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Sobre performación de sujetos, teoría social y sujetos liminales

El enfoque performativo permite analizar la figuración de sujetos a través de la iteración de prácticas socio-materiales inscritas en relaciones de poder. Como insistiera Butler, en El género en disputa (1990), el poder performativo de estos actos distribuidos y reiterativos no depende de la preexistencia de alguna interioridad ni de algún acto interior. El caso que me ha ocupado en las páginas precedentes remite a un sujeto que no puede reclamar la identidad performativamente, constituida para evitar con ello su disolución social, ética y política.

La perspectiva performativa y el enfoque de la genealogía de dispositivos habilitan el examen de las prácticas heterogéneas que operan sobre este sujeto de la violencia política; las configuraciones de poder que lo hacen posible, los recursos materiales y técnicos en que se apoya, y las transformaciones y desplazamientos en la cadena de marcas referenciales que lo han sostenido local y globalmente a través de las décadas. La productividad de estas prácticas performativas es trazada mediante el ejercicio genealógico que permite transitar el análisis entre lo reticular y lo diacrónico, y entre la persona concreta y la categoría que la figura. Como hemos indicado, los dispositivos establecen los regímenes de veridicción que operan sobre el sujeto y que son verificables en los artefactos a través del cual actúan: regímenes legales, forenses, comunicacionales, afectivos, de reparación. La genealogía de dispositivos permite, asimismo, trabajar la historicidad del sujeto, mediante un ejercicio que se desplaza en el tiempo sin perseguir la linealidad ni la progresión. A diferencia de ejercicios historiográficos, este enfoque plantea que las relaciones entre dispositivos no son necesariamente de continuidad, sino de iteración y diferencia: sea una adición o una disputa, una irritación, una exclusión o una disyunción.

Desde la perspectiva performativa y la genealogía de dispositivos, el sujeto existe como efecto de su configuración e inscripción iterativa, ante ciertas audiencias, en el contexto de una disputa y en paralelo a la emergencia de otras entidades que le otorgan valor ontológico. En el caso que examinamos, junto al detenido desaparecido, emerge la figura del familiar, la de los testigos, la de los defensores de los derechos humanos y la de varios expertos –jurídicos, forenses, médicos, psiquiátricos–. También aparece la figura del perpetrador, oscurecida por el régimen “desaparecedor” por décadas, e identificada y sancionada por la justicia en más de cien casos a la fecha, entre ellos, el de Muriel Dockendorff Navarrete, que condena con presidio efectivo por el crimen de secuestro calificado a seis integrantes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA): Manuel Contreras Sepúlveda, Miguel Krassnoff Martchenko, Marcelo Moren Brito, Basclay Zapata Reyes, Gerardo Godoy García y Orlando Manzo Durán.

Hemos demostrado que esta genealogía es trazable de la mano de una serie de artefactos sociotécnicos como la ficha antropomórfica, los recursos de amparo, las declaraciones juradas de testigos, las querellas por presunta desgracia, los informes de las comisiones de verdad y las convenciones internacionales como, en este caso, la Convención Interamericana contra la Desaparición Forzada de Personas, decretada por la Organización de Estados Americanos en 1994, a veinte años del secuestro de Muriel Dockendorff.

En el caso de las personas victimadas o represaliadas por causas políticas como el que aquí nos convoca, esta aproximación desplaza al sujeto de la violencia de su confinamiento al paradigma de la víctima, centrado en la prueba del trauma o crimen y, de hecho, permite analizar las condiciones que hacen posible la producción de estos sujetos en tanto víctimas. Como desarrollamos en el artículo referido, en el caso chileno esto sucede a casi veinte años de los primeros secuestros y desapariciones y del inicio de esta lucha performativa, mediante el dispositivo de calificación y reparación estatal y su tecnología central: el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación o Informe Rettig de 1991 que, tras diecisiete años, instala como verdad oficial la “convicción que la desaparición de Muriel Dockendorff Navarrete fue obra de agentes del Estado, quienes violaron así sus derechos humanos” (Informe Rettig Tomo II 1991, 782).

Según señalamos en otras publicaciones (Bernasconi 2019), estas genealogías tienen la potencialidad de conectar el estudio del sujeto con el desarrollo de otros campos; en este caso, el campo de la historia reciente, los derechos humanos y la memoria sobre el pasado contencioso. Estas genealogías pueden pensarse, en primer lugar, en relación con la emergencia y transformaciones de lo que denominamos el “repertorio de lo decible” con respecto a este tipo de atrocidades, por ejemplo, de acuerdo a su modalidad de inscripción en los dispositivos bajo análisis. En segundo lugar, pueden pensarse en relación al rol de las distintas epistemias involucradas en la gestión de estos crímenes: epistemias legales, asistenciales, forenses, médicas, comunicacionales, artísticas, etcétera. Y, en tercer lugar, pueden contribuir a analizar la forma en que los dispositivos que performan al sujeto de la violencia política han contribuido también a modelar el propio género de los derechos humanos.

Dentro del campo de estudio de los sujetos y las subjetividades, este enfoque puede ser utilizado para abordar otros sujetos liminales o que pasan por estado de liminalidad, cuyas existencias son disputadas no ya entre la vida y la muerte sino en otros campos de la vida social: el sostenimientos social de sujetos en proceso de cambio de identidad sexual a través de las controversias sobre su identidad y estatuto ontológico, el sujeto indocumentado o el inimputable según las disputas que tensionan su existencia respecto a derechos y normas, trabajo e identidad nacional, representan otras existencias contemporáneas en estado de indeterminación ontológica.

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Antropozoogénesis en las ciudades de Chile o lo que puede un perro o la domesticación cosmopolita

Arthur Arruda Leal Ferreira

En muchos de los grandes centros urbanos de países como Brasil, los perros callejeros se han transformado cada vez más en una especie en extinción, y solamente pueden habitar el espacio urbano bajo la propiedad de algún dueño o responsable. Aquellos que se encuentren fuera de este registro son confiscados por el Estado, como si la existencia de los perros solo fuera posible como propiedad de un humano y vinculada a una tenencia responsable. Sin embargo, por todo Chile (y en algunas pocas ciudades argentinas y brasileñas), se presenta una singularidad que ya ha sido descrita por viajeros como David Byrne (2018): la existencia de los perros en las ciudades no está solo referida a propietarios particulares, sino también es perceptible como parte del escenario urbano. Por la presencia más uniforme de estos personajes en territorio chileno, tomaré un nombre local que designa al mismo tiempo su carácter mestizo y callejero: los kiltros. Entonces, ¿cuál es su estatuto como especie (doméstica, salvaje o plaga urbana)? ¿Cuál es su situación respecto a este espacio supuestamente propio de la ecología humana, vale decir, las ciudades? ¿Qué formas singulares presentan estos animales frente a los demás cánidos (salvajes y domésticos)? Por fin, ¿qué modos de individualización y subjetivación se producen entre perros y humanos en el territorio público de las ciudades? El objetivo de este trabajo es discutir algunos aspectos epistémicos, estratégicos y ontológicos a partir de una investigación en curso sobre la asociación entre los perros, los humanos y las ciudades en instancias específicas como manifestaciones, plazas, buses y salas de clase y, a partir de estas descripciones, reflexionar sobre la forma de composición recíproca que está siendo producida por prácticas de domesticación diversas y singulares.

Comenzaré discutiendo la perspectiva de investigación científica que organiza mis indagaciones. Luego, presentaré aspectos específicos de lo que propongo denominar “estrategia kiltra”, una línea de indagación que desarrollo desde el cruce de la etnografía y los etogramas. A continuación, debato los modos de subjetivación y domesticación implicados en los procesos estudiados, así como la propia frontera hombre-animal. Para concluir discuto algunos hallazgos de la investigación propuesta.

La arriesgada actividad científica

Quisiera comenzar especificando algunas marcas de decisiones epistemológicas de mi investigación en desarrollo. Y lo primero que es posible decir es que esta investigación no contó con un planeamiento previo; no fue propuesta a ninguna instancia de financiamiento, bajo el esquema Fondecyt o similares, y tampoco contó con un plan de trabajo predefinido. De forma más clara, esta investigación ha sido instigada o demandada por este encuentro singular con los perros callejeros, bajo una perspectiva extranjera, y sin ningún programa inicial. Y así sigue en su apertura por medio de inscripciones generadas por diversos encuentros (reales o virtuales) que me ocurren o llegan a mí. Para esta investigación no hay horas previamente planificadas ni plan de ejecución; ella sigue su curso por medio de formas de curiosidad que surgen en los encuentros casuales y los materiales compartidos por compañeros y compañeras motivados por la misma curiosidad. En este aspecto, podemos decir que se trata de una investigación vaga(bunda), al modo flâneur (Baudelaire 1995, Benjamin 1997). Desde ahí una primera cuestión: ¿en qué grado nuestras investigaciones son ejecuciones de planes con diseños metodológicos previamente establecidos y en qué medida incorporan aperturas que pueden conducirnos a configuraciones inesperadas?

Para discutir este aspecto, me gustaría introducir los conceptos de conocimiento científico, recalcitrancia y riesgo, propuestos por autores como Isabelle Stengers, Vinciane Despret y Bruno Latour (ver Latour 2004). El conjunto de conceptos de estos autores de la Epistemología Política (EP) y de la Teoría del Actor-Red (TAR), apunta a los juegos micropolíticos entre investigadores e investigados, valorizando el protagonismo y la capacidad de los últimos de proponer cuestiones y modos de conocimiento. Para los autores de estas perspectivas, el conocimiento siempre sucede como conjunto articulado y de co-afectación entre entidades diversas, tanto las consideradas humanas como las no humanas (comunidades de investigadores, máquinas en laboratorios, técnicas de inscripción, representaciones públicas), en la producción inesperada y arriesgada de efectos de objetivación y de subjetivación. No hay ningún entendimiento del conocimiento como un salto representacional que se haría entre una sentencia o una hipótesis planteada por un investigador y un estado de cosas previamente determinado (Latour 2004).

Considerado como producto de una articulación, el conocimiento científico no se clasificaría entre buenas o malas representaciones de un estado previo de cosas, sino más bien entre modos redundantes, por un lado, o interesantes (y arriesgados), por otro, en la coproducción de entidades. En el primer caso, tendríamos una situación en la que la articulación se extorsiona o se condiciona a la respuesta oportuna o esperada sin ofrecer riesgos, conduciendo la conducta de los entes investigados a un lugar de “docilidad” u obediencia (como un cuestionario demasiado cerrado, un experimento que demande una respuesta extremadamente puntual). En el segundo caso, habría una articulación en la cual los modos de composición irían más allá de una simple respuesta, abriéndose al riesgo de invalidar las preguntas y las proposiciones del investigador mismo, y la consecuente producción de nuevas entidades y proposiciones. En tal caso estaríamos frente a una relación de obstinación o “recalcitrancia” (un laboratorio que explota, una investigación que no se implementa por rechazo de los investigados, actividades marcadas por malentendidos, o incluso una investigación que se plantea por demanda de los investigados).

En este abordaje micropolítico de modos de conocimiento, los autores de la TAR y EP suelen oponer la frecuente recalcitrancia de los no humanos a la docilidad u obediencia a la autoridad científica de los seres humanos. Así de contundente lo expone Latour (2004, 217):

Al contrario de los no-humanos cuando son colocados en presencia de una autoridad científica, los humanos tienen una gran tendencia a abandonar cualquier recalcitrancia y a comportarse como objetos obedientes, ofreciendo a los investigadores solo declaraciones redundantes, confortando a estos investigadores con la creencia de que ellos producen datos “científicos” sólidos y que, asimismo, imitan la gran solidez de las ciencias naturales.

Para Latour (1997, 301), las ciencias humanas solo se tornarían realmente científicas si imitasen no la presunta objetividad de las ciencias naturales, sino la posibilidad de recalcitrancia. Además de la recalcitrancia, hay otras formas de protagonismo de los no humanos en investigaciones. Un caso muy interesante es ejemplificado por Despret (2002, 148-152) en la investigación de campo de la primatóloga Jane Goodall. Como relata Despret, aunque los contactos iniciales hayan sido difíciles, la iniciativa del primer contacto fue realizada por un chimpancé llamado David Graybeard. En el caso de los kiltros urbanos chilenos, contrariamente a los chimpancés de Tanzania, no solo hay una presencia proliferante en la ciudad (ya registrada por Byrne 2018), sino que una conducta muy activa, interesada y variada de ellos en la búsqueda de contacto con los humanos, en juegos de acción muy diversos. Yo seguramente atribuiría el punto de partida, e incluso significativa autoría, de esta investigación a los perros, como propone Clifford (2014) en su definición de la experiencia etnográfica.

Estrategias kiltras

A partir de lo planteado respecto de los modos de conocimiento científico como plurales y arriesgados, resulta crucial encarnar esta discusión en el examen de las formas estratégicas operadas por esta investigación. En este caso evitaré, en la medida de lo posible, los términos método o metodología, pues supongo que lo que hacemos en investigación no puede ser resumido en una receta, sino que resulta más bien un conjunto variado de estrategias singulares en el diálogo con el campo y reflexiones políticas y ontológicas sobre las prácticas de producción de conocimiento. Entonces, ¿qué descripción de las prácticas científicas o praxiografía (Mol 2002) es posible destacar de este trabajo en su ejecución inicial? Es posible decir que, en honor al campo y a los kiltros callejeros, intentamos producir una estrategia metodológica kiltra. No solo en el sentido del contra-método propuesto por Feyerabend (1989), o por el aspecto flâneur y no planeado de la investigación, sino porque las estrategias de investigación presentes acá son impuras, producidas en el cruce de abordajes específicos de áreas como la etnología y la etología (e incluso otras inspiraciones como la psicología social). Este abordaje fronterizo pone en cuestión las delimitaciones establecidas entre los saberes: la etnología, centrada en la diversidad de las culturas humanas, y la etología, centrada en la investigación de los patrones innatos de las especies. Pero acá, más que discutir fronteras (Haraway 1995) o la constitución moderna que pone en dominios distintos a entidades humanas y no-humanas (Latour 1994), busco cuestiones y prácticas paralelas en la etnografía (en la observación de grupos humanos) y la producción de etogramas (en la observación natural de los animales en el trabajo de campo). Los dos abordajes trabajan cuestiones de observación e interacción en el campo, con el posible auxilio de un cuaderno o registro de campo. En tanto que trabajos de campo, surgen desde ahí las cuestiones tangenciales que se referencian al límite de la objetividad y la distancia, por una parte, y a la interacción y la identificación con los investigados, por otra. Así en etología, por ejemplo, Despret (2008, 256) especifica la distinción hecha por Lorenz entre dos tipos de etólogos de campo: “el cazador (como Tinbergen) y el ganadero, como lo era él. El cazador sigue a los animales en su propio campo y les observa. El ganadero se queda con ellos e intenta proporcionarles unas condiciones tan naturales como sea posible”. Así Lorenz estudiaba gansos y grajillas en su propia creación por interacción, conduciendo a la identificación del investigado con el investigador, como si fuera uno de su propia especie, bajo el fenómeno del imprinting.

De igual modo, la etnografía está establecida en este límite de posiciones: según Goldman (2003), es constitutiva de la posición del etnógrafo la búsqueda de una posición rara en su trabajo de campo, que no se identifica ni con los nativos ni con un observador distante. Esta delicada posición intermedia es también destacada por Caiafa (2007), que subraya la ubicación de la escritura etnográfica entre la empatía y la identificación con la experiencia de los investigados, y la objetividad distanciada de un observador no implicado. Esta posición intermedia (en el fino filo de la navaja) también está presente en mi situación de brasileño viajero frecuente a Chile y Argentina: acá hay siempre una posición fronteriza en que se permanece extranjero; por más larga que sea la permanencia en el país, existe un intenso proceso de extrañamiento constante en el tránsito entre mundos (el acento en la lengua es una señal de este pasaje jamás perdido). Tránsito entre mundos que igualmente toca la relación de proximidad y extrañamiento con especies compañeras y ciudadanas, como los perros que viven en las ciudades. Es como si habitar una cultura o una especie fuera siempre un tema de negociación con imprintings, o con marcas identificadoras anteriores. Jamás sería posible una distancia absoluta, así como jamás sería posible una identificación plena.

De modo más específico, ¿cómo estas cuestiones de proximidad y distancia operarían en este campo híbrido? Despret (2017) nos ofrece indicaciones interesantes en el capítulo “C de Cuerpo”, donde hace referencia a la imposibilidad de neutralidad relatada por Barbara Smuts en su investigación con babuinos. En este texto, Despret relata los dilemas de esta investigadora: cuanto más deseaba mantenerse distante, más se planteaba a sí misma como objeto de interés, sin posibilidad alguna de no interactuar. Curiosamente, solo cuando Smuts, ante una urgencia, tuvo que orinar delante de los babuinos fue cuando su relación de supuesto objeto lejano cambió, produciendo sorpresa inicial entre los babuinos y, en consecuencia, formas más naturales de relación. Pero, respecto a los kiltros, ¿qué abordajes específicos están siendo posibles de realizar? Con los perros urbanos, la posición exclusiva de cazador distante, común a las observaciones de campo tradicionales de la etología, es imposible, ya sea esto por su casi omnipresencia en las ciudades, o bien por su búsqueda constante de contacto con humanos. Una eto-etnografía situada, implicada e interactiva suena como la alternativa más pertinente. Distinto de la etología clásica, en búsqueda de patrones universales de una especie, acá busco sobre todo la singularidad del encuentro entre especies en el territorio de la ciudad. Así, la posición ganadera sería la más indicada: caminar con los perros por las calles, plazas y espacios comunes o encontrarlos persiguiendo autos (el surf o rodeo de perros a los objetos-muebles).

Pero en un abordaje kiltro habría también espacio para estrategias más cazadoras, como el uso de fotografías, grabaciones, registros de programas de radio (como en las controversias de la Ley Cholito) (Ley número 21.020, 2017), conversaciones con otros observadores y búsqueda de sitios de internet o Facebook. Todos estos métodos tradicionales, en su variación de mayor o menor interacción directa (incluso el método experimental), pueden ser mezclados al mejor modo kiltro de acuerdo con las singularidades del investigado, en los territorios en que estos se presentan: las ciudades chilenas (y también algunas argentinas y brasileñas). La única exigencia en este ensamblaje de métodos es no cerrar la posibilidad de recalcitrancia y riesgo, positivando los malentendidos que aparezcan de forma respetuosa, por medio de la confianza. En estos tránsitos fronterizos, lo más importante de evitar es el planteo de un modelo o método por medio de estrategias estandarizadas (como mucho, propondría kiltramente la utilización de abordajes de campo lo más mezclados y variados). De la misma forma, evitaría hacer cualquier compromiso estrecho con la metafísica euroamericana (Law 2004) o la constitución occidental moderna (Latour 1994). Este será el tema del siguiente apartado, donde discutiré cuestiones ontológicas de investigación.

Subjetividades en contraposición

Me gustaría desplazarme aquí sutilmente de la Teoría del Actor-Red y de la Epistemología Política, así como de la eto-etnografía en sus aspectos estratégicos, hacia discusiones de carácter más ontológico. Así, ¿cómo es posible pensar en subjetividad o producción de subjetividad (e incluso un abordaje eto-etnográfico-kiltro) abordando la relación entre perros y humanos en un espacio urbano? Para contestar esta cuestión, me gustaría plantear tres aspectos orientadores que desarrollo a continuación.

Fronteras borradas

Siguiendo con las discusiones paralelas entre etnología y etología, pero incluyendo además los aportes estratégicos ya mencionados, me interesa abordar las fronteras ontológicas entre dominios humanos y no-humanos. La etología, desde los años 1950, especialmente con Lorenz (1971), proponía una etología humana; no solo un abordaje de la conducta humana por medio de sus patrones innatos (ver Eibl-Eibesfeldt 1979), sino una discusión del límite entre ambos dominios. Lorenz (1971) no reconoce ningún salto evolutivo especial entre hombres y animales, sino más bien una asociación singular de características que son compartidas entre especies: la especialización en la no-especialización, la curiosidad y la neotenia (o capacidad de mantener características corporales o conductuales de los jóvenes, como el juego). Sin embargo, Lorenz atribuye estas características al proceso de domesticación, entendido como un peligroso y arriesgado proceso de pérdida de información innata.

Por otro lado, las prácticas etnográficas problematizadoras, desde corrientes como la Teoría del Actor-Red, pero también pensando en autoras como Donna Haraway, ya no se definen como exclusivamente humanas. Esto no es particularmente novedoso: desde la década de los ochenta, la Teoría del Actor-Red (con Latour y Callon) plantea descripciones de lo social en que este no es entendido como compuesto por entidades que serían exclusivamente sociales o humanas. Lo social sería entendido como una red o un ensamblaje entre entidades humanas y no humanas, donde las últimas también son actores, o sea, producen diferencias en nuestros colectivos y nos hacen hacer cosas (Latour 2005). Esta es una posición no exclusiva de la TAR o de la sociología de las asociaciones: podemos ver en trabajos como los de Ingold (2000) la propuesta de los entanglements, las propiedades emergentes de los humanos y no humanos en interacción y los constantes cambios recíprocos. El trabajo de Donna Haraway (2008) es otro ejemplo de esto. Podemos destacar, al respecto, su manifiesto sobre las especies compañeras, su énfasis en las configuraciones históricas y socialmente localizadas, donde se producen nuestros modos de conocimiento (énfasis que comparte con el trabajo de Tim Ingold y la TAR), y las implicancias políticas de ello que, para esta autora, refieren a una atención responsable y a una forma respetuosa de ponerse “en encuentro” (conectando en un juego etimológico las palabras response y responsive).

En este aspecto, es importante destacar que los modos de conexión con los animales y no humanos, tal y como aquí establecemos, no son de carácter meramente simbólico. Como lo plantea Knight (2005, 1): “Animales como sujetos y no objetos… animales como parte de la sociedad humana y no solamente símbolos de esta, e… interacciones y relaciones, al revés de simplemente representaciones humanas de animales”. Estos estudios, tanto los filosóficos como los etnográficos que ponen en cuestión la frontera entre hombre y animal, ya sea de forma conceptual o de forma descriptiva de nuestras propias formas de vida colectiva, también encuentran espacio entre autores latinoamericanos. Así, Bevilaqua y Velden (2016) nos presentan una serie de ensayos etnográficos escritos por autores brasileños que sugieren:

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