan de forma admirable contra el Covid19. En esos países, donde reina la libertad de expresión, los gobiernos son criticados cada día por las insuficiencias técnicas y por los errores que han podido cometer en la lucha improvisada contra la pandemia. Pero en ningún país nadie, nadie repito, está llamando a abandonar la batalla contra el virus chino. En Francia, ni siquiera la oposición más extrema ha pedido al personal hospitalario salir corriendo ante los riesgos. Aunque muchos de ellos han sido infectados y hasta perdido la vida por batallar heroicamente contra el misterioso virus, el personal de la salud vería tal llamado como un signo de ignominia, como un ultraje a sus valores y como una traición al juramento de Hipócrates.

La infamia que está impulsando el PCC y sus acólitos petristas no tiene nombre. Lo de ellos es ver cómo pueden romper la fraternidad que los colombianos han forjado en estos días de angustia y confinamiento riguroso.

En ningún país, salvo en Colombia, partido alguno utiliza la tragedia del coronavirus para urdir solapadamente una huelga de médicos, como lo pretende hacer, por desgracia, el PCC, la CUT y sus agentes.

La cascada de denuncias de la CUT, la AMC, el PCC, la prensa madurista y algunos noticieros bogotanos, como Noticias Uno, son perversos llamados a crear el caos, a poner en peligro decenas de miles de vidas y a romper con siglos de valeroso humanismo.

LUCHA HUMANITARIA Y RESISTENCIA CONTRA EL COVID-19

20 de abril de 2020

EN FRANCIA, LAS AUTORIDADES MÉDICAS ADMITEN que tras un mes de confinamiento nacional, hay todavía penuria de máscaras, blusas de protección y gafas de seguridad, entre otros elementos, para los médicos y paramédicos que luchan en los hospitales contra el virus de Wuhan(23). Cientos de enfermeras, por ejemplo, han tenido que confeccionarse blusas de protección con bolsas plásticas. Esas limitaciones existen y pesan, pero nadie en Francia está invitando a cesar el trabajo o a huir de los hospitales hasta que el gobierno llene esos vacíos.

El ambiente en tales centros es, por el contrario, de unidad y de trabajo sin descanso. El clima psicológico del personal de la salud es de optimismo y dedicación. El gobierno trata de importar y distribuir lo que falta para llenar esas lagunas pero tiene dificultades: muchos países están en lo mismo y los fabricantes, sobre todo los de China, no responden a tiempo o no dan abasto.

La emergencia sanitaria es universal. La ciudadanía lo sabe y su actitud es consecuente: se mantiene unida, ayuda, fraterniza y aísla a los que meten cizaña. El público agradece como puede la abnegación de los médicos, enfermeras, urgentistas, radiólogos y choferes: con aplausos, a las 8 de la noche, con canciones, pancartas y mensajes de admiración en los balcones y en redes sociales. Unos vecinos cosen blusas de seguridad para los profesionales de la salud. Otros, incluso restaurantes de renombre, sin clientes por el momento, cocinan platos especiales para que el personal sanitario se alimente bien, supere la fatiga y pueda sentirse amado y respetado.

Ese combate nacional contra el virus chino tiene un precio. Un dato oficial del 12 de abril dice que de las 100 000 personas involucradas en esa lucha (la mitad de ellos en contacto directo con los enfermos), 6 019 contrajeron la enfermedad. Quince de ellos fallecieron. Hasta el pasado 10 de abril había un total de siete médicos muertos por coronavirus, en especial en la región este de Francia. El primero fue un médico nacido en Madagascar. Murió en Compiegne el 21 de marzo. Tenía 67 años. Al día siguiente, otro médico, de 60 años, falleció en Saint-Avold (Moselle). El sexto murió el 13 de abril en Folgensbourg, cerca de Suiza. Tenía 73 años. Médico jubilado, él había decidido ir a prestar sus servicios ante la escasez de galenos en la localidad.

Al momento de redactar este artículo, el total de personas fallecidas en Francia por el virus era de 20 265. Otras 30 584 personas estaban hospitalizadas por la pandemia. «Una cierta cantidad de profesionales de la salud, sin duda enfermos, se han recluido en sus hogares», reveló hace unos días una agencia regional de salud.

No he sabido que en Francia ningún médico haya sido hostilizado por sus vecinos, como ocurrió, por desgracia, hace unos días en Colombia. La prensa bogotana contó que hay gente que se amotina para expulsar a los médicos que, infectados durante su trabajo contra el Covid-19, y aislados por prevención, se encuentran en residencias especiales. Leí que hay alcaldes que, en lugar de reprimir a los violentos, facilitan tales desalojos. Que tres médicos del hospital San Rafael de Andes, Antioquia, sufrieron ese trato inicuo(24).

Hay también grupos que, violando la cuarentena, tratan de explotar los errores en el reparto de alimentos en los barrios pobres para destruir buses y llamar a la revuelta contra el gobierno de Iván Duque. Algunos han atacado y hasta asesinado policías. Hay autoridades departamentales que, ante la aparición de casos de Covid-19, en lugar de atender a las víctimas, deciden cerrar los servicios, como ocurrió en el Hospital San Francisco de Asís, en Quibdó el 18 de abril(25). En Fundación, Magdalena, cinco médicos abandonaron el hospital San Rafael al saber que había llegado un paciente con coronavirus.

¿Por qué está ocurriendo eso en Colombia? ¿Qué tipo de demagogia está incitando a cometer tales delitos? ¿Quién espolea tales perversiones?

Empapadas de irracionalismo, esas acciones surgieron después de que la CUT y el sindicalismo extremista decidieran explotar la emergencia sanitaria para ganar terreno. Sus cabecillas lanzan consignas absurdas. «Uno no está obligado a atender órdenes» durante la pandemia, proclama un cacique sindical, antes de concluir: «Tenemos el derecho a entrar en desobediencia civil».

La prensa del Partido Comunista Colombiano inventa que los otros países están «óptimamente dotados con su indumentaria protectora», mientras que en Colombia no hay nada pues el gobierno «se está robando el dinero de los auxilios».

Mientras el gobierno saca partidas para la emergencia sanitaria y para la población más necesitada, y mientras la ciudadanía y las empresas generosamente aportan dinero para ayudar a los hogares más vulnerables en la cuarentena, como ocurrió ayer en Bogotá (51 696 millones de pesos donados) y Medellín (13 100 millones de pesos) donde participaron firmas del sector de la construcción, de supermercados, del textil y alimentos, entre otros, los marxistas pretenden socavar, con sus campañas de desinformación y de odio, el clima de solidaridad, cuyo mayor ejemplo han sido los «donatones». Están furiosos pues ven que el presidente Duque y algunos alcaldes suben en los sondeos ante sus buenos desempeños contra la epidemia.

La prensa comunista no cesa por eso de destilar su veneno divisionista. Dice que el personal de la salud vive «un calvario sin resurrección», que el gobierno «obliga manu militari» a los médicos a trabajar, y que las medidas oficiales para afrontar la pandemia buscan «privilegiar al empresariado y al sector financiero». Esa prensa nauseabunda predica que la pandemia fue causada por el «neoliberalismo», y no por los errores graves de un laboratorio de la China comunista.

Las deserciones de médicos, y la confusión de algunos sobre sus deberes profesionales, son el resultado del llamado hipócrita del PCC, del pasado 13 de abril, a los trabajadores de la salud a «decir NO al ejercicio inseguro de su profesión» (sic), y a abandonar a los enfermos a su suerte.

Esas manipulaciones se traducen en los hechos insólitos registrados, los cuales aumentarán si el gobierno y la justicia no le ponen freno a eso. Es indispensable adoptar una ley que condene todo intento de sabotear la lucha contra el Coronavirus. Los agitadores están invitando, de hecho, a lesionar y a dejar morir a los enfermos. Quien obedezca esas consignas entra en una lógica criminal que debe ser sancionada.

Бесплатный фрагмент закончился.

717,23 ₽
Жанры и теги
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
392 стр. 5 иллюстраций
ISBN:
9789585532373
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают