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Читать книгу: «Semiótica tensiva», страница 8

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II.8 FORMALIDAD Y CONTRARIEDAD DE LOS VALORES SEMIÓTICOS

Los valores semióticos son el resultado del concurso de la intensidad y de la extensidad:


Y en forma de gráfico:


Lo que importa cuando se pone atención a los discursos no es la significación en sí de ambos órdenes, sino lo que cada uno representa “a los ojos” del otro: (i) para los valores de universo, sensibles a las valencias extensivas, los valores de absoluto son ciertamente intensos, pero presentan el grave defecto de ser concentrados [limitados]; los valores de universo, por su parte, son débiles, pero ofrecen la ventaja, superior, a sus ojos, de ser difusos [amplios]; (ii) para los valores de absoluto, sensibles sobre todo a las valencias intensivas, los valores de universo son difusos, pero débiles; los valores de absoluto, por su parte, son ciertamente concentrados [restringidos], pero su destello compensa con creces esa deficiencia.

De ese modo, cada orden de valores descalifica necesariamente a sus contrarios en virtud de las preferencias valenciales que mantienen. Las observaciones de W. Benjamin relativas a la desaparición del “aura” confirman nuestra hipótesis de conjunto. El punto de partida es la constatación, indiscutible en su opinión, de la “liquidación general42 de los valores de absoluto. Para W. Benjamin, la obra de arte se caracteriza por su unicidad: “A la más perfecta reproducción le falta siempre una cosa: el aquí y el ahora de la obra de arte. Toda su historia se encuentra ligada a esa presencia única y a ella sola”.43 A esa unicidad se oponen actualmente la proliferación de las reproducciones, su accesibilidad y su casi-gratuidad, aunque el número interviene aparentemente como un divisor estable para los valores de absoluto, que sería el uno, y como un divisor creciente, y tal vez indefinido, para los valores de universo, aumento que aminora para el imaginario el quantum de destello impartido a cada cual. En el estudio que consagra a Valéry, W. Benjamin cita un extracto del Agradecimiento a la Academia, en el cual Valéry detalla tanto el “declive del aura” como la decepción, el fuerte ataque al amor propio que inflige a cada uno de nosotros:

Toda novedad se disuelve en las novedades. Toda ilusión de ser original se disipa. El alma se entristece e imagina con dolor particular, mezclado de profunda e irónica compasión, a esos millones de seres armados de plumas, a esos innumerables agentes del espíritu, cada uno de los cuales se siente en su momento creador independiente, causa primera, poseedor de una certeza, fuente única e incomparable, y ahí está ahora, envilecido por el número, perdido en la muchedumbre creciente de sus semejantes, después de haber vivido laboriosamente y de haber consumido sus mejores días para distinguirse eternamente.44

Finalmente, la distancia es un elemento constitutivo del “aura”, aspecto que W. Benjamin aborda “concesivamente”: “Se podría definir [el aura] como la única aparición de algo lejano tan cerca como sea posible.45 Y como su definición lo dejaba entender, el “aura” subsiste en la profundidad que logra preservar, a pesar de que la reproducción apunta a la mayor proximidad posible y a una disponibilidad permanente: “En forma de fotografía o de disco [la reproducción] permite acercar la obra al espectador o al oyente; (…) multiplicando los ejemplares, sustituye un evento que solo se produce una vez por un fenómeno de masas”.46 Una vez más, podemos observar cómo el discurso trastrueca una implicación expectada en provecho de una concesión inesperada: quien pensaba acercarse se aleja, mientras que aquel que ha sabido guardar distancia ve que el aparecer avanza hacia él. La problemática de la novedad es una restauración del reparto y de la irreconciliación de los valores discursivos.

El carácter imprevisible del sentido, que lo identifica como algo que es preciso conocer, y la eventualidad resultante dependen de la respuesta que se dé a una pregunta “renovada sin cesar”: ¿será preciso suponer entre los valores de destello y los valores de universo una correlación conversa o una correlación inversa? Si se opta por una correlación conversa, ambos tipos de valor se acrecentarían mutuamente, y todo sería para bien en el mejor de los mundos posibles… En cambio, si impera una correlación inversa, los valores de destello se debilitarán a medida de su extensión y de su difusión.

El debate plantea, pues, una alternativa de gran envergadura: si las correlaciones conversas garantizan la infinitud semiótica, las correlaciones inversas respetan un principio —enigmático— de constancia al atribuir a cada magnitud, en su momento, una función de divisor —y no de multiplicador, como sucede con las correlaciones conversas—, como si estuviera sometida a un principio de constancia tal que, si una magnitud se incrementa, su correlato decrece necesariamente:


Independientemente de las magnitudes semánticas así captadas o, más bien, sin distinguir las unas de las otras, esa bifurcación se postula como un paradigma liminar que invita a los sujetos a elegir entre la “y” de la correlación conversa y la “o” de la correlación inversa. Si para la perspectiva discursiva es importante “hacerse una idea” acerca de las magnitudes inscritas en el campo discursivo, para el punto de vista meta-discursivo lo que importa es saber si un discurso específico declara la compatibilidad o la incompatibilidad entre esas magnitudes, como si el ser mismo de las magnitudes dependiera únicamente de la modalidad de su intervalo. No se trata de penetrar en el supuesto trasfondo de las cosas, sino de responder a la pregunta insalvable de Saussure: ¿alternancia o coexistencia? “Todo lo demás es literatura”, como dice el poeta.

III

La sintaxis discursiva

A pesar de su evolución, la epistemología de la semiótica greimasiana sigue siendo ampliamente deudora de las enseñanzas de Hjelmslev. Prestaremos atención particular a dos puntos: a la relación entre sistma y proceso, que forma parte de los “cinco rasgos fundamentales (…) [de] la estructura fundamental de toda lengua”, y al proyecto declarado de “socavar la base de la bifurcación tradicional de la lingüística en morfología y sintaxis”.1 Entre esas dos direcciones epistemológicas, se hace presente una tensión: por una parte, consolidar la diferencia entre sistema y proceso; por otra, disminuirla. Sin entrar aquí en los detalles que serían necesarios, tenemos la impresión de que los actores que asumen esas tareas no son exactamente los mismos, en el sentido de que sería el teórico “Hjelmslev” quien asumiera la primera y el lingüista “Hjelmslev”, la segunda. Subsiste el hecho de que las dos exigencias no se sitúan en el mismo plano y de que la moderación de una diferencia presupone su reconocimiento. Investigaremos primero la mediación entre morfología y sintaxis en el ámbito de la intensidad, y después, en el de la extensidad.

III.1 LOS OPERADORES GENERALES

La singularidad de una teoría depende en gran parte de las operaciones semánticas que privilegia. La dialéctica hegeliana está vinculada a la Aufhebung [superación]; la filosofía de Nietzsche, a la paradoja: “Hay que proteger a los fuertes contra los débiles”; la fenomenología, a la catálisis… La semiótica greimasiana ha apostado por el cuadrado semiótico y especialmente por la implicación [no s1s2] considerada como irresistible. Pero de hecho, lo que el cuadrado semiótico deja escapar es lo aleatorio, lo fortuito, la detonación de lo inesperado, el evento…, los cuales, al no poder inscribirse en la estructura, son atribuidos a sujetos no competentes. Más aún, el cuadrado semiótico favorece la alternancia, es decir, las operaciones de selección [tri] y desconoce el alcance mítico de la coexistencia, es decir, de las operaciones de mezcla [mélange]. A la teoría de las funciones, de Hjelmslev, se le pueden reprochar muchas cosas, pero no esa, precisamente.

III.1.1 La “constelación”

La definición de la estructura que propone Hjelmslev: “entidad autónoma de dependencias internas”,2 daría la impresión a primera vista de que no da cabida alguna al evento, o sea, que si el evento sobreviene, no procede conforme a la estructura, sino contra ella o fuera de ella. En la medida en que el adjetivo “internas” plantea una exclusión, la problemática parece casi desesperada. Basándonos en el texto mismo de Hjelmslev, tomado a la letra, proponemos otro acercamiento. Admitiremos que las funciones seleccionadas están situadas en un espacio diferenciado por un doble motivo: en razón del grado de coerción que les imponen y por su relación con la dualidad sistema-proceso. De conformidad con el primero, la interdependencia o dependencia mutua indica la coerción más fuerte; las otras dos funciones debilitan ese rigor:

Aparte de las interdependencias, hay que prever dependencias unilaterales en las que uno de los términos presupone al otro, pero no a la inversa, e incluso dependencias más laxas, en las que los dos términos no se presuponen en absoluto, pero pueden no obstante figurar conjuntamente (en el proceso o en el sistema), por oposición a términos que son incompatibles y que se excluyen entre sí.3

En segundo lugar, y a pesar de que el texto de los Prolegómenos prevé tres series de términos: una en el sistema, otra en el proceso y una tercera indiferente, se plantea una asimetría, como “de pasada”, entre el sistema y el proceso: “Desde un punto de vista realista, esta situación se deriva del hecho de que el proceso tiene un carácter más ‘concreto’ que el sistema, y el sistema tiene un carácter más ‘cerrado’ que el proceso”.4 En el grado de coerción, se puede reconocer la eficacia de la dimensión de la intensidad, y en la asimetría [abierto vs cerrado], subsiste entre el sistema y el proceso el trabajo propio de la dimensión de la extensidad, dado que tarde o temprano el proceso se esfuerza en abrir el sistema del cual depende. Las tres funciones conservadas constituyen también, o ante todo, los diferentes momentos de una dinámica interna:


Las funciones seleccionadas se inscriben en el imaginario humano por cuanto este último procede “en última instancia” por selecciones y por mezclas: por su gran rigor, colocaremos aparte la interdependencia, así como, en nombre del debilitamiento, resaltaremos la constelación; en virtud de la complejidad, atenderemos a la determinación. Por el hecho de que no ignoran ni la necesidad ni la asimetría ni lo fortuito, las funciones están en condiciones de responder, satisfaciéndolas, a las exigencias del sujeto. Y así, en su ámbito de ejercicio, un sistema efectivo comporta por necesidad cierta elasticidad: con la interdependencia, se cierra sobre sí mismo, mientras que con la constelación, acoge, incorpora lo que en nombre de la interdependencia debería rechazar. Pero ese juego, que pone de manifiesto la comparación de las tres funciones, es del mismo orden que el que la concesión introduce en un universo de discurso dirigido por la implicación, y por lo demás, la concesión queda claramente expresada en el texto de Hjelmslev: “… donde los dos términos no se presuponen en absoluto, pero donde pueden no obstante figurar conjuntamente…”. La concesión constituye algo así como una revancha del hecho sobre el derecho, tanto si una selección viene a alterar una mezcla establecida y justificada, como si una mezcla perturba una selección motivada. El evento, por su repentinidad inesperada, es la “variedad” acelerada del hecho. Si la implicación extiende y anexa, la concesión, en cierto sentido, libera.

III.1.2 El comercio de la implicación y de la concesión

La semiótica greimasiana ha reconocido, en el nivel del cuadrado semiótico, tres tipos de relaciones: la contrariedad [s1 ↔ s2], la contradicción [s1 → no s1] y la implicación [no s1 → s2]. La primera concierne a la captación de un estado de cosas y no a un hacer propiamente dicho; quedan dos relaciones operativas, una disjuntiva, otra conjuntiva. Esta descripción nos parece, sin embargo, incompleta: no “dice” nada del ambiente discursivo que rodea dichas relaciones. Creemos que debe ser introducida una segunda dimensión: la tensión entre la implicación y la concesión.

La introducción de esa dimensión permite oponer la conjunción y la disjunción a sí mismas, haciendo surgir conjunciones respectivamente implicativas y concesivas, disjunciones respectivamente concesivas e implicativas, es decir, toda una red. Toda red requiere de un punto de vista, de una orientación: (i) la conjunción y la disjunción no son operaciones distintas y sucesivas; son contemporáneas y tensivas, lo que quiere decir que unas veces un programa conjuntivo se impone a un contra-programa disjuntivo y otras veces un programa disjuntivo domina sobre un contra-programa conjuntivo; (ii) definimos la implicación por el predominio de un programa sobre un contraprograma y, consecuentemente, la concesión por el predominio de un contra-programa sobre un programa. En tal sentido, una red exige siempre un punto de vista. Con estas precauciones, proponemos la red siguiente, cuyas denominaciones aproximadas comentaremos después.


Las relaciones concesivas se distinguen de las relaciones implicativas por su extensión discursiva: solo existen relaciones concesivas en discurso. Las relaciones implicativas son tendencialmente aforísticas y generalizantes, y su aproximación define, en parte, el sistema de creencias y de prácticas de cada sociedad. Correlativamente, las relaciones concesivas intervienen cuando se quiebran las relaciones implicativas. Consideremos un ejemplo “escolar”: “Se ahogó porque no sabía nadar”; aquí opera la relación implicativa entre competencia y performancia. El enunciado anterior resulta átono si se lo compara con el enunciado concesivo siguiente: “Se ahogó a pesar de que sabía nadar”. Este último enunciado, portador de un valor de evento, por tanto tónico, reclama un marco discursivo del que puede prescindir el enunciado implicativo por estar potencializado.

Por lo que acabamos de decir, se puede comprender que la determinación en el plano del contenido y la rección en el plano de la expresión hayan acaparado principalmente la atención: ambas remiten al hecho masivo de la concordancia en lingüística, y a la armonía, a la coherencia, a la gramaticalidad en general. Llamamos extraños a los enunciados concesivos porque son estrictamente conformes con la definición que de este término ofrece el Micro-Robert: “Muy diferente de lo que estamos acostumbrados a ver, a saber; lo que asombra, lo que sorprende”. Los enunciados concesivos son enunciados de ruptura, ruptura de las concordancias admitidas. Según Valéry, no sería ilegítimo elevar lo extraño al rango de estilo:

Un hombre no es más que un puesto de observación perdido en la extrañeza.

De golpe, advierte que se halla sumergido en el sinsentido, en lo inconmensurable, en lo irracional; y todo le parece infinitamente extraño, arbitrario, inasible. Su mano extendida ante él le parece monstruosa. —Deberíamos decir lo Extraño— como decimos el Espacio, el Tiempo, etc.

Yo considero ese estado próximo del estupor como un punto singular e inicial del conocimiento. Constituye el cero absoluto del Reconocimiento…5

Aunque la predicación y su trasfondo filosófico hayan acaparado la atención en detrimento de la persuasión intersubjetiva, nosotros defendemos la idea de que la tensión ininterrumpida entre implicación y concesión se encuentra en la base de la dinámica del discurso, en una medida que es preciso investigar. La exigencia inmanente de cuestionamiento afecta, directa o indirectamente, la alternancia paradigmática entre implicación y concesión y, desde el punto de vista de la diacronía inmediata o restringida que todo discurso comporta, es claro que la modernidad reclama la concesión, lo “bizarro” según Baudelaire: “Lo que no es ligeramente deforme tiene un aire insensible; de donde se sigue que la irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa, el asombro constituyen un aspecto esencial y característico de la belleza”.6 Lo que se conoce como estética de Baudelaire, aunque tal designación no es más que un expediente dudoso, consiste en otorgar a la concesión el lugar central que la praxis discursiva atribuye de ordinario a la implicación; a propósito de Poe, Baudelaire habla de esas “composiciones extrañas que parecen haber sido creadas para demostrarnos que lo extraño forma parte integrante de la belleza”.7

III.2 LA SINTAXIS INTENSIVA

Nuestro propósito es de conciliación: nos proponemos establecer que la base valencial de la significación con sus dimensiones y sub-dimensiones respectivas está de acuerdo con las conquistas más recientes de la lingüística. Si la sintaxis manifiesta una dirección, dicha dirección debe tomar en cuenta, en primer lugar, el contenido de la dimensión tensiva considerada: la intensidad; en segundo lugar, tiene que respetar la partición de la intensidad en dos sub-dimensiones: el tempo y la tonicidad, y ha de formular, para cada sub-dimensión, los operadores que le corresponden.

III.2.1 Dirección general

A propósito de la definición semiótica del objeto, Greimas insiste en “la ausencia de cualquier otra determinación previa [del objeto] que no sea su relación con el sujeto”. Se puede decir lo mismo del afecto y de la valencia que lo identifica desde el punto de vista cognitivo y que lo mide desde el punto de vista tímico: ¿cómo es posible que lo que afecta y perturba al sujeto, casi siempre por sorpresa, no se sitúe por derecho en el centro mismo del campo discursivo?

Derivados de nuestro segundo postulado, que modaliza lo continuo como ascendente o como decadente, hemos planteado el aumento o la disminución como parte del sistema. Pero ¿en qué se convierten esos primitivos en el proceso? Para Hjelmslev, las relaciones propias del sistema son del orden de “o…o…”, y las que son propias del proceso son del orden de “y…y…”, de manera que el proceso acerca por medio de sus propios procedimientos lo que el sistema distancia en su orden propio. Dicho esto, podemos introducir la hipótesis relativa a la inflexión tensiva de la sintaxis: los términos del paradigma de base se tornan objetos uno para el otro, lo que quiere decir que un incremento tiene como objeto interno una disminución, y una disminución tiene como objeto interno un incremento. Ese entrelazamiento proporciona a la sintaxis intensiva su razón y su necesidad, y la sitúa bajo la modalidad anticipadora del prevenir o bajo la modalidad reparadora del satisfacer [subvenir], según el caso: si la disminución es probable, el sujeto tratará de prevenirla; si ya ha comenzado, se esforzará por reabsorber esa carencia creciente.

En el plano de la expresión, y en el caso específico de la tonicidad, más fácil de formular, nos limitaremos a afirmar que la sintaxis intensiva cultiva, en ascendencia, el redoblamiento por medio de la hipérbole, aunque un examen atento de los grandes discursos revela que dicho acercamiento es un tanto miope, puesto que no capta la labor de zapa que efectúa una negatividad eficiente, cuya necesidad ha puesto de manifiesto Deleuze en Diferencia y repetición. Si desde la mira la hipérbole aumenta y amplifica, es porque “capta” el bajo continuo, como en sordina, de la decadencia.

El mismo entrelazamiento se encuentra en el primer rango de derivados de la ascendencia y de la decadencia. En efecto, las categorías aspectuales se ordenan por parejas: (i) la atenuación y el redoblamiento; (ii) la aminoración y el repunte. Por otra parte, una estructura puede activar la transitividad o la reflexividad. El primer caso lleva a proyectar cuatro sintagmas elementales que “darán materia” al discurso. En decadencia: (i) una atenuación tiene por objeto de rechazo, y no de búsqueda, un redoblamiento; se aplica al pico de intensidad que apunta al redoblamiento; (ii) la aminoración reconduce hacia la nulidad, hacia el paroxismo de la atonía que el repunte había superado. De manera simétrica e inversa, en ascendencia: (i) el repunte afecta a la aminoración; (ii) el redoblamiento impacta a una atenuación a la que se empeña en reducir para dar a la tonicidad su lustre y su brillo. En cuanto a la reflexividad, el sujeto puede soportar un repunte y llevarlo hasta un redoblamiento, es decir, aumentar un incremento, o disminuir una atenuación hasta llevarla a la aminoración, o sea, acrecentar todavía más una disminución.

Unas palabras de Cézanne así lo confirman: “Para mí, la realización de mis sensaciones es siempre muy penosa. No logro llegar a la intensidad que se despliega frente a mis sentidos, no logro esa magnífica riqueza de color que anima la naturaleza”.8 La anotación de Cézanne plantea una situación de paroxismo: “esa magnífica riqueza de color que anima la naturaleza”, que funciona como un emisor y que se transmite en un primer momento, sin pérdida alguna, a un receptor sensible: “la intensidad que se despliega frente a mis sentidos”; esa “intensidad” potencializada sufre un proceso de atenuación que exige de Cézanne un redoblamiento de cuyo éxito él se muestra escéptico: “No logro llegar a…”. En ese sentido, se puede decir que la inquietud se encuentra en el centro mismo de toda poética exigente.

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