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El fin de una era

Los hermanos Moyano, singulares personajes que durante varias décadas operaron en Santiago haciendo del “cuento del tío” su sustento de vida, delinquieron en el mismo delito hasta el día de su muerte. Fueron ampliamente conocidos por diversas generaciones de policías, estigmatizando al cuentero nacional con su larga trayectoria. Si bien no cometieron homicidios, registrando detenciones en esta categoría solo por ser testigos de hechos de muerte, la presente desclasificación porta el propósito de confirmar la categoría de “livianos” de los criminales de este delito, especialidad que apuesta por la ambición y complicidad de las víctimas y no por hechos de sangre, con violencia y alevosía.

El primer Moyano en fallecer fue Juan José, “El Huaso Chico”, a raíz de un ataque al corazón el 9 de junio de 1978. Al año siguiente falleció Domingo Moyano, “El Huaso”, por insuficiencia respiratoria el 19 de enero de 1979. Ambos sufrieron los ataques en la habitación en que se hospedaban en Renca, murieron en la posta central y fueron sepultados en el mismo cementerio católico de Santiago.

Eduardo Moyano, alias “El Guayo”, en tanto, tras el alejamiento de su hermano Guillermo cuando se fue a vivir con su pareja Blanca, pernoctaba en hospederías o en la calle. Estuvo largo tiempo en el Hogar de Cristo tratando su adicción al alcohol, en la que recaía cada vez que lograba un avance. Murió el 12 de mayo de 1987 a causa de cirrosis. Fue sepultado en el mismo camposanto que sus hermanos.

El último en morir fue Guillermo Moyano, que, según lo confirman los antiguos locatarios de La Vega Central, frecuentaba este centro comercial hasta sus últimos días realizando su ilegal actividad. El “Huaso Pepero” falleció el 9 de junio de 1998.

De los hermanos no quedaron hijos. No hubo descendencia excepto por Domingo, quien junto a una conviviente criaron una niñita, pero desafortunadamente falleció a los tres años de edad. Quizás no tuvieron descendencia por esa rara “selección natural”. No se tiene registro si el papá tuvo hijos antes de salir de Curacaví, deslizando la posibilidad remota de que quizás operaron otros hermanos Moyano en tiempo y espacio paralelos.

Al analizar su dinámica criminal y sus innumerables anotaciones por vagancia, se evidencia que los hermanos Moyano en actividad nunca tuvieron domicilio conocido. Se mantuvieron siempre inubicables, salvo para el viejo sabueso policial. Se buscaron sus tumbas a fin de verificar lo que sucede con muchos criminales que después de muertos son venerados por los feligreses, tales como Emile Dubois, el “Genio del Crimen”, o Jorge del Carmen Valenzuela, el “Chacal de Nahueltoro”, que por los pecados cometidos en la Tierra pueden sortear el purgatorio concediendo favores a los mortales. Por los años que han pasado y sobre todo porque ninguno de los cuatro hermanos Moyano dejó descendencia, ubicarlos fue una difícil tarea. Tras insistir varios días con esta investigación se logró un acercamiento a su sepulcro; sin embargo, ante la falta de familiares interesados en preservar su recuerdo, y tras no recibir mantenimiento ni contacto familiar, a los pocos años sus tumbas fueron trasladadas a la bóveda 5 e incorporadas a una fosa común.

Pareciera ser que el linaje Moyano porta en su flujo sanguíneo la herencia genética del pícaro Urdemales, cuya versatilidad de los cuatro consanguíneos dio muestras de habilidad y perspicacia en el arte del engaño. Producto del timo circuló generoso dinero por sus manos, pero vivieron y murieron con lo justo, sin ostentar propiedades o enseres, carentes de amistades duraderas y descendencia. Los Moyano conocían a todos los miembros de la sociedad, pero nadie los pudo reconocer antes del crimen. Los Moyano, estafadores básicos pero complejos a la vez, vivieron y sobrevivieron gracias a su ingenio, y en constante estado de vagancia dejaron este mundo miserable para descansar en una fosa común, por la eternidad, ocultos entre los demás.

Por siempre se desconocerá el paradero de los hermanos Moyano. Murieron para siempre, en su propia ley.

Bibliografía

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La Llave la tiene
el Mayordomo

* * *

El Caso Portal Lyon (2002)

Epistemológicamente, le doy gran importancia al ser de las cosas existentes, pero también se la doy al sujeto, y escarbo no en sus representaciones, sino en las palabras que las visten, porque allí ubico el problema.

René Vergara, El pasajero de la muerte.

Caracol de Providencia

Antes del actual modelo urbano de bulevar y centros comerciales, basado en la dispersión horizontal de locales con pasillos lineales y terrazas de comida, en los años setenta ciudades como Vancouver y Nueva York portaron la lógica espacial del caracol. Apoyado por las vanguardias futuristas italianas de principios del siglo XX, el modelo de tiendas en formato de elipse propuso recorridos rampantes y aceleraciones continuas a través del manejo plástico del espacio, subiendo y bajando sin peldaños, proponiendo lo que los expertos llamaban un recorrido en movimiento.

Con gran expresividad exterior y una maximización de la superficie interna, la disposición integrada de la vereda, elevándola en torno a un vacío central, proponía una nueva forma de divagar entre objetos, logrando multiplicar las vistas de los pisos y generando además una nueva relación con el vacío central. Esta innovación en el diseño estructural moderno fue la piedra inicial de la concepción del caracol comercial.

A pesar de que en esa época había entrado en obsolescencia en Estados Unidos, en los ochenta esta moda en construcción llegó con fuerza al dibujo planimetral santiaguino, haciendo gala de la tradición arquitectónica europea moderna. La influencia de las galerías comerciales del siglo pasado, en una nueva concepción sobre estética urbanística, fue vista con buenos ojos por las autoridades gubernamentales y militares chilenas. Un recorrido helicoidal ascendente, como el ánima de un arma de fuego, permitía la superación de la horizontalidad estática hacia una elevación continua. Algunos afirman que el caracol es un producto intrínsecamente chileno, inspirado en la obra de Frank Lloyd Wright con adaptaciones del museo caracol de Nueva York o de la tienda caracol de California. Esta fórmula comercial privilegió el lucro por metro cuadrado, donde boutiques de moda conglomeraban a la clase alta de aquellos años y que muchos querían imitar.

El primer caracol comercial en Chile nació de la conversación entre Osvaldo Fuenzalida, Eugenio Guzmán y Melvin Villarroel, siendo este último quien “domesticó el vacío” a través de la espiral y la luz cenital (eje óptico perpendicular al suelo), que fue clave en la vida social a comienzos de los setentas (De Simone, 2012). Diseñado en los sesenta pero construido en 1973, el caracol Los Leones plasmó los conceptos de movilidad y flujo del diseño arquitectónico, que distinguieron a este centro comercial como un lugar de culto para la generación de jóvenes, según la “Revista Vivienda y Decoración”, de El Mercurio.

El caracol capitalizó en su vacío central los conceptos de visibilización social; es decir, la rutina dominical del “ver y ser vistos”, que luego se verían replicados en los pasillos de los malls y shopping centers convencionales. Así, las tiendas comerciales en estas elipses acaracoladas proliferaron en la capital en comunas como Ñuñoa, Providencia y Santiago centro, con diversos grados de éxito. En solo cinco años, desde 1976 a 1981, más de quince caracoles fueron construidos, expandiendo la experiencia a regiones con el mismo éxito e impacto en la cultura económica nacional. Los caracoles favorecieron la efervescencia comercial que se retomaría luego de superada la crisis económica y restablecida la confianza sociopolítica. Así, la extensión llevó el caracol a provincias como Curicó, Rancagua, Talca, Quillota, La Serena, Valparaíso y Viña del Mar. Como un símbolo de modernidad, la articulación helicoidal sorprendía a los visitantes, quienes entendieron al caracol como la llegada del libre consumo con cara descentralizadora.

Desde 1976 a 1981, la oficina de arquitectos de Guzmán y Villarroel construyó la galería Plaza de Armas, el caracol Los Pájaros y el Portal Lyon, todos con innovaciones al modelo original. El caracol era ideal para la multiplicación vertical del área comercial en zonas densas, por lo que tanto en el centro de Santiago como en los de otras ciudades se convirtieron en iniciativas rentables.

Entrada la década de los ’80, la articulación en espiral dio frutos en lo que también era un proceso de expansión de la capital, tales como el caracol del persa Lo Ovalle, tras inaugurarse la línea 2 del metro, articulando el caracol con una explanada que recibe a los pasajeros. Por otro lado, el ya famoso caracol de Ñuñoa, buscó otorgar lujo y densidad a un comercio basado en el peatón. En otra iniciativa experimental, el caracol de Recoleta adoptó una estética colonial que lo relaciona mejor con el entorno en este criollo eje lineal de alta importancia para el comercio santiaguino.

Importante es destacar que, en esta evolución explosiva, llegó un momento en que el caracol fue cada vez menos publicitado como tal. Perdió prestigio y se estigmatizó su estructura, ante lo cual los promotores buscaron eludir su nombre en las estrategias de publicidad. Paralelamente, el caracol fue escudriñado por arquitectos y críticos urbanos, tomándolo incluso como mal ejemplo en el crecimiento de la ciudad.

En este contexto, ubicado en avenida Providencia N° 2198 y compuesto por ochenta y siete locales, el edificio del Portal Lyon omite el nombre “caracol” aunque porta estas características helicoidales, para evitar ser desacreditado por el manto pesimista que comenzaba a cubrir este diseño estructural, ridiculizado socarronamente por los nuevos arquitectos y vilipendiado por la descontenta y reprimida ciudadanía de la naciente generación de los ochenta.

Emplazado en la transitada esquina de Providencia con Nueva de Lyon, este centro comercial brinda dos accesos, norte y sur, un ascensor y azotea. Sus vitrinas mantienen la sintonía con la panorámica comunal, en vidrios de espejo que resaltan y extienden el progreso y avance de esta sofisticada arteria. El Portal Lyon dispone de sala de guardia, sala de personal, bodegas y oficina de administración. Dispone de un acondicionado subterráneo y de algunas escaleras que conectan los pasillos en espiral. En el punto neurálgico de Providencia, y en el augurio económico de principios de la década del dos mil, este centro comercial se vio empañado por un macabro hecho de sangre.

El ascenso de Óscar

Un 27 de diciembre de 1972, Nelly dio a luz a Óscar Alberto Agurto Gómez, quien portó el apellido de su progenitor, aunque su padre se mantuvo ausente. Desde el comienzo de su existencia solo vivían tres en la modesta casa: él, su madre y su abuela.

Óscar era un niño especial. Fue hijo único. Ante la extensa jornada laboral de Nelly, como secretaria en un hospital y único sustento económico de la familia, no tenía el tiempo necesario para su hijo. Fue un escolar disciplinado que nunca tuvo problemas con los demás, aunque no consiguió notas sobresalientes. Él se hacía cargo de su abuela. Del colegio se iba directo a casa a atenderla: la aseaba, alimentaba y cuidaba, dándole sus mejores atenciones, ya que la consideraba su verdadera madre.

Tras la muerte de su abuela sintió profundo interés por conocer a su padre y, aunque su madre siempre esquivó el tema, Óscar supo conseguir el mínimo de información necesaria para iniciar su búsqueda. Un día, sin que su madre lo supiera, llegó a un taller mecánico donde trabajaba su padre. Al verse, conversaron sobre sus vidas. El viejo mecánico creyó que su hijo venía por encargo de su madre en busca de dinero, pero Óscar le recalcó que ella nada sabía y que solo quería cumplir su anhelo de conocerlo. La plática fue breve, pero lo suficiente como para reconocer que no existía interés en su padre en estrechar vínculos. Óscar se regresó a casa, satisfecho por conocerlo pero desilusionado. El encuentro no fue como se lo esperaba. Debía seguir su camino, pensó, y jamás volvió a verlo.

Transcurrieron sus años de escolar con notas regulares y malas. Le desesperaba ver a su madre sacrificándose por él. Así, cursó estudios hasta segundo medio y decidió buscar su destino. Contra la voluntad de su madre, a principios de los noventa, se empeñó en conseguir trabajo en algo que lo sacara adelante. No quería ser una carga para su mamá. Por un aviso en el diario supo de un llamado para el cargo de auxiliar de aseo en un centro comercial de Providencia. Presentó su currículum en la administración del Portal Lyon, donde comenzó sus funciones el 12 de noviembre de 1990. Primero permaneció a prueba durante dos meses, para luego ser contratado como titular en el cargo de auxiliar de limpieza en la comunidad del edificio.

Su trabajo lo desempeñó con esmero. Madrugaba para no llegar atrasado y se quedaba más tarde para cumplir con todas sus misiones. Se sentía pleno en el ejercicio de sus funciones, conoció a mucha gente y sus compañeros lo acogieron rápidamente. Un locatario le hizo precio por un producto que obsequió a su madre con su primer sueldo.

En el concurrido local funcionaba una junta de vigilancia compuesta por los propietarios de los 87 locales comerciales. En 1994, cambió la administración del edificio, haciéndose responsable un administrador que permaneció fugazmente en el cargo. Tuvo problemas y se retiró con apenas tres meses de trabajo. La administración la asumió la señora Rosa Herrera Cienfuegos, que venía saliendo de su viudez y que conocía la dinámica del edificio de cuando tenía unos locales comerciales en ese caracol.

De este modo, en 1995 la señora Rosita se hizo cargo de la gestión y control de la comunidad del edificio Portal Lyon. Entre sus principales responsabilidades se encontraba la recolección de los dineros por concepto de pagos de gastos comunes, además de los seguros de los locales, remuneración del personal y todo lo concerniente a la mantención del edificio. Óscar continuaba en el cargo de auxiliar de aseo, pero sus buenos servicios y excelente disposición constituyeron un importante apoyo a la gestión de la administradora. Con el tiempo, y esporádicamente, Óscar comenzó a efectuar labores como guardia del recinto, especialmente los fines de semana y festivos. Estos servicios eran considerados como turnos extra, mejorando sus ingresos económicos. Por esos años, y por intermedio de un compañero de tareas, conoció a Jacqueline, operadora de ventas en una AFP, quien se transformaría en su esposa. Todo ingreso económico extra le servía para consolidar su relación, aunque ello fuera a costo de tiempo para su familia. Con el despido de algunos guardias los turnos especiales fueron gradualmente aumentando, y Óscar, con su permanente disposición, se fue ganando la confianza de la jefa al demostrarle su apoyo.

Una mañana, la señora Rosita le informó a Óscar que, ante los problemas que la comunidad del edificio presentaba en temas de protección y vigilancia, se contrataría una empresa de seguridad particular, lo que era muy buena noticia ya que, por su entrega y compromiso demostrado, le ofrecía el cargo de mayordomo. Óscar aceptó y, así, la señora Rosita lo ascendió, contratándolo con el nuevo cargo, que si bien era un reconocimiento a su noble desempeño, era también un desafío mayor al constituirse como un ayudante en las labores propias de la administración.

La empresa privada de seguridad de nombre “Tupahue” no respondió a las expectativas de la comunidad del edificio. Tras dos años trabajando con esta modalidad, el comité de administración decidió volver al sistema de guardias dirigidos por la señora Rosita. Óscar estaba afiatado en su cargo de mayordomo, demostrando amplios conocimientos sobre la mantención del caracol y hábil dominio del personal. Se le veía siempre muy diligente, ya sea con carpetas de documentos, talonarios de cheques y hasta con el martillo. Se finiquitó el contrato con la empresa privada, se contrató a dos guardias diurnos y uno para la noche, a los cuales fiscalizaba diariamente, empoderándose de su misión en la administración.

Brazo derecho

La señora Rosita, paulatinamente incorporó nuevas tareas al cargo de Óscar. Era mayordomo del edificio, controlando las distribuciones de luz, de agua, grifería, shaft de energía eléctrica y hasta el sellado con tapagoteras en las planchas de la azotea. Junto con ello, asumió el apoyo a las funciones administrativas, tarea que debía cumplir la administradora del edificio. Le penaba su cuarto medio no rendido, y se vio en la obligación de aprender el sistema de control del portal, sobre todo en la parte contable de ingresos y egresos. Para el desarrollo de estas tareas pasaba la mayor parte del tiempo con Rosita en su oficina. Su funcionamiento fue eficaz, ante lo cual su jefa le comenzó a delegar mayores funciones, a costa de su familia.

Así, además de mantener el edificio, controlar a los guardias y tener a la vista el martillo, el alicate y el destornillador ante cualquier desperfecto, ahora accedía al computador de la oficina de la administración, redactaba cartas de cobranza, resúmenes diarios e ingreso de datos a la planilla. Óscar recepcionaba dinero en efectivo y cheques de parte de los propietarios y arrendatarios de los locales del caracol. Cancelaba los gastos comunes y realizaba depósitos en la cuenta corriente del edifico. Mensual y religiosamente, Óscar, el mayordomo, le daba la cuenta a Rosita, la administradora, del recibo y transferencia de dichos valores, además de efectuar anualmente la auditoría. Rosita nunca observó algún tipo de problema y su relación se hizo cada vez más estrecha y la relación entre ambos se desarrolló con mayor confianza.

En agosto del 2001, con motivo del nacimiento de su hijo, la señora Rosita visitó el modesto departamento de Óscar y Jacqueline en avenida San Pablo, obsequiando un regalo para el recién nacido. La señora Rosita buscaba afianzar su amistad con el mayordomo, comprendía que él le rendía más allá de las funciones por las cuales estaba contratado. No solo le sobreexigía en la administración del Portal Lyon, sino que además le solicitaba cooperación en sus negocios particulares, relacionados con corretajes de propiedades. Rosita le pedía al mayordomo que mostrara los departamentos que ofrecía e incluso que los entregara a los clientes. Más de una vez concurrió a su domicilio particular, ubicado en la calle Las Malvas Nº 170 en Las Condes, a realizar el aseo, limpieza de vidrios y jardín. Hasta de garzón ofició en una fina velada. Cada una de estas tareas fue remunerada.

Rosa Herrera no buscó un nuevo compañero para su vida. Asumió sola su viudez, entregando su apoyo a sus hijos, brindando compañía a su madre viva y departiendo con amigas. Cada fin de semana largo desarrollaba un panorama diferente y cuando la semana ofrecía un “día sándwich” ella se lo tomaba. Pero la comunidad del edificio notó su ausencia, veía cómo sus horarios y obligaciones con la comunidad del Portal Lyon se los tomaba a la ligera y comenzaron a expresarle su malestar.

La administradora Rosita dividía su media jornada de trabajo en todas sus obligaciones, sean estas la empresa de corretajes, la gestión del edificio y otros asuntos. A juicio de los locatarios y de los propios funcionarios del caracol, ella hizo mal uso del personal a su cargo, designándole tareas particulares, tales como ir a pagarle cuentas o ir a mostrar departamentos. Hubo semanas en que Óscar el mayordomo realizaba con más frecuencia esas tareas que las propias de la administración del edificio Lyon. Los locatarios así lo veían y se organizaron para manifestar su disgusto. Una carta fue redactada y firmada por todos ellos, un guardia le sacó una fotocopia y Óscar se la hizo llegar a la jefa Rosita.

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