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Читать книгу: «Un Rastro de Vicio », страница 3

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—Puede que tengamos que enseñarte a ser educada —dijo Alfa.

Keri notó que el hispano alto se tensó al escuchar aquello. Y de pronto ella comprendió cuál era la dinámica que había entre los tres. Alfa era el impulsivo. Blanco era el seguidor. Silencioso era el pacífico. Él no había venido para meterse en ningún problema. Intentaba impedirlo. Pero no había hallado aún la manera y eso era culpa de Keri. Decidió lanzarle una cuerda y ver si él la usaba.

—¿Ustedes son gemelos? —le preguntó, mientras apuntaba con la cabeza hacia Blanco.

Él la miró por un segundo, claramente sin saber qué comentar al respecto. Ella le guiñó un ojo y la tensión pareció desaparecer de su cuerpo. Casi sonrió.

—Idénticos —contestó, aprovechando la oportunidad.

—¡Eh, Carlos, no somos gemelos, hombre! —dijo Blanco, sin estar seguro de estar confundido o enojado.

—No, hombre —intervino Alfa, olvidando por momentos su enfado—, la perra tiene razón. Es difícil distinguirles a ustedes. Tenemos que prenderles unas etiquetas, ¿no es así?

Él y Carlos rieron, y Blanco se les unió, aunque todavía lucía perplejo.

—¿Cómo estamos por aquí? —preguntó Ray, sobresaltando a los tres. Keri intervino antes de que se irritaran de nuevo.

—Creo que estamos bien —dijo—. Detective Ray Sands, me gustaría presentarte a Carlos y a su hermano gemelo. Y este es su querido amigo… ¿cuál es tu nombre?

—Cecil —dijo de buen grado.

—Este es Cecil. Les gustan los Corvettes y seducir a mujeres más viejas. Pero desafortunadamente, vamos a tener que dejarles con la reparación del auto, caballeros. Nos gustaría quedarnos, pero ya saben cómo son las cosas con el Departamento de Policía de Los Ángeles, siempre trabajando. A menos que quieran que nos plantemos por aquí y discutamos sobre la buena educación un poco más. ¿Te gustaría eso, Cecil?

Cecil echó un vistazo a los 104 kilos de Ray, luego a Keri, aparentemente tranquila a pesar de sus insultos. Pareció decidir que era suficiente.

—No, ‘ta bien. Sigan con su cosa policial. Nosotros estamos ocupados con la reparación del auto, como dijiste.

—Bien, chicos, tengan una buenísima noche, ¿okey? —dijo Keri con un nivel de entusiasmo que solo Carlos percibió destilaba algo de burla. Asintieron y se encaminaron de regreso al Corvette mientras Keri y Ray se subían a su auto.

—Pudo haber sido peor —dijo Ray.

—Sí, sé que a causa de ese balazo todavía no estás al cien por ciento. Supuse que no podía dejar que te involucraras en un altercado con cinco miembros de una pandilla si podía hacer algo al respecto.

—Gracias por cuidar a tu inválida pareja —dijo Ray mientras arrancaba.

—Ni lo menciones —dijo Keri, ignorando el sarcasmo.

—Y Edgerton, ¿tuvo suerte con las redes?

—La tuvo. Tenemos que ir a Fox Hills Mall.

—¿Qué hay allí?

—Espero que esas niñas —dijo Keri—, pero tengo la sensación de que no seremos tan afortunados.

CAPÍTULO CUATRO

En el instante en que Sarah despertó, sintió la necesidad de vomitar. Su visión estaba tan borrosa como su cabeza. Una luz brillaba encima de ella, y le tomó un segundo darse cuenta que estaba echada sobre un raído colchón en una pequeña pero casi vacía habitación.

Parpadeó un par de veces y su visión se aclaró lo suficiente como para ver una pequeña papelera de plástico junto al colchón. Se incorporó a medias, la haló hacia ella, y regurgitó en su interior por treinta segundos completos, haciendo caso omiso de sus ojos acuosos y su nariz aún más aguada.

Escuchó un ruido, miró en esa dirección, y vio que alguien había corrido una cortina negra, lo que reveló que en realidad ella no se encontraba en una pequeña habitación. Estaba en una inmensa bodega. Hasta donde la vista alcanzaba, había otros colchones, y en casi todos ellos había chicas de su edad, todas escasamente vestidas cuando no desnudas.

Algunas estaban solas, ya sea dormidas, o más probablemente inconscientes. Otras estaban con hombres, que las estaban penetrando. Algunas de las chicas luchaban, otras yacían impotentes, y unas pocas no parecían estar conscientes mientras eran violadas. La mente de Sarah estaba inmersa en una bruma, pero estimó que había al menos veinte chicas en la bodega.

Alguien apareció ante su vista. Era Chiqy, el tipo enorme de larga barba, el de la habitación de Dean. De pronto, la mente de Sarah se aclaró y la sensación de ser una simple observadora de lo que le rodeaba, desapareció. Su corazón comenzó a latir con fuerza y sintió que el terror poco a poco se apoderaba de ella.

¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Por qué me siento tan débil?

Intentó sentarse derecha en tanto Chiqy se aproximaba, pero sus brazos no la sostuvieron y se desplomó de nuevo sobre el colchón. Eso hizo reír a Chiqy.

—No intentes levantarte —dijo—, las drogas que te dimos están mal liadas. Podrías caerte y romperte algo. Y no podemos permitirlo. Sería malo para el negocio. Los clientes prefieren que si algunos huesos van a ser rotos, que sean ellos quienes lo hagan.

—¿Qué me hiciste? —exigió saber ella con una voz ronca, tratando de nuevo de sentarse.

Antes de que supiera qué estaba pasando, Chiqy le cruzó la cara con el revés de la mano. El golpe la envió de nuevo al colchón con una explosión de dolor desde el pómulo hasta el oído. Mientras respiraba hondo e intentaba recuperar el equilibrio, él se inclinó y susurró en el oído.

—Tendrás que aprender, señorita. No levantes la voz. No repliques a menos que un cliente lo pida. No hagas preguntas. Chiqy está a cargo. Sigue mis reglas, estarás bien. No las sigues, entonces no estarás bien. ¿Estamos claros?

Sarah asintió.

—Bien. Entonces escucha porque aquí vienen las reglas. Primero, eres mi propiedad. Me perteneces. Te puedo dar en préstamo pero nunca olvides a quién perteneces. ¿Lo comprendes?

Sarah, con la mejilla todavía palpitando a causa de la bofetada, asintió mansamente. Mientras trataba de asimilar la situación, entendió que no era prudente desafiar abiertamente a Chiqy en su actual circunstancia.

—Segundo, vas a satisfacer las necesidades de mis clientes. No tiene que gustarte, aunque quien sabe, puede que te aficiones. No importa. Haces lo que los clientes te digan, sin importar qué. Si no lo haces, te golpearé hasta que sangres por dentro. Tengo formas de hacer eso y que aún así sigas luciendo bonita para los clientes. En el exterior, te verás como un ángel. Pero en el interior serás pura pulpa. ¿Estamos claros?

De nuevo Sarah asintió. De nuevo trató de apoyarse para poder levantarse y entrecerró los ojos bajo la brillante luz, esperando poder orientarse. No reconoció a ninguna de las otras chicas. De pronto un escalofrío recorrió su espina dorsal.

¿Dónde está Lanie?

—¿Puedes decirme qué le sucedió a mi amiga? —preguntó con lo que esperaba no fuese un tono de voz desafiante.

Antes de saber qué estaba sucediendo, Chiqy la había abofeteado de nuevo, esta vez en la otra mejilla. La fuerza del golpe la hizo caer con dureza sobre el colchón.

—No había terminado —escuchó ella a pesar del zumbido en sus oídos—. La última regla es que no hables a menos que yo te haga una pregunta. Como dije, vas a aprender con rapidez que ser engreída no sirve de nada aquí. ¿Entendiste?

Sarah asintió, notando que su cabeza palpitaba.

—Pero esa pregunta la responderé —dijo Chiqy con una sonrisa cruel en su rostro. Señaló un colchón a unos cinco metros de distancia.

Sarah echó un vistazo y vio a un hombre que lucía como sexagenario, montado sobre una chica cuya cabeza estaba ladeada. Justo entonces, el hombre la tomó por el mentón y acercó la cara de ella para besarla.

Sarah casi vomitó de nuevo al darse cuenta que era Lanie. Estaba desnuda de la cintura para abajo y su camiseta negra estaba alrededor de su cuello, dejando su sostén al descubierto. Cuando el hombre perdió el interés en sus labios, la soltó y su cabeza cayó mirando hacia Sarah.

Podía asegurar que su amiga estaba consciente, al menos al mínimo. Sus gruesos párpados estaban apenas abiertos y ella no parecía percatarse de lo que la rodeaba. Su cuerpo estaba desgonzado y no reaccionaba físicamente a las cosas que le estaban haciendo.

Sarah asimiló todo, pero de alguna manera el horror del momento pareció estar sucediendo muy, muy lejos, en un distante planeta. Quizás se debiera a las drogas. Quizás fuese por haber sido golpeada dos veces en el rostro. Pero se sentía anestesiada.

Quizás debo estar agradecida por eso.

—Ella fue difícil de manejar, así que tuvimos que calmarla bastante —dijo Chiqy—. Esa pudiste ser tú. Si no te pones en plan de pelea, no tendremos que darte la dosis para dormir. Depende de ti.

Sarah lo miró y se dispuso a responder pero recordó las reglas y se mordió la lengua. Chiqy vio eso y sonrió.

—Bien. Aprendes rápido —dijo—. Puedes hablar.

—Nada de dosis para dormir —imploró ella.

—Okey, intentaremos llevarlo en limpio. Pero si… luchas, aguja contigo. ¿Comprendido?

Sarah asintió. Chiqy, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, asintió a su vez y salió, cerrando la cortina detrás de él.

Sin saber por cuánto tiempo había estado así, Sarah miró en derredor con desespero, tratando de hacer inventario de su situación. Todavía llevaba sus jeans y su blusa verde azulada, lo que sugería que aún no le habían hecho nada. Revisó sus bolsillos buscando su teléfono, su monedero, y su identificación, pero todos habían desaparecido. Eso no la sorprendió.

Un sonoro gemido femenino procedente de algún lugar cercano la sacó de su entumecimiento, en tanto que algo cercano al pánico la invadió. Ella lo saludó, al venir con una carga de adrenalina que agudizó su entendimiento y le dio un mayor control de sus extremidades.

Piensa, Sarah, mientras todavía puedes. Has estado ausente por un tiempo. Hay gente buscándote. No hay forma de que papá y mamá esperen tanto para que los contactes sin llamar a los policías. Si te están buscando, tienes que darle alguna clase de pista, algo que les haga saber dónde estabas, en caso de que algo suceda.

Echó un vistazo a su blusa. ¿Le había dicho a su mamá qué se pondría hoy? No, pero se había comunicado esta mañana con ella por medio de FaceTimed, así que habría visto su vestimenta. Ella de seguro la recordaría. Después de todo, ellas la habían comprado juntas en las tiendas al por mayor de Cabazon.

Buscó abajo y rasgó una tira de unos cinco centímetros de la costura cercana a la cintura, donde era menos elaborada. Debatía consigo misma dónde dejarla cuando escuchó dos voces masculinas que se aproximaban. Justo cuando la cortina se abría de nuevo, ella metió la tela bajo el colchón, de tal manera que solo un pequeño fragmento fuese visible.

Tratando de actuar lo más natural posible, examinó a los dos hombres. Uno era Chiqy. El otro era tipo blanco, cuarentón y bajo de estatura, que vestía traje y corbata. Llevaba gafas, que se quitó y colocó encima de sus zapatos, luego de descalzarse y ponerlos cerca de la cortina.

—¿Qué edad tiene? —preguntó.

—Dieciséis —contestó Chiqy.

—Un poco madura para mi gusto, pero ella definitivamente servirá —dijo, mientras se aproximaba al colchón.

—Recuerda lo que te dije —le advirtió Chiqy.

Ella asintió. Pareció satisfecho y comenzó a alejarse cuando el hombre dijo: —Un poco de privacidad, por favor.

Chiqy, cerró, algo reacio, la cortina. El hombre permaneció de pie delante de ella y la contempló, sus ojos vagaban por todas partes. Ella se sintió mal.

Comenzó a desvestirse y Sarah usó el tiempo para decidir su próxima movida. Ella no iba a dejar que esto pasara. De eso estaba segura. Si ellos la asesinaban que así fuese. Pero ella no iba a terminar como una esclava sexual. Solo tenía que aguardar por una brecha.

No tomó mucho tiempo.

El hombre se había quitado sus pantalones y bóxer y gateaba hacia ella. Bizqueaba un poco y ella podía asegurar que sin sus gafas, él estaba ligeramente inseguro. Enseguida ya estuvo él encima de ella, sobre sus manos y rodillas.

Nada como el presente.

En un solo y rápido movimiento, Sarah trajo su pierna derecha hasta la altura de su pecho y lanzó el pie hacia delante, golpeando con la punta de su zapato la entrepierna del hombre. Él de inmediato gruñó y se desplomó sobre ella.

Ella había previsto eso e hizo rodar el cuerpo en ovillo. Entonces, se apresuró a ponerse de pie y se dio prisa para llegar a la cortina. Atrás, el hombre gemía y trataba de hablar. Ella asomó su cabeza y miró en derredor.

En el extremo opuesto de la bodega , vio el portón principal. Pero entre el sitio donde se hallaba y la libertad había incontables colchones ocupados y al menos media docena de hombres caminando por allí, pendientes de todo. No había forma de que llegara tan lejos.

Pero quizás podría encontrar una puerta trasera si se mantenía en las sombras cerca de la pared. Estaba a punto de salir cuando escuchó la voz del hombre, estrangulada y dolorida, pero muy clara.

—¡Ayuda!

Se le acababa el tiempo. Saliendo de detrás de la cortina, corrió hacia la izquierda, buscando cualquier cosa que se pareciera a una puerta. Logró cubrir seis metros antes de que un tipo apareciera, bloqueando el camino.

Giró y emprendió la carrera en otra dirección, pero cayó directamente en manos de Chiqy, que puso su robusto brazo en torno de ella. Apenas podía moverse.

Varios metros más allá, vio al hombre que había venido de traje. Estaba doblado de dolor, pero ya se estaba incorporando. Seguía sin los pantalones. Levantando el brazo, apuntó hacia ella.

—Después de esto la quiero a mitad de precio.

Sarah vio que Chiqy sacaba algo de su bolsillo y se dio cuenta de lo que era —una jeringa. Trató de liberarse pero fue inútil. Sintió un agudo pinchazo en su brazo.

—Te advertí que tendría que usar la dosis de sueño si eras mala —dijo, casi como si se disculpara.

Sintió que el agarre se aflojaba, pero se dio cuenta que era solo porque ella estaba perdiendo todo control muscular. Chiqy lo sintió también y la dejó ir. Para cuando llegó al piso, estaba completamente inconsciente.

CAPÍTULO CINCO

Keri se hallaba intranquila y nerviosa, sentada en la sala de espera de la oficina de seguridad de Fox Hills Mall. Por cuarta vez en los últimos quince minutos el mismo pensamiento pasó por su cabeza: esto se está llevando demasiado tiempo.

Uno de los guardias de seguridad estaba buscando el vídeo de la plaza de comida desde las 2 p.m. más o menos, cuando Lanie había publicado su última foto en Instagram. Se estaba llevando todo el tiempo del mundo, ya fuese porque el sistema era obsoleto o porque el guardia era un inepto.

Ray se hallaba sentado en la silla que estaba junto a ella, masticando un arrollado de pollo que se había llevado cuando visitaron la plaza de comida. El arrollado de Keri descansaba en su regazo, casi sin ser tocado.

A pesar del hecho de que eran las 6:30, y las chicas solo había estado fuera de contacto por unas cuatro horas y media, a Keri la rondaba la sensación de que había algo nada bueno con este caso, aunque todavía no tenía la evidencia para probarlo.

—¿Tienes que tragarte esa cosa de un tirón? —le preguntó a Ray con desagrado.

Él se detuvo a medio masticar y le lanzó una mirada perpleja antes de preguntarle, con la boca llena: —¿Qué te está devorando?

—Lo siento. No debería estarte gritando. Solo estoy frustrada porque esta cosa esta tomando demasiado tiempo. Si estas chicas fueron secuestradas, toda esta rebusca está desperdiciando tiempo valioso.

—Démosle al tipo dos minutos más. Si no sale con nada para entonces, haremos caer el martillo. ¿Te parece bien?

—Me parece bien —replicó Keri y le dio un pequeño mordisco a su rollo.

—Sé que te fastidia esto —dijo Ray—, pero claramente algo está pasando contigo. Pienso que tiene que ver con lo que fuese que estabas ocultando en la estación. Ahora tenemos un poco de tiempo. Conque ponme al día.

Keri le miró y podía afirmar que incluso con el pedacito de lechuga que tenía en los dientes y le hacía ver ridículo, él no estaba bromeando.

Eres más cercana a este hombre que a nadie más en el mundo. Él merece saber. Solo dile.

—Okey —dijo—, pero espera.

Sacó el pequeño detector de cámaras y micrófonos que llevaba en su bolso y le hizo un ademán a Ray para que la siguiera hasta el corredor.

El aparato se lo había recomendado un experto en seguridad y vigilancia a quien una vez había ayudado en un caso. Él dijo que era una buena combinación de portabilidad, confiabilidad y precio adecuado, y hasta ahora, parecía estar en lo correcto.

En las semanas que habían pasado desde que el abogado Jackson Cave le había insinuado que la vigilaría muy de cerca, ella había hallado varios dispositivos de escucha. Un micrófono había sido colocado en la lámpara del escritorio de su oficina. Sospechaba que un miembro del equipo de limpieza había sido sobornado para que lo colocara allí.

También había hallado una cámara y un micrófono en su nuevo apartamento. El micrófono estaba en el recibidor, y la cámara había sido instalada en el dormitorio. También había encontrado un micrófono dentro del volante de su auto y otro en la visera del auto de Ray.

Edgerton había añadido protecciones extra a su computadora de oficina para detectar específicamente programas de seguimiento. Hasta ahora, ninguno había sido descubierto. Pero ella iba sobre seguro y evitaba usarla para nada que no fueran asuntos oficiales.

Su teléfono celular estaba limpio hasta ahora, probablemente porque nunca lo apartaba de su lado. Era el único dispositivo a través del cual se comunicaba con el Coleccionista y era en consecuencia el que más protegía.

Cuando llegaron al corredor, Keri se revisó a sí misma con el aparato, luego hizo lo propio con Ray. Señaló el teléfono de Ray. Él se lo extendió y también fue revisado.

Ray ya había pasado por esta rutina muchas veces en las últimas semanas. Se resistió al inicio, pero después que Keri descubrió el micrófono en su auto, dejó de oponerse. De hecho, él había querido arrancarlo, al igual que todos los demás de los sitios donde estaban.

Ella le había rogado que los dejara donde estaban y que actuara como si todo fuera normal. Si Cave supiera que estaban detrás de él, sospecharía que ya sabían del Coleccionista y podría avisarle que se largara.

Ya Cave sospechaba que Keri era quien le había robado los archivos con los expedientes de distintos secuestradores por encargo. Pero no podía estar seguro de eso. Incluso si lo estaba, ignoraba qué tanto había descubierto Keri sobre sus conexiones secretas con este oscuro submundo, o si ella lo tenía a él bajo vigilancia también. Así que obviamente no quería correr el riesgo de incriminarse por contactar al Coleccionista si podía evitarlo en lo posible.

Él creía que estaban en un punto muerto de la vigilancia. Y considerando que Jackson Cave tenía mucha más información que la que Keri poseía en este momento, ella estaba feliz con ese arreglo.

Ella le había prometido a Ray que aun cuando permitir que los micrófonos se quedaran donde estaban fuese contraproducente, ella se desharía de ellos, incluso si ello alertaba a Cave. Tenían incluso una frase clave para significar que era momento de tirarlos. Esta era “Bondi Beach”, haciendo referencia a una playa de Australia que Keri esperaba un día visitar. Si ella decía esas palabras, Ray sabría que podía finalmente arrancar el dispositivo de la visera.

—¿Satisfecha? —preguntó él cuando terminó de barrerlos por entero a ambos.

—Sí, lo siento. Escucha, recibí esta mañana un correo-e de nuestro amigo —dijo ella, prefiriendo ser críptica con respecto al Coleccionista aun cuando estaba segura de que no eran escuchados—. Dio a entender que me contactaría. Supongo que estoy un poco al borde. Cada vez que mi teléfono suena, pienso que es él.

—¿Te dio alguna clase de horario? —preguntó Ray.

—No. Solo dijo que haría contacto muy pronto, nada más aparte de eso.

—No es extrañar que estés tan agitada. Pensé que solo tenías una reacción exagerada con respecto a este caso

Keri sintió que sus mejillas se encendían y contempló en silencio a su pareja, sorprendida por su comentario. Ray pareció entender enseguida que había ido demasiado lejos y estaba a punto de enmendarlo cuando el guardia de seguridad les llamó desde la sala de computadoras.

—Tengo algo —gritó.

—Ahora mismo eres muy afortunado —siseó Keri furiosa, abriéndose paso delante de Ray, que le dio todo el espacio.

Cuando ingresaron a la sala de computadora, el guardia tenía el segmento de vídeo de las 2:05 p.m. Sarah y Lanie eran claramente visibles, sentadas en una pequeña mesa en el centro de la zona de comida. Vieron a Lanie tomar una foto de su comida con el teléfono, casi con toda seguridad parte de la publicación que Edgerton había hallado en Instagram.

Después de dos minutos, un sujeto alto, de cabello oscuro, cubierto de tatuajes, se aproximó hasta ellas. Le dio a Lanie un largo beso y tras unos pocos minutos de charla, todos se levantaron y se fueron.

El guardia congeló la imagen y se volteó para mirar a Keri y Ray. Keri vio por primera vez al guardia atentamente. Llevaba un gafete que rezaba “Keith”, y no tendría más de veintitrés, con la piel grasosa y llena de granos, y una joroba que lo hacía ver como un esquelético Quasimodo. Simuló no notarlo mientras él hablaba.

—Tengo unas tomas sólidas de la cara del sujeto. Las puse en archivos digitales y puedo enviarlas a sus teléfonos también, si así lo quieren.

Ray le lanzó una mirada a Keri que decía “quizás este tipo no sea tan incompetente después de todo”, pero se lo calló cuando ella le devolvió la mirada, todavía molesta por su comentario sobre la “reacción exagerada”.

—Eso estaría muy bien —dijo, dirigiendo de nuevo su atención al guardia—. ¿Fuiste capaz de rastrear hacia dónde se fueron?

—Así es —dijo Keith lleno de orgullo, y se giró para mirar de nuevo la pantalla. Cambió a una pantalla distinta que mostraba los movimientos del sujeto por el centro comercial, al igual que los de Sarah y Lanie. Culminaba con todos ellos subiéndose a un Trans Am y abandonando el estacionamiento, en dirección al norte.

—Intenté conseguir las placas del vehículo, pero todas nuestras cámaras están montadas demasiado altas como para ver algo así.

—Está bien —dijo Keri—. Lo hiciste realmente bien, Keith. Con respecto a esas tomas, voy a darte nuestros números de celular. Me gustaría que también se las enviaras a uno de nuestros colegas en la estación, para que él pueda correr un reconocimiento facial.

—Por supuesto —dijo Keith—, lo haré ahora mismo. Por cierto, me preguntaba si podría pedirles un favor.

Keri y Ray intercambiaron miradas de escepticismo, pero ella asintió de todos modos. Keith permaneció vacilante.

—He estado planeando solicitar mi ingreso a la academia de policía. Pero lo he postergado porque no creo que esté listo aún para los requerimientos físicos. Me preguntaba si, cuando todo esto se aclare, puedo pedirles que me den algunas sugerencias sobre cómo mejorar mis oportunidades de ingresar y llegar a graduarme

—¿Eso es todo? —preguntó Keri, sacando una tarjeta de presentación y dándosela— Llama a esta consulta sobre desórdenes pituitarios para que te aconsejen desde el punto de vista físico. Puedes llamarme cuando necesites alguna ayuda sobre la parte intelectual del trabajo. Y una cosa más. Si tienes que lucir un gafete en tu trabajo, consigue uno con tu apellido. Es más intimidante.

Entonces salió, dejando a Ray que se hiciera cargo del resto. Se lo merecía.

De regreso en el corredor, envió por mensajería de texto las tomas del sujeto tanto a Joanie Hart como a los Caldwells, preguntándoles si alguno lo reconocía. Un momento después, Ray salió para reunirse con ella. Lucía avergonzado.

—Escucha, Keri. No debí haberte dicho lo de la reacción exagerada. A todas luces algo está pasando aquí.

—¿Es eso una disculpa? Porque no escuché las palabras ‘Lo siento’ en ningún momento. Y aunque estamos en ello, ¿no han habido suficientes casos que no eran nada para los demás excepto para mí, y que resultaron ser algo para ti como para que me dieras el beneficio de la duda?

—Sí, pero, ¿qué hay de todos esos casos…? —comenzó a decir, entonces lo pensó mejor y se detuvo a mitad de la frase— Lo siento.

—Gracias —replicó Keri, optando por ignorar la primera parte de esos comentarios y concentrarse en la segunda.

Su teléfono vibró y ella bajó la vista con expectación. Pero en lugar de un correo-e del Coleccionista, era un texto de Joanie Hart. Era breve e iba al punto: “nunca he visto a este tipo”.

Se lo mostró a Ray, sacudiendo su cabeza ante lo lejos que podía llegar esa mujer con su aparente ambivalencia hacia el bienestar de su hija. Justo entonces sonó el teléfono. Era Mariela Caldwell.

—Hola, Sra. Caldwell. Habla la Detective Locke.

—Sí, Detective. Ed y yo hemos estado mirando las fotos que nos envió. Nunca hemos visto a ese joven. Pero Sarah me mencionó que Lanie dijo que su novio se veía como si fuera de una banda de rock. Me pregunta si podría ser él.

—Es bastante posible —dijo Keri—. ¿Alguna vez Sarah mencionó el nombre de este novio?

—Lo hizo. Estoy casi segura que era Dean. No recuerdo su apellido. No creo que ella lo supiera tampoco.

—Okey, muchas gracias, Sra. Caldwell.

—¿Es eso de ayuda? —preguntó la mujer con una voz esperanzada, casi a modo de ruego.

—Puede que sí. No tengo aún ninguna información que darle. Pero le aseguro que estamos muy enfocados en encontrar a Sarah. Trataré de brindarle tanta información actualizada como sea posible.

—Gracias, Detective. ¿Sabe?, solo después que se fue me di cuenta que usted es la misma detective que halló a esa chica surfista extraviada hace unos meses. Y sé lo de, bueno… lo de su hija… —su voz se quebró y dejó de hablar, ganada a todas luces por la emoción.

—Está bien, Sra. Caldwell —dijo Keri, armándose de valor para no perderlo.

—Solo siento tanto lo de su pequeña hija…

—No se preocupe ahora de eso. Mi atención está en encontrar a su hija. Y le prometo que voy a invertir en esto cada gramo de energía de que dispongo. Solo intente permanecer calmada. Vea cualquier cosa en la tele, tome una siesta, haga lo que pueda para seguir cuerda. Entretanto, nosotros estamos en esto.

—Gracias, Detective —susurró Mariela Caldwell, con una voz apenas audible.

Keri colgó y miró a Ray, que lucía una expresión preocupada.

—No te preocupes, pareja —le aseguró ella—. No voy a perderme aún. Ahora, consigamos a esta chica.

—¿Qué propones que hagamos?

—Creo que es hora de que llamemos a Edgerton. Ha tenido bastante tiempo para revisar los datos de los teléfonos de las chicas. Y ahora tenemos un nombre para el sujeto de la plaza de comidas: Dean. Quizás Lanie lo mencione en una de sus publicaciones. Su mamá puede que no sepa nada acerca de él, pero creo que puede ser más bien debido a una falta de interés que a que Lanie lo esté ocultando.

Mientras caminaban por el centro comercial en dirección al estacionamiento y el auto de Ray, Keri llamó a Edgerton y lo puso en el altavoz para que Ray pudiera escuchar también. Edgerton contestó después del primer repique.

—Dean Chisolm —dijo, saltándonse los saludos.

—¿Qué?

—El sujeto de las tomas que me has enviado se llama Dean Chisolm. Ni siquiera tuve que usar el reconocimiento facial. Está etiquetado en una pila de fotos de Facebook de la chica Joseph. Siempre tiene puesta una gorra con la visera bajada o gafas de sol como si tratara de ocultar su identidad. Pero no es muy bueno en eso. Siempre viste el mismo tipo de camiseta negra y los tatuajes son bastante peculiares.

—Buen trabajo, Kevin —dijo Keri, una vez más impresionada por el sabio en tecnología de la unidad—. ¿Y qué tienes entonces acerca de él?

—Un respetable montón de datos. Tiene varios arrestos por drogas. Algunos son por posesión, un par por distribución, y uno por ser un correo. Cumplió cuatro meses por ese.

—Suena como un ciudadano en verdad recto —musitó Ray.

—Eso no es todo. Se sospecha que está involucrado en la operación de una red de tráfico sexual que usa a chicas menores de edad. Pero nadie ha sido capaz de relacionarlo con eso.

Keri miró a Ray y vio que algo cambiaba en su expresión. Hasta ahora, él claramente había pensado que había más que una sólida probabilidad de que estas chicas estuvieran solo por ahí de juerga. Pero con las noticias acerca de Dean, era obvio que había pasado de ligeramente interesado a totalmente preocupado.

—¿Qué sabemos acerca de esta red de tráfico sexual? —preguntó Keri.

—La opera un tipo de aspecto encantador llamado Ernesto ‘Chiqy’ Ramírez.

—¿Chiqy? —preguntó Ray.

—Creo que podría ser un apodo —un apócope de chiquito. O sea, un pequeñito. Y como este sujeto parece estar por encima de los ciento cuarenta kilos, supongo que es un chiste.

—¿Sabes dónde podemos encontrar a Chiqy? —preguntó Keri, nada divertida.

—Desafortunadamente, no. No tiene dirección conocida. Habitualmente, parece que se mueve entre bodegas abandonadas, donde monta burdeles improvisados que funcionan hasta que son objetos de redadas. Pero tengo algunas buenas noticias.

—Tomaremos lo que tengas —dijo Ray mientras subían a su auto.

—Tengo una dirección de Dean Chisolm. Y resulta ser que es la localización exacta donde el GPS de ambas chicas fue apagado. Se las estoy enviando ahora mismo, junto con una foto de Chiqy.

—Gracias, Kevin —dijo Keri—. Por cierto, puede que hayamos encontrado un mini-Kevin trabajando como guardia de seguridad en el centro comercial; muy entendido en tecnología. Quiere ser policía. Podría ponerlo en contacto contigo si te parece bien.

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299 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
271 стр. 2 иллюстрации
ISBN:
9781640297746
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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