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Читать книгу: «Lucha política y crisis social en el Perú Republicano 1821-2021», страница 2

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Por su parte, la mencionada doctora O’Phelan incorporó al debate sus investigaciones sobre el escenario espacial del ciclo rebelde (1985). Este se había centrado en el sur andino y en la actual Bolivia, entonces audiencia de Charcas o Alto Perú. Si se tomaba como unidad la región indígena de tradición quechua y aimara, la lucha contra el dominio colonial había sido intensa y constante. En ese sentido, la interpretación de Bonilla parecía demasiado centrada en Lima, donde ninguna de las escasas rebeliones locales había llegado a mayores. Pero, analizado el virreinato del Perú en su conjunto y sobre todo las regiones andinas, el panorama no era de indiferencia, sino de intensa contradicción y oposición al poder colonial.

Sin embargo, el virrey de Lima tuvo fuerza suficiente para vencer todas las rebeliones regionales e incluso recuperó el dominio sobre Charcas, Chile y Quito. Por ello, la contradicción principal se desarrolló entre los realistas de Lima y los patriotas rioplatenses; el escenario de esta confrontación fue la actual Bolivia, donde dos invasiones lideradas por los patriotas rioplatenses fueron derrotadas por los ejércitos realistas acantonados en la zona. Ambas expediciones fueron ocasión para sublevaciones regionales en el Perú, pero finalmente las armas del rey se impusieron. Por su lado, el virrey tampoco había avanzado más allá de las provincias andinas y no había logrado amenazar la independencia de Buenos Aires.

Este transitorio empate en la guerra continental entre patriotas y realistas se rompió a favor de los patriotas durante la segunda fase de la guerra de independencia. Ahora bien, ¿cuándo y por qué los patriotas tomaron la ofensiva e hicieron retroceder a los realistas? Esa pregunta orientó una investigación del historiador José de la Riva Agüero, quien sostuvo que la clave fue la derrota final de Napoleón y el retorno al trono español de Fernando VII, quien apenas ingresó a Madrid restauró el absolutismo. Rodeado por una aureola de inmensa popularidad, que fundamentó su apodo «el deseado», Fernando VII eliminó al círculo liberal español, que había peleado contra los franceses en nombre suyo. Ese círculo había convocado las Cortes de Cádiz y promulgado la constitución de 1812, cobijando a reformistas moderados provenientes de Hispanoamérica, entre los que se contaba un sector de latinoamericanos. Así, el retorno del absolutismo implicó la desaparición del centro político, que buscaba una solución a la crisis reformando el marco constitucional español.

Debido a ello, la contienda se resolvió a partir de los extremos, donde se hallaba, por un lado, a patriotas partidarios de la ruptura total con España y, en el bando opuesto, a realistas que abogaban por el poder absoluto del rey. Desaparecido el centro moderado se hundió la carta que hasta entonces habían jugado los criollos de élite de México y Lima (Riva Agüero, 1971). El fortalecimiento de ambos extremos era claro para 1815, cuando empezaron a formarse ejércitos continentales que se enfrentaron en la segunda y última fase de estas guerras. Había terminado la era de las milicias civiles alistadas para la ocasión y la fase madura de la lucha militar forjó ejércitos estructurados con cadena de mando y manejo profesional capaces de soportar campañas prolongadas3.

La debilidad del absolutismo era su incapacidad para construir una coalición de ancha base. Muchos criollos moderados habían sido purgados y pasaron al bando patriota cumpliendo funciones civiles detrás del accionar militar. Entre otros ejemplos destaca Manuel Lorenzo Vidaurre, quien pasó de oidor liberal de la Audiencia del Cusco a fundador de la Corte Suprema de Justicia bajo Bolívar. Ese fue el destino de muchos criollos, que en principio preferían seguir con España proponiendo un conjunto de reformas que pensaban podían llevarse adelante dentro del marco abierto por la constitución de Cádiz. Sin embargo, en esta segunda fase de la lucha no tenían espacio dentro del campo realista.

A continuación, se profundizó la crisis política en España cuando el general Rafael del Riego lideró un movimiento militar que obligó al rey a restaurar la constitución de Cádiz, dando inicio al llamado «Trienio Liberal», 1820-1823. Las instrucciones de Riego eran conducir un ejército a reforzar la causa de España en América luchando contra la independencia. En vez de ello, Riego dirigió un movimiento para restablecer el constitucionalismo liberal. Debido a estas luchas, España parecía a la deriva y no ofrecía perspectivas de salir adelante.

La crisis española hizo que la causa del rey perdiera partidarios en todas las esferas. Aparentemente fue el caso del famoso curaca Mateo Pumacahua, quien de joven había combatido contra Túpac Amaru y luego había ocupado altos cargos en la administración colonial, habiendo sido el único indígena que llegó a presidir una audiencia colonial. Pero el racismo de esa época hizo que fuera defenestrado en el mismo momento en que España volvió a entrar en desórdenes políticos. Por ello, Pumacahua fue atraído al núcleo dirigente de una sublevación mestiza planeada y liderada por José Angulo y sus hermanos. Pumacahua fue el general de esta rebelión, tomó Arequipa, pero fue derrotado en Umachiri en el Altiplano.

La rebelión de los Angulo se extendió al íntegro del sur andino del Perú y el altiplano boliviano, expresando la creciente simpatía por la causa de la revolución platense. Su derrota y el ajusticiamiento de sus líderes condujo a un retroceso momentáneo de la causa rebelde. Pero, a pesar de su victoria, al comenzar la década de 1820 el virrey de Lima se había ido quedando solo. Ya había perdido Chile ante San Martín y en el norte las fuerzas españolas estaban siendo batidas por Bolívar4.

La revolución platense había pretendido llegar al Perú atravesando los Andes, cruzando la actual Bolivia, y como vimos había fracasado en dos oportunidades. El genio estratégico de San Martín fue un nuevo plan geopolítico que puso el acento en el dominio del Pacífico como eje de la lucha contra el virrey. Para ello, la causa patriota primero debía vencer en Chile y desde ahí dirigirse al Perú. En cumplimiento de este plan, Chile recién independizado firmó un tratado con Buenos Aires para liberar al Perú. San Martín recibió el encargo de ejecutar ese acuerdo y acompañado por instrucciones políticas del senado de Chile. Inicialmente, desplegó un trabajo paciente para armar una red patriota en el Perú y librar una batalla naval por el control del Pacífico sudamericano.

El general argentino tuvo éxito en ambas iniciativas. En primer lugar, hubo algunas adhesiones de criollos prominentes, entre los cuales destacan José de la Riva Agüero y José de Torre Tagle, quienes cumplirían un papel en la llegada de San Martín y no casualmente fueron el primer y segundo presidente del Perú. Unos meses después del desembarco de la expedición libertadora, Torre Tagle —que era intendente de Trujillo— proclamó la independencia del norte del Perú. Por su parte, Riva Agüero era la figura más conocida de un grupo limeño de clase alta que se habían posicionado con el bando independentista. Ambos eran miembros de la aristocracia española y representan el giro hacia la independencia entre los miembros de la élite.

La batalla por el mar fue librada victoriosamente por el almirante inglés Lord Cochrane, quien no participaba a nombre de la Armada Real Británica, de la que había sido expulsado en 1817, sino contratado por Chile para formar su armada nacional y tomar control del Pacífico. Cochrane bloqueó en dos oportunidades el Callao y logró terminar con el predominio realista en el mar. A continuación, la expedición libertadora pudo embarcarse en Valparaíso y poner pie en Pisco en setiembre de 1820.

Al llegar al Perú, San Martín participó intensamente del quehacer político, yendo más allá de sus instrucciones, que planteaban emprender la guerra como primera prioridad y dejar a continuación la convocatoria de un congreso que estructure el Estado independiente del Perú. Sin embargo, el general argentino asumió el título de Protector y ejecutó su plan, que consistía en independizar al Perú sin guerra, a través de su transformación en una monarquía regida por un noble español. Su ministro fue Bernardo de Monteagudo, quien de joven en Chuquisaca y Buenos Aires había sido jacobino, pero que al llegar al Perú se había convertido en partidario de la transición pacífica con España5.

El ejército libertador estaba integrado por aproximadamente 4600 soldados, un número considerablemente inferior a los ejércitos del virrey, que superaban los veinte mil hombres, aunque las tropas realistas estaban distribuidas a lo largo del Perú y en la actual Bolivia. Dentro del ejército libertador la gran mayoría eran chilenos, que llegaban a cuatro mil soldados, pero entre los oficiales había muchos rioplatenses, ya que alcanzaban el 40% del total. Como dijimos, se había firmado un compromiso formal entre Chile y las Provincias Unidas, entonces nombre de la actual Argentina, según el cual Chile financiaba la expedición que luego debía pagar el gobierno independiente del Perú. Presidente de Chile era Bernardo O’Higgins.

En ese mismo momento se estaba produciendo en España el mencionado movimiento militar del general Riego, que había obligado a Fernando VII a restaurar la constitución liberal. Uno de los primeros decretos de las nuevas autoridades de Madrid ordenaba a las autoridades españolas en América entablar conversaciones de paz con los insurgentes. Por ello, el virrey invitó a San Martín a conversar a través de representantes que se reunieron en Miraflores en octubre de 1820, un mes después del desembarco. El virrey propuso la reconciliación a través del reconocimiento a la constitución liberal española, pero los delegados de San Martín rechazaron la propuesta: una ola de patriotismo estaba recorriendo el país. El desembarco había provocado una manifestación de nacionalismo a escala del virreinato en su conjunto.

Entre otros productos culturales de ese nacionalismo se halla la canción «La Chicha», compuesta antes de la existencia del Himno Nacional. La Chicha celebra las comidas y bebidas nacionales en oposición a los alimentos europeos. Era la canción de la bebida alcohólica andina por encima del vino europeo. Fue compuesta por los mismos autores que posteriormente crearon la marcha de la patria; es decir, por José de la Torre Ugarte y José María Alcedo. De la Torre escribió los versos y Alcedo fue el compositor. Ambos tenían una sociedad exitosa que logró amplia aceptación del público. La Chicha expresaba un patriotismo fundado en las costumbres propias de la tierra en oposición a la cultura española.

Otra de las medidas iniciales de San Martín había sido despachar una expedición al mando del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien tomó dirección a Ayacucho y luego recorrió la sierra central, donde obtuvo una importante victoria en Cerro de Pasco. Desde esta ciudad regresó a la costa, cuando la capital ya había caído en manos de San Martín. En ese largo camino por la sierra, la expedición de Arenales alentó la actividad de montoneras patriotas que ocuparon algunas ciudades o formaron guerrillas. Entre otros ejemplos podemos mencionar a Francisco de Paula Otero, un líder montonero que disponía de buena posición económica y social. Comerciante y arriero, Otero había nacido en Jujuy y se había casado en Tarma con una dama de clase alta local. Él comandó una guerrilla exitosa que luchó en las actuales regiones de Junín y Pasco, asediando a los realistas en el centro del país. Se levantó en armas en el periodo de San Martín y siguió adelante bajo Bolívar, habiendo comandado un batallón peruano en Ayacucho (Vergara, 1974).

Otro ejemplo significativo de participación civil en este periodo inicial de la independencia es María Parado de Bellido, una madre de familia de origen mestizo nacida en el pueblo de Paras, Ayacucho. Al llegar Arenales, uno de sus hijos se unió a una montonera patriota liderada por Cayetano Quiroz, que operaba en Cangallo. Por su lado, su esposo, comerciante y funcionario local de correos, también colaboraba con la guerrilla. Luego, los realistas al mando del coronel José Carratalá retomaron Huamanga e iniciaron una dura represión que incluyó el incendio de Cangallo. Sin embargo, la montonera no había sido destruida y logró escapar al cerco. El objetivo realista era destruir esta guerrilla y en esa circunstancia se produjo la detención y fusilamiento de María Parado. Según una persistente narración peruana, los realistas interceptaron una carta con información proveniente de su estado mayor. Hubo una pesquisa que señaló a María Parado, quien fue detenida para que confiese el nombre de su informante. Ella se negó y fue fusilada antes de delatar a quien le había confiado el secreto. Representa la participación de la mujer en el proceso y también una virtud poco practicada en el Perú republicano, la fidelidad al compromiso. Un estudio temprano sobre María Parado se debe a Carolina Freyre de Jaimes, una de las integrantes de la primera generación de mujeres escritoras de fines del siglo XIX. Carolina Freyre retrata a María Parado como madre, solidaria y comprometida, y sostuvo que esas virtudes deberían proyectarse a la patria. Así, la historia un tanto novelada de María Parado sirvió para identificar mujer y nación6.

Al mismo tiempo, la presencia del ejército libertador impulsó el movimiento de liberación de las provincias de la costa norte del Perú. La proclamación de la independencia en Trujillo por Torre Tagle a fines de 1820 estuvo acompañada de actos similares en Piura, Chiclayo, Cajamarca y Moyobamba. Luego, San Martín decidió embarcarse para estrechar el cerco de Lima desde el llamado norte chico. El general rioplatense quería evitar una batalla y entrar a la capital por consenso. Una tradición de Ricardo Palma titulada «Con días y ollas venceremos» relata su plan, que empleaba ollas de doble fondo para hacer llegar mensajes que luego de algunos días hacían efecto y definían las voluntades.

Por su parte, los realistas todavía tenían apoyo, porque el temperamento del país había sido monárquico durante mucho tiempo. Además, en el Perú residían muchos españoles y Lima era la ciudad más ibérica de Sudamérica. Abonaba en el mismo sentido la presencia de la corte virreinal y la multitud de servicios conexos que generaba. Por su parte, el ejército realista estaba dirigido por un Estado Mayor español, pero muchos de sus oficiales eran mestizos y criollos y sus tropas eran indígenas. En enero de 1821 los jefes peninsulares del ejército realista habían protagonizado un golpe de Estado que derrotó al virrey Joaquín de la Pezuela, que estaba vinculado al absolutismo caído en España y al cual se le reprochaba pasividad ante San Martín. Así, los golpes de Estado comenzaron antes del 28 de julio de 1821.

Por otro lado, el nuevo virrey José de la Serna desconfiaba de Lima, porque la red de San Martín iba convenciendo a los capitalinos e incluso un batallón entero, el Numancia, se había pasado al bando patriota. Los poderosos comerciantes españoles que controlaban el tráfico mercantil del Pacífico y colaboraban sustancialmente con la causa del rey residían en Lima, pero, tomando una difícil decisión, el virrey dejó la ciudad y se trasladó a la sierra. Se estableció en Cusco, donde instaló su última capital, que no caería hasta diciembre de 1824. En el pensamiento de La Serna, en la sierra entrenaría un ejército que estaría a salvo de intrigas. La batalla por el Perú se definiría en dos espacios, había perdido la costa norte y central, pero conservaba la sierra sur, desde donde lucharía un segundo round (García Camba, 1846). En ese momento, tanto en Cusco como en Arequipa y Ayacucho se formaron ayuntamientos constitucionales a consecuencia del retorno del liberalismo al poder en España durante el llamado Trienio Liberal, 1820-1823. En estos ayuntamientos las élites del sur peruano iban a tener una última oportunidad para una carta centrista que llegó tarde y careció de viabilidad (Sala y Vila 2011).

El protectorado fue un régimen transitorio conducido por el Libertador y sus partidarios. El principal ministro fue el mencionado Monteagudo y un peruano clave fue Hipólito Unanue, que expresa la continuidad entre el Virreinato y la República, simbolizando el devenir político de los criollos de clase alta, adinerados y bien educados. Unanue había sido consejero de virreyes y luego fue ministro, tanto de San Martín como de Bolívar. La agenda política del protectorado se centró en la cuestión de monarquía o república. El debate fue intenso, San Martín propuso la monarquía sosteniendo que el Perú no estaba maduro para ser una república debido a las enormes diferencias entre los grupos que componían la sociedad. Era preferible una larga transición a través de un régimen monárquico que mantuviera la unidad del país y forjara una aristocracia que organizara la vida independiente. Esta postura se basaba en una opinión crítica de la naturaleza social del país y consiguientemente en las limitadas opciones para generar ciudadanía7.

En oposición a este parecer, José Faustino Sánchez Carrión dirigió el grupo republicano, integrado por jóvenes, muchos de los cuales eran exalumnos del convictorio de San Carlos, entre otros Francisco Javier Mariátegui. Ellos fundaron un importante medio de prensa llamado La Abeja Republicana, en cuyas páginas se sustentó la idea de la república. Un ensayo firmado por El Solitario de Sayán, seudónimo de Sánchez Carrión, argumentó que una monarquía no entrenaba ciudadanos sino súbditos. Nunca se llegaría a la república a través de la monarquía. Era preferible afrontar el peligro de un nacimiento prematuro antes que ceder ante una monarquía que simplemente prolongaría el despotismo. La contradicción entre ambas posturas fue profundizándose y el clima se tornó hostil. El régimen de San Martín estuvo lejos de idílico y, por el contrario, fue presa de serias divergencias8.

En el terreno militar, el protectorado no logró ningún avance significativo, aunque tampoco perdió la capital. De este modo, la guerra se empantanó. Por su parte, tanto patriotas como realistas formaron montoneras, buscando repetir un patrón clásico de las guerras en los Andes: el enfrentamiento entre indígenas. Por ejemplo, en Ayacucho, los patriotas contaban con el apoyo de los morochucos de Cangallo, pero los realistas reclutaron a los indígenas de las alturas de Huanta. Ese enfrentamiento expresó la ausencia de liderazgo indígena, porque la clase de curacas por derecho propio había sido diezmada por la represión que siguió a las derrotas de Túpac Amaru en 1780 y de Pumacahua en 1815. Al carecer de líderes reconocidos y con legitimidad, los indígenas combatieron con denuedo en ambos bandos. De ese modo, la independencia no facilitó la aparición de un liderazgo indígena republicano y más bien terminó por desaparecer a la vieja élite indígena que provenía del pasado incaico (Garret, 2009).

Para aquel entonces San Martín era consciente de que su plan estratégico afrontaba dificultades difíciles de remediar. Necesitaba fuerza militar adicional y sabía que la única ayuda posible dependía de Bolívar. Por ello, se embarcó a Guayaquil para sostener la famosa entrevista de los libertadores. Sus reuniones fueron el 26 de julio de 1822 y han estado rodeadas de misterio. Nunca se supo exactamente qué hablaron ni tampoco la postura que cada uno habría adoptado. Por ello, este encuentro ha sido motivo de especulación e incluso de un debate entre las academias de Historia de Venezuela y Argentina hace ya varias décadas.

Pero, un reciente descubrimiento histórico en Quito viene a resolver buena parte de la controversia. En efecto, en el Archivo General del Ecuador ha aparecido el libro copiador del secretario de Bolívar. Este cuaderno es fruto de una costumbre de la época para conservar copia de la correspondencia enviada. Sin embargo, estuvo perdido al haber sido mal clasificado y recién ha sido sacado a la luz. Su descubridor fue el historiador colombiano Armando Martínez, quien estaba trabajando en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Quito.

Se trata del informe de Bolívar al general Antonio José de Sucre, haciéndole conocer los pormenores de la entrevista con San Martín. Así, por primera vez se accede a la agenda de lo conversado y se conoce de primera mano la postura de Bolívar. De acuerdo con este informe, San Martín estaba decepcionado de los generales platenses que lo habían acompañado a Lima. Luego, habría añadido que estaba dispuesto a dejar el mando del Perú y retirarse a Mendoza. Buscaba una victoria militar que le permitiera hacerlo con honor y estaba en Guayaquil para pedir refuerzos que le permitieran obtener ese triunfo. Sostuvo que, si Bolívar comandaba las tropas colombianas que solicitaba, él se pondría a sus órdenes.

Los libertadores no habrían discutido sobre el destino del puerto de Guayaquil, como se especuló muchos años. Según el informe, San Martín habría comenzado diciendo que no se había involucrado en el tema de Guayaquil. Por tanto, habría cedido inmediatamente sin objetar su incorporación a la república de Colombia. La discrepancia crucial habría sido sobre el destino del Perú una vez obtenida la independencia. San Martín habría sustentado su propuesta de monarquía constitucional, buscando un príncipe europeo. Bolívar se opuso. Su razonamiento habría enfatizado los intereses de la república de Colombia, subrayando la inconveniencia de un príncipe europeo en Hispanoamérica, porque amenazaría la libertad de las repúblicas.

Bolívar añadió que, si los peruanos querían esa forma de gobierno, él no se iba a oponer. En forma indirecta estaba negando los refuerzos militares solicitados, dejando claro que no aportaría fuerza militar para un proyecto de monarquía constitucional. En ese momento, San Martín habría entendido que no le quedaba juego y que debía dar paso al proyecto de Bolívar; regresó al Perú e instaló el primer Congreso Constituyente, ante el cual renunció. Presidente de ese congreso fue el sacerdote y político arequipeño Francisco Xavier Luna Pizarro, quien lideraba el grupo liberal.

El congreso nombró una junta gubernativa de tres miembros para que ejerza el poder ejecutivo. Esa junta puso en marcha un plan militar denominado de Intermedios, atacando a los realistas por los puertos intermedios entre el Callao y Arica. Pero, la ofensiva concluyó en un estrepitoso fracaso y el descrédito del congreso y de la junta gubernativa. Luego, el ejército acantonado en Lima protagonizó el primer golpe de Estado de la era republicana. Habían pasado dos años desde el golpe militar en el bando español. Como vemos, una consecuencia de la guerra era la militarización de la función pública: los políticos operaban en el Congreso, pero el poder ejecutivo dependía de generales, tanto en la República como en el Virreinato.

Por su parte, el congreso aceptó el pedido del Ejército y nombró presidente a José de la Riva Agüero, quien ostentó el título de presidente del Perú y usó la banda bicolor. Inmediatamente organizó una segunda expedición militar también llamada de Intermedios, comandada por el general Andrés de Santa Cruz, quien llevó como segundo a bordo al entonces coronel Agustín Gamarra. Era el primer ejército íntegramente peruano y despertó una nueva ola de optimismo patriótico. A pesar de algunos éxitos iniciales, este ejército también fue derrotado y regresó a Lima maltrecho y disminuido.

Peor aún, las fuerzas realistas comandadas por el general José de Canterac avanzaron sobre Lima, que cayó sin combate, y tanto el Gobierno como el Congreso se trasladaron al Callao. Refugiado en el puerto, se produjo el primer conflicto legal entre los poderes ejecutivo y legislativo, que culminó con la destitución de Riva Agüero y el nombramiento de Torre Tagle en junio de 1823. Como vimos, gracias a un golpe de Estado, Riva Agüero fue el primer presidente y también el primero en perder el cargo por un conflicto entre poderes públicos. Así, queda claro que la pugna al interior del Estado y el desorden consiguiente son males que acompañan la estructura política nacional desde el comienzo.

Sin embargo, a este mismo confuso periodo inicial corresponde la gesta de José Olaya, quien era un pescador de la caleta de Chorrillos y llevaba a nado mensajes provenientes de la Lima ocupada. Su ruta eludía el control realista en los caminos entre Lima y el Callao, tomando un largo desvío a Chorrillos y desde ahí nadaba hasta el puerto llevando los mensajes. La suya es una historia similar a la de María Parado; en algún momento fue detenido y antes de delatar fue fusilado en una calle lateral de la Plaza Mayor de Lima. Mientras el Estado se caía a pedazos, la sociedad civil producía héroes que ofrecían su vida. Así, la promesa republicana se hallaba en la sociedad antes que en el Estado. Esta sería una característica estructural destinada a la larga duración, constantes fracasos desde arriba y sólidos compromisos desde abajo (Majluf, 2014).

Después del fracaso de la segunda campaña de Intermedios, el congreso llamó a Bolívar, quien anteriormente había enviado a Sucre como adelantado. Por segunda vez, los realistas se habían retirado voluntariamente de la capital y Bolívar pudo ingresar en setiembre de 1823. El libertador caraqueño sacó del juego a los criollos peruanos de clase alta, que habían apoyado a San Martín. El fusilamiento del marqués de Berindoaga y la suerte adversa de Torre Tagle evidencian la línea de Bolívar. Asimismo, el libertador eliminó a Riva Agüero, quien había establecido un gobierno paralelo en Trujillo. Incluso se firmó la condena a muerte del primer presidente, pero apresado por sus propios generales fue enviado al exilio. Los criollos patriotas provenientes de la élite colonial no supieron orientarse y adoptaron una postura ambigua con respecto a la independencia.

Por su lado, sin la energía y decisión de Bolívar, la independencia habría afrontado grandes peligros y estaba abierta la posibilidad de la derrota, porque los realistas se habían hecho fuertes en la sierra y estaban dispuestos a la reconquista. Aunque Bolívar era republicano y se había opuesto a la propuesta monárquica de San Martín, también tenía dudas al respecto. Ya era tarde en su carrera, para aquel entonces había culminado la larga lucha en el norte de Sudamérica que se había sellado con la constitución de la Gran Colombia. Luego de Ayacucho, mientras gobernaba el Perú, iba a concebir su proyecto de constitución vitalicia, que concedía poderes casi regios al presidente de la república. Es decir, en el Perú ambos libertadores acabaron muy decepcionados de liberalismo, democracia y ciudadanía. Por el contrario, los dos se inclinaron por un ejecutivo fuerte.

Bolívar tenía una elevada formación doctrinaria y cualidades de estadista superiores a sus contemporáneos, pero el tema indígena del Perú lo desconcertó. Queriendo liberar al indio, abolió los cacicazgos y las comunidades; buscaba que el indígena fuera un ciudadano y que no estuviera encerrado bajo la tutela de caciques hereditarios ni tampoco sometido al poder de instituciones corporativas como las comunidades. Quería acabar con la servidumbre indígena, pero desmanteló las instituciones que lo protegían. Una vez desparecidas, hacendados criollos y mestizos expandieron sus propiedades a costa de tierras de indios, proceso que con mayor o menor intensidad ocurrió a lo largo del siglo XIX en los Andes9.

Luego de concentrar a su ejército en Pativilca, Bolívar subió a las montañas en busca de batallas decisivas. Como es muy conocido, estas fueron dos: Junín y Ayacucho. La primera fue un encuentro entre las caballerías realista y patriota, que fue peleado sin armas de fuego, exclusivamente con lanzas y espadas. Al final de la batalla, los realistas abandonaron el lugar del combate, pero no fueron destruidos y conservaron su ejército. Por ello se hizo necesario un segundo encuentro, que se produjo en la pampa de la Quinua el 9 de diciembre de 1824, cuando los patriotas al mando de Sucre culminaron la guerra contra los realistas, quienes ese mismo día firmaron su capitulación.

Antes de terminar esta sección, revisaremos brevemente el legado del proceso de independencia. Obviamente la principal herencia es el Estado independiente y el nacimiento de un nuevo actor soberano en el concierto internacional de las naciones. Desde ese momento, el Estado peruano será objeto de proyectos, afanes y desengaños, pero siempre será el primer actor de la vida política. El centro del poder dejó Madrid y se trasladó a Lima, que desde entonces ha sido la sede del Estado. Salvo durante la ocupación chilena, cuando el gobierno se refugió en el interior, la capital virreinal ha seguido siendo capital republicana.

Un problema mayor del Estado independiente fue la indefinición de las fronteras y las incesantes guerras contra vecinos que consumieron buena parte de los esfuerzos de construcción nacional. Ese elevado grado de conflicto internacional fue el caldo de cultivo para el dominio de los caudillos militares que veremos a continuación. Otro rasgo distintivo del Estado naciente fue la debilidad institucional, los golpes de Estado y los conflictos entre poderes fueron parte de la cultura política en formación. El Perú nació con escaso respeto por las normas y mecanismos institucionales. Desde la cuna era evidente la dificultad para arribar a consensos; por el contrario, predominaba la ambición personal y la falta de visión a largo plazo.

Por su parte, el balance de la sociedad naciente es más complejo. Como veremos a continuación, tanto la sociedad estamental como el racismo continuaron adelante e incluso mutaron a lo largo de la vida republicana. Sin embargo, en la dirección opuesta se halla la primera extensión de la ciudadanía. La propuesta de igualdad, tanto de derechos como de obligaciones, tenía partidarios y había quienes estaban dispuestos a dar la vida por ello. En diversos sectores sociales hubo un esfuerzo consciente por romper con España y construir un país independiente basado en el patriotismo. De tal modo, la sociedad peruana fue un campo complejo de tendencias que se movían en direcciones contrarias; y así como hubo realistas también hubo patriotas y la sociedad estuvo dividida, de tal manera que se pueden elegir ejemplos que muestran tanto la tesis de Bonilla como el argumento de la Colección Documental.

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9786123177034
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