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Cuatro

Lo que más me costó fue convencer a mi madre para que me dejase ir solo. Mi tía Alicia me ayudó y le tranquilizó haciéndole saber que estaría allí para recogerme nada más que el avión bajase a tierra. La condición es que a la vuelta me iría a buscar mi madre, y así pasaría un par de días con su hermana antes de volvernos a Zaragoza.

Para mi padre, que fuese solo, fue un alivio.

¡Ostras! no veáis qué nervios pasé en el avión, volando yo solo. Mis padres habían tenido que rellenar unos permisos para que pudiese hacerlo, pero era extraño encontrarme ahí, a no sé cuántos metros del suelo, en un mundo de adultos. Me sentí mayor. Creo que fue la primera sensación guay que tuve en el viaje. Sentir que podía hacer cualquier cosa. Que me valía por mí mismo.

Que tenía libertad.

Pues que se me puso la piel de gallina y todo al pensar en eso. Ya veis, que de repente me sentí muy maduro, tampoco me lo tengáis en cuenta.

Y después de unas dos horas y pico de vuelo, aterricé en Tenerife. Y ahí estaba mi tía Alicia, esperándome. Nos dimos un abrazo que no os imagináis.

—¡Rique! ¡Estás enorme! —me dijo sujetándome la cara con las manos.

—Vale, vale… Que ya no soy tan pequeño como para que me hagas estas cosas delante de todo el mundo, tía… —dije mirando con vergüenza a mi alrededor.

Tía Alicia soltó una carcajada y me liberó.

—Perdonad —comenzó a decir como si hablase con la gente que había alrededor, de forma muy teatral—. No me había dado cuenta de que mi sobrino es ya tan mayor, y le estoy avergonzando.

—Tía, no fastidies… Para ya, porfa… Venga vámonos —dije agachando la cabeza, creo que con la cara como un tomate. Me la notaba ardiendo.

—Venga, vamos a dejar tu maleta en el coche, y te llevo a comer por ahí. ¿Te apetece? —me dijo agarrándome con su brazo alrededor de mi hombro. Tuvo que forzar un poco la posición, porque ya le había superado en altura.

—¡Ay sí! Podríamos ir a ese sitio que nos llevaste que me gustó tanto… El Gua…pinte…

Mi tía volvió a reír con esa energía que me gustaba tanto en ella.

—¿A un guachinche?

—¡Eso! ¿Podemos?

—Claro, podemos hacer lo que tú quieras Rique, estos días tú mandas —me sonrió, y mi acarició el pelo. Esta vez, no me molestó.

*

Comimos en un guachinche diferente al que fui de pequeño. Yo creía que esa especie de bar se llamaba Guachinche, y que solo había uno. Pero mi tía Alicia me explicó que había muchos diferentes en Tenerife. Que antes eran la casa de las personas que hacían el vino en la zona, y que el vino y la comida que les sobraba, la vendían a los vecinos. Y con el tiempo, pues se habían convertido en lugares típicos de la isla, en los que se comía súper barato y con comida muy casera.

Lo flipas.

Estaba todo riquísimo. Comimos queso asado, que es de las cosas más ricas que he probado en mi vida, y que no sé cómo he estado tantos años sin conocer. Y me puse hasta arriba de papas con mojo, acompañadas con una carne muy rica. Mi tía se reía al verme disfrutar tanto con la comida. Yo creo que me sabía más rica por estar allí comiéndola con ella.

Después de comer, fuimos a casa de mi tía Alicia a dejar las maletas, y a ponernos los bañadores para ir un rato a la playa.

Mi tía se había cambiado de casa. La otra casa era más grande, pero el piso en el que vivía ahora era más ella. A ver, que no sé explicar por qué muy bien, pero era como que cada rincón de la casa tenía su nombre. Y lo más importante, tenía una terraza con unas vistas impresionantes al mar.

—¿Por qué te has cambiado de casa? —le pregunté.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta mi nueva casa? —dijo fingiendo estar ofendida.

—Mola. Pero la otra era más grande.

—Ya… Mira, si quieres esta noche te lo cuento, ¿vale? —no entendí muy bien que no me lo pudiese explicar en ese momento, pero tampoco tenía tanta curiosidad, así que podía esperar—. Ahora vamos a darnos prisa, que quiero darme un buen chapuzón en la playa.

Qué fácil era todo con mi tía.

¡Ostras! no os voy a engañar, estaba tope nervioso por hablar con ella sobre cómo me sentía. No sabía ni cómo iba a hacerlo, pero tenía tantas ganas de liberar toda esa presión que me ahogaba por dentro, que no veía el momento de hacerlo.

Lo había decidido.

Esa noche, después de cenar, se lo contaría todo.

Después de eso no habría vuelta atrás.

¿Y si mi tía no me aceptaba como era? ¿Y si pensaba igual que mi padre?

No, no creía que fuese así.

No podía ser así.

Mi tía Alicia era diferente.

Esa noche le contaría a alguien por primera vez que me gustan los chicos.

Diría por primera vez, en voz alta, que soy gay.

Cinco

Tía Alicia y yo estábamos sentados en unas sillas súper cómodas que tenía en su terraza, con un batido gigante de chocolate cada uno en nuestras manos, mientras mirábamos el anochecer sobre el mar que teníamos frente a nosotros.

No os sé explicar muy bien la sensación, pero fue como si el tiempo se hubiese detenido durante unos instantes.

Intenté coger fuerzas y controlar los nervios de mi estómago para comenzar a hablar, pero no tenía ni idea de cómo se empezaba una conversación así. No lo había hecho nunca, y tenía miedo a equivocarme.

Pero tenía que ser ese momento.

Tenía que…

—Creo que tenemos que hablar, ¿verdad Rique? —me dijo mi tía como si me estuviese leyendo el pensamiento.

Me quedé blanco.

No fui capaz de contestar nada, tan solo asentí ligeramente con la cabeza, sin atreverme a mirarla a la cara.

—Ya tienes edad para poder hablar de ciertos temas, Rique. Y creo que ya es hora de que tengamos una conversación que deberíamos haber tenido hace tiempo.

Notaba cómo me miraba, pero yo seguía sin poder mirarle a la cara. ¡Ostras!, si casi no podía ni respirar con normalidad. Ese era el momento y ya no había vuelta atrás.

Tía Alicia apoyó su batido en la mesita baja que había junto a nuestras sillas. Después cogió el mío, quitándomelo de la mano y colocándolo junto al suyo.

—¿Estás enfadado conmigo por no contártelo aquel verano? —me preguntó colocando su silla frente a la mía.

Aquella pregunta me rompió por completo. ¿Enfadado yo con ella? ¿Pero de qué hablaba? ¿No se estaba refiriendo a mí? Levanté la vista hacia ella, extrañado. No comprendía qué ocurría. Y ella se dio cuenta.

—Espera un momento… ¿Nunca te han dicho tus padres por qué os fuisteis así de rápido aquel verano? —negué con la cabeza, muy lentamente. Sentía que me estaba despertando de un sueño extraño—. ¿En serio? ¿Pero qué narices les pasa a tus padres? —preguntó enfadada, levantándose de la silla, y apoyándose en la barandilla de la terraza, mientras miraba al mar.

—Tía Alicia… ¿Qué pasa? —le pregunté después de unos segundos que se me hicieron larguísimos.

Mi tía se giró hacia mí. Sus ojos brillaban con la luz de la luna reflejada en ellos. ¿Estaba llorando? Hizo un gesto raro con las manos en su cara, un gesto que le había visto hacer en otras ocasiones cuando quería quitarse los nervios de encima. Y se volvió a sentar frente a mí.

Me acarició la cara.

—¿Estás triste tía? ¿He hecho algo mal? —le pregunté con la sensación de estar haciendo daño injustamente a alguien que me importaba demasiado.

—Ay, Rique… Tú no me has hecho nada… Son los adultos los que parece que se esfuerzan en que suframos sin sentido.

Yo no dije nada, porque supe que mi tía necesitaba contarme algo que para ella era importante, y estaba buscando las palabras para hacerlo. De repente, fui consciente de lo parecidos que éramos mi tía y yo. Habíamos estado con ganas de contarnos algo todo el tiempo, y no sabíamos cómo, seguramente para no hacernos daño.

—Puedes contarme lo que sea, tía. Nada va a cambiar para mí —le dije, pensando en las palabras que me gustaría escuchar a mí de su boca.

Tía Alicia sonrió, y se secó una lágrima.

—¿Te acuerdas de Gloria?

—Sí —contesté extrañado. No esperaba que comenzase a hablarme de su compañera de trabajo en ese momento.

—Gloria era mi novia, Rique —pronunció aquella frase con toda la calma del mundo, como si fuese lo más obvio.

—¿Gloria? —pregunté sorprendido—. ¿Novia? Espera… ¿Novia en plan chica con chica?

—Sí, Rique… —sonrió—. Novia en plan chica con chica… —hizo una pequeña pausa, mientras me dejaba asimilar la información—. ¿Supone un problema para ti?

—¿Qué? Eh… ¡No! —exclamé nervioso, con un tono ridículo que apareció en mi voz—. Pero… Tú tenías un novio antes de venirte a vivir a Tenerife.

—Sí, tú lo has dicho. Tenía. Me vine a Tenerife por Gloria, Rique. Estaba asustada, porque nunca había sentido nada así por otras mujeres. Pero conocí a Gloria en Barcelona, en un viaje que hice con unas amigas. Y me enamoré de ella. Así, tal cual. Y estuvimos mandándonos mensajes durante semanas. No podía olvidarme de ella. Vine a verla aquí y lo tuve claro. Quería estar con ella. Pero no era capaz de dar explicaciones a todo el mundo, porque no sabía lo que sentía, necesitaba aclararme y descubrir quién era. Por eso me vine aquí, Rique. Necesitaba descubrir si me estaba equivocando, o si era real.

—¿Eres lesbiana? —le pregunté, creo que un poco a lo bruto. Pero es que estaba flipando. Nunca habría imaginado que hablaríamos de algo así.

—No lo sé… Creo que sí. De repente fue como quitarme una venda de los ojos y empezar a sentir de verdad.

—Entonces… ¿Te gustan las mujeres?

—Sí, Rique —sonrió acariciándome la cara—. ¿Es muy raro para ti?

Me encogí de hombros. Porque, a ver, claro que era raro saber de repente que a mi tía le gustaban las mujeres, cuando siempre había creído que le gustaban los hombres, pero no era raro que le gustasen. ¿Me entendéis? Que a mí me daba igual que a mi tía le gustasen las mujeres, pero no me lo esperaba.

De hecho, una parte de mí, sintió que respiraba con más fuerza de repente.

Me sentí… ¿Aliviado? Sí, aliviado. Esa era justo la palabra. Sentí que me quitaba un peso de encima de golpe.

Y entonces caí. Fui consciente de lo que había ocurrido hacía años cuando nos tuvimos que marchar de repente de casa de mi tía.

—Hace años… ¿Se lo contaste a mi padre y por eso se enfadó así?

La expresión de mi tía cambió de golpe. Se notaba que hablar de aquello le dolía.

—Fue peor… Nos pilló besándonos.

—Ouch.

—Sí… Yo quería contároslo a tu madre y a ti, pero nunca encontraba la forma de hacerlo. Hacía solo unos meses que había empezado mi vida con Gloria, y me daba mucho miedo hablar de esto. Tenía miedo de que no aceptaseis lo que sentía. Pero tu padre vino antes de tiempo, y me eché atrás. Pensé que ya tendría oportunidad de contarlo la siguiente vez. Solo tenía que fingir unos días más que Gloria era mi compañera de trabajo, y no mi novia.

—Espera… ¿No era tu compañera de trabajo?

Mi tía dejó escapar una sonora carcajada.

—¡Claro que no! —exclamó sin dejar de reír—. Creía que eso ya te había quedado claro… Era mi novia. Decir que era mi compañera de trabajo, o mi compañera de piso, era la excusa más sencilla que se me ocurrió.

—Jo tía, podrías ser actriz. Nos la colaste totalmente…

—¿Sabes? He sentido mucho tiempo que era una actriz interpretando una vida que no era la mía… Por eso tal vez me salía tan natural…

¡Boom!

No esperaba una frase como esa.

No esperaba escuchar algo con lo que sentirme tan identificado.

¡Ostras!, es que llevo sintiéndome así desde hace años. Actuando. Eso es. Actuando, como si estuviese en una peli con las frases aprendidas, porque son las que esperan escuchar de mí. No sé si os ha pasado alguna vez, pero es como si al decir algo real de mí, alguien fuese a gritar:“¡Corten!”, y me fuesen a echar de la peli. Y si no tengo esta película, ¿qué me queda?

¿Quién sería entonces?

—Te entiendo —dije en voz alta sin pensar.

—¿Ah sí? —preguntó mi tía con un brillo extraño en su mirada—. ¿Por qué te sientes así?

Y ahí estaba la pregunta. Ahí estaba el momento por el que había viajado a Tenerife para ver a mi tía. Solo tenía que pronunciar dos palabras: “Soy gay”. Solo tenía que abrir la boca y dejar escapar una pequeña cantidad de aire para formar esos sonidos que me iban a liberar.

No pude.

Y sí, ya sé que estaréis pensando que lo tenía muy fácil, que mi tía se había sincerado conmigo, que nadie me iba a entender mejor que ella. ¡Ostras!, mi tía era lesbiana, ¿cómo no me iba a entender?

Pero no pude.

Sentí que algo me oprimía el estómago con mucha fuerza y que no podía respirar.

A ver, que saltarse el guión de la peli en la que llevas actuando toda tu vida, tampoco es tan fácil, ¿vale? Así que no me juzguéis, por favor.

—¿Cómo os pilló mi padre? —pregunté ignorando por completo su pregunta.

Traté de no mirar a los ojos a mi tía al hacerle la pregunta, pero sé que durante un par de segundos, me observó con curiosidad. Pero no insistió. Imagino que nadie más que ella comprendía que a veces no estamos preparados para hablar de algo.

—La mañana en la que os marchasteis, Gloria habló conmigo en la cocina. Me dijo que no podía permitir que os fueseis sin saber quién era yo realmente. Que no había nada malo en ello. Que ibais a comprenderlo… —hizo una pausa, bajando la cabeza—. Ya, claro… Y me lo creí, Rique. Estábamos en la cocina, y me sentí fuerte para poder hablar con vosotros. Besé a Gloria, sintiendo que nadie en el mundo podía rechazar algo tan bonito como el amor que sentíamos Gloria y yo. La besé allí, en la cocina, sin esconderme, sin pensar en si alguien podía o no entrar allí y vernos.

—Y mi padre entró, ¿verdad?

Mi tía asintió. Levantó la cabeza lentamente, y pude ver su mirada brillante, cubierta de lágrimas que sé que ella se negaba a dejar caer.

—Nos vio besándonos… Y comenzaron los gritos. Nunca imaginé una situación así, Rique. Sé que es tu padre, pero me dolió mucho. Me dijo que no iba a permitir que tú vieses a dos enfermas haciendo eso en público. Que no iba a permitir que te confundiésemos. Que os había engañado a todos… Y mil cosas más…

No podía decir nada. Sentí que mi garganta se cerraba, porque me parecía horrible lo que había tenido que escuchar mi tía hacía años por culpa de mi padre. Porque mi padre fue una bestia y un capullo. Porque no se puede decir algo así a alguien que quieres. No, no se puede decir algo así a nadie, le quieras o no. Mi tía no estaba enferma. Ser lesbiana no era estar enferma.

Sentí que mis ojos se llenaban también de lágrimas.

Que me costaba respirar con normalidad.

Por mi tía.

Y por mí.

Porque cada una de esas frases que le había dicho a mi tía, eran las que me diría a mí también si supiese cómo me siento.

Y me eché a llorar.

Cogí con fuerza la mano de mi tía, y la acaricié.

No era justo. No. No era justo que tuviesen que insultarla por amar a alguien.

—No llores, mi niño… —me dijo mi tía, limpiándome las lágrimas—. Eso ya pasó. Ya forma parte del pasado…

—Tendría que haberte defendido… Tendría que haberlo sabido… —le dije, enfadado, mientras mi tía me sonreía con lágrimas en sus ojos que no pudo retener más.

Y entonces caí en la cuenta de algo.

Me di cuenta de algo que jamás me había planteado.

—¿Por qué mamá no te defendió? ¿Por qué nos fuimos? ¿Mamá…? ¿Mamá piensa igual?

Mi tía negó con la cabeza.

—No mi niño. Tu madre no piensa como tu padre… Tu madre… se bloqueó. No la culpo.

—¿Cómo no vas a culparla? ¡Nos marchamos! ¡Con eso le dio la razón a mi padre!

—No te voy a negar que me dolió mucho su reacción, Rique. Pero no la puedo culpar. Ya viste cómo se puso tu padre. Ella… Ella se sintió engañada por mí, y miró por su familia. Por vosotros.

—¡Pero tú también eres su familia! ¡Eres su hermana!

—Lo sé. Pero, precisamente por ello, creo que le dolió que no se lo hubiese contado a ella antes de enterarse así. Y su reacción fue marcharse. Tal vez… Tal vez si hubiese tenido más valor y se lo hubiese contado antes, eso no habría pasado…

—¿Qué? ¡Tú no tienes la culpa tía!

—No intento buscar culpables, Rique. Ocurrió, y ya está. Cuando todo se calmó, hablé con ella por teléfono. Todo está bien. Ella lo entiende, y me quiere.

—Si todo está bien, ¿por qué no estamos casi nunca juntos?

—Porque tu padre es complicado, Rique. Cada vez que os he ido a ver, ha servido para que tus padres discutan por mi culpa. Y no quiero que tu madre lo pase mal por mi culpa.

—Pero entonces está eligiendo de nuevo. Está eligiendo no verte por estar bien con mi padre. Por una persona que no es capaz de entender que hay personas que somos diferentes, que sentimos cosas que él no puede entender, y que no hay nada malo en ello —comencé a levantar la voz, sin darme cuenta de mi tono, ni de lo que decía—. No entiende el daño que hace a su alrededor, el daño que nos hace porque no somos como él quiere que seamos. ¡No es justo! ¡Él no decide a quién podemos querer! ¡Él no decide lo que está bien o está mal! ¡Él no puede decidir qué me tiene que gustar! ¡Él no puede obligarme a que me gusten las…! —me callé. Mi tía me observaba con calma. En ese momento, me di cuenta que se me había ido la olla, y estaba hablando de mí.

—…No puede obligarte a que te gusten las chicas, ¿verdad, Rique? —me preguntó mi tía Alicia, acariciando mi pelo.

La miré fijamente a los ojos. Y rompí a llorar. Pero no fue desagradable. Fue como si de repente, alguien pulsase un botón dentro de mí y comenzase a desinflarme. A dejar escapar todo el peso que me estaba haciendo tanto daño. Lloré con fuerza, y mi tía me atrapó entre sus brazos, meciéndome en su pecho.

—No, no puede obligarte, mi niño. Nadie puede obligarte a ser nada que no seas —me susurró con calma, con aquella voz que me tranquilizaba tanto.

Aquellas palabras se clavaron en mi pecho. “Nadie puede obligarte a ser nada que no seas”. Así de sencillo. Así debía ser, y sin embargo, ¿qué iba a ocurrir ahora? No vivía con mi tía, vivía con mi padre. Y él nunca aceptaría algo así. ¿Cómo iba a vivir siendo alguien que no era para no decepcionarlo?

—Me… Me gustan los chicos, tía Alicia… —dije separándome de su abrazo, para poder decírselo a la cara. Necesitaba mirarla a los ojos—. Soy gay —sollocé—. ¡Ostras!, soy gay. Es la primera vez que lo digo en voz alta. Soy gay, tía. ¿Qué voy a hacer? —le pregunté volviendo a buscar su resguardo entre sus brazos.

—Ay, mi niño… ¿Pues qué vas a hacer? Ser feliz. Eso es lo que vas a hacer. Dedicarte a quererte y a ser feliz. Porque desde hoy, ya no vas a tener que esconder nunca más lo que sientes. Y yo, te voy a ayudar a que así sea —me susurró besando mi pelo, mientras me abrazaba con dulzura.

Y allí, alejado de mi casa, de las palabras de mi padre, de los insultos de mis compañeros de clase, y de las mentiras que tenía que inventarme para encajar en un mundo que no era el mío, me sentí seguro por primera vez en mucho tiempo.

No solo eso.

Me reconocí por primera vez.

Sin mentiras.

Sin tensiones.

Sin miedo a mostrarme.

Así era yo, y era alucinante poder expresarlo.

Ese era el Enrique con el que soñaba que el mundo pudiese conocer.

Y allí, entre los brazos de mi tía Alicia, no me parecía imposible.

Todo eso ocurrió el primer día que llegué a Tenerife.

No imagináis lo que me quedaba por descubrir en ese viaje.

Y todo empezaría al día siguiente, conociendo a Thiago.

Aunque lo que yo no sabía es que lo conocía ya desde hacía muchos años.

Seis

A la mañana siguiente me desperté pensando que todo había sido un sueño.

Mi tía me hizo ver que no era así cuando me trajo el desayuno.

Junto a la bandeja que me llevó hasta la cama, estaba el paquete azul galáctico que me había mostrado en la foto que me envió unos meses antes.

—¿Qué es? —le pregunté intrigado.

—¡Pues vaya asco de regalo sorpresa si te digo lo que es antes de que lo abras!

Aparté el plato de mi desayuno y acerqué el paquete frente a mí. Tenía una tarjeta sobre el papel, que todavía parecía tener la tinta del Pilot reciente. La abrí. “Para que veas que no estás solo, y que hay muchas más personas de las que imaginas, que sienten como tú”. La miré sonriendo, agradecido, y me devolvió la sonrisa. ¡Ostras!, os he dicho ya que mi tía es lo más, ¿no? Pues eso.

Abrí el papel y me encontré con una portada que hizo que el corazón me fuese a toda pastilla. En ella, había dos chicos dibujados. Uno de ellos, el más alto y moreno (bastante guapo, os lo tengo que decir), abrazaba con fuerza al otro chico, mientras le besaba la mejilla. El chico que recibía el beso, pelirrojo y con muchas pecas en la cara, estaba rojísimo, pero sonreía. Ambos sonreían muchísimo. Y se veían súper felices. Era lo más mono que había visto en toda mi vida. Y en aquel momento deseé con fuerza poder llegar a sentir algún día algo como lo que estaba dibujado en esa portada.

—¿Qué es? —pregunté, ruborizado.

—Es un libro de cocina —la miré extrañado—. Oh, vamos, Rique. ¿No queda claro lo que es? Es una novela de dos chicos gays.

¿En serio? Sabía que había novelas de personajes gays, pero nunca había leído ninguna. Nunca me había atrevido a pedirles a mis padres una, por miedo a que se enterasen de qué trataban y uniesen cabos. Sí que había visto alguna serie en Netflix, de noche, en mi habitación desde mi móvil, cuando mis padres pensaban que dormía. Y ver que había personas que sentían así, siempre me dejaba un poco triste, porque me daba cuenta de que yo no iba a poder vivir nunca algo así. Pensaba que eso solo ocurría en las películas, y que en la vida real eso no era posible.

—¡Ostras, tía! Me encanta… Siempre había querido leer una.

Tía Alicia hizo una reverencia bastante teatral. Era más payasa que yo, con sus 40 años. Ya veis, me encantaría tener su energía cuando tenga su edad. Parecía que le daba igual lo que pensase la gente de ella. Aunque bueno, ya sabéis, la noche anterior había descubierto que no era así, que se había pasado mucho tiempo escondiéndose, porque le daba miedo lo que opinasen de ella.

Como yo.

¿Está mal desear que tu tía hubiese sido tu madre? A veces me asalta ese pensamiento. Creo que si hubiese vivido desde pequeño con mi tía, habría sido bastante más feliz. Ella siempre me comprende, siempre sabe qué decir para que me sienta bien. Ostras, es que encima somos tan iguales…

Pero me siento mal por pensar en algo así. Creo que mi madre tampoco tiene la culpa del todo. A veces pienso que si no estuviese con mi padre, sería de otra manera. Y ya os lo he dicho, quiero a mi padre, pero siento que muchas veces, nos impone cómo debemos ser.

Creo que mi madre no es feliz en la vida que ha elegido.

¿Pero y qué puedo hacer yo? Tal vez yo también sea el motivo de que no sea feliz.

—¿Rique? —me llamó mi tía, despertándome de mis pensamientos—. ¿Estás bien?

—Sí, sí… Es que me ha flipado el regalo, tía.

Y entonces caí en algo.

—Pero… Este libro me lo habías comprado hace semanas, ¿no?

Mi tía asintió, comprendiendo mi duda.

—¿Ya sabías que era gay? —pregunté nervioso, sintiéndome expuesto—. ¿Cómo? ¿Tanto se me nota?

—Ey… Relaja… —me dijo acercándose a mi cama y sentándose a mi lado—. Primero, no sé qué es eso de si se te nota o no. Y segundo… ¿Qué problema habría en que se nos notase lo que somos? ¿Qué hay de malo en ello?

—¡Claro que es malo! Si lo sabe la gente, se meterán conmigo… Seré un blanco fácil…

—Mira Rique, soy tu tía. Te conozco. Nos llevamos escribiendo cartas 4 años. Y sé leer en ellas. Nunca me hablas de chicas en tus cartas, y siempre das ciertos rodeos cuando quieres hablar de cómo te sientes. He aprendido a leer no solo lo que me escribes, si no lo que no me escribes. Y no lo tenía seguro, por eso este libro quería regalártelo para que en el caso de que fueses gay, te sintieses más preparado para contármelo. Pero vaya, no ha hecho falta. La noche de ayer fue intensa, ¿eh?

—¿Y por qué nunca me lo preguntaste, tía?

—Porque entendía que debías ser tú quien eligiese el momento de hacerlo, cuando te sintieses preparado. Sé por experiencia que esas situaciones no se pueden forzar, o no salen bien. Al menos las primeras veces.

—Tenía muchas ganas de contártelo desde hace tiempo… —le dije, sintiendo que había dado un paso gigante, que era mucho más libre desde que estaba con ella.

—Me lo imaginaba. Era la sensación que me daban todas tus cartas. Que rondabas ciertos temas, pero que nunca hablabas de ellos. Por eso te quise regalar este libro, para que fuese un flotador al que agarrarte.

—Gracias tía Alicia —me quedé unos segundos dudando, por la vergüenza que me suponía exteriorizar ciertas cosas—. Te…

—Yo también te quiero, bobo —me dijo adelantándose y besándome en la mejilla—. Y ahora date una ducha, que tus catorce años tienen efectos secundarios y hueles a tigre —se rió. Yo me ruboricé y me olí disimuladamente el cuello de mi camiseta de pijama—. Venga, desayuna rápido, y dúchate, que nos vamos al Club Náutico, como en los viejos tiempos.

*

Por el camino hasta el Club Náutico, mi tía me contó que ya no estaba con Gloria desde hacía casi un año. Seguían siendo muy buenas amigas, pero Gloria había dejado de amarla. “A veces pasa, y no se puede hacer nada para evitarlo”, había dicho mi tía Alicia. Por eso se había cambiado de casa. La que habíamos conocido era la casa de Gloria, y en la que estaba ahora mi tía, era de alquiler.

¡Ostras!, es un asco si lo piensas. Te pasas un montón de tiempo intentando saber quién eres, y cuando por fin te aclaras y te enamoras, y crees que todo va a ser guay ya para siempre, pues no. Que el amor también se acaba. Pues vaya chufa. Era bastante deprimente.

Aunque mi tía no parecía muy triste. Siempre daba la sensación de estar alegre o contenta por algo que solo ella sabía.

—¿Y la echas de menos? —le pregunté.

—Claro. La echo mucho de menos. Los primeros meses fueron difíciles, porque yo la seguía amando, y habría estado con ella toda mi vida si me hubiese dejado. O yo qué sé, igual no, y a los dos meses me desenamoraba yo. Pero en el punto que me dejó, yo quería más. Pero pasa el tiempo, y las heridas cicatrizan, y aprendes a ver esa ausencia como recuerdos bonitos que has tenido con alguien muy especial.

Me pareció bonito poder transformar el dolor en recuerdos bonitos, aunque yo no sé si sabría hacer eso. Que yo soy un dramas, lo reconozco.

Mientras hablábamos, llegamos a la entrada del Club Náutico, y miles de recuerdos asaltaron a mi cabeza.

¿Os ha pasado alguna vez que te viene un recuerdo al oler algo? Pues eso me ocurrió en aquel momento. Me vino olor a cloro de la piscina, mezclado con la crema dulzona en la que me bañaba mi madre de pequeño para que no me quemase. Aquel recuerdo me hizo sonreír y querer un poquito más a mi madre.

—¡Ostras, tía! vaya pasada de déjà vu que estoy teniendo…

Mi tía se rió con ganas.

—No me extraña, te encantaba este sitio. No había manera de sacarte de aquí…

Echaba de menos esa época, cuando me resultaba fácil hacer amigos. ¡Qué sencillo parecía todo entonces!, sin miedo a que te juzgasen o a no encajar. En aquellos años, lo único que importaba era jugar y pasarlo bien. ¿Por qué lo complicábamos todo tanto al cumplir años?

Tras ponernos mogollón de crema (mi tía era igual que mi madre con eso, y hasta que no patinabas al andar, no te dejaba de poner crema), nos tumbamos un rato en la hierba, junto a la piscina.

¡Ostras!, no sabéis la tranquilidad que se respiraba allí. Era como si todo fuese a un ritmo diferente.

—¡Anda, mira! ¿Te acuerdas de ellos? —me dijo señalando a un grupo de chavales que se reían de forma escandalosa junto a la piscina.

Los observé y tenía la sensación de estar mirando algo que conocía, pero no lograba ubicar de qué.

—¿Tendría que acordarme?

—Vamos Rique, ¿tan mal estás ya de la memoria? Son los chicos con los que jugabas de pequeño. Siempre han mantenido el mismo grupo, van a todas partes juntos —me dijo mirándome y sonriendo—. Siempre que los veo me acuerdo de ti. Sé que si no os hubieseis tenido que marchar así, habríais podido continuar una amistad muy bonita.

Los observé más detenidamente. ¿Eran ellos? Sí, claro que eran ellos. Ahora que lo decía mi tía Alicia, sí que lo eran. Habían cambiado bastante. A alguno no lo recordaba bien, y no llegaba a acordarme de sus nombres, pero estaba claro que eran ellos.

Sentí un cosquilleo en el estómago.

—¡Es verdad! ¡Son ellos! Jo, han pasado muchos años…

—A ver, viejuno, que solo tienes 14 años… ¿Qué han pasado… ocho, nueve años?

—Ya bueno, tía, eso en años de perro es un huevo de años, ¿sabes? —me reí.

—¿Por qué no vas a saludarles? Se alegrarán de verte, seguro.

—¿Saludarles? —me giré alterado hacia ella—. ¿Estás loca? ¿Qué dices? No me voy a acercar a saludarles… No recuerdo ni sus nombres, y seguro que ellos ni se acuerdan de mí.

Esa no era la razón, obviamente. La razón era que no estaba preparado para ser “el Plumas” en otro lugar más. No me atrevía a acercarme a otros chavales, porque siempre sentía que iba a caer mal, que se iban a reír de mí, como en clase.

No podía…

Los miré, tumbado desde mi toalla, recordando lo feliz que fui con ellos aquel verano. ¿Cuánto habrían cambiado? ¿Se acordarían de mí, como yo de ellos? ¿Les caería bien el Enrique que era hoy en día?

—No digas tonterías, Rique. Claro que se acordarán de ti. Durante varios veranos, me estuvieron preguntando por ti.

—¿En serio? —le pregunté con una explosión de esperanza en mi pecho.

—Pues claro… Les caíste genial. Me decían que estabas más loco que ninguno, y que se reían mucho contigo.

Los volví a observar, pensando en lo que había cambiado en esos años. Esa locura, esa espontaneidad, se había ido perdiendo poco a poco, dando paso solo a un chaval con miedo a hablar con los demás. ¿Con quién iba a mostrar esa locura, si todos se reían de mí, de cada cosa que hacía?

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