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2.1. La creatividad es aniquilada desde la escuela

Dicen que vamos a la escuela a aprender y a ser mejores personas.

Siempre me repite mi madre el primer día que fui a la guardería. Al comienzo del segundo día, le dije a mi madre que no quería ir, que ya había ido un día, que qué sentido tenía ir otro. Y ella siempre me explica que me dijo: «Para que aprendas muchas cosas y seas un buen chico».

Vamos a jugar respondiendo a estas preguntas: ¿Os acordáis de cómo hacer las divisiones con decimales? Y eso sí, sin calculadora, por favor. ¿Y de lo que es un meandro sin mirar en Google? Seguro que la respuesta es no.

Desde que entramos a la escuela, nos están diciendo por activa y por pasiva que nuestro deber es aprender y replicar en el examen lo que dice el profesor. Ya que, si así lo hacemos, siempre sacaremos más de un cinco y seremos seres de provecho para la humanidad. Pero lo peor de todo es que, si no aprobamos los exámenes, nuestro futuro será negro para el resto de nuestros días.

Es la escuela el lugar desde donde empezamos a matar a la creatividad. Definimos el futuro de una persona en función de si aprueba o no un examen. Decidimos que ese niño o niña será una buena persona si no se sale de la fila y hace caso a todo lo que dice la profesora.

Los de la generación de la EGB nos hemos dado cuenta de que el sistema educativo español consiste en ir superando los diferentes ciclos si sabes repetir a la perfección lo que dijo el profesor el día de antes. Desde la guardería, no somos formados, somos aleccionados. Y cuanto más aleccionados estemos, más estaremos oprimiendo nuestra creatividad.

Decimos que los niños no tienen prejuicios. Que debemos mantener su ingenuidad. Pero lo único que hacemos en la escuela es amedrentarlos desde el método del castigo ante la mera intención de saltarse las normas. De mayores queremos gente con ideas que nos hagan avanzar, salir de la crisis, pero de pequeños nos dicen que salirnos de las normas está muy mal visto para tus intereses y tu futuro.

Qué incongruencia.

No solo en la infancia se mata la creatividad, sino en todas las etapas de nuestra vida. La creencia de que hay que «estudiar algo que tenga salidas profesionales» se ha impuesto sin paliativos para determinar el futuro profesional y personal de una persona, ya que es mucho mejor que apostar por el desarrollo del talento que parece que tiene ese niño para el dibujo o los idiomas.

Desde pequeños se nos enseña que el pensamiento convergente, aquel que se basa en la razón, la lógica y la experiencia, es totalmente opuesto al pensamiento divergente, que se basa en una forma de pensar diferente a la convencional, especialmente a la hora de proponer soluciones. Cuando le pides a un niño que dibuje una silla o un elefante, siempre va a intentar dibujar algo parecido a lo que ve en la televisión o a lo que le han enseñado en la escuela. Pero, como bien sabemos, no todas las sillas son iguales: las hay de diferentes tamaños, colores, con respaldo o sin respaldo… Pero ¿qué acabará dibujando? Cuatro patas, un respaldo y ya está.

Desde pequeños nos están inculcando una definición de éxito igual para todos: sacar buenas notas, conseguir hacer el kilómetro en la clase de gimnasia en el tiempo establecido y tener amigos con los que salir el sábado por la tarde. Pero la realidad es que el yo adulto y creativo se ha dado cuenta de que el mayor de los éxitos es ser uno mismo en una sociedad de copias baratas y falsas.

Eso que nos enseñan desde pequeños, esa comparación con los compañeros de clase o con nuestros propios hermanos, lo único que está haciendo es apocar nuestra esencia, nuestros verdaderos pensamientos y con ello nuestra creatividad, nuestra forma de ver la vida.

Como bien dice Ken Robinson: «No estamos en una escuela, estamos en una cadena de una empresa en la que se fabrican personas que luego se suministrarán a la sociedad». A día de hoy, no se permite un fallo en la escuela. Pero eso sí, luego hablamos en conferencias de que hay que fallar, de que, como en los EE. UU., cuanto más fracasas, más rápidamente consigues el éxito.

¿Alguien me lo puede explicar?

Si realmente queremos una sociedad diferente, avanzada, los sistemas arcaicos de educación son un lastre importante. Una educación en la que no se acepta salirse de la línea de puntos para hacer un 6, en la que se desecha un trabajo por no presentarlo en el formato que se ha establecido o en la que un alumno que se aburre en una asignatura es diagnosticado como TDAH dice mucho sobre su consideración hacia la creatividad.

¿Seguir las normas y no cometer fallos es ser una persona creativa y con talento? Se aprende de las caídas, no del éxito y la rutina. Pero, hasta llegar a ello, hemos tenido que caernos y aprender por nosotros mismos.

Desde pequeños, se nos recomienda que hagamos las cosas perfectamente. Si cometes un fallo, eres el patoso de la clase. Si te confundes, te tratan de tonto. Si haces otra cosa a lo que decía el profesor que tenías que hacer, eres el despistado. Las mofas en clase comienzan, mientras te harán creer que ya no servirás para nada.

La iniciativa a ser uno mismo y descubrir qué hay detrás de eso que te intriga no está bien vista.

Tenemos un sistema que oprime la creatividad innata que llevamos dentro desde que nacemos. Pero luego, cuando vienen mal dadas, reclama a los que han oprimido su creatividad que la desplieguen para sacar al mundo de la crisis en que se halla metida.

Nuestras decisiones determinan nuestro futuro y el futuro de nuestra sociedad, así que seamos un poco más congruentes con el futuro que queremos y a partir de ahí observaremos más claramente la educación que debemos impartir a nuestras futuras generaciones.

La creatividad nos ha dado los avances que estamos viviendo a día de hoy. Si queremos una sociedad avanzada, tenemos que incluir la creatividad dentro de la educación que damos a nuestras generaciones venideras. Si no, se quedará todo en papel mojado a la espera de una nueva crisis.

Si queremos una sociedad creativa, el principio del comienzo debe ser la educación. Educación que debe empoderar a los alumnos en sus talentos y en la confianza en sí mismos para un desarrollo fuerte y futuro de la creatividad.

Una sociedad creativa desde sus comienzos apuesta y apostará por la individualidad de las personas, por el desarrollo de sus talentos innatos, por el respeto a cada una de los integrantes y sus diferencias, así como por un mundo que no tendrá miedo a la incertidumbre, sino que será la creatividad quien genere puentes sobre ella.

Pero mientras prefiramos las normas a la creatividad, seguiremos viviendo en el miedo.

2.2. La creatividad en el momento presente

En estos momentos, la creatividad vive una situación un tanto confusa. Por un lado, hablan los medios de comunicación, los líderes empresariales de la necesidad de que inunde el tejido empresarial, ya que estamos viviendo una situación única que requiere soluciones únicas. Por otro lado, tenemos la sociedad a la que, cuando le hablas de creatividad, te comenta cosas como: «Eso es Messi, yo nunca podré ser creativo, eso es para las personas con un don como él… ¿Creativo? ¿Ahora tengo que dar ideas para que mi jefe diga que no? Ya me cansé hace tiempo. No pienso dar más ideas, ¿para que luego me tilden de raro o de pelota? Sinceramente, no me apetece. Prefiero seguir la vida que llevo de recibir órdenes que no idear, liderar y proponer».

Personas que, en el fondo, muestran su rabia debido a situaciones en las que su creatividad no se tuvo en cuenta o proyectos que emprendieron y que fracasaron. Cuando emprendemos un reto y no ha salido como esperábamos, ya tiramos la toalla. Ya pensamos que no somos creativos. Y por eso esa añoranza, disfrazada de rabia y miedo.

La gente, a cierta edad, se acomoda. No quiere cambios, no quiere estudiar, no quiere avanzar, sobre todo si ha conseguido ser lo que la sociedad considera «un ciudadano ejemplar». Y ahora llega una situación como la que estamos viviendo en la que nos piden que seamos creativos para afrontar una incertidumbre constante. Pero si las empresas siempre han apostado por «externalizar» la creatividad o por «aquí se hacen las cosas como las hizo mi padre», ¿cómo vamos a ser creativos? Es algo imposible.

Vivimos en una sociedad en la que se confunde el fracaso con el error, algo que influye en el desarrollo e impulso de la creatividad.

Recientemente entrevisté a Luis Pérez Breva, profesor del MIT, que me comentaba que existía mucha confusión en España entre estos dos términos. Fracasar es el último resquicio que tenemos; es saber que no hay más oportunidades, que es hora de cambiar de rumbo, de foco, porque no hay solución para seguir hacia adelante. En cambio, un error es un fallo eventual; es una mala decisión que tiene solución. Puedes poner la solución en marcha y hasta ver qué otros caminos puedes seguir, sin olvidar lo que has aprendido e intentando no repetir la situación

Pero, si observamos las librerías, las conferencias de los grandes gurús tienen una cosa en común: nos hablan de fracasar.

«Los grandes líderes han llegado hasta donde están fracasando… Las grandes ideas nacen de los fracasos… La creatividad nace del fracaso».

Lo único que está haciendo está filosofía es producir rechazo. ¿Por qué?

Vivimos en una sociedad en la que fracasar está mal visto desde la infancia, no como en la americana. Además, esos gurús hablan desde sus Porsches o sus estancias en Ibiza a gente que lo está pasando mal por no llegar a final de mes. Por lo tanto, es un mensaje que no llega.

No queremos crear nada más allá de lo establecido, no queremos salirnos de lo establecido y, si lo hacemos, será a escondidas de los demás. Porque si fracasamos, vamos a ser el hazmerreír de todos, y eso no le gusta a nadie. Por lo tanto, ¿para qué crear algo?, ¿para que no sea hasta el decimocuarto fracaso cuando alcancemos el éxito que nos dicen los libros? Para eso desechamos cualquier alumbramiento de pensamiento disruptivo o sueño de innovación y seguimos haciendo lo de siempre, que se está mejor tranquilos.

Uno de los grandes ejemplos del fracaso y la creatividad son los artistas. Soy muy melómano, y principalmente de Raphael y Bunbury, artistas con grandes carreras profesionales; con grandes éxitos, pero también con grandes fracasos. Pero, si observamos, podrían haber tirado la toalla, haber decidido que, tras haber cosechado tantos éxitos, se retiraban. Sin embargo, no ocurrió así: después de algún fracaso y de años sin actividad, renacieron con trabajos en los que se habían reinventado, transformado su sonido, sus letras… y con ello alcanzando cotas de éxito, superando las expectativas.

Se habían reinventado. Habían creado un nuevo camino tras sus errores. En vez de tirar la toalla a la primera caída, crearon un nuevo camino. Les impulsó el fracaso, cuando a la mayoría de la gente, les bloquea para siempre. ¿Y por qué nosotros no lo podemos hacer también?

Y ahora, tras un fracaso mundial, nos dicen que tenemos que aprender a ser creativos. Algo que es innato a nosotros, pero de lo que la sociedad y, con ella, el sistema educativo nos han dicho que no era bueno para nuestro futuro.

Hay otro motivo por el que la creatividad es denostada en estos momentos, no solo por la empresa sino por la sociedad: se considera algo espiritual o mágico. Se nos ha hecho creer que la creatividad es un «don» destinado a algunas personas, mientras los demás estamos destinados a ver su talento y destreza. Cuando no es así. Todos tenemos ese don. También el mundo de la espiritualidad la ha mostrado como algo «mágico», algo imposible de alcanzar. Cuando tampoco es así.

Veremos cómo llevando el desarrollo personal a nivel cotidiano, haciéndonos preguntas que hasta la fecha no nos habíamos hecho, empezaremos a descubrir quiénes somos y cómo vemos el mundo, lo que, en el fondo, es la creatividad.

Echando la vista atrás, vemos que queremos una sociedad creativa para provocar las innovaciones que nos hagan sobresalir de la incertidumbre, cuando en realidad es algo por lo que no hemos apostado nunca ni queremos hacerlo en verdad.

No la queremos como estilo de vida, sino por subsistencia.

La incertidumbre ha venido para quedarse entre nosotros. Y, si queremos convivir con ella, tenemos que tener a la creatividad por aliada. Nunca como enemiga.

3 . La receta de la creatividad y sus ingredientes
3.1. Las fuentes de la creatividad

El ser humano siempre se encuentra en la continua búsqueda de la fórmula infalible que le lleve al éxito de una forma rápida e indolora. Y también busca la fórmula de la creatividad, aquella fórmula que le haga, simplemente con un chasquido de los dedos, producir una idea que le lleve al olimpo junto a Steve Jobs o Elon Musk.

Pero si esperas que te dé un método para tener ideas increíbles, lo siento. No creo que la creatividad se empaquete, al igual que no lo hacen la felicidad o el liderazgo. Creo que hay tantos procesos creativos como personas hay en el mundo. Mucha gente tiene ideas en la ducha; yo, por ejemplo, andando por el parque al lado de mi casa. Unos las tienen cuando se pierden entre la montaña; sin embargo, yo necesito ruido para poder crear.

«La creatividad es una señorita —como dice Santiago Álvarez de Mon— que no se presenta cuando tú quieres».

Por lo tanto, este libro no pretende enseñarte a ser creativo, ya que es algo que llevas ya dentro de ti. Su fin, si lo tiene, es que la puedas desarrollar más a través de las herramientas que te mostraré.

La creatividad no se aprende, se siente y desarrolla.

Al igual que a la hora de destilar un whisky podemos discernir sus olores, dónde ha estado reposando, vamos a hacer lo mismo con la buena creatividad. A continuación, explico alguno de los ingredientes característicos de toda buena creatividad:

3.1.1. Conocimiento

¿Crees que podrías tener una idea sobre física cuántica o sobre radioactividad sin tener conocimientos sobre dichas materias? No puedes idear nada sobre algo de lo que no tengas experiencia ya. No puedes crear nada sobre física cuántica si no has leído, has estudiado y has pasado tiempo aprendiendo sobre ella.

Si quieres mejorar algo, si quieres innovar en un ámbito, tienes antes que conocerlo. Estudiando a cientos de mentes creativas, una de sus claves es que son eruditos del tema que les apasiona; cuanto más conocimiento tienen, más innovadores son.

3.1.2. Aburrimiento

La sociedad no quiere que nos aburramos. Tenemos que estar siempre haciendo algo porque, si no es así, parecerá que somos unos vagos, y eso es algo que no está bien visto en esta sociedad. Pero no nos damos cuenta de que el aburrimiento es el preámbulo de la creatividad.

Cuando estás dale que dale buscando una idea para ese cliente o ese regalo y no te sale nada, abúrrete. Sí, abúrrete. Sal a dar un paso, vete a acompañar a tu pareja de tiendas si es lo que más te aburre. Lo que sea, lo que más te aburra, porque te ayudará en tu creatividad.

¿Por qué? Porque dejarás de estar enfocado en lo que te ocupa, en lo que no te sale. En ese momento, se pondrá en marcha tu cerebro, ya que, al enfocarse en otras cosas, permitirá que salgan de tu subconsciente esas ideas que necesitabas. ¿O es que nunca has dicho: «Lo tengo en la punta de la lengua» y, tras olvidarte del tema, has dicho: «Leches, ¿eso era?»? Has hecho que el cerebro encontrase la respuesta tras olvidarte del tema. Y todo gracias al aburrimiento.

Pero aburrirse a propósito también es muy recomendable. Mucha gente cambia de vida gracias a un momento de aburrimiento. Ve la televisión, se aburre con el trabajo y empieza a darse cuenta de que la vida que lleva no es la que quería.

Pero aún lo vemos más claramente con todo lo que hemos estado viviendo: el aburrimiento y el coronavirus. Nos hemos aburrido a más no poder. ¿Y qué hemos acabado haciendo? Conciertos en los balcones, sesiones DJ todos los días en las redes sociales, conversaciones a través de Instagram, aprender a hacer pan o empezar las clases de yoga. Ha sido el aburrimiento lo que ha provocado que surja nuestra creatividad, que nos impulse a hacer cosas que, si no hubiera sido por las circunstancias, no las hubiéramos hecho ni creado.

Abúrrete más, es bueno para tu salud mental y para tu creatividad.

3.1.3. Cuestionar el status quo

Somos muy incoherentes. Queremos que reine la creatividad por todos los rincones de la sociedad; sin embargo, estamos diseñados para rechazar la novedad nada más verla, aunque sea el mayor avance para nuestra vida.

Pero aun así consideramos que somos creativos cuando lo único que hacemos es copiar a los demás. Soñamos con quitarle el puesto a Apple de su cima de las tecnológicas. Queremos ser considerados más creativos que Ferrán Adrià en el mundo de la cocina, pero acabamos siempre haciendo lo mismo que los demás. Quizá en algún momento le cambiamos el nombre, le ponemos otro color. Quizá digamos que ha sido una idea que hemos tenido paseando, como Steve Jobs. Quizá algún día nos demos cuenta de que hemos mentido a la gente, diciendo que éramos creativos cuando lo único que habíamos hecho era copiar y pegar.

No hay innovación si no rompe lo establecido. Si no, ¿para qué estás creando? ¿Para ser igual que los demás? ¿Y dónde queda tu originalidad? ¿Dónde queda tu esencia? La has apocado en miedos y vergüenzas.

Creo que si la creatividad tuviera que tener una BSO estaría liderada por Raphael y su Digan lo que digan. La creatividad es la máxima expresión de su visión del mundo, de que no te importa lo que digan o hagan los demás, lo que cuenta es cómo ves tú el mundo y cómo crees tú que puedes mejorarlo.

Si tú estás creando algo que no rompe normas —no que no pone los pelos de punta cuando lo presentas al Consejo de Administración o a tu familia—, sinceramente no es creatividad, es una copia más.

3.1.4. Pensamiento disruptivo

La Real Academia de la Lengua dice que la disrupción es ‘rotura o interrupción brusca’. Por lo tanto, un pensamiento disruptivo es aquel que tiene la misión de romper con lo que estamos viviendo o teniendo en esos momentos.

La aplicación de la creatividad, como hemos visto a lo largo de la historia, ha hecho que el mundo avanzara. Ha provocado siempre disrupciones. Si no hubiéramos tenido pensamientos disruptivos, no tendríamos los avances que estamos viviendo; seguiríamos en la esclavitud y no ganando cada día más derechos como personas y como trabajadores.

Queremos innovación, queremos avances, pero, sin disrupción, seguiremos obteniendo los mismos resultados hasta la fecha. Todos tenemos pensamientos disruptivos. Son aquellos que sabemos que, si los ponemos en marcha, marcarían un antes y después en nuestras vidas.

¿Y por qué no lo hacemos?

En primer lugar, por nuestra falta de confianza. Creemos que no somos creativos, que no podremos hacer eso que hemos soñado.

Pero, en segundo lugar, por la presión de los demás. El que te tilden de loco por tu idea. El que puedas ser señalado por tus amigos o compañeros de trabajo porque tu idea no ha salido como tú esperabas es una presión que nos gana antes de empezar. No quiero cuantificar cuántas ideas, avances y talento se han ido por el agujero del baño, y todo por creer más en los demás que en nosotros mismos.

En una sociedad que nos encarrila a seguir la moda, pensar por uno mismo ya es algo disruptivo. No hay avances sin disrupción.

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