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Adicionalmente, la propiedad es importante porque a menudo se encuentra entrelazada con la identidad de la persona y su bienestar emocional99. Un anillo de matrimonio, por ejemplo, tiene tanto un valor material como uno inmaterial. Asimismo, aunque el hogar de la infancia de una persona ocupa un espacio físico, también existe en paralelo con un paisaje emocional. Margaret Radin ha acuñado el término «propiedad como personalidad» para describir estos aspectos no materiales de la propiedad100.

La doctora Mindy Fullilove –una psicóloga que estudió el despojo masivo de las comunidades negras en Estados Unidos bajo los programas de renovación urbana– desarrolló el concepto de impacto del desarraigo. «Impacto del desarraigo es la reacción traumática de estrés ante la destrucción total o parcial de su ecosistema emocional»101. Ella argumenta que cuando las personas han sido desplazadas de sus hogares y propiedad, esto genera ansiedad, desestabiliza relaciones y causa enfermedades crónicas (incluso la muerte). La doctora Fullilove argumenta que «el daño del impacto del desarraigo puede afectar generaciones y generaciones de personas»102.

Más aún, la propiedad es importante porque les da a las personas la independencia necesaria para participar en una sociedad democrática como miembros completos e iguales que no están controlados por otros103. Sin el mínimo nivel de propiedad para cubrir las necesidades básicas, las personas requieren patrones; y estos patrones pueden tener control indebido sobre todos los asuntos, desde los políticos hasta los personales. Además, si una persona no tiene propiedad y debe utilizar todo su tiempo trabajando, entonces no tendrá tiempo libre para ejercitar sus libertades básicas, tales como el voto y la participación en la vida cívica104.

Finalmente, como argumentan Acemoglu y Robinson, la propiedad es importante para el desarrollo económico. Los países que prosperan tienden a tener instituciones económicas y políticas inclusivas «que aplican los derechos de propiedad, crean igualdad de condiciones y fomentan la inversión en nuevas tecnologías y habilidades»105. Hernando de Soto también ha argumentado de manera convincente que derechos claros de propiedad son necesarios para que el capitalismo funcione debidamente106.

De dueños u ocupantes

La propiedad consiste en un grupo de derechos que incluyen los derechos a transferir, ocupar y excluir (ver Cuadro 1.1). Cuando una expropiación ocurre, tanto los derechos de propiedad como los de ocupación son afectados. Sin embargo, las personas con derechos de ocupación de corto plazo (p. ej., arrendamientos mensuales o arrendamientos sin plazo fijo) generalmente no tienen derecho a recibir una compensación cuando ocurre una expropiación107. Pero cuando hay obstáculos significativos para obtener la propiedad, aun las expropiaciones de aquellos que tienen arrendamientos de corto plazo pueden considerarse expropiación de la dignidad. Por ejemplo, en Sudáfrica, los negros tenían prohibido adquirir legalmente derechos de propiedad en el 87 % de su tierra nativa108. Así que el programa de restitución de tierras no está restringido únicamente a los propietarios, sino que provee compensación para los arrendatarios que fueron removidos forzosamente.

Cuadro 1.1. Tipos de derechos de propiedad


Tipo de derecho Poderes asociados con el derecho
Dueño Transferir la propiedad. Ocupar la propiedad. Excluir a otros de la propiedad.
Arrendatario Ocupar la propiedad sujeto al contrato de arrendamiento.
Arrendamiento laboral Ocupar la propiedad sujeto al contrato de trabajo.

A quiénes considera sub-personas

«Sub-personas» son aquellas que han sido deshumanizadas o infantilizadas, y por ello se les niega el reconocimiento de su humanidad o su plena capacidad mental. Aunque los cuerpos físicos de las sub-personas son visibles, su dignidad es invisible. En su novela clásica El hombre invisible, Ralph Ellison cuenta la historia de un joven negro en los Estados Unidos de los años 1930, que lucha por sobrevivir en una sociedad racialmente dividida que lo deshumaniza e infantiliza. El protagonista del libro, un hombre negro sin nombre, explica:

Soy invisible, entiendo, simplemente porque la gente se niega a verme. Como las cabezas sin cuerpo que se ven a veces en los actos secundarios de los circos, es como si estuviera rodeado de espejos de vidrio duro que distorsionan. Cuando se me acercan solo ven lo que está a mi alrededor, a ellos mismos, o fragmentos de su imaginación, de hecho, todo y cualquier cosa excepto a mí109.

El protagonista de la novela usa la metáfora de la invisibilidad para describir su humanidad transparente y su sub personalidad en Estados Unidos.

Debido a que la infantilización y deshumanización son las bases de la sub personalidad, es importante definir estos términos con precisión. Los académicos han propuesto una variedad de maneras para definir la deshumanización110. En este libro se adopta la definición de «deshumanización» como la falta de reconocimiento de la humanidad de un individuo o grupo de personas. Cuando la humanidad de una persona o de una comunidad es invisible no se reconocen como humanos que tienen la capacidad mental, alma o agencia necesaria para entrar en el contrato social. Así, por ejemplo, mientras que la liberación de los esclavos de Estados Unidos privó a los dueños de esclavos de su propiedad, no hubo deshumanización porque la expropiación no negaba la identidad humana de los dueños de esclavos111. Al contrario, esta privación de la propiedad afirmó la humanidad de los antiguos esclavos. En contraste, la creencia nazi de que los judíos eran peste, la evidente creencia de los gobiernos coloniales y del apartheid en Sudáfrica de que los negros eran sub humanos salvajes, y la creencia militante de los hutus de que las vidas de los tutsis no valían más que las de las cucarachas son todas ejemplo de deshumanización, la cual llevó a la subordinación de estos grupos dentro del contrato social112. Además de la negación directa de la humanidad de una persona o comunidad al igualarlas a animales o insectos, hay otros mecanismos para negar su humanidad. La deshumanización resulta del uso diario de fuerza mortal, ya que la muerte es la forma más extrema de extinguir la humanidad de alguien. Así, por ejemplo, a pesar de que el propósito declarado de la mayoría de las expropiaciones de la era comunista fue redistribuir la propiedad y crear sociedades igualitarias, en la medida en que los Estados comunistas usaron la fuerza mortal para llevar a cabo las transferencias forzadas de propiedad ocurrió la deshumanización113. Otro ejemplo de deshumanización ocurre durante las guerras, cuando los soldados son rutinariamente sumergidos por propaganda que niega la humanidad del enemigo para que puedan involucrarse en asesinatos masivos en los campos de batalla114.

La infantilización es una forma de privación de la dignidad distinta a la deshumanización. La «infantilización» es la restricción de la autonomía individual o de un grupo con base en la falta de reconocimiento y respeto por su capacidad total de razonamiento. Aunque se reconoce la humanidad de una persona, su capacidad de autogobernarse racionalmente es negada115. Con frecuencia, la infantilización comporta tratar a los adultos como si fueran menores, y por lo tanto ubicarlos bajo la autoridad de otro. El contrato social requiere el consentimiento de un individuo para ser gobernado, así que hasta que los niños logran desarrollar las facultades mentales necesarias para consentir, son ciudadanos desiguales. En varios puntos de la historia, las sociedades han considerado que las mujeres adultas y los adultos de color no tienen las facultades mentales necesarias para convertirse en miembros de la comunidad política y por lo tanto, como a niños, se les ubica bajo la autoridad de otro.

La tradición filosófica europea está plagada del dogma supremacista blanco que infantiliza a las personas de color. Charles Mills anota que los grandes filósofos consideraban a los no blancos como una especie separada de salvajes sin la capacidad de razonar. Mills se refiere a:

Las especulaciones de Locke sobre las incapacidades de las mentes primitivas, la afirmación de David Hume de que ninguna raza salvo la blanca había creado civilizaciones valiosas, los pensamientos de Kant sobre las diferencias de racionalidad entre los blancos y los negros, la conclusión poli-genética de Voltaire de que los negros pertenecían a una especie distinta y menos hábil, el juicio de John Stuart Mill de que esas razas «en su minoría de edad» solo eran aptas para el «despotismo»116.

La supuesta racionalidad atrofiada de los no blancos justificó la dominación europea y su autoridad sobre ellos. Aun siglos después, estos ideales de supremacía blanca florecieron y sirvieron como base para el apartheid en Sudáfrica. La política racial opresora del régimen del apartheid fue predicada afirmando que «era el deber cristiano de los blancos el actuar como guardianes sobre las razas no blancas hasta el momento en que alcanzaran el nivel necesario para decidir sus propios asuntos»117.

Las mujeres también fueron infantilizadas rutinariamente debido a su supuesta capacidad limitada de raciocinio118. Bajo protección, las mujeres blancas fueron ubicadas bajo la autoridad de sus padres y luego de sus esposos porque la creencia social dominante era que las mujeres tenían las facultades mentales de un niño. Y por eso, aun como adultas, las mujeres casadas no podían tener propiedad independiente, contratar o demandar sin el permiso de sus esposos119. Las mujeres estaban bajo la autoridad de los hombres blancos en un estado interminable de minoridad.

Como se muestra en el Cuadro 1.2, la sub-personalidad tiene varias dimensiones. Bajo el colonialismo y el apartheid en Sudáfrica, los blancos consideraban a los negros como sub humanos (no civilizados, salvajes) y creían que era el deber de los blancos cristianos cuidar a esta gente infantil120. En consecuencia, los negros fueron tanto deshumanizados como infantilizados. Otros fueron infantilizados pero no deshumanizados. Por ejemplo, bajo protección, las mujeres eran tratadas como niñas, así que aunque su humanidad nunca fue puesta en duda, su habilidad para autogobernarse fue negada121. Por otra parte, ciertas clases de personas han sido deshumanizadas pero no infantilizadas. Igualar a los judíos a plagas y a los tutsis a cucarachas les niega su humanidad y facilita que la gente ordinaria participe en su exterminio122. Finalmente, ciertos grupos no son deshumanizados ni infantilizados, y los hombres blancos que tenían propiedad en los primeros años de Estados Unidos son un ejemplo perfecto. Mientras que los hombres blancos eran considerados adultos racionales y civilizados, solo aquellos con derechos de propiedad recibían los derechos de voto y ciudadanía completa123.

Cuadro 1.2. Dimensiones de la sub-persona


Deshumanizado No deshumanizado
Infantilizado Negros en Sudáfrica bajo el régimen blanco «Salvajes» «Como niños» Mujeres blancas en la Inglaterra del siglo XVIII «Con facultades mentales disminuidas»
No infantilizado Víctimas de los genocidios judío y de Ruanda «Plaga» “Cucarachas» Varones blancos propietarios en los primeros años de Estados Unidos «Racional» «Adulto» «Civilizado»

Si la evidencia revela que un Estado se enfocó en un individuo o grupo y confiscó o destruyó su propiedad sin infantilizar o negar su humanidad puede que haya ocurrido un daño pero no constituye una expropiación de su dignidad. La retórica de un Estado o sus políticas –como se revela en el discurso de los agentes del Estado, documentos oficiales, historias orales o archivos– pueden proveer evidencia de que un Estado deshumanizó o infantilizó a un segmento de la población.

Sin pagar compensación justa o sin un propósito público legítimo

Hay un debate robusto en la literatura de la propiedad sobre lo que constituye compensación justa y lo que se califica como propósito público124. Una expropiación de la dignidad, sin embargo, es una expropiación más radical donde el Estado no paga nada que se aproxime al valor de mercado de la propiedad; o cuando la expropiación es parte de un intento más grande de deshumanizar o infantilizar al grupo que se está despojando en vez de cumplir un propósito público legítimo. Puede haber, sin embargo, una situación en la que el Estado paga, de hecho, una compensación justa, la cual tiene el efecto de reconocer que las personas despojadas son ciudadanos con derechos. Pero cuando la expropiación es parte de una estrategia mayor de deshumanización o infantilización, no hay tal reconocimiento, y en estos casos decimos que ha ocurrido una expropiación de la dignidad125.

En el siguiente capítulo, la idea de expropiación de la dignidad es examinada en el contexto sudafricano. Dejo a otros académicos la exploración empírica de si este concepto ayuda a entender mejor casos históricos tales como la confiscación de propiedad a los judíos por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; la expropiación por parte de Estados Unidos de la propiedad japonesa durante su internamiento; el apoderamiento estadounidense, canadiense y australiano de la propiedad de los nativos; la usurpación europea de la propiedad de los nativos durante el colonialismo y el apartheid; el exilio de las personas de ascendencia india de Uganda por parte de Idi Amin y la confiscación de su propiedad; y el decomiso de la propiedad de los kurdos en Irak por parte de Saddam Hussein.

Capítulo 2.
Expropiación de la dignidad: el caso sudafricano

La piel café con leche y los ojos color avellana del señor Richardson eran evidencia del amor prohibido entre su abuela negra y su abuelo inglés. En busca de una mejor vida, sus abuelos se mudaron del Cabo Oriental a Johannesburgo y se establecieron en Kliptown –un área de zonas multiétnicas donde negros, mestizos y asiáticos vivían en comunidad. Kliptown es el lugar donde el señor Richardson y sus padres se criaron. Los padres y abuelos del señor Richardson tenían sueños para él y sus hermanos; sueños tan grandes como los árboles de jacaranda que se erguían majestuosos por todo Kliptown. Sus abuelos habían fallecido cuando él era un niño pequeño y su padre murió cuando él tenía 18 años. La herencia del señor Richardson –el legado de su familia– fue su casa familiar en Kliptown.

Justo cuando los sueños que sus padres y abuelos habían plantado, deliberada y laboriosamente, comenzaron a abrirse paso y a florecer para él, la Ley de Áreas de Grupo desarraigó todo. La ley dio al régimen del apartheid licencia para destruir las comunidades de zonas multiétnicas, como Kliptown, mediante el desalojo y reubicación de todos sus residentes en nuevas áreas que separaban a las personas por raza y etnicidad. El señor Richardson fue desalojado de Kliptown y reubicado en una comuna para mestizos recientemente establecida llamada Newclare. Él lo perdió todo:

Entonces justo había empezado mi preparación para llegar a ser profesor, pasé el examen necesario para graduarme de bachillerato y me estaba capacitando como profesor. Era como si mi vida estuviera casi arreglada. Tengo una casa, me estoy preparando para ser profesor, así que tendré un trabajo y este trabajo será seguro. Ahora, de repente, la seguridad que me daba tener una casa me era arrebatada. El piso de uno es [pausa] es removido de debajo de tus pies. Así que quedas con ese sentimiento de desesperanza, ¡de depresión! [...] Tu sentido de valor, tu dignidad fue […] [pausa]. El punto es que durante los desalojos forzados, sabes, eras tratado como nada. Sabes, aún puedo ver a este hombre en su blanco […] [pausa], solía usar un delantal blanco, ese tipo de cosa, parado en frente de la casa. Este señor Oliver. Te diré sobre el señor Oliver. Cuando estaban demoliendo las casas, fíjate, él se paraba ahí, y era probablemente un jodido, perdón, un hombre sin educación, pero era blanco y tenía todo este poder. Sabes, para decirte «ahora venga, quite sus cosas porque el buldócer tiene que pasar por ahí ahora». Sabes, porque para ti como un niño, tú sabes, de 18 años o algo más, ver todo esto, tus sueños, tus aspiraciones, tu esperanza [pausa] es destruida, fue demolida126.

El señor Richardson tenía razón, los gobiernos colonial y del apartheid demolieron más que ladrillos cuando destruyeron comunidades como Kliptown. Para entender mejor la escala del daño causado, este capítulo describe primero las vidas de las personas antes del desalojo forzado. Los datos provenientes de las entrevistas indican que existían comunidades urbanas pobres pero vibrantes e interdependientes. Luego, los entrevistados describen los métodos usados por el Estado para destruir estas comunidades y confiscar sus propiedades. Más significativamente, los entrevistados describen, con gran nivel de detalle, el daño económico y la expropiación de la dignidad que tuvieron que soportar como resultado del desalojo forzado. El daño económico involucró más que las estructuras físicas confiscadas o destruidas; también incluyó la pérdida de muebles, rentas, empleos, negocios e independencia económica. Los entrevistados incurrieron igualmente en costos ulteriores cuando el Estado los desterró forzosamente a nuevos barrios ubicados en la periferia urbana.

Adicionalmente, los desplazamientos forzados implicaron serios daños a la dignidad: a los entrevistados les fueron negados su igual valor, su capacidad para navegar sus propias vidas y su habilidad para mantenerse conectados con las comunidades donde se desarrollaron y en las que encontraban apoyo.

La vida antes del desalojo forzado

En un esfuerzo para consolidar la sub personalidad negra, los gobiernos colonial y del apartheid destruyeron sus comunidades y las identidades que habían sido construidas allí. Cuando los entrevistados recordaban sus amadas comunidades, muchos se mostraban anhelantes. Las entrevistas les dieron a las personas una razón para recordar detalles vívidos –la risa ruidosa de un amigo al que nunca volvieron a ver o el desgastado balcón en que la familia se reunía cada noche– que los transportaban nuevamente a otro tiempo y lugar. Como es natural, esto producía una tormenta de emociones intensas. Hubo una inundación de dolor, rabia, decepción, tristeza y angustia. A pesar de que han transcurrido décadas desde que el gobierno del apartheid las desterró por la fuerza, cuando algunas personas contaban sus historias, lágrimas calientes y saladas rodaban por sus mejillas mientras se hallaban cara a cara con una parte de su pasado que habían removido consciente o inconscientemente.

La señora Boden era una anciana mestiza y divertida, quien era una de las líderes del proceso de restitución de tierras de Steurhof. Con una pala de reminiscencia comenzó a desenterrar las memorias de su infancia allí en Steurhof, una comunidad saturada por la pobreza:

Éramos, lo puedo decir, muy pobres […] a pesar de las durezas que debíamos aguantar como comunidad, realmente vivíamos juntos. Nuestros padres no ganaban mucho dinero, así que éramos una comunidad en dificultades. Realmente, teníamos nuestras dificultades bajo el régimen previo porque no habíamos tenido las ventajas que los blancos tenían […] Recuerdo que mi hermano era pescador […] Cuando mi hermano venía del mar, cuando venía por la esquina, todos los niños de la cuadra, aunque estuviéramos ocupados jugando, corríamos a nuestra casa y decíamos «Mamá, mamá [nombre omitido] ven, vamos a tener pescado ahora», y el pescado se dividía entre las familias que estaban pasando dificultades. [Nombre omitido] [,] nuestro vecino, trabajaba en el mercado, traía vegetales y se dividían entre todos. Se preguntaban entre sí como vecinos, las mujeres se decían unas a otras «¿tienes algo para poner en la mesa esta noche?», porque entonces compartían. De esa manera crecimos127.

Como muchas otras comunidades negras, los residentes de Steurhof eran muy pobres. No era una pobreza que años después los residentes novelaran –la crudeza de la pobreza era reconocida–. También se reconocía, sin embargo, la fortaleza y la interdependencia que las comunidades desarrollaron con el paso del tiempo para aguantar el embate de la pobreza. Solos, los residentes de Steurhof eran vulnerables, pero unidos podían sobrevivir porque los valiosos lazos sociales dentro de los confines de la comunidad servían como amortiguador entre la supervivencia y el hambre128.

El señor Kumar –un tendero serio y poco expresivo de ascendencia india– tenía raíces profundas en Marabastad, que era una comunidad multiétnica vibrante en el centro de la ciudad de Pretoria. El bisabuelo del señor Kumar, Raj, fue traído de India como un sirviente contratado para trabajar en una plantación de árboles de goma en Sudáfrica. En su nuevo país adoptivo, Raj estableció una familia de cinco hijos y cuatro hijas. El abuelo del señor Kumar, Jayesh –uno de los cinco hijos–, tuvo dos esposas y fue padre de once hijos. Para encontrar espacio para su creciente familia, Jayesh se mudó a Marabastad justo después de que fuera re zonificada de finca a área residencial. El padre del señor Kumar, Vivek, llegó a Marabastad cuando tenía 4 años, enfatizó el señor Kumar. «Todos los hijos [de mi padre] nacieron allá. De hecho yo nací allá. También nací en Marabastad. Tengo fotos de cuando era pequeño y caminaba en el patio allá». Sorprendentemente, la sonrisa de un niño emerge en su cara rotunda cuando recuerda su infancia congelada en esas fotos guardadas por largo tiempo en la esquina de su tienda.

El hogar de la familia del señor Kumar en Marabastad era parte integral de su identidad. Él explicó: «Era la piedra angular de todo. Todos se desarrollaban desde ahí. La vida comenzaba ahí […] ese pedazo de tierra era donde todo empezaba. El trabajo duro se hacía ahí. Quién soy comenzó ahí»129.

El señor Kumar y muchos otros afirmaron que los hogares de los que sus familias fueron desalojadas eran parte constitutiva de sus identidades. El hogar y la identidad estaban entrelazados y se reforzaban mutuamente. En consecuencia, los desalojos forzados no solo les negaron su propiedad sino que, más gravemente, también reconfiguraron sus identidades.

A pesar de la existencia de lazos sociales entre ellas, estas comunidades estaban lejos de ser perfectas. Un reporte de 1948 encontró que «condiciones sociales pobres producían ineficiencia, enfermedad y crimen, lo cual afecta a toda la comunidad»130. Las mujeres eran particularmente vulnerables. El reporte de 1913 de la Comisión sobre el Asalto a las Mujeres mostró que las violaciones constituían un problema significativo en las comunas131. A pesar de que los entrevistados hablaron de la dura pobreza que aguantaban, juraban que el crimen era mínimo y ni uno de los entrevistados mencionó la violencia soportada por las mujeres en las comunidades que desaparecieron. Aunque las historias de los entrevistados ofrecen una pequeña muestra del sabor del pasado, frecuentemente se enfocan en las memorias dulces y dejan las amargas sin contar.

Desalojos Forzados

Algo que quedó permanentemente tatuado en muchas memorias fueron la pistola, el buldócer y el camión, tres símbolos de poder del Estado que aparecían constantemente en las narrativas de los entrevistados sobre desalojos forzados. Mientras que el uso de armas y violencia brutal fue reservado para comunidades como Sophiatown, que resistieron ruidosamente los desalojos forzados, agentes del Estado portando armas se aseguraban de que la amenaza de violencia estuviera latente y clara en todos los desalojos forzados132. El buldócer se usaba para demoler viviendas y los sueños que allí se alojaban. Las fotos históricas revelan las palancas amarillas de hierro oxidado de los buldóceres moviéndose amenazantes hacia adelante. Los camiones, que eran camiones de carga abiertos y diseñados para cargar basura, recogían a la gente de sus casas y la descargaban en guetos segregados por etnia y por raza. Además de estos signos recurrentes, los entrevistados repetidamente dicen que el Estado no notificó de manera adecuada a la gente; demolía las viviendas de las personas sin pérdida de tiempo, de forma tal que no pudieran ocuparlas de nuevo; trataba con irrespeto sus pertenencias; y obtenía autorización legal al obligar a la gente a renunciar por escrito a sus derechos. Las historias de la señora Green, el señor Aziz y la señora Made ilustran estas grandes tendencias.

La señora Green era una abuela con un cuerpo pequeño, pero con un espíritu grande, cálido y acogedor. Aun a su avanzada edad, sus características delicadas y su piel radiante evidenciaban que alguna vez había sido la ganadora de un concurso de belleza. El señor Green, un apuesto joven del barrio, luchó contra otros pretendientes para obtener su atención y finalmente ganó su corazón. Se casaron cuando ella cumplió los 18 años. La señora Green felizmente cambió su vida como candidata a concursos de belleza por la maternidad. Se mudó a la casa de once habitaciones de la familia de su esposo y luego de un tiempo dio a luz a dos niños. Las fotos muestran los hoyitos en las mejillas de los niños y sus crespos negros. La vida de la señora Green fluía suavemente hasta que se iniciaron los rumores. «Lo escuchamos un año antes de que ocurriera […] van a mover Marabastad. Pero lo dimos por descartado. Nunca pensamos que pasaría». Pero pasó.

La señora Green aún recuerda vívidamente el amargo momento en el que su familia fue «desechada»:

Puedes preguntar a cualquiera en Marabastad. Nos sacaron con buldóceres. Si sacan tus cosas en el camión, el buldócer viene y lo aplana, y tú no puedes sacar nada. Yo perdí muchas cosas. Primero sacaron la cuna del bebé, luego la estufa, la estufa de carbón, luego el clóset, tiraban mis cosas y las cobijas y hacían una pila grande y tiraban. Se llevaron todo […] el buldócer simplemente llegó. Tú estás aún ahí parada. Te puedes volver loca y entonces ellos simplemente cogen esa casa y en dos segundos está aplanada y […] este es tu lugar. [Ellos solo] ponen [tus cosas] en el patio, ni siquiera las ponen en la casa, y ahora tienes que contratar a alguien en la calle, ¡ayuda por favor, por favor ayuda, uhmmmm!133.

Inmediatamente después de decir estas últimas palabras, las lágrimas saltaron de sus ojos en una explosión inesperada de emociones reprimidas. En ese momento ella dejó de ser la abuela que cada mes, como un reloj, reclamaba la modesta pensión de la que vivía, para convertirse nuevamente en una joven bonita parada en su amado Marabastad.

Después de recomponerse, la señora Green continuó sobriamente:

Dos semanas antes de que vinieran a recogernos [las autoridades del apartheid] encerraron a mi esposo. Realmente no sé por qué. Sí, mi esposo fue apresado. Ellos no podían decir por qué y llegaron tres semanas después a decirme: «Aquí está el camión». Metieron primero la cuna del bebé. Yo dije «Pero mi bebé, la leche, y todo». Ellos dijeron «No, no, no, no, no. Solo venga». «¿Para dónde vamos?». «No, ya verá, verá usted misma» […] y vinieron y me pusieron aquí en [dirección omitida], era un sitio de tres habitaciones. Así que les dije antes de que se fueran: «Bajen mis cosas del camión». Les dije: «Tengo dos niños, estos niños van a ser, van a crecer. ¿Cómo puedo usar solo tres habitaciones cuando tengo dos niños?». Así que durante todos estos años he tenido que dormir en la sala y los dos niños han tenido que dormir en la habitación134.

El señor Green –el hombre gallardo que ganó el corazón de la bella joven– nunca fue liberado y murió alrededor de ocho años después de esta desgarradora experiencia.

La siguiente historia es de la señora Aziz. Ella era una mujer mestiza de mediana edad cuya ascendencia malasia surgía en sus ojos alargados y en su matiz café rojizo. Ella vivió felizmente su niñez en el Distrito Seis, persiguiendo a sus amigos para arriba y para abajo por las calles del vecindario, hasta que se quedaban sin aire. Tenía 18 años cuando su familia fue desalojada del Distrito Seis. Los desalojos comenzaron alrededor de 1968 y continuaron hasta 1982 reubicando a más de 60.000 personas en un área subdesarrollada de la periferia de la ciudad llamada Cape Flats135. Con su solidario y protector esposo a su lado, ella encontró el coraje para recordar:

Quiero decir, no nos queríamos ir, y estábamos tratando de aguantar, aguantar, aguantar y a veces llegaban con camiones, y también amenazaban a mi abuela. Le dijeron que si no firmaba el papel, la iban a echar a la calle, así que ella firmó. Y puedes ver que la carta que le escribieron a ella no corresponde, pero ellos dijeron que ella se quería ir. Esas eran las tácticas que usaban, ¿ves?136.

La última historia es la de la señora Made, una mujer negra y robusta con una risa cordial que convulsionaba su cuerpo entero. Era una abuela santificada, que asistía a la iglesia con biblia en mano y una linda sonrisa. Después de que su familia fue desalojada de Sophiatown, el gobierno los reubicó en una pequeña casa en Meadowlands, Soweto, de la que ella nunca se ha ido. Después de terminar su té hirviendo de rooibos y un plato de galletas dulces, ella comenzó a recordar sus días en Sophiatown:

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