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Ana estaba entumecida. Hace apenas seis meses había puesto su confianza en Jesucristo. Esta noche tendría su primera cita con un cristiano. Marcos parecía tener un pasado intachable: venía de un hogar cristiano amoroso, poseía una fe cristiana genuina desde que tenía memoria y no había tenido ninguna novia oficial antes. Ahora le había pedido una cita a ella, a Ana.

Ana lo encontraba muy atractivo, en el sentido físico y también como un amigo cristiano al que respetaba y con el que le encantaba estar. Se supone que tenía que estar entusiasmada, pero se sentía entumecida. Es que el pasado de ella era un gran desastre en comparación con el de él. Ahora, todo ese pasado volvía como un diluvio: su hogar disfuncional, el divorcio caótico de sus padres y sus dos “padrastros” que duraron muy poco; la horrible presión escolar para que no fuera una “virgen” (un término infame de desdén, ¡cuánto la aterraba!); la noche en que la presionaron para que durmiera con un joven por primera vez; el descenso gradual hacia el sexo barato, que la hacía sentir sucia, pero que no podía resistir por miedo a que no la amaran.

A estas alturas, por poco estaba programada para esperar que las citas terminaran en la cama. Sabía en su mente que esta tenía que ser distinta, pero estaba paralizada por el miedo y el arrepentimiento. “¿Cómo puedo ser cristiana yo?”, se preguntó. “Estoy sucia, soy un producto de segunda selección. La pureza es el sueño de los otros, pero nunca podrá ser una realidad para mí”. Anhelaba la pureza.

Por eso, cuando Marcos llegó a la puerta, en vez de encontrar a la Ana alegre y relajada que había conocido en el grupo de jóvenes de la iglesia, encontró a una chica tensa y con trazas de lágrimas en las mejillas.

Al comenzar nuestro estudio de la Biblia, quiero dedicar el primer capítulo a la gracia. Esto es muy importante. Si no entendemos la gracia, malentenderemos toda la enseñanza bíblica sobre el sexo y el matrimonio. Lo que Ana necesita es gracia, y en realidad Marcos necesita tanta gracia como ella. A menos que empecemos con la gracia, terminaremos en la desesperación o en la arrogancia.

Espero que este libro sirva para algo más que solo transmitir información. Quiero que, a medida que nos relacionemos con la enseñanza bíblica sobre el sexo y el matrimonio, todos seamos transformados por Dios. Este libro pretende persuadir además de informar. Pero debo ser realista, pues tanto ustedes como yo abordamos el sexo y el matrimonio con toda clase de lastres. Traemos lastres a nivel personal debido a nuestras historias individuales. También traemos lastres colectivos, que vienen de la cultura a la que pertenecemos. No llegamos a este libro, ni al matrimonio, como individuos libres que viajan ligeros. Nos tambaleamos bajo el peso de múltiples maletas llenas de historias y de nuestra cultura. Eso es tan cierto para Marcos como para Ana, tan cierto para mí como para ustedes.

Tenemos nuestras propias historias personales de experiencia o inexperiencia sexual; de esperanzas cumplidas o postergadas; de anhelos o aversiones; de satisfacción o frustración; de temor, ansiedad, deleite y arrepentimiento. Lo que hemos hecho o no hemos hecho, cómo nos han tratado o maltratado los demás… todo eso moldea lo que creemos.

Algunos queremos justificar nuestro comportamiento, así que deseamos contar con un sistema de creencias que diga que lo que hicimos está bien. Queremos poder decir: “Fue comprensible ―incluso justo o bueno― que hiciera eso o aquello. Puedo estar orgulloso, o por lo menos no estar avergonzado, por comportarme así”.

Pero si sabemos que nuestro comportamiento fue incorrecto, podemos vernos paralizados por el pesar y la sensación de que no podemos volver a comenzar, tal como Ana. O quizás fuiste abusado o te presionaron a tener un comportamiento sexual del que te avergüenzas, aunque no haya sido culpa tuya. Todo esto afecta profundamente la manera en que abordamos este asunto.

A nivel colectivo, todos pertenecemos a una cultura que sugiere que el sexo es aceptable en diversas clases de relaciones. Todas las telenovelas, todas las películas y todas las revistas presentan estos comportamientos y actitudes libertinas hacia el sexo como si fueran normales. Nos invitan a pertenecer a la cultura compartiendo esas actitudes. Estamos mucho más moldeados por nuestro medio que lo que nos gustaría admitir.

Ya que los sentimientos sexuales nos afectan tan profundamente, debemos ser realistas respecto a nuestra fragilidad y a los lastres y heridas con que llegamos a esta esfera. Ni ustedes ni yo escuchamos la enseñanza bíblica de forma neutral, esperando que Dios escriba Su voluntad en nosotros como hojas en blanco. Nuestras hojas ya están llenas de garabatos, palabras tachadas y más garabatos. Llegamos como hatos de prejuicios, con oídos que, en el mejor de los casos, están a medio abrir.

Por lo tanto, antes de invitarte a acompañarme para que seas transformado por la enseñanza bíblica, quiero decir tres verdades básicas sobre Dios y el sexo. Las tres tienen que ver con la gracia.

La Biblia se dirige a los que tienen un pasado sexual estropeado

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios

(1 Corintios 6:9-11)

La primera verdad es esta: la Biblia se dirige a los hombres y las mujeres que están totalmente estropeados en el área sexual. Tendemos a pensar que el cristianismo es para los exitosos en el plano sexual, para los que tienen todo en orden, para los respetables o para los que tienen historiales limpios. Todo lo contrario: cuando Pablo les escribe a los nuevos cristianos de Corinto, entrega una lista terrible de maldades, que incluye desórdenes sexuales. Luego dice: “Y esto erais algunos”. Si se contaran las historias de los hombres y las mujeres de la iglesia de Corinto, algunas no serían aptas para los niños. Entre ellas, habría historias muy terribles de desastres morales en el área sexual. Dudo que las historias de confusión sexual que pudieran contar un pastor o un doctor hoy sean peores que las historias que Pablo debe haber oído en Corinto. Deben haber incluido sexo casual, abusos (relatados por víctimas y victimarios), prácticas homosexuales y probablemente mucho más.

Hay un chiste antiguo en que un hombre le pregunta a un extraño cómo llegar a un lugar. Cuando el extraño escucha cuál es el lugar al que quiere ir esa persona, responde: “Bueno, si yo fuera tú, no partiría aquí”. Hay gente que piensa que el cristianismo es así: cuando le preguntamos cómo vivir correctamente, el cristianismo dice: “Bueno, si yo fuera tú, no partiría donde estás. Ya metiste la pata; no tienes esperanza”. Una vez más, lo cierto es todo lo contrario. Jesús, el gran doctor, vino para los enfermos, no para los que pensaban estar bien (Mateo 9:12-13). Este libro no es para el fariseo que le da gracias a Dios porque tiene un historial limpio en el plano sexual, a diferencia de esa gente inmunda de la que lee en la prensa. Es para el fracasado que dice: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:9-14).

El hecho de que el evangelio sea para los fracasos sexuales tiene dos implicaciones. Si pienso que básicamente estoy limpio (como tal vez pensaba Marcos), el evangelio me enseña que no lo estoy y me recuerda que en el área de los deseos sexuales, si no en mis acciones, estoy lejos de la pureza de corazón. Por el otro lado, si, al igual que Ana, estoy muy consciente de mis fallas y tengo cicatrices, el evangelio me dice que Jesucristo vino precisamente para mí.

Al leer este libro, podrías pensar que yo, el escritor, tengo todo en orden y he ganado las batallas morales del área sexual. Podrías pensar que, ya que tengo una esposa amorosa y cuatro hijos, todo está bien en mi vida. Estarías muy equivocado si pensaras eso. Dios me ha dado una esposa muy amorosa y le agradezco por ella, pero hay momentos en que a ambos se nos hace difícil tratarnos con amor, momentos en que peleamos, en que las cosas entre nosotros se enfrían y se ponen dolorosas. Dios nos ha confiado tres hijos y una hija, y le agradecemos por ellos, pero hay momentos en que ser padres nos es muy difícil y sumamente doloroso, como le pasa a la mayoría de los padres. ¡Y estoy seguro de que hay ocasiones en que para ellos es muy difícil ser hijos nuestros! Veinticinco años después de casarme, mis deseos sexuales siguen siendo una confusión moral, una mezcla entre el deseo saludable por mi esposa y atracciones nocivas por otras mujeres, revistas inmorales y otras cosas por el estilo. Esta confesión no es increíble ni merece cobertura mediática (“Pastor confiesa pecado de lujuria ¡Asombro, horror!”); simplemente es lo que nos ocurre a todos, de una u otra manera. Debemos recordar que la Biblia se dirige a los que están estropeados en el plano sexual.

Jesucristo ofrece perdón y restauración a los que tienen un pasado sexual estropeado

Ni yo te condeno; vete, y no peques más

(Juan 8:11).

La segunda verdad básica sobre Dios y el sexo es esta: las buenas nuevas de Jesucristo ofrecen perdón a los que tienen un pasado sexual estropeado. El pecado sexual no es el pecado imperdonable, y las lesiones sexuales no son irreparables. No importa lo que hayamos hecho, visto o pensado, ni tampoco lo que nos hayan hecho, la Biblia nos habla “la palabra de [la] gracia [de Dios]” (Hechos 20:32). La Biblia está saturada de muestras de esta gracia. Las familias de Abraham, Isaac y Jacob fueron extremadamente disfuncionales, pero el linaje prometido de Cristo pasó por ellas. El rey David cometió adulterio y después hizo un plan para asegurarse de que el esposo de la mujer fuera asesinado en la batalla, pero se arrepintió de su maldad y fue perdonado (2 Samuel 11-12; Salmo 51). ¡La mujer con la que cometió adulterio incluso recibe una mención especial en el árbol genealógico de Jesucristo! (Mateo 1:6).

Aunque muchas veces la gente espera que la Iglesia condene a los que han cometido errores en el área sexual, debería ocurrir todo lo contrario. Debemos seguir las pisadas de Jesús, que le da vida nueva a una mujer con un pasado muy oscuro (Juan 4:1-42) y perdona a una mujer atrapada en el acto mismo del adulterio (Juan 8:1-11). La pureza de Jesús y Su oferta de perdón atraían a las prostitutas (p. ej., Lucas 7:36-50). De hecho, los fracasos sexuales entraron al Reino de los cielos antes que los que pensaban estar limpios (Mateo 21:31-32). Los fariseos ataban cargas pesadas de obligación religiosa y las echaban a cuestas de la gente, convirtiendo así toda la religión en algo difícil de llevar (Mateo 23:4). En contraste, el Señor Jesús no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que centellea débilmente (Mateo 12:20 citando Isaias 42:1-4). Su yugo es fácil y ligera Su carga (Mateo 11:29-30). Por lo tanto, cualquiera sea nuestro pasado, nuestros pensamientos, nuestros deseos, quizá incluso nuestras acciones y relaciones incorrectas, Jesucristo nos ofrece perdón y gracia a ti y a mí.

Y os restituiré los años que comió… la langosta…(Joel 2:25)

Este perdón y esta restauración se ilustran de manera hermosa en una profecía de Joel, en el Antiguo Testamento. Una vez, mi esposa y yo estábamos intentando ayudar a una amiga muy querida cuya vida era un tormento por los recuerdos de un pecado sexual. Lo había dejado hace mucho, pero los recuerdos seguían perturbándola. Nada de lo que le decíamos parecía ayudarla hasta que mi esposa la llevó a la profecía de Joel, que fue dirigida a un pueblo cuya tierra y cuyas vidas se habían visto asoladas por una plaga de langostas como castigo por sus pecados. Sabían que era culpa suya, y se arrepintieron, pero parece que habían perdido la esperanza de que sus vidas fueran restauradas. Deben haber pensado así: “Fuimos demasiado lejos, nos arruinamos demasiado, perdimos nuestras opciones”.

Entonces escucharon este mensaje de parte de Dios: “Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta” (Joel 2:25). Este versículo predica el evangelio en el Antiguo Testamento y anticipa la promesa de Cristo. Por arruinada y asolada que esté tu vida en el área sexual, si te vuelves a Cristo, Él promete restaurar los años que comió la langosta. Eso no significa necesariamente que tendrás satisfacción sexual en esta vida, aunque bien podría incluir una buena medida de sanidad y restauración. Pero sí significa más allá de toda duda algo más profundo: un perdón pleno y gratuito, y un nuevo comienzo. ¡Y sí significa que en el mundo por venir experimentarás una satisfacción y realización que, en comparación, opacará al mejor sexo del mundo!

La gracia de Dios nos permite vivir vidas de pureza

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras

(Tito 2:11-14).

La tercera verdad básica respecto a Dios y el sexo nos lleva más allá del perdón. Es esta: el Dios que nos perdona en Su gracia también actúa en nuestro interior con poder para cambiarnos. Dios no solo nos perdona para dejarnos seguir como estábamos antes (no muy bien). En lugar de eso, coloca Su Espíritu, Su propia presencia, en nuestros corazones como Su poder personal para invadir, limpiar, y remoldear nuestro corazón estropeado. Como Pablo le dice a su colega Tito en el pasaje bíblico anterior, la gracia de Dios nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir vidas nuevas. Jesús vino a purificar para Sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.

Independientemente de nuestras historias, nunca debemos subestimar el poder de la gracia para enseñarnos y purificarnos. Después de entregarle esa lista terrible de pecados a la iglesia de Corinto, Pablo añade: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados [apartados para que ahora vivan diferente], ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:9-11).

Hace algunos años, leí un best seller de psicología popular. Esos libros siempre me deprimen porque dicen, más o menos, que si esto o aquello ocurrió en tu niñez, verás ciertas consecuencias malas en tu adultez. Al leerlos, muchas veces siento, en primer lugar, que mis padres cometieron algunos de esos errores durante mi niñez (¡como lo hacen todos los padres, aunque en verdad los míos fueron maravillosos!), y, en segundo lugar, que yo, por mi parte, cometí todos los mismos errores con mis propios hijos durante su niñez. Pareciera que no hay esperanza para ninguno de nosotros. Sin embargo, recuerdo vívidamente el comentario de un buen amigo cuando conversamos sobre el libro. “El problema de ese libro”, dijo, “es que no da lugar a la gracia”. ¡Cuánta razón tenía! La gracia de Dios puede irrumpir en la vida más estropeada y traer limpieza, y luego esa misma gracia puede enseñarle a la vida limpiada a ser una vida de pureza creciente. Eso es tan cierto del área sexual como en cualquier otra área de la vida humana.

Por lo tanto, mientras estudiamos la Biblia juntos, nunca te olvides de que les habla a los que tienen historias de ruina y lesiones, y Jesucristo les ofrece perdón y restauración. Tampoco olvides nunca que, por Su gracia, Dios puede convertir una vida estropeada en una vida de pureza creciente, que será perfeccionada cuando Él, a la postre, nos dé cuerpos resucitados.

Para estudio y discusión

Vuelve a leer los pasajes principales que se abordan en este capítulo (1 Corintios 6:9-11; Juan 8:11; Joel 2:25 y Tito 2:11-14).

1 ¿Quiénes son las personas que más te han influenciado con sus ejemplos (buenos o malos) en el área del sexo y el matrimonio? Piensa tanto en la gente que conoces como en los personajes que has visto en películas, series, revistas o libros.

2. Describe esos ejemplos, ya sean buenos o malos. ¿Cómo se han comportado esas personas y qué has aprendido de ellas (positivo o negativo)?

3. ¿Cómo han influenciado tus nociones de lo que es bueno y malo?

4. Si estás casado (o quizás lo estés un día), ¿qué “lastres” crees que llevas al matrimonio, en cuanto a ideas y expectativas?

5. Detente para llevar esos “lastres” en oración delante de Dios. Ora a la luz de las verdades de la gracia presentadas en este capítulo y pídele a Dios que las enraíce en tu corazón. Reclama el perdón y la limpieza de Cristo para tu pasado.

6. ¿Cuáles son tus áreas de lucha en el ámbito de la pureza sexual? ¿Cómo piensas que puedes progresar, por la gracia de Dios? Ora pidiendo gracia para ser más puro en el futuro.

Laura se sentía sola y amargada. Ya llevaba cuatro años casada con Andrés. Recordaba su boda, que había sido increíble. El pastor dio un discurso inspirador basado en Génesis, en el pasaje en que Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo”. Laura sintió un fuego en el corazón cuando el pastor describió que ella y Andrés estaban en una especie de cuento de hadas, que Dios en Su amor los había creado el uno para el otro, que no era bueno que estuvieran y se sintieran solos, y que ahora que estaban casados nunca más tendrían que experimentar esa sensación. ¡Vaya! A ella le encantó el discurso. Todos esos anhelos… a punto de cumplirse con Andrés. El corazón le latía con fuerza: se dejó llevar por la magia del día.

Sin embargo, ahora, después de cuatro años difíciles, estaba sentada llorando lágrimas de autocompasión y amargura. ¿Cómo era posible que la realidad fuera tan distinta? Luego de la boda, ella y Andrés se mudaron a otra ciudad debido a que él lo trasladaron en el trabajo. Ahora todos los amigos universitarios de Laura estaban a kilómetros de distancia. Y aunque su cuenta telefónica alcanzaba proporciones astronómicas, se sentía muy sola. Andrés estaba ocupado y absorto en su trabajo, pero al parecer seguía esperando que Laura fuera puras sonrisas cuando volvía a casa por las tardes (por lo general una hora y media después de que ella terminara su trabajo, que era mucho más aburrido ―no había logrado conseguir un empleo acorde a su formación―).

Si somos sinceros, para Laura el matrimonio no era tan bueno como decían. En verdad, no se ajustaba a la descripción del envase ni tampoco a la escena que pintó ese pastor. En su amargura, se preguntó si de verdad tenía sentido conservarlo, cuando el resto de su vida seguiría siendo así. ¿Cuál era el sentido?

Pues bien, ¿cuál es el sentido? Volvamos a lo más básico: ¿por qué creó Dios al ser humano como varón y hembra? Al escudriñar la Biblia, los cristianos han dado con tres respuestas.

1. Para que tengamos hijos en lugar de quedarnos sin descendencia: el sexo es para tener hijos, y los hijos son buenos.

2. Para que seamos fieles en lugar de ser egoístas: el sexo es para la intimidad fiel, y la relación íntima es buena.

3. Para que haya orden en lugar de caos: el matrimonio impide que los deseos sexuales destruyan la sociedad, de modo que esta no caiga en el caos sexual.

Estas tres verdades a veces se denominan los “bienes” (es decir, los buenos propósitos) tradicionales del matrimonio. Cada uno de ellos halla respaldo en la Biblia, y los capítulos 3, 4 y 6 los exploran con más detalle. Sin embargo, el problema de dar con tres respuestas separadas es que no estamos seguros de cuál es la más importante. En particular, los católicos tienden a enfatizan tener hijos como el propósito principal, mientras que los protestantes tienden más a resaltar la relación matrimonial. ¡Nadie es muy entusiasta respecto a la tercera, porque, de cierto modo, parece negativa!

Pero ¿cómo debemos decidir? ¿En cuál de estos objetivos debemos centrarnos en nuestros matrimonios? ¿Qué sentido tiene para una Laura, que está sufriendo en un matrimonio solitario? ¿Por qué mantenerlo? O ¿qué sentido tiene el matrimonio para una pareja a la que Dios no le ha dado el regalo de tener hijos (lo que de hecho ocurre con una minoría muy significativa de las parejas adoloridas)? ¿Acaso eso hace que su matrimonio sea vacío y carente de sentido? Necesitamos tener un propósito divino unificador que mantenga nuestras ideas unidas. Es decir, necesitamos conocer el gran propósito por el que Dios nos creó varón y hembra.

En este capítulo, que será fundamental para nuestro estudio, quiero que volvamos a Génesis para plantear la pregunta esencial de por qué Dios decidió crear a la humidad como varón y hembra. Cuando a Jesús le preguntaron sobre el sexo y el matrimonio, apeló a Génesis 1 y 2 como fuentes autorizadas; Pablo hizo lo mismo. Esos dos capítulos son la manera en que Dios nos dice lo que necesitamos saber sobre cómo era el universo antes de que se estropeara.

Hay dos pasajes en Génesis 1 y 2 que echan los cimientos del matrimonio: Génesis 1:26-31 y Génesis 2:15-25. Jesús y Pablo citan Génesis 1:27 (“varón y hembra los creó”), además de Génesis 2:24 (“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”). Encontramos dichas citas en Marcos 10:6-8, Efesios 5:31 y 1 Corintios 6:16. Debemos analizar estos dos pasajes fundamentales de Génesis con cuidado.

Los fundamentos en Génesis 1:26-31

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así. Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto

(Génesis 1:26-31)

Génesis 1 describe de forma casi poética la creación del mundo, que una y otra vez es llamado “bueno” (vv. 4, 10, 12, 18, 25). Sin embargo, en el versículo 26 ocurre algo que lo hace pasar de ser “bueno” a ser “bueno en gran manera” (v. 31). Ese algo le da el toque final a la obra de la creación, de manera que después, Dios puede observar Su obra finalizada y declararla “buena en gran manera”. Ese clímax de la creación es la formación del hombre y la mujer. La razón por la que es tan buena es que el hombre y la mujer van a gobernar y cuidar el mundo de Dios, manteniéndolo como un lugar ordenado y lleno de vida.

Los versículos 26-31 enseñan o implican cuatro verdades sobre los seres humanos, que están estrechamente relacionadas entre sí:

1. Primero, somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Tenemos una dignidad única que no comparten los animales ni las plantas.

2. Segundo, se nos ha encomendado un privilegio único. Debemos llenar la tierra de hombres y mujeres que la cuiden.

3. Tercero, hemos sido creados como varón y hembra. Debemos usar nuestra masculinidad y nuestra feminidad para cuidar el mundo de Dios.

4. Cuarto, debemos regocijarnos en nuestro Creador. Esto está implícito en Génesis y se explicita en el Salmo 8. Debemos vivir en dependencia agradecida de Dios, obedeciendo alegremente Su mandato.

Debemos mantener bien unidas entre sí estas cuatro verdades de la dignidad, el privilegio, la sexualidad y el gozo delante de Dios. Cuando pensamos en el matrimonio, debemos pensar en Dios y en nuestro privilegio de cuidar Su mundo. Me gusta resumir esta idea bajo el lema sexo al servicio de Dios. Como todo lema, simplifica lo que quiero decir. No estoy diciendo que el matrimonio solo se trate del sexo, pero el sexo es lo que distingue al matrimonio de todas las otras relaciones o asociaciones. El “sexo” en este lema es una abreviatura para la totalidad del matrimonio, que se desarrolla y crece a partir de su corazón y núcleo: la intimidad y la fidelidad sexual. El sexo representa la relación matrimonial en toda su plenitud -en su intimidad, su amistad, su compañerismo, su entretención y su fidelidad-. El lema debe recordarnos que todo el matrimonio debe vivirse en el servicio amoroso y gozoso de Dios, que debemos mirar más allá de nuestro matrimonio y procurar cuidar el mundo de Dios juntos como pareja (los que no están casados también están llamados a regocijarse en Dios y servirlo en Su mundo, pero hay maneras específicas y únicas en que los casados pueden hacerlo).

En el drama de Génesis 1, el mundo está repleto de toda clase de seres vivos al llegar al versículo 25. Si el ser humano tiene que gobernar este mundo abundante, será necesario que haya muchos; por eso somos “varón y hembra” y recibimos la bendición de multiplicarnos. Somos varón y hembra para que usemos nuestra masculinidad y feminidad para servir gozosamente a Dios en el gobierno de Su mundo.

Eso ambienta la escena. Pero ¿qué ocurre en Génesis 2, donde el drama se narra desde la perspectiva del jardín del Edén? ¿Acaso la imagen que presenta ese capítulo es contradictoria? Muchos creen que lo es. Quiero mostrarte por qué es importante que la entendamos correctamente.

Los fundamentos en Génesis 2:15-25

Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.

Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar . Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán:

Esto es ahora hueso de mis huesos

y carne de mi carne;

ésta será llamada Varona,

porque del varón fue tomada.

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban

(Génesis 2:15-25).

Interpretaciones erradas de Génesis 2:18

Quiero partir hablando de las maneras en que Génesis 2:18 ha sido malinterpretado con frecuencia y luego mostrarte que eso está mal. En el versículo 18, Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”. Esto es muy llamativo. Se ha dicho reiteradamente que el mundo es “bueno”, y por último “bueno en gran manera”, pero en él hay algo que “no es bueno” (antes de que la mujer fuera creada como la ayuda del hombre). La pregunta es ¿qué es lo que “no es bueno”? Respuesta: “que el hombre esté solo”. Pero ¿qué significa “solo”?

Es muy común pensar que “solo” significa “solitario”. “Ah”, decimos, “el pobre Adán se sentía solo. Ahí está en el jardín, rodeado de animales, pero sus mascotas -los perros, gatos, bueyes, loros y peces- no cubren sus necesidades relacionales. Dios le va a dar una esposa para que ya no se sienta solo”.

Es muy común leer el texto así. Un escritor dice que Dios simplemente está supliendo la “necesidad personal” de Adán; otro, que “la razón del matrimonio es resolver el problema de la soledad”.2 Hace algunos años, le estaba leyendo a nuestra hija un libro infantil de historias bíblicas. Habíamos llegado a Génesis 24. Allí, el anciano Abraham quiere asegurarse de que su hijo prometido, Isaac, se case con alguien de su propio pueblo. Le preocupa que la línea familiar prometida continúe adecuadamente. Sin embargo, mi libro de historias bíblicas modificadas dice que Abraham pensó dentro de sí: “Debo asegurarme de que Isaac tenga una esposa que lo ame. No quiero que esté solo cuando muera” (énfasis mío). ¡Pero Génesis 24 no dice eso! Esa es la manera en que lo entiende la gente del siglo XXI: a menos que me case, nadie me amará, y a menos que me case, estoy destinado a estar solo.

El lema de esta interpretación errada podría ser sexo para mi propia satisfacción o sexo al servicio de nosotros. Lo que me importa es mi satisfacción, que el sexo cubra mis necesidades. Sin embargo, es erróneo pensar que Génesis 2:18 (“No es bueno que el hombre esté solo”) significa que el matrimonio fue creado para cubrir mis necesidades. Hay dos razones por las que esto está mal, y dos más que hacen que tenga resultados desastrosos.

Por qué el matrimonio no es la respuesta para la soledad

Razón 1: Génesis 2:18 debe leerse en su contexto

En primer lugar, creer que el matrimonio es la respuesta para la soledad es incorrecto porque saca al versículo 18 de su contexto en la historia de Génesis 2. El versículo 18 no aparece de la nada, sino que forma parte de un drama que empieza en el versículo 4. Justo al comienzo de esta segunda narración de la historia de la creación, hay un problema: no hay hombre que trabaje la tierra, que la labre (v. 5).

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9781629463094
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