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—Hola.

Dios mío, creía que mi corazón iba a salir corriendo en aquel momento. Me giré y lo vi. Mis ojos se clavaron en los suyos. No podía creer que existiera un ser tan bello. Estaba medio atontada. No podía dejar de mirar aquellos ojos grises.

—Hola. No he podido evitar seguirte. ¿Estás bien?

—Sí, sí, claro. Estaba intentando escapar de todo por un momento. Algo desbordada, si acaso, por la situación, pero bien.

Él esbozó una pequeña sonrisa.

—Bien… Perdona, no me he presentado. Me llamo Vincent.

—¿Qué tal, Vincent? Yo soy Adriana, Adriana Aleixandre.

—Sí, lo sé.

Entonces puse esa cara. ¿Os acordáis? La cara rara.

—Tranquila —me hizo un pequeño guiño de complicidad—, lo he visto en los papeles de la presentación. No tenía la suerte de conocerte.

—Es que… Perdóname, pero te he visto en la fiesta antes y por un momento pensé que ya te conocía. No sé, creerás que estoy loca, pero tengo esa sensación cuando te miro.

—Vaya, pues créeme. Al parecer soy una persona afortunada. Que una gran mujer piense eso antes de conocerme…

Se inclinó levemente hacia mí, cogió mi mano y me miró fijamente a los ojos. Estaba desconcertada; sentí que toda mi piel se estremecía mientras acercaba mi mano a su cara. No dejó de mirarme ni un instante. Sus labios dibujados se entreabrieron y mi alma se agitó. Tuve que respirar hondo para no perder el sentido. Se paró, cerró los ojos y, mientras suspiraba, acarició mi mano con sus labios. Enmudecí. Tenía ganas de besarle, así que bajé la cabeza para que no me viera ruborizada.

—Ha sido un placer conocerte. Espero verte pronto.

Soltó mi mano y se alejó caminando. Antes de desaparecer, se giró, me miró y volvió a sonreír. Justo en ese instante entendí que las cosas no pasan al azar, sino que cada uno tenemos nuestro destino, y el mío aquella noche había sido conocer a Vincent, ese quien por un instante me había robado el alma. Aquello me dejó confusa. Continué mirando al más allá, intentando encontrar un sentido al sinsentido. Jamás en la vida había experimentado algo semejante, que me descontrolara tanto y me hiciera sentir así. Miré los árboles y los bancos. Miré al cielo, la luna ya estaba observándome; el viento movía mi cabello y olía a hierba fresca; me encogí abrazando mis hombros y cerré los ojos. Respiré hondo, tan hondo que parecía la última vez que lo iba a hacer. Era tarde, quería marcharme pensando en él, quería repetir aquellos minutos una y otra vez en mi cabeza, todas las palabras, todo lo que sentí.

Me despedí de todos los presentes, elegante y discreta. Bajé las escaleras con la chaqueta en la mano. El conserje me dio las buenas noches y le pedí que llamara a un taxi. Este apenas tardó apenas tres minutos.

El trayecto se hizo corto. Abrí la puerta de casa y me descalcé mientras entraba en el salón. Encendí una pequeña lámpara que había en una esquina y me recosté en el sofá. Me llevé las manos a la cabeza, retirándome el cabello de la cara. Me encogí y suspiré. Olí su fragancia intensamente y sentí de nuevo aquella caricia de sus labios en mi piel. Me tapé las piernas con una manta y dulcemente me quedé dormida entre sus brazos. Vincent…

2. En el espejo

Habían pasado ya tres semanas desde que llegué a mi nuevo trabajo y estaba integrada en la empresa. Los primeros días fueron un poco raros, ya que no conocía a nadie y se me hacían cuesta arriba ciertas cosas. Lo curioso del caso es que en ningún momento me dejaban sola, siempre había alguien a mi lado intentando solucionar las desavenencias del momento.

Las oficinas de Bradley Company estaban en el primer piso del edificio Europa —así se llamaba la torre donde se hizo la presentación—. Las puertas del ascensor daban paso directamente a un espacio bastante grande, donde a ambos lados había oficinas acristaladas una junto a otra, un pasillo central que llevaba a los aseos y las máquinas expendedoras. Los enormes ventanales rodeaban toda la planta decorada con plantas naturales.

Justo en la entrada, a la derecha, se encontraba la oficina de Esteban Yulen —como bien sabéis, el director de la empresa—. Entre otras personas, él se encargaba de que me sintiera cómoda en cada momento y de que no me faltara de nada. Me asignaron incluso una ayudante personal, Eve, una mujer encantadora donde las hubiera, de unos 35 años, alta y bien parecida. Solía llevar unas pequeñas gafas colgando del cuello y daba la impresión de tener una historia personal un tanto especial.

Cuando nos conocimos era crítica conmigo y exigente en el trabajo, pero al mismo tiempo era dulce, protectora y tenía una mirada un tanto nostálgica. Pronto entendí que ocultaba algo de su vida personal a lo que pocas personas tenían acceso y de lo que yo necesitaba enterarme. Eso fue algo que me tomé con mucha filosofía, pues no pretendía que nadie supiera nada que Eve no quisiera contar. Poco a poco fui depositando mi confianza en ella. Pretendía que comprendiera que yo no era su superior, sino una persona de confianza.

Las primeras semanas fueron complicadas. Cada día, a eso de las 11:00, le preguntaba si quería un café, a lo que contestaba que estaba muy ocupada y, sin más, continuaba con su trabajo. No desfallecí en el intento, y con el paso de los días fue cediendo un poco más en los aspectos que no eran laborales.

El 10 de diciembre, como todos los días, le pregunté si le apetecía tomarse un café conmigo y en esa ocasión aceptó. Me alegré mucho de aquella decisión y puedo decir que desde entonces nuestros mundos se acercaron mucho más. Eve vivía en la capital. Algunos fines de semana nos gustaba quedar y recorrer las calles de la ciudad en busca de alguna prenda de ropa o unos zapatos bonitos. Teníamos un gusto bastante parecido y la verdad es que tenía muy buen criterio a la hora de vestir. Paseábamos sin más y nos contábamos las anécdotas del trabajo. Aquella bonita relación nos estaba beneficiando mucho a las dos: yo había encontrado una amiga fiel y ella, alguien en quien confiar.

Pasábamos las mañanas juntas, pues nuestro horario de trabajo era hasta las 14:00. Algunas veces se venía a comer a casa y por la tarde entrenábamos en un pequeño gimnasio que había puesto en el sótano. Por cierto, ya tenía coche de empresa, lo que suponía que disponía de mayor libertad de movimiento.

Nunca pensé que llegaríamos a ser tan buenas amigas, y es que una vez más el destino nos había puesto en el camino para encontrarnos. Puedo decir que casi empecé antes a contarle cosas yo que ella a mí. Nos divertíamos mucho juntas y me gustaba verla reír; era la hermana mayor que nunca había tenido. Por las noches, antes de acostarnos, nos solíamos llamar para saber qué tal habíamos pasado el día o contarnos alguna anécdota divertida.

Afortunadamente toda esta complicidad se reflejaba en nuestro trabajo diario. Esteban Yulen me llamó una mañana a su despacho. No sabía de qué se podría tratar. Estaba sentada en mi silla, organizando las jornadas pendientes de evaluar. Llamé a Jake para pedirle las grabaciones de la última conferencia que la empresa había hecho. Era uno de los coordinadores, licenciado en Derecho y Criminología; ni siquiera él sabía cómo había terminado trabajando allí, pero lo cierto es que se sentía plenamente satisfecho con su trabajo. Pronto hicimos buenas migas y se podría decir que formábamos un trío envidiable.

Era muy sensato y coherente en todos sus comentarios. A veces, Eve y yo nos mirábamos boquiabiertas tras algún matiz ingenioso que en ocasiones incluía en sus reuniones. Era un tipo genial. Su desorbitada estatura lo hacía visible desde cualquier ángulo de la empresa. Bromeábamos y él se regocijaba de ello. Tampoco podríamos decir que la madre naturaleza hubiera hecho bien el reparto con él, pues con tan solo treinta años ya se le empezaban a apreciar rastros de calvicie; llevaba gafas algo sombreadas; normalmente se dejaba barba de cuatro o cinco días. Era más bien delgado y un poco desordenado en su vestimenta, aunque era obvio que no se encontraba allí por su elegancia, sino porque era un genio vislumbrando a las personas. Sabía cómo tratarlas y cómo acceder a toda su información personal con aquel despiste que le caracterizaba. En resumen era nuestro complemento perfecto.

—Me ha llamado el «Súper» —le comenté, sonriendo a Eve.

—¿Sí? —me contestó con una mirada ingenua—. Eso es porque no estás rindiendo como siempre. Yo también te veo un poco despistada últimamente —afirmó con un guiño.

—Sí, será eso. Voy a acercarme un minuto a ver qué quiere. Imagino que no lo demorará mucho, pero si viniera Jake, le he pedido las grabaciones del último congreso que hicimos. Déjamelas encima de la mesa.

—No te preocupes. Vete ya, no le hagas esperar.

Me levanté de la silla, arreglándome el pantalón. Tanto tiempo sentada hacía que mis piernas se entumecieran.

No sentía preocupación alguna. Es más, me satisfacía que Esteban me llamara a su despacho. Pensé que podría ser algo positivo. Crucé el pasillo ligera y me dirigí hacia su puerta; a lo lejos vi a Jake, quien me dedicó un saludo algo militar y sonreí. Llamé a su despacho con dos golpecitos. Su secretaria me abrió y me llevó hasta la puerta, donde volví a golpear.

—Adelante, Alex —así habían decidido llamarme todos.

—Buenos días, Esteban. Me han comentado que querías verme.

—Así es. Siéntate, por favor.

Llamó por teléfono a Helen, su secretaria, y le pidió que le trajera un café cargado con dos sobres de azúcar. Acto seguido, tapó el auricular con la mano.

—Disculpa, Alex, ¿te apetece tomar algo?

—No, gracias, Esteban. Acabo de subir de mi café.

—Está bien. Helen, tráigame sólo el café —añadió antes de colgar.

—Bueno, Alex, ¿qué tal estás? Hace mucho que no charlamos y quería saber cómo te encuentras con nosotros.

Su gesto era tranquilo. Seguía recostado en su silla y sabía que no había nada que temer.

—Todo muy bien, Esteban. Me siento satisfecha con mi trabajo y creo que estoy consiguiendo todos los objetivos que me había propuesto para este año —le sonreí como invitándole a que me contara de lo que se trataba aquella reunión, pues imaginaba que no solo era para preguntarme qué tal.

Me miró, sonriendo.

—Verás, Alex, me han llamado desde arriba —se refería a las altas esferas de la compañía— y te he propuesto para un nuevo cargo. Lo he decidido, porque creo que es lo que te hace falta. Eres una gran profesional en tu materia, aunque creo que con algunas cualidades desaprovechadas. Verás —continuó—, te he visto interactuar con mucha gente de aquí y sé que es algo que te gusta y con lo que disfrutas. ¿Es así?

—Si, por supuesto, Esteban. Me gusta el trato con los demás y me encuentro bastante bien con todo el mundo.

—Pues verás, eso es lo que les pasa a los demás contigo, que se encuentran muy bien, les haces tener confianza, los motivas, y esa es la cualidad o, mejor dicho, la virtud que tienes. Te estoy proponiendo que seas la nueva directora de Recursos Humanos de la compañía.

Me había quedado perpleja con lo que me estaba contando. Permanecí callada e intenté que mi expresión no variara mucho. La idea me gustaba, pero lo primero que se me pasó por la cabeza fue que no quería separarme de Eve. Le contesté todo lo rápido que pude.

—Esteban, me dejas sorprendida. Es un puesto que me encantaría desempeñar en la empresa, pero tengo algunas dudas al respecto.

—Por favor… —me dijo de inmediato.

—Verás, no me gustaría que Eve dejara de estar cerca. Se ha convertido en alguien imprescindible en lo que al trabajo se refiere.

—Tranquila. Eve seguirá contigo.

—Muchas gracias. No quiero demorar más esta cuestión, así que te comunico mi conformidad con el nuevo puesto.

—Me parece una buena elección, Alex. Tomarás las riendas de Recursos Humanos en unos días. Te presentaré a Nuria. Ella te pondrá al día con todo lo que está pendiente y cualquier duda que tengas la resolverá. Todo seguirá igual, solo que en vez de formar, seleccionarás.

—Gracias otra vez, Esteban —dije, levantándome de la silla y extendiéndole la mano a modo de acuerdo firmado.

—De nada, Alex.

Salí sonriendo del despacho y dando saltos de lo contenta que estaba. Era una muy buena noticia para mí, pues me sentía valorada, y no dejada de la mano de Dios. Seguí caminando hacia el despacho con la sonrisa de oreja a oreja y os aseguro que nadie era ajeno a esa alegría. Desde mitad del pasillo veía como Eve me miraba, sabiendo que algo bueno me pasaba. Abrí la puerta despacio y levanté las cejas a modo de asombro:

—¿Qué? —me preguntó Eve.

—Adivina.

—No me lo puedo imaginar. Venga, ¡dime!

—Me han ofrecido un nuevo puesto, pero le he dicho que antes lo tenía que consultar contigo.

—¿Cómo que un nuevo puesto? ¿Lo dices en serio?

—Te aseguro que es cierto. Dime, ¿qué te parece?

—A ver, ¿qué puesto? Venga, sorpréndeme.

Mientras la observaba, sentía que tenía un poco de dudas al respecto.

—Venga, adivina, Eve.

—A ver, no me tengas así. Mmm, ¿jefa de coordinadores?

—No. Venga, mujer.

—Ay, Alex. No sé. ¿Es bueno para ti? ¿Te gusta?

—Directora de Recursos Humanos.

Al momento levantó las cejas, se quitó las gafas y se levantó de la silla. Vino hacia mí y me dio un abrazo. Luego me separó de ella cogiéndome los hombros.

—Me alegro muchísimo, Alex. Te lo mereces.

—Y eso no es todo —contesté—. He tenido que negociar con ellos y pedirles algunas cosas, porque si no me las concedían, no había trato. Una de ellas, que no te separen de mí.

—¡Oh, Alex! —exclamó y volvió a abrazarme mucho más intensamente.

—Gracias, amiga. Sabía que no me fallarías —dijo esbozando una dulce sonrisa.

—Y ahora, Eve, vamos a seguir. Aún nos quedan muchas cosas que ordenar antes de dejar este departamento. ¿Ha venido Jake? ¿Te ha dado lo que le pedí?

—Sí, te lo he dejado al lado del ordenador. Es un pen drive.

Me senté en la silla, encendí el ordenador y busqué en la memoria externa la última grabación que había. Necesitaba saber qué novedades se habían puesto en práctica en el último congreso, al cual no asistí. Era muy interesante conocer las técnicas de marketing y las estrategias que se preparaban de cara a los futuros clientes.

Aquello requería toda mi atención. El salón donde se hizo no era muy grande, a lo sumo unos quinientos asistentes. Estaba tomando algunas notas, observando a la gente que había, cuando de repente le di al cursor para que fuera hacia atrás.

—A ver… ahí.

Otra vez, otra más. No me lo podía creer, estaba atónita. Amplié un poco la imagen y en mitad del salón vi a un hombre sentado, tomando notas, que me resultaba familiar.

—¡Un momento! No puede ser. Era él.

Acababa de volver a ver a Vincent. Tenía el corazón en un puño. Al momento se me encogió el estómago y sentí un cosquilleo en mi interior. Recordé cada minuto de aquella noche como si hiciera tan solo unas horas que había pasado todo: su voz, sus manos, sus labios… En segundos me quedé bloqueada. Me retiré hacia atrás con la silla, dejando su imagen fija en el ordenador. La amplié otra vez y sonreí. «Al fin ha aparecido, aunque sea en mi ordenador», pensé.

—¿Estás bien, Alex? Parece que hayas visto un fantasma.

—Pues casi, casi —le contesté en tono festivo.

Jamás me habría imaginado que después de tanto tiempo buscándolo y preguntándome quién demonios era, aparecería de repente en un congreso de la compañía.

—¿Quién es este hombre?

Eve no dejaba de preguntarme. El caso es que después de aquella fiesta nunca volví a verlo, y eso que se suponía que trabajaba allí. El simple hecho de recordarlo hacía que aún se me acelerara el corazón.

—¿Alex? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—Sí, perdona, Eve. Estaba pensando cómo hacer esto.

Evidentemente nunca le había comentado nada a Eve acerca de aquel hombre misterioso que apareció en aquella ocasión. Todo me parecía un poco extraño y no quería que pensara que estaba desvariando. ¿Cómo iba a decirle todo lo que pasó? ¿Enamorarse así de alguien, de repente? ¿Cómo explicar lo que había sentido al verle?

Yo no creía en hadas ni en príncipes azules. Era una mujer sensata, y hasta a mí me extrañaba todo lo que estaba sucediendo en mi vida. Tal vez fuese cosa de locos, pero aquel hombre revolucionaba mi espacio vital; además, no entendía por qué diablos no lo había vuelto a ver. Se me ocurrió que a lo mejor iba acompañando a alguien, pero no podía ser, estaba en el congreso tomando notas. La duda me asaltaba a cada pensamiento que tenía acerca de Vincent. ¿Se llamaría así? Era cosa de brujas.

Grabé la imagen en mi ordenador y la guardé en una carpeta del escritorio, marcándola con una V. A continuación suspiré largo y tendido.

—Necesitas unas vacaciones, Alex.

—No, necesito otras cosas aparte de un pequeño descanso.

—Sí, claro. ¿Acaso piensas que eso no nos pasa a las demás? No eres la única mujer de treinta y pico.

—Ya, ya. Tenemos que hacer algo para solucionarlo, Eve.

Su cara se iluminó.

—Ya sé. ¡Vámonos a cenar, Alex! Así socializaremos con especies de nuestra raza.

La risa se adueñó de aquella oficina, hasta que poco a poco fuimos calmándonos. La propuesta estaba en pie. Nos íbamos de cena.

Quedamos a las 20:30 en mi casa. De allí nos iríamos a cenar a algún sitio divertido. Eve me había contado que en alguna ocasión había ido a un restaurante cerca de la playa, donde a medianoche parecía que todos se volvían locos. Unos transformistas salían a bailar y la gente se desmelenaba. Luego, al terminar la cena, servían copas. En definitiva, teníamos plan.

Cuando llegué a casa a mediodía, no dejaba de pensar en Vincent, o como demonios quisiera que se llamara. Subí a mi cuarto y me descalcé. El día estaba un poco nublado y hacía frío, así que encendí la calefacción y bajé a la cocina. Estaba hambrienta y también algo cansada. Mientras me preparaba una ensalada, recordé que hacía mucho tiempo que no sabía nada de Raúl. Me gustaba dedicarle esos minutos de mi vida, aunque, para ser sincera, llevaba tiempo sin hacerlo. ¿Habría arreglado las cosas con su mujer? ¿O tal vez lo que ocurría es que ya tenía sustituta? La verdad es que no me habría importado que encontrara a alguien en su vida y que las cosas le fueran bien, para variar.

Mi ensalada ya estaba lista: canónigos, queso, aguacate, un poco de jamón york y para terminar unas nueces peladas, todo aliñado con un poco de aceite de oliva, y el menú perfecto. Cogí un refresco de la nevera y un mantel, y me senté en el sofá a comerme aquel manjar. Luego puse el televisor y busqué algo interesante para ver.

—A ver… nada, nada, nada. Madre mía, menudos canales de televisión.

Intenté encontrar algo que me mantuviera entretenida, pero el hambre podía conmigo, así que dejé buscar y empecé a comer. Miraba la pantalla, pero no prestaba atención. Aquella ensalada estaba increíble. En ese momento comenzaba una serie. No la había visto nunca. Era de policías. Estaban investigando un crimen y se habían tomado un descanso para almorzar. El actor principal era conocido y estaban buscando pistas del asesinato. Parecía que tonteaban un poco. Ella lo miraba con ojos pecaminosos y él le devolvía la mirada. Entonces, recibió una llamada de comisaría y se despidió de ella. «Aquí hay algo», pensé. Poco después, ella se levantó de la silla y cogió la chaqueta. Buscó en sus bolsillos con cara de preocupación. No encontró lo que buscaba, pero de repente le cambió la expresión de la cara al mirar en el bolsillo interior. Sacó un papel, lo leyó y sonrió. «Qué bonito», pensé. «Seguro que le ha dejado una nota diciéndole que está loco por ella». ¿Por qué eso no me podía pasar a mí? ¿Por qué alguien no me dejaba una nota en el bolsillo de mi chaqueta?

Al momento, todavía con la ensalada en la boca, dejé de masticar y tragué saliva.

«No… Estás loca».

Estaba pensando una tontería, pero aun así no podía seguir masticando.

«No, no… No voy a hacer esa tontería. Pero ¿y si alguien hubiera puesto una nota en el interior de mi chaqueta? ¿Y si esa persona que no me quitaba de la cabeza lo hubiera hecho?».

Se me nubló la vista.

Aún no había llevado a la tintorería el traje que me puse en la fiesta. Tenía que mirar en los bolsillos. Ya sé que parecía una locura, pero ahora estaba con la duda. Me limpié la boca con la servilleta y me tragué aquel bocado como pude. Ni zapatillas ni nada. Subí corriendo las escaleras y entré en el cuarto. Tenía los pies helados.

Me paré enfrente del armario con la terrible sensación de estar medio loca, pero no podía esperar. Abrí las puertas, busqué la chaqueta y muy despacio la descolgué del perchero. La examiné de arriba abajo, la olí y la dejé encima de la cama; me senté al lado, y sin pensar mucho más, introduje la mano en el bolsillo derecho: no había nada.

«Qué tontería», pensé.

Saqué la mano para buscar en el otro. Noté algo, quizás un papel. Estaba inquieta, así que busqué dentro. No daba crédito. Efectivamente, había un papel plegado a modo de nota. Me quedé perpleja y sin valor para abrirla. «¿Y si era de Vincent?».

Estaba muy nerviosa. Quería abrirla, pero a la vez no lo quería hacer. Empecé a mirarla. Era papel normal, sin los bordes cortados. Parecía de una libreta de esas que unen las hojas con silicona, similares a las que se utilizan para pegar en el ordenador. El corazón se podía oír desde la entrada. A pesar de mi madurez y sensatez, todo aquello hacía que perdiera los papeles. Pero ¿por qué tenía tanto susto dentro de mí? Pensándolo mejor, entendí que si fuera de Vincent, me iba a alegrar. Quizás también había significado algo para él. Tenía que armarme de valor.

La sujeté con las dos manos y poco a poco comencé a desplegarla. Estaba temblando, intentando imaginar lo que contenía aquella nota. Ya hacía más de un mes de nuestro encuentro y cada día me sentía más unida a él:

«Me gustaría volver a verte pronto. V».

Eran cerca de las 19:00 y había quedado con Eve a las 20:30. Aún tenía que ducharme y vestirme para salir a cenar. Quería pasar un rato divertido y desconectar de todo un poco, aunque lo cierto era que lo que más me apetecía era volver a ver a mi desconocido. Estaba planteándome contárselo a Eve, porque necesitaba otro punto de vista y escuchar de una boca que no fuera la mía que eso estaba pasando. Probablemente obtendría una respuesta más objetiva, que era lo que necesitaba.

Saqué la ropa que pensaba ponerme del armario y la colgué en la puerta. Había decidido ponerme unos pantalones vaqueros ajustados de color violeta y una blusa blanca que me encantaba, entallada, abotonada por delante y con cuello redondo. Nadie me iba a disuadir de ponerme mis zapatos preferidos y quién sabía lo que nos iba a deparar la noche.

Abrí la puerta del baño y encendí el agua caliente. Me quité la ropa y me metí dentro. El agua estaba muy caliente. Apoyé las manos en la pared y bajé la cabeza, intentando relajarme. Oía como el agua rebotaba en mi pelo y resbalaba por mi cuello, descendiendo rápidamente por mi cuerpo. Me puse gel en las manos y empecé a masajearme los pies, mientras subía hacia la cintura. Tenía los ojos cerrados y su imagen en mi cabeza. Comencé a acariciarme lentamente y creí tenerlo al lado, susurrándome al oído que le había encantado conocerme. De repente empezó a acariciarme los pechos, mientras sus manos iban bajando poco a poco. Me besaba despacio. Mi cuerpo se estremecía. Estaba temblando de placer. Sus manos me cogían, agitándome al ritmo de su cabeza. Apoyada en la ducha, seguí acariciándome y gimiendo de placer hasta el clímax. La verdad es que me quedé un poco sorprendida por la capacidad de sugestión de aquel momento.

Cuando salí del baño, me di cuenta de que hacía más frío de lo habitual, así que bajé envuelta en el albornoz a encender la calefacción. Estaba en un armario de la cocina. Lo accioné y pensé que cuando volviera de cenar con Eve, la casa estaría mucho más caliente. Al instante, sonó el timbre de la puerta. Pude ver por los cristales laterales que se trataba de Eve, así que le abrí.

—Hola. ¿Aún estás así? Pero, mujer, ¿qué has estado haciendo?

—Mejor que no lo sepas. Pero qué guapa te has puesto.

—Bueno, lo primero que he pillado —me contestó con una risa picarona.

—No te preocupes. Sírvete algo, ven. —La cogí de la mano y le enseñé dónde estaba el vermut.

—No tardo más de quince minutos.

—¡Ponte guapa, Alex! Esta es nuestra noche.

—Haré lo que pueda —le dije mientras subía las escaleras hacia el dormitorio.

Desde mi cuarto oía que Eve había puesto la tele. Comencé a vestirme sentada en la cama. Pensaba en qué peinado hacerme, pero no disponía de mucho tiempo, así que mientras me subía el pantalón, me quité la toalla que llevaba envuelta en la cabeza. Me levanté de la cama y me abroché el sujetador. La blusa era de crepé muy suave; la adquirí cuando estaba destinada en Miami en una tienda de Miracle Mile en Coral Gables. Cuenta con excelentes boutiques, al igual que la parte comercial de Lincoln Road en South Beach. Era lo que más me había gustado de vivir allí.

Estaba ya casi lista, solo me faltaba peinarme y maquillarme, así que empecé por lo último. No solía utilizar tonos fuertes, simplemente algo suave que acentuara un poco mis rasgos. Me puse un poco de base, polvos compactos, la línea del ojo por arriba, y me perfilé los labios con un tono marrón rosado y añadiendo un poco de carmín. Terminé con un poco de rubor rosado.

Lo siguiente era mi largo cabello. Todavía estaba bastante mojado, así que opté por la opción B: me puse un poco de espuma, y con el secador, cabeza abajo, conseguí unas ondas que le daban mucho volumen al pelo. Solo me faltaba colocarme los pendientes y el reloj, y echarme mi perfume favorito. A los pocos minutos, bajé las escaleras:

—Eve, vámonos.

—Anda, Alex, ¡qué belleza!

—Ja, ja, ja. ¡Venga, cuentista! —le dije mientras cogía una chaqueta de piel del armario de la entrada.

—No sé si vas a volver a casa sola, Alex —comentó bromeando.

Salimos de casa y nos subimos en mi coche. Accioné el mando y se abrió la puerta del garaje. Mientras abandonábamos la urbanización, Eve me contó que antes de venir la había llamado Jake, nuestro compañero loco del trabajo, contándole que había alguien de la empresa que le llamaba la atención. Las dos nos miramos asombradas, pues era la primera vez que Jake se fijaba en alguien. Me dijo también que se llamaba Laura y que trabajaba en otra oficina, lo que significaba que solo la veía cuando iba a los cursos de formación. Terminó la conversación diciéndole que se animara a hablar un día con ella, pues según Jake, ella también la miraba con ojitos.

Eve me indicaba por dónde girar y qué camino seguir. Valencia era preciosa y a pesar de estar en diciembre, hacía una temperatura de 16 °C. Conducía por una avenida al margen de un gran cauce. Me dijo que era el del río Turia, transformado en jardines, pistas de futbol, de patinaje, etc. a lo largo de todo su recorrido. Estaba iluminado con farolas y pensé que no muy tarde tendría que venir a conocerlo. Encontramos un par de túneles, y al salir del último, me mostró a la derecha unas torres preciosas, también iluminadas con grandes focos de arriba abajo. Eran las Torres de Serranos. Me indicó que nuestro destino estaba en el caso antiguo de la ciudad.

Buscamos un sitio donde aparcar, y la verdad es que nos llevó más de quince minutos encontrarlo. Una vez que lo conseguimos, empezamos a caminar por aquellas calles estrechas con olor a antiguo.

Me fascinaba todo aquello: las casas bajas, los adoquines de las calles, la gente hablando en todas las esquinas, todos los bares abiertos… Para mí, todo era nuevo. Eve me miraba sonriendo y se daba cuenta de cuánto estaba disfrutando de la noche. Me cogió de la mano, y estirándome, me dijo:

—Ahí, Alex, es ahí.

—¡Vaya! —exclamé mirando el edificio.

—Vamos a cenar aquí, ya tenemos la mesa reservada.

En la puerta se agolpaban muchas personas, algunas esperando su turno y otras fumando y conversando con bebidas en las manos. Nos abrimos paso y bajamos unas escaleras que había a la izquierda del bar a modo de caracol. Cogida de la barandilla, vi mientras bajaba un salón enorme abarrotado de gente.

Al llegar, un camarero o camarera —no sabía muy bien lo que era— le pidió el nombre, y muy amablemente nos dirigió hacia la mesa que teníamos reservada. El local estaba bastante oscuro, iluminado con unas lámparas de gotas de agua impresionantes, que ocupaban todo el techo del salón decorado con numerosos dibujos de todo tipo; mesas espaciosas, montadas muy bonitas con flores naturales; manteles de tela y copas altas; las paredes estaban pintadas con colores vivos y decoradas con boas y detalles multicolores.

El ambiente era divertido. Unas drag queens estaban haciendo su espectáculo y la gente parecía estar encantada. Yo observaba y reía mientras leíamos la carta. Sonaba, cómo no, «It’s raining men».

—Eve, ¿qué pedimos aquí?

—Pues depende de lo que te apetezca. Hay de todo, mira: burritos de pollo con crema, tienes también carne a la brasa, en fin.

—La verdad es que me apetece algo ligero, pero también me gustaría probar algo de la carta. ¿Has cenado alguna vez aquí?

—Sí, alguna que otra. Mira los tallarines frutti di mare están muy buenos.

—Pues mira, me los voy a pedir y de primero una ensalada. Mmm, esta, la César.

—Vale, yo pediré unas pechugas a la Villaroy y si quieres, compartimos. ¿Te parece bien?

—Sí, por mí genial. Así probamos un poco de todo.

—Bien.

Eve levantó la mano. A los pocos segundos se acercó a tomarnos nota el mismo camarero que nos había acompañado a la mesa.

—¿Vinito? —preguntó Eve con ojitos de loca.

—Sí, por supuesto. —Estaba emocionada con tantas plumas y diversión.

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172 стр. 5 иллюстраций
ISBN:
9788418912153
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