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Objetos cotidianos - 14 de marzo

La cajita musical

“Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco” (Sal. 92:10).

Las cajas de música consisten en un cilindro giratorio que tiene muescas en relieve. Cuando estas, al girar, tropiezan con las láminas del teclado de metal, se reproducen melodías breves. Podríamos pensar en ellas como precursoras de los CD, aunque con un repertorio más que limitado. La reproducción se activa con el movimiento de una manivela. Hay cajitas de varios tamaños y muchas de ellas tienen una bailarina que se mueve al compás de la melodía que suena.

En mi habitación tengo una cajita musical de muchos años, parte de una colección de antigüedades traídas de Europa. No conozco a su fabricante, aunque me gusta pensar en quién habrá sido su dueño antes, sobre qué mueble habrá estado...

Lo curioso con estos aparatos es que se necesita paciencia, aunque sea en esos momentos en que se da vuelta a la manivela. No se activa simplemente con tocarlo, como pasa con casi todo hoy en día.

Su melodía dura seis minutos. Así que paré seis minutos para escucharla, y para recordar que tengo que ser paciente conmigo misma también. Es bueno y sano que en nuestro día encontremos momentos para hacer una pausa, respirar, pensar, orar y reunir fuerzas para seguir.

La melodía comenzó muy vivaz, pero fue haciéndose cada vez más lenta. No dejó de ser hermosa en ninguna de sus etapas o velocidades. Lo que me sorprendió fue que, al dejar de sonar, la rocé sin querer y comenzó a sonar otra vez, como si hubiera recuperado fuerzas.

Recordé ese tiempo gratuito que muchas veces se nos otorga, como esas fuerzas adicionales que creíamos que se habían terminado, pero descubrimos que siguen presentes.

Dios también puso en nosotros un intrincado sistema de funcionamiento, con engranajes y piezas delicadas que fueron colocadas intencionalmente para reproducir la melodía de nuestra vida.

Es importante que nos demos ese descanso, y también que recordemos que hay fuerzas donde a veces parecen haberse acabado.

En la Biblia hay muchas menciones de personas cuyas fuerzas flaqueaban y Dios las levantó y fortaleció.

No sé cómo te encuentras hoy, pero busca alguno de esos versículos, ora y ten paciencia. Las fuerzas vendrán, ya sea para ti o para que las uses para ayudar a alguien más que parece haberse rendido.

Dios pregunta - 15 de marzo

¿Quién dicen que soy yo?

“–Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mat. 16:15, NVI).

Cierto sábado de tarde, un pastor dijo que había tres preguntas importantes que debíamos hacernos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Varias veces luché para responder la primera pregunta, y al leer la Biblia veo que muchos personajes también lo hicieron.

Pero, cuando leemos la pregunta que Jesús hace acerca de su identidad, la formulación es bastante diferente. No imagino a Jesús con una preocupación adolescente acerca de lo que la gente pensaba de él. No es que estuviese sufriendo una crisis de identidad o cuestionando su valor propio. Su identidad y su autoestima no dependían de la opinión de los demás. (Tampoco deberían hacerlo las nuestras.)

Jesús no necesitaba saber quién era o qué pensaba la gente de él, pero los discípulos sí. Nosotros también.

Esta pregunta, además de tan profunda y antigua, es sumamente personal y actual. Es incluso más importante que las otras tres mencionadas. A fin de cuentas, para entender quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, es necesario conocer al YO SOY y tener un concepto claro de lo que creemos y sabemos acerca de él.

Si tenemos una vida diaria de comunión con Dios, no debería ser difícil tener cientos de cosas para decir acerca de él.

El problema es que muchas veces no lo conocemos y nos conformamos con lo que otros nos cuentan de él. O, peor aún, creemos las características negativas que otras personas le atribuyen, distorsionadas por el enemigo. Buscamos nuestras propias respuestas a estos interrogantes en vez de ir a la Roca. Nos valemos de la ciencia para investigar nuestros orígenes y trazamos de forma independiente los planes más sofisticados para llegar hacia donde queremos ir. Y, en el medio, nos olvidamos de que él tiene respuestas para esas tres preguntas y muchas más. Nos olvidamos de que no hay comienzo ni fin que entender, si no conocemos al Alfa y la Omega.

No, Dios no se vale de lo que nosotros creemos de él para existir. Sin embargo, toda nuestra existencia tambalea si no sabemos quién es él.

Su Palabra nos revela una y otra vez características que nos pueden dar fundamento y evidencia suficiente para creer, disipar dudas, generar respuestas a esas tres preguntas nuestras, y dirigir a otras personas a él.

¿Quién decimos que es?

El poder de la música - 16 de marzo

Jesús y la música

“De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días” (Sal. 90:14).

En el libro La música, de Elena de White, encontramos preciosas verdades acerca de la importancia del canto en nuestra vida; de todos los beneficios que brinda no solo física y emocionalmente, sino también espiritualmente.

Allí se nos mencionan algunos usos que Jesús le daba al canto, y podemos aprender algunas cosas de su niñez que quizá no sean tan conocidas.

En primer lugar, se nos dice que Jesús fue tentado a pecar cuando era niño, pero “los cantos que su madre le había enseñado a entonar acudían a su mente, y él elevaba su voz en alabanza”. Además, su canto era contagioso, y sus compañeros comenzaban a cantar con él (p. 12).

La poderosa asociación que existe entre la memoria y la música es una herramienta valiosísima a nuestro favor, para traer una y otra vez a nuestra mente pasajes bíblicos que de otra forma serían más difíciles de recordar. Aún estamos a tiempo de grabar mensajes espirituales en el “disco duro” de nuestro cerebro. Podremos reproducirlos cuantas veces queramos después.

En segundo lugar, se nos dice que Jesús le daba la bienvenida al día con su canto. Cantar formaba parte de su culto personal. De esa forma, él “llevaba la alegría del Cielo a los rendidos por el trabajo y a los descorazonados” (p. 12).

Para un par de materias, los alumnos de la Universidad Adventista del Plata tenían que cumplir con el requisito de levantarse temprano, salir a hacer ejercicio y cantar. Era común escucharlos en la plaza a la mañana, y el Dr. Pedro Tabuenca, propulsor de esa actividad, acostumbraba recetarles a sus pacientes una dosis de canto también, algo que reportaba mejorías en el ánimo y la salud de ellos.

¡Es un remedio gratuito que podemos probar hoy!

En tercer lugar, se nos dice que Jesús usaba el canto como forma de expresar su alegría. “A menudo los moradores de Nazaret oían su voz que se elevaba en alabanza y agradecimiento a Dios” (ibíd.). ¿Qué registro de voz habrá tenido? No lo sabemos. Pero ¡qué hermoso debió ser escucharlo cantar alegremente!

Cada vez que cantamos mensajes positivos, anulamos la posibilidad de emitir un mensaje negativo.

Hoy podemos imitar a Jesús en este aspecto también y cantar con alegría al comenzar un nuevo día.

Historias de hoy - 17 de marzo

Una turbulencia, dos Biblias

“Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab. 3:19).

–¿Cómo te llamas? –pregunté mientras me inclinaba hacia delante para llamar su atención.

–Lautaro, ¿y tú?

El ruido hacía que la comunicación no fuera tan sencilla, aunque estábamos a solo unos metros de distancia. Le respondí y, aunque ya sabía la respuesta, pregunté:

–Eso que estás leyendo ¿es una Biblia?

–Sí. Tú también, ¿no? –dijo, mientras señalaba la especie de mesita sobre la que tenía apoyada mi Biblia.

–Sí. ¿Qué parte estás leyendo?

–Las genealo... ¿cómo es que se dice? Acá en Génesis... Me la regalaron ahora y estoy comenzando a leerla desde el principio. Me encanta. ¿Y tú?

–La historia de cuando Jesús calma la tempestad. Me pareció oportuna –dije con un guiño cómplice.

Es que estábamos a miles de metros de altura, en medio de la tormenta más grande que viví en avión. Los dos estábamos sentados en la última fila, con cuatro asientos vacíos y un pasillo de distancia.

Entre turbulencia y turbulencia, saltábamos de nuestros asientos y nuestras cabezas se golpeaban contra la ventana.

Lo felicité por estar leyendo la Biblia a su edad tan joven, en esas extrañas circunstancias, y aunque alrededor reinaba el caos, los dos continuamos ensimismados en la lectura y envueltos en la paz que nos daba sabernos en las manos de Dios.

En ese momento, recordé el relato del niño que viajaba solo y permanecía tranquilo en medio de una gran tormenta. A su alrededor la gente estaba preocupada, pero la azafata, al verlo tranquilo, le preguntó por qué no temía, y él le contestó: “No tengo miedo porque mi papá es el capitán. Confío en que nada malo nos pasará”.

Esa misma seguridad sentí esa madrugada al volar, y el texto bíblico de hoy cobró otro significado.

Puede ser que hoy no te encuentres en un vuelo a miles de metros de altura, pero puedes abrir tu Biblia en medio de una tremenda batalla espiritual que se está librando, en medio del caos y del ruido. Lo único que te permitirá descansar confiado y hacerles frente a las turbulencias que se presenten hoy es saber que Jesús es el capitán de tu vida. Aunque nuestros pies estén apoyados en el piso todo el día, él puede hacernos andar en las alturas. Confiemos en él. Es nuestra fortaleza.

Valores - 18 de marzo

El impacto del discurso

“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Rom. 12:3).

“¡Torpe, torpe!”, se dijo a sí misma con furia. Se le había caído un plato de sopa al piso, pero ese error cotidiano le hacía desatar una tormenta de autorreprensiones. La visión que tenía de su persona era negativa, y condicionaba el resto de sus pensamientos. Tenía muchísimas virtudes intactas a pesar de sus numerosas décadas de vida, pero solía escucharla decir las cosas más feas sobre sí misma.

Dios nos dice que nos puso nombre, que somos suyos (Isa. 43:1), que somos su especial tesoro (Éxo. 19:5), entre un montón de cosas más; y a veces nos lanzamos los peores insultos.

¡Cuánto lo deshonramos o menospreciamos de esta forma!

Incluso, en nuestra concepción religiosa, por hacer énfasis en que no somos nada, a veces corremos el peligro de olvidar que para él somos lo más valioso de la Creación.

A veces nos limitamos a los patrones de este mundo y olvidamos tener en cuenta cuál es la imagen que él tiene de nosotros y el plan que trazó desde el comienzo para nuestra vida. Si hiciéramos más lo que él nos dice y creyéramos más en lo que él opina, nos pareceríamos más a eso de lo que tanto habla.

Algunos eligen repetirse frases positivas a la mañana al mirarse al espejo. Si bien puede ser efectivo, quizá no sea un método con el que todos se sientan cómodos, y además puede ser peligroso para los más vanidosos.

Pero, sobre todo, podemos probar repetir en nuestra mente aquellos versículos que nos hablan del valor que tenemos a la vista de Dios. Nos darán una visión equilibrada del lugar que ocupamos en el Universo y, en sus manos, podremos ser partícipes del cumplimiento de sus promesas.

Aunque el texto de hoy habla acerca del concepto elevado que muchos suelen tener de sí mismos, el consejo es igual de aplicable para aquellos que suelen tener un concepto disminuido.

Pablo nos aconseja pensar con cordura. Cuidemos el impacto de nuestro discurso porque, al final, como dice el texto, esa cordura está íntimamente relacionada con la medida de fe que demostramos tener.

Encuentros con Jesús - 19 de marzo

Los embajadores de la bienvenida

“Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho” (Luc. 2:20).

Son muchas las lecciones que podemos sacar de los primeros encuentros con Jesús, aunque no hayan consistido en charlas profundas.

Las primeras personas que vieron a Jesús, después de María y José, fueron los pastores.

Los ángeles estaban expectantes en el cielo. Casi no podían aguantar las ganas de contar las buenas nuevas al mundo, y esperaban la señal para hacerlo. Cuando en la ciudad nadie parecía estar listo para recibir a Jesús, los pastores, en las colinas a las afueras, lo tenían como centro de su conversación y oraban para que viniera. Estos trabajadores solitarios, acostumbrados a las inclemencias del tiempo y a la responsabilidad del cuidado confiado a ellos, reunían los requisitos para recibir esta noticia que los más encumbrados no tuvieron el privilegio de oír por su soberbia.

No hubo debate sobre la naturaleza de los ángeles ni dudas respecto al mensaje celestial. En vez de una reunión de escepticismo, nos enseñaron con su inmediata y rápida caminata hacia el pesebre que ellos sabían quién les había hablado y creían lo que se les había dicho.

¡A ellos se les reservó el privilegio de ese cuadro maravilloso en el cielo y esa bienvenida nocturna en la Tierra!

“El cielo y la Tierra no están más alejados hoy que cuando los pastores oyeron el canto de los ángeles. La humanidad sigue hoy siendo objeto de la solicitud celestial tanto como cuando los hombres comunes, de ocupaciones comunes, se encontraban con los ángeles al mediodía, y hablaban con los mensajeros celestiales en las viñas y los campos” (El Deseado de todas las gentes, p. 32).

Los pastores no conversaron directamente con Jesús. Quizá solo lo hayan visto dormir plácidamente. Pero lo cierto es que este primer encuentro con él los marcó para siempre y alcanzó para que, sin dudas en el corazón, salieran a contar lo que habían visto. Alababan al mismo Dios al que habían estado orando hacía unas horas, y al que ahora habían visto en forma de bebé.

Hoy tienes el privilegio de hablar con el mismo Dios de esta historia, de ser más consciente de la compañía de los seres celestiales que nos rodean, y de cumplir sus instrucciones, así como lo hicieron los pastores esa noche siendo embajadores de las buenas nuevas.

Aroma a sábado - 20 de marzo

La torta de chocolate

“Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Sal. 34:15).

Cada viernes de tarde, la cocina desprendía un aroma delicioso. ¡Era la tan ansiada torta de chocolate!

Gracias a los receptores olfatorios de nuestra nariz, se envían señales al bulbo olfatorio, y este a su vez se conecta con la corteza cerebral, el sistema límbico y el hipotálamo. Es gracias a eso que hay respuestas emocionales asociadas a los olores. Y esta torta de chocolate despertaba respuestas positivas, no solo por ser rica, sino también porque estaba asociada al momento más especial de la semana.

Con mi mamá y mis hermanos, nos estábamos hospedando provisoriamente en la casa de una familia amiga. Ya hacía varios meses que vivíamos allí y comencé a notar este ritual de los viernes. Cuando la casa ya estaba limpia y faltaba poco para que se pusiera el sol, llegaba un chico que vivía en situación de calle. En realidad, creo que tenía un hogar, pero pasaba gran parte de su tiempo trabajando en la calle para reunir algo de dinero que lamentablemente nunca era para él. Muchas veces la situación en su casa era tan triste, que era mejor estar afuera que adentro. Él llegaba, saludaba a todos y entraba a ducharse un buen rato con agua caliente. Al salir, parecía una persona totalmente diferente. Entonces se sentaba con nosotros, los chicos, a merendar esa deliciosa torta de chocolate.

Muchas veces lo miré en silencio comer varias porciones de torta. Compartíamos ese momento feliz y nos preparábamos para todas las demás bendiciones que ese día traería.

El sábado de mañana lo encontrábamos en la iglesia y, aunque después con mi familia nos mudamos y no supe más de él, tengo grabado en la memoria el recuerdo de su sonrisa por la torta de chocolate.

Vi muchísimos actos desinteresados de servicio en ese hogar, y recuerdo que muchas veces escuchábamos y cantábamos una canción titulada “Nada escapa de su mirar”.

Como dice el versículo, los ojos de Jehová están sobre los justos, tanto para suplir las necesidades de los que no tienen como para hacer conscientes a los que tienen de lo mucho que pueden ayudar con tan poco.

¿Qué acción generosa puedes proponerte hacer cada viernes a partir hoy?

Objetos cotidianos - 21 de marzo

La rueda gigante

“Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:17).

En los parques de diversiones, algunos prefieren las montañas rusas. Otros, los autitos chocadores. Personalmente, elijo la rueda gigante, también conocida como noria, o rueda de la fortuna. No he subido a muchas, pero siempre he disfrutado estar en su punto más alto y ver desde arriba toda la ciudad iluminada.

En una oportunidad, hice fila por largo rato para subir a la que estaba junto a un puerto muy concurrido en Chicago. Allí se había construido la primera rueda gigante del mundo, como atractivo para la Exposición Mundial de 1893. Unos años antes se había estrenado la torre Eiffel, para esa misma exposición, en París, así que el desafío era grande. Pero contó con el apoyo de ingenieros, arquitectos y demás encargados, y tuvo gran éxito.

Ahora me encontraba ante la segunda versión, que aunque no era tan alta, resultaba muy imponente y pintoresca igual. Comencé a observarla con detenimiento, y me di cuenta de que muchas veces somos como las ruedas gigantes. Nos acostumbramos a que las cosas giren siempre en torno a un eje (muchas veces, nuestro “yo”), pasamos por altibajos, nos acostumbramos a ellos y a veces hasta queremos permanecer en ese ciclo un tanto inestable. Nos conformamos con sentir la adrenalina de la altura, aunque sea de vez en cuando.

Pero, hay otro aspecto muy importante de las ruedas gigantes: sin importar su tamaño, antes de arrancar el recorrido, el encargado se acerca para corroborar que la barra de protección esté bien asegurada y dar algunas indicaciones. A veces las personas van sentadas en un asiento de a dos y otras veces van paradas en una estructura cerrada, con capacidad para varias personas. Independientemente del caso, se requiere una medida de seguridad y obediencia por parte de los viajeros para evitar riesgos innecesarios.

¡Cuán diferentes serían las cosas si recordáramos que nuestro eje debe ser Cristo; si nuestra vida girara en torno a él; si reconociéramos que tanto los puntos bajos como los altos de nuestro trayecto son momentos valiosos del recorrido y que en ambos podemos aprender formas necesarias de ver la vida! Además, Dios se acerca cada día a nosotros y nos recuerda la mejor forma de comportarnos para disfrutar del viaje.

Dios pregunta - 22 de marzo

¿Dónde está tu hermano?

“El Señor le preguntó a Caín: –¿Dónde está tu hermano Abel? –No lo sé –respondió–. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?” (Gén. 4:9, NVI).

Si tienes hermanos, probablemente recuerdes tus peleas con ellos. A veces eran efímeras y a veces tenían consecuencias que duraban días. Pero muchas veces sacaban lo peor de nosotros. Quizás hoy aún lo sigan haciendo.

Con la entrada del pecado, estos rasgos se vieron manifestados de forma temprana en el primer par de hermanos. Así se cumplía la promesa de enemistad entre la serpiente y la simiente de la mujer.

Caín y Abel habían sido puestos a prueba, como sus padres lo fueran tiempo atrás. “Además de [sacrificar las primicias del ganado] debían presentar ante el Señor, como ofrenda de agradecimiento, los primeros frutos de la tierra” (Patriarcas y profetas, p. 58). Y Caín, a diferencia de su hermano, obedeció solo parcialmente la orden.

La pregunta que Dios le hace a Caín es posterior al asesinato. Adán y Eva se escondieron cuando desobedecieron, pero Caín parecía ser más temerario. Cuando Dios le preguntó dónde estaba su hermano, además de mentir con su respuesta, hizo una pregunta llena de sarcasmo. ¿Cómo se atrevía a dirigirse a Dios de esa manera?

Pero, en su tono de voz no solo había burla y desdén, sino también en su frase notamos la motivación subyacente de su accionar. La obediencia de Caín había sido por obras, como por un deber impuesto que él no quería cumplir plenamente.

La obediencia de Abel había sido por fe, con gratitud por aquello que representaba su ofrenda y con un accionar justo ante los ojos de Dios.

Quizás hoy no estemos pensando en matar a nuestros hermanos, pero cada vez que nuestra forma de actuar va en contra de los principios divinos; cada vez que obedecemos a Dios de forma reticente, más por deber que por amor, más por obras que por fe, caemos en el mismo gravísimo error en que cayó Caín aquel día.

Aunque podemos sentirnos lejos de parecernos a él, hoy podemos evaluar nuestras acciones y motivaciones, y ver si realmente somos tan diferentes.

En un mismo día podemos mostrar actitudes similares a las que tuvieron estos dos hermanos.

Y ojalá, aunque sabemos que nuestra salvación es personal y por fe, no descuidemos la salvación de nuestros hermanos y velemos por ellos también. Pero asegurémonos de que lo estamos haciendo por gratitud y fe, como lo hizo Abel, no por obras ni para gloriarnos.

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