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La Caída de Babilonia (Ap.Cap.17-18)

Fue ésta una ciudad originada de Babel, a la que el Señor destruyó por el desafío de sus hombres de querer construir una torre que alcanzara el reino de Dios. Para confundirlos, Él creó entonces diversos lenguajes. Babilonia fue demoníaca desde sus orígenes ya que la esposa de Nimrod, su fundador, fue Semiramis, reconocida como la primera gran sacerdotista de la idolatría y la madre de todo sistema pagano en el mundo, cuya influencia ha perdurado a través de los siglos. Espiritualmente, las Escrituras nombran a Babilonia como la “Gran Prostituta”, porque “con ella fornicaron los reyes de la tierra y con el vino de su fornicación se embriagaron los moradores de la Tierra…sus mercaderes eran magnates… y con sus maleficios se extraviaron todas las naciones. Y en ella se encontró sangre de profetas y santos, y cuantos fueron asesinados sobre la Tierra” (Ap.18). Apocalipsis advierte que Babilonia está construida sobre “siete colinas” y por su pasado de gran poder e influencia, así como de persecución al cristianismo, el comentario en la Biblia Católica de España (usada como referencia en este libro) a 1 Pe.5:13, considera que Babilonia representa a Roma.

Sea ésta, u otras metrópolis como Nueva York o Londres, según la opinión de otros estudiosos bíblicos, Dios pondrá en la mente del Anticristo y de los diez reinos ejecutar Su propio plan divino, por lo que ellos mismos destruirán Babilonia y la dejarán despojada y desnuda. Bajó entonces un ángel del cielo y gritó a gran voz: “Cayó Babilonia, la grande”… mientras otro ángel decía: Salid pueblo mío de ella, para que no os hagáis cómplices de sus pecados ni partícipes de sus plagas”. Y aunque la ceguera demoníaca del mundo parezca poco menos que imposible, la Palabra dice que se levantarán contra ella y “será arrojada Babilonia, la gran ciudad, y no aparecerá nunca más” (Ap.18:21).

El Retorno de Jesucristo

La primera venida de Jesucristo, hace algo más de 2.000 años, fue el evento más importante de la historia del mundo, y dividió el tiempo entre “antes” (a.c.) y “después” (d.c.) de Él. Vino primeramente a su pueblo y este no lo recibió, pese que existían 38 profecías explícitas sobre su nacimiento: cuando sería, como sería, donde sería, de que familia, de su linaje, nacido de una virgen, que sería declarado “Hijo de Dios”, que su ministerio sería en Galilea, que sería rechazado por su pueblo, que sería crucificado, etc…, y por cuanto todas y cada una de éstas profecías se han cumplido, la probabilidad de un error estaría en la enésima potencia, o sea, virtualmente imposible. Esta prueba irrefutable de la veracidad de las Escrituras y de lo que éstas declaran sobre el Señor Jesucristo, la analizaremos en detalle en el Capítulo 1º de este libro.

Concerniente a la Segunda Venida de Cristo, el respaldo profético es igualmente abrumador: hay 1.845 profecías en las Escrituras sobre este evento, de las cuales 1.527 están en el Viejo Testamento. La mayoría de ellas ya se han cumplido! Sólo la falta de conocimiento de la Palabra de Dios, y de comunión con el Espíritu Santo que nos ha sido dado para guiarnos a la Verdad, pueden aun someramente explicar la presente falta de fe de Judíos y Cristianos, quienes aún piden una “señal” para creer. Pues aquí la tienen delante de sus ojos, y consideren que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hch.11:6). Por ello, incursionaremos en profundidad sobre estos temas en los capítulos siguientes de este libro.

La Segunda Venida de Cristo no será como la primera, vista por un grupo pequeño de pastores y algunas huestes angelicales. Esta vez la Palabra nos dice: “Inmediatamente después de la Tribulación de aquéllos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará su brillo, las estrellas caerán del cielo y el mundo de los astros se desquiciará. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, se golpearán el pecho todas las tribus de la Tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y enviará a sus ángeles con potente trompeta, para que reúnan a sus elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo al otro de los cielos” (Mt.24:29-31). Cristo montará un caballo blanco, al igual que los ejércitos del cielo que lo siguen, y sobre su manto lleva un nombre: “Rey de Reyes y Señor de Señores”, y frente a Él lo confrontarán todas las naciones de la Tierra con todos sus ejércitos, guiados por la Bestia y por cuantos adoraron su imagen. Pero el Anticristo y el Falso Profeta serán rápidamente tomados prisioneros, y “ambos … arrojados vivos al lago de fuego que arde en azufre. Los demás fueron muertos por la espada que salía de la boca del jinete” (Ap.19:20). Dice la Palabra que después de esto, habrá un gran clamor en el cielo, y se oirá: “¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder de nuestro Dios, porque sus designios son verdaderos y equitativos…”.

Y entonces aparecerán tronos y las almas de los que habían sido decapitados por causa de dar testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios durante la Tribulación, quienes “volvieron a la vida y reinaron con Cristo por mil años. Esta es la Primera Resurrección. Dichoso y santo el que tiene parte en la primera resurrección. Sobre éstos no tiene potestad la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él por mil años” (Ap.20:4-6).

El Milenio

Por designio de Dios, sólo Satanás será entonces encadenado (constreñido) y arrojado al Abismo por 1.000 años, tiempo durante el cual Cristo reinará en la Tierra en lo que se llamará “el Milenio”. Los Santos de la Tribulación serán entonces resurrectos y reinarán con Cristo durante ese período como sacerdotes y la muerte no tendrá ya potestad sobre ellos. Los demás muertos no volverán a la vida hasta cumplidos los 1.000 años y los grandes y pequeños serán entonces juzgados delante del Trono Blanco de Jesucristo, según las obras registradas en los libros. Y a los que su nombre no se encontró escrito en el Libro de la Vida fueron precipitados en el lago de fuego, junto con Satanás, el Hades y la Muerte. Esta es la Segunda Muerte.

Al final del Milenio, Satanás será liberado del Abismo por un breve tiempo y saldrá una vez más “a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos de la Tierra para congregarlos a pelear, tan numerosos como la arena del mar. Avanzaron por la superficie de la Tierra y cercaron el campamento de los Santos y la ciudad amada. Pero bajó fuego del cielo y los devoró. El diablo que los había seducido fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la Bestia y el Falso Profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap.20:7-10). Resulta casi incomprensible que tantos hombres que habrán de vivir durante el Milenio bajo la gloria y bendiciones del reinado de Cristo pudiesen ser, una vez más, seducidos por Satanás para rebelarse contra Él. Pero la Palabra dice que “engañoso es el corazón de los hombres más que todas Las cosas” (Jr.17:9). Podría tal vez compararse esta situación con la tentación de Adán, quién rodeado de bendiciones en el paraíso se dejó seducir por el diablo por la idea de ser como Dios, y pecó comiendo del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, que era lo único que se le había prohibido.

La Nueva Jerusalén

Las Escrituras cierran con la más gloriosa promesa de Dios: “Vi luego cielo nuevo y Tierra Nueva, porque el primer cielo y la primera Tierra pasaron, y el mar no existe ya. Y vi la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, preparada como esposa ataviada para su esposo. Oí una gran voz que procedía del trono, la cual decía: ¨Aquí está la morada de Dios con los hombres. Morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y la muerte ya no existirá, ni existirán ya ni llanto ni lamentos ni trabajos, porque las cosas de antes ya han pasado¨. El que estaba sentado en el trono dijo: ¨Mirad, todo lo hago nuevo¨. Y añadió: ¨Escribe, porque estas son las palabras fidedignas y verdaderas¨. Luego prosiguió: Hecho está! Yo soy el Alfa y el Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, Yo le daré gratis de la fuente de la vida. El que venza heredará estas cosas. Y Yo seré su Dios y él será mi hijo”. (Ap.21:1-7). Pero Su advertencia es igualmente clara: Nada impuro entrará en ella, ni tampoco los que cometen abominación o falsedad, sino sólo los que están inscritos en el Libro de la Vida del Cordero.

capítulo 1
Supremacía de Jesucristo

“Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Nadie llega al Padre, sino por Mí”

(Jn.14:6)

¿Por qué escribir sobre Él?

Es tanto lo que se ha escrito sobre Jesucristo que uno pudiera preguntarse: otra que la Palabra de Dios misma, ¿porque considerar que sea válido y deseable escribir sobre el Hijo de Dios? ¿Para qué ofrecer, aún con la mejor intención, comentarios y pensamientos sobre su persona, su amor, su humildad, su misión en la Tierra y su sacrificio por nosotros, que nada merecíamos? ¿Qué nos hace pensar que estamos calificados para ello?

El autor considera que la humanidad está compuesta por individuos, cada uno un ser diferente con capacidades y cualidades distintas, quienes viven inmersos en entornos y tradiciones variadas, a quienes el acceso a la Verdad se filtra a través múltiples prejuicios e inhibiciones, y a quienes por la gracia de Dios, el título de este humilde libro los pueda atraer a leerlo. Sin arrogancia alguna, debe aclararse que ese título le fue sugerido al autor por el Señor: “Preparación para la Vida”. Meditando sobre ello, fue el propio Jesucristo quien preparó a sus discípulos durante tres años en el conocimiento de su misión y de su persona, antes de enviarlos a predicar su Palabra – la Gran Comisión que Él nos encomendó. Fue Él quien les impartió el Espíritu Santo antes de su partida, para colmarlos de sabiduría y valor para enfrentar las huestes de maldad, la ignorancia y la idolatría del mundo al que se enfrentarían. Y fue Cristo quien estuvo con ellos un tiempo más después de su resurrección, y los acompañó hasta su martirio por no negar su nombre. En verdad, un grupo de hombres sencillos que amaron entrañablemente al Señor y que cambiaron al mundo señalando el Camino, predicando la Verdad y mostrando la Vida eterna que estaban en Él.

En cuanto a las calificaciones del autor para escribir sobre el Señor, éstas nos alientan de la propia Palabra:

 Cristo dijo: “Si fuera Yo el que da testimonio de Mi mismo, mi testimonio no sería válido. Es otro el que da testimonio de Mí” (Jn.5:31). El Autor anhela que este libro glorifique a Cristo y ofrezca un digno testimonio más de Él;

 Confía en la guía del Espíritu Santo que dice: “todo espíritu que confiesa que Jesús es Cristo venido en carne, es de Dios” (1Jn.4:2);

 Se respalda en la aseveración profética de Dios: “Así es la palabra que sale de Mi boca, no volverá a Mí vacía, sino que hace lo que Yo deseo y consigue aquello para lo que la envío” (Is.55:11).

 El autor depende de la sabiduría del Espíritu Santo, basado en la promesa de Jesucristo: “Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero os sobrepasan ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad plena…” (Jn.16:12-13).

 Y también se fundamenta en la exhortación: “Pues es Dios quien, según su beneplácito, activa en vosotros tanto el querer como el obrar” (Flp.2:13).

 El autor está muy claro en guiar sus comentarios y admoniciones exclusivamente basado en la Palabra de Dios, porque “el conocimiento infla, mientras que el amor construye. Si alguno piensa que conoce algo, todavía no conoce como es debido” (1Cor.8:2).

Por último, todos los cristianos hemos sido llamados a anunciar la Buena Nueva de la Salvación en Cristo, a “que instes en tiempo y a destiempo” (2Tim.4:2). Unos mediante la predicación; otros por su testimonio de vida, que nos convierten en epístolas vivientes vistos y leídos de todos. Y aún otros por sus escritos, que si son guiados por el Espíritu representan solo una versión más formal de la predicación. Y que todo sea para la gloria de Dios.

El Testimonio del Padre

“Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que ninguno de los que creen en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn.3:16).

Y esta ofrenda del Padre fue hecha cuando todos éramos pecadores, porque todos nos habíamos desviado, nos habíamos pervertido, sin que hubiese uno que hiciese el bien, ni siquiera uno (Rom.3:12).

El sacrificio de Jesucristo, cuyo nombre significa: “Jesús”: la salvación de Dios; y “Cristo”: el Mesías, el Ungido, Emmanuel (Dios entre nosotros), el Hijo de Dios, fue inevitable, porque nuestra rebeldía (el rechazo de su Nombre), acorde a la magnificencia del ofendido, fue también de naturaleza infinita y no existía nadie más que pudiese condonarla. Asimismo, la justicia de Dios, siendo perfecta, exigía una reparación perfecta, otra que Cristo, inexistente en el mundo. Por ello, Cristo aceptó el sacrificio solicitado por el Padre, maravillosamente resumido en la Palabra: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cuál, siendo de condición divina, no se encastilló en ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose en el porte exterior como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la Tierra y en los abismos; y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para la gloria de Dios Padre” (Flp.2:5-11).

La consustanciación entre el Padre y el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo, representa una verdad difícil de comprender para los seres humanos, espiritualmente imperfectos, mayoritariamente egoístas, sujetos al pecado, constreñidos en cuerpos corruptibles, donde la carne es enemiga del espíritu y el alma se debate entre ambos. La Palabra dice que “en un plano meramente humano, el hombre no capta las cosas del Espíritu de Dios, porque son para él necedad; y no puede conocerlas, porque sólo pueden ser examinadas con criterios espirituales” (1Cor.2:14-15). Por lo tanto, bienaventurado el que acepta el testimonio del Padre sobre su Hijo unigénito, a través de Quién todas las cosas creadas fueron hechas.

Como se ha mencionado en el Prólogo de este libro, el Padre nos ha dado una extraordinaria señal de la exactitud de su Palabra a través de 38 profecías sobre Cristo en el Viejo Testamento y cumplidas en el Nuevo Testamento en su integridad, a saber:

1 Nacido de Mujer: Gn.3:15 > Cumplida: Gal.4:4;

2 Descendiente de Abram: Gn.12:3 >Cumplida: Mt.1:1;

3 Descendiente de Isaías: Gn.17:19 > Cumplida: Lc.3:34;

4 Descendiente de Jacob: Nm.24:17> Cumplida: Mt.1:2;

5 De la Tribu de Judá: Gn.49:10 > Cumplida: Lc.3:33;

6 Heredero del Trono de David: Is.9:6 > Lc.1:32-33;

7 Originario de Nazaret: Miq.5:1 > Mt.2:23;

8 Nacido en Belén: Miq.5:1 > Lc.2:4-7;

9 Tiempo de su Nacimiento: Dan.9:25 > Lc.2:1-2;

10 Nacido de una Virgen: Is.7:14 > Lc.1:26-27;

11 Matanza de los Inocentes: Jr.31:15 >Mt.2:16-18;

12 Huida a Egipto: Os.11:1 > Mt.2:14-15;

13 Precedido por un mensajero: Mal.3:1 > Lc.7:24-27;

14 Declarado Hijo de Dios: Sal.2:7; Is.9:6 > Mt.3:17;

15 Ministra en Galilea: Is.8:23 > Mt.4:13-16;

16 Un Profeta: Dt.18:15 > Hch.3:18-20;

17 Para liberar a los cautivos: Is.61:1-2 > Lc.4:18-21;

18 Rechazado de su Pueblo: Is.53:3 > Jn.1:11;

19 Del Rito de Melquisedec: Sal.110:4 > Heb.5:5-6;

20 Entrará triunfalmente en Jerusalén: Zac.9:9 > Mc.11:7-11;

21 Traicionado por un amigo: Sal.41:10 > Lc.22:47-48;

22 Por 30 monedas de plata: Zac.11:12 > Mt.26:14;

23 Acusado por falsos testigos: Sal.35:11 > Mc.14:57-58;

24 Silente ante sus acusadores: Is.53:7 > Mc.15:4-5;

25 Escupido y golpeado: Is.50:6 > Mt.26:67;

26 Odiado sin razón: Sal.35:19 > Jn.15:24-25;

27 Sacrificio vicario: Is.53:5 > Rom.5:6-8;

28 Crucificado con malhechores: Is.53:12 > Mc.15:27;

29 Traspasado de manos y pies: Zac.12:10 > Jn.20:27;

30 Burlado y ridiculizado: Sal.22:7-8 > Lc.23:35;

31 Le dieron vinagre y hiel: Sal.69:22 > Mt.27:34;

32 Oró por sus enemigos: Sal.109:4 > Lc.23:34;

33 Soldados jugaron por su ropaje: Sal.22:19 > Mt.27:35;

34 No rompieron sus huesos: Sal.34:21 > Jn.19:33;

35 Perforaron su costado: Zac.12:10 > Jn.19:34;

36 Sepultado con los ricos: Is.53:9 > Mt.27:57-60;

37 Resurrección profetizada: Sal.16:10;49:16 > Mr.16:6-7;

Ascendió a la diestra de Padre: Sal.110:1 > Mr.16:19.

La probabilidad estadística de que 38 variables profetizadas, provenientes de fuentes diversas, a través de un período de más de 3.000 años y cumplidas con una precisión del 100%, sea una “casualidad”, estaría en la enésima potencia. Sencillamente imposible.

El Testimonio de Cristo

“Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad” (Jn.18:37).

Ese testimonio define el propósito de su venida a la Tierra, que no es el de juzgar al mundo, sino el de ofrecerse como el camino de salvación para los que creen en Él. Porque si uno no sabe adónde va, cualquier camino le parece bien. Pero si uno conoce a Jesucristo, sabe adónde va, que el camino es angosto y que pocos son los que lo encuentran, pero sabe también que cuenta con una ayuda insustituible, la guía del Espíritu Santo.

Esa es la Verdad consustanciada en el Señor y declarada en su Palabra, que nos asegura que “quien escucha mi Palabra, y cree en aquél que me envió, tiene vida eterna y no va a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn.5:24).

La verdadera Vida es consecuencia de la fe en Jesucristo y en quién lo envió, y el creer en ésta afirmación define donde uno pasará el resto de la eternidad. Algo para meditar profundamente, porque de que le sirve a uno si ganase el mundo entero y pierde su alma (Lc.9:25).

La “palabra” es un término poco o superficialmente comprendido por la generalidad de la gente. Si se busca su significado lato es “un medio de expresión o comunicación”, y su contenido está definido por su propósito y contexto. Pero no es precisamente así en las Escrituras:

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio junto a Dios. Todo llegó a ser por medio de ella, y sin ella nada se hizo de cuanto fue hecho” (Jn1:3). Esta revelación bíblica nos habla del Hijo de Dios, por intermedio de quién el Padre realizó la creación. Y por cuanto que Él era, y es, la luz verdadera, ilumina a todo hombre y disipa las tinieblas. Por eso, nosotros lo vemos en su gloria, “como de Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn.14:14). No obstante, debemos diferenciar entre lo que el Señor nos dice respecto de la palabra que oímos y de la que hablamos (Sant.1:19-27):

 Nos advierte a ser prontos para escuchar, tardo para hablar, tardo para la ira;

 Nos insta a recibir con mansedumbre la Palabra plantada en nosotros;

 Llevarla a la práctica y no limitarnos a ser meros escuchas;

 A no creernos religiosos y no saber “frenar la lengua”.

 Los que así actúan se engañan a sí mismos, pues seremos juzgados tanto por nuestras palabras como por nuestras obras. ¿De qué sirve si alguien dice tener fe y no tiene obras? Peor aún: si se dice cristiano y sus obras no concuerdan con su confesión. La hipocresía es profundamente desagradable a Dios porque es la negación de la Verdad (que está en Cristo), se disfraza de verdad y se sustenta en la arrogancia y el engaño. Es necedad el creer que se pueda engañar a Dios.

 En definitiva, por cuanto el hombre es espíritu, alma y cuerpo, y la carne tiene enemistad en contra del espíritu, “la Palabra de Dios que es viva y eficaz, y más tajante que una espada de dos filos, penetra hasta la división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y discierne las intenciones y pensamientos del corazón” (Heb.4:12).

La libertad, por otra parte, es el fundamento del libre albedrío otorgado por Dios a los hombres, y que lo hace a imagen y semejanza del Él. El amor, la cualidad esencial de Dios, porque Él es amor, requiere de la libertad para su expresión y autenticidad. Por eso el Señor busca que lo conozcamos y coparticipemos del plan divino que Él concibió para nosotros. Porque: ¿cómo podríamos amar a quién no conocemos íntimamente? Temerlo, sí; respetarlo, tal vez; soslayarlo, aún; amilanarnos, probablemente; y aún ignorarlo. Pero el amor que Dios desea de nosotros requiere de nuestro libre albedrío. Por eso Jesucristo nos ofrece: “Si vosotros permanecéis en mi Palabra, sois verdaderamente discípulos míos: conoceréis la verdad, y la Verdad os hará libres” (Jn.8:31-32).

Y el amor a Dios es el Gran Mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente….El segundo es semejante a él. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas” (Mt.22:37-40). Al margen de ser nuestro Creador, Emanuel, el Mecías, el Hijo del Hombre, tiene todo el derecho de reclamar nuestro amor e infinita gratitud por sobrellevar nuestros pecados, afrontar la infamia de ser golpeado, escupido, azotado, ridiculizado y finalmente crucificado por nosotros. La plenitud de esa ofensa no la podemos comprender ahora, porque no nos es posible identificarnos con su naturaleza divina, con su inconmensurable amor, así también como con la magnitud de su poder. Un pensamiento del Él hubiese bastado para pulverizar a sus malhechores. Pero lo aceptó todo por nuestra salvación, sin defenderse, sin condenarlos, como ofrenda de justicia. Y oró por ellos.

Este sacrificio vicario se magnifica más aún si consideramos que entonces éramos todos pecadores, no había un justo, ni siquiera uno! No merecíamos sino el castigo por nuestra vanidad, maldad e ignorancia. Gracias sean dadas a Jesucristo, que con su sacrificio habilitó la salvación para aquellos que creyeron, y que creen en Él.

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