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CAPÍTULO SIETE

Riley se sintió tan mareada que creyó que iba a desmayarse.

Logró mantenerse en pie, pero luego sintió que iba a vomitar, como lo había hecho en el apartamento.

«Esto no puede ser real —pensó—. Esto tiene que ser una pesadilla.»

Los policías y las otras personas estaban parados alrededor de un cuerpo que estaba disfrazado de payaso. El traje era brillante y tenía enormes pompones de botones. Un par de zapatos descomunales completaba el atuendo.

La cara blanca rígida tenía una sonrisa extraña pintada, una nariz roja brillante y ojos y cejas exageradas. Una peluca roja enorme enmarcaba su cara. Había un toldo amontonado al lado del cuerpo.

Riley vio que el cuerpo era el de una mujer.

Ahora que se sentía un poco mejor, notó un olor característico y desagradable en el aire. Dudaba de que el olor provenía del cuerpo, ya que había basura por todas partes. El sol de la mañana estaba realzando el olor de la misma.

Un hombre que llevaba una chaqueta blanca estaba arrodillado al lado del cuerpo, estudiándolo cuidadosamente. Crivaro lo presentó como Victor Dahl, el médico forense de DC.

Crivaro negó con la cabeza y le dijo a Dahl: —Esto es aún más raro de lo que esperaba.

Dahl dijo a lo que se puso de pie: —Sí, muy extraño. Y es igual que la última víctima.

«¿La última víctima?», pensó Riley.

¿Otra payasa había sido asesinada como esta?

—Me llamaron hace poco —les dijo Crivaro a Dahl y los policías—. Tal vez pueden poner a mi aprendiz al corriente. Ni yo sé todos los detalles.

Dahl miró a Riley y vaciló por un momento. Riley se preguntó si se veía tan enferma como se sentía. Pero luego el médico forense comenzó a explicar: —El sábado por la mañana un cuerpo fue encontrado en el callejón detrás de un cine. La víctima fue identificada como Margo Birch, y ella estaba disfrazada más o menos como esta víctima. Los policías pensaron que se trataba de un asesinato raro, pero único en su clase. Luego este cadáver apareció anoche. Otra joven maquillada y disfrazada de la misma forma.

En ese momento, Riley entendió. No era una verdadera payasa. Esta era una joven común y corriente disfrazada de payasa. Dos mujeres habían sido disfrazadas y asesinadas.

Crivaro añadió: —Y fue entonces cuando se convirtió en un caso del FBI.

—Eso es correcto —dijo Dahl, mirando alrededor del campo cubierto de basura—. Aquí estuvo un carnaval que duró unos días. Terminó el sábado. Esta basura es de ese carnaval. El campo aún no ha sido limpiado. Anoche, alguien del vecindario vino con un detector de metales, buscando monedas. Encontró el cuerpo, el cual estaba cubierto por ese toldo.

Riley se volvió y vio que Crivaro la observaba con atención.

¿Estaba simplemente asegurándose de que no estaba entrometiéndose? ¿O estaba monitoreando sus reacciones?

Ella preguntó: —¿Esta mujer ya fue identificada?

Uno de los policías dijo: —Todavía no.

Crivaro añadió: —Estamos centrados en el informe de una persona desaparecida en particular. Ayer por la mañana una fotógrafa profesional llamada Janet Davis fue reportada como desaparecida. Había estado tomando fotos en el parque Lady Bird Johnson la noche anterior. Los policías se preguntan si esta podría ser ella. El agente McCune está con su esposo ahora mismo. Tal vez pueda ayudarnos a identificarla.

Riley escuchó sonidos de vehículos deteniéndose cerca en la calle. Vio que un par de furgonetas de prensa acababan de llegar a la escena.

—Maldita sea —preguntó uno de los policías. —Hemos logrado mantener bajo cuerdas lo del otro asesinato. ¿Deberíamos volverla a tapar?

Crivaro soltó un gruñido de fastidio a lo que un equipo de noticias se salió de una de las furgonetas con una cámara y un micrófono. El equipo corrió al campo.

—Es muy tarde para eso —dijo—. Ya vieron a la víctima.

A medida que se acercaban otros vehículos de distintos medios de comunicación, Crivaro y el médico forense movilizaron a los policías para tratar de mantener a los reporteros lo más lejos posible de la cinta policial.

Entretanto, Riley miró a la víctima y se preguntó: «¿Cómo murió?»

No había nadie a quien preguntarle ahora mismo. Todo el mundo estaba ocupado con los reporteros, quienes estaban haciendo muchas preguntas.

Riley se inclinó sobre el cuerpo y se dijo a sí misma: «No toques nada».

Riley vio que los ojos y la boca de la víctima estaban abiertos. Había visto esa misma expresión aterrorizada antes.

Recordaba muy bien cómo se habían visto sus dos amigas degolladas en Lanton. Sobretodo recordaba las grandes cantidades de sangre en los pisos de las habitaciones de residencia.

Pero no había sangre aquí.

Vio lo que parecía ser unos pequeños cortes en la cara y el cuello de la mujer que se veían a través del maquillaje blanco.

¿Qué significaban esos cortes? Seguramente no eran lo suficientemente grandes ni profundos como para haber sido letales.

También notó que el maquillaje no había sido bien aplicado.

«No se lo aplicó ella misma», pensó.

No, alguien más lo había hecho, tal vez contra su voluntad.

Luego Riley sintió un extraño cambio en su conciencia, algo que no había sentido desde aquellos terribles días en Lanton.

Se le puso la piel de gallina cuando cayó en cuenta de qué se trataba.

Estaba sintiendo la mente del asesino.

«Él la disfrazó», pensó.

Probablemente le había puesto el disfraz después de que murió, pero todavía había estado consciente cuando le puso el maquillaje. A juzgar por sus ojos muertos y abiertos, había estado muy consciente de lo que le estaba sucediendo.

«Y él lo disfrutó —pensó—. Disfrutó de su terror cuando la pintó.»

Ahora Riley entendía los pequeños cortes.

«La aterrorizó con un cuchillo. Se burló de ella, hizo que se preguntara cómo la mataría», pensó.

Riley jadeó y se puso de pie. Sintió otra oleada de náuseas y mareos y estuvo a punto de caerse otra vez, pero alguien la agarró por el brazo.

Se dio la vuelta y vio que Jake Crivaro no la había dejado caer.

Estaba mirándola directamente a los ojos. Riley sabía que entendía exactamente lo que acababa de pasar.

Con voz ronca y horrorizada, le dijo: —La mató de miedo. Murió de miedo.

Riley oyó a Dahl jadear de sorpresa.

—¿Quién te dijo eso? —dijo Dahl, caminando hacia Riley.

Crivaro le dijo: —Nadie se lo dijo. ¿Es verdad?

Dahl se encogió de hombros y dijo: —Tal vez. O algo parecido, si es que murió como la otra víctima. Encontramos una dosis fatal de anfetaminas en el torrente sanguíneo de Margo Birch que hizo que su corazón dejara de latir. Esa pobre mujer debió haber estado aterrorizada. Tendremos que hacerle un análisis toxicológico a esta nueva víctima, pero… —Su voz se quebró, y luego le preguntó a Riley—: ¿Cómo lo supiste?

Riley no tenía idea qué decir.

Crivaro dijo: —Es lo que hace. Es por eso que está aquí.

Riley se estremeció ante esas palabras y se preguntó: «¿Realmente quiero ser buena en esto?»

También se preguntó si tal vez debió haber enviado esa carta de renuncia después de todo.

Tal vez no debería estar aquí.

Estaba segura de que Ryan estaría horrorizado si supiera dónde estaba en este momento y lo que estaba haciendo.

Crivaro le preguntó a Dahl: —¿Qué tan difícil sería para el asesino hacerse con esta anfetamina en particular?

—Desafortunadamente, es muy fácil de encontrar en las calles —respondió el médico forense.

El celular de Crivaro sonó y él lo miró. —Es el agente McCune. Tengo que tomar esta llamada.

Crivaro dio un paso atrás y contestó la llamada. Dahl siguió mirando a Riley como si fuera un monstruo.

«Tal vez tiene razón», pensó.

Entretanto, escuchaba algunas de las preguntas que los reporteros estaban haciendo:

—¿Es cierto que el asesinato de Margo Birch fue parecido a este?

—¿Margo Birch estaba disfrazada igual?

—¿Por qué este asesino está disfrazando a sus víctimas de payasas?

—¿Esto es obra de un asesino en serie?

—¿Habrá más asesinatos como este?

Riley recordó lo que uno de los policías acababa de decir: —Hemos logrado mantener lo del otro asesinato bajo cuerdas.

Sin embargo, muchos rumores habían circulado ya. Y ya no tenía sentido seguir negando la verdad.

Los policías estaban tratando de decir lo menos posible en respuesta a las preguntas. Pero Riley recordó lo agresivos que habían sido los reporteros en Lanton. Entendía por qué Jake y los otros policías se molestaron cuando llegaron. Los medios solo le dificultarían aún más las cosas.

Crivaro caminó de vuelta a Riley y Dahl y se metió el celular en el bolsillo. Luego dijo: —McCune habló con el esposo de la mujer desaparecida. El pobre está muy preocupado, pero le dijo a McCune algo que podría ser de ayuda. Dijo que tiene un lunar justo detrás de la oreja derecha.

Dahl se inclinó y miró detrás de la oreja de la víctima. —Es ella —dijo. —¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Janet Davis —dijo Crivaro.

Dahl negó con la cabeza. —Bueno, al menos identificamos a la víctima. Deberíamos sacarla de aquí. Ojalá no tuviéramos que lidiar con rigor mortis.

Riley vio al equipo de Dahl cargar el cadáver en una camilla. No les resultó fácil. El cuerpo estaba rígido como una estatua, y las extremidades hinchadas sobresalían de debajo de la sábana blanca que lo cubría.

Los reporteros miraron boquiabiertos mientras la camilla traqueteaba hacia la furgoneta del forense.

A lo que el cuerpo desapareció en la furgoneta, Riley y Crivaro se abrieron paso entre los reporteros y regresaron a sus propios vehículos.

Riley le preguntó a dónde iban ahora.

—A las oficinas —dijo Crivaro—. McCune me dijo que algunos policías han estado registrando el parque Lady Bird Johnson, donde Janet Davis desapareció. Encontraron su cámara. Debió habérsele caído cuando fue secuestrada. La cámara está ahora en las oficinas del FBI. Vamos a ver lo que los de tecnología pueden encontrar. Tal vez tengamos suerte y nos proporcione alguna prueba.

La palabra «suerte» sacudió a Riley.

Parecía extraño usar esa palabra dado lo desafortunada que había sido esta mujer asesinada.

Pero Crivaro obviamente lo había dicho en serio. Se preguntó cuánto lo había endurecido este trabajo con los años. ¿Estaba completamente inmune al horror? No lo sabía.

—Además, el esposo de Janet Davis dejó a McCune mirar las fotos que había tomado durante los últimos meses. McCune encontró unas fotos que había tomado en una tienda de disfraces —continuó Crivaro.

Riley sintió un cosquilleo de interés.

Ella preguntó: —¿Te refieres a una tienda que podría vender disfraces de payaso?

Crivaro asintió con la cabeza y dijo: —Suena interesante, ¿no es así?

—¿Qué significa eso? —dijo Riley.

Crivaro dijo: —Es difícil de decir. Sin embargo, Janet Davis estaba lo suficientemente interesada en disfraces como para tomarle fotos. Su esposo recuerda que le habló de eso, pero no recuerda dónde fue que tomó las fotos. McCune ahora está tratando de encontrar la tienda en donde las tomó. Me llamará cuando la encuentre. No creo que le tome mucho tiempo.

Crivaro se quedó callado por un momento.

Luego miró a Riley y le preguntó: —¿Cómo lo llevas?

—Bien —dijo Riley.

—¿Estás segura? —preguntó Crivaro—. Te ves pálida, como si no te sintieras bien.

Obviamente eso era cierto. Estaba afectada por las náuseas matutinas y el shock de lo que había visto. Pero no quería decirle a Crivaro que estaba embarazada.

—Estoy bien —insistió Riley.

Crivaro dijo: —Supongo que tienes algún presentimiento respecto al asesino.

Riley asintió sin decir nada.

—¿Algo más que debería saber, aparte de la posibilidad de que la víctima murió de miedo?

—No mucho —dijo Riley—. Excepto que es… —Ella vaciló, y luego encontró la palabra que estaba buscando—. Sádico.

Mientras seguían en camino, Riley se encontró recordando el cuerpo tendido sobre la camilla. Se sentía terrible por el hecho de que la víctima tuvo que sufrir tal humillación e indignidad incluso en su muerte.

Se preguntó qué clase de monstruo podría hacerle esto a alguien.

Aunque había sentido algo del asesino, sabía que no aún no sabía nada de su mente enferma.

Y estaba segura de que no quería saber más.

Pero ¿eso es lo que terminaría haciendo durante este caso, meterse de nuevo en la mente de un asesino?

¿Y después qué?

¿Así sería su vida por siempre?

CAPÍTULO OCHO

A lo que Riley y Crivaro entraron en el edificio J. Edgar Hoover, todavía se sentía horrorizada por la escena del crimen. ¿Alguna vez podría quitársela de encima, especialmente el olor?

Durante su viaje, Crivaro le había asegurado a Riley que el olor no había provenido del cuerpo. Justo como Riley había supuesto, había provenido de la basura del carnaval. El cuerpo de Janet Davis no había estado muerto el tiempo suficiente como para producir un gran olor, al igual que los cuerpos asesinados de sus amigas en Lanton.

Riley todavía no había experimentado el hedor de un cadáver en descomposición.

Crivaro le había dicho: —Lo sabrás cuando lo huelas.

No era algo que Riley anhelaba.

Se preguntó una vez más: «¿Qué estoy haciendo aquí?»

Ella y Crivaro tomaron un ascensor a un piso ocupado por decenas de laboratorios forenses. Siguió Crivaro por un pasillo hasta que llegaron a una habitación con un letrero que decía CUARTO OSCURO. Un joven larguirucho y de cabello largo estaba apoyado junto a la puerta.

Crivaro se presentó y presentó a Riley. El hombre asintió con la cabeza y dijo: —Soy Charlie Barrett, técnico forense. Llegaron justo a tiempo. Tomé un descanso a lo que terminé de procesar los negativos de la cámara que fue encontrada en el parque Lady Bird Johnson. Estaba a punto de imprimir las fotos. Pasen adelante.

Charlie caminó con Riley y Crivaro por un corto pasillo alumbrado por luz de color ámbar. Luego atravesaron una segunda puerta a una habitación inundada de la misma luz extraña.

Lo primero que Riley notó fue el olor penetrante y acre de productos químicos. Curiosamente, el olor no le pareció nada desagradable. En cambio, parecía casi purificador. Ya no olía el hedor de la basura.

Además, ya no sentía tan horrorizada y tenía menos náuseas. Era un verdadero alivio.

Riley miró a su alrededor, fascinada por todos los equipos sofisticados.

Charlie levantó una hoja de papel con filas de imágenes y la examinó a la luz tenue.

—Aquí están los negativos —dijo—. Parece que era tremenda fotógrafa. Es una pena lo que le pasó.

A lo que Charlie colocó las tiras de película sobre una mesa, Riley se dio cuenta de que nunca había estado en un cuarto oscuro antes. Siempre había llevado sus rollos a una farmacia. Ryan y algunos de sus amigos habían comprado cámaras digitales hace poco. Esas cámaras no utilizaban película.

El esposo de Janet Davis le había dicho a McCune que su esposa utilizaba dos tipos de cámaras. Tendía a utilizar una cámara digital para trabajos profesionales. Pero ella consideraba las tomas del parque trabajo, y ella prefirió una cámara de película para eso.

Riley pensó que Charlie también parecía ser un artista, un verdadero maestro en lo que estaba haciendo. Eso le hizo preguntarse: «¿Esto es un arte en extinción?»

¿Todo este trabajo hábil con película, papel, instrumentos, termómetros, temporizadores, válvulas y productos se extinguiría algún día? Eso le parecía triste.

Charlie comenzó a imprimir las fotos una por una. Primero, amplió los negativos sobre una hoja de papel fotográfico. Luego, empapó los papeles en varios líquidos. Luego, los dejó remojando bajo el agua de grifo. Finalmente, Charlie colgó las fotos con clips a un soporte giratorio.

Fue un proceso lento y silencioso. El silencio solo fue interrumpido por el sonido del goteo de líquido, el arrastrar de pies y unas pocas palabras habladas de vez en cuando que parecían ser susurros reverentes. Simplemente no se sentía correcto hablar en voz alta aquí.

Riley le pareció todo este silencio muy relajante después del desorden ruidoso en la escena del crimen de los policías luchando para mantener alejados a los periodistas.

Riley observó las fotos revelarse durante varios largos minutos.

Las fotografías en blanco y negro capturaban una noche tranquila y pacífica en el parque. Una mostraba un puente peatonal de madera que se extendía sobre un estrecho paso de agua. Otra parecía al principio ser una bandada de gaviotas volando, pero cuando la vio mejor se dio cuenta de que los pájaros formaban parte de una gran estatua.

Otra foto mostraba un obelisco de piedra con el Monumento a Washington. Las otras fotos eran de ciclovías y otros caminos que atravesaban zonas boscosas.

Las fotos habían sido tomadas en plena puesta del sol, creando sombras grises, halos brillantes y siluetas. Riley veía que Charlie había tenido razón en decir que Janet había sido excelente fotógrafa.

Riley también percibía que Janet había conocido bien el parque porque había escogido los lugares donde tomaría sus fotos con mucha antelación y también la hora del día cuando no habría muchos visitantes. Riley no vio ni a una sola persona en ninguna de las fotos. Era como si Janet hubiera tenido el parque para ella sola.

Finalmente vio unas fotos de un puerto deportivo, sus muelles, barcos y agua resplandecientes. La foto era muy pacífica. Riley casi que podía oír el suave chapoteo de agua y los gritos de las aves, casi que podía sentir el aire frío.

Finalmente vio una foto mucho más discordante.

También era del puerto deportivo ya que distinguía algunas dársenas y barcos. Pero todo lo demás estaba borroso, caótico y confuso.

Riley entendió lo que debió haber sucedido justo cuando tomó esa foto.

«El asesino arrancó el arma de su mano», pensó.

Riley tenía el corazón en la garganta.

Sabía que la foto había captado el instante en el que el mundo de Janet Davis cambió para siempre.

En una fracción de segundo, esa tranquilidad y belleza se había convertido en fealdad y terror.

CAPÍTULO NUEVE

Mientras Riley miraba la foto borrosa, se preguntó: «¿Qué sucedió después?»

Después de que se le cayó la cámara, ¿qué le pasó?

¿Luchó contra su agresor hasta que la sometió y la ató?

¿Estuvo consciente durante todo su calvario? ¿O perdió el conocimiento allí mismo cuando tomó la fotografía?

¿Se despertó en los momentos finales?

«Tal vez no importa», pensó Riley.

Recordó que el médico forense había dicho que era probable que Janet había muerto de una sobredosis de anfetaminas.

Si eso era cierto, realmente había muerto de miedo.

Y ahora Riley estaba mirando el momento en el que su calvario había comenzado. Se estremeció ante ese pensamiento.

Crivaro señaló la foto y le dijo a Charlie: —Amplía todo. Todas las fotografías, cada centímetro cuadrado.

Charlie se rascó la cabeza y le preguntó: —¿Qué estás buscando?

—Personas —dijo Crivaro. —Cualquiera que puedas encontrar. Janet Davis parece haber creído que estaba sola, pero no fue así. Alguien estuvo acechándola. Tal vez lo captó en alguna de las fotos sin darse cuenta. Si encuentras a cualquier persona, amplíala lo más que puedas.

Aunque no lo dijo en voz alta, Riley se sentía escéptica.

«¿Encontrará a alguien?», se preguntó.

Tenía la sensación de que el asesino era demasiado sigiloso como para dejarse fotografiar por accidente. Dudaba que esta búsqueda microscópica de las fotos revelara algún rastro de él.

En ese momento, el teléfono de Crivaro sonó en su bolsillo. Dijo: —Eso tiene que ser McCune.

Riley y Crivaro salieron del cuarto oscuro y Crivaro se alejó para tomar la llamada. Se veía emocionado por lo que McCune le estaba diciendo. Cuando finalizó la llamada, le dijo a Riley: —McCune localizó la tienda de disfraces donde Janet Davis tomó las fotos. Está en camino y nos encontraremos con él allá. Vámonos.

*

Cuando Crivaro se detuvo en la tienda llamada Disfraces Romp, vieron que el agente McCune ya había llegado. Se salió de su vehículo y se encontró con Riley y Crivaro en la entrada. Al principio, Riley pensó que era una tienda modesta. Las ventanas delanteras estaban llenas de disfraces de vampiros, momias y hasta vestidos de gala antiguos. También vio un disfraz del tío Sam para el próximo cuatro de julio.

Cuando entró con Crivaro y McCune, le sorprendió lo grande que era la tienda de ladrillo, repleta de cientos de disfraces, máscaras y pelucas.

Ver todo eso le quitó el aliento. Veía disfraces de piratas, monstruos, soldados, príncipes y princesas, animales salvajes y domésticos, extraterrestres y cualquier otro tipo de personaje imaginable.

Le pareció increíble. Después de todo, Halloween solo era una vez al año. ¿Realmente existía un mercado para todos estos disfraces durante el resto del año? En tal caso, ¿qué querrían hacer las personas con ellos?

«Asistir a muchas fiestas de disfraces, supongo», pensó.

Luego pensó que esto no debería sorprenderle, considerando todas las cosas que había visto hoy. En un mundo en el que sucedían estas cosas terribles, no era de extrañar que la gente quería escapar a mundos de fantasía.

Asimismo, no era sorprendente que una fotógrafa talentosa como Janet Davis gozaría de tomar fotografías aquí, en medio de tanta diversidad. De seguro utilizó cámara de película aquí, no una cámara digital.

Las máscaras de monstruos y los disfraces recordaban a Riley a un programa de televisión que había disfrutado durante los últimos años: la historia de una adolescente que mataba vampiros y otros tipos de demonios.

Sin embargo, últimamente ese programa ya no le estaba agradando mucho.

Después de descubrir su propia capacidad de meterse en la mente de un asesino, la historia de una chica con poderes y grandes obligaciones ahora parecía ser demasiado real para ella.

Riley, Crivaro y McCune miraron a su alrededor, pero no vieron a nadie.

McCune dijo: —Hola, ¿hay alguien aquí?

Un hombre salió desde detrás de uno de los percheros. —¿Qué se les ofrece? —preguntó.

El hombre era bastante sorprendente. Era alto y extremadamente delgado, vestido con una camiseta manga larga. También llevaba anteojos con una enorme nariz blanca, cejas pobladas y bigote.

Obviamente algo desconcertados, Crivaro y McCune sacaron sus placas, se presentaron y presentaron a Riley.

Viéndose nada sorprendido por esta visita del FBI, el hombre se presentó como Danny Casal, el dueño del negocio.

—Llámenme Danny —les dijo.

Riley estaba esperando que se quitara los anteojos de disfraz. Pero a lo que lo miró más de cerca, se dio cuenta de que eran anteojos correctores.

También tenían cristales bastante gruesos. Por lo visto, Danny Casal llevaba estos anteojos todo el tiempo, y seguramente sería muy miope sin ellos.

McCune abrió una carpeta de manila y dijo: —Tenemos fotos de dos mujeres. Necesitamos saber si las ha visto antes.

Sus cejas, nariz y bigote falso se movieron cuando asintió con la cabeza. Parecía un hombre demasiado serio como para estar llevando tal atuendo.

McCune sacó una foto y la sostuvo para que el dueño de la tienda la viera.

Danny miró la foto a través de sus anteojos. Él dijo: —Ella no es una clienta habitual. No puedo garantizarles que nunca ha venido a la tienda, pero no la reconozco.

—¿Está seguro? preguntó McCune.

—Sí.

—¿El nombre Margo Birch significa algo para usted?

—Creo que escuché su nombre en las noticias. No estoy seguro.

McCune sacó otra foto y preguntó: —¿Y esta mujer? Creemos que estuvo aquí tomando fotos.

Riley también miró la foto de cerca. Estaba segura de que se trataba de Janet Davis. Era la primera vez que veía su rostro vivo, sonriente y sin pintar. En esta foto, estaba feliz e inconsciente del terrible destino que le esperaba.

—Ah, sí —dijo Casal—. Estuvo aquí no se hace mucho. Creo que se llamaba Janet.

—Sí, Janet Davis —dijo Crivaro.

—Es bastante agradable. También tenía una excelente cámara. A mí me encanta la fotografía. Se ofreció a pagarme para que la dejara tomar fotos aquí, pero yo no acepté. Me sentí halagado de que mi tienda le pareció un buen lugar para tomar fotos. —Casal inclinó la cabeza, miró a sus visitantes y dijo—: Supongo que no vinieron porque tienen buenas noticias sobre ella. ¿Está en peligro?

Crivaro dijo: —Me temo que fue asesinada. Ambas mujeres, de hecho.

—¿En serio? —dijo Casal—. ¿Cuándo?

—Margo Birch fue encontrada muerta hace cinco días. Janet Davis fue asesinada anteanoche.

—Vaya —dijo Casal—. Lo lamento mucho.

Riley apenas notó cambios en su tono de voz o expresión facial.

McCune cambió de táctica. Preguntó: —¿Usted vende disfraces de payaso?

—Por supuesto —dijo Casal—. ¿Por qué lo pregunta?

McCune sacó otra foto de su carpeta bruscamente. Riley estuvo a punto de jadear cuando la vio.

Mostraba a otra mujer muerta disfrazada de payasa. Estaba explayada al lado de un contenedor de basura en un callejón. El disfraz era similar al que Janet Davis, la víctima que había sido encontrada en el parque esta mañana, llevaba puesto: de tela desgastada con botones enormes. Pero los colores y patrones eran un poco diferentes, así como también el maquillaje.

«Margo Birch… —pensó Riley—. Así fue encontrada.»

McCune le preguntó a Casal: —¿Usted vende disfraces como este?

Riley vio que Crivaro tenía el ceño fruncido. McCune obviamente estaba probando a Casal, viendo su reacción a la foto. Sin embargo, Crivaro parecía no estar de acuerdo con la táctica.

Pero al igual que McCune, Riley también tenía curiosidad.

Casal se volvió para mirar a Riley. No podía leer su expresión. Además de las cejas pobladas y el bigote, ahora veía cuán gruesos eran sus cristales. A pesar de que definitivamente estaba haciendo contacto visual con ella, no parecía. Refractado a través de los cristales, sus ojos parecían estar mirando otro lugar.

«Es como si estuviera usando una máscara», pensó Riley.

—¿Esta es la señorita Davis? —le preguntó Casal a Riley.

Riley negó con la cabeza y dijo: —No. Pero el cuerpo de Janet Davis fue encontrado en una condición similar esta mañana.

Aún sin cambiar su tono de voz, Casal le dijo a McCune: —En respuesta a su pregunta, sí, vendemos este disfraz aquí.

Condujo a sus visitantes a un gran estante lleno de disfraces de payaso. A Riley le sorprendió cuántos había.

Mientras Casal rebuscaba entre los disfraces, dijo: —Como se puede ver, hay varios tipos de payasos. Por ejemplo, está el «vagabundo», con un sombrero y zapatos desgastados, maquillaje cubierto de hollín, una mueca triste y un rastrojo pintado. El equivalente femenino es a menudo una vagabunda. —Se trasladó al grupo de los disfraces más abigarrados—. También está el «augusto» un payaso tradicional europeo, más un tramposo que un vagabundo. Lleva una nariz roja y ropa dispareja. Es torpe y astuto a la vez. —Luego rebuscó entre algunos disfraces blancos. Algunos de ellos llevaban lentejuelas—. Y aquí tenemos el cara blanca europeo clásico, el «Pierrot», listo, elegante, inteligente, siempre en control. Su maquillaje es simple. Es completamente blanco, con los rasgos pintados en rojo o negro, como un mimo, y a menudo lleva un sombrero cónico. Es una figura de autoridad, a menudo el jefe de augusto… y no es un jefe muy agradable. No es de extrañar, sin embargo, ya que augusto se burla mucho de él. —Luego se movió a decenas de otros disfraces—. Aquí tenemos muchos payasos diferentes basados en policías, criadas, mayordomos, médicos y bomberos. Pero aquí está el que ustedes están buscando.

Les mostró a sus visitantes una fila de disfraces de colores brillantes que sin duda recordaban a Riley a las víctimas en la foto y el campo.

—Este es el «cara blanca grotesco» —dijo.

Esa palabra llamó la atención de Riley.

Grotesco. Sí, desde luego eso describía lo que el asesino le había hecho al cuerpo de Janet Davis.

Casal continuó: —Este es el tipo de payaso más común aquí en Estados Unidos. No refleja ninguna profesión o estatus. El cara blanca grotesco es generalmente un payaso ridículo y tonto. Piensen en Bozo, Ronald McDonald o el «Eso» de Stephen King. El payaso grotesco normalmente lleva un disfraz colorido y holgado, zapatos inmensos y maquillaje blanco con rasgos exagerados, incluyendo una enorme peluca y una nariz roja brillante.

Crivaro se veía muy interesado en lo que Casal estaba diciendo.

Él preguntó: —¿Ha vendido alguno de estos disfraces recientemente?

Casal se quedó pensando por un momento y luego dijo: —No que yo recuerde, al menos no en los últimos meses. Podría buscar en los recibos, pero tomará un tiempo.

Crivaro le entregó su tarjeta de FBI y le dijo: —Llámeme a lo que haga eso.

—Eso haré —dijo Casal—. Pero recuerde que el disfraz grotesco es extremadamente común. Esos disfraces pudieron haber sido comprados en cualquier tienda de disfraces de la ciudad.

McCune sonrió un poco y dijo: —Sí, pero esta no es cualquiera tienda de disfraces. Una de las víctimas estuvo aquí hace poco tomando fotos.

Su expresión todavía inescrutable, Casal se metió las manos en los bolsillos y dijo: —Sí, entiendo lo que dice. —Casal miró al vacío por un momento, como si estuviera sumido en sus pensamientos. Luego dijo con inquietud—: Dios mío. Recordé algo que creo deberían saber.

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299 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
271 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640299351
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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