Читать книгу: «Demonios privados», страница 3

Шрифт:

III

A mi manera

Sidi Farid pidió a Rania que cerrara la puerta después de que ambos entraran a su despacho. Ella lo hizo y lo siguió hasta su escritorio, se sentó frente a él, mientras este se acomodaba al otro lado.

―Hija, durante estos años te hemos estado tratando de los nervios y sabes perfectamente que te ha costado mucho superar esa gran crisis nerviosa que te afecta, ahora estoy preocupado porque, como es lógico, no podrás continuar con tu tratamiento, necesito que trates de relajarte y controlarte, todo lo que hagas le afectará al bebé.

Rania entrelazó sus manos, tenía un semblante tranquilo, parecía que durante años había estado esperando el mágico momento de quedar embarazada.

―Sí, papi ―contestó―, ahora que suspendió mi tratamiento, el doctor me advirtió que tengo que estar más relajada. Y pues solo espero poder aguantar estos largos nueve meses que están por venir.

―Alá lo permitirá, mi amor, te lo aseguro. Alá no abandona a sus fieles.

―Gracias por amarme tanto, papá, sé que eso de “fieles” lo dices por el gran amor que me tienes.

―Alá ama más que yo, mil veces más que yo. Es fiel y es infinitamente perfecto, él te dará las fuerzas para continuar sin medicamentos, mi amor. Ahora regresa con tu marido ―sugirió guiñándole el ojo.

―Alá, perdóname por lo que estoy haciendo. Perdóname, oh Dios, rico en misericordia ―exclamó en voz alta el viejo árabe al verse solo en su despacho, su suplica estaba llena de aflicción, pero también tenía la esperanza de que Dios escuchara sus oraciones.

Al no poder evadir la cachetada, se abalanzó sobre doña Magali y la besó en la boca apasionadamente, esta se resistió al inicio, pero al no poderse zafar de los labios de su yerno, se dejó caer en las garras de la pasión que tiempo atrás ya los había consumido. Noches que juntos habían pasado fuera de la mansión cuando Aldo aún era novio de Rania, pero cuando se toman riesgos tan grandes como este generalmente trae consecuencias. De pronto y sin previo aviso entró en la cocina Marlen y al ver la escena se tapó la boca para no gritar. Pero fue inútil, doña Magali y Aldo la vieron y la sirvienta salió corriendo de la cocina:

―¡Marlen! ¡Marlen! ―gritó la dueña de la mansión Tafur, pero no logró detenerla.

Marlen corrió cruzando por la sala, pero se estrelló contra Rania.

―¡Marlen! ¿Qué te pasa?

―Nada, mi niña, yo, yo…

En ese momento llegó doña Magali seguida de Aldo, los dos no podían ocultar su excitación, una mezcla de pánico y miedo envolvía los rostros de ambos.

La criada se sentía acorralada, ella no era nadie y aunque llevaba años al servicio de los Tafur su cabeza rodaría por la imprudencia de haber entrado en la cocina y darse cuenta que la señora de la casa no era realmente tan respetable como se pregonaba en toda Costa Asunción.

―Doña Magali, voy a ir por la ropa sucia ―anunció en un tono pausado y lleno de miedo.

―¿Pasa algo, mamá?

―No pasa nada, hija, solo que Marlen y yo necesitamos hablar, pero después lo haremos.

―La sirvienta está nerviosa porque ocurrió un accidente en la cocina, ya lo solucioné yo, pero salió corriendo y por eso veníamos a tranquilizarla, por un poco hace explotar la estufa… ―explicó Aldo mientras clavaba su mirada amenazante en la sirvienta.

Doña Magali se retiró del lugar argumentando que iría a la lavandería de la casa para tranquilizar a la joven empleada.

Aldo dio un cálido beso a su esposa y se retiró a la Procesadora, dejando a su esposa, quien, entusiasmada, acariciaba su plano vientre.

Maité dejó a su enamorado justo donde lo había recogido, frente al viejo mercado de Costa Asunción, mientras avanzaba en su auto lo veía a través del retrovisor, sí, estaba enamorada, era un muchacho pobre, sí, pero la hacía sentir completa, no tenía ni la más mínima idea de cómo haría para que su padre lo aceptara después de que descubriera el engaño que ambos habían fraguado haciéndolo pasar por un muchacho rico; ese problema lo solucionarían cuando llegara, por lo pronto ella se sentía infinitamente atraída por aquel muchacho sudoroso y trabajador.

Doña Magali entró a la lavandería, la cual estaba ubicada en la parte trasera de la mansión; era un cuarto relativamente pequeño, allí tenían las máquinas de lavado y secado, generalmente solo las sirvientas entraban a ese lugar, era tanta la ropa que se lavaba en la mansión que el viejo Farid tuvo que comprar 5 lavadoras y 5 secadoras para dar cumplimiento a las demandas de todos los que bajo su techo se cobijaban. ―¿Marlen?… ―curioseó doña Magali dando un paso dentro de la lavandería. Su voz advirtió a la criada que la señora de la casa estaba dispuesta a todo para llegar a un acuerdo con ella.

―Señora… ―contestó, dejando la ropa a un lado y colocándose a un lado de la secadora, tenía pánico de lo que doña Magali le dijera; siempre la dueña de la casa tenía la razón, así tendría que ser siempre.

―Marlen, necesitamos hablar…

―Yo me tengo que ir de aquí señora, no es necesario que me despida.

―No, claro que no te vas a ir, lo que viste puedes callarlo, no necesitamos llegar a los extremos, si tú te callas yo te puedo dejar en tu puesto, por Dios, Marlen, llevas más de 5 años trabajando aquí, sé que es un tiempo relativamente corto, pero eres parte de la familia.

―Por lo mismo, señora, no podría verle la cara a mi niña Rania y ocultarle que usted y don Aldo, se, se entienden…

Doña Magali se arrojó sobre ella y apretándole el cuello dijo en un tono amenazador:

―¡Está bien! ¡Lo vamos a hacer a mi manera! ¡Te vas a quedar aquí y vas a mantener la maldita boca cerrada, si dices lo que viste, te arranco la lengua, y te estoy hablando literalmente Marlen, si le cuentas a alguien lo que viste, yo misma te juro que me encargo de cavar tu tumba y enterrarte como se entierra a un perro! ¡Que conste que te lo advertí!

La señora de la casa soltó el cuello de la muchacha, mientras en su rostro se borraba la rabia que sentía. Luego salió de la lavandería como si nada hubiera sucedido, mientras Marlen asimilaba las palabras amenazadoras de la señora Tafur; no tenía más opción que cerrar la boca o terminaría en una tumba fría… Explotó entonces, se recostó sobre la lavadora y lloró como si hubiera sido una niña de 3 años regañada severamente por su madre.

Cuando Maité entró en su habitación encontró a su hermana sentada en la orilla de la cama.

―¿Rania? ¿Qué haces aquí? ¿Te pasa algo? ―interrogó mientras colocaba su cartera en la mesita de noche que estaba a un lado de la puerta al lado derecho de su cama. Rania estaba de espaldas y no contestó las preguntas que su hermana menor formulaba. Maité se acercó lentamente y se sentó a su lado, allí descubrió que su hermana estaba llorando.

―Rania, por Dios, empiezas a asustarme, ¿qué te pasa?

―Estoy preñada.

Al escuchar esa frase Maité empezó a sonreír y su alma se llenó de ilusión, un sobrinito, trató de entender el llanto de su hermana y rodeó los hombros de Rania con sus brazos.

―Sé que ser madre no es una tarea fácil, pero un hijo siempre es una bendición, no quiero que estés triste por eso.

―Maité, temo por mi bebé, no quiero hacerle daño.

―Por Dios, Rania ¿de qué hablas?

―Para nadie es un secreto que tengo una enfermedad nerviosa, temo que pueda dañar a mi bebé, si tomando medicina me pongo como me pongo, ¿te puedes imaginar si no tomo nada?, por lo mismo el doctor me suspendió el tratamiento.

―Hermanita, relájate, justamente es lo que necesitas, relajarte y no pensar en eso. Ser madre ha de ser algo hermoso, disfruta esta etapa, ¿Aldo ya lo sabe?

―Sí, recién hoy nos enteramos juntos, fuimos a ver al doctor y él nos dio la noticia.

―Bueno, relájate, tómate un tecito y recuéstate un rato, apenas estas empezando una carrera que durará nueve meses, yo le pido a cualquiera de las sirvientas que te suba tu té, quédate aquí en mi cuarto. Yo voy a salir…

Diciendo esto tomó su bolsa de nuevo, mientras lentamente Rania se recostaba en la cama de su hermana.

―Vuelvo al rato, y te felicito hermana ¡qué emoción vas a ser madre!

Aldo estaba nervioso, miraba su computadora y no se podía concentrar, estaba en su oficina en la Procesadora de Mariscos, la que estaba ubicada en el último nivel del edificio.

―Señor, su cuñada lo busca ―dijo su secretaria por el teléfono.

―Hazla pasar ―ordenó el aún presidente de la empresa familiar. En efecto, Maité entró a la oficina, cerrando tras ella la puerta. Dejó su bolsa sobre la silla que estaba frente al escritorio de su cuñado y se acercó lentamente a él, y sin que este pudiera esquivarlo, le dio una cachetada, luego, sin que tuviera chance, le dejó ir otra de vuelta. Éste se puso de pie para contenerla.

―¡Maldito estúpido! ―le gritó enojadísima―, hiciste que yo abortara a tu hijo, ¿vas a hacer lo mismo?, ¿vas a hacer que mi hermana aborte el hijo que le hiciste?

Aldo detuvo a Maité, pues esta estaba dispuesta a seguir golpeándolo, con sus manos aprisionó las de la joven furiosa y trató de calmarla:

―Maité, cálmate, no es el lugar.

―¿No es el lugar?, ¿olvidas cuántas veces me hiciste el amor sobre este maldito escritorio? Entonces sí era el lugar, ¿no?

―Maité, ya supéralo, yo no voy a estar contigo nunca.

―Te maldigo, Aldo, eres el hombre más infeliz que pude conocer en mi vida. No sé cómo no se me soltó la lengua y le conté todo a mi hermana, eras mi novio Aldo, eras mi novio, nos íbamos a casar, claro, al conocer a mi hermana la elegiste mejor a ella ¿y yo?, ¿y yo qué? ¿Dónde quedaba mi amor por ti?

―Te he pedido perdón mil veces, mil veces, en el corazón no se manda.

La chica empezó a llorar de dolor, de rabia, de impotencia, aún seguía sintiendo ese amor apasionado por su cuñado, en el pasado Aldo la había marcado y esa marca ni Gabriel ni nadie la borraría, los primeros amores, siempre los primeros amores son los más destructivos cuando se vuelven imposibles.

―Te enamoraste de la estúpida enferma cretina de mi hermana. A veces pienso que debí matarte, infeliz. Tú no te mereces un hijo, no mereces que nadie te diga papá, maldito asesino, nunca debí aceptar abortar, maldito el día que te conocí.

―¿Puedes retirarte? O ¿quieres que llame a seguridad?

Maité se le soltó y arrojó a su cuñado con todas sus fuerzas para quitarlo de donde estaba, entonces se sentó en la silla que Aldo ocupaba y ahogada en histeria reclamó:

―¿Tú?, ¿tú me vas a echar de la fábrica de mi padre, maldito estúpido?, a ver, eso sí lo quiero ver, llama a tus achichicles y que me saquen y te juro que, si me ponen una mano encima, no solo ellos saldrán despedidos, sino que tú también. Esta empresa es más mía que tuya, imbécil, así que aquí me voy a quedar el tiempo que se me dé la gana.

―Por Dios, Maité, no hagas esto más difícil.

La joven suspiró, intentaba calmarse, inhalo y exhaló fuertemente y su temperamento cambió de histeria a calma en un santiamén, entonces se levantó de la silla y acercándose a él, dijo sensualmente:

―¿Estás seguro que quieres que me vaya? ―Se secó las lágrimas con delicadeza y levantándose la falda, añadió:

―Apuesto a que quisieras revivir viejos tiempos, ¿recuerdas los gemidos de placer que pegaba sobre este escritorio? ¿No quieres que los revivamos?

―Es mejor que te vayas cuñada.

―Uf, que sexi sonó eso de “cuñada”, me puso más ardiente, ¿seguro quieres que me vaya?

Aldo se abalanzó sobre ella y la besó apasionadamente. Se fueron pegados besándose apasionadamente hasta la puerta y Aldo cerró con llave, la llevó a su escritorio tirando todos los papeles los cuales volaron por los aires, la desnudó y como en aquellos viejos tiempos los dos se entregaron a sus bajas pasiones.

Doña Magali entró al cuarto de Maité, llevaba en sus manos una bandeja con una taza de té.

―Matilda me dijo que necesitabas un té, te lo traje personalmente ―dijo cerrando la puerta tras de ella.

―Deja eso allí, mamá, abrázame, necesito un abrazo tuyo.

Doña Magali dejó la bandeja en la mesa de noche que tenía cerca de la cama y se acostó al lado de Rania.

―¿Qué te pasa mi vida? ¿Por qué te pones así?

―No estoy preparada para ser mamá, no sé cómo serlo.

―Nadie nace lista para ser mamá, mi amor, eso se aprende en el camino y ¿sabes qué?, el instinto hace todo el trabajo, ya lo verás, es lo que de menos debes preocuparte.

Marlen entró a la mansión, venía de la lavandería y tenía los ojos como si hubiera llorado sin parar, entró secándoselos, sabía positivamente que estaba en grandes problemas. A lo largo de los años se había dado cuenta que su patrona era una mujer de carácter, no vacilaría en hacerla a un lado si le estorbaba, era evidente que la había dejado en su puesto de trabajo para poderla controlar. Fue Sidi Farid quien la vio y la detuvo. Intentó actuar como si nada sucedía, hubiera querido borrar por completo su semblante de aflicción, pensó que sus ojos estarían irritados por el llanto y en efecto así era, el viejo Farid se habría dado cuenta de inmediato, pero quiso mantener la calma.

―¿Y a ti que te pasa, mujer? ¿Por qué has estado llorando?

―No, Sidi, más bien, sí Sidi, problemas de mujer. ¿Puedo seguir?

―Claro, sigue con tus quehaceres.

“Problemas de mujer, sí, cómo no” ―murmuró acariciando su barba, intrigado. Los años lo habían coronado de experiencia, no solo en los negocios si no en el arte de intentar entender a las mujeres, pero tenía tantas cosas en que pensar, tantos problemas que solucionar que no tardó en desaparecer la intriga que la joven sirvienta había provocado en él.

La noche llegó de nuevo, más oscura que de costumbre, la luna había sido resguardada por espesas nubes y el frío era insoportable; eran las tres de la mañana cuando Rania sintió una mano en su hombro. Era un hombre vestido completamente de negro. Ella intentó gritar, pero no lo logró, no podía hacerlo, miraba a su lado a Aldo, profundamente dormido, pero no podía moverse. El hombre llevaba una gran capa negra con un gorro que cubría su cabeza. De pronto un niño de unos dos añitos salió del baño, estaba semidesnudo, parecía envuelto en pena, su rostro lleno de lodo y su diminuta ropa interior harapienta, de él emanaba un olor horrible, sus pies descalzos y maltratados, provocando en Rania una pena terrible. El infante clavó su mirada en la joven angustiada.

―Mami. ―Su tono triste hizo pensar inmediatamente a Rania que el niño pedía auxilio, era él, era su hijo.

El hombre le quitó la mano del hombro y le permitió a Rania que se acercara al pequeño, los labios de Rania parecían cosidos con un hilo invisible, le fue imposible pronunciar palabra alguna, pero tenía terror de que el hombre de negro le hiciera daño; el hombre sacó de su capa negra un cuchillo grande, y lo acercaba al cuello del niño.

―Mami ―dijo el niño llorando del miedo, mientras Rania no podía moverse; frente al niño nuevamente se encontraba paralizada y en un instante el hombre lo degolló frente a ella… el enorme grito de horror que Rania pegó no solo la despertó a ella de la terrible pesadilla sino también a su esposo.

―Mi amor, por Dios, ¿qué te pasa?

―Una pesadilla ―exclamó fatigada, con su mano secó el sudor frío que tenía en todo el rostro, su corazón palpitaba a prisa y su cuerpo estaba completamente invadido por la adrenalina y la desesperación.

―Por un poco y me da un infarto del susto, estaba completamente dormido ―argumentó su marido encendiendo la luz, iluminando de una sola pieza la habitación.

―Una horrible pesadilla ―explicó la chica intentando calmarse y procurando calmar su agitado corazón.

―Ya, ya pasó, voy a ir a la cocina por un poco de agua para ti ―dijo, poniéndose de pie y cubriéndose con una bata. Rania se volvió a acostar.

Aldo bajó por las escaleras hasta la sala y cruzó a la derecha en dirección a la cocina, al entrar en la estancia se percató que la luz estaba encendida, y vio allí sentada frente a la mesa a doña Magali.

―¿Qué hace a estas horas aquí?

―No puedo dormir, no después de enterarme que vas hacerme abuela.

Aldo caminó lentamente y jaló una silla, se sentó frente a su suegra, no entendía como la vida lo había enredado de tal manera, pero ahora tenía que asumir su papel como esposo de Rania, los días de pasión al lado de la señora Tafur habían quedado en el pasado, más valía que así fuera.

―Magali, si me casé con su hija, usted sabe positivamente por qué lo hice, no puede reprocharme nada, cuando yo la conocí a usted, usted ya estaba casada, y bien casada con don Farid, era obvio que no tenía cómo acercarme a usted, hasta que vi a su hija, sabía que era la forma de hacerlo.

―¿A qué estás jugando, Aldo?

Aldo se puso nervioso, se levantó y fue hasta el refrigerador, tomó una jarra de agua, llenó un vaso para su esposa y agregó:

―¿A qué juego? Por Dios, Magali, sabe positivamente que me encantan las mujeres mayores que yo, usted me gusta, pero es obvio que vivimos bajo el mismo techo y tenemos que controlarnos. Además, son las tres de la mañana, no es ni la hora ni el lugar adecuado para hablar de esto. La espero mañana en mi oficina, llegue a las diez, a esa hora todos van a su refacción, podremos hablar tranquilos ―y diciendo eso salió de la cocina dejando a doña Magali sola allí en medio de la nada. Envuelta en una nube de confusiones.

Aldo subió rápidamente las escaleras y entró a su cuarto, pero no encontró a Rania allí, la esperaba ver acostada, aguardándolo, pero no fue así.

―¿Rania? ―preguntó mirando a su alrededor. Puso el vaso de agua en la mesita de noche y fue al baño. Allí estaba enconchada dentro de la tina.

―Amor, ya pasó, vamos a la cama ―dijo él tomándola del brazo.

―Fue horrible. No puedo dejar de pensar en ese sueño ―musitó llorando.

―Fue un sueño, solo un sueño mi vida ―indicó él, ayudándola a salir de la tina.

―Vamos, tómate un poco de agua y volvamos a la cama.

El cálido beso que Aldo le dio en la boca le recordó a Rania que ya no estaba sola, que tenía la obligación de ser fuerte, más fuerte que sus temores.

―No quiero dormir, no quiero volver a soñar eso.

―Nadie puede reanudar un sueño, mi vida, vamos, fue una pesadilla, ya amanecerá.

Se acercaron a la cama y Rania tomó un sorbo de agua, y casi obligada por Aldo, se acostó a su lado, este la abrazó fuertemente mientras ella se sentía confundida.

La alarma despertó a Aldo a la mañana siguiente, quiso abrazar a su esposa, pero no estaba allí, se levantó asustado y poniéndose la bata salió de su cuarto corriendo.

―¿Rania? ―preguntaba por el pasillo.

Maité al oírlo salió de su cuarto, aún la joven llevaba su ropa de dormir, Rania siempre terminaba asustando a todo mundo y eso hizo que ella se alarmara.

―¿Qué pasa, cuñado?

―¿Has visto a Rania?

Maité sonrió y le hizo una señal con la mano:

―Entra ―dijo en un tono tranquilizador, los dos entraron al cuarto de Maité y miró a su esposa en la cama de su hermana completamente dormida.

―¿Tan mala compañía eres, cuñadito, que mi hermana me prefirió a mí esta noche? ―preguntó ella burlándose de él descaradamente.

―Deja tus ironías, Maité, por favor, voy a darme un baño y me voy al trabajo.

―¿Quieres compañía? ―propuso ella susurrándole al oído.

―Voy a bañarme… solo ―sentenció Aldo dejándola allí parada junto a la cama mientras Rania permanecía dormida. No pasó mucho tiempo para que la hermana de Maité despertara.

―¿Maité? ¿Qué hago aquí en tu cuarto? ―preguntó extrañada, enderezándose lentamente.

―¿Cómo que qué haces aquí?, esta madrugada viniste llorando que querías quedarte aquí. ¿No lo recuerdas?

―Sí, ya recuerdo, me duele la cabeza. ¿Ya se levantó Aldo?

―Sí, vino a buscarte, pero te encontró dormida, fue a darse un baño. Dime una cosa hermana, ¿no amas a tu marido?

―Claro que lo amo, lo adoro, Aldo es el amor de mi vida, anoche tuve una horrible pesadilla y tenía miedo porque Aldo es de los hombres que cae a la cama y se queda dormido como un tronco, al final siempre me quedaría sola en la cama, aunque él estuviera a mi lado.

―Ve, date un baño con tu marido y luego vamos a desayunar, quiero que vayamos a Santa Rosario a comprar ropa; Gabriel nos ha invitado a una cena hoy.

―Estoy cansada, ¿quiénes vamos a ir a esa cena?

―Todos: papá, mamá, Aldo, tú y yo.

―Está bien, voy a darme un baño y después de desayunar, vamos de compras.

Rania entró al baño y vio la silueta perfecta de su marido, era un hombre atlético y muy guapo, se quitó ella la toalla, a pesar de estar embarazada tenía un cuerpo envidiable.

―Nada como un baño contigo… ―comentó su joven esposo, dándole así la bienvenida a la regadera. Con sus fuertes brazos la jaló y la obligó a recibir los cálidos y diminutos chorros de agua que caían incesantemente sobre su desnudo cuerpo. Se colocó detrás de ella e hizo a un lado su pelo para poder besar su apetitoso cuello, probó su piel con agua, agua que tragaba excitado por la ocasión, deslizó sus manos alrededor de los pechos desnudos de Rania y los acarició con morbo excesivo, mientras ella cerraba los ojos dejándose caer en la trampa morbosa de su marido. Dándose la vuelta se envolvió en los besos mojados de su amante y marido, este la tomó por la cintura y la obligó a que enredara sus piernas alrededor de su cintura atlética, así la hizo suya mientras el agua acariciaba sus cuerpos extasiados por el placer.

Eran quizá las cinco de la tarde cuando todos salieron de la mansión Tafur. Aldo empujaba la silla de ruedas de Sidi Farid. Y este, incrédulo, gruñó:

―No entiendo porque vamos tan temprano a la casa de Gabriel, si nos invitó a una cena supongo que deberíamos llegar más tarde, ¿no?

Maité sonrió, iba caminando al lado de su padre, vestía un hermoso atuendo rojo, elegante y atrevido, escandaloso para el gusto de su religioso padre.

―Sí, papi, pero Gabriel quiere pasar una tarde con nosotros, la cena es solo el pretexto ―explicó la hermosa Maité.

Rania llevaba un hermoso vestido color gris, ajustado al cuerpo, en su muñeca una lujosa pulsera de plata con piedras preciosas, una discreta cartera que hacía verla como una princesa, en su cuello un hermoso collar de piedras blancas; era una mujer en exceso hermosa, mientras que doña Magali lucía un vestido negro con perlas blancas y una cartera plateada muy elegante; por su parte Aldo iba un poco informal, pero sin excederse, el viejo Farid había preferido ir con saco y sin corbata. Subieron al hermoso auto grande que utilizaban para salir toda la familia, y Aldo se encargó de conducirlo. Desde la ventana, Marlen vio cómo se alejaban de la mansión.

Se acercó a los empleados y exclamó entusiasmada:

―¡Perfecto! ¡Ya se fueron, ya saben qué hacer, tenemos tres horas para armar todo!

Los empleados escuchaban atentamente las instrucciones que les daba aquella muchacha que parecía haber olvidado el incidente de su patrona y el esposo de su querida niña Rania.

Era una casa hermosa, al otro lado de Costa Asunción, con jardines grandes y con una fuente justo frente a ella, dos leones custodiaban la entrada. Y fue justo allí donde Maité llevó a todos los integrantes de su familia. Un sirviente elegantemente vestido salió a recibirlos.

―¿La familia Tafur? ―preguntó haciendo una reverencia.

―Sí, la familia Tafur ―confirmó Maité.

El hombre, esbozando una sonrisa, los invitó:

―Por favor, adelante.

Bajaron a don Farid y lo colocaron en su silla de ruedas y procedieron a entrar a la mansión. En la entrada estaba esperándolos Gabriel, vestido de acuerdo a la ocasión.

―Bienvenidos todos ―saludó sonriendo―. Gracias por aceptar mi invitación.

Maité, que era una mujer muy expresiva, se acercó casi corriendo a él y lo abrazó fuertemente, le obsequió un beso en la boca y sonrió a su familia, parecía tan dichosa. Sidi Farid en cambio prefirió echar un vistazo a la lujosa mansión de su futuro yerno, sí, le gustó lo que veía, era lo que siempre había soñado para su amada hija, “el dinero siempre trae consigo la felicidad, aunque los pobres lo nieguen” pensó.

―Gracias por invitarnos ―dijo doña Magali.

―Muy hermosa casa ―comentó Sidi Farid, echando un segundo vistazo relámpago al lugar.

―No se queden allí parados, entren por favor.

Los llevó a una hermosa sala donde los invitó a sentarse, era una verdadera joya arquitectónica aquella inmensa mansión. Maité, por supuesto, se sentó orgullosa al lado de su novio; Gabriel intentó no sentirse incómodo ante la farsa que había montado con su novia, aunque temía hasta por su vida cuando el telón de aquel fraudulento teatro cayera.

―¿Y dónde están sus padres? ―preguntó doña Magali, quien estaba sentada cerca de su marido.

―Mis padres están de luna de miel, en realidad están celebrando 25 años de matrimonio y se fueron de viaje, por eso no están aquí ―respondió el joven farsante mirando a su novia.

Rania permanecía al lado de Aldo mientras este levemente miraba a doña Magali. Gabriel ordenó a uno de los empleados que estaban cerca:

―Tráeles algo de tomar, deben tener sed.

El empleado no dijo ni media palabra y se retiró del lugar para llevarles algo de tomar.

―¿Y para cuando es la boda? ―interrogó Sidi Farid, mientras su esposa lo miraba perpleja.

―En realidad, no tenemos una fecha definida, Sidi.

El empleado llegó con una botella de champaña y unas copas, se puso a repartirlas, pero cuando llegó a Sidi Farid, dijo este:

―Qué pena, no puedo tomar alcohol, pero si me traes una limonada te lo agradeceré.

El sirviente miró a Gabriel, esperando alguna instrucción.

―¿Qué esperas? Tráele lo que pide.

La tarde se esfumó en la casa que Maité había alquilado para hacer pasar a Gabriel como un muchacho rico ante su familia. Cuando el reloj estaba por marcar las siete de la noche y después de entretenidas pláticas entre los allí reunidos, Gabriel se puso de pie y expuso con alegría:

―Bueno, señores, ahora sí viene la cena y una pequeña fiesta.

―¿En serio? Pues yo no veo donde vaya a haber fiesta ―señaló Sidi Farid, pues en la casa parecía tan tranquila y solo ellos estaban allí, no había invitados, y sin invitados no existe fiesta.

―La cena y la fiesta no serán aquí en mi casa, Sidi, la fiesta y la cena serán en su casa.

La familia Tafur se quedó sorprendida mirándose las caras unos a otros mientras Maité dibujaba una pícara sonrisa en su rostro.

―¿Qué? ¿De qué estás hablando muchacho? ―preguntó la Señora Tafur.

Maité, quien había fraguado el plan, se levantó y sonriendo explicó:

―Vamos a la casa, es una pequeña sorpresa que les tenemos preparada a todos.

Fue Sidi Farid el que entró a su mansión empujado por Maité, y detrás todos los demás incluyendo a Gabriel; el viejo árabe se quedó sorprendido al ver su casa adornada al estilo árabe, con bailarinas y con música de su tierra natal. Había alrededor de 100 invitados llegados del centro de la ciudad. La música árabe le hizo volver al viejo Cairo, su barrio lleno de especias y aromas. La bella infancia y la hermosa juventud parecían volver a su mente como una vieja proyección en la pared. Nadie jamás puede olvidar los momentos más hermosos que de niño se viven.

―Por Alá, jamás pensé que fueran a sorprenderme así ―exclamó soltando una carcajada.

Las bailarinas danzaban frente a él mientras doña Magali sonreía al verlo feliz. Maité cerró la puerta detrás de todos los que venían de la supuesta casa de Gabriel. Luego ella misma se puso en el centro de la sala y exclamó:

―¡Alto a la música! ―Los músicos marroquíes se callaron y las bailarinas dejaron de danzar―. Esta fiesta árabe tiene su significado y es que a esta fiesta ha venido alguien muy especial ―dijo sonriendo―, por favor pido un aplauso porque hoy regresa a su casa ¡Omar!

Cuando dijo esto, apareció Omar en la escalera que daba de las habitaciones a la sala, traía consigo un traje árabe, mientras a sus padres se les llenaban los ojos de lágrimas.

―¡Qué pasa! ¡Esto es una fiesta! ¡Música! ¡Música! ―dijo él bajando lentamente las escaleras. Doña Magali corrió a los brazos de su hijo. Lo abrazó y lo besó mil veces.

―Mi amor, ¡qué sorpresa!

―Volví, mamá. Qué bella te ves ―exclamó abrazándola, sabiendo que no existe lugar más seguro que los brazos de una madre, que no existe lugar donde reine la paz más limpia que el regazo de la mujer que nos dio la vida.

―Salam, padre ―saludó caminando lentamente hacia su orgulloso papá.

―Salam, Omar, que Alá multiplique días como este, días de felicidad por tu regreso ―diciendo esto puso su mano sobre su cabeza y luego le dio un abrazo fraternal.

Omar miró a Maité y le guiñó el ojo, la sorpresa había salido tal cual la habían planeado.

Luego su mirada se detuvo en Rania y caminó lentamente a donde estaba ella. La sonrisa del hijo menor de los Tafur se había esfumado, el corazón de Rania empezó a acelerarse, su peor pesadilla se hacía realidad, su hermano estaba en casa, quizá listo para su venganza…

―Que… ¿no le darás un abrazo a tu hermano? ―preguntó mientras una sonrisa aparecía como un relámpago en el rostro del muchacho.

A pesar de su sonrisa, no logró calmar los nervios ni la ansiedad de su hermana, los dos se abrazaron fuertemente. Omar quería dejarle claro a Rania que las viejas rencillas habían terminado.

―Qué bueno que ya volviste.

Fueron las palabras frías de Rania, cosa que extrañó a Omar, pero no era el momento para preguntar qué sucedía.

―Todo va a cambiar en esta casa con mi llegada Rania, ya lo verás.

Con todo su corazón Rania deseó que fuera para bien, los viejos demonios semejaban aparecer nuevamente en su vida con la repentina venida del consentido de la casa. La mirada de Omar se posó sobre su cuñado Aldo.

―Cuñado, ¿no hay un abrazo para mí?

Бесплатный фрагмент закончился.

399 ₽
416,48 ₽