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CAPÍTULO DOS

Mackenzie sintió cómo le recorría el cuerpo un escalofrío mientras Ellington conducía por la ruta estatal 47, adentrándose en el corazón de la Virginia rural. Por aquí y por allá surgían unos cuantos maizales, que venían a romper la monotonía de los vastos campos y bosques. La cantidad de maizales no estaba a la altura de los que ella conocía tan bien en Nebraska, pero solo con verlos, le hacían sentir un poco incómoda.

Afortunadamente, cuanto más se acercaban a Stateton, menos maizales veían. Les reemplazaban hectáreas de terrenos donde una serie de empresas madereras locales acababan de talar todos los árboles.

En el curso de sus investigaciones sobre la zona durante el trayecto de cuatro horas y media para llegar hasta aquí, Mackenzie había visto que la localidad vecina contaba con una distribuidora de madera bastante grande. No obstante, en lo que se refería a la localidad de Stateton, solamente contaba con la Residencia Wakeman para Invidentes, unas cuantas tiendas de antigüedades y poco más.

“¿Te dicen esos archivos del caso alguna cosa de la que todavía no me he enterado? Es difícil leer el constante flujo de emails desde el asiento del conductor”.

“La verdad es que nada”, dijo ella. “Parece que vamos a tener que proceder como hacemos habitualmente. Visitar a las familias, la residencia para ciegos, cosas así”.

“Visitar a las familias… eso debería resultar sencillo en un pueblecito como este donde se casan entre parientes, ¿eh?”..

Mackenzie se sorprendió al principio, pero después lo dejó pasar. Durante las pocas semanas que habían pasado juntos como lo que suponía podía denominarse “una pareja”, ya se había dado cuenta de que Ellington tenía un sentido del humor relativamente activo; aunque, en ocasiones, podía ser bastante negro.

“¿Has pasado alguna vez mucho tiempo en un sitio como este?”., preguntó Mackenzie.

“En campamentos de verano”, dijo Ellington. “Es un periodo de mi adolescencia que prefiero olvidar. ¿Y tú? ¿Alguna vez fue así de malo en Nebraska?”..

“No como esto, pero a veces resultaba inhóspito. Hay veces que creo que prefiero la tranquilidad que hay aquí, en lugares como este, antes que el caos de tráfico y de gente en lugares como DC”.

“Claro, creo que puedo entender eso”.

A Mackenzie le resultaba divertido poder conocer mejor a Ellington sin las restricciones de una relación sexual tradicional. En vez de conocerse el uno al otro durante cenas en restaurantes de lujo o largos paseos por el parque, se habían conocido durante trayectos en coche y durante el tiempo que habían pasado en los despachos y las salas de conferencias del FBI. Y lo cierto es que había disfrutado cada minuto de todo ello. A veces se preguntaba si en algún momento se llegaría a cansar de conocerle cada vez más.

Por el momento, no estaba muy convencida de que eso fuera posible.

Por delante suyo, una pequeña señal a un lado de la carretera les dio la bienvenida a Stateton, Virginia. Un camino de dos carriles les llevó a través de otra arboleda. Había unas cuantas casas con sus jardines que rompían la monotonía del bosque durante una milla más o menos antes de que les sustituyera algún signo que indicara la presencia de un pueblo.

Pasaron junto a un restaurante de comidas económicas, una barbería, dos tiendas de antigüedades, una tienda de suministros para granjeros, dos tiendas de comestibles, una oficina de correos, y entonces, como a unas dos millas más allá de todo ello, un edificio perfectamente cuadrangular de ladrillo justo a la salida de la carretera principal. Una señal muy militar que había en la parte delantera leía Departamento de Policía y Penitenciaría de Stateton.

“¿Has visto algo como esto antes?”., preguntó Ellington. “¿Un departamento de policía y la cárcel del condado en el mismo edificio?”..

“Unas cuantas veces en Nebraska”, dijo Mackenzie. “Creo que es bastante habitual en lugares como este. La cárcel de verdad más cercana a Stateton está en Petersburg, y eso está como a unas ochenta millas, creo recordar”.

“Por Dios, este sitio es realmente pequeño. Deberíamos solucionar este asunto bastante rápido”.

Mackenzie asintió mientras Ellington se metía al aparcamiento del edificio grande de ladrillo que parecía estar plantado literalmente en medio de ninguna parte.

Y lo que le recorría la mente, aunque no lo dijera, era: Espero que no nos hayas acabado de gafar.

***

Mackenzie olió el aroma de café y de algo parecido al Febreeze cuando entraron a la pequeña recepción delante del edificio. Tenía bastante buen aspecto por dentro, pero se trataba de un edificio antiguo. Se podía ver que tenía solera en las grietas que había en el techo y en la evidente necesidad de una nueva moqueta en el recibidor. Había un escritorio enorme contra la pared y a pesar de tener el mismo aspecto envejecido del resto del edificio, parecía bien conservado.

Había una mujer madura sentada detrás del escritorio, revolviendo dentro de un archivador grande. Cuando oyó entrar a Mackenzie y a Ellington, levantó la vista con una amplia sonrisa. Era una sonrisa hermosa, aunque también dejaba ver su edad. Mackenzie adivinó que estaría a punto de cumplir los setenta años.

“¿Son ustedes los agentes del FBI?”., preguntó la anciana dama.

“Sí señora”, dijo Mackenzie. “Yo soy la agente White y este es mi compañero el agente Ellington. ¿Está por aquí el alguacil?”..

“Así es”, dijo ella. “De hecho, me ha pedido que os envíe directamente a su despacho. Está realmente ocupado respondiendo a llamadas acerca de esta última muerte tan horrible. Iros al pasillo de la izquierda, su despacho es la última puerta a la derecha”.

Siguieron sus instrucciones y mientras iban de camino por el largo pasillo que llevaba a la parte de atrás del edificio, Mackenzie se sintió conmocionada por el silencio del lugar. En medio de un caso de asesinato, hubiera podido esperar que el lugar estuviera hirviendo de actividad, a pesar de que se encontrara en medio de ninguna parte.

Mientras ser dirigían a la parte de atrás del pasillo, Mackenzie notó unos cuantos signos que habían pegado en las paredes. Uno de ellos decía: El Acceso a la Cárcel Requiere una Llave. Otro decía: ¡Todas las Visitas a la Cárcel Deben ser Permitidas por Oficiales del Condado! ¡Ha de Presentarse el Permiso al Hacer la Visita!

Su mente empezó a acelerarse con ideas sobre el mantenimiento y la normativa que debían observarse en un lugar donde la cárcel y el departamento de policía compartían el mismo espacio. Le resultaba de lo más fascinante, pero antes de que su cabeza pudiera avanzar más, llegaron al despacho que había al final del pasillo.

Se habían pintado unas letras doradas en la porción de cristal en la parte superior de la puerta, que decían Alguacil Clarke. La puerta estaba medio abierta, así que Mackenzie la abrió del todo lentamente para escuchar una voz fuerte de hombre. Cuando atisbó al interior, vio a un hombre corpulento sentado detrás del escritorio, hablando en voz muy alta por el teléfono que reposaba sobre la mesa. Había otro hombre sentado en una silla en un rincón, tecleando con furia en su teléfono móvil.

El hombre detrás del escritorio—el alguacil Clarke, supuso Mackenzie—se interrumpió a sí mismo cuando ella abrió la puerta.

“Un minuto, Randall”, dijo. Entonces cubrió el auricular y alternó la mirada entre Mackenzie y Ellington.

“¿Sois del Bureau?”., preguntó.

“Lo somos”, dijo Ellington.

“Gracias a Dios”, suspiró. “Dadme un segundo.” Entonces destapó el auricular y continuó con su otra conversación. “Mira, Randall, acaba de llegar la caballería. ¿Estarás disponible en quince minutos? ¿Sí? De acuerdo, muy bien. Nos vemos luego”.

El hombre corpulento colgó el teléfono y dio la vuelta a su escritorio. Les tendió una mano rechoncha, acercándose primero a Ellington. “Encantado de conoceros”, dijo. “Soy el alguacil Robert Clarke. Este,” dijo, asintiendo con la cabeza hacia el hombre que estaba sentado en el rincón, “es el agente Keith Lambert. Mi asistente se encuentra patrullando las calles en este momento, haciendo lo que puede por encontrar alguna clase de pista en medio de este torbellino en rápida expansión”.

Casi se olvida de Mackenzie una vez terminó de estrecharle la mano a Ellington, y se la acabó tendiendo casi como si se acabara de dar cuenta de su presencia. Cuando Mackenzie le estrechó la mano, hizo las presentaciones, con la esperanza de que eso le diera a entender que ella era tan capaz de liderar esta investigación como los hombres que había en el despacho. Al instante, los viejos fantasmas de Nebraska empezaron a remover las cadenas en su mente.

“Alguacil Clarke, soy la Agente White y este es el agente Ellington. ¿Va a ser nuestra conexión en Stateton?”..

“Cielito, voy a ser vuestro casi todo mientras estéis aquí”, dijo. “El cuerpo de policía para todo el condado cuenta con la cifra extraordinaria de doce personas. Trece si contamos a Frances en la recepción y el servicio de emergencia. Con esta serie de asesinatos que están sucediendo, todos estamos desempeñando demasiadas tareas”.

“Bueno, veamos qué podemos hacer para aligerar su carga”, dijo Mackenzie.

“Ojalá fuera tan sencillo”, dijo él. “Aunque resolvamos este maldito caso hoy mismo, voy a tener a la mitad del comité de supervisores del condado dándome problemas”.

“¿Y eso por qué?”., preguntó Ellington.

“En fin, porque los periódicos locales se acaban de enterar de quién era la víctima. Ellis Ridgeway. La madre de un politiquillo despreciable de mierda que está en ascenso. Algunos hasta dicen que puede que llegue al Senado en otros cinco años más”.

“¿Y de quién se trata?”., preguntó Mackenzie.

“Se llama Langston Ridgeway. Tiene veintiocho años y se cree que es el maldito John F. Kennedy”.

“Ah, ¿sí?”., dijo Mackenzie, un tanto sorprendida de que no se hubiera incluido eso en los informes.

“Sí. Y no tengo ni idea de cómo se enteró de eso el periódico local. Esos imbéciles no pueden ni deletrear correctamente la mitad del tiempo, pero se han enterado de esto”.

“Vi las señales de la Residencia Wakeman para Invidentes mientras veníamos de camino,” dijo Mackenzie. “Solo está a seis millas de aquí, ¿no es cierto?”. .

“Exactamente”, dijo Clarke. “Ahora estaba hablando con Randall Jones, el director de la residencia. Estaba hablando por teléfono con él cuando llegasteis hace un minuto. Y está allí ahora mismo para responder cualquier pregunta que tengáis. Cuanto antes, mejor. Tiene a los de la prensa y a los peces gordos del condado llamándole y volviéndole loco”.

“Muy bien, pues vayamos allí”, dijo Mackenzie. “¿Vas a venir con nosotros?”..

“De ninguna manera, cielo. Estoy hasta las orejas con lo que tengo aquí. Pero os ruego que regreséis cuando acabéis con Randall. Os ayudaré de cualquier manera que pueda, pero sinceramente… me encantaría que agarrarais esta pelota y os pusierais a jugar vosotros con ella”.

“No hay problema”, dijo Mackenzie. No sabía muy bien cómo manejar a Clarke. Era directo y brutalmente honesto, lo cual estaba muy bien. También parecía encantarle lo de soltar profanidades. También pensó que, cuando le llamaba cielito, no le estaba insultando realmente. Era solo esa clase de encanto sureño tan peculiar.

Además, el hombre estaba increíblemente estresado.

“Regresaremos de inmediato cuando terminemos en la residencia,” dijo Mackenzie. “Por favor, llámanos si oyes cualquier cosa entre ahora y entonces”.

“Por supuesto”, dijo Clarke.

En el rincón, todavía tecleando en su teléfono, el agente Lambert gruñó para mostrar que estaba de acuerdo.

Tras pasar menos de tres minutos en el despacho del alguacil Clarke, Mackenzie y Ellington descendieron por el pasillo de nuevo y salieron por la puerta principal tras atravesar la recepción. La señora mayor, que Mackenzie asumió era la Frances que había mencionado Clarke, les saludó precipitadamente mientras salían de la comisaría.

“En fin, eso fue… interesante”, dijo Ellington.

“El hombre está hasta arriba de trabajo”, dijo Mackenzie. “Ten compasión”.

“A ti solo te cae bien porque te llama cielito”, dijo Ellington.

“¿Y?”., dijo ella con una sonrisa.

“Eh, yo también puedo empezar a llamarte cielito”.

“No, te lo ruego”, le dijo ella mientras se montaban en el coche.

Ellington condujo durante un kilómetro por la autopista 47 y después giró a la izquierda para meterse en una carretera secundaria. De inmediato, vieron el letrero de la Residencia Wakeman para Invidentes. A medida que se aproximaban a la propiedad, Mackenzie empezó a preguntarse por qué habría elegido alguien una ubicación tan arbitraria y aislada para una residencia para ciegos. Seguramente había algún tipo de significado psicológico en todo ello. Quizá lo de estar ubicados en medio de ninguna parte les ayudara a relajarse, al estar alejados de los constantes ruidos y zumbidos de una ciudad más grande.

Lo único que sabía con certeza era que, a medida que se espesaba el bosque a su alrededor, se empezaba a sentir más separada del resto del mundo. Y por primera vez en largo tiempo, casi anheló las visiones familiares de esos maizales de su juventud.

CAPÍTULO TRES

La Residencia Wakeman para Invidentes no tenía el aspecto que Mackenzie había esperado. En contraste con el Departamento de Policía y la Penitenciaría de Stateton, la Residencia Wakeman para Invidentes parecía una maravilla del diseño y la edificación contemporáneos—y esa era una opinión a la que Mackenzie había llegado sin siquiera haber puesto el pie en su interior.

La parte frontal del edificio consistía en ventanales enormes de cristal que parecían cubrir la mayoría de las paredes. A mitad de camino por la acera que llevaba hasta la puerta principal, Mackenzie ya podía ver el interior. Vio un amplio recibidor que parecía haber salido de alguna clase de balneario. Tenía un aspecto hospitalario y amigable.

Era una sensación que no hizo sino intensificarse cuando pasaron al interior. Todo estaba pulcramente limpio y parecía nuevo. En la investigación que había llevado a cabo de camino a Stateton, había descubierto que la Residencia Wakeman para Invidentes había sido construida en el 2007. Cuando la construyeron, hubo un leve regocijo en el condado de Stateton, ya que vino a crear puestos de trabajo y más comercio. Ahora, sin embargo, a pesar de que todavía era uno de los edificios más prominentes del condado, la emoción se había extinguido y la residencia parecía haber sido devorada por su entorno rural.

Había una joven sentada detrás de un mostrador curvado junto a la pared trasera. Les saludó con una sonrisa, aunque era evidente que estaba preocupada. Mackenzie y Ellington se acercaron a ella, se presentaron, y ella les pidió rápidamente que tomaran asiento en la sala de espera mientras Randall Jones salía a reunirse con ellos.

Y, por lo visto, Randall Jones estaba realmente ansioso de conocerles. Mackenzie no lleva sentada ni diez segundos antes de que se abriera un par de puertas dobles que llevaban a la parte de atrás del edificio al otro lado de la sala de espera. Entró un hombre alto que llevaba una camisa abotonada y unos caquis. Trató de sonreír mientras se presentaba, pero, al igual que la recepcionista, no podía ocultar el hecho de que estaba exhausto y muy preocupado.

“Me alegro de que hayan llegado tan rápido”, dijo Jones. “Cuanto antes podamos solucionar esto, mejor. El nivel de rumores en el pueblo está al rojo vivo”.

“A nosotros también nos gustaría solventarlo cuando antes sea posible”, dijo Mackenzie. “¿Sabe con exactitud dónde hallaron el cadáver?”..

“Sí. Es un jardín de rosas que hay como a un kilómetro de distancia. En principio, iba a ser el terreno para Wakeman, pero unas cuantas normativas del condado sobre sectorización le dieron la vuelta a todo”.

“¿Podría llevarnos allí?”., preguntó Mackenzie.

“Por supuesto, cualquier cosa que necesitéis. Venid conmigo”.

Jones les llevó a través de las puertas dobles por las que había salido. Al otro lado, había una pequeña alcoba que daba directamente a la residencia. Las primeras puertas que pasaron de largo eran despachos y almacenes. Estaban separados de las habitaciones de los residentes por una zona de oficina abierta donde estaban sentados un hombre y una mujer detrás de un mostrador que se parecía mucho al de un pabellón de hospital.

A medida que pasaban las habitaciones de largo, Mackenzie echó un vistazo a una que estaba abierta. Las habitaciones eran bastante amplias y estaban amuebladas con buen gusto. También vio unos ordenadores portátiles y unas tablets en unas cuantas habitaciones.

A pesar de encontrarse en medio de ninguna parte, por lo visto no hay falta de fondos para mantener el lugar en funcionamiento, pensó Mackenzie.

“¿Cuántos residentes viven aquí?”., preguntó Mackenzie.

“Veintiséis”, dijo él. “Y provienen de todo el país. Tenemos a un hombre mayor que vino desde California debido al servicio y la calidad de vida excepcionales que ofrecemos”.

“Perdone si es una pregunta de ignorante”, dijo Mackenzie, “pero ¿qué clase de cosas hacen?”..

“Bueno, pues tenemos clases que abarcan una amplia variedad de intereses. La mayor parte tiene que ser adaptada a sus necesidades, por supuesto. Tenemos clases de cocina, programas de ejercicio, un club de juegos de mesa, clubs de Trivial, clases de jardinería, cosas así. Además, unas cuantas veces al año, organizamos excursiones para dejar que hagan senderismo o que naden. Hasta contamos con dos almas valientes que han empezado a pasear en canoa siempre que salimos”.

Escuchar todo eso hizo que Mackenzie se sintiera insensible y contenta a la vez. No tenía ni idea de que las personas que son completamente ciegas pudieran aficionarse a cosas como los paseos en kayak o la natación.

Casi al final del pasillo, Jones les llevó hasta un ascensor. Cuando pasaron a su interior y empezaron a descender, Jones se apoyó contra la pared, claramente exhausto.

“Señor Jones”, dijo Mackenzie, “¿tiene alguna idea de cómo se han podido enterar tan rápidamente los periódicos del asesinato?”..

“Ni idea”, dijo él. “Esa es una de las razones por las que estoy tan cansado. He estado interrogando a mi personal de manera exhaustiva, pero todos han pasado la prueba. Sin duda, tenemos una filtración, pero no tengo ni idea de dónde proviene”.

Mackenzie asintió. No es que sea una gran preocupación, pensó. Una filtración en un pueblo como este está casi asegurada. No obstante, no debería interferir con la investigación.

El ascensor se detuvo y salieron a una especie de pequeño sótano pulido. Había unas cuantas sillas diseminadas por aquí y por allá, pero Jones les dirigió a una puerta que había justo enfrente de ellos. Salieron afuera y Mackenzie se dio cuenta de que se encontraba en la parte trasera del edificio, delante de un aparcamiento para empleados.

Randall les llevó hasta su coche y cuando se montaron, no perdieron ni un segundo para encender el aire acondicionado. El interior del coche era como una caldera, pero el aire comenzó a hacer su trabajo de inmediato.

“¿Cómo llegó la señora Ridgeway hasta el jardín?”., preguntó Ellington.

“Bueno, como estamos en medio de la nada, les permitimos a nuestros residentes cierta cantidad de libertad. Tenemos un toque de queda a las nueve de la noche en verano—que se adelanta hasta las seis de la tarde en otoño e invierno cuando anochece más temprano. El jardín de rosas al que nos dirigimos es un lugar al que algunos residentes van para darse una vuelta. Como verán, es un paseo rápido sin ningún riesgo”.

Randall sacó el coche del aparcamiento y se metió a la carretera. Iba en dirección opuesta a la que llevaba al departamento de policía, revelando un nuevo tramo de carretera a Mackenzie y a Ellington.

La carretera era un tramo recto que penetraba hacia el interior del bosque. No obstante, en menos de treinta segundos, Mackenzie pudo ver la verja de hierro forjado que bordeaba el jardín de rosas. Randall aparcó en una estrecha franja de aparcamiento en la que solamente había otros tres coches aparcados. Uno de ellos era un coche patrulla de la policía sin ningún ocupante.

“El alguacil Clarke y sus hombres han estado aquí la mayor parte de la noche pasada y de esta mañana”, dijo Randall. “Cuando se enteró de que veníais vosotros, hizo que lo dejaran. La verdad es que no quiere interferir con vuestra tarea, ¿sabéis?”..

“Sin duda lo agradecemos”, dijo Mackenzie, bajándose del coche de vuelta al calor aplastante.

“Sabemos sin ninguna duda que este fue el último lugar que visitó Ellis Ridgeway”, dijo Randall. “Pasó a otros dos residentes de largo de camino hacia aquí, además de a mí. Se pueden ver más pruebas de esto en las cámaras de seguridad de la residencia. Dejan muy claro que está caminando en esta dirección—y todo el mundo en la casa sabe lo mucho que le gustaba darse un paseo al atardecer por aquí. Lo hacía al menos cuatro o cinco veces la mayoría de las semanas”.

“¿Y no había nadie más aquí con ella?”., preguntó Mackenzie.

“No había nadie de la residencia. Francamente, no hay mucha gente que venga hasta aquí en pleno verano. Estoy seguro de que ya os habéis dado cuenta de que estamos en medio de una ola de calor bastante intensa”.

Cuando llegaron al lado oriental del jardín, Mackenzie se sintió casi abrumada con tantos olores. Podía sentir los efluvios de las rosas, las hortensias, y lo que creyó que era lavanda. Imaginó que debía ser una escapada agradable para los ciegos—una manera de disfrutar de verdad de sus demás sentidos.

Cuando alcanzaron una curva en el sendero que llevaba todavía más hacia el este, Jones se dio la vuelta y señaló detrás de ellos. “Si miráis a través de ese claro en la arboleda al otro lado de la carretera, se puede ver la parte de atrás de Wakeman”, dijo con tristeza. “Estaba así de cerca de nosotros cuando murió”.

Entonces salió del sendero y pasó de perfil entre dos macetas grandes que contenían rosas rojas. Mackenzie y Ellington le siguieron. Llegaron a una verja posterior que había permanecido prácticamente oculta por todas las flores, los árboles y la vegetación. Había un espacio como de un metro que estaba vacío, a excepción de algo de mala hierba.

Mientras caminaban a través del mismo, Mackenzie pudo ver al instante que parecía el lugar perfecto para el ataque de un asesino paciente. Ya lo había dicho el mismo Randall Jones—nadie venía mucho por aquí cuando hacía tanto calor. Sin duda alguna, el asesino sabía esto y lo utilizó en su beneficio.

“Aquí es donde la encontré”, dijo Jones, señalando al espacio vacío entre las macetas más grandes y la verja negra de hierro forjado. “Estaba tumbada boca abajo y doblada en una forma como de U”.

“¿La encontró usted?”., preguntó Ellington.

“Sí, casi a las diez menos cuarto de la noche. Cuando no regresó a su hora, me empecé a preocupar. Después de media hora, me imaginé que debía salir para ver si se había caído o se había asustado o algo así”.

“¿Estaba toda su ropa en su lugar?”., preguntó Mackenzie.

“Por lo que yo puedo decir”, dijo Randall, claramente sorprendido con la pregunta. “En ese momento, la verdad es que no estaba pensando de esa manera”.

“¿Y no hay absolutamente nadie más en esa película de video en la residencia?”., preguntó Ellington. “¿Nadie que la siguiera?”..

“Nadie. Podéis ver el metraje vosotros mismos cuando regresemos”.

Mientras regresaban por el jardín, Ellington planteó una pregunta que había estado cocinándose en la mente de Mackenzie. “Parece que hay mucho silencio hoy en la residencia. ¿Qué es lo que pasa?”..

“Supongo que se le puede llamar luto. Tenemos una comunidad muy unida en Wakeman y Ellis era muy querida. Muy pocos de nuestros residentes han salido de sus habitaciones en todo el día. También hemos hecho un anuncio por el sistema de megafonía de que iban a venir agentes de DC para investigar el asesinato de Ellis. Desde ese momento, casi nadie ha salido de sus habitaciones. Supongo que están atemorizados… asustados”.

Eso, además del hecho de que nadie le siguiera al salir de la residencia, descarta que un residente sea el asesino, pensó Mackenzie. El raquítico archivo sobre la primera víctima afirmaba que el asesinato se había producido entre las once y las doce de la noche… y a una buena distancia de Stateton.

“¿Sería posible que habláramos con algunos de sus residentes?”., preguntó Mackenzie.

“No tengo el más mínimo problema en que lo hagáis”, dijo Jones. “Desde luego, si se sienten incómodos con ello, tendré que pediros que lo dejéis”.

“Desde luego. Creo que podría…”

Le interrumpió el sonido de su teléfono. Lo miró y vio un número desconocido en la pantalla”.

“Un segundo”, dijo, tomando la llamada. Dando la espalda a Jones, respondió: “Aquí la agente White”.

“Agente White, soy el alguacil Clarke. Mira, ya sé que os acabáis de ir, pero realmente agradecería que os dierais prisa en regresar tan pronto como os sea posible”.

“Claro. ¿Anda todo bien?”..

“Ha estado mejor”, dijo. “Acaba de llegar por aquí ese desperdicio de espacio de Langston Ridgeway exigiendo hablar con vosotros sobre el caso de su madre y está empezando a montar un número”.

Hasta en el quinto pino, no se puede uno escapar del politiqueo, pensó Mackenzie.

Irritada, hizo lo que pudo por responder de una manera profesional. “Danos unos diez minutos,” dijo, antes de terminar la llamada.

“Señor Jones, vamos a tener que regresar con el alguacil por el momento”, dijo. “¿Podría organizar que veamos ese metraje de seguridad cuando regresemos?”..

“Desde luego”, dijo Randall, llevándoles de nuevo hasta su coche.

“Y entretanto”, añadió Mackenzie, “quiero que haga una lista de cualquiera que le despierte hasta la más leve sospecha. Hablo de residentes y de otros empleados. Gente que conozca el alcance de la cámara de seguridad en el jardín”.

Jones asintió con seriedad. La expresión en su rostro le dijo a Mackenzie que esto era algo que él había considerado pero que no había osado creerse demasiado. Con esa misma expresión en su rostro, puso el coche en marcha y les llevó de vuelta a Wakeman. Por el camino, Mackenzie percibió de nuevo el silencio del pueblecito—no parecía tranquilo, sino más bien la calma antes de la tormenta.

399 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
242 стр. 4 иллюстрации
ISBN:
9781640299986
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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