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CAPÍTULO CUATRO

Delores Manning estaba pensando en su madre cuando abrió los ojos. Su madre, que vivía en una porquería de parque para casas móviles a las afueras de Sigourney. La mujer era muy orgullosa, muy testaruda. El plan era que Delores iba a visitarla después de hacer la promoción de su libro en Cedar Rapids. Como acababa de firmar un contrato para escribir tres libros más con su editorial actual, Delores había firmado un cheque por 7000 dólares, esperando que su madre lo aceptara y lo usara con inteligencia. Quizá era algo pretencioso por su parte, pero Delores se sentía avergonzada de que su madre viviera de la beneficencia, de que tuviera que usar cupones de comida para hacer la compra. Había sido así desde que muriera su padre y—

Los pensamientos difusos sobre su madre se alejaron mientras sus ojos se empezaban a acostumbrar a la oscuridad en la que se encontraba. Estaba sentada con su espalda presionada contra algo que era muy duro y casi fresco al tacto. Lentamente, se puso de pie. Al hacerlo, se golpeó la cabeza con algo que parecía ser del mismo material que la superficie en la que se estaba apoyando.

Confundida, levantó los brazos y no pudo extenderlos demasiado lejos. A medida que el pánico empezaba a atenazarla, sus ojos cayeron en la cuenta de que había unas pequeñas líneas de luz atravesando la oscuridad. Directamente enfrente de ella había tres barras rectangulares de luz. Y esas barras fueron las que le informaron de su situación.

Estaba dentro de algún tipo de contenedor…. estaba bastante segura de que estaba hecho de acero o de algún otro tipo de metal. El contenedor tenía poco más de un metro de alto, con lo que no podía ponerse del todo en pie. Parecía tener algo más que un metro de profundidad y aproximadamente la misma anchura. Comenzó a tomar respiraciones rápidas, sintiéndose claustrofóbica al instante.

Se apoyó con fuerza en la pared frontal del contenedor y aspiró aire fresco a través de las aperturas rectangulares. Cada apertura medía unos quince centímetros de alto y quizá unos ocho de ancho. Cuando aspiró el aire fresco por la nariz, detectó un olor a tierra y a algo dulce pero desagradable.

En alguna parte más alejada, tan tenues que podían haber estado en otro mundo, pensó que podía escuchar algún tipo de chillidos. ¿Maquinaria? ¿Quizá algún tipo de animal? Sí, era un animal… pero no tenía ni idea de cuál. ¿Cerdos, quizás?

Ahora que su respiración se estaba estabilizando, dio un paso atrás desde su posición en cuclillas y entonces miró a través de las aperturas.

Afuera, vio lo que parecía ser el interior de un cobertizo o algún otro viejo edificio de madera. Como a unos siete metros por delante de ella, podía ver la puerta del cobertizo. La turbia luz natural entraba a través del marco deformado por donde la puerta no encajaba bien. Aunque no podía ver mucho, podía ver lo suficiente como para calcular que seguramente se encontraba en un lío muy serio.

Era evidente en el extremo de la puerta atornillada que apenas podía vislumbrar a través de las aperturas en el contenedor. Se apalancó y empujó con fuerza la parte delantera del contenedor. No dio resultado—ni siquiera provocó un crujido.

Sintió como el pánico le invadía de nuevo y entonces supo que tenía que echar mano de las pocas neuronas lógicas y calmadas que ahora poseía. Pasó las manos por la parte baja de la puerta del contenedor. Esperaba encontrar bisagras, quizá algo con tornillos o tuercas que pudiera aflojar con algo de tiempo. Ella no era demasiado fuerte, pero si uno de los tornillos estuviera suelto o torcido…

Una vez más, no encontró nada. Intentó lo mismo en la parte trasera y tampoco allí encontró nada.

En un acto de absoluta desesperación, le dio una patada a la puerta con toda la fuerza de la que fue capaz. Cuando eso no obtuvo resultados, se fue a la parte de atrás del contenedor y tomó carrerilla para lanzar su hombro derecho contra la puerta. Lo único que consiguió fue salir despedida y caerse hacia atrás. Se golpeó la cabeza con el lateral del contenedor y cayó bruscamente hacia atrás.

Un grito surgió en su garganta, pero no estaba segura de que eso fuera la mejor idea. Podía recordar claramente al hombre de la camioneta en la carretera y cómo le había atacado. ¿De verdad quería que viniera corriendo hacia ella?

No, la verdad es que no. Piensa, se dijo a sí misma. Utiliza ese cerebro creativo que tienes y busca la manera de salir de esta.

Pero no conseguía que se le ocurriera nada. Así que, aunque fue capaz de ahogar el grito que quería salir, fue incapaz de aguantarse las lágrimas. Le dio patadas a la parte delantera del contenedor y después se cayó en la esquina trasera. Sollozó lo más silenciosamente que pudo, meciéndose de adelante hacia atrás desde su posición sentada y mirando a los rayos de luz polvorienta que se derramaban a través de las aperturas.

Por ahora, era lo único que se le ocurría hacer.

CAPÍTULO CINCO

A Mackenzie no le hacía ninguna gracia que su mente conjurara docenas de estereotipos mientras Ellington y ella aparcaban en la entrada del Parque para Casas Móviles de Sigourney Oaks. Todas las casas móviles tenían el aspecto polvoriento de las que están en las últimas. Los vehículos aparcados enfrente de la mayoría de ellas estaban en el mismo estado. En el patio yermo de una de las caravanas que pasaron de largo, había dos hombres desnudos de cintura para arriba sentados en sillas de jardín. Había un frigorífico para cerveza colocado entre ellos, además de varias latas vacías y aplastadas… a las 4:35 de la tarde.

La casa de Tammy Manning, la madre de Delores Manning, estaba justo en medio del parque. Ellington aparcó el coche de alquiler detrás de una vieja y magullada camioneta de reparto Chevy. El coche de alquiler tenía mejor aspecto que los vehículos del parque, pero no por mucho. La selección en Smith Brothers Auto era muy limitada y habían acabado seleccionando un Ford Fusion del 2008 que estaba pidiendo a gritos una mano de pintura y neumáticos nuevos.

Mientras subían los escalones quejumbrosos que llevaban a la puerta principal, Mackenzie hizo un examen rápido del lugar. Había unos cuantos niños empujando coches de juguete por la tierra. Una niña de unos 10 años caminaba sin mirar sus pasos con los ojos pegados a su teléfono móvil, su tripa expuesta a través de la camisa sucia que llevaba puesta. Un hombre mayor dos caravanas más abajo estaba tumbado en el suelo, escudriñando debajo de una cortadora de césped con una llave en la mano y aceite en los pantalones.

Ellington llamó a la puerta y la respondieron casi al instante. La mujer que abrió la puerta era hermosa de manera sencilla. Parecía tener unos cincuenta y tantos y los mechones de pelo gris en su pelo mayormente negro sobresalían de un modo que les hacían parecer decoración en vez de signos de vejez. Parecía cansada pero el aroma que salió de su boca cuando dijo “¿Quiénes son ustedes?” le dijo a Mackenzie con bastante certeza que había estado bebiendo.

Ellington respondió, pero se aseguró de no ponerse delante de Mackenzie al hacerlo. “Soy el Agente Ellington y esta es la Agente White, del FBI,” dijo.

“¿FBI?” preguntó ella. “¿Por qué diablos?”

“¿Es usted Tammy Manning?” preguntó él.

“Lo soy,” dijo ella.

“¿Podemos pasar adentro?” preguntó Ellington.

Tammy les miró de una manera que no indicaba desconfianza sino algo más cercano a la incredulidad. Asintió con la cabeza y dio un paso atrás, dejándoles pasar al interior. En el instante que pasaron adentro, el intenso olor del humo de tabaco les envolvió. El aire estaba lleno de él. Un cigarrillo solitario se consumía en un cenicero lleno de colillas apagadas sobre una vieja mesita de café.

Había otra mujer sentada en el sofá al extremo opuesto de la mesita de café. Parecía estar algo incómoda. Mackenzie pensó que lo cierto es que parecía asqueada de estar sentada allí.

“Si tiene compañía,” dijo Mackenzie, “quizá deberíamos hablar afuera.”

“No es compañía,” dijo Tammy. “Es mi hija Rita.”

“Hola,” dijo Rita, poniéndose en pie para estrecharles la mano.

Era evidente que esta era la hermana menor de Delores Manning por unos tres o cuatro años. Tenía un aspecto muy similar al de la foto de Delores que Mackenzie había visto en la contraportada de Amor Bloqueado.

“Oh, ya veo,” dijo Ellington. “Bueno, quizá sea buena cosa que tú también estés aquí, Rita.”

“¿Por qué?” preguntó Tammy, acercándose a su hija más joven. Agarró el cigarrillo del cenicero y tomó una calada honda.

“Anoche encontraron el coche de Delores Manning abandonado con dos ruedas pinchadas en la Ruta Estatal 14. Nadie la ha visto ni ha sabido de ella desde entonces. Ni su agente, ni sus amigos, nadie. Estábamos esperando que usted supiera dónde está.”

Antes de que Ellington terminara, Mackenzie obtuvo su respuesta en la mirada conmocionada que había en la cara de Rita Manning.

“Oh, Dios mío,” dijo Rita. “¿Está segura de que se trataba de su coche?”

“Estamos seguros,” dijo Ellington. “Estaba completo con media caja de su última novela en el maletero. Acababa de salir de una sesión promocional en Cedar Rapids.”

“Claro,” dijo Rita. “Estaba… seguramente de camino hacia aquí. Ese era el plan de todos modos. Cuando llegó la medianoche y no apareció, me imaginé que había decidido alojarse en un motel en alguna otra parte.”

“¿Habían hecho planes para que pasara la noche aquí?” preguntó Mackenzie. Estaba mirando a Tammy mientras se lo preguntaba, pero Tammy parecía más interesada en disfrutar de su cigarrillo.

“Más o menos,” dijo Tammy. “Me llamó la semana pasada y me dijo que iba a estar en Cedar Rapids. Dijo que quería venir a hacerme una visita, así que le dije que me parecía bien. Se lo dije a Rita y ella llegó aquí ayer después de comer. Como por sorpresa.”

“Conduje todo el camino desde Texas A y M,” dijo Rita.

“¿Cuándo fue la última vez que hablaste con Delores?” le preguntó Ellington a Rita.

“Hace unas tres semanas. Por lo general, nos las arreglamos bien para estar en contacto.”

“¿Cuál era su estado de ánimo la última vez que hablasteis?” preguntó Mackenzie.

“Oh, estaba por las nubes. Acababa de firmar un contrato para escribir otros tres libros más con su editorial. Hicimos planes para salir por el pueblo a tomar algo la próxima vez que pasara por Texas.”

“¿Y tú eres una estudiante, supongo?” preguntó Ellington.

“Sí, en el último año.”

“Señora Manning,” dijo Mackenzie, asegurándose de que la madre supiera que le estaban hablando a ella y no a su hija, “espero que no le importe que se lo diga, pero no parece muy molesta por todo esto.”

Ella se encogió de hombros, exhaló una bocanada de humo, y después aplastó la colilla en el cenicero a rebosar. “¿Supongo que alguien del FBI sabe más que yo sobre cómo debería sentirme acerca de algo como esto?”

“No quería decir eso, señora,” dijo Mackenzie.

“Mira… estamos hablando de Delores aquí. Tiene la cabeza sobre los hombros. Estoy segura de que llamó a Triple A o a cualquier otro cuando se le pincharon las ruedas. Seguramente ya está a mitad de camino a New York en estos momentos. Ganando dinero, viajando por el país. Si estuviera en algún tipo de apuro, hubiera llamado.”

“¿Así que no le hubiera dado vergüenza llamar para pedirle su ayuda?”

Tammy pensó en esto durante un minuto. “Seguramente no. Hubiera llamado pidiendo ayuda y después se hubiera puesto como loca cuando le hiciera incluso una pregunta. Así es como es ella.”

El resentimiento en su voz era casi tan grueso como el humo que llenaba el aire de la pequeña caravana.

“¿Así que no tiene ni idea de dónde puede estar?” preguntó Ellington.

“Ninguna. Donde sea que esté, no se molestó en llamarme para informarme sobre ello. Aunque eso no me resulte sorprendente. Nunca me cuenta mucho de todas maneras.”

“Ya veo,” dijo Ellington. Miró alrededor de la habitación con el ceño fruncido. Mackenzie podía adivinar que estaba pensando lo mismo que ella: Este viaje de hora y diez minutos ha sido tiempo perdido.

Mackenzie miró directamente hacia Rita, que en este momento estaba algo molesta por la falta de colaboración de Tammy. “Tenemos al departamento de policía de Bent Creek trabajando en ello, además de agentes de dos oficinas distintas. Por lo que sabemos, ha estado desaparecida unas veintinueve horas. Nos pondremos en contacto en el momento que descubramos algo.”

Rita respondió con un gesto de afirmación y un débil “Gracias.”

Tanto Mackenzie como Ellington hicieron una breve pausa para darle a Tammy la oportunidad de añadir cualquier cosa. Cuando ella no hizo más que encender otro cigarrillo y buscar el control remoto de la televisión sobre la mesita de café, Mackenzie se puso a caminar hacia la puerta.

Cuando llegó afuera, respiró profundamente el aire fresco y caminó directamente al coche. Ya estaba abriendo la portezuela del copiloto cuando Ellington acababa de bajar los escalones.

“¿Estás bien?” le preguntó mientras se acercaba al coche.

“Estoy bien,” dijo ella. “Simplemente no puedo tragar a la gente que no siente ninguna preocupación en absoluto por la seguridad de sus propios hijos.”

Estaba a punto de entrar al coche cuando se abrió la puerta principal de la caravana de Tammy Manning. Ambos observaron cómo Rita bajaba por las escaleras a la carrerilla. Se acercó al coche y soltó un suspiro tembloroso.

“Oh Dios mío, siento muchísimo todo eso,” dijo. Mackenzie vio que también Rita parecía respirar con mucha más facilidad ahora que estaba fuera. “Las cosas entre mamá y Delores no han estado muy bien desde que murió papá. Y después cuando Delores se convirtió en esta escritora próspera, algo acerca de ello casi ofendió a mamá.”

“No tienes por qué explicar problemas personales,” dijo Ellington. “Lo vemos de vez en cuando.”

“Sed honestos conmigo… este asunto con Delores… ¿cree que la encontrarán? ¿Creen que pueda estar muerta en alguna parte?”

“Es demasiado pronto como para decirlo,” dijo Mackenzie.

“¿Hubo… en fin, hubo algún tipo de juego sucio?”

Mackenzie se acordó del cristal rociado de pintura. Estaba bastante segura de que todavía conservaba algunas de las virutas de pintura negra debajo de las uñas. Pero era demasiado pronto en la progresión de acontecimientos para dar tal información a los parientes—no hasta que se pudiera obtener más información.

“Una vez más, todavía no podemos saber con certeza,” dijo ella.

Rita asintió. “En fin, gracias por decírnoslo. Cuando descubran algo, llámenme directamente. Olvídense de mamá por ahora. No sé cuál es su problema. Ella está… no lo sé. Es una mujer envejecida que dejó que la vida le diera una paliza y no tuvo las agallas para volverse a levantar.”

Les dio su número y después subió lentamente las escaleras. Les hizo un gesto de despedida con la mano mientras Ellington sacaba el coche del aparcamiento y volvía a atravesar el parque para caravanas.

“¿Qué te parece?” preguntó Ellington. “¿Fue este viaje una pérdida de tiempo?”

“No. Creo que ahora sabemos lo bastante acerca de Delores como para tener la certeza de que hubiera llamado si sus planes fueran alterados y pudiera haber llamado.”

“¿Cómo sabes eso con certeza?”

“No lo sé con certeza. Pero por lo que he entendido hablando con Tammy y Rita, Delores estaba tratando de reconectar con su familia. Rita dijo que tenían una relación tensa. No creo que Delores se hubiera molestado en llamar para preguntar si podía venir de visita si no hubiera esperanza de reconciliación. Y si ese es el caso, seguramente hubiera llamado si sus planes hubieran cambiado.”

“Quizá cambio de opinión.”

“Lo dudo. Hijas y madres… cuando se enfadan… es duro. Delores no hubiera tomado la decisión de llamar para luego echarse atrás.”

“Estás analizando esto como un psiquiatra,” dijo Ellington. “Es impresionante.”

Mackenzie apenas notó el cumplido. Estaba pensando en su propia madre—una mujer con la que no había hablado en largo tiempo. Era fácil estropear una relación que se suponía había de ser tan crucial en la vida de toda mujer. Tenía su experiencia personal de madres que dejan abandonados a sus hijos, por lo que se sentía identificada con Delores.

Se preguntó si Delores Manning estaba pensando en su madre en su momento de desesperación. Eso, claro está, si Delores Manning seguía todavía con vida.

CAPÍTULO SEIS

Mackenzie sabía que la oficina de campo más cercana a Bent Creek estaba en Omaha, Nebraska. La idea de volver a Nebraska en capacidad oficial resultaba intimidante, aunque al mismo tiempo era casi adecuado. Aun así, se sintió más que aliviada cuando Heideman les llamó para decirles que la actual base de operaciones para el caso estaba en la comisaría de policía de Bent Creek.

Ellington y Mackenzie llegaron poco más de las seis de la tarde. Mientras caminaba hacia la puerta principal de la comisaria con Ellington, le invadieron sensaciones de cuando trabajaba como una mujer en las fuerzas de seguridad del Medio Oeste. Estaban en la manera casi misógina en que le miraban algunos de los hombres de uniforme. Por lo visto, el cambio de atuendo y el título no habían cambiado nada. Los hombres todavía la iban a considerar como un ser inferior.

La única diferencia ahora era que a ella le importaba un bledo ofender a alguien o herir sus sentimientos. Venía aquí enviada por el Bureau para ayudar a una fuerza policial pequeña y enclenque a averiguar quién podía estar secuestrando mujeres de sus carreteras secundarias. Y no le iban a tratar de la misma manera que le habían tratado la primera vez que trabajara en el Medio Oeste como detective para la Policía Estatal de Nebraska.

Descubrió rápidamente que parte de sus suposiciones al entrar a comisaría estaban equivocadas. Quizá el cambio de título y de estatura significaran algo después de todo. Cuando les escoltaron de vuelta a la sala de conferencias, vio que la policía local había pedido comida china para ellos. Estaba esparcida por una pequeña barra americana al fondo de la sala, junto con unas cuantas botellas de dos litros de refrescos y algunos aperitivos.

Thorsson y Heideman ya estaban dando cuenta de la cena de cortesía, sirviéndose porciones de fideos mein y pollo a la naranja en sus platos. Ellington se encogió de hombros y le miró con aspecto de preguntarse ¿qué le vamos a hacer? Mientras se dirigía también hacia la mesa. Ella hizo lo mismo mientras unas cuantas personas más entraban y salían de la habitación. Mientras estaba sentada a la mesa de conferencias con una porción de pollo al sésamo y un cangrejo rangoon, uno de los agentes que había visto en la cuneta de la Ruta Estatal 14 se acercó a ella y extendió su mano. Una vez más, ella vio su placa y le reconoció como el alguacil.

“Agente White, ¿verdad?” preguntó él.

“Lo soy.”

“Encantado de conocerte. Soy el alguacil Bateman. Me han dicho que tú y tu compañero habéis subido a Sigourney para hablar con la madre de la víctima más reciente. ¿Ningún resultado?”

“Nada. Solo es una fuente potencial de información que podemos borrar de la lista. Y una confirmación bastante firme de que esto no se trata de una hija que simplemente decidió no llamar a su madre cuando cambiaron sus planes.”

Claramente decepcionado con ello, Bateman asintió y se giró hacia la parte delantera de la sala donde dos agentes mantenían una conversación.

Cuando Ellington tomó asiento junto a Mackenzie, ambos miraron al frente de la sala. Un hombre que se había identificado con anterioridad como el ayudante del alguacil Wickline estaba colocando fotografías y hojas impresas en una pizarra de borrado en seco con la ayuda de imanes. Otra agente—la única otra agente femenina en la sala—escribía una serie de notas a lo largo del otro extremo de la pizarra.

“Parece que está todo bajo control por aquí,” dijo Ellington.

Ella había estado pensando en la misma cosa. Ella había entrado asumiendo que sería algo como un circo que se monta de manera chapucera igual que había sido con el departamento de policía de Nebraska cuando ella había trabajado allí. Pero hasta el momento, estaba impresionada por la organización del asunto por parte del departamento de policía de Bent Creek.

Varios minutos después, el Alguacil Bateman intercambió unas palabras con los agentes en la pizarra y les escoltó hasta la puerta de salida. La agente se quedó y se sentó a la mesa. Bateman cerró la puerta y se fue a la parte frontal de la sala. Miró alrededor a los cuatro agentes del FBI y los tres agentes que se habían quedado en la sala.

“Pedimos algo de cenar porque no tenemos ni idea de cuánto tiempo vamos a estar aquí,” dijo. “Por lo general, no recibimos muchas visitas del Bureau en Bent Creek así que esto es nuevo para mí. Por tanto, agentes, decidme si hay algo que podamos hacer para facilitaros las cosas. Por ahora, dejaré que os encarguéis de esto.”

Tomó asiento, dejando que Ellington y Thorsson intercambiaran una rauda mirada de perplejidad. Thorsson esbozó una sonrisa y gesticuló hacia el frente de la sala, pasándoles la responsabilidad a los agentes de DC.

Ellington golpeó ligeramente a Mackenzie por debajo de la mesa mientras decía: “Sí, así que la Agente White nos hará un repaso de la información que tenemos hasta el momento, además de las teorías actuales que tenemos.”

Sabía que él estaba tratando de picarla al ponerle en un aprieto de esa manera, pero no le importaba. De hecho, una pequeña parte egoísta de ella deseaba estar al frente de la sala. Quizás había algo de fantasía vengativa de chiquilla en regresar a esta parte del país y dirigir una conferencia de una manera que jamás se le había permitido hacer en Nebraska.

Fuera por la razón que fuera, se fue al frente de la sala y echó un rápido vistazo a la pizarra de borrado en seco que habían estado preparando.

“El trabajo que hicieron sus agentes aquí,” dijo ella, señalando a la pizarra, “sirve muy bien para contar la historia. La primera víctima era una residente de Bent Creek. Naomi Nyles, de cuarenta y siete años de edad. Su hija denunció su desaparición y se la vio por última vez hace dos semanas. Se encontró su coche en la cuneta de una carretera sin ningún signo aparente de estar averiado. Creo que algunos agentes de este mismo edificio pudieron arrancar el coche sin problemas y traerlo de vuelta a comisaría.”

“Eso es correcto,” dijo el ayudante del alguacil Wickline. “El coche sigue en el aparcamiento del depósito municipal, de hecho.”

“La segunda persona desaparecida fue Crystal Hall de veintiséis años. Trabaja para Wrangler Beef en Des Moines y han confirmado que la enviaron a una granja de ganado a las afueras de Bent Creek. El granjero confirma que Crystal apareció para una reunión planeada y que salió de la propiedad poco después de las cinco de la tarde. Su historial de la tarjeta de crédito muestra que cenó algo en el Subway de Bent Creek a las cinco y cincuenta y dos minutos.” Apuntó al lugar en el que uno de los agentes ya había anotado la información en la pizarra.

“La pregunta que se plantea,” dijo Bateman, “es cuándo fue secuestrada. No descubrieron su coche hasta la una y media de la madrugada. Para que nadie viera su coche o al menos informara de ello, incluso en la Ruta Estatal 14, significa que hay muchas posibilidades de que estuviera en alguna otra parte del pueblo antes de dirigirse de vuelta a casa. Dudo seriamente de que alguien tuviera las agallas de atraparla entre las seis y media y las siete y media. Y si fueron tan audaces…”

Cayó en el silencio al decir esto, como si no le gustara la manera en que tenía que terminar el comentario. Así que Mackenzie se tomó la libertad de terminarlo en su lugar.

“Entonces significa que sería alguien familiarizado con la zona,” dijo ella. “En especial con las pautas del tráfico en la Ruta Estatal 14. Sin embargo, el perfil para este tipo de hombre no encaja con lo de ser audaz. No hay nada evidente sobre este tipo.”

Bateman asintió a esto, con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa en su rostro. Ella ya había visto esa mirada antes. Era la mirada de un hombre que no solo estaba impresionado con su manera de pensar, sino que la apreciaba. Vio la misma mirada en el rostro del agente femenino y de un hombre con exceso de peso al final de la mesa, que seguía disfrutando de la cena gratuita. El ayudante Wickline estaba asintiendo ante su comentario, garabateando unas notas en un bloc de oficio.

“Alguacil,” dijo Ellington, “¿tenemos alguna idea de la cantidad media de tráfico que circula por esa ruta a esas horas del día?”

“Un informe de 2012 de un monitor de tráfico aprobado por el estado estima que, entre las seis de la tarde y la medianoche, hay una media de unos ochenta vehículos que pasan por la Ruta Estatal 14. Realmente no es una carretera muy transitada. Pero tened en cuenta que las únicas que se han llevado de la 14 han sido a la escritora y a Crystal Hall. La primera persona desaparecida; Naomi Nyles, fue secuestrada de la carretera del condado 664.”

“¿Y cómo es el tráfico por allí a esas horas del día?” preguntó Mackenzie.

“Casi inexistente,” dijo Bateman. “Creo que el número exacto ronda los veinte o treinta vehículos. Ayudante Wickline, ¿sabes si no es así?”

“A mí eso me suena bien,” dijo Wickline.

“Y hablando de la escritora,” continuó Mackenzie. “Delores Manning, treinta y dos años de edad. Vive en Búfalo, pero tiene familia a las afueras de Sigourney. Sus ruedas fueron pinchadas por fragmentos de cristal que había en la carretera. El cristal es bastante grueso y había sido parcialmente pintado de negro para evitar el resplandor que provocarían los focos delanteros al aproximarse. Su agente la denunció como desaparecida una media hora después de que su coche fuera descubierto por un camión que pasaba por allí a las dos de la mañana. El Agente Ellington y yo hablamos hoy con su madre y su hermana y no pudieron proporcionar pistas sólidas. De hecho, parece que no hay pistas sólidas en absoluto en ninguna de estas desapariciones. Y desgraciadamente, eso es todo lo que tenemos.”

“Gracias, Agente White,” dijo Bateman. “¿Entonces cuál es nuestro siguiente paso?”

Mackenzie sonrió con cierto sarcasmo y asintió mirando la comida china en la mesa de atrás. “Bueno, está bien que hayáis planeado con antelación. Creo que el mejor lugar por el que podemos empezar es repasando todas las desapariciones sin resolver en un radio de cien millas a la redonda de los últimos diez años.”

Nadie se opuso, pero las miradas en las caras de Bateman, Wickline, y los demás agentes eran todo un poema. La agente se encogió de hombros con aire de derrota y levantó la mano como una niña obediente. “Puedo ir al archivo y conseguir todo eso,” dijo.

“Eso suena muy bien, Roberts,” dijo Bateman. “¿puedes obtener resultados para nosotros en una hora? Llévate algunos de los que están sentados a la mesa ahí delante para que te ayuden.”

Roberts se levantó y salió de la sala de conferencias. Mackenzie notó que Bateman la miraba un poco más a ella que a los otros hombres en la sala.

“Agente White,” dijo Bateman. “¿Por casualidad tienes algunas ideas sobre el tipo de sospechoso al que deberíamos buscar? En un pueblo tan pequeño como Bent Creek, cuanto antes podamos descartar a la gente, más rápidamente podemos indicarle el tipo de persona que está buscando.”

“Sin ningún tipo de pistas, sería difícil de definir,” dijo Mackenzie. “Pero por el momento, hay ciertas cosas que podemos dar por sentadas. Agente Ellington, ¿te gustaría tomar el relevo para esta parte?”

Él la sonrió mientras le daba un bocado a un rollo de primavera. “Por favor, sigue adelante. Lo estás haciendo perfectamente.”

Era un extraño toma y daca entre ellos que ella esperaba que no fuera demasiado obvio para los demás en la sala. Había intentado mostrar respeto—mostrarle que no estaba intentando liderar el caso. Pero él, por su parte, lo había ignorado. Por el momento, parecía que casi agradecía que ella estuviera tomando las riendas.

“En primer lugar,” dijo ella, haciendo todo lo que podía por no perder el hilo, “el sospechoso es casi con certeza un habitante local. Su capacidad para estudiar las pautas de tráfico de esas carreteras secundarias muestra una clase rigurosa de paciencia que nos facilita en cierto modo la creación de un perfil. Si el sospechoso se ha tomado tantas molestias para secuestrar a esas mujeres, entonces los casos antiguos de secuestro y rapto sugieren que no se lleva a esas mujeres para matarlas. Como he dicho, parece que es precavido. Todo lo que sabemos sobre él—que las ataca cuando son vulnerables y están a oscuras, y aparentemente planeando sus actos—señalan a un hombre que no tiene tendencias violentas. Después de todo, ¿qué sentido tiene tramar un rapto al detalle para acabar matando a la víctima unos minutos después? Esto indica que colecciona estas mujeres, por falta de un término más apropiado.”

“Sí,” dijo Roberts, la mujer policía. “¿Pero coleccionándolas para qué, exactamente?”

“¿Es terrible asumir que se trata de algo sexual?” preguntó el Ayudante Wickline.

“En absoluto,” dijo Mackenzie. “De hecho, si nuestro sospechoso es tímido, esa es una caja más que marcamos en el perfil. Por lo general, los hombres tímidos que atacan a las mujeres de esa manera son demasiado retraídos o socialmente ansiosos como para conquistar a las mujeres. Suele ser el caso con los violadores que hacen todo lo que pueden para no hacer daño a las mujeres.”

Recibió unas cuantas miradas más de admiración por toda la sala. Claro que teniendo en cuenta el tema que estaban tratando, no lo pudo agradecer.

“¿Pero no podemos saberlo con certeza?” preguntó Bateman.

“No,” dijo Mackenzie. “Y ahí está la presión que tenemos encima. Este no es solo un asesino que esperamos que no ataque de nuevo. Este hombre es psicótico y peligroso. Cuanto más tardemos en encontrarle, más tiempo tendrá para hacer lo que le venga en gana con esas mujeres.”

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299 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
261 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640299962
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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