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CAPÍTULO CINCO

Entrar a la unidad del DNR era igual que como lo recordaba. Después de obtener la autorización para entrar al campus cotado del hospital a través de una verja protegida por guardias de seguridad, se dirigió a la parte de atrás del edificio principal hacia un segundo edificio más pequeño, de aspecto corriente.

Se trataba de una anodina estructura de acero y hormigón en medio de un aparcamiento sin asfaltar. Solo se divisaba el tejado por detrás de una valla metálica de malla verde y alambre de púas que rodeaba el lugar.

Atravesó una segunda verja custodiada para acceder al DNR. Después de aparcar, caminó hacia la entrada principal, fingiendo ignorar las múltiples cámaras de seguridad que le observaban a cada paso. Cuando llegó a la puerta exterior, esperó a que le dejaran entrar. A diferencia de la primera vez que había venido aquí, ahora el personal le reconocía y le admitían nada más verla.

Pero eso solo pasó en la puerta exterior. Después de pasar por un pequeño patio, llegó a la entrada principal a las instalaciones, que tenía unas gruesas puertas de cristal blindado. Deslizó su tarjeta de acceso, y se encendió la luz verde en el panel. Entonces el guarda de seguridad detrás del escritorio, que también podía observar el cambio de color, le abrió la puerta, completando el procedimiento de acceso.

Jessie se quedó de pie en un pequeño vestíbulo, esperando a que se cerrara la puerta exterior. La experiencia ya le había enseñado que la puerta interior no podía abrirse hasta que la exterior se hubiera cerrado del todo. Una vez lo hizo audiblemente, el guardia de seguridad desbloqueó la puerta interior.

Jessie pasó adentro, donde le esperaba un segundo oficial armado. Recogió todos sus efectos personales, que eran mínimos. Había aprendido con el tiempo que era mucho más conveniente dejar casi todo en el coche, que no corría ningún peligro de ser asaltado.

El guardia le pateó y le hizo un gesto para que pasara por el escáner de ondas milimétricas como los de seguridad de los aeropuertos, que proyectaba una impresión detallada de todo su cuerpo. Cuando pasó al otro lado, le devolvieron sus cosas sin mediar palabra. Era la única indicación de que tenía luz verde para continuar.

“¿Voy a ver a la Oficial Gentry?”, preguntó al agente que estaba sentado detrás del escritorio.

La mujer levantó la vista, con una expresión de absoluto desinterés en su rostro. “Saldrá en un momento. Ve a esperar junto a la puerta de Preparación Transicional”.

Jessie así lo hizo. Preparación Transicional era la sala a donde iban todos los visitantes a cambiarse antes de interactuar con un paciente. Una vez dentro, les pedían que se cambiaran y se pusieran una bata gris de hospital, que se quitaran toda la bisutería, y se limpiaran el maquillaje. Como le habían advertido, estos hombres no precisaban de ninguna estimulación adicional.

Un instante después, la oficial Katherine “Kat” Gentry salía por la puerta de la sala para recibirla. Daba gusto verla. Aunque no es que hubieran empezado precisamente con buen pie cuando se conocieron el verano anterior, ahora las dos mujeres eran amigas, conectadas por su consciencia compartida de la oscuridad que subyace en alguna gente. Jessie había llegado a confiar tanto en ella que Kat era una de las menos de seis personas en todo el mundo que sabían que era la hija del Ejecutador de los Ozarks.

Cuando Kat se le acercó, Jessie admiró una vez más la tipa dura que resultaba ser como jefa de seguridad del DNR. Físicamente imponente a pesar de medir solo uno setenta, su cuerpo de 75 kilos consistía casi por completo de músculo y voluntad de hierro. Previamente comando en el ejército, había servido dos temporadas en Afganistán, y llevaba puestos los mementos de aquellos días en su cara, que estaba agujereada por cicatrices de quemaduras con metralla y tenía una muy larga que empezaba desde debajo del ojo izquierdo para caerle en vertical por la mejilla izquierda. Sus ojos grises estaban calmados, quedándose con todo lo que veían para decidir si se trataba de una amenaza.

Era obvio que no pensaba que Jessie fuera una. Sonrió abiertamente y le dio un gran abrazo.

“Cuánto tiempo sin verte, dama del FBI”, le dijo con entusiasmo.

Jessie estaba recuperando el aliento tras sentirse estrujada en sus brazos, y solo habló cuando la soltó.

“No soy del FBI”, le recordó a Kat. “No era más que un programa de formación. Todavía sigo afiliada con el L.A.P.D.”.

“Lo que tú quieras”, dijo Kat con desdén. "Estuviste en Quantico, trabajando con los mayores expertos en tu campo, aprendiendo técnicas alucinantes que usa el FBI. Si quiero llamarte dama del FBI, es lo que voy a hacer”.

“Si eso significa que no me vas a partir la espalda por la mitad, puedes llamarme lo que tú quieras”.

“A propósito, ya no creo que pudiera hacer eso”, notó Kat. “Pareces más fuerte que antes. Supongo que no solo te hicieron entrenar la mente mientras estabas allí”.

“Seis días a la semana”, le dijo Jessie. “Carreras por el monte, carreras de obstáculos, autodefensa, y entrenamiento de armas. Sin duda alguna, me dieron la patada que necesitaba para ponerme en una forma medio decente”.

“¿Debería preocuparme?”, le preguntó Kat fingiendo preocupación, dando un paso atrás y elevando sus brazos en postura defensiva.

“No creo que suponga ninguna amenaza para ti”, admitió Jessie. “Pero creo que podría protegerme a mí misma frente a un sospechoso, algo que no sentía antes en absoluto. Mirando al pasado, tuve suerte de sobrevivir mis encuentros recientes”.

“Eso es genial, Jessie”, dijo Kat. “Quizá podamos buscar un día que tengamos libre, ir por unas rondas, para mantenerte despierta”.

“Si lo que quieres decir con unas cuantas rondas, es unas cuantas rondas de chupitos, cuenta conmigo. De lo contrario, puede que me tome un pequeño descanso de las carreras diarias y de los puñetazos y esas cosas.”

“Retiro todo”, dijo Kat. “Sigues siendo el mismo ratoncillo que fuiste siempre”.

“Bueno, esa sí que es la Kat Gentry que he acabado conociendo y adorando. Sabía que había una buena razón para que fueras la primera persona que quería ver después de regresar a la ciudad”.

“Me siento halagada”, dijo Kat. “Pero creo que las dos sabemos que no soy la persona que has venido a visitar. ¿Dejamos de remolonear y vamos al grano?”.

Jessie asintió y siguió a Kat al interior de la sala de Preparación, donde la esterilidad y el silencio pusieron punto final al ambiente jocoso de la visita.

*

Quince minutos después, Kat escoltaba a Jessie hasta la puerta que conectaba con el ala de seguridad del DNR donde estaban algunas de las personas más peligrosas del planeta. Ya habían pasado por su oficina para ponerse al día sobre los últimos meses, que habían sido sorprendentemente aburridos.

Kat le informó de que, como Crutchfield le había amenazado con que se iba a ver enseguida con su padre, habían aumentado todavía más las ya estrictas medidas de seguridad. Las instalaciones contaban ahora con cámaras de seguridad adicionales y hasta con mayor comprobación de identidad para visitantes.

No había pruebas de que Xander Thurman hubiera intentado visitar a Crutchfield. Sus únicas visitas habían sido la del médico que venía todos los meses para comprobar sus constantes vitales, el psiquiatra con el que casi nunca intercambiaba ni una palabra, un detective del L.A.P.D. que esperaba, resultó que fútilmente, a que Crutchfield compartiera información sobre un caso sin resolver en el que estaba trabajando; y el abogado que le había asignado el tribunal, que solo aparecía para asegurarse de que no le estuvieran torturando. Apenas había entablado conversación con ninguno de ellos.

Según decía Kat, no había mencionado a Jessie delante del personal, ni siquiera a Ernie Cortez, el agente que supervisaba sus duchas semanales. Era como si ella no existiera. Jessie se preguntaba si estaría enfadado con ella.

“Ya sé que te acuerdas del procedimiento”, dijo Kat, mientras esperaban de pie delante de la puerta de seguridad. “Como han pasado unos cuantos meses, deja que repase los procedimientos de seguridad como medida de precaución. No te acerques al prisionero. No toques la barrera de cristal. Y ya sé que esta te la vas a pasar por alto de todas maneras, pero oficialmente, se supone que no puedes compartir ninguna información personal. ¿Entendido?”.

“Claro”, dijo Jessie, contenta de que le recordara todo. Le servía para ponerse en el estado mental adecuado.

Kat deslizó su placa y asintió ante la cámara encima de la puerta. Desde dentro, alguien les dejó pasar. Jessie se sintió abrumada al instante por la sorprendente ráfaga de actividad. En vez de los cuatro habituales guardias de seguridad, había seis. Además, había tres hombres vestidos con uniforme de trabajo dando vueltas alrededor de algunas piezas de equipo técnico.

“¿Qué pasa?”, preguntó ella.

“Oh, olvidé mencionarlo, vamos a recibir unos cuantos residentes a mitad de semana. Vamos a estar al completo en las diez celdas, así que estamos comprobando el equipo de vigilancia en las celdas vacías para asegurarnos de que todo está en perfecto funcionamiento. También hemos aumentado el personal de seguridad en cada turno de cuatro a seis agentes durante el día, sin incluirme a mí, y de tres a cuatro por la noche”.

“Eso suena… arriesgado”, dijo Jessie diplomáticamente.

“Me mostré en contra”, admitió Kat. “Pero el condado tenía ciertas necesidades y nosotros teníamos las celdas disponibles. Era una batalla perdida”.

Jessie asintió mientras miraba a su alrededor. Las cosas esenciales del lugar parecían ser las mismas. La unidad estaba diseñada en forma de rueda con la base de operaciones en el centro y con pasillos que salían en todas direcciones, y que llevaban a las celdas de los prisioneros. En este momento, había seis oficiales en el espacio ahora abarrotado del centro de operaciones, que parecía un centro de enfermería de un hospital lleno de pacientes.

Algunas de las caras le resultaban nuevas, pero la mayoría le eran familiares, incluida la de Ernie Cortez. Ernie era un espécimen masivo, de más de dos metros y 140 kilos de músculos bien formados. Tenía unos treinta y tantos años y le empezaban a asomar las canas en su cabello negro de corte militar. Ernie esbozó una enorme sonrisa al ver a Jessie.

“Chica Vogue”, le llamó, utilizando el apodo afectuoso que le había dado durante su primer encuentro, en que él había tratado de mostrar su interés, sugiriendo que debería ser una modelo. Le había cerrado el pico a toda prisa, pero él no parecía guardarle ningún rencor.

“¿Cómo va, Ernie?”, le preguntó, sonriendo de vuelta.

“Como siempre, ya sabes. Asegurándonos de mantener a raya a los pedófilos, los violadores, y los asesinos. ¿Y tú?”.

“Básicamente igual”, dijo ella, decidiendo no meterse en detalles sobre sus actividades de los últimos meses con tantas caras desconocidas a su alrededor.

“Así que ahora que has tenido unos cuantos meses para superar tu divorcio, ¿te gustaría pasar algo de tiempo de calidad con el Ernster? Tengo pensado ir a Tijuana este fin de semana”.

“¿Ernster?” repitió Jessie, incapaz de impedir que le saliera una risita.

“¿Qué?”, dijo él, fingiendo ponerse a la defensiva. “Es un apodo”.

“Lo lamento, Ersnter, estoy bastante segura de que tengo planes para el fin de semana, pero pásalo en grande en la pista de jai alai. Cómprame unos Chiclets, ¿de acuerdo?”.

“Ay, vaya”, replicó él, poniéndose la mano en el pecho como si ella le hubiera lanzado una flecha al corazón. “Sabes qué, los chicos grandes también tenemos sentimientos. También somos, ya sabes… chicos grandes”.

“Muy bien, Cortez,” interrumpió Kat, “ya está bien con eso. Me acabas de hacer vomitar un poco dentro de mi boca. Y Jessie tiene asuntos que atender”.

“Hiriente”, murmuró Ernie entre dientes mientras volvía a poner su atención en el monitor que tenía delante. A pesar de sus palabras, su tono sugería que no le importaba demasiado. Kat hizo un gesto para que Jessie le siguiera al pasillo donde estaba la celda de Crutchfield.

“Vas a querer esto,” le dijo, sujetando la pequeña llave electrónica con el botón rojo en el centro. Era su aparato para los casos de emergencia. Jessie lo consideraba algo así como una manta de seguridad digital.

Si Crutchfield le sacaba de sus casillas y ella quería salir de la sala sin que él se enterara del impacto que estaba teniendo en ella, tenía que presionar el botón oculto en su mano. Eso alertaría a Kat, que podría sacarle de la sala con algún pretexto oficial inventado. Jessie estaba bastante segura de que Crutchfield sabía que tenía ese aparato, pero, aun así, se alegraba de que así fuera.

Agarró la llave electrónica, asintió a Kat indicando que estaba lista para pasar, y respiró profundamente. Kat abrió la puerta y Jessie pasó al interior.

Por lo visto, Crutchfield había anticipado su llegada. Estaba de pie, a solo unas pulgadas del cristal que dividía la habitación en dos, sonriéndole abiertamente.

CAPÍTULO SEIS

A Jessie le llevó un segundo despegar su mirada de sus dientes retorcidos y evaluar la situación.

En apariencia, no tenía un aspecto tan distinto de lo que ella recordaba. Todavía tenía su pelo rubio, esquilado casi al rape. Todavía llevaba su uniforme obligatorio de color turquesa. Todavía tenía la cara un poco más regordeta de lo que cabría esperar de un tipo que medía 1,75 metros y pesaba 80 kilos. Hacía que pareciera que estaba más cerca de tener veinticinco años que de los treinta y cinco que tenía en realidad.

Y aún tenía esos inquisitivos ojos marrones, casi avasalladores. Eran la única pista de que el hombre que tenía delante de ella había matado al menos a diecinueve personas, y quizás hasta el doble.

La celda tampoco había cambiado. Era pequeña, con una cama estrecha sin sábanas que estaba empotrada en la pared. Había un pequeño escritorio con una silla incorporada en la esquina de la derecha, junto a un pequeño lavabo de metal. Detrás de eso estaba el servicio, colocado en la parte trasera, con una portezuela deslizante de plástico para dar una mínima sensación de privacidad.

“Señorita Jessie,” ronroneó con suavidad. “¡Menuda sorpresa inesperada encontrarme contigo aquí!”.

“Y, aun así, estás de pie ahí como si estuvieras esperando mi llegada inminente”, le contradijo Jessie, que no quería darle a Crutchfield ni un momento de ventaja. Se acercó y se sentó en la silla detrás de un pequeño escritorio al otro lado del cristal. Kat tomó su posición habitual, de pie y completamente alerta en un rincón de la celda.

“Percibí un cambio en el aire de las instalaciones”, le contestó, con su tono de Luisiana más exagerado que nunca. “El aire parecía más dulce y pensé que podía escuchar cómo piaba un pájaro afuera”.

“Por lo general, no sueles tener tantos cumplidos”, notó Jessie. “¿te importa decirme qué es lo que ha conseguido que te pongas de un humor tan generoso?”.

“Nada en concreto, señorita Jessie. ¿Es que no puede un hombre apreciar la pequeña alegría que resulta de tener una visita inesperada?”.

Algo en el modo que pronunció la última línea hizo estremecer el cuero cabelludo de Jessie, como si el comentario estuviera cargado de significado. Se quedó allí sentada un momento, dejando a su mente que trabajara, ignorando por completo las restricciones temporales. Sabía que Kat le dejaría manejar la entrevista de la manera que ella quisiera.

Dándole vueltas a las palabras de Crutchfield en su cabeza, se dio cuenta de que podían referirse a más de una sola cosa.

“Cuando hablas de visitas inesperadas, ¿te refieres a mí, Crutchfield?”.

Él se la quedó mirando durante varios segundos antes de hablar. Finalmente, con lentitud, la amplia, forzada, sonrisa en su rostro se transformó en una expresión burlona más malévola, y también más creíble.

“No hemos establecido las reglas de juego para esta visita”, le dijo, girándose de repente sobre sus espaldas.

“Creo que hace mucho que han terminado los días de las reglas de juego, ¿no crees, Crutchfield?”, le preguntó. “Hace mucho que nos conocemos, y podemos simplemente charlar, ¿no es cierto?”.

Regresó a la cama empotrada en la pared de la celda y se sentó, con la expresión ligeramente oculta en la penumbra.

“Entonces, ¿cómo puedo estar seguro de que vas a ser tan honesta como quieres que yo sea contigo?”, le preguntó.

“Después de que le ordenaras a uno de tus compinches que entrara al apartamento de mi amiga y le diera un susto tal que todavía no pega ojo por las noches, no estoy segura de que te hayas ganado mi confianza o mi buena voluntad”.

“Sacas ese incidente a colación”, le dijo él, “pero olvidas mencionar las múltiples ocasiones en que te he ayudado, tanto en lo profesional como en lo personal. Por cada supuesta indiscreción que ha habido por mi parte, te he compensado con información que te ha resultado inestimable. Lo único que estoy pidiendo son ciertas garantías de que esto no va a ser solo trabajo mío”.

Jessie le miró con dureza, intentando determinar la buena voluntad que podía mostrar al tiempo que mantenía una distancia profesional.

“¿Y qué es exactamente lo que estás buscando?”.

“¿Ahora mismo? Solo tu tiempo, señorita Jessie. Preferiría que no tardaras tanto en regresar por aquí. Han pasado setenta y seis días desde que me concediste la gracia de tu presencia. Un hombre un poco más inseguro podría ofenderse ante tan larga ausencia”.

“Muy bien”, dijo Jessie. “Prometo visitarte de manera más regular. De hecho, me aseguraré de pasar por aquí al menos otra vez esta semana. ¿Cómo suena eso?”.

“Es un comienzo”, dijo sin entusiasmo.

“Genial. Entonces regresemos a mi pregunta. Antes dijiste que apreciabas la alegría que te producía tener una visita inesperada. ¿Te estabas refiriendo a mí?”.

“Señorita Jessie, aunque siempre sea una delicia regodearme en tu compañía, debo confesar que mi comentario sin duda alguna se refería a otro visitante”.

Jessie podía escuchar cómo se tensaba Kat en el rincón de atrás.

“¿Y a quién te refieres?”, le preguntó, manteniendo el mismo volumen.

“Creo que ya lo sabes”.

“Me gustaría que me lo dijeras tú”, insistió Jessie.

Bolton Crutchfield se volvió a poner de pie, ahora más visible debajo de la luz, y Jessie pudo ver que estaba dándole vueltas a la lengua en la boca, como si fuera un pez en un anzuelo con el que estuviera jugueteando.

“Como te aseguré la última vez que hablamos, pensaba tener una charla con tu papi”.

“¿Y la has tenido?”.

“Sin duda alguna”, respondió tan casualmente como si le estuviera dando la hora. “Me pidió que te transmitiera sus saludos cordiales, después de que le ofreciera los tuyos”.

Jessie le miró de cerca, en busca de cualquier indicio de engaño en su rostro.

“¿Hablaste con Xander Thurman,” reconfirmó, “en esta habitación, en algún momento de las últimas once semanas?”.

“Así es.”

Jessie sabía que Kat estaba deseando hacer sus propias preguntas para intentar confirmar la veracidad de su afirmación y de cómo podía haber sucedido. Pero, en su mente, eso era secundario y podía abordarlo más tarde. No quería que la conversación se desviara del tema así que lo continuó antes de que su amiga pudiera decir nada.

“¿De qué hablasteis?”, le preguntó, intentando mantener un tono de neutralidad.

“Pues bien, tuvimos que ser bastante crípticos, para que los que nos estaban escuchando no descubrieran su verdadera identidad. Pero el tema central de nuestra charla fuiste tú, señorita Jessie”.

“¿Yo?”.

“Sí. Si recuerdas, él y yo hablamos hace un par de años y me advirtió que puede que un día me visitaras. Que tendrías un nombre diferente del que él te había puesto, Jessica Thurman.”

Jessie se estremeció involuntariamente ante el nombre que no había escuchado salir de los labios de nadie más que de sí misma en dos décadas. Sabía que él había visto su reacción, pero no había nada que pudiera hacer por evitarlo. Crutchfield sonrió complacido y continuó.

“Quería saber cómo le iba a esta hija suya perdida hace tanto tiempo. Estaba interesado en todo tipo de detalles, cómo te ganas la vida, dónde vives, el aspecto que tienes ahora, cómo te llamas en este momento. Está deseando reconectar contigo, señorita Jessie”.

Mientras hablaba, Jessie se obligó a sí misma a respirar muy lentamente hacia dentro y hacia fuera. Se recordó cómo destensar el cuerpo y hacer lo mejor posible por parecer tranquila, aunque fuera una fachada. Tenía que parecer imperturbable mientras le hacía la siguiente pregunta.

“¿Y le contaste alguno de esos detalles?”.

“Solamente uno”, dijo con malicia.

“¿Y de cuál se trata?”.

“El verdadero hogar está dónde uno tiene a los suyos,” dijo él.

“¿Qué diablos significa eso?”, exigió Jessie, que sentía cómo se aceleraba por momentos el latido de su corazón.

“Le dije la ubicación del lugar al que llamas hogar”, le dijo, con toda naturalidad.

“¿Le diste mi dirección?”.

“No fui tan específico. Para ser honestos, no conozco tu dirección exacta, a pesar de todo lo que he hecho para descubrirla. Pero sé lo suficiente como para que te acabe encontrando si es listo. Y como ambos sabemos, señorita Jessie, tu papá es muy listo”.

Jessie tragó saliva y reprimió las ganas de ponerse a gritar. Todavía estaba respondiendo a sus preguntas y necesitaba tanta información como pudiera obtener antes de que se detuviera.

“Entonces, ¿cuánto tiempo me queda antes de que venga llamando a mi puerta?”.

“Eso depende de lo que él tarde en reunir las piezas”, dijo Crutchfield encogiendo los hombros de manera exagerada. “Como ya dije, tuve que ser algo misterioso. Si hubiera sido muy específico, hubiera creado señales de alerta para los tipos que monitorean cada una de mis conversaciones. Eso no hubiera resultado productivo”.

“¿Por qué no me dices con exactitud lo que le dijiste? De ese modo, me puedo figurar la línea temporal por mi cuenta”.

“¿Y dónde estaría la diversión en eso, señorita Jessie? De verdad que tienes mi admiración, pero eso me resulta una ventaja poco razonable. Tenemos que darle una oportunidad al hombre”.

“¿Oportunidad?”, repitió Jessie, incrédula. “¿De qué? ¿De ir un paso por delante para acabar destripándome como le hizo a mi madre?”.

“Bueno, eso es de lo más injusto”, replicó, pareciendo calmarse cuanto más se agitaba Jessie. “Podía haber hecho eso en aquella cabaña en la nieve hace todos esos años, pero no lo hizo. Así que, ¿por qué asumir que te quiere hacer daño ahora? Quizá solo quiera llevar a su damita a pasar el día a Disneyland”.

“Perdona si no me siento tan inclinada a darle el mismo beneficio de la duda”, le espetó. “Esto no es un juego, Bolton. ¿Quieres que te visite de nuevo? Necesito estar con vida para hacerlo. No voy a poder darte mucha coba si tu mentor acaba por descuartizar a tu amiguita favorita”.

“Dos cosas, señorita Jessie: en primer lugar, entiendo que son noticias perturbadoras, pero preferiría que no emplearas ese tono tan familiar conmigo. ¿Me llamas por mi primer nombre? No solo es poco profesional, no es propio de ti”.

Jessie mantuvo un incómodo silencio. Incluso antes de que le dijera lo segundo, ya sabía que no le iba a decir lo que ella quería. Aun así, permaneció en silencio, mordiéndose literalmente la lengua en caso de que él cambiara de idea.

“Y en segundo”, continuó, disfrutando claramente de la inquietud de Jessie, “aunque disfruto de tu compañía, no presupongas que eres mi amiguita favorita. No nos olvidemos de la siempre alerta Oficial Gentry ahí detrás. Es todo un bombón, un bombón rancio y podrido. Como le he dicho en más de una ocasión, cuando salga de este lugar, tengo intención de darle un regalo especial de despedida, no sé si me entiendes. Así que no trates de saltarte la cola de las amiguitas”.

“Yo…” comenzó Jessie, esperando que cambiara de idea.

“Me temo que ya se acabó nuestro tiempo”, dijo con voz cortante. Dicho eso, se giró y caminó hacia el diminuto nicho de su celda con retrete y tiró del divisor de plástico, dando por terminada la conversación.

299 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Дата выхода на Литрес:
15 апреля 2020
Объем:
271 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781094304267
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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