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Читать книгу: «La transformación de las razas en América», страница 5

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LAS ÚLTIMAS AURORAS

El siglo XIX es el punto de partida de una nueva era más preñada de beneficios para los hombres que la que se abrió con el sermón de la montaña; es el momento del tiempo en que los hombres más altamente civilizados empiezan a dejar de pedirle a Dios que los haga buenos y sabios y fuertes, para esforzarse en serlo por sí mismos; a desentenderse de los mundos imaginarios para sacar partido del mundo real, saliendo del redil de la revelación para conquistar la naturaleza, cambiando su punto de mira del pasado al porvenir, del fatalismo al determinismo, de la oración a la acción, del desalentado pesimismo al animoso optimismo, sueltas las alas del espíritu para explorar todos los horizontes sin pasaporte de la autoridad eclesiástica; emancipados de esa tonta piedad por los muertos que mantiene a los creyentes llorando estúpidamente sobre las miserias remediables del presente por las desgracias irremediables del remoto pasado, afligidos por los sufrimientos de Jesús, de los mártires y de todos los difuntos y perfectamente insensibles a los sufrimientos de los vivientes; esclavizando al prójimo para explotarlo en vez de apropiarse las fuerzas de la naturaleza para libertar los brazos del hombre, horadar las montañas, surcar los mares, canalizar los ríos, acortar las distancias y penetrar en las entrañas de las cosas para descubrir sus leyes, aislar los microbios, inventar los sueros y los anestésicos y descubrir la pedagogía y la psicología, la asepsia y la antisepsia, que les permitieran llegar a sus propias entrañas físicas y mentales, para extirparse las infecciones, los tumores, los cálculos y los quistes, los malos humores y las malas pasiones, en la plena seguridad de que haya o no haya Dios, el que haya hecho más bienes y menos males, el que haya sido más útil a los suyos y a los extraños, el que menos haya padecido de la ira del odio y más haya disfrutado del amor y la amistad, en una palabra, el que "haya sido una grande alma en este mundo, tendrá más probabilidades de ser una grande alma en cualquier otro mundo".

En el siglo XIX, en efecto, se ha librado la batalla decisiva entre los nuevos y los viejos ideales, que se baten ya en retirada. Los derechos del hombre están desalojando a los del sacerdote y del rey, la nobleza y el clero han perdido sus privilegios seculares, la dignificante solidaridad está sustituyéndose a la humillante caridad, ha tenido lugar la emancipación de los siervos y la liberación de los esclavos, y detrás de ellos el obrero socialista, no el obrero católico que se empeña en seguir siendo del cura, el obrero ha entrado a ser persona, con derecho de vivir, de pensar y de luchar por la emancipación económica, para el mejoramiento de su condición social por una más justa participación en los frutos de su trabajo. Y finalmente, la mujer, la hija y esclava espiritual del confesor – el secular intruso en el hogar católico – suegro suplementario en el matrimonio religioso, recuperando su personalidad, se incorpora, ella también, al movimiento emancipador de la raza humana subyugada por la Iglesia divina.

Entretanto, felices nosotros que podemos presenciar en estos momentos el crepúsculo de lo que fue y la aurora de lo que será. Dichosos nosotros que podemos pensar y decir sobre el futuro y el pasado lo que se nos venga a la mente, sin temor de que nos atormenten, nos quemen o nos destierren los ministros de Dios ofendido y enojado por ello, como lo hacían con nuestros abuelos, casi sin temor de que nos injurien, nos calumnien y nos persigan, como lo hacían con nuestros padres, los representantes oficiales del Dios de bondad.

Los que tienen motivos sobrados para estar quejosos, apenados y tristes no somos, ciertamente, los que tenemos la conciencia libre de terrores fantásticos y a nuestro alcance la ciencia, que es el poder de hacer milagros efectivos, sistema Edison, Röntgen, Marconi, etc., etc., sino los fabricantes de terrores y milagros imaginarios, los sacrificadores de la verdad humana a la verdad divina, los ayer omnipotentes fulminadores de las iras y de las venganzas del Todopoderoso, hoy expulsados como leprosos mentales de la nación más adelantada de la Europa, y sin poder defenderse, porque aquella arma formidable con que gobernaron al mundo hasta el siglo XVIII – la excomunión – está reducida por el progreso de la razón humana al modesto rol de carabina de Ambrosio.

EL PASADO Y EL FUTURO

Si un loco antihumanitario se echara hoy a buscar un medio de gravar a los hombres con el máximum de incapacidades, gastos, trabajos y penalidades, para el más inútil de los objetivos imaginables, seguramente no podría encontrar nada tan eficaz como las religiones reveladas "antes de la ciencia y la civilización", como dice A. France.

Por ese doble juego de gobiernos simultáneos, mancomunados y superpuestos sobre el pueblo, el temporal para las necesidades de este mundo, el espiritual para las necesidades del otro, nuestros antepasados treparon la cuesta de la vida con dos enormes pulpos sobre las espaldas, que les impedían desarrollarse y crecer, arrebatándoles todavía la mayor parte del mezquino fruto de sus amenguadas energías, en compensación del trabajo que se tomaban para coartarles el pensamiento – que es una forma del movimiento, como la electricidad, el magnetismo o la luz, – matarles el espíritu de iniciativa y tutearlos después que les habían tullido la capacidad de obrar y de conducirse solos.

Aprender de memoria el ininteligible catecismo – el librejo más lleno de absurdos y patrañas después del Corán – asistir obligatoriamente a todos los actos y ceremonias religiosas, diurnas y nocturnas, no pensar sin permiso del cura, ayunar, confesarse, comulgar, hacer penitencias, afligirse y llorar en los días y horas prefijados, obedecer a la campaña de la iglesia como las mulas al cencerro de la madrina, pagar a los sacerdotes los diezmos y primicias, fuera de los impuestos extraordinarios por milagros accidentales y por cada uno de los acontecimientos de la vida, desde el nacimiento hasta después de la muerte, en los funerales y los "cabos de años", todo bajo pena de excomunión, persecución, confiscación de bienes, y destierro o muerte. Comprar al príncipe el derecho de vivir sometido a todos sus caprichos y brutalidades, y el de trabajar bajo los reglamentos más estúpidamente antieconómicos, en el mejor de los casos – en el del hombre libre – eran ciertamente condiciones sociales, económicas y morales que hacían imposible la prosperidad del habitante y el progreso de la nación.

Sólo por la disminución del gobierno espiritual de la Iglesia y del gobierno temporal de los príncipes, y en la medida en que se lograban al influjo de la filosofía y de las ciencias renacientes, por explosiones sucesivas de los doblemente oprimidos y explotados, ha venido acrecentándose la capacidad humana por la vida humana.

Y como en los países protestantes disminuyó primero el gobierno eclesiástico por la secesión con el papado y la supresión de los milagros, la confesión, la comunión, las indulgencias y el óbolo de San Pedro, fue en ellos donde primero se acrecentó por la fe en la ayuda propia que sustituyó a la fe en el auxilio milagroso de los santos, la capacidad del individuo y la correlativa prosperidad de las naciones. Y como en España y en Italia fue más cargosa la tiranía eclesiástica, fueron también en ellas más agobiado el individuo y más empobrecida la comunidad por la Iglesia que había hecho de las sagradas escrituras no un faro sino un presidio de la inteligencia humana, un presidio sin aire y sin luz, al que los protestantes le pusieron con el libre examen, puertas y ventanas.

Cuando los romanos llegaron al Egipto, no pudo resistirles, porque los sacerdotes absorbían en este país la tercera parte de la riqueza nacional, para sus inútiles mojigangas. A su vez las exacciones del fisco romano, centuplicadas por la avaricia insaciable de los publicanos, habían destruido in situ la fuerza del imperio, desde mucho antes de las invasiones de los bárbaros, y las explotaciones de la avaricia sacerdotal, reforzada por el Santo Oficio y los jesuítas, y admirablemente secundada por la imbecilidad de los reyes y de los ministros fanáticos, que expulsaron a los judíos y a los moros para hacer la unanimidad católica, convirtiendo al habitante en siervo de la Iglesia y a los 3|5 del territorio fértil en bienes de mano muerta, aniquilaron tan radicalmente la energía humana del imperio en que no se ponía el sol, que, sin empujones de afuera, se cayó de decadencia espontánea por debilidad intrínseca, como se están cayendo los pueblos musulmanes del presente.

Y como es natural que el remedio sea más grande donde es más grande el mal, según ocurrió en la revolución francesa, si los países latinos aventajaran a los anglosajones en desprenderse completamente de ese enervante y costoso gobierno de las conciencias por el Vaticano, como lo ha iniciado la Francia, recobrarían, en el futuro, el terreno perdido en el pasado.

Porque se puede prever, desde ahora, la universal superabundancia de capacidad humana para los problemas de la vida humana, que sobrevendrá cuando hayan desaparecido del todo, con la clase sacerdotal que los explota, los problemas de la vida futura, que hoy consumen todavía parte tan considerable de la energía humana en costosas ceremonias absolutamente inútiles y en afanes sobre el vacío para hallar las más diversas y disparatadas soluciones ilusorias de lo insoluble.

DIOS MEDIOEVAL Y DIOS MODERNO

El concepto de la glorificación de Dios por la anulación voluntaria del hombre, arrodillado ante su creador, de miedo a su creador, que es la idea madre subyacente en la ordenación católica del pensamiento humano, la que engendró el oscurantismo, el misticismo y el monasticismo sobre la abdicación de la razón, de la virilidad, de la voluntad y de la dignidad humanas, la que informa toda la conducta de la Iglesia en su guerra sin cuartel contra todos los progresos de la humanidad por iniciativa del hombre, ese principio fue el alma de las sociedades cristianas del pasado, fundadas sobre el derecho divino, fatalmente sectario, autoritario y absolutista.

El concepto de la glorificación del Creador por el engrandecimiento intelectual, moral y material de sus criaturas, fruto superior de la razón moderna, formada lenta y subrepticiamente por la filosofía moderna, sobre los restos del pensamiento griego salvado por los árabes del vandalismo cristiano de los primeros siglos de fe, este principio esencialmente afirmativo y constructivo, concorde con la ley de evolución, por el que el hombre marcha paralelo con las fuerzas de la naturaleza y fortalecido por ellas, como diría Emerson, tan diametralmente opuesto al principio esencialmente negativo e inactivo de la teología cristiana que se propone, como el paganismo, contrarrestar las energías de la naturaleza con la magia religiosa, esta dignificante y operante concepción de la vida, levadura del liberalismo y alma de la civilización moderna, fue adoptada y apadrinada desde su nacimiento por la franc-masonería, que se reconstituyó para propender al desenvolvimiento de la verdad, la justicia y la fraternidad, sobre los Derechos del Hombre, al fin proclamados netamente en la declaración de la independencia americana, y sobre las ruinas de la Bastilla, en el último tercio del siglo XVIII.

Hay, pues, una oposición fundamental, perfectamente caracterizada desde 1864 por el Syllabus de Pío IX, entre la manera cómo entienden concurrir al progreso los albañiles del templo de la justicia, que, prescindiendo de las diferencias de raza, nacionalidad, color, condición social y opinión política o religiosa, trabajan para ensanchar la libertad, la igualdad y la fraternidad humanas, y la manera cómo entienden servir a Dios los hombres y las mujeres que renuncian al esfuerzo, al pensamiento y la acción, y se confinan en la pasividad y la esterilidad voluntarias de la oración, la penitencia y la humillación, en este mundo de los vivos, para ser recompensados en el de los muertos.

LA SOCIEDAD PRESENTE Y LA FUTURA

En estas sociedades que descansan, todavía, sobre el lujo y la miseria, sobre la ociosidad de los unos y el trabajo de los otros, lo que los padres quieren procurar a sus hijos no es la capacidad para producir, sino la capacidad para disipar, la posibilidad de disfrutar sin producir, en una palabra: la riqueza. Y lo que hombres y mujeres buscan principal o secundariamente en el matrimonio, es la dote inmediata o la herencia en perspectiva.

Y desde que la riqueza confiere la posibilidad de alcanzar los honores y los privilegios, y la satisfacción de todos los gustos, los apetitos y las vanidades en boga, y aun la de comprar a la Iglesia la salvación eterna, y que ella pueda ser adquirida por medios ilícitos o perversos, con más o menos riesgos, hay un premio eventual para la depravación moral, una seducción permanente – que en muchos países y en ciertas ocasiones suele hacerse irresistible – para la mentira, el robo, el peculado, el fraude, el asesinato y la guerra.

Sin duda la profesión de bellaco, que es entre los musulmanes y que por tantos siglos ha sido en la cristiandad el medio más rápido y eficaz de conquistar honores y privilegios y de alcanzar títulos de nobleza, en el achatamiento universal de los pobres de espíritu que elaboraba la Iglesia, se viene haciendo cada vez más peligrosa y menos lucrativa y honorífica, con el reverdecimiento de la energía al influjo de los ideales modernos, pero, todavía, y particularmente en los países católicos y ortodoxos, el inquilino de la sociedad contemporánea está instalado en un plano fuertemente inclinado hacia la perversidad humana, resultando siempre más o menos ineficaces para contenerlo arriba todos los terrores en uso, civiles o religiosos, y todos los surtidores permanentes o occidentales de energía moral.

Pero, según el rumbo que llevan las ideas avanzadas del presente, en la sociedad del porvenir, lo que los padres querrán dejar a sus hijos, lo que buscarán en el matrimonio los hombres y las mujeres, será "la salud o la plenitud que responden a sus propios fines y tienen para ahorrar, correr e inundar los alrededores y crujir por las necesidades de los otros hombres", como dice Emerson; será la aptitud para conducirse y prosperar por sí mismo, la capacidad intelectual, moral y física para la felicidad humana por la fraternidad humana, la sensatez, la dulzura, la belleza de alma; por el trabajo, el amor y la amistad, según aquella exacta definición de la dicha, que la hace consistir en "tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar, alguna cosa que esperar".

Transformados así los ideales directrices de la conducta individual, esclarecida y reafirmada esa tendencia natural primaria del espíritu a estimar a los individuos según el bien que produzcan para los demás hombres, que no ha suscitado los tiranos y los usureros, pero sí los mártires de las ciencias y las artes, los héroes de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, de la filantropía, los exploradores, los inventores, los educadores, los pensadores, los músicos, los poetas, los conspiradores, los patriotas, el bienestar del individuo, que hasta ahora "depende de lo que se anexa, absorbe o apropia, dependerá de lo que irradie", como dice Hubbard, y entonces el plano en que se desliza la conducta personal en la sociedad habrá invertido su inclinación de la iniquidad a la rectitud, del egoísmo al altruismo, de la soberbia a la benevolencia, de la insolencia a la cortesía, de la hipocresía a la sinceridad, de la mentira a la verdad, y habrá llegado para el común de las gentes esa situación de las almas superiores en todos los tiempos, desde Sócrates, Platón, Jesús, Epicteto y Marco Aurelio, hasta el filósofo de Massachussets, que la describe así: "Todo hombre tiene cuidado de que no le engañe su vecino. Mas llega un día en que se cuida de no trampear él a su vecino".

EL PORVENIR

En el siglo XIX la vida humana ha sido alargada en diez años por la supresión de las epidemias, tanto y tan inútilmente suplicada a Dios, puesto que dependía del adelanto de las ciencias humanas que él no podía crear y difundir, y de las obras de salubridad que él no podía construir; por la disminución de la miseria que dependía de la libertad política, de los métodos económicos y de las máquinas que él no podía inventar; por la disminución de la imbecilidad humana mediante la educación y la instrucción, que Dios no puede hacer y que están haciendo las escuelas y las universidades.

"El cuerpo, que es el irreconciliable enemigo del alma en la doctrina cristiana" está recibiendo ahora, hasta de los creyentes en la virtud póstuma, de la mugre y de las llagas, atenciones que el gran Pascal hubiera considerado pecaminosas.

En el último siglo la pena de muerte ha sido gradualmente restringida, y reducidas las prisiones en número y en grado de mortificación a la mitad de lo que fueron en el precedente, y la tendencia está pronunciada en el sentido de transformarlas en reformatorios por el trabajo y la instrucción, mientras una educación más racional acabe por hacerlas innecesarias, pues "las malas pasiones no son, como dice Manuel Ugarte, carne del hombre, sino enfermedad adquirida del ambiente en la niñez".

Cuando la felicidad humana era poca y la infelicidad era mucha, aquélla alcanzaba apenas para unos cuantos acaparadores y ésta sobraba para el resto de los hombres. Por efecto de los trabajos de las ciencias y las artes liberales que suprimen progresivamente la segunda, y de las reivindicaciones del pueblo que extienden periódicamente la primera, la educación de la inteligencia y de los sufrimientos, el bienestar y la dicha, podrán alcanzar para todos los hombres y las mujeres, y aun sobrar algo para los animales inferiores que también lo necesitan.

"El misterio de la justicia, que antes estaba en manos de los dioses, resulta estar en el corazón del hombre, que contiene al mismo tiempo la pregunta y la respuesta, y que quizás algún día se acordará de ésta", dice Maeterlinck.

"Llegará a ser materia de asombro, dice Spencer, que haya existido gentes que encontraran admirable disfrutar sin trabajar, a costa de los que trabajaban sin disfrutar", y sir Oliver Lodge encuentra ya extraño que un individuo pueda vender un pedazo de la Inglaterra para su beneficio particular.

"La humanidad está creciendo en inteligencia, en paciencia, en benevolencia – en amor", dice Hubbard. Los hombres de bien empiezan a encontrar en los afectos del hogar y de la amistad alegrías y satisfacciones bastantes para sentirse ampliamente compensados de todas sus virtudes en la tierra. Con el adelanto de la inteligencia, la bondad y la sensatez humanas; con la creciente abundancia de producciones en perspectiva por el desarrollo de las artes y las ciencias; que acabarán por suprimir la ignorancia, el vicio, el crimen, el dolor y la miseria; con la atenuación progresiva de las desigualdades del presente, que son el fruto de las iniquidades del pasado, por el mejoramiento incesante de la capacidad moral del individuo, se perfila en lontananza un tipo de hombre superior, que, sabiendo extraer del lado noble de la naturaleza humana todo el bienestar a que aspire, no sentirá la necesidad de que sus buenas acciones sean premiadas con recompensas desproporcionadas, ni castigadas con penas eternas los que le causen males pasajeros.

La materia de la religión, que es la necesidad de castigar en un mundo imaginario los males impunes del mundo real, y de premiar en otra vida las bondades no gratificadas en ésta, está viniendo a menos constantemente por el progreso moral de la especie humana, y se puede prever desde ahora que, cuando todas las acciones malas sean castigadas o perdonadas, y todas las buenas sean premiadas aquí, Dios se quedará sin tener nada que hacer allá, y a menos que se empeñe en ser más malo que los hombres, castigando lo que éstos olvidan, y dándoles, quand même, recompensas a que no aspiren, se verá obligado a clausurar definitivamente el purgatorio, el infierno y el cielo, dejando sin empleo a todos sus ministros en la tierra.

Y recién entonces podrán los hombres vivir inexplotados y en paz, y ser dichosos, en este mundo y en los otros.

Возрастное ограничение:
12+
Дата выхода на Литрес:
25 июня 2017
Объем:
180 стр. 1 иллюстрация
Правообладатель:
Public Domain

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