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3 El motivo de la vida cristiana

La respuesta breve acerca de la meta de la vida es “Dios”: su gloria, su imagen, su reino, gozar de él para siempre. El problema es que, nadie busca este fin por sí solo, naturalmente. Todos buscamos la felicidad, pero nadie busca a Dios. El telos bíblico es especialmente anatema para la mente humanista. Paul Kurtz, por ejemplo, escribe:

“El fin principal del hombre”, dice el catecismo menor escocés, “es de glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. ¿Qué vida será esta si estamos totalmente dependientes de este Dios para nuestra existencia y sostén? ¿No será preferible la vida de un hombre libre en lugar de la vida de esclavitud eterna? Como dijo Bertrand Russel, tomarnos de la mano y cantarle himnos para toda la eternidad sería completamente aburrido. Para el hombre libre, ¡el infierno no sería peor!”61

Tenemos que aprender a apreciar el cielo. Si Dios le pregunta a Kurtz, “¿Por qué debo dejarte entrar en mi cielo?”, él contestaría, “¿Y yo para qué quiero entrar allí? ¡Ese lugar me parece el infierno!” Sin la gracia de Dios en nuestra vida, pensaríamos lo mismo. Es la experiencia de conocer la gracia maravillosa de Dios la que crea el deseo de cantar sus alabanzas por la eternidad. Jonathan Edwards observa en su Tratado Sobre los Afectos Religiosos, que el hombre tiene que amar a Dios primero, y unir su corazón con el corazón de Dios, antes de que tenga el deseo de glorificarlo y gozar de él.62 El problema verdadero de la ética no está en encontrar las reglas para mostrarnos cómo glorificar a Dios y gozarnos de él, sino que está en tener la voluntad para hacer que esto sea nuestra meta en primer lugar. Los leopardos no cambian sus manchas. Algo drástico tiene que suceder para que el hombre busque a Dios como su meta, un cambio tan profundo que constituye nacer totalmente de nuevo, pero esta vez desde arriba.

EL CORAZÓN HUMANO

En Proverbios, el padre sabio aconseja a su hijo, “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4.23). Expresado de otra manera, “Detrás de cada acto está el complejo psicológico de disposición y carácter que lo determina.”63 La conducta humana - cada pensamiento, palabra, y acto - fluye de esta fuente, y demuestra qué tipo de persona somos. Según Jesús, el corazón está muy mal: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7.21-22). Un árbol malo produce fruto malo; una fuente contaminada produce agua contaminada.

El hombre está en malas condiciones moralmente. La Biblia enseña que está muerto en sus pecados (Efesios 2.1). La mente natural se opone a Dios y no se somete a su ley; no puede agradar a Dios (Romanos 8.7-8). Esta inclinación hacia el mal debe ser vencida, antes de que pueda hacer el bien. Las buenas noticias son que, en la salvación, la gracia de Dios saca las raíces de la hostilidad hacia Dios que está en el corazón, y pone una nueva disposición de amor. El evangelio transforma la conducta moral desde adentro. La bondad moral no se produce externamente con esfuerzo humano, sino por medio de la unión con Cristo, por fe en él. La ley de Dios se escribe primero en el corazón, para que se pueda practicar en la vida (Jeremías 31.33; Hebreos 10.16). El Señor promete en la profecía de Ezequiel, “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36.26-27).

¿Cuáles son las características esenciales de un corazón transformado? ¿Qué constituye una disposición bondadosa, según las Escrituras? En el Nuevo Testamento, frecuentemente se mencionan juntos la fe, la esperanza, y el amor, como los componentes básicos de un corazón transformado por el evangelio.64 La frecuencia de esta combinación lleva a la conclusión de que la fe, la esperanza, y el amor forman un trío de grandes virtudes (o mejor gracias) otorgadas por el Espíritu Santo en la aplicación de la redención. Hay un cambio radical en la disposición, en los sentimientos, y en la conducta de la persona que recibe estas gracias. Desde el corazón regenerado fluye la obra producida por la fe, la conducta guiada por el amor, y la perseverancia inspirada por la esperanza (1 Tesalonicenses 1.3).

La fe, la esperanza, y el amor siempre trabajan juntos, pero hay un cierto orden en la relación, como lo experimentaba Lutero. Incapaz de amar a un Dios vengativo, Lutero estaba desesperado, hasta entender que la justicia de Dios es un don recibido solo por fe. Después, testifica, “Sentí que había nacido de nuevo, que había pasado por las puertas del paraíso mismo”.65 La fe de la justificación engendra esperanza y se expresa a través del amor (Gálatas 5.5-6). Por lo tanto, la fe es la virtud clave, que abre el camino a la esperanza segura y al amor liberado.

LA LIBERTAD CRISTIANA

La Reforma produjo dos obras clásicas sobre la motivación en la vida cristiana, el libro La libertad del cristiano de Lutero (1520), y el capítulo “Libertad cristiana” en la primera edición de la Institución de Calvino (1536). Lutero publicó su tratado junto con una carta abierta al Papa León X, cuando estaba todavía esperando lograr la reconciliación con Roma. Lutero decía que esta obra contenía la vida cristiana entera en forma abreviada. John Dillenberger comenta, “Si queremos seleccionar un solo documento breve que resume el contenido y el espíritu de la fe de Lutero, seguramente La Libertad del cristiano sería el primero”.66

El propósito de Lutero era defender la doctrina de la justificación solamente por fe, y mostrar sus implicaciones para la vida cristiana. “Nuestra fe en Cristo”, escribió, “no nos libera de las buenas obras, sino de las opiniones falsas acerca de las buenas obras, es decir, de la presunción necia de que la justificación se logre por buenas obras.”67 Lutero descubrió que el motivo de mostrarse digno de la salvación era ego-céntrico e inútil. El evangelio de la justificación por la fe hace que las buenas obras sean innecesarias para ser aceptado por Dios. “Por lo tanto, [el cristiano] debe guiarse en todas sus actos por este pensamiento, y debe contemplar una sola cosa, para que pueda servir a los demás y traerles beneficio en todo lo que hace, considerando nada más que la necesidad y la ventaja de su prójimo”.68

Para Calvino también, la libertad cristiana era un asunto pastoral de suma importancia práctica. “Hay, pues, que considerar que la libertad cristiana, con todas sus partes es una realidad espiritual cuya firmeza consiste totalmente en aquietar ante Dios las conciencias atemorizadas; sea que estén inquietas y dudosas del perdón de sus pecados, o acongojadas por si las obras imperfectas y llenas de los vicios de la carne agradan a Dios, o bien atormentadas respecto al uso de las cosas indiferentes.”69 La doctrina de la justificación es la respuesta al primer problema, la doctrina de la adopción es la respuesta al segundo problema, y la doctrina de la creación es la respuesta al tercer problema. Los puntos principales de Calvino son los siguientes:

Primero, al buscar la seguridad de su justificación delante de Dios, las conciencias de los creyentes están arriba y fuera del alcance de la ley, aunque la ley continúa instruyéndonos acerca de lo que es bueno, para nosotros que ya hemos sido aceptados por Dios. En segundo lugar, en el proceso de la santificación, las conciencias de los creyentes no están obligadas por la necesidad de le ley; al contrario, han sido salvos para que, “libres del yugo de la Ley, espontáneamente y de buena gana obedezcan y se sujeten a la voluntad de Dios. Porque como quiera que se ven perpetuamente atormentadas por el miedo y la congoja mientras están bajo el imperio de la Ley, jamás se decidirán a obedecer alegremente y con prontitud al Señor, si primeramente no han logrado esta libertad”.70 Aquí Calvino explica las implicaciones de la adopción: “Que nos convenzamos de que nuestros servicios son gratos a Dios nuestro Padre misericordioso, aunque sean imperfectos.”71 En tercer lugar, con respecto a las cosas externas que ni son prohibidas ni mandadas, (lo que llamamos la adiaphora), las conciencias están libres para usar los dones creados por Dios, tal como él ha querido.72

La libertad cristiana y la libertad de conciencia son los temas del capítulo 20 de la Confesión de fe de Westminster. El primer párrafo ayuda especialmente, dando un resumen de la doctrina expresada por Lutero y Calvino del siglo anterior.

“La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes que están bajo el Evangelio, consiste en su libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios y de la maldición de la ley moral; y en ser librados de este presente siglo malo, de la servidumbre de Satanás y del dominio del pecado; del mal de las aflicciones, del aguijón de la muerte, de la victoria del sepulcro y de la condenación eterna; como también en su libre acceso a Dios, y en rendir su obediencia a EL, no por temor servil, sino con un amor filial y con intención voluntaria.”73

El “temor servil” se refiere a una conformidad a la ley moral motivada por la amenaza del castigo. Esto no es la obediencia que la Biblia pide. Como observó Agustín, “si uno obedece el mandamiento por temor al castigo, y no por amor de la justicia, entonces obedece en el espíritu de servidumbre y no libertad—y por lo tanto realmente no obedece ”.74 El “amor filial”, sin embargo, es un motivo que busca agradar al Padre celestial, produciendo una obediencia verdadera de una mente dispuesta. La gloria del evangelio es que crea tal motivación. Por supuesto que viene con luchas interiores, tal como el apóstol Pablo mismo testifica (Romanos 7.21-25).75

Los pasajes clave que hacen un contraste entre el amor filial y el temor servil son Romanos 8.14-15 y 1 Juan 4.18.

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.”

La palabra traducida “castigo” es kolasis, usada solamente aquí y en Mateo 25.46. Se refiere a la justicia retributiva, o la satisfacción penal. (Vea por ejemplo el verbo kolazō en 2 Pedro 2.9.)76 Los objetos de esta kolasis son los injustos; (“el castigo...es ajeno a los hijos de Dios que han sido perdonados y que lo aman.”77) En consecuencia, la motivación de evitar los castigos amenazados en la ley es sub-cristiana. Como dice el gran himno de Toplady, “Sólo Cristo es un Amigo, de esto prueba nos mostró, pues para llevar consigo al culpable, se humanó. Del cristiano, el castigo con su llaga Él pagó. Hallo a Cristo Amigo fiel, ¡Bendito quien fía en Él!”78

Debemos notar que las Escrituras usan la palabra temor en dos sentidos distintos. Hay un temor que significa terror y miedo del desastre, y hay un temor que significa honrar a una persona.79 El temor en el sentido de terror nos hace huir y escondernos; el miedo en el sentido de honrar nos lleva a maravillarnos en adoración. El evangelio remueve el temor en el sentido de terror como una motivación en la vida cristiana. El castigo no tiene poder para rehabilitar a nadie. Como dice John Murray, “Aun la demostración de ira no crea un odio del pecado; incita a amar más el pecado y produce enemistad con Dios.”80 Es necesario quitar el miedo del castigo para que el amor domine como motivación en la vida cristiana. Ya que amamos a Dios, es un amor reverente. Dios es majestuoso en su santidad, y sus actos de amor en la salvación inspiran asombro. La única respuesta apropiada a la crucifixión del Señor de la gloria es el temblor. Los creyentes temblamos frente al juicio justo de Dios en contra del pecado. Ya no tenemos miedo de ser castigados, pero nos impresiona el acto asombroso: Cristo murió por nuestros pecados; Dios le hizo ser pecado al que no conoció el pecado; él llevó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz.

Cuando las Escrituras nos dicen que debemos “ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2.12), no significa que vivamos una vida de ansiedad, como si nuestra salvación dependiera de nosotros. Vea el contexto de los dos versículos completos:

“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Filipenses 2.12-13)

El verbo traducido “ocupaos” (katergazomai) aparece en el modo imperativo solamente aquí en el Nuevo Testamento. Aunque puede tener el significado de “efectuar”, “lograr” (Romanos 5.3, “la tribulación produce paciencia”; 2 Corintios 7.10, “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento”), “eliminar”, o “conquistar” (Efesios 6.13; “habiendo acabado todo”), también puede tener el significado de “practicar” algo u “ocuparse” en algo.81 ¿Cuál será el significado más apropiado en este contexto?

Debemos notar primero el tono de confianza de Pablo en la carta, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1.6). La salvación es algo que logra Dios, y no hay duda del resultado. Pablo basa su imperativo en esta verdad básica, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (2.13). “Vuestra salvación” no es una meta que se logre con esfuerzo humano, sino un don recibido por gracia divina. Es importante notar que el verbo imperativo está en el tiempo presente. La idea es, “sigan practicando su salvación”, “continúen realizando su salvación”. Esto encaja bien con su referencia al pasado, “como siempre habéis obedecido”.

Debemos recordar también la oración previa de Pablo (Filipenses 1.9), pidiendo motivación para vivir la vida cristiana, “Y esto pido en oración, que vuestro amor [no el miedo] abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento”. Tener “temor y temblor”81 (hace rima en el griego: phobou kai tromou) es una expresión idiomática para indicar respeto (2 Corintios 7.15; Efesios 6.5). Aquí se refiere a la reverencia asombrosa que viene del hecho de que es Dios (el orden de las palabras en griego pone el énfasis aquí) quien obra en nosotros para que deseemos y hagamos su voluntad, de acuerdo con su propósito para nosotros en su plan de salvación. La versión Dios Habla Hoy traduce, “ocúpense de su salvación con profunda reverencia”.

Tal como hay una diferencia fundamental entre el temor en el sentido de terror y el temor en el sentido de honrar, también hay una diferencia fundamental entre el castigo y la disciplina.82 La meta de la vida cristiana es llegar a ser como Cristo, la imagen de Dios. En el proceso de la transformación, Dios nos disciplina para nuestro bien, “para que participemos de su santidad” (Hebreos 12.10). Mientras el castigo es la ejecución de la justicia retributiva de Dios, la disciplina es la expresión de su amor correctivo (Hebreos 12.6, “Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.” Vea también Apocalipsis 3.19.)83 Aunque la experiencia de ser disciplinado no es agradable, se puede soportar cuando uno sabe que es para su bien, que “después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12.11).

La aflicción tiene sentidos distintos, dependiendo de si estamos siendo castigados o disciplinados. No sería muy exagerado decir que el castigo y la disciplina está tan lejos el uno del otro como la distancia entre la ira y el amor de Dios. Con razón, los pecadores buscan refugio en Cristo para escaparse de las consecuencias penales del pecado, pero esto no es el motivo continuo de la vida cristiana, excepto con respecto a la advertencia en contra de la apostasía. El mensaje de Hebreos 12.4-11 no es, “si pecas, serás castigado”, sino, “si eres un hijo o una hija de Dios, serás disciplinado”. Aunque duele, la disciplina es una señal del amor de Dios. A través de la disciplina, crecemos en nuestra obediencia, no por miedo de las consecuencias, sino por amor hacia el que nos amó primero.

EL AMOR HACIA DIOS

Cuando un escriba le preguntó cuál era el mandamiento más grande, Jesús contestó, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22.37-40, vea también Marcos 12.31, “No hay otro mandamiento mayor que éstos.”) A los teólogos sistemáticos esto les avisa que no hay un solo mandamiento, sino dos. El primer mandamiento no se puede separar del segundo. Toda la revelación bíblica (“toda la ley y los profetas”) gira en torno a estos mandamientos, como una puerta apoyada en dos bisagras.

Sucede que el segundo gran mandamiento (Levítico 19.18) se cita con más frecuencia que el primero en el Nuevo Testamento (Deuteronomio 6.5).84 En el Antiguo Testamento, el primer gran mandamiento aparece después del Shema (Deuteronomio 6.4, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”), y se repite en Deuteronomio ocho veces (Deuteronomio 11.1, 13, 22; 13.3; 19.9; 30.6, 16, 20). El Nuevo Testamento construye encima de este fundamento imperativo; fundado en el hecho de que Dios da lo que exige, se dirige a los creyentes como los que aman a Dios (Romanos 8.18; 1 Corintios 2.9; 8.3; Efesios 6.24; Santiago 1.12; 2.5; 1 Pedro 1.8).

Claramente este amor responde al amor de Dios. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). Dios ama a su pueblo desde la eternidad (Efesios 1.4-5) y demuestra su amor en la cruz (Romanos 5.8). Los creyentes entendemos lo que significa ser amado cuando vemos la cruz de Cristo. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros...” (1 Juan 3.16). Al responder a la iniciativa de Dios, los hijos de Dios comienzan a amar. Redimidos por su gracia, y capacitados por su Espíritu, podrán amar a otros, unidos con Cristo y viviendo en una comunidad de fe, esperanza, y amor (1 Corintios 13.13).

¿Qué significa amar a Dios? Se presta poca atención a esta pregunta en la ética cristiana hoy en día. Esto sorprendería a Jonathan Edwards, quien escribió, “Si no queremos ser ateos, debemos admitir que la virtud verdadera es esencialmente un amor supremo para con Dios; y cuando esto falta, no puede existir la virtud verdadera.”85 Quizás nuestra generación está más cerca del ateísmo de lo que quisiéramos pensar. Si preguntáramos a la gente de hoy, “¿Qué es el amor?”, pocos dirían algo como Thomas Watson (que sigue el enfoque de Agustín), “Es un fuego encendido en los afectos, por el cual un cristiano es llevado con fuerza a buscar a Dios como el bien supremo.”86

El amor hacia Dios es un complejo de disposiciones, que incluye el afecto y la volición, tradicionalmente llamados en latín, la complacentia (satisfacción) y benevolentia (buena voluntad). William Ames, el puritano que escribió Marrow of Theology [La Médula de la Teología], un texto de teología sistemática que fue popular durante el siglo diecisiete, dice, “El amor en el sentido de satisfacción es el afecto por medio del cual aprobamos todo lo que está en Dios, y descansamos en su bondad suprema. El amor en el sentido de buena voluntad es el afecto que nos hace entregarnos completamente a Dios.”87 Una descripción más completa fue redactada por un contemporáneo de Ames, San Francis de Sales, un líder de la contra-reforma y un obispo de Ginebra desde 1602 hasta su muerte en 1622.

“Expresamos nuestro amor para con Dios mayormente en dos maneras— espontáneamente (afectivamente), y deliberadamente (efectivamente).... En la primera manera, llegamos a querer a Dios, y a querer lo que le agrada; en la segunda manera, le servimos a Dios y hacemos lo que él nos pide. La primera manera nos une con la bondad de Dios, y la segunda manera nos mueve a cumplir su voluntad. La primera manera nos llena de satisfacción, de benevolencia, de anhelos espirituales, deseos, aspiraciones, y fervor, y nos produce una comunión con Dios, corazón a corazón; la segunda manera produce en nosotros resolución firme, valentía constante, y la obediencia absoluta que es necesaria para cumplir lo que sea que Dios mande, y para soportar, aceptar, aprobar, y recibir todo lo que él permita.”88

Durante el siglo veinte, John Murray también habló del amor hacia Dios como un complejo de disposiciones. Según Murray, el amor es “afecto impulsivo”. Con esto, él quiere decir que, “el amor es tanto emoción como motivación; el amor es sentimiento, y nos mueve a actuar... Está intensamente preocupado con la persona que es su objeto supremo, y por lo tanto actúa intensamente para hacer su voluntad.”89 El análisis de Murray es breve, y no usa terminología tradicional, pero está en armonía con la distinción de Sales entre el aspecto afectivo y el aspecto efectivo. Sea cual sea la terminología que usemos, el concepto del amor hacia Dios como un complejo de afecto y volición es una verdad bíblica clave.

El amor hacia Dios involucra un deseo santo de Dios, una satisfacción santa con el Ser de Dios, y también incluye el deseo de hacer su voluntad—seguirlo, caminar en sus caminos, conformarse a su imagen. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” es un principio enunciado en el Sinaí y repetido en el aposento alto (Éxodo 20.6; Juan 14.15). Amar a Dios y guardar sus mandamientos no son simplemente sinónimos, como si el Señor hubiese dicho, “Ámenme, es decir, guarden mis mandamientos”. Más bien, la relación entre el deleite en el Señor y el deseo de agradarlo es tan íntima, que el apóstol puede decir, “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5.3). La devoción a la persona de Cristo (“Si me amáis...”), se expresa al hacer su voluntad (“guardad mis mandamientos”). Un aspecto no puede estar sin el otro.

El lado afectivo del amor se expresa frecuentemente en los Salmos, incluso, es el motivo para todo el salterio como el libro de la alabanza a Dios:

“Te amo, oh Jehová, fortaleza mía.” (Salmo 18.1)

“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” (Salmo 42.1)

“Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán.” (Salmo 63.3)

“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Salmo 73.25)

“Amo a Jehová, pues ha oído Mi voz y mis súplicas;” (Salmo 116.1)

El sentimiento es unido con la voluntad, porque los que aman a Dios también aman su ley: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119.97). Los que se regocijan en Dios también se regocijan en sus mandamientos: “Y me regocijaré en tus mandamientos, Los cuales he amado” (Salmo 119.47). Los que desean a Dios también desean hacer su voluntad: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40.8). La razón es obvia: Amar a Dios significa amar al que es fiel en todo lo que hace, amar al que ama la justicia y la rectitud, amar al que ha llenado la tierra con su bondad (Salmo 33.4-5). Amar a Dios por lo tanto lleva necesariamente a amar la justicia y a desear ser justo, misericordioso, y fiel, tal como Él es, y tal como Él nos exige en su ley.

Debe ser una prioridad alta en la vida del cristiano desarrollar el aspecto sentimental del amor hacia Dios, usando los medios de la gracia (la Palabra, los sacramentos, y la oración). La falta reciente de énfasis en este aspecto se debe en parte a la enseñanza radical de Anders Nyegren, cuyo libro Ágape and Eros se considera una obra clásica.90 Según Nygren, el amor ágape debe excluir todo motivo de satisfacción en la relación con el objeto del amor; de otro modo, será solamente amor eros, que es egocéntrico. El ágape es “espontáneo, amor sin motivo”; busca solamente el bien del otro, “sin mirar a nada más”.91 A primera vista, esto parece correcto, ya que pretende ofrecer un amor cristiano distinto. Pero después de examinarlo un poco más, se notan varios errores serios en esta perspectiva. John Burnaby resume las implicaciones de la tesis de Nygren:

“La conclusión lógica, aceptada por Nygren, es que—ya que el hombre no puede amar a Dios en el sentido de eros, y no puede amarlo en el sentido de ágape, porque la criatura no puede ‘buscar el bien’ del Creador—el amor requerido en el primer gran mandamiento no se distingue de la fe, que es la única actitud correcta del hombre hacia Dios; además, el amor del cristiano hacia su prójimo no es nada más que el ágape de Dios mismo que fluye a través de los corazones humanos.”92

Nygren, para apoyar su posición, arguye que Pablo evita hablar del amor del hombre hacia Dios. “La entrega del hombre a Dios, sin reservas, es todavía el aspecto central en la vida cristiana, pero Pablo resiste usar el término ágape para describir esta actitud. Si lo hiciera, sería como decir que el hombre tiene una independencia y una espontaneidad en su relación con Dios, lo cual no tiene.”93 Seguramente Pablo estaría de acuerdo que el hombre no tiene tal independencia, pero en realidad ¿Pablo será tan reacio para hablar del amor del hombre hacia Dios? Típicamente habla del pueblo de Dios como “los que aman a Dios” (Romanos 88.28; 1 Corintios 2.9; 8.3). Los creyentes leen la bendición que él escribió, “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” (Efesios 6.24). El hecho de que se usa el verbo agapaō aquí, y no el sustantivo agapē, no es importante. Además, Pablo no utiliza el sustantivo ni en la famosa frase acerca de la fe, la esperanza, y el amor (1 Corintios 13.13), donde sería difícil excluir una referencia al amor del hombre hacia Dios. Es especialmente claro en 1 Tesalonicenses 1.3, donde hay expresiones paralelas: “de la obra de vuestra fe [en Dios], del trabajo de vuestro amor [para Dios] y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. Pablo no resiste hablar del amor hacia Dios, y el amor ágape es más complejo de lo que plantea Nygren. Aun así, todavía hay muchos que aceptan el enfoque de Nygren.94

Para ver un ejemplo reciente, un teólogo evangélico respetado escribe, “Eros tiene dos características principales: es un amor hacia algo o alguien digno, y es un amor que desea poseer. Agapē es distinto en los dos puntos: no es un amor hacia algo o alguien digno, y no es un amor que desea poseer.”95 En otras palabras, Eros es el deseo de poseer un objeto digno, y Ágape es el deseo de hacer beneficio para un objeto que no es digno. El autor encuentra que es necesario modificar los dos puntos. Citando el evangelio de Juan acerca del amor del Padre hacia el Hijo, y el amor del Hijo hacia el Padre (Juan 15.10; 17.26; 14.31), comenta, “Estos pasajes muestran que el agapē puede ser dirigido hacia un objeto digno.” Sin embargo, para rescatar su teoría, agrega, “Ya que este amor es espontáneo, se ejerce sin depender de los méritos del objeto, y se puede ejercer no solamente hacia un objeto digno, sino también hacia un objeto indigno.” El amor, según esta teoría, es más irracional que espontáneo. El autor también tiene que modificar la idea de que el ágape no tiene ningún deseo del objeto del amor. Dice, “por supuesto, hay un sentido en que Dios nos desea a nosotros; la Biblia entera expresa esta verdad.”

Ya que el contraste comienza a tener dificultades en los dos puntos críticos, se puede concluir que no debemos ni tratar de hacer tal contraste. Es totalmente apropiado insistir que Dios ama a los pecadores sin mérito. Sin embargo, van muy lejos cuando dicen que todo amor verdadero es “espontáneo y sin motivo”. Dios ama a los pecadores porque él los creó para sí mismo, y aunque no merecen su gracia, no son sin valor para él. Calvino, alguien que no se puede acusar de ser antropocéntrico, o blando en su trato de la depravación humana, lo expresa así:

“Porque Dios, suma justicia, no puede amar la iniquidad que ve en todos nosotros. Hay, pues, en nosotros materia y motivo para ser objeto de ira por parte de Dios. Por tanto, según la corrupción de nuestra naturaleza, y atendiendo asimismo a nuestra vida depravada, estamos realmente en desgracia de Dios y sometidos a su ira, y hemos nacido para ser condenados al infierno. Mas como el Señor no quiere destruir en nosotros lo que es suyo propio, aún encuentra en nosotros algo que amar según su gran bondad. Porque por más pecadores que seamos por culpa nuestra, no dejamos de ser criaturas suyas; y por más que nos hayamos buscado la muerte, Él nos había creado para que viviésemos. Por eso se siente movido por el puro y gratuito amor que nos tiene, a admitirnos en su gracia y favor.”96

Aunque están caídos, los pecadores todavía son criaturas de Dios y pueden ser redimidos—pero la salvación tiene un costo terrible. Esta disposición de pagar el costo demuestra la increíble profundidad del amor de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3.16). Lejos de ser “espontáneo y sin motivo”, según las Escrituras, el amor de Dios es volitivo y teleológico. “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1.4-6).

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