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―¡Vaya!, por fin se despierta la bella durmiente.

Rania se enderezó aún adormilada.

―Maité, ¿qué haces en mi cuarto?, ¿dónde está mi marido?

―Se fue a trabajar; oye, ¿ya viste qué hora es? Van a dar las 11, mamá me mandó para ver si estabas bien, al ver que respirabas, decidí esperar a que despertaras.

Rania se quitó las sábanas de encima y se sentó en la orilla de la cama.

―¿Qué? ¿Las once?

Su hermana se levantó y abrió las cortinas, esto molestó la visión de Rania. La luz invadió toda la habitación.

―Sí, mira, el sol está que quema allá afuera.

―Anoche no dormí bien, alguien se metió en la casa, estoy segura de que era un hombre ―dijo Rania restregándose los ojos.

―No lo creo, hay muchos guardias, aquí nadie entra sin que nosotros lo sepamos. Anda, levántate y vamos a cabalgar. ―Maité intentaba quitarle a Rania la idea de que alguien había ingresado a la casa la noche anterior, aunque en sus adentros también a ella le preocupaba. Se sentó al lado de su hermana mayor.

―Maité, no tengo caballo, mi caballo murió hace un mes.

Maité esbozó una sonrisa, e intentando reanimarla, aseguró―: Sí, lo sé, pero puedes montar a “Alma Negra”, Omar no está, y no creo que se enoje porque montes su caballo.

―Está bien, me baño, almorzamos y salimos.

―De acuerdo, nos vemos en el comedor para almorzar juntas.

Sidi Farid estaba en su despacho frente a la computadora cuando su esposa entró sin tocar la puerta. Aunque sabía que a su marido no le gustaba ser interrumpido entró de todas maneras y se sentó frente a él.

―Farid, ¿puedo hablar contigo un momento?

El viejo árabe dejó de mirar al monitor y, quitándose las lentes, la miró fijamente y esperó a que ella hablara.

―Farid, el novio de Maité no termina de convencerme. Tengo la sospecha de que no dijo toda la verdad anoche.

―Por Dios, Magali, no empieces a ver fantasmas donde no los hay, ¿qué piensas? ¿Que ese muchacho es un asesino? ¿Un violador? ¿Un ex convicto?

―¿Sabes qué, Farid? Olvídalo, no he entrado aquí, no te he dicho nada, no dije nada.

―Mira, mujer, yo no creo que ese muchacho haya mentido, no tiene sentido. Además, ustedes los occidentales, creen que el noviazgo es para conocerse sin ningún compromiso ante los ojos de Alá; bueno entonces, ¿qué te preocupa?, si por mi fuera, mis tres hijos estarían casados con gente decente, con gente adinerada, y con gente que nos asegurara la continuidad de nuestra familia, pero no, todo se hace al estilo occidental, así que deja la paranoia y que las cosas fluyan, como dicen ustedes. Mira, mujer, no quiero ser grosero, pero estoy muy ocupado revisando las cuentas de la procesadora, ¿puedo quedarme solo?

Doña Magali se puso de pie y lo dejó solo sin chistar palabra alguna.

Doña Magali había cerrado la puerta del despacho de su marido cuando Maité venía bajando las escaleras.

―Hola, mami, ¿y esa cara? ―preguntó la muchacha en un tono suave.

―No pasa nada, mi amor, ya sabes, no hay día de Dios que no peleemos con tu padre. ¿Vas a salir a cabalgar? ―preguntó.

―Sí, saldremos con Rania después de almorzar.

―¡Qué raro!, Rania no tiene caballo.

―Sí, pero usará el caballo de Omar.

―“Alma Negra”, ¿Rania se pretende subir a ese caballo tan peligroso?

―Mamá, lo que pasó hace años no necesariamente se va a repetir, si mi padre quedó inválido es porque él no es necesariamente el Llanero Solitario, así que despreocúpate. Además, Rania es una gran jinete. Lo vamos a pasar bien, vas a ver.

―Está bien, hija, solo quiero que tengan mucho cuidado, no quiero más tragedias en esta casa. ―Se disponía a retirarse a la cocina cuando regresó y dijo―: Por cierto, hija, ¿todo lo que tu novio dijo es verdad?

―¿A qué te refieres con eso, mamá?

―No, olvídalo, Maité, solo quiero que no te apresures en tomar tus decisiones, disfruta tu noviazgo y pues…

No había terminado cuando esta la interrumpió:

―A ver, mamá, relájate un segundo. Primero: no soy una niña, segundo, no es mi primer novio, tercero, no me voy a casar mañana, así que relájate, solo nos estamos conociendo, cosa que creo que hasta la fecha haces tú con mi papá, ¿no?

―Tienes razón, hija, te adoro y solo pretendo protegerte.

―Mami, no veas fantasmas donde no los hay, no necesito que me cuides de algo que ni siquiera me amenaza, relájate. Creo que necesitas unas buenas vacaciones…

Rania bajaba las escaleras vestida apropiadamente para montar a caballo.

―Estoy lista. ¿Ya estará el almuerzo? ―preguntó.

Doña Magali sonrió, respondió con la dulzura que le caracterizaba:

―Sí, mi amor, ya le ordené a Marlen. Pasen al comedor, yo las alcanzo enseguida, voy por su padre.

II

El farsante

La mansión estaba rodeada de un inmenso llano, a la orilla del llano inmensas palmeras que eran el límite entre tierra firme y las blancas arenas costeras de la zona. Sobre ese llano cabalgaban las hermanas Tafur. Montada en aquel gran caballo negro, Rania, la hija mayor del viejo árabe, y a su lado su hermana en un hermoso caballo color rojo. El aire caliente de la costa revolvía el cabello de las hermosas chicas, el día era perfecto para sentir la brisa del mar.

―Te he visto preocupada, ¿te pasa algo? ―preguntó Maité, mientras su hermana clavaba su mirada en el inmenso mar.

―Omar, Omar me preocupa, tengo un mal presentimiento ―dijo ella, saliendo de la llanura y entrando a la arena.

―¿Vamos al mar? ―preguntó Maité siguiéndola de cerca.

―Sí, vamos ―dijo Rania bajando del caballo y amarrándolo al tronco de una palmera; siguiéndola, su hermana.

Se sentaron tan cerca del mar, que este parecía acariciar los pies descalzos de las jóvenes, quienes se habían descalzado para estar más cómodas. La brisa del mar calmaba a Rania.

―O sea, que tú crees que Omar se vengará de ti…

―Temo tanto por mí, por mi esposo ―contestó Rania, mirando a la cara de su hermana menor―. No quiero que pienses que estoy loca, pero creo que no ha llegado y ya me está jugando una broma, y muy pesada, por cierto. Anoche, estoy segura que fue él quien entró a la casa, escuché su voz, estoy segura que él quiere asustarme.

Maité la volteó a ver y frunció el ceño extrañada por lo que escuchaba.

―Rania, yo creo que lo que pasó anoche no fue más que una pesadilla, no creo que Omar se haya escapado del internado solo para venirte a asustar, ¿no te parece muy infantil?

―Pues sí, ya lo he pensado, pero honestamente no le encuentro otra explicación, estoy segura que estaba despierta. No fue un sueño. Omar será la piedra en el zapato en mi matrimonio, ya lo verás.

A las seis de la tarde Rania había subido a la terraza de su casa. Como de costumbre leía uno de sus libros preferidos, leía por un instante, luego veía el horizonte y en él, el sol que parecía danzar suavemente mientras escondía su cuerpo en el mar. Fue interrumpida por Marlen, quien llevaba en su mano un azafate y en él un vaso con agua.

―Su medicina, mi niña ―dijo, parándose a un lado de ella.

―No entiendo por qué mi madre insiste en que siga tomando esto, ya me siento bien Marlen, ¿tú me ves enferma?

Marlen extendió el azafate para entregarle el vaso lleno de agua y la pastilla que llevaba para ella.

―No, mi niña, si se ve más sana que yo, pero pues a mí me toca que cumplir las órdenes de su mamá y ya la conoce como es de estricta.

Rania estiró la mano y tomó el vaso. Puso a su lado el libro y tomó la pastilla, se la puso en la boca y con un sorbo de agua se la tomó.

―¿Tienes novio, Marlen? ―preguntó mirando hacia el mar, su mirada parecía perderse en la inmensidad del agua a la distancia.

―No, no mi niña, por ahora estoy sola.

Repentinamente Rania clavó la mirada en la sirvienta.

―No eres fea, ¿qué solo chicos ciegos hay en Costa Asunción?

Marlen dibujó en su rostro una sonrisa de agradecimiento.

―Gracias, mi niña, dicen que uno solo una vez ama en esta vida. El resto del tiempo, uno vive buscando donde encontrar un poco de ese sentimiento que un día sintió.

Rania se recostó en su silla.

―¿Te has enamorado? ¿Por qué no te sientas conmigo un rato?

Marlen puso el azafate a un lado, en una mesa que estaba cerca y se sentó junto a su patrona, en una silla que también estaba cerca de ella.

―Una vez me enamoré mi niña, y como una idiota. Alejandro, Alejandro se llamaba, lo conocí en el único bazar que está en Costa Asunción, tendría quizá yo 18 años, era un chico lindo, fuerte y varonil, él atendía el bazar; me atendió con tanta atención que inmediatamente sentí atracción por él, y sus ojos me confesaron que yo no le era indiferente. Ocho días después fui a Costa Asunción, llevaba en mi mano una canasta llena de frutas, su mami me había mandado al mercado, iba por el parque cuando de pronto, unas gotas enormes cayeron sobre mí, ni siquiera tuve tiempo de ver al cielo, cuando quedé empapada, empezó a llover mucho. Continué caminando, pues ya no había nada que hacer. De pronto, él, montado en su bicicleta, a mi lado. Me ofreció traerme a la mansión y yo gustosa acepté. Me subí como pude a la bicicleta, en la parte delantera, cuidaba de la canasta mientras él me protegía con sus musculosos brazos, me sentía tan segura y era todo tan romántico…, nos mojamos como pollos, pero hubiera repetido ese momento mil veces más.

Rania suspiró, quizá en su corazón había un charco de envidia por lo que la sirvienta narraba.

―¿Y qué pasó? ¿Él se enamoró de ti también?

―Claro que se enamoró de mí, o al menos eso me hizo creer, no pasó mucho tiempo para que Alejandro se convirtiera en mi sombra, ya sabía yo que al salir al mercado él me esperaría debajo de la vieja palmera que está en la entrada. Se escondía allí para que los patrones no lo vieran, era tan especial, todo iba tan bien, todo era perfecto hasta que un día, martes, bien me recuerdo, era el día de su cumpleaños, me esperó como de costumbre escondido detrás de la palmera, pero el joven alegre, detallista y bromista, no estaba más en él, al contrario, estaba triste, desanimado y en su rostro había dolor. Me asusté al verlo así, me contó que justo esa mañana, el día de su cumpleaños, lo habían despedido del bazar, y no tenía esperanzas de encontrar trabajo en un pueblo tan pequeño como este. Traté de darle ánimo, le dije que no se preocupara, que Dios nos daría una salida. Pasaron los días y Alejandro no encontró trabajo, hasta que un sábado como a las cuatro de la tarde me invitó a salir con él, me dijo que me tenía una noticia. Me preparé y fui a su encuentro. Me llevó a un restaurante a la orilla del mar, por cierto, de ese restaurante ni sus paredes quedan. Allí mirando al mar me contó que ya tenía trabajo, me alegré tanto por él, pero me asustó el tono con el que me lo dijo. Tres días después se embarcaría en un crucero, como mesero, los viajes serían largos, vendría a Costa Asunción una o dos veces al mes. Nunca volvió ni una sola vez, nunca se supo nada de él. ¿Sabe? La primera vez que usted trajo al joven Aldo a la casa me asusté, me saltó el corazón, el joven Aldo se parece tanto a Alejandro…

Rania sonrió intrigada.

―¿En serio? ¿Aldo se parece a tu ex?

Marlen le devolvió la sonrisa y continuó:

―Mucho, nunca supe nada de Alejandro, y pues como jamás conocí a su familia, no sé si está vivo o está muerto, la cosa es que jamás volvió, nunca me escribió, nunca me llamó. Esa es mi vida sentimental, señorita.

Como de costumbre Maité supervisaba personalmente en su oficina las noticias que pasaría en su noticiero. Estaba tan entretenida que no se percató cuando su secretaria entró.

―Seño Maité ―dijo la joven de quizá 18 años.

―Por Dios, Ángela, me asustaste…

―Disculpe, no fue mi intención, sé que odia que la moleste antes de entrar al aire, pero no lo hiciera si no fuera necesario, alguien quiere verla.

―No, ahora no Ángela, después del noticiero quizá reciba a quien me busca, tengo solo media hora para entrar al aire y quiero estar relajada para cuando eso pase ―aseguró penetrándose en la lectura.

―¿Ni siquiera a mí puedes recibirme?

A mil millones de kilómetros hubiera reconocido esa voz, inconfundible…, bajó lentamente la hoja y se tapó la boca escandalizada:

―¡Oh, por Dios!, ¡Omar! ¿Qué no estabas aún en el internado? ―preguntó levantándose abruptamente de su asiento.

―No, llevo un mes que salí…

―Ángela, retírate ―ordenó ella, lanzándose a los brazos de su hermano, mientras la secretaria los dejaba a solas. Después de abrazarse tan fuerte como si hubieran sido viejos amigos, observó Maité:

―No puede ser, pero mira cómo estás de grande y guapo.

―Gracias, hermanita, lo mismo digo. ¿Cómo están todos en casa?

―¿Tú no has ido por la casa?

Omar la miró extrañado por la pregunta que le hacía.

―¿Qué?... Claro que no Maité, ¿por qué me preguntas eso?

―No, olvídalo, es Rania, ha tenido pesadillas, hasta llegamos a creer que eras tú el que la estaba asustando.

―Por Alá que no he ido a la casa. Este mes me lo he pasado en un hotel, quería llegar por sorpresa.

―Y si quieres llegar de esa forma, ¿por qué has venido a buscarme?

Omar se puso detrás de ella, la tomó por los hombros, se los masajeó.

―Porque necesito que tú me ayudes con la sorpresa que les quiero dar a todos.

―¿Me invitas a cenar después del noticiero? Podemos hablar más con calma.

Aldo se quitó su saco y lo puso sobre la cama.

―Amor, seguramente son las pastillas las que ya no te están haciendo efecto, por eso estás oyendo cosas por las noches, mañana mismo vamos a ver al doctor, no sé, quizá te recete algo más fuerte.

Rania, quien ya estaba con ropa de cama, una bata hermosa de color rojo y unas cómodas pantuflas, se acercó a él y rodeó su cintura por la espalda.

―No, creo que no fue una pesadilla, claramente escuché la voz de Omar y luego esa silueta en el pasillo, creo que Omar está detrás de todo esto.

―Rania, tu hermano está aún en el internado, según sé, él saldrá en unos días, además no entiendo esa obsesión tuya por culparlo, por imaginar que él quiere vengarse de ti.

Aldo se zafó de los brazos de su esposa y se recostó en la cama, Rania se acomodó en el pecho de su esposo y en un tono de tristeza agregó:

―Dime que me protegerás siempre.

Aldo le besó la cabeza.

―Claro mi amor, por eso estoy aquí, para amarte y protegerte. Ven, vamos a dormir, mira que estoy cansado, ya mañana será otro día.

―Tu hija entra a esta casa a la hora que se le pega la gana y tú no dices nada, se comporta como una exhibicionista ―dijo el viejo Farid acostado en su cama.

―Por Dios, Farid, son apenas las nueve de la noche, además su programa de televisión acaba de terminar, no pretenderás que se teletransporte, ¿verdad?

―Tú como siempre defendiendo a Maité, no entiendo en qué estaba pensando cuando le permití que se metiera a ese canal, canal que nadie ve.

Doña Magali se deshizo la cola que llevaba y se soltó el pelo, mientras se miraba en el espejo.

―Farid, ¿cuándo nos vamos a dormir en paz? Toda la vida peleamos por algo, siempre peleamos.

El viejo Farid se metió entre las sábanas y no contestó. Mientras que doña Magali continuó peinándose, suspiraba por todo el tiempo que estaba perdiendo al lado de aquel hombre amargado.

Maité tomó un sorbo de soda, había ido a cenar con su hermano después del noticiero. La noche era calurosa, y hacia tanto tiempo que no salía a cenar, pero tenía la excusa perfecta para hacerlo.

―Pues cuenta conmigo, Omar, me encanta tu idea, vamos a sorprender a más de uno. En tres días estarás de regreso en la mansión de donde nunca debiste haber salido.

Omar levantó su vaso con soda e hizo una mueca para brindar por su regreso mientras reía con sarcasmo.

El sol apareció por la ventana de los recién casados. Cuando Rania despertó, su marido se acomodaba la corbata frente al espejo.

―¿Qué hora es? ―preguntó ella, levantándose inmediatamente.

―7:40 ―dijo Aldo―, es mejor que te bañes y te arregles, antes de ir a la oficina pienso llevarte con el doctor Ilario, anoche estuviste inquieta, creo que otra vez tuviste pesadillas, no me dejaste dormir.

―¿En serio?, ¿no te dejé dormir? Yo dormí como un tronco.

―Pues a mí no me dejaste dormir, te movías a cada rato e incluso te sentaste en la orilla de la cama varias veces. Así que báñate y arréglate, que te llevaré con el médico.

Gabriel estaba acomodando unas frutas en el mercado central de Costa Asunción, cuando vio parquearse frente a la abarrotería un auto color gris convertible y de inmediato lo reconoció, de él bajó su novia, Maité.

―¿Maité? ¿Qué haces aquí? ―preguntó dejando la caja de tomates en el suelo, vestía humildemente y el hombre millonario que había llegado la otra noche a la casa de la Familia Tafur se había esfumado, llevaba puesto una camiseta color verde, dejaba ver sus brazos musculosos y el sudor que empapaba el pequeño trapo que apenas llevaba encima.

―Vine a ver a mi novio, quiero invitarte a desayunar…

Gabriel se acercó a ella, era evidente que la joven Tafur sabía exactamente quién era el muchacho, sabía perfectamente que todo lo que había dicho la otra noche era una total mentira.

―Maité, no puedo dejar el puesto, estoy sucio, sudado, ¿qué te pasa? ―preguntó enojado el joven.

―No pasa nada, bebé, quería verte, no creo que pase nada si cierras unas dos horas, no creo que te mueras del hambre.

Gabriel se enojó y tomándola del brazo exclamó:

―¡Pues fíjate que sí, si me muero si cierro!, ¿qué no te das cuenta que de esto dependo? Maité, no tengo que recordarte cómo me conociste, ¿verdad? Jamás te engañé.

Entonces un hombre de aproximadamente unos 56 años se acercó a Gabriel y tocándole el hombro dijo:

―Relájate, Gabriel, ve con la joven, yo te cuido el negocio.

Gabriel soltó a Maité y volteó a ver a su compañero.

―Me da tanta pena con usted don Aureliano.

―Si no confías en mí…

Gabriel lo interrumpió diciendo:

―Claro que confío en usted, pero…

El viejo sonrió de nuevo y comentó:

―Hijo, ve con la señorita, un caballero, aunque sea el más pobre del mundo, si es caballero, jamás deja plantada a una dama y menos si es tan distinguida como la señorita.

―Espérame un segundo, voy a lavarme la cara y a ponerme una camisa vieja que tengo aquí en el negocio, ya vuelvo ―suplicó el joven enamorado a su amada Maité.

Maité le guiñó el ojo y solo se recostó en su auto. Mientras el viejo se quitó el sombrero y se lo volvió a poner como un saludo y se retiró de allí diciendo:

―¡Se acabó el show, todos a trabajar! ―Se refería a todos los hombres que se habían congregado allí para admirar la belleza de la joven.

El doctor Ilario se sentó frente a su escritorio y dijo a la joven pareja:

―No me recuerdo que tuviera cita con usted doña Rania.

Aldo tomó la palabra:

―Doctor, mi mujer no tiene cita con usted hasta dentro de unos meses, pero hemos venido porque parece que las pastillas que le ha recetado no han dado el efecto esperado, ha tenido insomnio, pesadillas. Necesitamos que le recete algo más fuerte u otras pastillas.

El doctor miró a Rania con intriga.

―Muy bien, doña Rania, veamos, por favor, acomódese en la camilla.

―Relájese, doña Rania, no pasará nada ―lo dijo porque al recostarse, Rania parecía sentirse inquieta, el corazón le palpitaba más fuerte y un minúsculo sudor apareció en su frente―, tiene demasiado estrés doña Rania, debe de controlar eso. ¿Aparte de no poder dormir y tener pesadillas, ha sentido otra cosa?

―No, la verdad no, doctor, no estoy segura si lo que me ocurrió en realidad han sido pesadillas o fue real, pero me siento mal, a veces me levanto tarde, cansada, cuando yo he sido la primera en levantarme en mi casa ―dijo mirando al techo.

―Bien, veamos― el doctor puso el estetoscopio en sus oídos y amoldando el calibrador de tensión en el brazo de Rania. Guardó silencio, luego puso el estetoscopio en el estómago de su paciente y nuevamente guardó silencio.

―¿Cómo está con su periodo doña Rania?

―Pues soy irregular, doctor, hasta ahora no me he preocupado por eso, ya me bajará.

―Puede levantarse, doña Rania.

―Don Aldo, temo que no podremos seguir recetando a su esposa ningún medicamento, ni más fuerte ni más débil, en realidad lo único que puedo recetarle son vitaminas, vitaminas para que su bebé nazca muy sanito, pues su señora está embarazada.

Gabriel se tomó un sorbo de agua, estaba sentado frente a su novia, en un comedor de Costa Asunción. La forma en que vestía era completamente diferente, ahora si era él, el muchacho pobre de aquel barrio marginado de Costa Asunción que había puesto los ojos en una de las muchachas más ricas de la zona, él mismo había escogido el mediocre comedor, quería hacerle saber con simples gestos a Maité a que se enfrentaría si seguía con la idea de casarse con él.

―¿Por qué tan callado, mi amor? ―preguntó ella, mientras lo miraba a los ojos.

―No me parece bien que seas tú la que siempre me invita, Maité; me obligaste a hacerme pasar por un muchacho rico ante tu familia, ¿qué va a pasar cuando tus papás se enteren que no soy Gabriel Izaguirre, sino Gabriel López? Este tipo de mentiras no duran siempre.

―Mi padre jamás hubiera aceptado que yo me fijara en alguien que no tiene dinero, es un hombre muy prejuicioso…

―Me estás utilizando, siempre he pensado que no me amas como dices ―agregó Gabriel en un tono de decepción.

―Amor, ¿sabes cuantos chicos ricos hay en Costa Asunción? Muchos, pero todos son unos señoritos, ¿no entiendes? Me encantas, amo el olor a sudor de hombre, eres el chico más guapo de toda la zona, eres fuerte, ¿para qué quiero yo a mi lado a alguien que quiera quitarme mis pinturas de uñas? Y lo digo por esos hijos de riquillos, consentidos que truenan los dedos y sus deseos se cumplen, yo no quiero un muñeco a mi lado, yo quiero un macho, un hombre, un compañero. Tú, tú llenas todas mis expectativas, y no te estoy utilizando amor.

―Nunca jamás te podré dar un nivel de vida como al que estás acostumbrada, Maité ¿Lo entiendes?

―Amor, ¿cuántas veces vamos a hablar de lo mismo? Tú no tienes que mantenerme a mí, los dos vamos a trabajar por hacer nuestro propio patrimonio y si mi padre me deshereda, pues iniciamos de cero, ¿cuál es en sí el problema? No me hagas creer que eres tú el que no me ama.

―Claro que te amo, y te amo más que a mi vida, solo quiero que seas feliz.

―Solo déjame estar a tu lado, así seré feliz. Amor, necesito que me hagas un favor, y para eso vamos a tener que hacer algo que quizá no te guste mucho.

―¿De qué se trata, Maité?

Aldo entró feliz a la mansión, acompañado de su esposa.

―¡Sidi, Sidi Farid! ―gritó desde la puerta.

Al oírlo, el padre de Rania salió de su estudio apresurado en su silla de ruedas, muy asustado.

―Por Alá, ¿qué pasa? ―exclamó.

Aldo corrió a su lado y acurrucándose ante él dijo:

―Va a ser abuelo, ¡estamos embarazados!

―¡Por Alá! ¿Es verdad, Rania?

―Sí, papi, estoy esperando un hijo.

Aldo se extrañó al ver en el rostro de su suegro una expresión de desagrado, la noticia lejos de alegrarle parecía enojarle, no era normal que un futuro abuelo tomara esa actitud, por lo que el muchacho se atrevió a decir:

―No entiendo su expresión, Sidi, lejos de estar feliz parece que está apenado o peor aún, enojado.

―No, no, claro que no, estoy feliz, solo que la noticia me tomó por sorpresa, esperaba esta noticia, pero no tan pronto. ― El tono con el que habló aún era de desconcierto, ¿eran tan inconscientes los jóvenes de no cuidarse y traer a un niño al mundo tan pronto?

Aldo se puso de pie y fue a donde estaba su esposa y acariciando su aún oculto vientre preguntó:

―¿Dónde está mi suegrita? quiero darle la noticia.

―Está en la cocina ―indicó el viejo Farid en un tono frío.

―¿Vamos a darle la noticia? ―preguntó el entusiasmado futuro padre a Rania con una sonrisa rebosante de felicidad.

―¿Puedo hablar contigo, hija?

La pregunta de su padre hizo que Rania se sintiera un poco nerviosa, siempre que su padre pedía hablar a solas con ella no era para cosas buenas.

―Ve con él, yo le daré la sorpresa a tu mamá ―aconsejó Aldo a su esposa y diciendo esto se fue a la cocina, mientras Sidi Farid invitaba a su hija a su despacho.

Aldo, entusiasmado, entró en la cocina y vio a su suegra ocupadísima, no le importó, le dio la hermosa noticia. “Va ser abuela” le dijo sin ningún preámbulo.

Doña Magali frunció el ceño, en su rostro solo podía leerse rabia y desconcierto; su joven yerno no pudo esquivar la bofetada que su suegra le propinó.

―¡Estúpido! ―Fueron las palabras llenas de ira de doña Magali, dejando a su yerno paralizado por sus acciones.

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