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—¿Y a equilibrio te refieres por lanzarme a dos extraños, cuando conoces a la perfección que no soy buena socializando? —le espetó—, vaya, mamá, ¡pero si eres un genio!

Lidia lanzó una mirada frívola, respiró profundamente.

—Christine, podríamos discutir sobre esto, pero no tengo tiempo, ni tú tampoco; ya que eres tan mala socializando, deberías estar elaborando una lista de temas de conversación para más tarde, creo que te servirá —analizó su vestimenta—, tampoco estaría mal que te cambiaras ese suéter, nunca te lo quitas y creo que podría oler mal, no querrás que ninguno de los chicos te lo haga saber, ¿o sí?

—No me importa —mintió.

Christine cambió su suéter tan pronto su madre salió de casa. Eligió uno colorido con muchas rayas. En su cabeza seguía negando que le importaba la opinión de los hermanos Morris. Simmons peinó también su cabello, eliminó el polvo de sus tenis blancos, lavó sus dientes, tomó en secreto un poco de brillo labial de su hermana.

Esas horas previas se sintieron como una tortura, estaba muy nerviosa y odiaba sentirse de esa manera, ni siquiera comió bien, siempre se manifestaban náuseas cuando la ansiedad estaba superándola.

Se hicieron las cinco de la tarde y los chicos se presentaron puntualmente fuera de su puerta.

—Es de parte de ambos. —Álex le entregó una barra de chocolate—. Mamá siempre dice que debemos aparecer con un presente, espero que te gusten los dulces. —Christine agradeció.

Desde el inicio del recorrido, la chica se manejó con un rostro amable, se esforzó mucho por mantenerse así, no quería incomodarlos y triunfó con su idea, ambos se veían relajados, los paisajes por los que estaban caminando parecían importarles más que cualquier tipo de conversación… Christine analizaba sus miradas curiosas al pasar por distintas colonias, el lugar no estaba desagradándoles.

—Me hace sentir tranquilo este lugar —susurró Milo.

—Yo me siento de la misma manera —contestó ella. Milo pareció contento de saberlo.

Ambos hermanos se notaban extremadamente distintos, Álex era bronceado como su padre, Milo era pálido como la leche, como su madre…

La cara de Álex era muy alargada, a Milo parecía faltarle un poco de mentón… Álex parecía que solo tomó para vestirse lo primero que encontró en su armario, Milo era de los que se preocupaban de que su conjunto tuviera armonía en los colores…

Álex no parecía pensar demasiado lo que iba a decir y podía mantener una charla de cualquier cosa, sin problema alguno; Milo solo hacía algunas discretas y cortas aportaciones…

Los chicos se adentraron al bosque, después de casi una hora caminando por allí, Christine se encontró sorpresivamente hablando con Álex como si lo conociera de toda la vida, parecían estar en sincronía, su sonrisa sacaba un lado de ella extremadamente amable y apegado a la feminidad.

La manera de sonreír tímidamente de Milo ante los chistes pesados de Álex, lo reflejaron de inmediato ante los ojos de ella como un joven tierno, y hasta infantil… su análisis sobre Milo tomó más fuerza al notar que también se sonrojaba muy fácil. Álex nunca buscaba avergonzarlo, al contrario, lo protegía mucho, se quedaba callado cuando creía que sus palabras podían tornarse —sin intención— un poco hirientes hacia su hermano.

—Tiene fobia social —le susurró Álex a Simmons en uno de esos momentos en que Milo se alejó para tomar una fotografía de un par de árboles que robaron su atención.

—¿Fobia social? —Le miró confundida.

—¿Sabes lo que significa eso? —indagó. Ella negó.

—Te lo explicaré después.

Álex cambió de tema tan pronto como vio a Milo regresar para con ellos.

Fue una tarde agradable, comieron helado de yogur y Christine les presentó la mayoría de lugares que consideraba más relevantes en su pequeña ciudad. Ambos le dieron las gracias de regreso a casa, preguntaron si podrían repetirlo después. Asintió sin dudarlo.

—Me la he pasado genial.

—Igual yo —contestaron al unísono.

Era cierto, aun así, el plan no se repitió, Álex hizo amigos rápidamente en la escuela y Christine no tenía apetito en salir solamente con Milo, además de que no esperaba que las cosas se malinterpretaran, existía una razón mucho más fuerte para mantener su distancia con el hermano menor, era por lo mucho que Álex ya le gustaba. Su pasatiempo favorito se convirtió en espiar la ventana de la habitación de Álex, a través del cuarto de Adriana —tenía una mejor vista que el suyo—. Aprovechaba cuando ella dormía para colocar su ojo derecho en el telescopio que su papá le había regalado en su cumpleaños número catorce, ella ni siquiera lo pidió y nunca le apeteció utilizarlo, curiosamente, la mentalidad cambió cuando se instaló un rostro atractivo a unos escasos metros de distancia.

Una noche, Christine lo miró por primera vez con el torso desnudo, como habitualmente parecía despreocupado, esa pequeña cintura y bíceps pronunciados se movían por toda su habitación como buscando algo… ella quedó embobada ante tal obra de arte, ni siquiera se dio cuenta cuando su mamá entró también a la habitación e hizo un comentario de burla al verle tan concentrada. Fugazmente, Christine se apartó avergonzada.

—No estaba mirando a ningún lugar en especial —objetó. Su voz temblaba, su cara era del color de un jitomate.

—¿Cuál de los dos es? —Lidia se acercó a mirar por el telescopio. Álex terminaba de apagar la luz de su habitación. Christine no respondió.

—En realidad, creo que sí sé de quién se trata —añadió la mujer—, me da gusto que ambos se gusten —todo lo decía entre susurros para no despertar a Ady—. ¿Sabes, Christine? El chico me pidió permiso para salir contigo —evocó un falso suspiro—, es muy romántico.

—¿Álex?

—Sí, él —estaba contenta—, vendrá a recogerte mañana a las seis, creo que te invitará al cine. Ya le he dado mi permiso.

—Otra vez ni siquiera te interesó consultármelo. —Christine chasqueó.

—Sé que quieres hacerlo. Vamos, niña —acarició su mejilla—, que te guste alguien no es ridículo, lo es que intentes negarlo, también me parece de poca educación eso de espiar al chico, espero que no vuelva a pasar.

—No, no volverá a pasar. Lo siento.

Esa noche, Christine no pudo dormir; la adrenalina le superaba, imaginar el rostro de Álex cerca del suyo, a punto de besarle, sujetando su cintura con ambas manos, convirtiendo sus respiraciones en una sola… Fue demasiado.

Capítulo cinco. Milo

El chisme de que Álex y Christine saldrían se esparció por la casa a la mañana siguiente.

—Ambos Morris tienen cara de presuntuosos. —Fue el único comentario de Arturo, parecido a lo que Christine pensó la primera vez que les miró.

Por el contrario, Adriana estaba interesada por conocer hasta el más mínimo detalle de la situación, desde que estaba en último grado de preparatoria pasaba tanto tiempo fuera de casa con sus amigas que no podía asimilar que se había perdido, según ella, algo tan importante. Le rogó a Christine que le hablará de los chicos, ella no lo hizo.

—Me da igual —se rindió después de casi media hora—, no debería estar peleando por boberías, tengo cosas más importantes que hacer.

Ella tenía razón, iría a visitar a su padre el fin de semana, Christine no estaba interesada en seguirla, solo le mandó sus saludos.

Esa tarde, la menor de los Simmons volvió a hacer el mismo ritual que la primera vez que salió con ambos hermanos: lavó sus dientes, limpió sus tenis, cambió de suéter, peinó su cabello, añadió un poco de brillo labial, y esta vez hasta un poco de rímel para sus pestañas.

Las horas antes de la salida ya no eran una tortura, al contrario, quería que pasaran lo más pronto posible. Ella salió a toda velocidad cuando llegaron las seis de la tarde y alguien tocó a su puerta, estaba ansiosa por escuchar las palabras de Álex, no se habían vuelto a hablar desde aquella primera vez en que salieron, días antes cuando lo miró en la escuela, él solo había levantado su cabeza en señal de saludo. Pero todo era ya diferente, Christine estaba llena de expectativas.

¿Qué sería lo primero que él le diría? ¿Le comentaría que se veía bien? ¿La besaría en el cine cuando apagaran las luces? ¿Le pediría ser su novia ese mismo día?

Todas esas preguntas se desvanecieron en el instante en que abrió la puerta y encontró a Milo en el lugar de su hermano, llevaba un ramo de rosas y una caja de chocolates.

—¿Estás lista? —preguntó tímido, se llevó una mano a sus cabellos marrones y ondulados.

«En realidad, no —ella estuvo por responder—, ¿dónde está Álex?». No lo dijo, no iba a lastimarlo.

Los chicos se dirigieron al cine, durante el camino no hablaron mucho, Christine no dejaba de pensar en que Milo iba demasiado formal, llevaba zapatos en lugar de tenis, camisa de manga larga con botones, fajada a su pantalón slim, aunque Milo se esforzaba por aparentar lo contrario, era evidente a los ojos de Christine lo nerviosa que estaba su cita, alargando un poco los temas de conversación, ella controlaba la situación una y otra vez.

Se apresuraron a comprar las palomitas tan pronto como llegaron al cine, Milo se empeñó a pagar por ambos, sugirió comprar un par de nachos y un refresco de litro, ella estaba más tranquila con menos, nunca fue muy fanática de bebidas endulzadas, descubrió que él tampoco, Milo compró agua natural…

—A mamá no le gusta que tomemos soda, dice que solo daña nuestros riñones — comentó él. Seguía siendo extremadamente obediente, aun sin su madre de cerca.

Enseguida avanzaron directamente a la sala número cuatro, Milo ya había comprado los boletos con anticipación para mirar el estreno de una película romántica.

—Tu madre me comentó que te gustaban.

—Mi madre me conoce bien —respondió Christine.

Ella seguía enfadada con Lidia por la mentira, una parte de su persona se aferraba a creer que su mamá simplemente cayó en una confusión con los nombres.

Como si no fuera suficiente de sorpresas, Álex también apareció casi veinte minutos después para mirar la función, pero no estaba solo, entró de la mano de Sarah Bing —una de las chicas más populares de la secundaria—, ambos llevaban el mismo color negro en la playera y gafas oscuras sobre sus cabezas… el panorama hizo estallar la cabeza de Simmons, era consciente de que Álex y Sarah compartían un par de clases, pero nunca les había mirado conversando en el receso, no imaginó que en algún momento los encontraría en una situación tan empalagosa. Estaban plantándose mutuamente besos en las mejillas.

Álex no tardó en saludarles al reconocerlos, Christine hizo como que no se dio cuenta. Estuvo incómoda durante toda la función, se esforzaba mucho por restarle interés, no podía parar de pensar en lo que Álex estaba haciendo.

Sarah y él estaban muchas filas atrás de Christine y Milo, ella podía imaginar que el chico del que estaba enamorada y esa pedante perdían el hilo de la película envueltos en besos pasionales —esta vez en los labios— y caricias sugerentes.

Christine se dispuso durante toda la película a no voltear hacia atrás, Milo sí lo hizo, vio a Álex tomar la mano de Sarah, enseguida intentó hacerlo con Christine. No lo hizo de manera abrupta, él solo se fue deslizando con delicadeza hasta llegar a sus dedos, su mano estaba fría y envuelta en sudor.

Christine trataba de cuidar sus sentimientos nuevamente, pero era firme en sus límites… contrario a lo que Milo habría querido, ella apartó de inmediato su mano.

—Lo lamento, no quería incomodarte —susurró el chico sin mirarle.

—Está bien, no pasa nada.

Volvieron a casa tan rápido como terminó la película, antes, Christine vio a Álex y a Sarah salir apresurados de la sala hacia quién sabe dónde.

Milo no dijo mucho durante el camino de vuelta. Pese a lo mucho que ella se negó, Morris decidió acompañarla hasta la puerta de su casa.

—Me encantó la película. No lo esperaba, no me sentí interesada cuando vi el avance en internet.

Milo sonrió. Era una amplia sonrisa, todos sus dientes se asomaron.

—¿De verdad te la pasaste bien?

—Así fue. Gracias.

Christine sonrió de nuevo y dio media vuelta. Antes de cerrar la puerta lo escuchó disculparse de nuevo por lo que había sucedido. Sabía que se refería al incidente de su mano huesuda sobre la suya.

—Milo, está bien, de verdad —dijo dócilmente.

Él no parecía muy convencido, tenía gesto de aflicción, hacía movimientos extraños con sus manos. ¿Estaba a punto de llorar? Lo abrazó para tranquilizarlo, pareció relajarlo.

—Todo está en orden, te veré después en la escuela. Descansa. Él asintió y se marchó complacido.

Christine se opuso esa noche a irse a dormir pronto, espero a que su madre llegara a casa. Su mente —manifestando constantemente sentimientos de envidia contra Sarah por tener a Álex a su merced— se preparó para una confrontación tan pronto como Lidia apareció en casa.

—Me mentiste —la hija le espetó de inmediato.

Lidia no se disculpó ni fingió confusión, respiró profundo, dejó su bolso en el comedor y asintió un par de veces.

—Sí, Christine, lo hice a propósito —confesó—. Milo me gusta más para ti, es un señorito propio y de sentimientos nobles, Álex no me da la misma impresión… no digo que sea un tipo malo, solo parece desubicado.

—No puedes decir eso de alguien que ni siquiera conoces. —Christine seguía envuelta en furor.

—Lo sé, pero mi intuición de madre me lo dice, ella nunca se equivoca, por eso creo que tú y Milo…

—No, mamá —le interrumpió—, eso no va a pasar, es un niño.

—No es un niño…

—¡Es un niño! —terminó por estallar. Prosiguió antes de que su mamá pudiera decir algo más—. Como sea, no tienes que preocuparte por Álex, él ya está con alguien más. —Hirvió su sangre ante el rostro desencajado de Lidia—. Por favor, no me tengas lástima. —Unos segundos de silencio rodearon la atmósfera.

—Insisto en que deberías de darle una oportunidad a Milo…

—Mamá —la miró fijamente—, te pido respetuosamente que no vuelvas a meterte en mis asuntos. Nunca más. Buenas noches.

Lidia se mantuvo en silencio. Christine avanzó hasta su habitación, dio por finalizada la conversación, soltando de golpe la puerta ante las narices de Lidia.

Capítulo seis. Engreído

Para Christine ya era una costumbre el mirar a Álex por las tardes —de lunes a viernes— salir de su casa a las cuatro en punto. Se dirigía a la clase de Historia. Tan pronto llegó a la preparatoria, Álex se inscribió en todas las clases con horario matutino, en todas lo aceptaron, excepto en la antes mencionada.

El señor Dimas —profesor de Historia, un anciano controlador y de carácter abrumador— no quiso recibirlo en su aula de clases, argumentaba que un grupo pequeño siempre aprendía mejor. Para él la presencia de Álex ya superaba el límite de integrantes, dejarían de ser veinte personas para convertirse en veintiuno, una diferencia abismal.

Por eso fue tan extraño para la señorita Simmons encontrarlo aquella mañana de lunes, sentado en la primera fila de la clase del señor Dimas.

La melena oscura y despeinada de Álex se encontraba en un punto de equilibrio, no le hacía rayar en lo fachoso ni en lo demasiado formal, destacaba su apariencia fresca y juvenil. Su cuello estaba cubierto por una bufanda de color rojo muy ardiente, armonizaba con sus blancos tenis deportivos.

Álex Morris estaba conversando con Rey López cuando Christine apareció, eso no le impidió ser un buen samaritano y lanzarle un saludo. Ella correspondió con una sonrisa involuntaria. Su sonrisa cobraba vida propia cuando sus miradas se cruzaban.

Todos tenían asignados ya un asiento en la clase, Álex estaba ocupando el lugar de Jorge Silva… Jorge era un alumno excepcional, de los mejores de la clase. Por eso impresionó tanto no mirarle aquella mañana, Christine se preguntó qué había sucedido. Silva era también su compañero de trabajo de clase, por eso aumentó su tensión cuando Dimas asignó nuevo trabajo para hacerlo en parejas. Álex —sereno y envuelto en confianza— deslizó su butaca hasta llegar a la de ella.

—Me puse muy feliz cuando Jorge me dio la noticia de que tú y yo seríamos compañeros de trabajo, hicimos intercambio de horario —comentó, su mandíbula tan simétrica la distraía mucho—; no tienes que preocuparte por nada, es verdad que el coeficiente de mi amiguito está muy por encima del mío, pero puedo prometerte que me esforzaré en ser el mejor compañero posible para ti, soy aguerrido de nacimiento.

«Querrás decir engreído», pensó Christine. No lo dijo.

—¿Qué pasó con Jorge? ¿Por qué cambió esta clase por la de la tarde?

—Cosas de chicos, no lo comprenderías —respondió Morris sin evadir su mirada.

Ella lo analizó rápidamente, no se demoró tanto en dar una respuesta.

—Le gusta una chica de esa clase, ¿verdad? —La cara de Álex lo dijo todo—. Los hombres son tan predecibles —añadió complacida, irguió su postura.

—Parece que sabes mucho de chicos. —Su mirada burlona la sonrojó.

Existían dos posibles respuestas que Christine podía dar: opción uno. «En realidad tengo años soltera, prefiero estar así, mis novios anteriores parecen más una broma de mal gusto». Opción dos. «Sí, sé mucho de chicos, miro muchas películas de romance».

Cualquiera de las dos respuestas la sintió como a una mala elección. Prefirió no responder.

—¿Y quién es la chica que le gusta a Jorge? —Quería saber la novedad en su estado completo.

—Nancy Lee, ¿la conoces?

Asintió. La conocía de vista, Christine siempre admiró su belleza nata y su habilidad para lucir esplendida de pies a cabeza todos los días. Quizá la consideraba la niña más bonita de Pallbroke, por encima de Emilia Úrdales o Julieta Guerra. Jorge sería muy afortunado de ganar su corazón.

—¿Crees que él tiene oportunidad? —Álex también estaba curioso.

No se podía decretar la derrota de Silva con total seguridad, no era tan guapo, tampoco era feo, no tenía el estatus, pero sí la inteligencia, y mucha personalidad. Además, Jorge siempre estaba dispuesto a ayudar a cualquiera, su espíritu servicial debía sumarle muchos puntos; cuando Christine lo analizó mejor, cayó en la conclusión de que la persona más afortunada en esa relación sería Lee. Eso tampoco lo dijo.

—Tengo esperanzas en él —se limitó a responder.

—Pienso igual. —Los ojos de Álex se iluminaron de gusto—. Yo también tuve un motivo para cambiarme a esta clase, claro, además del evidente —Álex parecía entusiasmado por seguir hablando—, la escuela en la tarde no debería existir, a nadie en su sano juicio debería gustarle.

Ella no sabía si preguntarle por el segundo motivo, ni siquiera sabía si realmente eran amigos, que Álex le gustara complicaba la situación, ¿cómo debía actuar correctamente ante él? Optó por mejor no hurgonear en el tema de conversación. Fijó su atención en la lectura del día, debían realizar un reporte de la guerra de los pasteles. Simmons se concentró en analizar todas las indicaciones del trabajo que estaban marcadas en el libro de texto, las palabras inesperadas de Álex terminaron por robar su ya escasa cordura.

—Solo para aclarar, debes saber que no hay nada entre Sarah Bing y yo, en realidad, eres tú quien me gusta —no se intimidó ni un poco—, pero ya sabes lo evidente, mi hermanito también parece sentir lo mismo que yo; no pienso lastimarlo.

El corazón de ella aceleró inusualmente, seguro que estaba ruborizada. Con todo y eso se aferró a mantener la compostura hasta el final.

—¿Qué te hace creer que estoy interesada en ti?

—¿Estás de broma? —otra sonrisa burlona—, te he visto espiarme.

Definitivamente, no solo estaba ruborizada, sus ojos también lagrimeaban.

—Exacto. —Le guiñó el ojo derecho.

Ella no supo qué otra cosa decir, estaba bloqueada. Cuando él se dio cuenta volvió a comportarse como un caballero.

—Hablaremos de eso después, por ahora enfoquémonos en el trabajo de clase, te prometí que sería un buen compañero y lo voy a cumplir.

Christine perdió a Álex de vista luego de que la clase terminó para brindarle espacio a un receso, él se alejó a quién sabe dónde sin decir nada. A la señorita Simmons ya nadie la miraba igual a un bicho raro por almorzar sola en la cafetería, a veces encontraba una mesa completa para ella, otras debía someterse a disfrutar su comida sentada en una mesa con otros chicos, nadie en la escuela tenía problema en darle un espacio junto a ellos, no causaban molestias y, a veces, era un poco cordial.

Aquel lunes era diferente, Christine esperaba a Alicia Richards, se hicieron casi amigas seis meses antes en una clase de idiomas que tenían en común, almorzaban juntas únicamente cuando Richards tenía problemas con sus amigas populares, una noche antes le enviaba un texto a Christine contándole lo mal que se sentía, casi suplicándome que no la dejara sola.

Ella nunca se negó a apoyarla, solo se mentalizaba sobre lo que llegaría después, no era algo muy fácil, pasaría junto a Alicia los treinta minutos más aburridos de su día. Una parte de ella estaría escuchándola mientras la otra estaría repasando los apuntes de la siguiente clase.

Escuchó a Alicia, la vio moquear un millón de veces, habló y habló, todo giró en torno a ella, tantos problemas superficiales. Christine se enteró de que Alicia fue excluida porque llamó «gordita» a Penélope Rúa, la abeja reina de su grupo de amistades.

—Estaba bromeando —repitió una y otra vez.

—Te creo. Te creo. —Es todo lo que le nacía para decirle.

Cuando el receso estaba por terminar, Penélope y su escuadrón se acercaron a ellas, ni siquiera miraron a Christine. Toda su atención era para Richards.

—Te daremos una oportunidad para volver, síguenos si te interesa. —Se dieron media vuelta al unísono, caminaron remarcando mucha autoconfianza.

Alicia las observó idiotizada, enseguida se alejó, las siguió como un perro faldero.

Ni siquiera dijo adiós. Christine se relajó. No se sintió tan mal por su desplante, sino por Alicia, pero odiaba admitir que prefería verla humillándose así, tampoco la quería convertir en su carga de todos los días.

Le dio el sorbo final a su malteada de plátano, dejó su hot dog a medias, no tenía tanta hambre, estaba regresando las sobras de vuelta a un pedazo de aluminio cuando Milo se acercó a ella, estaba sonriente, a punto de decir algo.

—Deja de molestarme. —Fue directa, por no decir grosera, hasta arrugó la frente.

Se apartó veloz, dejándolo parado y confundido. Christine no se enorgullecería al recordarlo, no comprendía de dónde había salido eso. Alejándose le dedicó una mirada como por instinto a su lado derecho, allí estaba Álex junto a su grupito de amigos en la mesa del final, lo había visto todo, fue testigo del desplante, todos en la cafetería lo notaron, se quedaron en silencio.

Christine estuvo encerrada toda esa tarde en su habitación, en su cabeza existían solo garabatos, ninguna idea tenía demasiada claridad, estaba confundida y malhumorada, odiaba a Milo por quererla, y a Álex por decirle que también la quería sin la mínima intención de luchar por ella, odiaba que el amor por su hermano le detuviera, odiaba entenderlo, también se odiaba a mí misma, nunca se comportó tan vil como en el desayuno de esa mañana. No tenía idea de cómo lo enmendaría.

Tomó una ducha, faltando quince minutos para la diez de la noche, luego secó su cabello y colocó su pijama, pintaba las uñas de sus pies de un esmalte rosa, ni siquiera fue consciente de que cada día más estaba enterrando a esa niña roquera, esa que tenía más desdén sobre su aspecto. Eran casi las diez y media de la noche, estaba reproduciendo algunas canciones de Taylor Swift en su celular cuando su madre tocó la puerta.

—¡No cenaré, mamá, no tengo hambre! —Su tono de voz se percibió como áspero.

Seguía enojada con ella desde la noche en que su mentira la sometió a una cita con Milo.

—Álex Morris ha venido a buscarte —contestó Lidia—, será mejor que salgas, parece ser algo importante, y, sí, esta vez sí es Álex de quien estoy hablando.

El carrito iba en descenso sobre la montaña rusa que era su estómago. Caminó insegura hasta la puerta, no tenía duda de que el chico la confrontaría por su actitud para con su hermano menor. Volvió a respirar cuando miró que él le sonreía.

—¿Por qué no aceptas a Milo? —preguntó Álex tan pronto ella salió de casa—, tiene todo para hacerte feliz, es el niño más dulce del mundo, cualquiera sería afortunada de tenerle —carraspeó—. No me malinterpretes, tú no eres cualquiera, eso lo tengo muy claro, solo intento comprender… —Salía humo de su boca. Era una noche fría.

Christine se cruzó de brazos mientras pensaba en una respuesta, no le dio muchas vueltas.

—No tengo idea, Álex, solo sé que él no es para mí, y no puedes venir a hacerme sentir mal por eso, ¿dónde dejas mi libre albedrío?

Asintió un par de veces con la cabeza agachada.

—Tienes razón, Christine, no estoy siendo razonable, ni siquiera yo me reconozco, te juro que no soy así —rio nervioso—. Milo representa todo para mí, él no solo es mi hermano, también es mi mejor amigo, aunque a veces soy algo distante y finjo rudeza, siempre estoy con deseo de abrazarlo.

Tomaron asiento en la pequeña banqueta que se encontraba afuera de la casa.

—¿Hay alguna razón en especial? —volvió a asentir. Suspiró.

—Milo nunca pudo ser como el resto de los niños, no tuvo opción… ¿por dónde comienzo? Todo parecía ir bien con él hasta que en un par de noches comenzó a quedarse sin aire, mis padres se asustaron y pidieron cita con el médico en la tercera ocasión… era asma. No es la peor de las enfermedades, al menos por lo que he visto en las películas, podría apostar a que el cáncer es la enfermedad más abrumadora. —Christine coincidía—. Sin embargo, no puedo minimizar el dolor de Milo, solo imagínalo, era un niño que amaba jugar a la pelota con sus amigos… inesperadamente tuvo que resignarse a solo mirarlos desde un rincón, años y años de eso mientras estuvo en tratamiento… —Álex hizo una pausa, no le regalaría una versión de su voz entrecortada—. Cuando llegaban los jueves de activación física en la escuela, nosotros debíamos prepararnos en casa para lidiar con un Milo que lloraría sin parar hasta que la noche apareciera. —El corazón de Christine se hizo añicos.

»Finalmente, cuando el medicamento hizo su efecto y Milo podía volver a su vida de antes, comenzó a ser extremadamente molestado en la escuela, nuestros padres nos cambiaban de instituto una y otra vez sin éxito, los niños no tenían piedad con él, no conocían su historial, no tenían compasión… disfrutaban burlarse de su lentitud, de su manera de correr y de sus kilos de más; quisiera decir que eso no le detuvo, pero no tengo un final feliz para ti, fue demasiado para alguien tan noble como él, todo eso terminó por aislarlo. Le costó mucho hacer amigos, luego dejó de intentarlo, sentía que siempre habría burlas de por medio. Su miedo extremo no se fue… mis padres creían que era algo normal y que pasaría con el tiempo, pero no fue así, hasta hace poco se dieron cuenta de la realidad de mi hermano y decidieron pagarle terapia.

—¿Está mejorando?

—Lo hace. —Miró al cielo, sus enormes pestañas se mecieron de un lado a otro—. Lentamente, pero mejora.

Christine también enfocó su vista hacia el escenario lleno de estrellas.

—Debes dejar de cargarte tanto, no siempre estarás para él —susurró ella.

La nariz roja y los labios de Álex, cortados por el frío, atraparon su atención, le parecía atractivo de cualquier forma.

—Tienes razón, es solo que no puedo evitarlo. —Sus miradas se unieron—. Qué bueno que tú eres una hermana más relajada.

—En realidad, no tuve opción, siempre fui un bicho raro para ellos.

—Eso es imposible —resaltó de inmediato.

—¿Por qué lo dices?

—Es que eres demasiado bonita para ser un bicho raro.

Los Bee Gees salvaron el momento incómodo, Lidia colocó More than a woman a todo volumen en casa. La música era su escaparate en las noches cuando su día no había ido tan bien. Álex comenzó a mover todo el cuerpo, dijo que amaba esa canción, se puso de pie y comenzó a bailar, Christine estaba riendo, no supo qué otra cosa hacer hasta que no tuvo opción, Álex le pidió que se levantara, la tomó de ambos brazos y se fusionaron con el ritmo. Reían. Christine a ratos evadía su mirada.

Fue la primera vez que sus bocas quedaron tan cerca, ella estaba casi segura de que pasaría, los labios carnosos de ella, estaban muy cerca de los labios finos de él. Álex rompió el hechizo.

—Debo volver a casa, es tarde.

—Claro.

Álex la analizó con calma, como intentando captar todo detalle. Christine lo notó, estaba perdiendo fuerza su teoría de que los hombres eran predecibles, Álex era ya la excepción.

—¿Podrías prestarme tu telescopio? —Su pregunta la sacó abruptamente de su burbuja de fantasía—. Me gusta ver las estrellas y tú no le estás dando buen uso. —Álex amaba abochornarla.

Christine hizo un intento final por defender su reputación cuando regresó con el telescopio entre manos.

—Solo para aclarar, no estaba espiándote, no buscaba nada en especial.

—Fingiré que te creo. —Volvió a relucir su adorable sonrisa, comenzó a apartarse de ella.

—Álex —le detuvo inesperadamente, no pudo evitarlo. Él se volvió rápidamente para escucharla—. ¿Podrías darle mis disculpas a Milo? —rascó su nuca—, agradezco que no dijeras nada de eso, pero ambos sabemos que estuve muy mal en la cafetería… no debí hacerlo, no tengo problema en reconocerlo, pero no sé cómo acercarme a él para…

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