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Silvia Infantas. Voz y melodía de Chile

David Ponce

© SCD / Editorial Hueders

© David Ponce

© Silvia Infantas

Primera edición: diciembre de 2018

ISBN edición impresa 978-956-365-107-2

ISBN edición digital 978-956-365-188-1

Agradecimientos a quienes facilitaron fotografías e imágenes de

Silvia ­Infantas: Patricia Leal Badani, Miguel Infantas, Hugo Morales

y Missael Godoy.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin la autorización de los editores.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

Diseño: Valentina Mena

Fotografía de portada: Colección personal Patricia Leal Badani


SCD | www.scd.cl

Editorial Hueders | www.hueders.cl

santiago de chile



Silvia Infantas fue una figura de singular importancia en la música popular de raíz folclórica en Chile durante los años 50 y 60. Primero, junto al grupo Los Baqueanos y luego acompañada por Los Cóndores.

Solía ser casi lógico que septiembre se dejara anunciar con su hermosa voz en los receptores radiales del territorio nacional. Personalmente, conservo fresco el recuerdo de esos momentos mágicos de la infancia, cuando la temperatura ambiente anunciaba que habría un cambio de estación: mi madre preparando el desayuno, mientras en la radio sonaba esa magnífica voz de mujer que me llenaba de emoción. Creo no exagerar que, sin nunca haberla visto en persona, amaba a la dueña de ese timbre cálido y melodioso.

En aquella época no había pocas voces femeninas en el género identificado como música criolla o música típica. Carmencita Ruiz, Margarita Alarcón, María Eugenia de Ramón y Silvia Infantas eran las que más se escuchaban cuando septiembre cubría de flores las copas de los árboles, la gente comenzaba a pintar sus casas y los jardines cobraban nueva vida.

La radio y las revistas de la época a menudo nos traían semblanzas de estas estrellas de la canción y entonces nos enterábamos de sus giras por América (la clásica foto de grupos de artistas descendiendo por una escalerilla de avión) y sus frecuentes presentaciones en lugares de moda, centros de una bohemia intensa y muy publicitada, como El pollo dorado o El Waldorf. Ahí, Silvia Infantas era infaltable y brillaba con luz propia. De ese modo descubrí que la dueña de esa voz era, además, una mujer hermosa.

Era un Chile diferente, en el que la música popular se vivía de otra manera. Había menos gente y las distancias eran más largas, pero no era impedimento para que florecieran grandes figuras del espectáculo, que de alguna manera cimentaban el imaginario de una chilenidad estéticamente homogénea, inspirada en nuestra ruralidad “centrina”.

Sin duda, ese ambiente artístico de la música popular de raíz folclórica había nacido y crecido gracias al desarrollo de la radiotelefonía. Seguramente con Los Cuatro Huasos como pioneros, en la década de 1930.

No eran fundamentalistas del folclor ni en extremo nacionalistas estos grupos de música típica chilena, a pesar de sus atuendos campestres tan uniformes. Muchos de ellos interpretaban boleros, valses, incluso algún tango o zamba argentina. Y Silvia Infantas no fue la excepción, porque también grabó música que hoy sería calificada como música popular a secas. Sin duda, su más grande acierto fue la interpretación de las “Tonadas de Manuel Rodríguez”, “Romance de los Carrera” y el “Canto a Bernardo O’Higgins”, acompañada por la orquesta de Vicente Bianchi. Un clásico que debiera ser inmortal.

Los 60 se vinieron con un desarrollo muy poderoso de géneros y subgéneros en la medida en que la industria de la música se diversificaba y atomizaba. Es así como personajes de una gran notoriedad y fama van quedando en el olvido para las nuevas generaciones.

La publicación de esta biografía de Silvia Infantas, gestada en el Comité de Publicaciones de SCD y escrita por David Ponce, pretende –entre otros objetivos– reinstalar la imagen y la relevancia que este y otros nombres tienen para la historia y construcción de lo que hoy conocemos como música popular de raíz folclórica.

Silvia Infantas es quizás la pieza cúlmine y probablemente la más brillante de esa especie de movimiento que construyó las bases para muchas estrellas de la canción que posteriormente vinieron a poblar nuestra galería de la fama, y que gracias a los avances de las comunicaciones hoy se instalan con luces enceguecedoras en nuestro inconsciente colectivo, a una velocidad que hace 60 años costaba siquiera imaginar.

En el 2008, la Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales la nombró –con justa razón y méritos– Figura Fundamental de la Música Chilena, y ya en ese entonces rescatar su nombre fue como sacar una sagrada reliquia del baúl de los recuerdos. Hoy, 10 años después, insistimos en la tarea de mantener viva la memoria de nuestros grandes valores y queremos dejar testimonio de manera categórica que Silvia Infantas es de las más grandes intérpretes vocales en la historia de nuestra música popular.

Mario Rojas

Presidente comité de publicaciones SCD


ESPLENDOR Y MISTERIO EN

SILVIA INFANTAS

Silvia Infantas entra al locutorio de Cooperativa y se sienta ante un micrófono de la radio. Ya no es Cooperativa Vitalicia. Es Cooperativa a secas. Porque no son los inicios de los años 40, cuando ella debutara en esta misma emisora. Ahora es septiembre de 2012 y ella es invitada al espacio de conversación “Acordes mayores”, un programa de encuentros con figuras de gran trayectoria en la música chilena que conducen el experimentado locutor radial Miguel Davagnino con la cantante y actriz Carmen Barros.

Han pasado cuatro décadas y más desde que Silvia Infantas puso fin a su carrera en los escenarios, a comienzos de los años 70. Y tal vez la cantidad de tiempo explique que ella haya accedido a dar una de las contadas entrevistas de su vida tras el retiro, buena parte de ellas frente al mismo periodista que produjo el citado programa “Acordes mayores” y que firma estas páginas. Así fue en 2006, por la redacción de su reseña biográfica para un sitio web de música chilena. Así fue en 2007, para reconstruir parte de su discografía con motivo de una serie de reediciones del sello EMI titulada Colección Bicentenario, y en 2009, a raíz del ciclo documental “Himnos locales”, de Radio Uno. Así fue también en 2012, en la entrevista previa al citado programa de Cooperativa, y hasta fines de 2015 en las conversaciones destinadas a este libro.

En esas sesiones, Silvia Infantas hizo memorias, reconstituyó historias y repertorios, revisó archivos de fotos, discos y prensa. Y en uno de los encuentros hizo un regalo: un ejemplar de la carátula de su primer disco con Los Cóndores, conservado a la perfección dentro de una carpeta. Tiene más de medio siglo esa hoja, pero no está sepiada por los años. El blanco del papel permanece inmaculado, luminoso casi, mantenido por décadas en esa guarda, con el mismo tono que debe haber tenido cuando fue un disco nuevo, recién lanzado, en los primeros días del grupo, como un mensaje directo desde otra era. La era de esplendor de Silvia Infantas.

El relato de esa historia sigue un hilo cronológico en el libro. Desde los primeros capítulos ella da una mirada retrospectiva a sus inicios como cantante melódica (a contar de 1942), a su participación como actriz en el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica (entre 1946 y 1953) y a su consagración con los dos conjuntos de su vida: Silvia Infantas y Los Baqueanos (1953-1959) y Silvia Infantas y Los Cóndores (1960-1970). Solo el último capítulo (“Figura fundamental”) escapa en parte a la cronología, para proponer una interpretación de la obra de la artista desde diversos ángulos: el repertorio, el estilo, los arreglos y el horizonte de autores y compositores chilenos cuyas obras grabó.

Son memorias complementadas por el testimonio de coprotagonistas de ese recorrido, como los músicos Pedro Leal, Hugo Morales y Alejandro González. O por herederos directos, como Germán Aqueveque, hijo del arpista de Los Baqueanos; Germán del Campo, quien integró también el Dúo Leal Del Campo. “Mi papá cumplió cuatro roles importantes dentro de Los Baqueanos, como arpista, guitarrista, cantante y autor de algunas canciones”, destaca Aqueveque, porque la historia de Silvia Infantas es también la de los músicos de su tiempo.

Lo confirman los hombres de radio que la vieron en escena. “La conocí como espectador en los auditorios de radios, donde, junto con Los Baqueanos primero y Los Cóndores después, cantaba maravillosamente y era la primera figura del folclor chileno. Ella escribió una página de oro en la música de nuestro país”, destaca Enrique Maluenda, iniciado hacia 1955 en la radiotelefonía. “La de Silvia y la de Ester Soré son las voces más bonitas que hemos tenido en el folclor, y podrían haber sido perfectamente voces de nivel internacional para canción melódica”, agrega Pablo Aguilera, actual director de Radio Pudahuel e iniciado en radios en 1960.

No es aventurado afirmar que la mayoría absoluta de los chilenos ha escuchado al menos una vez, y es posible que muchas veces, la voz de Silvia Infantas. Como tampoco es arriesgado aseverar que esa misma mayoría la ha oído cantar sin saber a quién pertenece esa voz. Si lo que suena es “Tonadas de Manuel Rodríguez”, o “La consentida”, o “Si vas para Chile”, o “Los lagos de Chile”, entre decenas de otros títulos de esa chilenidad hecha canción, será en gran parte de los casos Silvia Infantas la que se escuche. Esta voz está fijada en la memoria discográfica chilena, prensada en esos discos originales de acetato o vinilo, multiplicada en el nuevo siglo por efecto de dispositivos y plataformas digitales.

“Siempre me fascinó esa voz: tan culta, tan prístina. Además, la escuchábamos en radioteatros. Cierto que en los comienzos cantaba boleros también, música popular, pero luego se dedicó al folclor, y fue un referente en la raíz folclórica para mí. Silvia Infantas forma parte del patrimonio musical folclórico de nuestro país”, reconoce la cantante Ginette Acevedo. Y coinciden otros herederos de esa tradición, como Juan Hernández Arriagada, del conjunto Diapasón Porteño, cultor actual de la cueca y la tonada.

“En el caso mío, que ha sido rescatar la guitarra como elemento aglutinador, siento que el aporte de Silvia Infantas con Los Baqueanos y Los Cóndores ayuda a desarrollar diferentes estilos y la creación actual”, comenta Hernández. Eugenio Rengifo, de Los Huasos de Algarrobal, destaca finalmente la estatura de la artista como legado. “No he visto un impacto similar al de Silvia Infantas en esa composición de grupo, con una solista y tres voces masculinas. Antes sí: Los Cuatro Hermanos Silva, Margarita Alarcón, Ester Soré, que en un momento cantó con Los Cuatro Huasos. En el registro de una mujer solista con voces masculinas Silvia Infantas fue un ícono”.

Si faltaba leyenda por agregar, está la mencionada decisión de Silvia de despedirse del canto y de la escena en plena actividad y vigencia. Son algunos de sus familiares quienes arrojan luces al respecto. “Dejó de cantar. El motivo: solamente para descansar. Ella misma dice que se fue en el peak de su carrera”, comenta Miguel Infantas, uno de sus sobrinos. Y lo complementa Sergio Infantas, también sobrino y cantante. “Mi tía siempre dijo: ‘Yo voy a cantar hasta cierta edad, porque no quiero que vean que la voz no es la misma, que no tenga el mismo registro ni la misma fuerza’. Decía que una artista siempre debe retirarse en la cúspide de su carrera. Y lo hizo”.

Silvia Infantas es la última estrella de la constelación de cantantes del siglo XX en la que brillaron nombres como Ester Soré, Carmencita Ruiz, Margarita Alarcón, Las Morenitas y tantas otras. Y en último término ese doble rasgo –la celebridad y el anonimato– es también la mejor definición para su trayectoria, entre el misterio de su temprano retiro y el esplendor con que se inscribió para siempre en la historia de la música popular chilena.

David Ponce

Santiago, octubre de 2018


CAPÍTULO I

CRIADA EN EL ALMENDRAL

Ella tocaba el piano, se sentaba y empezaba a tocar valses y todas esas cosas, canciones de esos tiempos. Y entonces yo me sacaba los zapatos y detrás iba, y en la alfombra a pie pelado empezaba a bailar. Todas las tardes tocaba y yo me hacía la viva.

Silvia Infantas sobre uno de sus recuerdos musicales más tempranos: su abuela paterna y el piano de la casa familiar en el barrio

El Almendral, de Valparaíso.

Su padre es el barítono y compositor Jorge Infantas, de destacada actuación en la lírica nacional, quien hace de profesor en forma exclusiva de su regalona Silvia.

En el artículo de prensa

“Un artista vive cerca de su casa” (1947).

Juana Ross, Plaza O’Higgins y El Almendral

Un día.

Ese es el lapso que recuerda haber vivido Silvia Infantas en su natal Santiago, antes de emprender su primer viaje, con apenas horas de vida y con destino al puerto principal.

−Un día solamente. Nací y me fui −sonríe−. Entonces ahí no supe más. Con el tiempo, con los años, vine a saber que yo había nacido en Santiago, por un día.

“Aunque nació en Santiago, Silvia pasó su infancia en el pintoresco El Almendral, de Valparaíso, que enamoró a Joaquín Edwards Bello”, queda corroborado en un artículo de prensa años más tarde, en 1947, cuando la cantante era una veinteañera y había dado sus primeros pasos en las radios y escenarios chilenos. Dos décadas antes, el 14 de junio de 1923, llegaba al mundo Sylvia Elvira Infantas Soto. Sylvia en la inscripción de nacimiento. Silvia por bautismo artístico en el futuro.

Nacida en la capital, criada en El Almendral. Dos octosílabos bien sirven como título para los primeros años de Silvia Infantas, quien vivió la niñez y parte de la adolescencia, hasta los 15 años, en ese histórico y tradicional sector de Valparaíso retratado en la novela En el viejo Almendral (1931), con el subtítulo Valparaíso, ciudad del viento, del citado cronista y escritor porteño Joaquín Edwards Bello. Mismo barrio escrito y cantado, además, en la cueca “Plaza O’Higgins y Almendral” por el vibrante cantor Jorge Montiel, también porteño.

Sector histórico del plan o área plana de Valparaíso y colindante con los cerros de la ciudad, El Almendral era barrio popular, de cités, bares, restaurantes y negocios de antigüedades, en los que la música tenía un domicilio ganado, múltiple y permanente, con diversos cantores y conjuntos que circulaban por el lugar. Y en esa casa de calle Juana Ross donde Silvia pasó sus primeros años, entre las avenidas Argentina e Independencia, hoy próxima al edificio del Congreso Nacional, en las cercanías de la aludida Plaza O’Higgins, donde cada domingo decenas de anticuarios llegan a ofrecer retazos de ese tiempo remoto entre discos y muebles, la música tampoco estaba ausente.

“Lo que no es raro, pues su sangre tiene glóbulos de artistas”, se lee en la mencionada crónica: “Su padre es el barítono y compositor Jorge Infantas, de destacada actuación en la lírica nacional, quien hace de profesor en forma exclusiva de su regalona Silvia”. En publicaciones de la época habrá más de una versión acerca de si el registro vocal del artista en cuestión era barítono o tenor, pero tesituras aparte, Jorge Ignacio Infantas Arancibia era un reconocido cantante chileno, autor de la canción patriótica “Chile”, entre otras obras, y las primeras impresiones musicales de la vida de Silvia son las que recibió de su padre.

Y antes, de su abuela.

Debut en el Municipal: “Vas a ir a ver a tu padre”

En un rasgo compartido por tantos músicos y cantantes de su generación, no faltaba un piano vertical en esa casa de infancia que Silvia Infantas retrata al evocar esos primeros años en El Almendral, y al recordar, de paso, sus gustos musicales de la época.

−Bastante música chilena. Había mucho entusiasmo, y todavía Valparaíso yo encuentro que lo tiene, en los desfiles aparece muchísimo conjunto lindo. Por ejemplo, en el Casino de Viña del Mar, donde nosotros actuamos tantas veces, la gente (iba) con un entusiasmo único por la música chilena, por lo menos en nuestra época, y salían a bailar, se llenaba la pista bailando. Encuentro yo que Valparaíso siempre ha estado con el folclor.

−¿En qué barrio de Santiago había nacido usted?

−Uy, eso sí que no, no recuerdo. Nunca hemos hablado de eso, porque fue un día que estuve...

−¿Un día?

−Un día solamente. Nací y me fui. Me crié en Valparaíso, estuve 15 años allá. Y de ahí me vine a Santiago.

−¿Era El Almendral, en Valparaíso, donde usted vivía?

−Sí, en El Almendral. La calle Juana Ross 51.

−¿Cómo recuerda ese barrio?

−Bonito. Muy tranquilo, estaba cerca de la plaza, cerca del colegio, y todo estaba muy bien. Nosotros nos criamos todos con abuelita, de chiquitos ahí. Entonces, cuando ella falleció, nos vinimos de vuelta, porque mi papá trabajaba en Santiago y teníamos que venirnos con él.

−¿Se acuerda en qué año murió su abuela?

−Tiene que haber sido el 38, por ahí.

−Usted tenía 15.

−Claro, más o menos.

−¿Su abuela tocaba el piano, me contaba usted?

−Mi abuelita sí. Ella tocaba el piano todas las tardes, se sentaba y empezaba a tocar valses y todas esas cosas, canciones de esos tiempos. Y yo ya tenía ese bichito del arte, ¿ah? Y entonces yo me sacaba los zapatos y detrás iba, y en la alfombra a pie pelado empezaba a bailar. De repente ella algo notaba y se daba vuelta. Me decía: “¿Y tú? ¿Qué haces ahí?”. “Nada”, le decía yo, y ella se moría de la risa. Todas las tardes tocaba y yo me hacía la viva.

−¿Era su abuela paterna o materna?

−Paterna.

−Y su padre, como sabemos, era cantante lírico.

−Cantante lírico, sí, cantaba en el (Teatro) Municipal. Por eso más que nada estaba en Santiago, porque estaba con su carrera artística. Le iba muy bien. Pero él nunca quiso salir fuera (de Chile). Nunca quiso.

−¿Por qué?

−Porque no se acostumbraba. Venían tenores de todas partes del mundo, le decían: “Pero ¿qué hace usted aquí? ¿Por qué no va con nosotros? Le va a ir muy bien por allá”. “No”, decía. No había caso, nunca quiso moverse de Chile. Y yo ando por ahí (sonríe).

−¿Qué registro tenía su padre? ¿Tenor?

−Tenor. Tenor lírico.

−¿Y en qué óperas cantó, por ejemplo?

−Oh, él cantaba Rigoletto, Madama Butterfly, Tosca, La traviata, El barbero de Sevilla, todas esas óperas. Y yo de chiquita lo iba a ver.

−¿Al Municipal?

−Sí. Cuando cantaba él me llevaba mi abuelita a Santiago. “Vas a ir a ver a tu padre”, me decía.

Silvia imita la voz severa de la abuela en esa frase.

−Y ahí, yo chiquitita, por allá abajo; el teatro lleno. Fui a su debut también. Cuando se presentó por primera vez.

Un jovencito que se llama Luis Bahamonde

Cuatro eran los hermanos Infantas Soto en la casa de El Almendral: Sergio, Silvia, Rosa Iris y Álvaro. “Todos se llevan por dos o tres años y tienen una común afinidad con la música, cantando, tocando guitarra y piano”, está consignado en el citado artículo de 1947.

−Todos con condiciones artísticas −corrobora Silvia−, pero ninguno como para dedicarse. Yo fui la que saqué más (sonríe) en el reparto, entonces fue imposible que dejara de pensar en ser artista y cantar.

El Valparaíso de esa primera juventud de Silvia Infantas, en las décadas del 20 y del 30, es la cuna de importantes autores, cantantes y conjuntos destinados a hacer historia en la música chilena, entre un cantor legendario como Raúl Gardy y un prolífico compositor como Luis ­Bahamonde

Alvear, nacidos en 1917 y 1920, respectivamente.

Este último iba a crear el popular conjunto Fiesta Linda en 1953 junto a la cantante Carmencita Ruiz y a los músicos Pepe Fuentes y Ricardo Acevedo. Y mucho antes de eso, Lucho Bahamonde, el hombre que desde los años 40 compuso tonadas tan características como “En de que te vi”, “Fiesta linda”, “La bola”, “Qué bonita es mi tierra”, “Viva Chile”, “Amor ingrato”, “Buscando amores”, “Qué lindo es el amor” y “Por haberte querido tanto”, llegó un día a tocar la puerta de esa casa familiar en calle Juana Ross, recuerda Silvia.

−Cuando estábamos jovencitos todos, mi hermano (Sergio) tocaba la guitarra, tocaba el piano, sacaba muy buenas notas y practicaba mucho la guitarra. Entonces conoció a Luis Bahamonde, que en ese tiempo debe haber tenido unos 17 o 18 años, una cosa así. Mi hermano estaba ensayando con unos amigos ahí, y tocan el timbre y salgo yo. Cabrita, como se dice, jovencita. Me dice: “¿Está Sergio?”, y yo pregunto quién es, y me dice “Luis Bahamonde”. “Sergio”, le digo a mi hermano, “afuera hay un jovencito, un niñito que dice que se llama Luis Bahamonde y quiere hablar contigo”. Y él era el famoso compositor.

El oficio musical iba a reunirlos décadas después, en uno de los más recordados restaurantes capitalinos dedicados a la música tradicional chilena, cuando Silvia Infantas y Bahamonde Alvear ya eran celebridades con sus respectivos conjuntos musicales.

−Nos encontramos esa vez en El Pollo Dorado, donde actuaban muchísimos conjuntos, una época muy linda esa para el folclor, preciosa. Él estaba con su conjunto Fiesta Linda ya, yo en ese momento estaba con Los Baqueanos. Y él me dice: “¿Qué le parece, Silvia, las vueltas de la vida? ¿Se acuerda cuando usted me salió a abrir la puerta y era una niñita? Quién nos iba a decir, mire ahora donde estamos”.

Descubrimiento: un tocadiscos escondido

Los años tempranos y porteños de Silvia Infantas son los de sus primeros recuerdos musicales, entre el piano y las guitarras y canciones de la casa de Juana Ross 51, pero esa época empezó a quedar atrás hacia 1938, tras la muerte de la abuela y en los mismos días en que la futura cantante llegaba a los 15 años.

“En 1938 llegó a Santiago a matricularse en el primer año del Liceo 5, del que su casa dista una cuadra”, se lee en la mentada crónica de 1947, publicada en marzo de ese año bajo el título “Cerca de su casa vive un artista”, y que incluye una viva descripción del barrio de la familia Infantas en ese Santiago de fines de los años 30.

“En Lira 25, en una casa amarilla que mira a la Universidad Católica, como alumna que no se atreve a entrar, vive Silvia Infantas, la popular cancionista melódica –y que este año anuncia Radio Prat para sí. El segundo piso es el papá grave de los desnudos y alocados edificios de departamentos que se alzan en el barrio Santa Lucía. Les infunde distinción con sus habitaciones amplias, con muros empapelados del color de los muebles y que ostentan, como medallas, cuadros con marco dorado. Hay una habitación para cada uno de los hermanos Infantas: Sergio, Álvaro, Silvia e Iris”.

La entonces tranquila comuna de Ñuñoa es un domicilio previo que la cantante recuerda a propósito de la época del regreso a Santiago. Y en esos días queda registrada una memoria significativa para su futura vocación: la aparición en la casa de una colección de discos y por añadidura de un tocadiscos, que bien puede haber sido una victrola ortofónica portátil, novedoso modelo de aparato fonográfico en aquellos años marcados por los pesados discos de acetato que giraban a 78 revoluciones por minuto.

−En un momento, cuando llegamos a una casa muy grande, un amigo de mi papá le pidió por favor si tenía una pieza para que le guardara todas sus cosas. Él viajaba al extranjero, iba a estar como dos años allá y no quería deshacerse de sus asuntos, porque cuando regresara iba a vivir nuevamente acá en Chile. Mi papá le dijo que cómo no. Y una vez nos metimos con mi hermano menor (Álvaro), porque había una serie de discos y un tocadiscos, y nos dio la idea de querer escuchar esos temas. Mi papá había salido. Calladitos nos metimos ahí, y en el suelo, arrodillados, porque estaba todo puesto en el suelo, una serie de bultos, empezamos a poner esos discos.

Fue un descubrimiento para Silvia Infantas.

−Ahí escuché yo por primera vez canciones chilenas. Por Los Cuatro Huasos, por Las Cuatro Huasas también, todo eso. Y me gustó. Me gustó tanto, encontré tan bonitas las canciones, no sé, me entusiasmaron.

Los Cuatro Huasos eran desde hacía más de 10 años un nombre ya reconocido en la música chilena. Formado en 1927 por la agrupación original entre Jorge Bernales, Eugenio Vidal, Fernando Donoso y Raúl Velasco, el grupo está hoy en la historia como el primer referente mayor de los conjuntos de huasos que tan populares han sido en el gusto nacional. Las Cuatro Huasas eran, en cambio, más recientes. Para los días en que Silvia Infantas debe haber escuchado esos discos de acetato a escondidas en su casa familiar, el conjunto debe haber llevado poco más de dos años de recorrido, creado en 1936 por la precursora cantante, autora y guitarrista Esther Martínez.

Ese día despuntó una primera noción de repertorio para la futura cantante.

−“El relojito” me parece que era una de las canciones bonitas que tenían Las Cuatro Huasas. No me acuerdo, porque hace muchísimo tiempo, pero eran ellas las autoras de sus temas. Entonces empecé a aprenderlas, las fui copiando, me las aprendí y cuando llegó el momento, me refiero a más adelante, cuando tenía programas en la radio, me acordaba y ponía esos temas de folclor también en los programas.

El debut secreto en la radio

Según está escrito, el debut en radios de Silvia Infantas fue en 1942, en los estudios de Cooperativa Vitalicia. Pero años antes de eso ella recuerda apariciones radiales como artista infantil e, incluso ya crecida, hay un debut más inadvertido y casi literalmente de la mano de su hermano Sergio.

−En ese tiempo cantaba canciones, valsecitos, digamos, cosas así. Actuaba en programas de niños y todo eso, cancioncitas del abuelito. Después, ya cuando estaba un poquito más grande me dio por escuchar la radio y me aprendía las canciones que cantaban los artistas de esa época, y después las andaba cantando y copiando las letras. Cuando llegué a Santiago tenía el bichito bastante en actividad, no dejaba de estar escribiendo canciones y mi hermano me ayudaba, porque le gustaba mucho la música. Y una vez me llevó a una radio.

−¿A cuál?

−Fue Radio Nacional, me parece, algo así. Estaba, me acuerdo, el Dúo Rey-Silva cantando en esa radio, y la dirigía Carlos de la Sotta. Yo le dije a mi hermano que me llevara porque había un concurso.

El Dúo Rey-Silva que la joven aficionada fue a encontrar en esa radio también tenía reservado un lugar de privilegio en la posteridad musical chilena. Alberto Rey y Sergio Silva Rivadeneira se iban a consagrar en la tonada, la cueca y la canción popular gracias a sus voces y sus cuerdas de arpa y guitarra, pero para esos primeros años ni siquiera el arpa había llegado todavía a su equipaje, y cantaban acompañándose de guitarras, a pocos años de haber iniciado un dúo en 1935.

Y tal como luego de su encuentro inicial con Luis Bahamonde en el Valparaíso de su infancia, Silvia se iba a reencontrar más de una vez con el dúo durante su carrera.

−Ellos estaban iniciándose en esa radio, estaban jovencitos. Después, con el tiempo, supieron que yo había estado ahí y les había gustado mucho mi interpretación, y después también nos encontramos en una fiesta campestre de la radio. Además, nos tocó actuar juntos muchas veces, cuando yo cantaba sola en las radios y era actriz de teatro. Un día estábamos recordando: “Pensar que estuvimos cantando juntos”, me dicen. “¿Y cómo la dejamos ir? Se nos escapó”.

Por lo pronto, sin embargo, la aventura inicial de Silvia por esa emisora no pasó a mayores. Por decisión de la propia cantante.

−Ahí canté y le dijeron a mi hermano: “¿No se interesaría su hermana por seguir cantando?”. Entonces yo dije “nooo, ni por nada; Sergio, calladitos”, porque fuimos escondidos de mi papá, mi papá no sabía. No volvimos nunca más, si era por ver nomás qué pasaba. Así que no, ni soñar, mi papá no tenía idea. Después le dijimos: “Mire, papá, a tal hora va a haber un programa muy bonito en la radio, escúchelo”, pero de otra estación, para que no fuera a estar moviendo el dial y se encontrara con esto (se ríe). No, si a mí me costó mucho para que mi papá me diera permiso para dedicarme al arte.

−¿Y por qué no querría, si era cantante también?

−No sé, decía que no, que quería que yo estudiara una carrera, que el canto era muy bonito, pero que no era para dedicarse de lleno y tener un respaldo, en fin, todas esas cosas que los padres están pensando. Me decía que era mucho lío, muchas cosas: “Sí, cantas bonito, pero tú no eres para eso”.

Silvia Infantas sonríe a menudo mientras hace estos recuerdos. Como ahora, con el cierre de esta historia.

−Pero al final me salí con la mía. Lo gané por cansancio.

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9789563651881
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